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El renacer de la psicología

Finalizaba el año 2498. Mientras el mundo entero, tanto humano como transhumano, le
daba la bienvenida al que sería el último año del siglo XXV, mi abuela y su grupo de diez
coninvestigadores -recluidos en el laboratorio penitenciario de la ciudad flotante de
Boston, Massachusetts- me aterraban con sus tranquilos rostros. A la víspera de su
ejecución, parecían todo menos ansiosos. Yo, quien apenas contaba catorce años,
observaba junto a mi madre a través del cristal los serenos gestos de los condenados
científicos y de su líder, la doctora Ally, como solían llamar cariñosamente a mi abuela.

Pero, ¿por qué iban a ejecutar a once eminentes investigadores? ¿Qué delitos habían
cometido? La respuesta era simple: ninguno. Sin embargo, junto con su equipo, la
estimada doctora Ally había logrado que el mundo abriera los ojos y se diera a una ardua
lucha por la recuperación de la verdadera humanidad. Para conseguirlo tuvieron que
sacar a la luz los actos políticos, empresariales y monopolistas más corruptos del milenio
basados en la perspectiva evolucionista neospencerista más despiadada. Con ello,
movilizaron masas en todo el planeta, lo que los llevó a ser declarados criminales.

Mi abuela era una mujer dulce y cariñosa. Aunque se crió en un ambiente donde
imperaba el neospencerismo y su vida como jefe del Departamento de Investigación de
Transbiología Virtual y Molecular de Massachusetts era bastante ocupada, siempre
sacaba tiempo en las noches y los fines de semana para hablarme de una de las ciencias
extintas más importantes y apasionantes para ella: la psicología. Yo amaba ese concepto,
junto con el de filosofía. Ella me contaba que en siglos anteriores a la revolución
transhumanista, la psicología era la ciencia que se encargaba de estudiar el
comportamiento de los verdaderos humanos.

Antes de que todos los habitantes de la tierra contaran con acceso a Internet desde los
lóbulos prefrontales de sus cerebros, de que los microchips de monitoreo y homeostasis
aniquilaran mediante biológía inteligente cualquier agente patógeno que entrara al
organismo, de que los autos aerolivianos funcionaran en muchas partes del mundo a
partir de energía geotérmica y de que más de la mitad de los actores de cine fueran
hologramas, muchos científicos y clínicos se dedicaban a analizar la conducta humana,
tanto saludable como patológica, por medio de la psicología. De otra parte, la filosofía,
como estudio del alma, se encargaba de cuestiones como la existencia, el conocimiento,
la verdad, la moral, la belleza, la mente y el lenguaje.

En nuestras agradables charlas, mi abuela me decía que le hubiera encantado ser


psicóloga. Conocía todo sobre historia de la psicología, la cual contaba con destacadas
aportaciones de la filosofía, la fisiología e incluso la biología. Me explicaba que Aristóteles
y Platón, dos importantes filósofos, acuñaron el concepto de psique o alma, el cual
designaba la fuerza vital de un individuo. Así mismo, me contaba lo que había leído sobre
Agustín de Hipona, quien dio origen a una psicología humana que no recurría a la
observación exterior para descubrir qué era el hombre sino que postulaba replegarse
sobre la verdadera interioridad humana; y sobre Tomás de Aquino, quien superó el
dualismo espiritualista al afirmar que el alma es subsistente. ¿Alma? ¿Qué era eso?
¿Cómo se demostraba eso por experimentación? Era algo que me preguntaba sin
comprenderlo.

Otro de los autores influyentes de la filosofía en la psicología de los que hablaba mi


abuela era René Descartes. Mientras jugábamos a Rubik Cube en mi IPhone 74S, ella me
explicaba que la influencia cartesiana fue importante para la psicología en su formulación
del racionalismo, en su concepción mecanicista del mundo y en su concepción dualista de
los seres humanos. Por otro lado, me decía que David Hume y John Locke, pioneros de
una filosofía denominada empirista, aseveraron que el origen del conocimiento, del
aprendizaje y de todas las ideas del ser humano es la experiencia. ¡Cuánto me hubiera
gustado que estos hombres vivieran en mi época para apelar por la defensa de las
experiencias innatas! Entre tazas de té orgánico, la experimentada doctora Ally me
narraba que otros autores influyentes fueron Thomas Reid, quien con los conceptos de
sensación y percepción aseguraba que en la mente solo se daban operaciones
cognoscitivas mediante las cuales el ser humano entraba en contacto inmediato con la
realidad; Immanuel Kant, quien sustituyó el concepto psicológico real metafísico o
empírico por otro epistémico de carácter lógico defendiendo la razón pura; Auguste Comte
y John Stuart Mill, positivistas que estipulaban que el conocimiento debe referirse a
hechos comprobables mediante la observación y experimentación; y Johann Herbart,
quien propuso independizar la psicología de la filosofía. Por último, recuerdo a mi abuela
hablándome del filósofo y psicólogo Wilhelm Wundt, reconocido por haber desarrollado el
primer laboratorio de psicología experimental.

