Muchas personas entran en conflicto por decir cosas que no se deben.
Por lo tanto, antes de abrir
la boca, piensa primero y luego ábrela. Toma conciencia de aquello que estás por decir. Pregúntate: “¿Aquello que estoy por decir, traerá beneficio alguno a mí o a otros?” Si la respuesta es “no”, o si no estás seguro, es preferible el silencio. Mejor permanecer callado que lamentarse. El ser humano posee numerosas pasiones. Uno de sus rasgos más poderosos y únicos es su facultad de hablar. Hay personas que desarrollan una pasión por hablar mucho, responder mal, emplear un idioma perverso, e insultar hiriendo los sentimientos ajenos. Si deseas ser sabio, aprende a manejar los silencios. La costumbre del mundo es que quien habla no hace obra, Hay muchas personas que a pesar de tener suficiente y ser ricos, son envidiosos de los demás. Esta clase de gente es desafortunada y nunca será feliz. Es siempre bueno seguir la enseñanza de Ben Zomá: “¿Quién es acaudalado?, Aquél que se alegra con su porción”. (Ética de Nuestros Padres IV). No emplees el dinero sino para hacer el bien – para ti y para los demás -. No malgastes aquello que tiene valor. El tzadik vigila su dinero cuidadosamente, pues le es preciado y casher. “Dinero casher” es aquel que fue ganado honestamente. La persona prudente es práctica en lo económico pero no es avara. El dinero es un medio para un objetivo, no lo ames como fin en sí mismo. “Sabroso es al hombre el pan habido como engaño, mas después se le llenará la boca de cascajo”. (Mishlé 20:17). Silencio: Ten en cuenta la enseñanza de Hillel: “Aquello que te es odiado a ti no hagas a tu compañero” (Talmud Bavli, Shabat, 31). Si deseas ser justo con tus semejantes, comienza cediendo y renunciando. Pronto te percatarás que la felicidad eterna proviene no de recibir, sino de entregar, no engañando sino brindándose, no en la búsqueda de placeres sino deleitando a los demás y siendo generoso y no envidioso. Quienes aman y practican la justicia son rectos y su conciencia está limpia. A efectos de ser apto para un cargo rabínico (o liderazgo) la persona debe ser capaz de cumplir la Mitzvá, “no temerás a ninguna persona” (Rabí Israel Salanter). Todo placer contiene un elemento de tristeza (Iaarot Dvash). Austeridad: Para ser humilde y evitar la arrogancia, intenta aprender de otra persona. Te percatarás que toda persona posee conocimientos o virtudes que tú no tienes. Reconoce tus limitaciones y no menosprecies las buenas cualidades de tus compañeros. Nadie puede vanagloriarse de ser “lo más grande que hay”. Moisés, el máximo profeta, fue la persona más humilde de la historia. Abate tu soberbia aquí, para que no seas humillado en el más allá (Shmot Raba 30:15). Rectitud: Guarda todo en su lugar ordenadamente para que no pierdas tiempo y paciencia en buscarlo. Todo lo que emprendes hazlo de manera organizada y metódica. Esfuérzate en concentrarte en lo que haces y no te distraigas con otros objetos y pensamientos. Un rabino fue a visitar a su hijo que estudiaba en una Ieshivá. Fue directamente a su dormitorio y encontró que su cama, su vestimenta y sus efectos personales estaban guardados cuidadosamente cada cual en su lugar. Al retirarse le preguntó el Rosh Ieshivá: “¿No va a ver a su hijo, ya que vino hasta aquí?” “No hace falta – contestó el padre – , si hay orden en su cuarto, también debe haberlo en su cabeza”. Modestia: Es imposible evitar algunos problemas. Debes empeñarte en mantener tu paciencia aún cuando te enfrentes a un disgusto que no puedes eludir. Cuando pierdes la paciencia tu fastidio parece peor de lo que realmente es y, como resultado, sufres aún más. Si tu inconveniente no puede ser solucionado inmediatamente, por ejemplo, una enfermedad, ¿por qué agregar preocupación e impaciencia y sufrir más? Con fe no hay preguntas, sin fe no hay respuestas. (Jafetz Jaim). Orden: La Torá requiere que nuestros hogares, vestimentas y calles, estén limpias. Nuestra higiene personal y el aseo de nuestros cuerpos son imprescindibles. No provoquemos que los lugares públicos estén sucios. Cuando Hillel se despedía de sus alumnos, estos le preguntaron: ¿Adónde te diriges? “A cumplir una Mitzvá”, les respondió. ¿Cuál Mitzvá? Preguntaron – respondió: A asearme en el baño. ¿Esta es una Mitzvá? Si en los teatros y aceras hay un encargado que se dedica a limpiar y cepillar las estatuas de los reyes… ¿no debemos nosotros que fuimos creados a semejanza de D”s, tener el mismo cuidado por nuestros cuerpos? (Vaikrá Raba 34:3). Paciencia: Recuerda el consejo del Rey Salomón: “Las palabras de los sabios se hablan con suavidad”. (Kohelet 9:17). Dirígete con dulzura y sé noble con los demás, aún cuando tengas derecho a enojarte con alguien ¡no lo exageres! Mi amigo es aquel que me advierte mis errores – a solas. (Ibn Gabirol). Es fácil adquirir un enemigo, mas es difícil adquirir un amigo. (Ialkut Shimoní). Al procurar ganancias materiales, la felicidad depende del logro. En la búsqueda de HaShem, sin embargo, buscar y encontrar ocurren simultáneamente. (Rabí José Albo). Aseo: No permitas que las cosas banales perturben tu tranquilidad mental y paz espiritual. Debes disciplinarte