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Rubén Darío

Parte 4

2017 - 2019
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La vida de Rubén Darío:

El poeta que hoy se conoce como Rubén Darío,


padre del modernismo, nació con el nombre Félix
Rubén García Sarmiento en Metapa (hoy Ciudad
Darío), Nicaragua en 1867. De niño, sus padres se
separaron y su madre fue a vivir con otro hombre en
Honduras, dejando a Darío al cuidado de sus tíos
abuelos. El poeta eventualmente decidió usar el
antiguo apellido familiar Darío.

Educado por los jesuitas, Darío fue un lector precoz


y comenzó a escribir sus primeros versos a
temprana edad.

De hecho, publicó su primer poema a los 13 años en


un periódico local.

En 1887, después de haberse trasladado a Chile,


logró publicar su primer libro de poemas Abrojos. El
año siguiente salió Azul . . . , uno de sus libros más
importantes, marcando el comienzo del modernismo. Además de poeta, fue
corresponsal para el diario La Nación, de Buenos Aires, y luego director del diario La
Unión, en El Salvador. Fue en este país, donde contrajo matrimonio con Rafaela
Contreras en 1890. Un año después, nació su primer hijo, Rubén Darío Contreras.

En 1892, el poeta viajó por primera vez a Madrid, dando comienzo a una vida de
trotamundos, alternando entre París, Madrid y países latinoamericanos. Colaboró con
periódicos importantes y desempeñó varios cargos diplomáticos, entre ellos: cónsul
honorífico de Colombia, en Buenos Aires, ciudad en la que publicó Prosas profanas y
otros poemas; y embajador de Nicaragua en Madrid, donde publicó Cantos de vida y
esperanza (1905).

A nivel personal, tampoco había mucha estabilidad. Su esposa falleció en 1893 y ese
mismo año el poeta se casó con Rosario Murillo. En Madrid comenzó una relación con
Francisca Sánchez del Pozo, estando aún casada con Rosario. Con Francisca tuvo
cuatro hijos, pero sólo uno, Rubén Darío Sánchez, sobrevivió más allá de la infancia.

Llevó una vida de embriaguez, mujeres y desenfreno. Por varios años luchó contra el
alcoholismo, perjudicando su salud, y en 1916 cayó enfermo y falleció a los 49 años de
edad en su Nicaragua natal.

A pesar de su muerte prematura, fue un escritor prolífico y considerado uno de los


mejores poetas de la lenugua española. Sus obras más importantes son Azul, Prosas
profanas y otros poemas, y Cantos de vida y esperanza.

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Azul:

Azul . . . (1888) es el primer libro modernista de Darío. Consiste en prosa y poesía,


pero la renovación modernista aparece más en la prosa. Azul . . . representa el inicio
del cambio y el comienzo de su experimentación.

En la poesía, emplea una gran variedad de estrofas y de metros, pero da prioridad


al alejandrino. Como en otros libros, es evidente el culturalismo, con abundantes
referencias a la mitología griega. Las descripciones son muy suntuosas y el uso
abundante de adjetivos resalta la belleza, el decorativismo y la naturaleza domesticada
(flores en floreros, jardines, etc.). Es evidente la influencia del parnasianismo francés,
evadiendo la sociedad de su tiempo y refugiándose en lo antiguo, exótico, bello y
aristocrático, como los mitos griegos, los jardines franceses y los cisnes.

Buen ejemplo de esta influencia es el cuento "El rey burgués", una crítica de la
sociedad burguesa en el que aparecen muchas de estas imágenes.

Prosas profanas y otros poemas:

Prosas profanas y otros poemas (1896) representa la culminación y plenitud del


modernismo. Darío ejerce control absoluto sobre la forma y emplea el simbolismo. El
título del libro es subversivo dado que quiere unir lo sagrado con lo profano: “prosa” es
una palabra arcaica que se refiere a misas cantadas y “profano” es todo lo opuesto a lo
religioso. Como en Azul . . . , la naturaleza aparece domesticada y es un libro muy
sensual con alusiones a todos los sentidos como en el poema "Era un aire suave".
Aparece el exotisimo, la mitología greco-latina, como en "Coloquio de los centauros", e
imagénes modernistas como cisnes, perlas, encaje y flores.