Tras las amenas charlas con mi abuela sobre estos importantes autores me preguntaba
por qué la psicología, siendo una ciencia experimental, había desaparecido de los
currículos académicos al igual que la filosofía en el siglo XXIII. La respuesta estaba en el
tipo de humanos que éramos ahora, factor que tenía a mi amada abuela a un día de
ejecución.

Mi abuela había dedicado toda su carrera a estudiar lo que hacía trescientos años había
cambiado completamente la biología: el descubrimiento de la modificación del mapa
genético de cualquier organismo vivo, incluido el ser humano. Con ello, las enfermedades
que se creían incurables desaparecieron. El genoma llegó a ser completamente
modificable. En los inicios, se consiguió curar desde todo tipo de cáncer hasta las
enfermedades mentales más extrañas sin necesidad de recurrir a ningún tipo de terapia.
Las intervenciones clínicas fueron revolucionadas. La psicología clínica y las terapias de
neurorehabilitación quedaron obsoletas debido a que los pacientes eran sometidos a
tratamientos puramente biológicos y sus órganos afectados eran reemplazados, enteros o
en parte, por otros creados en laboratorios a partir del ADN del individuo.Ya no se
necesitaban psicólogos en el área clínica, las enfermedades mentales y el
comportamiento problemático podían modificarse desde el genoma en pocos minutos.
Todos los órganos, incluido el cerebro, podían ser clonados, modificados y
perfeccionados en laboratorios de genética. La ciencia y la ingeniería habían cambiado el
mundo.
No obstante, los avances trajeron consecuencias nefastas sobre la esencia de la
humanidad. Con toda aquella innovación se fueron introduciendo nuevos modelos de
modificación genética, lo que terminó extinguiendo la psicología científica. Los
financiadores ambiciosos ignoraban la influencia del ambiente sobre lo biológico y
enfocaban sus recursos solo en proyectos asociados a la genética. Con los avances,
incluso los patrones sanos del genoma se modificaban a fin de volverlos perfectos. Se
desarrollaron sofisticadas invenciones ingenieriles que en pocas palabras, terminaron
introduciéndose en los cuerpos de los humanos hasta convertirlos en lo que hoy se
conoce como transhumanos, es decir, seres mecánicos, virtuales, digitales y
biológicamente manipulados en laboratorios.

En otros campos, el progreso tecnológico relegó a un 60% de la población mundial a vivir


en pequeñas smart houses donde deben cultivar sus propios alimentos y convertir el rocío
en agua. Así mismo, las ciudades flotantes se hicieron más populares gracias al deshielo
global y a los hipercanes, como los que que dividieron en dos el continente americano,
arrasando Centroamérica en menos de cien años.

Todas aquellas anomalías surgieron a partir de la revolución transhumanista. Entre tanto,


muchos científicos ambiciosos se aliaron con los monopolistas, políticos y grandes
empresarios para que financiaran sus investigaciones, omitiendo las consecuencias que
esto traería en el futuro. Cuando ofertas como estas llegaron a los laboratorios del
Departamento de Investigación de Transbiología Virtual y Molecular de Massachusetts, mi
abuela y su equipo las rechazaron de plano. Sabían que no solo estaban desapareciendo
las ciencias que estudiaban al ser humano, como la psicología, sino que además, a ese
paso, quien terminaría desapareciendo sería el mismo ser humano.

Cansados de la presión y de que no se lograra financiar una ciencia que buscara el


bienestar humano y no transhumano, decidieron poner en conocimiento del mundo todas
las irregularidades que encontraron en el camino. Fue esto lo que los llevó a que el 1 de
enero de 2499 fueran ejecutados con la inserción de un parásito letal en sus dispisitivos
de monitoreo y homeostasis, el cual atacaba de manera fulminante el sistema nervioso
central. Ese ha sido literalmente el día más triste de mi vida.