a tener tu vista puesta a lo lejos, lo cual significa mirar adelante y pensar en las cosas que realmente trascienden en la vida. Cuando hagas eso, tu equilibrio mental no se perturbará por los problemas diarios de la vida. No te precipites, pues te podrías encontrar con molestias inesperadas que pueden hacer perder tu tranquilidad mental. Quien ama apresurado, también odia rápido. (Shevet Iehudá). No odies a una persona para mantener el amor de otra. (Sefer Jasidim). Suavidad: Respeta a todo ser humano, aún si este es diferente a ti, no comparte tus ideas o se te opone. Nunca olvides que todo ser humano es caro por el solo hecho de haber sido creado a semejanza de D”s, “Tzelem Elokim”. No persigas tu propia fama, pues la gente no respeta a los vanidosos. Recuerda la enseñanza de Ben Zomá: “¿Quién es el célebre? ¡Quién honra a los demás!” (Ética de Nuestros Padres IV). Mejor honrar a una persona sin dinero, que al dinero sin persona. (Tzemaj Tzedek). Un renombre inmerecido trae más vergüenza que honor. (Jafetz Jaim). No hay persona más dependiente de otros que aquel que busca honores. (Rabí Israel Salanter). Tranquilidad Mental: Entrénate a decidirte a seguir por un camino y una vez tomada la resolución no vaciles, sino llévala a cabo sin demora. Si tienes dificultad en tomar una determinación, pide consejo, pero no permanezcas en un estado mental confuso. La ociosidad cansa más que el trabajo. (Tzavaat Gueonei Israel). Estima: No malgastes tu tiempo. Procura estar ocupado siempre, realizando algo útil y bueno. “Tiempo es vida” – no lo desperdicies -. Sé atento a tus responsabilidades y obligaciones para no caer en la haraganería. No hay descanso que valga – salvo que le siga al trabajo -. (Rabí Saadia Gaón). El cerebro es al holgazán como una antorcha al ciego. (Bejinat Haolam). Diligencia: No hablar antes de estar seguro de estar diciendo la verdad. Los embusteros pueden parecer tener éxito – temporalmente -, pero a la larga, no se les confía. Al mentiroso no se le cree ni aún cuando dice la verdad. Recuerda: tu reputación depende de la veracidad de tus palabras. La verdad es una carga pesada, por consiguiente, son pocos quienes la sostienen (Meirí Mishlei 3:18). La verdad no queda anulada porque los incrédulos la nieguen. (Rabí Saadia Gaón). Si le agregas a la verdad la estás disminuyendo. (Sanhedrín 29). Agilidad: 13 MAXIMAS DEL RABI ISRAEL SALANTER Autenticidad: y quien hace obra no habla. (Avudraham). Más fácil es retractarme de lo que no dije, que de lo que sí dije. (Ibn Gabirol). EN LOS ENTRETELONES DEL PODER “¡Es un calco del padre!” – decía la gente acerca de Itzjak. Pero… ¿era realmente cierto? Superficialmente, sí. Sin embargo, debajo de los rasgos faciales, que eran muy similares entre su padre (Avraham) y él, había una desemejanza muy pronunciada en las características de ambos en lo que hace a su servicio personal al Todopoderoso. Aquella discrepancia no era incompatible, sino que, por el contrario, era complementaria. Cada uno de los patriarcas, Avraham, Itzjak y Ia’acov, adjuntó su propia enseñanza a la de los demás para preparar entre todos, los fundamentos de la nueva nación. La Torá es sumamente breve al relatar acerca de la vida de Itzjak, en comparación con la de Avraham y la de Ia’acov, a cuya vida y obra la Torá dedica varias Parshiot. ¿Por qué? Pues Itzjak representa la labor interno de perfeccionamiento. Esto no es visible hacia afuera, como sería, por ejemplo, la bondad demostrada por Avraham a huéspedes desconocidos. Para tratar de entender lo que significa esta cualidad, daremos un ejemplo de la vida cotidiana. Uno puede observar una cantidad de judíos que asisten a alguna sinagoga un domingo temprano al Minián. Si bien todos llegan a la sinagoga a la misma hora, nos es imposible evaluar el esfuerzo que significó individualmente para cada uno de ellos, llegar al Minián. Posiblemente, alguno de ellos sufra de insomnio. Otro habrá llegado tarde a casa de una fiesta la noche anterior. Un tercero, puede estar apurado por tener que llegar puntual a un trabajo. A otro, simplemente, le gusta dormir… ¿es, acaso, posible comparar la fuerza de voluntad que tuvo que emplear cada uno de ellos para alcanzar un mismo fin? Ese fue el gran aporte de Itzjak al pueblo: Llegar a exigirse a sí mismo todo el potencial que se pueda alcanzar, analizando hasta el fondo cada una de las acciones que se realiza. En hebreo, el término que lo describe es Guevurá. En la Mishná de Pirkei Avot (4:1) se pregunta: “¿Quién es un ‘guibor’ (una persona de poder)”? Y responde: “Hakovesh et itzró” (quien domina su propia inclinación negativa). Es decir que, si se busca una evaluación categórica de una persona que realmente ejerce el poder de manera absoluta, entonces solo se podrá decir que lo alcanzó, cuando puede reinar sobre sus propias pasiones. Habitualmente utilizamos el término “poder” en su aplicación de lo comparativo. Determinada persona o grupo de personas impera sobre otros y los somete. A tal fin, puede llegar a utilizar uno o varios métodos para imponer su voluntad sobre los demás. Ésta es la connotación negativa (si bien más habitual) del término en cuestión. “Negativa”, pues