En "Sonatina", uno de sus poemas más conocidos que comienza con el verso: "La
princesa está triste . . . ¿qué tendrá la princesa?", resalta lo precioso y extranjero (tules,
marmól, cisnes, y los jazmines del Oriente).

Cantos de vida y esperanza:

Después de Prosas profanas, Darío comienza a usar un tono más conversacional y


verso libre en Cantos de vida y esperanza: Los cisnes y otros poemas (1905), que
muchos consideran ser su obra más importante. Es un libro menos experimental y más
profundo, existencialista e intimista, sin abandonar las imágenes modernistas de sus
libros anteriores. También aparecen en este poemario el tema de la hispanidad y una
crítica al imperialismo estadounidense. A pesar del título optimista y las exaltaciones
gozosas de la vida, hay un trasfondo de angustia y pesimismo.

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Rubén Darío, Azul (1888)

EL PÁJARO AZUL

París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes


al café Plombier, buenos y decididos muchachos –pintores,
escultores, escritores, poetas–, sí, ¡todos buscando el viejo
laurel verde!, ninguno más querido que aquel pobre Gar-
cín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador
que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable,
bravo improvisador.
En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones
guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de
futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echa-
da y gruesa de nuestro pájaro azul.
El pájaro azul era el pobre Garcín. No sabéis por qué se
llamaba así. Nosotros le bautizamos con ese nombre.
Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente mucha-
cho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué,
cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él
arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respon-
día con cierta amargura:
–Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en
el cerebro, por consiguiente...

Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al


entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pul-
mones, según nos decía el poeta.
De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos
cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo
el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Niní, su vecina,
una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules.

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Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los
aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era
un ingenio que debía brillar. El tiempo vendría. ¡Oh, el pájaro
azul volaría muy alto! ¡Bravo! ¡Bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!

Principios de Garcín:
De las flores, las lindas campánulas.
Entre las piedras preciosas, el zafiro. De las inmensidades,
el cielo y el amor; es decir, las pupilas de Niní.
Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neu-
rosis a la imbecilidad.
A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.
Andaba por los boulevares; veía pasar indiferentes los lu-
josos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al
escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de
un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras husmeaba, y
al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envi-
dioso, arrugaba la frente; para desahogarse, volvía el rostro
hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros,
conmovido, exaltado, casi llorando, pedía su vaso de ajenjo,
y nos decía:
–Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro
azul que quiere su libertad...

Hubo algunos que llegaron a creer en un descalabro de


la razón.
Un alienista a quien se le dio noticia de lo que pasaba,
calificó el caso como una monotonía especial. Sus estudios
patológicos no dejaban lugar a duda.

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Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.
Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Nor-
mandía, comerciante de trapos, una carta que decía lo si-
guiente, poco más o menos:
«Sé de tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese
modo, no tendrás de mí un solo sou. Ven a llevar los libros de
mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscri-
tos de tonterías, tendrás mi dinero.»
Esta carta se leyó en el Café Plombier.
–¿Y te irás?
–¿No te irás?
–¿Aceptas?
–¿Desdeñas?
¡Bravo Garcín! Rompió la carta y saltando el trapo a la
vena, improvisó unas cuantas estrofas, que acababan, si mal
no recuerdo:

¡sí, seré siempre un gandul,


lo cual aplaudo y celebro,
mientras sea mi cerebro
jaula del pájaro azul!