Afuera del laboratorio penitenciario, mi madre –quien aún no asimilaba lo sucedido- dibujó
una leve sonrisa en su rostro al ver las multitud de humanos e incluso transhumanos que
protestaban afuera por la ejecución de los once reconocidos científicos. El mundo estaba
cansado de que su ADN fuera modificado. Aunque era un momento doloroso, mi madre y
yo sabíamos que mi amada abuela y su equipo habían logrado su objetivo: hacer que la
humanidad luchara por recuperar su verdadera esencia. Sin embargo, la pregunta de si
vencerían en esa lucha seguía en pie, pues hacía falta alguien con el mismo temple y
valor de la doctora Ally para luchar por ese ideal. ¿Existiría alguien? La respuesta no era
confusa, yo sería aquella persona.

Al llegar a casa le dije a mi madre que iba a seguir los pasos de mi abuela y que quería
ser científica. Presentía que no era el mejor momento pero decírselo, pero amaba a mi
abuela tanto como a mi madre.
-Te amo mamá. No sé si me entiendas, pero quiero terminar lo que ella comenzó-

-¿Estás segura de que quieres hacerlo?- Me respondió tomándome de la mano.

-Sí, estoy segura- le dije.

-No es fácil para mí. Eres lo único que tengo, pero sé que la amabas mucho y que llevas
en tu ADN la esencia de lo que ella era. ¿Qué quieres hacer para comenzar?-

-Quiero estudiar psicología-

-¿Psicología? Pero eso ya no existe. No se enseña en las universidades- me respondió


con asombro.

-Lo sé, pero yo la haré resurgir. Voy a hacer que se recuperen la filosofía y la psicología.
Voy a traer de nuevo las ciencias extintas- respondí.

-¿Y a qué apelarás para lograrlo?-

-A la fisiología y a la biología- contesté con determinación.

Al terminar de conversar con mi madre me dirigí hacia la biblioteca del Departamento de


Neurociencias de la antiquísima y prestigiosa Universidad de Harvard. Quería hacer
consultas en viejos libros impresos para evitar indagar en material digital manipulado.
Sabía que si en estos antiguos ejemplares bibliográficos encontraba las aportaciones que
la fisiología y la biología habían hecho a la psicología, tendría elementos para sustentar
una defensa a favor de la recuperación de la verdadera humanidad y de las ciencias
extintas. Para mi sorpresa, me encontré con una persona en la biblioteca para guiar mi
consulta y no con un smart display de cinco metros de altura. La bibliotecaria, una señora
de unos sesenta años, resultó ser conocida de mi abuela. Tan pronto como me reconoció,
me dirigió a los libros que más podían servirme en mi investigación.

Para mi sorpresa, encontré multitud de información valiosísima. ¡Había cientos de obras


de consulta! Tomando los libros más apropiados, mi sorpresa fue aún mayor. La fisiología
había hecho importantísimos aportes a la psicología. Por ejemplo, me encontré en un libro
con una cita de Wilhelm Wundt, el filósofo y psicólogo de quien me hablaba mi abuela. La
cita decía que entre 1800 y 1850 –parelelo al estudio de lo psicológico- hubo desarrollos
notorios en el campo de la fisiología. Se definió una auténtica fisiología experimental del
sistema nervioso vinculada al laboratorio. Con ello, se resolvieron un conjunto de
cuestiones inexploradas con implicaciones psicológicas. Muchos de los resultados que
aportó la fisiología ayudaron a conformar las bases de la psicología científica posterior en
cuanto al método. Los forjadores de la nueva disciplina se formaron con los grandes
fisiólogos partidarios de la experimentación, o ellos mismos fueron fisiólogos de
formación.

En otro apartado, encontré que en el siglo XVIII Von Haller fue considerado el padre de la
fisiología experimental, al establecerla como ciencia independiente. Su obra Elementos de
la fisiología del cuerpo humano fue durante todo el siglo el tratado de fisiología. Entre
tanto, Luigui Galvani demostró de forma experimental que el tejido animal genera
electricidad. Más adelante, en 1809, François Magendie demostró experimentalmente que
los nervios que se conectan con la médula por las raíces posteriores (sensoriales)
transmiten señales del ambiente externo al interno, mientras que los conectados por sus
raíces anteriores (motores) transmiten impulsos desde el cerebro a la periferia. El
descubrimiento era tan importante para la fisiología como para la psicología, pues sentaba
las bases para una investigación experimental de la sensación y del movimiento como
funciones separadas. Los fisiólogos dejaron de un lado las implicaciones metafisicas del
estudio del cerebro y comenzaron a estudiar sus funciones mentales con relación a sus
sedes orgánicas.