al imponer su deseo sobre otros, está coartando la libertad a los demás. En este sentido, da lo mismo si se impone por la fuerza física, por la dependencia emocional y seducción sensual, por el poder que le da su dinero o su posición política en un país o en una institución por sobre las necesidades materiales de otros, etc. En esta pulseada física, emocional o económica, gana transitoriamente quien posee en determinado momento más poderío que sus adversarios. Esto no impresiona al autor de la Mishná. Esta clase de “poder” va y viene, (todos somos relativamente fuertes o débiles dependiendo con quién y en qué área nos comparamos) y más que poder, esta actitud se debería denominar una debilidad por parte del que la ejerce, pues no puede resistir tener en sus manos cierta fuerza sin imponerla sobre los demás. (Los Sabios nos advirtieron que nos cuidemos de las esferas del poder, pues habitualmente se acercan a la persona cuando lo necesitan, pero no están a su lado en los momentos de apremio de ésta…) Hay varias instancias en las cuales Itzjak demostró ser dueño de sus propias pasiones. Una de las tantas, la encontramos en el momento en que quiso transmitir su bendición a su hijo mayor, Eisav. Antes de seguir, sería oportuno explicar qué es una bendición (Brajá). La bendición es un deseo para con otra persona. A su vez, es un rezo al Todopoderoso para que asista a aquella persona. Este rezo se consuma cuando la persona siente que su súplica es atendida por D”s (Rash”í en Bereshit 27:5). En el caso de Itzjak, llegó el momento de bendecir a sus hijos, pues sospechaba que estaba llegando su fin. Itzjak esperaba que el pueblo de Israel se construyera mediante ambos hijos. Dado que Eisav tenía una inclinación por la caza, Itzjak quiso responsabilizarlo por el futuro mantenimiento material de la nación, mientras que Ia’acov sería quien condujera al pueblo a nivel espiritual. Cuando Rivká escuchó que Itzjak quería bendecir a Eisav, supo que éste no era el indicado para recibirla, pues ya había demostrado que despreciaba la enseñanza de Avraham. Si bien Eisav respetaba profundamente a sus padres, no estaba dispuesto a llevar a cabo el esfuerzo interno que se requería para alcanzar la espiritualidad. Vestía las ropas que D”s había obsequiado a Adam, el primer hombre. Nimrod se había apoderado de ellas y luego se las quitó Eisav. Estas vestimentas tenían el aroma del Gan Eden. Sin embargo, con solo vestirlas, no se reemplazaba la ardua tarea de auto-mejoramiento. La espiritualidad debe nacer de adentro y no se puede disfrazar. Por lo tanto, Rivká intervino y alertó a Ia’acov para que fuera en lugar de Eisav y recibiera él las bendiciones materiales. No por el hecho que amaba a Ia’acov más que a Eisav hizo Rivká lo que hizo, sino que dijo: “¿Hasta cuándo va a engañar éste (Eisav) al padre?” (Bereshit Rabá 65:3). Itzjak, en cambio, amó a Eisav. A diferencia de Rivká quien ama (“ohevet” en presente), en forma natural a Ia’acov, Itzjak asumió el desafío de amar a Eisav, el cazador (“Vaie’ehav”). No es fácil hacerlo. Requería un afán especial para amar a una persona que cazaba. Cazar puede ser una actividad cruel y requiere de mucha trampa para poder llevarse a cabo. No es fácil educar a un hijo con esta clase de inclinaciones. A su vez, Itzjak encontró en Eisav a una persona que tenía muchos rasgos interiores en común con él mismo. Albergaba la esperanza de que, como él, Eisav utilizara esa naturaleza de la intrepidez para auto-exigirse más. Todos los padres queremos que nuestros hijos sean exitosos. Itzjak quería que Eisav logre dominarse, y creía que lo conseguiría. Rivká supo que no sería así, y colaboró para engañar a Itzjak. En el preciso momento en que Itzjak se percató de su error, inmediatamente lo reconoció y no se defendió. Esto es lo más complejo. Todos nosotros, aun cuando nos muestran la evidencia de nuestros errores, tratamos de “salvar nuestra cara” defendiendo lo indefendible, pues no toleramos que otros tomen nota de que hemos errado. De ahí la necesidad de encubrir. “Peor fue el susto en el momento de descubrir el error en la bendición, que el estar tendido sobre el altar (“Mizbeaj”) cuando el padre lo iba a sacrificar” (Bereshit Rabá 67:2). La alarma existente no se debió a la bendición en sí, sino a percatarse de que había estado equivocado toda su vida en la evaluación de Eisav. Pero… Itzjak reconoció e inmediatamente confirmó, frente al propio Eisav, la bendición conferida a Ia’acov. Esto es Guevurá. El profeta Daniel, en sus plegarias a D”s (Cap.9:4), dice “haKel haGadol vehaNorá” (D”s grande y temible), salteando la palabra “vehaGuibor” (el poderoso), tal como está en la Torá y como, más tarde, los Maestros de la Gran Asamblea (Anshéi Kneset haGuedolá) lo instituyeron en nuestra Tefilá cotidiana. Los Sabios nos explican que la razón de esta omisión fue que consideró que en circunstancias en que los enemigos están subyugando al pueblo de Israel que sigue la Ley de D”s, no se puede hablar de un D”s “Poderoso”. Sin embargo, cuando los Sabios sí lo incluyeron en la Amidá se debió al siguiente argumento: “Precisamente, porque D”s es Poderoso, puede tolerar que otros dominen a su pueblo, pues únicamente Él no tiene apuro para conducir la historia hacia donde Él la lleva”. Cualquier mandatario humano, por más poderoso que pareciera, necesita apresurarse y demostrar su poder antes que lo pierda o se lo arrebaten (o lo dejen de votar en una democracia) o porque muera. La definición de poder, de acuerdo a los Sabios, es tan real y tan distinta a la apariencia a la cual estamos acostumbrados… Y una vez que llegamos a esta conclusión, ¿qué podemos decir de nosotros? ¿Tuvimos alguna vez el poder de no enojarnos en circunstancias adversas? ¿Pudimos reconocer alguna vez nuestro error públicamente en coyunturas comprometidas?