Desde entonces Garcín cambió de carácter. Se volvió char-


lador, se dio un baño de alegría, compró levita nueva y comen-
zó un poema en tercetos titulado, pues es claro: El pájaro azul.
Cada noche se leía en nuestra tertulia algo de la obra.
Aquello era excelente, sublime, disparatado.
Allí había un cielo muy hermoso, una campiña muy fres-
ca, paisajes brotados como por la magia del pincel de Corot,
rostros de niños asomados entre flores, los ojos de Niní hú-
medos y grandes; y por añadidura, el buen Dios que envía
volando, volando, sobre todo aquello, un pájaro azul que, sin
saber cómo ni cuándo, anida dentro del cerebro del poeta, en

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donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen
versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar y abre
las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos
del cielo, se arruga la frente y se bebe el ajenjo con poca agua,
fumando además, por remate, un cigarrillo de papel.
He ahí el poema.

Una noche llegó Garcín riendo mucho y, sin embargo,


muy triste.
La bella vecina había sido conducida al cementerio.
–¡Una noticia! ¡Una noticia! Canto último de mi poema.
Niní ha muerto. Viene la primavera y Niní se va. Ahorro de
violetas para la campiña. Ahora falta el epílogo del poema.
Los editores no se dignan siquiera leer mis versos. Vosotros
muy pronto tendréis que dispersaros. Ley del tiempo. El epí-
logo debe de titularse así: De cómo el pájaro azul alza el vuelo
al cielo azul.

¡Plena primavera! Los árboles florecidos, las nubes rosadas


en el alba y pálidas por la tarde; ¡el aire suave que mueve las
hojas y hace aletear las cintas de los sombreros de paja con
especial ruido! Garcín no ha ido al campo.
Héle ahí, Viene con su traje nuevo, a nuestro amado café
Plombier, pálido, con una sonrisa triste.
Amigos míos, ¡un abrazo! Abrazadme todos, así, fuerte,
decidme adiós, con todo el corazón, con todo el alma... El
pájaro azul vuela...
Y el pobre Garcín lloró, nos estrechó, nos apretó las manos
con todas sus fuerzas y se fue.

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Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre,
el viejo normando. Musas, adiós; adiós, Gracias. ¡Nuestro
poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín!
Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los
parroquianos del Café Plombier, que metíamos tanta bulla
en aquel cuartucho destartalado, nos hallábamos en la ha-
bitación de Garcín. Él estaba en su lecho, sobre las sábanas
ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la
almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible!
Cuando repuestos de la impresión, pudimos llorar ante el
cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo
el famoso poema. En la última página había escritas estas
palabras: Hoy, en plena primavera, dejo abierta la puerta de la
jaula al pobre pájaro azul.

¡Ay, Garcín!, ¡cuántos llevan en el cerebro tu misma enfermedad!

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La sonatina
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.


Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,


o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa


quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,


ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!


Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!


(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;


en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

Rubén Darío, Prosas profanes y otros poemas (1896)

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LO  FATAL  
 
 
Dichoso  el  árbol,  que  es  apenas  sensitivo,    
y  más  la  piedra  dura  porque  esa  ya  no  siente,    
pues  no  hay  dolor  más  grande  que  el  dolor  de  ser  vivo,    
ni  mayor  pesadumbre  que  la  vida  consciente.    
 
Ser  y  no  saber  nada,  y  ser  sin  rumbo  cierto,    
y  el  temor  de  haber  sido  y  un  futuro  terror...    
Y  el  espanto  seguro  de  estar  mañana  muerto,    
y  sufrir  por  la  vida  y  por  la  sombra  y  por    
 
lo  que  no  conocemos  y  apenas  sospechamos,    
y  la  carne  que  tienta  con  sus  frescos  racimos,    
y  la  tumba  que  aguarda  con  sus  fúnebres  ramos,    
 
¡y  no  saber  adónde  vamos,    
ni  de  dónde  venimos!...  
 
 
Rubén  Dario,  Cantos  de  Vida  y  Esperanza  (1905)  
 
 

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