Casi al terminar la tarde, encontré en uno de los viejos libros de neuroanatomía los
trabajos de Pierre Flourens. Este anatomista y fisiólogo dividió el sistema nervioso en seis
unidades o estructuras anatómicas naturales y operó sobre cada una, concluyendo que
todas estas distintas partes del sistema nervioso tienen propiedades específicas,
funciones propias, efectos distintos, y, a pesar de la maravillosa diversidad de sus
propiedades, funciones y efectos, constituyen un sistema único. Esto no era algo muy
nuevo para mí, pero sí lo era desde el punto de vista psicológico, ya que estos mismos
postulados se habían puesto a prueba siglos anteriores en los laboratorios de
neuropsicología, neurociencias y psicología experimental. La psicología y la fisiología
estaban estrechamente relacionadas. De hecho, habían evolucionado en épocas
paralelas y ambas habían sido sometidas a experimentación incluso en los mismos
laboratorios con hallazgos conjuntos. Por ello, si diferentes métodos sirvieron en aquellas
épocas para demostrar la validez científica de la psicología, ¿por qué no hacer lo mismo
ahora? ¿Por qué no replicar aquellos experimentos en un estudio comparativo en una
muestra de transhumanos y otra de humanos a fin de demostrar la importancia de
devolver la esencia biológica de la verdadera humanidad y recuperar la ciencia extinta de
la psicología? Los instrumentos, los materiales y los métodos excedían. Sólo hacía falta
alguien que lo demostrara.

Yo todavía no era científica. Hacía dos meses me había graduado de la preparatoria y la


única experiencia que tenía en investigación eran los tres años que había pasado en los
laboratorios de biología, química, física y bioestadística de mi escuela. No obstante,
todavía hacía parte del programa de Jóvenes para el futuro de la ciencia, patrocinado por
la Universidad de Yale y el Departamento de Investigación de Transbiología Virtual y
Molecular de Massachusetts, donde trabajaba mi abuela. Sin dudarlo, recurrí a varios de
sus viejos colegas, quienes me ofrecieron todo su apoyo.

En los experimentos, logramos comprobar la estrecha relación entre la fisiología y la


psicología. No obstante lo que más nos sorprendió fue la relación entre la psicología y la
biología. Por ejemplo, la respuesta galvánica de la piel (GSR) que se puede medir a
través de biofeedback como respuesta fisiológica del cuerpo, estaba alterada en la
muestra de sujetos transhumanos en comparación con la muestra de humanos. Los
transhumanos que tenían cerebros hechos en laboratorio sudaban un 85% menos, por lo
que la resitencia eléctrica de su piel no cambiaba. Esta baja resistencia demostraba que
su excitación emocional estaba alterada, lo que sugería que su hipotálamo no funcionaba
correctamente. Comprobamos esta última teoría mediante resonancia magnética
funcional de seis dimensiones y nos dimos cuenta de que aquellos transhumanos no
funcionaban de la misma manera que los humanos no alterados biológicamente, por lo
que se podía demostrar que la esencia de la humanidad se altera en un alto porcentaje
con la manipulación del genoma y el transhumanismo.

Nuestro estudio fue publicado en la prestigiosa revista Nature, donde mi abuela tenía
decenas de artículos. Para nuestra sorpresa, científicos sinceros de todas partes del
mundo replicaron este y otros estudios que hicimos y los resultados fueron los mismos.
Con ello, conseguimos establecer el denominado paradigma transhumanista, que
establecía por medio de múltiples investigaciones las graves afectaciones que tiene la
modificación del genoma humano y la necesidad de hacer resurgir las ciencias extintas
que se encargaban de estudiar la esencia de la humanidad, como la psicología. Mientras
tanto, por todo el mundo los medios informativos y las masas se movilizabas apoyando
nuestros hallazgos.