LO CORTÉS NO QUITA A LO VALIENTE “Toda discusión cuya motivación es Di-vina se
sostendrá, mientras que aquella cuya motivación no es Di-vina no tendrá permanencia. ¿Cuál es una discusión con motivación Di-vina? Aquella que hubo entre la Ieshivá de Hillel y la de Shamai. ¿Y la otra? La pelea entre Koraj y sus seguidores” (Pirkei Avot) Esta Mishná despierta unas cuantas preguntas: Se puede comprender que hubo discusiones entre los alumnos de Hillel y Shamai. Sin embargo, ¿dónde está la pelea entre Koraj y sus seguidores? ¿No eran, acaso, un bloque que tenían a Moshé y a Aharón como adversarios? ¿Qué significa, al margen de esto, que una discusión tuviese, o no, “motivación Di-vina”? Analicemos parte por parte. Ante todo las discusiones legales de las Ieshivot de Hillel y Shamai (como la gran mayoría de las discusiones similares del Talmud) se caracterizaban por tratarse de casos atípicos si no totalmente hipotéticos. Las situaciones cotidianas en una sociedad observante de las Mitzvot, no daban espacio a que hubiese dificultades en ellas. El análisis de estos casos no habituales permite una comprensión cabal de la ley de la Torá. Tanto en la discusión de aquellos Sabios, como los Poskim (expertos en Halajá) posteriores hasta el día de hoy, salvando las distancias, no hubo ni existe influencia alguna de lo que sostiene la opinión pública o alguna subjetividad personal en la resolución de la ley. Es por eso que el Talmud define sus argumentos (los de ambos lados) “palabras del D”s Viviente”. Ambos se esmeraron en llegar a comprender las enseñanzas de sus maestros con precisión objetiva. ¿Y cómo era su relación personal? “Y, si bien éstos declaraban algo como puro y aquellos impuro, no dejaban (sus esposas) de facilitarse sus utensilios mutuamente. Y, si bien, éstos permitían cierto casamiento y aquellos no, no dejaban de contraer matrimonio entre ellos”. Los comentaristas explican, que en caso que cierta circunstancia fuese conflictiva según la opinión de los otros, se advertían mutuamente para no violar la ley según aquella opinión. Objetividad, convicción, sinceridad, respeto por la opinión del adversario, amor. ¿Por qué? Pues ambos eran objetivos al máximo. ¿Y por qué se fijó la ley más veces como la opinión de Bet Hillel? Pues eran modestos y nunca olvidaban de explicar PRIMERO la opinión de Bet Shamai junto a la suya propia. Cualidades humanas y mayor objetividad. Volvamos ahora a Koraj y su gente. Moshé los llama y se niegan a ir. Acusan a Moshé de abusar del poder de su autoridad (hoy también se acusa a los Rabanim de ejercer el “monopolio del poder”), cuando Moshé ni siquiera “tomó un burro de ellos” en ejercicio de sus funciones (rectitud moral). Dicen defender la democracia (“acaso no es todo el pueblo santo y está D”s entre ellos…”). Moshé les advierte que si trajeran todos (los 250 seguidores) el incienso, tarea exclusiva del Sumo Sacerdote que todos ellos pretendían ser, solamente uno de ellos sería elegido por D”s. Los demás morirían (ellos ya lo sabían, pues conocían lo que había sucedido con los hijos de Aharón). No obstante cada uno de ellos (250 hombres) trajo incienso… “Yo soy el verdadero elegido y quienes me acompañan en la revolución, mis compañeros de fórmula – morirán…” deben haber pensado cada uno de ellos…, y fueron juntos a presentar el incienso. Existe el amor disfrazado de discusiones. Hasta hoy estudiamos las opiniones de Bet Hillel y de Bet Shamai con la misma devoción. No caducaron con el tiempo por más que en la práctica sólo se obedece la ley como una sola de ellas. Había motivación Di-vina. Había objetividad. También está la “unión” que encubre un odio latente. (Koraj y compañía). Personas que se unen en protesta, cuando en su corazón cada uno de ellos desea él mismo el poder hegemónico sobre los demás, como sucede en los partidos políticos. Moshé no es el adversario. Son ellos mismos quienes en realidad no se toleran entre sí. “Y que no sean como Koraj y su gente…” nos advierte la Torá. No debemos crear peleas inútiles. ¿Cómo cuáles? No como las de Bet Hillel y Bet Shamai. Al contrario. Debemos luchar por la verdad de la Torá y no comprometer nuestra convicción por una unión ilusoria. ¿Odio? Las discusiones objetivas no producen odio. ¿Koraj? Aquí ya entramos en el terreno de las ambiciones personales. Analiza sinceramente tus motivos y verás. Zeev era una persona muy sensible para con los demás. Si bien era muy avezado en su comercio, todos sabían que podían acudir a él, cuando