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Este fatigoso bregar toda la noche sin obtener ningún fruto es símbolo
del activismo eclesial que termina por no producir absolutamente nada.
Las estructuras eclesiales de nuestro tiempo podrían verse hondamente
cuestionadas a partir de este texto. Piensen Ustedes en la Iglesia de hoy:
múltiples celebraciones, sacramentos, ritos, oraciones, liturgias muchas
veces desconectadas de la vida concreta de las personas, homilías y
sermones aburridos y carentes de contenido teológico y espiritual,
planes de pastoral que ni los párrocos secundan, circulares de los
obispos o exhortaciones del Papa que caen en el vacío; en general,
nuestro pueblo va sintiendo cada vez más hondamente (y cada vez más
dolorosamente) la falta de “conexión”, por un lado, de sus pastores con
el Señor y, por otro lado, de lo que aquellos hacen para dar respuesta a
sus necesidades más sentidas. Lo peor, creo yo, es que en la mayoría de
los casos, los pastores no somos conscientes de lo que está pasando: las
iglesias se van vaciando paulatina e inevitablemente y la gente se va
distanciando cada vez más de la enseñanza oficial de la Iglesia, sobre
todo, en lo que se refiere a cuestiones de justicia social y de moral. Lo
veo cada vez más dramáticamente en la Universidad en la que colaboro
como capellán. Se trata de una Universidad de inspiración cristiana,
cuyo ideario hace explícita alusión al Evangelio como criterio inspirador
de su formación humanista y trascendente. Pues bien, la mayoría de los
alumnos viven al margen de la Iglesia oficial, de sus estructuras
pastorales, de su liturgia y, por supuesto, de su propuesta moral. Hemos
ido perdiendo campo de influencia; ya ni siquiera suscitamos oposición
o contestación. Simplemente, somos cada vez más irrelevantes. La
propuesta cristiana cada vez les dice menos, no hallan cómo pueda esa
propuesta decirles algo verdaderamente significativo, que tenga un
efecto positivo en sus vidas. No pretendo poseer la solución. Lo que sé es
que nuestra pesca sigue siendo infructuosa, por mucho que nos
fatiguemos toda la noche.
“Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se
ató a la cintura la prenda de encima, pues estaba desnudo, y
se tiró al mar.” La desnudez de Pedro indica que carece del vestido
propio del discípulo, que es el del servicio. Su desnudez consiste en no
aceptar la muerte de Jesús como expresión suprema del amor ni haberla
tomado como norma; no responder al impulso del Espíritu que lo habría
llevado a identificarse con Jesús. Pero cuando comprende que es el
Señor y lo que él quiere de los suyos, se ata a la cintura el manto y se
arroja al mar. Con esto el evangelista quiere conectar la escena con
aquella del lavatorio de los pies, en la que Jesús “se ató la toalla a la
cintura” y se puso a lavar los pies de los discípulos, indicando el tipo de
mesianismo que estaba dispuesto a encarnar hasta las últimas
consecuencias: un mesianismo que se pone a los pies del hombre y da la
vida por él, a lo que Simón, al principio se resiste. Ahora lo ha
comprendido todo, y, asumiendo para siempre el servicio y la entrega de
la vida, se arroja al mar, lo que significa que acepta el riesgo de la muerte
y se decide, por fin, a seguir a su Señor.