Tres años después de la muerte de mi amada abuela y mientras cursaba tercer año de
biología recibí una carta de la Sociedad de las Neurociencias. En ella me invitaban a
exponer los resultados de algunos de nuestros estudios y a explicar las razones por las
que se debía frenar la modificación del genoma humano y hacer resurgir las ciencias
extintas que estudiaban la humanidad esencial. Tras aceptar la invitación junto al líder de
mi grupo de investigación, preparamos todo para nuestra ponencia.

Para mi sorpresa, entre los invitados especiales de aquella reunión estaban altos
miembros del Tribunal Internacional de Derechos de los Ciudadano, llamado Tribunal
Internacinal de Derechos Humanos antes de la era transhumanista, y de la Organización
de las Naciones Unidas. En pocos minutos entendí que no se encontraban allí por
casualidad. Querían conocer de mano de los investigadores los hallazgos que buscaban
acabar de una vez por todas con el transhumanismo, la modificación del genoma y que
pretendían hacer que la psicología fuera enseñada en las universidades. Sin miedo a
nada y con toda propiedad comenzamos nuestra ponencia.

En la mitad del discurso, los delegados de los tribunales empezaron a formular preguntas.
Solicitaron al líder de mi grupo que se sentara y dirigieron todas las preguntas hacia mí.

-Usted no es bióloga aún, tengo entendido. ¿Cómo es que puede decir afirmar con tanta
seguridad que la modificación del genoma afecta la esencia de la humanidad?- Preguntó
uno de ellos.

-Es cierto, aún no soy bióloga. Sin embargo, los estudios realizados demuestran que
nuestra teoría es verdadera. Incluso se ha establecido un paradigma. No es necesario ser
biólogo graduado para entender un artículo científico y comprender los resultados de un
estudio que ha sido replicado por decenas de grupos de investigación alredor del mundo y
que ha logrado establecer los mismos resultados- Respondí.
-¿Por qué razón sería necesario recuperar una ciencia extinta como la psicología? Hemos
sobrevivido años sin ella y hemos tenido éxito- Replicó otro de los delegados.

-En primer lugar, es necesario recordar que la psicología era la ciencia que estudiaba el
comportamiento humano. Muchos científicos, políticos y académicos consideran que está
obsoleta. Sin embargo, en su afán de enfocar su visión hacia el componente
exclusivamente genético, olvidan que el ser humano no solo es biología, sino también
ambiente. Los humanos somos el resultado de la interacción de nuestros genes con el
medio, no somos genes exclusivamente. Sin embargo, esto ha sido ampliamente
ignorado. Incluso los transhumanos también son influenciados por el ambiente, aunque la
esencia de la humanidad ha sido alterada. Si recuperamos la psicología, recuperaremos
el estudio de la conducta humana en base a todos los factores que influyen sobre ella,
tanto biológicos como ambientales- Contesté al delegado

-Comprendo, es una explicación coherente- dijo.

-Ahora, usted habla de que hemos tenido éxito. ¿De verdad debería considerarse éxito a
una raza más transhumana que humana que está siendo dominada por el
neospencerismo?- Afirmé al mismo delegado.

-Un momento, si va a hablar mal de Herbert Spencer está en contra de la evolución. A


estas alturas eso no tiene sentido- Expresó un respetado neurocientífico parándose de su
silla con enojo.

-No es mi intención hablar mal de Herbert Spencer, ya que como explicaré, sus
aportaciones, las de Darwin y la teoría de la evolución y las de la biología como ciencia
básica tienen amplia influencia sobre la psicología. Sin embargo, si vamos a ser realistas,
debemos reconocer que nuestro mundo es neospencerista. Nuestros modelos de vida en
las urbes flotantes y no flotantes promueven más el desarrollo tecnológico que la calidad
de vida de los ciudadanos. Cada día apoyamos más la antigua doctrina del laissez-faire,
dejando que lo que llamamos progreso social se dé sin obstáculos y considerando con
nuestro pensamiento evolucionista que si intervenimos por medio de políticas sociales
para ayudar al verdadero humano afligido, alteraremos, distorsionaremos, reprimiremos y
dañaremos la evolución natural de la vida.- Contesté.