necesitaban alguna ayuda económica. Un día, se le acercó Shimón para pedirle una suma de dinero substancial. Shimón no tenía buena reputación, pues en ocasiones anteriores no había tenido con qué pagar sus deudas. Por lo tanto, Zeev razonó que si él no lo asistiría, nadie lo haría. A su vez, creyó Zeev, que dada la situación, Shimón haría el máximo esfuerzo por cumplir. Sin embargo, pasados ya dos años desde la fecha en que Shimón debía devolver la deuda, no había aparecido siquiera para disculparse por la mora. Zeev decidió encararlo para reclamar la devolución. “No sé de que me estás hablando” – respondió Shimón negando rotundamente la deuda. Enfurecido, Zeev citó a Shimón a un Din Torá (Tribunal Rabínico). Los dayanim (jueces) juzgaron que Shimón debía jurar que no había recibido dinero alguno – y quedaría libre. Zeev estaba seguro que Shimón se abstendría de jurar en falso. Pero, se equivoco una vez más. Shimón juró que no había recibido ningún préstamo de Zeev. Zeev no pudo contener su ira. Delante del tribunal le increpó a Shimón por su mentira y dijo: “Ya no me importa el dinero. Si a Ud. no le molesta jurar en falso, entonces Ud. es una ofensa para nuestro pueblo.” Habiendo dicho esto, se retiró del recinto. Cada vez que surgía el tema, Zeev repetía lo mismo. Ya no era cuestión del dinero, era un tema de principios y de la afrenta al nombre de D”s, por el cual Shimón había jurado. Pasaron los años, y en cierto Shabbat, Zeev subió a la bimá (podio en el centro de la sinagoga, desde donde se lee la Torá para el público). Frente a toda la comunidad, anunció que quería pedir perdón abiertamente por haber ofendido públicamente a Shimón en ocasión del pleito que habían tenido. Extrañada, la gente le preguntó el porqué de su cambio de idea. Zeev respondió: “Esta semana estuve en otro pueblo, y me invitaron a presenciar un litigio de dos desconocidos, idéntico al que tuve con mi adversario. El inculpado juró de la misma manera que lo había hecho mi contrincante en mi caso, obviamente con la consiguiente irritación del demandante. Yo presencié los procedimientos de la corte con mi ánimo imperturbable. Camino a casa, me detuve a meditar acerca de lo que había sucedido y se me ocurrió que no había sentido la más mínima indignación por la eventualidad que hubiese presenciado un posible juramento en falso. “¡Cómo!” – me pregunté. “¿No había estado predicando durante todo este tiempo que mi indignación se debía a que este judío había violado uno de los Diez Mandamientos en público? ¿Por qué no me inquietó el juramento de aquel desconocido del mismo modo que mi adversario? Obviamente, porque en el fondo me molestó más la deuda impaga que el juramento en falso…” (idem) UNA LUZ AL FINAL DEL TUNEL La vida tiene sus altibajos. Todos sentimos muchas veces que nos encontramos en un callejón sin salida. Al enfrentarnos a situaciones que creemos que nunca habíamos experimentado anteriormente, sentimos que esta vez la circunstancia es tan grave, que “de esta no vamos a salir”. Sin embargo, en casi todos los casos, en última instancia y de alguna manera sí, salimos. ¿Cómo llamamos a esa sensación del “peor momento de mi vida”? ¿Existe la posibilidad de evitar llegar a esas situaciones? ¿Cómo las encaramos? Existen otros escenarios en los que tenemos la percepción de que “no vamos ni hacia atrás, ni hacia adelante”. Estamos agobiados por la eterna presión del día a día, de tener que cumplir con obligaciones interminables en términos económicos, sociales, rituales, etc. y estamos virtualmente exhaustos. Tenemos la impresión de transitar un círculo vicioso y no ir hacia ningún lugar, y por la mente se nos cruza la pregunta: ¿Para qué? ¿Cuándo va a haber un respiro? Suele suceder que tenemos un “ataque” de inspiración y queremos hacer algo “bueno y útil” para la comunidad o para una institución. Lo comentamos con algún conocido para que nos acompañe en nuestra gesta. Pero, de inmediato nuestra ilusión se nos cae: “no vale la pena” – nos dicen – “¡Para qué el esfuerzo, si igual siempre termina siendo lo mismo…!” ¿Qué tienen en común todos estos casos? En hebreo las podemos catalogar bajo el término de Ieush, o sea, desesperanza, el equivalente a la falta de confianza. Ser pesimista es grave. Se debe luchar para no caer en la desilusión. ¿Desilusión de qué? Del hecho en sí, de saber que como ser humano se debe intentar, y seguir intentando superarse, tener ideales, crear proyectos, asumir responsabilidades – y entender que sí es incumbencia de uno. Comprender que nuestra obligación no es lograr, sino intentar crecer y construir. Esta noción surge de la fe en que somos seres creados por el Todopoderoso con el objeto de llevar a cabo una misión. A partir de los axiomas que explican la cosmovisión de la Torá, se entiende que todo lo que sucede en este mundo, ocurre porque Él lo decidió. Los logros – o la ausencia de ellos – no son nuestros para atribuirnos o apoderarnos de ellos. Cuanto más clara y enraizada esté esta conciencia en nosotros, tanto menos el dolor provocado por los aparentes fracasos. Nuestra sociedad exitista y altamente competitiva, logró formar más perdedores que ganadores, pues