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Antecedentes del lápiz de grafito fueron las puntas de metal

de oro, cobre, cinc, plata, plomo y de aleaciones como


plomo y estaño. Si se pasa sobre el papel una de estas
puntas con suficiente presión, dejará un rasgo constituido
por finísimas partículas del metal. Se empleó mucho en los
miniados. Producen, dependiendo del metal, una línea de
color marrón o gris claro de reflejos metálicos muy delicada.
El soporte (papel o pergamino) necesitaba una base especial
hecha con hueso pulverizado, agua, goma arábiga y
colorante. La punta de metal es utilizada por Van Eyck,
Botticelli, Leonardo y Durero, entre otros.
El grafito se descubrió en Bavaria hacia 1400. Hacia el año
1500, en Borrowdale, Cumberland (Gran Bretaña) se
descubrió un yacimiento de grafito muy puro, con mucho
carbono. Dicen que una tormenta hizo caer un viejo roble y
se mostró una sustancia oscura que los pastores empezaron
a utilizar para marcar sus rebaños. Se pensó que compartía
propiedades con el plomo y fue llamado plumbago, (en
latín, plomo). Al principio el grafito sólido se envolvía en piel
de oveja y se dibujaba directamente con él. Los primeros
lápices se fabricaron a mediados del siglo XVI. En el siglo
XVIII fue inventado el revestimiento de madera por los
italianos Simonio y Lyndiana Bernacotti.
La técnica fue popularizada por los flamencos y los
holandeses, como D. Teniers y Cuyp.
En 1795 el francés Nicholas Conté, ingeniero de Napoleón,
utilizó un método para conseguir varillas de grafito artificial
de alta resistencia, a partir de grafito pulverizado y liberado
de impurezas. Consiste en mezclar grafito, arcilla y agua. La
pasta resultante moldeada en forma de barrita se hornea a
una temperatura específica y se sumerge en un baño de
cera. Lo utilizan los franceses David, Ingres, Delacroix, Corot
y Degas.
En 1812 el estadounidense William Monroe perfeccionó el
proceso de la fabricación de grafito artificial.

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