Sin responder una sola palabra, el respetado neurocientífico regresó a su lugar. Mientras
tanto, yo cumplí lo prometido. Compartí con todos los asistentes las aportaciones de la
biología sobre la psicología. Desde un enfoque darwiniano les recordé a los presentes
que el evolucionismo se relaciona con los antiguos postulados de la psicología
evolucionista, la psicología evolutiva, la psicología biologicista, la psicología genética y la
psicología comparada, las cuales no se centran en el aprendizaje como determinante del
comportamiento, sino en los patrones biológicos que vienen con las mismas especies,
tanto a nivel ontogenético, en el desarrollo del organismo individual, como filogenético, en
los procesos de cambio entre generaciones y especies que se van sucediendo las unas a
las otras.
Enfaticé también que según el evolucionismo, los genes determinan la conducta, no el
aprendizaje, como se defiende en otros paradigmas psicológicos. En la psicología
evolutiva se pasa de una concepción del ser como permanencia a una concepción del ser
como cambio. Desde la perspectiva biologicista, se explica que al menos la mayoría de
las características psicológicas humanas son heredadas biológicamente. Lo anterior
prepara el terreno para estudiar los cambios que ocurren en el ser humano desde la
concepción hasta la muerte, denominado enfoque del ciclo vital. Recordé a los presentes
que estas últimas características hacen parte de los verdaderos humanos, no de los
transhumanos que han sido modificados genéticamente. Del mismo modo, puntualicé que
dada la evidencia, al recuperar la psicología la podríamos integrar con la biología de
manera completamente compatible.

Finalicé mi discurso haciendo hincapié en Charles Darwin y, de nuevo, en Herbert


Spencer. En Darwin, para recordar cómo generalizó las explicaciones empiristas
tradicionales sobre el desarrollo de la psicología individual aplicándolas al desarrollo
evolutivo de las especies y cómo sostuvo que las diferencias entre la psicología y el
comportamiento de seres humanos y animales son productos de diferentes grados de
inteligencia. En Spencer, para exhortar a la reflexión que siglos atrás habían compartido
psicólogos de los Estados Unidos, quienes no se sintieron motivados a adoptar el modelo
de laissez-faire y que creyeron sinceramente que los frutos de la psicología científica
podían y debían aplicarse para aliviar el sufrimiento y promover el mejoramiento general
de la condición de la vida humana. Agradeciendo a los presentes, los animé para que
promovieran la recuperación de la esencia de la humanidad evitando realizar más
modificaciones en el genoma humano y buscando el resurgimiento de ciencias extintas
como la psicología.

Jamás me imaginé que aquel discurso en la reunión de la Sociedad de las Neurociencias


de hace doce años tuviera tanto impacto. Hoy es 1 de enero de 2514. Hace quince años
mi amada abuela Ally y su equipo de diez coinvestigadores murieron ejecutados como
criminales al promover la lucha por la recuperación de la verdadera humanidad. El mundo
todavía lamenta su pérdida. Sin embargo, ante este auditorio de la cumpre inaugural de la
Sociedad Internacional de Psicología, debo decir que sus muertes no fueron en vano.
Gracias a sus importantes aportaciones científicas, a la información que sacaron a la luz,
a las masas movidas y a sus vidas sacrificadas, hoy podemos decir que el
transhumanismo y la modificación del genoma humano han sido eliminado de todos los
laboratorios de genética y biología del mundo.

Así mismo, es un placer para mí presentarles el nuevo Código de Ética para la


Experimentación Científica en Psicología que se aplicará en todas las facultades de
psicología a nivel mundial. Sí, ya tenemos varias promociones de psicólogos en el siglo
XXVI. Yo hago parte de una de ellas. Puedo decirles que nunca me arrepentiré de haber
dejado mi carrera de biología a mitad del camino para ser psicóloga, magíster en
neuropsicología y doctora en ciencias cognitivas. Hay muchos biólogos en esta era, pero
necesitamos más psicólogos que se ocupen de tratar en ámbitos clínicos e investigativos
el comportamiento de los verdaderos humanos. Por ello, ¡felicitaciones a todos los
psicólogos científicos que han trabajado por la recuperación de esta ciencia que estaba
extinta! Nuestro siguiente paso es apoyar a quienes están trabajando en resurgir la
filosofía, recordando que, aunque no seamos perfectos, somos seres con características
filosóficas, fisiológicas, biológicas y psicológicas que conforman lo que nos hace
verdaderamente humanos.

Referencias bibliográficas:

Greenwood, J. (2011). Historia de la psicología. Un enfoque conceptual. Cap. 7 Teorías


de la evolución. México: Editorial McGrawHill. Recuperado de:
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Tortosa, F. & Civera, C. (2006). Historia de la psicología (1a. ed.). Cap. 3 Primeros
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