impuso una suerte de “standard” por el cual solamente recibe reconocimiento auténtico y aclamo aquel que llega a obtener el título de campeón. A todos los demás, se los considera como “pobrecitos” que se quedaron en el camino por no poder llevar a cabo sus aspiraciones. Las consecuencias de sentirse desdichado, pueden ser terribles, pues mucha gente no logra volver a levantar cabeza después de esta clase de caída. Quienes nos desempeñamos en la tarea de la formación de niños en escuelas, podemos apreciar hasta qué punto la creencia de los alumnos en que “no se puede”, o que “jamás van a llegar”, se convierte en el mayor obstáculo para desenvolverse de acuerdo a su potencial. La actitud de desconfianza automática en “todo” – no es nueva. Se le atribuye a Kayin (hijo de Adam y Java, quien asesinó a su hermano Hevel) la frase “let din, ve’let dayan” (no hay justicia, ni hay juez). Kayin no quiso aceptar el dictamen Di-vino que rechazó su ofrenda. La sensación – objetiva o subjetiva – de injusticia, es muy difícil de sobrellevar. El Talmud nos enseña que a cada ser humano, cuando llegue a estar de pie frente al Trono Celestial, se le formulan varias preguntas. Una de ellas es: ¿tzipita li’Ieshuá? (¿tuviste esperanza? ¿haz anticipado la salvación de D”s? – Talmud Bavlí, Shabbat 31:) A simple vista, parecería tratarse de la esperanza por la redención total que ocurrirá con la venida del Mashíaj. Sin embargo, no se reduce a esa creencia únicamente. La asistencia Di-vina es ilimitada, y en todo momento y coyuntura, debemos saber que absolutamente todo depende de ella. En la Haftará de Parshat Pinjas, el profeta Eliahu, que había luchado toda su vida en pos de la supervivencia espiritual de Israel, se encuentra en el Monte Sinaí solo ante una Revelación Di-vina singular. Izevel la reina, había mandado matar a todos los profetas genuinos y había importado a los sacerdotes del Ba’al para inculcar a los judíos dicha adoración. Eliahu logró reunir a todos los judíos del reino de Israel ante el Monte Carmel y demostrarles la Autoridad Única de D”s. Pero la situación no cambió (Melajim I 19:4). Eliahu ya sentía que no podía más: “kano, kineti” – he celado por Ti, pero los judíos permanecen tercos en su idolatría. La respuesta de D”s no se hizo demorar: “Ve y nombra a Elishá” – si Eliahu ha perdido la esperanza de que Israel habría de modificar su actitud, ya no era la persona indicada para guiarlos. En Parshat Pinjas, la Torá nos cuenta que las hijas de Tzlofjad pidieron a Moshé que se les diera la porción que hubiera correspondido a su padre fallecido en la tierra de Israel. Rash”í (Bamidbar 26:64) comenta en este contexto que la proximidad de su pedido en los pasajes de la Torá con la mención de que no habían sobrevivido los hombres que desconfiaron de la posibilidad del ingreso del pueblo a la tierra de Israel, es para demostrar la diferencia de actitud entre los hombres y las mujeres. Mientras los primeros pedían: “Pongamos un líder y volvamos a Egipto”, las mujeres reclamaban: “¡dénos una parcela en la tierra prometida!”. La carencia de confianza es parte de la humanidad desde sus albores: la propia serpiente insinuó a Javá (y a Adam): “¿por qué D”s prohibió el consumo de este árbol? – ¡¿no será tal vez que no quiere que el hombre Le haga ‘competencia’?!” (Bereshit 3:5, Rash”i). Sabemos que la confianza “no se compra”. Se adquiere con las demostraciones reiteradas de honradez y honestidad. Cuando una persona confía en otra, lo hace – en realidad – en la creencia que el ser humano puede – y debe – emular a D”s y ser recto. La confianza en las personas no es “en reemplazo” a D”s. En 1929, el mundo vio desmoronarse las bolsas de comercio de una manera sin precedentes. El Jafetz Jaim, en su momento, explicó que la especulación y el modo exagerado de fiarse en papeles, había sido en desmedro de la Confianza en el Creador, Quien provee el sustento de cada ser humano. Claramente, nos habituamos a declarar culpable antes que inocente, a quienquiera del que tengamos la más mínima sospecha. Las situaciones que vivimos en ciertos países con claros abusos de autoridad, impunidad y arbitrariedad, lograron hacer que se pierda la convicción en la Autoridad genuina, de D”s y de quienes tratan de hacer las cosas bien. La confianza existe en los diferentes niveles y es un factor crítico para la subsistencia de la humanidad: la confianza en D”s, en uno mismo, y quienes lo rodean. Como en tantas oportunidades más, encontramos cómo la Torá nos ayuda a corregir las actitudes erradas que asimilamos en un mundo que parece haber perdido la brújula. Rabí Avraham Ibn Ezra (siglo XII) escribió un breve mensaje de esperanza al pueblo judío en forma de espejo (se puede leer de atrás hacia delante). En él, nos transmite que sepamos que D”s no nos abandona: “Sepan de Vuestro padre no se demorará, volverá con Ustedes cuando sea el momento”. Que se cumpla pronto en nuestros días. יבוש בוש לא כי מאביכם דעו, שוב מועד בא כי אליכם ישובCREDULIDAD O SUSPICACIA Allá por el año 1692 sucedió en Salem, Massachusetts la famosa “quema de brujas”. Debido a que los datos históricos con que contamos, no son necesariamente fehacientes, lo que sigue es nada más que la posible narración de uno de los episodios que marcó el juicio a las mujeres acusadas de practicar hechizos. -”No, ¡no soy bruja!”