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vo LUCHA POLITICA Y ENFRENTAMIENTO SOCIAL (1913 - 1916) EDICIONES DE L/ Introduccién Una tesis: lucha politica y lucha social 1 — La interpretacion Mientras la crisis econémica y social se aduefiaba del pais en 1913 y el batllismo se radicalizaba, las lineas de diferenciacién politica ten- dieron a coincidir con las de diferenciacién social, hecho singular en la historia uruguaya y que al investigador le recuerda la Revolucion Ar- tiguista en 1815. Dicho como lo observaba en enero de 1916 un licido testigo con- servador: ‘‘Jamds se ha visto mds claramente que hoy la conexién inti- ma de la politica con la riqueza privada’’ (1) . Pero esta tendencia nunca pasé de tal, no llegé a igualar absolu- tamente las lineas de la tensién politica con las de la social, pues los grandes partidos —el Batllista y el Nacional, por ejemplo— siguieron queriendo ser, y realmente fueron, aun en esta instancia de mAxin.a tensién, policlasistas, Y, sin embargo, la lucha politica que culminara en la eleccién de constituyentes el 30 de julio de 1916, legé a ser percibida por una ga- ma de contemporaneos que cubria el espectro desde la izquierda al mundillo conservador, como un enfrentamiento de clases, en el mejor estilo de un marxismo casi mecanicista. A los ojos del investigador actual pareceria que los partidos politi- cos llegaron a expresar con claridad ciertos intereses sociales diferen- tes en 1916, y que ese hecho nuevo fue la culminacién de un proceso que se habia insinuado ya en 1905, durante la primera presidencia de Batlle, corporizado en 1911, al iniciarse la segunda, y convertido en os- tensible en 1913, a partir del lanzamiento del proyecto de ejecutivo co- legiado, la crisis econémica y la radicalizacién del reformismo. Este proceso plantea un problema teérico. Un enfoque que privi- legiara lo socio-econémico por sobre lo politico e ideolégico, diria que la tension entre las clases habia llegado a tal grado en el Novecientos —la mas notoria aunque no la tnica, era la que oponia al patronato industrial y los obreros montevideanos—, que se trasladé a la esfera politica. Por esa tension habrian nacido todos los movimientos contes- tatarios —incluyendo entre ellos, claro esta, al reformismo batllista—, y por ella seria tan dramitico el tono de la lucha entre ‘‘progresistas”’ y ‘‘conservadores’’ en los cruciales comicios de 1916, ruidosa traduc- cién politica de un enfrentamiento fundamentalmente social. Desde esta perspectiva, las clases habrian utilizado a los partidos politicos para expresarse y lograr sus objetivos dominando al Estado. Un planteo que, por el contrario, privilegiara lo politico e ideolégi- co, diria que la tensién entre los partidos por la disputa del Gobierno habia alcanzado tal entidad en las dos primeras décadas del Nove- cientos que éstos azuzaron a las clases y utilizaron sus intereses espe- cificos y sus diferencias para, promoviéndolos, promoverse conquistan- do un electorado masivo y, de paso, alarmar también, un tanto innece- sariamente, a una sociedad uruguaya que por si sola no hubiera gene- rado tan altas temperaturas de discordia. Es probable que una interpretacion historica que se quiera amplia y omnicomprensiva deba combinar estas dos visiones y eliminar sus aristas excluyentes, Por cierto que las crecientes tensiones sociales —entre los obreros y el patronato industrial, entre la clase media urbana y el elemento con- servador—, ambientaron el desafio reformista y la cada vez mayor tem- peratura politica que se apoderé del pais entre 1911 y 1916. Pero parece también obvio que en la disputa por el Gobierno los partidos tradicionales utilizaron esas tensiones y hasta en algtin caso las exacerbaron. El reformismo, al plantear la jornada de 8 horas en medio de la desocupacién obrera y la atonia de la vida sindical, y los dirigentes blancos y riveristas al inducir a los estancieros a agremiarse en la Federaci6n Rural, usaron la tensién social preexistente pero tam- bién la incrementaron, la dotaron de potencialidades politicas mayores que las derivadas exclusivamente de su peso especifico. eae Si de lo politico pasamos a lo social, el mundo que se nos presenta es también pleno de sugerencias tedricas e interpretativas pues surgen de inmediato dos problemas relacionados: qué representacién de la so- ciedad uruguaya se hicieron sus capas dirigentes y qué clase de conduc- ta politica tuvieron los grupos sociales entrevistos por esos contempo- raneos. En primer lugar, cabe aclarar que la idea de la sociedad dividida en tres clases principales —altas, medias y populares— fue propia del W Novecientos europeo y uruguayo, por lo cual cuando las mencionemos y hagamos aparecer como protagonistas de su presente politico, no hare- mos mas que considerar como real el mundo que los contemporaneos creyeron vivir. Averiguar si los hechos certifican esa vision es harina de otro costal y escapa al analisis que hemos deseado realizar. Desde ‘‘El Socialista’’ y ‘El Dia’’ —voceros del cuestionamiento radical y reformista del orden social, respectivamente— a ‘‘E] Siglo’’ y “The Montevideo Times’’, voceros del mas rancio orden establecido, todos describieron a la sociedad uruguaya como integrada por “‘las clases conservadoras”’, que la controlaban econémicamente, habiendo sido vistas cuando comenzé a utilizarse el calificativo como las que de- seaban la paz interna; ‘‘la clase media’’, cuyos pilares segin ciertos diputados batilistas eran tanto los pequefios propietarios como ‘‘los empileados publicos"’; y los ‘‘desamparados’’o “‘humildes’’, denomina- - cion genérica muy en boga entre los dirigentes blancos y colorados, aunque estos ultimos cuando eran reformistas de extraccién montevi- deana preferian la mas restrictiva de ‘‘obreros’’ o la filo-socialista de “clases trabajadoras’’. A veces, cuando la descripcién de la sociedad provenia de los gre- mios que agrupaban a los grandes ganaderos, estos distinguian en ese conjunto al ‘‘pobrerio"’, la poblacién marginada y asalariada por y de la estancia. Inguirir, en consecuencia, cual fue la actitud politica de estos tres grandes protagonistas es simplemente preguntarle al pasado, de acuer- do a sus propias coordenadas interpretativas, el comportamiento po- litico de los grandes grupos sociales que él crey6 descubrir en su seno. Una sola de esas clases sociales, la alta, tendié a actuar en politi- ca con racionalidad que hoy llamariamos ‘‘moderna’’, es decir, una ra- cionalidad que traducia sus intereses en conductas politicas que los servian objetivamente. El elemento conservador de la sociedad urugua- ya actuo, como clase, inicamente a través de las tres agrupaciones que lo defendieron —el Partido Nacional, el riverista y la Unién Civica—, y abandoné casi al partido de Gobierno, a la mayoria colorada batllista que lo habia cuestionado. El comportamiento politico de las clases medias estuvo influido tanto por el cuidado de sus aspiraciones econdmicas y sociales, lo que al menos a la urbana la acercaba al batilismo y al socialismo, como por el temor a los ‘‘excesos’’ de estos movimientos contestatarios. Su conducta politica era racional pero esa racionalidad no traducia sélo los intereses materiales sino también los miedos, las ideas, las repre- sentaciones mentales que las clases medias se hacian de la vida social y politica. Y esas ‘‘imagenes’’ frecuentemente entraron en contradic-

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