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La Vida de Rubén Darío
La Vida de Rubén Darío
Parte 4
2017 - 2019
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La vida de Rubén Darío:
En 1892, el poeta viajó por primera vez a Madrid, dando comienzo a una vida de
trotamundos, alternando entre París, Madrid y países latinoamericanos. Colaboró con
periódicos importantes y desempeñó varios cargos diplomáticos, entre ellos: cónsul
honorífico de Colombia, en Buenos Aires, ciudad en la que publicó Prosas profanas y
otros poemas; y embajador de Nicaragua en Madrid, donde publicó Cantos de vida y
esperanza (1905).
A nivel personal, tampoco había mucha estabilidad. Su esposa falleció en 1893 y ese
mismo año el poeta se casó con Rosario Murillo. En Madrid comenzó una relación con
Francisca Sánchez del Pozo, estando aún casada con Rosario. Con Francisca tuvo
cuatro hijos, pero sólo uno, Rubén Darío Sánchez, sobrevivió más allá de la infancia.
Llevó una vida de embriaguez, mujeres y desenfreno. Por varios años luchó contra el
alcoholismo, perjudicando su salud, y en 1916 cayó enfermo y falleció a los 49 años de
edad en su Nicaragua natal.
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Azul:
Buen ejemplo de esta influencia es el cuento "El rey burgués", una crítica de la
sociedad burguesa en el que aparecen muchas de estas imágenes.
En "Sonatina", uno de sus poemas más conocidos que comienza con el verso: "La
princesa está triste . . . ¿qué tendrá la princesa?", resalta lo precioso y extranjero (tules,
marmól, cisnes, y los jazmines del Oriente).
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Rubén Darío, Azul (1888)
EL PÁJARO AZUL
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Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los
aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era
un ingenio que debía brillar. El tiempo vendría. ¡Oh, el pájaro
azul volaría muy alto! ¡Bravo! ¡Bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!
Principios de Garcín:
De las flores, las lindas campánulas.
Entre las piedras preciosas, el zafiro. De las inmensidades,
el cielo y el amor; es decir, las pupilas de Niní.
Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neu-
rosis a la imbecilidad.
A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.
Andaba por los boulevares; veía pasar indiferentes los lu-
josos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al
escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de
un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras husmeaba, y
al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envi-
dioso, arrugaba la frente; para desahogarse, volvía el rostro
hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros,
conmovido, exaltado, casi llorando, pedía su vaso de ajenjo,
y nos decía:
–Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro
azul que quiere su libertad...
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Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.
Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Nor-
mandía, comerciante de trapos, una carta que decía lo si-
guiente, poco más o menos:
«Sé de tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese
modo, no tendrás de mí un solo sou. Ven a llevar los libros de
mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscri-
tos de tonterías, tendrás mi dinero.»
Esta carta se leyó en el Café Plombier.
–¿Y te irás?
–¿No te irás?
–¿Aceptas?
–¿Desdeñas?
¡Bravo Garcín! Rompió la carta y saltando el trapo a la
vena, improvisó unas cuantas estrofas, que acababan, si mal
no recuerdo:
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donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen
versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar y abre
las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos
del cielo, se arruga la frente y se bebe el ajenjo con poca agua,
fumando además, por remate, un cigarrillo de papel.
He ahí el poema.
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Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre,
el viejo normando. Musas, adiós; adiós, Gracias. ¡Nuestro
poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín!
Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los
parroquianos del Café Plombier, que metíamos tanta bulla
en aquel cuartucho destartalado, nos hallábamos en la ha-
bitación de Garcín. Él estaba en su lecho, sobre las sábanas
ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la
almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible!
Cuando repuestos de la impresión, pudimos llorar ante el
cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo
el famoso poema. En la última página había escritas estas
palabras: Hoy, en plena primavera, dejo abierta la puerta de la
jaula al pobre pájaro azul.
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La sonatina
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
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LO
FATAL
Dichoso
el
árbol,
que
es
apenas
sensitivo,
y
más
la
piedra
dura
porque
esa
ya
no
siente,
pues
no
hay
dolor
más
grande
que
el
dolor
de
ser
vivo,
ni
mayor
pesadumbre
que
la
vida
consciente.
Ser
y
no
saber
nada,
y
ser
sin
rumbo
cierto,
y
el
temor
de
haber
sido
y
un
futuro
terror...
Y
el
espanto
seguro
de
estar
mañana
muerto,
y
sufrir
por
la
vida
y
por
la
sombra
y
por
lo
que
no
conocemos
y
apenas
sospechamos,
y
la
carne
que
tienta
con
sus
frescos
racimos,
y
la
tumba
que
aguarda
con
sus
fúnebres
ramos,
¡y
no
saber
adónde
vamos,
ni
de
dónde
venimos!...
Rubén
Dario,
Cantos
de
Vida
y
Esperanza
(1905)
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