. – “¿Cómo puede demostrar que no es bruja?” -”No soy bruja, pues concurro a la iglesia, visto de acuerdo a lo que me indican allí, tengo 35 conocidas que pueden dar testimonio de mi Buena conducta, y estoy el día entero en la plaza principal vendiendo manzanas. En todo este tiempo jamás alguien me podrá haber visto moviendo mis brazos para echar un maleficio a nadie. – “¡Gran cosa!, Obviamente Ud. hace todo eso que dice, pero quizás Ud. es bruja en su tiempo de ocio. Quizás Ud. sabe embrujar sin mover sus brazos o sus labios, y aquellas 35 personas a las que hace alusión, posiblemente estén todos bajo su conjuro. Dado que Ud. No puede demostrar que Ud. no es bruja, la tendremos que castigar. Lejos de vivir en una época de quema de brujas (¿las habrá hoy?), lo que no desapareció en absoluto es la falta de presunción de inocencia de los demás, aun cuando se trata de los que nos rodean y con quienes interactuamos a diario. R. Israel Salanter, en sus 13 máximas de vida, cuenta la “Menujá”, como uno de los ejes a trabajar en el crecimiento personal. “Menujá”, en este contexto, no se refiere al descanso físico que suele ser muy necesario y útil. En cambio, Menujá sí es la paz espiritual indispensable para funcionar como corresponde: con D”s y con los seres humanos. Esta serenidad no es un atributo fácil de lograr en un mundo convulsionado donde los cambios se producen a velocidad vertiginosa, o así nos lo hacen creer los medios de comunicación, que proveen noticias sensacionalistas a fin de ser escuchados y vender más, constantemente. Para contrarrestar esta postura y lograr la calma, se debe profundizar la fe en el Todopoderoso, que es Quien determina todo lo que sucede, y por ende, es el responsable de todas esas cosas que nos ocurren, que nos irritan y que nos predisponen mal. Al mismo tiempo, la armonía interior se logra a través de la toma de conciencia del orden de prioridades en lo que pretendemos en la vida. El espacio que nos permitamos para reflexionar acerca de qué cosas son realmente importantes en nuestro quehacer y cuales otras son solamente secundarias, nos permitirá decidir cuánta dedicación y cuánta ansiedad aplicar a cada tema en el contexto de lo demás. Si logramos juzgar cada situación en relación a nuestra escala de valores genuina, alcanzaremos el equilibrio emocional que buscamos. Recordemos: No hay felicidad sin tranquilidad, y no hay tranquilidad a menos que se la quiera vivir. A veces, vemos a personas que atraviesan situaciones comprometidas y las toman con calma. Los envidiamos – no por los problemas – pero si por el modo en que lo encaran. ¿Por qué nosotros no podemos imitarlos? ¿Por qué perdemos la tranquilidad con tanta facilidad? ¿Hemos pisado baldosas flojas en la calle cuando acabábamos de vestir ese traje recién retirado de la tintorería camino a una fiesta? ¿no le ha sucedido que la ropa que se acababa de secar, se volvió a mojar por la lluvia, o que el colectivo se le fue justo cuando llegaba a la parada con los minutos contados para cumplir con una cita importante? O quizás… ¿la sopa se volcó cuando fuimos a atender la puerta o el teléfono?, o quizás ¿los cordones de zapato se rompieron cuando estábamos apurados?, etc… Todos los días estamos expuestos a que estas cosas sucedan. Viendo estas situaciones a la distancia, sabemos que “el mundo no se cae abajo” cuando suceden. Con un poco más de perspectiva hasta nos podemos reír de nosotros mismos por la reacción que tuvimos en el momento en que sucedieron. ¡¿Pero en el momento?! En realidad, no quisiéramos parecer ridículos por nuestras reacciones, o por perder la prudencia. ¿Por qué es así? ¿qué podemos hacer? Efectivamente vivimos en un mundo acelerado. Todo va más rápido. Todo debe ser eficiente- y de inmediato. No nos toleramos errores (aun menos si son advertidos por los demás), y, por lo tanto, nos toleramos menos unos a los otros. El secreto pasa por ejercitarse mentalmente. Decidir de antemano que cuando sucedan esas cosas pequeñas e insignificantes, las tomaremos con tranquilidad, recordando ahora – antes que se presenten nuevas crisis – todas las dificultades que ya hemos sobrevivido – sin que nos trague la tierra… No es un ejercicio difícil, especialmente cuando ahora – en este momento – de todos modos está todo tranquilo. Esta práctica mental se puede llevar a cabo en cualquier lugar – aun mientras se ducha. Si se logra trivializar los problemas insubstanciales, se ha logrado un importante comienzo: efectivamente “se puede”. Ahora es cuestión de crecer en ese rumbo. Si se pudo mantener la calma en los obstáculos pequeños, se podrá luego mantener el sosiego y la ecuanimidad, durante las crisis medianas. Es más, el hecho en si que uno reaccione con aplomo ante los bretes, reducirá la ansiedad de quienes nos rodean – pues no temerán acercarse para comentar lo que necesiten y la comunicación será más transparente y fluida. Le sonreirán a uno, y muchas de las crisis más habituales no “pasarán a mayores”: