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Ivana miraba fijamente los ojos de su madre.

Era una sensación nueva para ella que, mientras veía


la sangre escurrir entre sus dedos, pensaba en lo divertido que se sentían esas dos viscosidades en
sus manos.

Ya era 30 de enero y Carlos aún debía el último arriendo del año anterior. Su esposa, no muy buena
encontrando soluciones, optaba por reclamarle de forma airada por la situación tan precaria de su
hogar, escondiendo quizá la incapacidad propia de aportar.

- Callate mujer, vos también tenés manos!, era la primera respuesta que las neuronas espejo
de Carlos ponían en su boca.

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