desaparecerán, o, al menos, van a aminorarse como “por arte de magia”. Sin duda, que la mejora será gradual. Tendrá sus altibajos iniciales. Luego se sentirá más seguro y más tranquilo. Como padres queremos inspirar confianza en nuestros hijos, pues solamente con la tranquilidad nuestro mensaje va a prevalecer por encima de las múltiples y tentadoras ofertas que se le propongan a lo largo del camino, especialmente cuando se encuentren en un terreno espiritualmente hostil. Y ya sabemos: ¡la confianza es tan difícil de alcanzar y tan fácil de perder…! Uno de los puntos delicados en la de por sí ardua tarea de educar, es encontrar el punto de proporción óptimo entre la credulidad y la suspicacia. Obviamente, ambas son necesarias. Por un lado, no queremos que a nuestros hijos “los tomen por tontos”, o los “atropellen”. Queremos que sean “vivos” y se defiendan en un mundo corrupto. Sin embargo, por otro lado – la persona desconfiada suele generar recelo en sus interlocutores. En los casos más extremos, suele sospechar de su propia sombra. Su vida, no es vida, pues no llega jamás a ser feliz. ¿Dónde está el término medio? Esta no es una pregunta a la que le podamos dar una fácil respuesta, pues va a variar en la gran cantidad de coyunturas posibles que se les presenten a nuestros hijos. No obstante, no olvidemos de diagnosticar nuestro acopio de impresiones. Vivimos ansiosos, casi en permanente estado de inminente angustia. Un huracán que arrasa con una ciudad, subtes de una capital que son destruidos, la inseguridad en la esquina de la casa de uno. Ya adquirimos el hábito de alarmarnos continuamente. Esto no es saludable. No olvidemos que de todas las percepciones que llegan a la mente de nuestros hijos, prevalecen las que más nos estremecen. Los mensajes negativos son más fuertes que los positivos. Los padres tenemos la Mitzvá de educar a nuestros hijos. Por naturaleza, también los amamos. Si bien ese amor no es un precepto específico respecto a los hijos, es espontáneo y ayuda a formar un vínculo íntimo. En ciertas oportunidades, sin embargo, es evidente cómo la supuesta defensa o auxilio por parte los padres es en realidad una apología narcisista: le “tocaron” al hijo de uno. Muchas veces, esos padres, con el mismo espíritu egoísta, son los que más hieren a sus hijos en distintas formas… No obstante, en el instinto natural está la predisposición a salir a proteger a nuestros hijos en cualquier situación que percibimos que puede ser riesgoso para ellos. Si no llegáramos a “defender” lo que creemos es bueno para ellos, nos sentiríamos culpables de haberlos abandonado. Esto nos lleva a casos en los que – posiblemente – ese sentimiento de fragilidad (por no ampararlos suficientemente) nos lleve a obrar (desafortunadamente aun delante de ellos) de manera que no los beneficia en su auténtica educación. Creemos que los defendemos, pero en realidad les causamos un daño a largo plazo. Hay un punto más a tomar en cuenta: Una de las características más notables en aquella sociedad que confía en que todo se tiene que poder en la era de la tecnología y que identifica la inexcusable eficiencia y los logros irrevocables con el valor de persona que uno es. O sea: hay que ser Superman. No se puede fallar. Nunca. Fallar es pecado. Es demostrar que uno es… un ser humano. No es malo aspirar llegar a la perfección. Sin embargo – ¿podemos mostrar que somos vulnerables? Hasta cierto punto, sí. ¿Debemos enseñar a confiar en la bondad y en la sinceridad humana? Sin duda que sí. Es la base de la convivencia entre las personas. En particular, es importante inculcar a los niños a confiar en los maestros. Elegimos la escuela con los docentes que mejor nos van a representar en nuestra escala de valores. De no ser así, debemos educarlos nosotros en casa. Los maestros no son funcionarios políticos. Más allá de instruir cierta disciplina a nuestros niños, pretendemos de ellos que nos personifiquen a nivel humano. Como modelo de vida que pretendemos que sean para nuestros hijos, igualmente no son menos falibles que nosotros mismos. Si aplicamos en ellos la actitud corriente de presunción de culpa salvo que demuestre su inocencia, nos estaremos incriminando a nosotros mismos. Los hijos observan a los padres. Son los más sagaces fiscales. Saben detectar los sentimientos más íntimos, y aprenden. Con el tiempo, van a copiar la actitud de sus padres – pero esta vez contra la voluntad de los propios progenitores… En una escuela sucedió un accidente: la puerta de la camioneta escolar en la que viajaban los niños, se abrió y uno se cayó. Afortunadamente, la caída fue leve y no se tuvo que lamentar heridas. Sin embargo, la actitud de recelo no se hizo esperar: “andá a saber si tenía los papeles del auto en orden”, “¿por qué la maestra no estaba mirando?”. ¿Por qué pensar bien, si se puede pensar mal…? Una de las Mitzvot que se exige de cada judío, es juzgar al prójimo “hacia el lado positivo de la balanza” cuando se lo encuentra en un estado en el que se puede confiar o sospechar (Pirkei Avot 1:6). Leemos en Dvarim (16:20): “Justicia, justicia perseguirás”, no se refiere a aquel a quien se le ha causado un daño y que acude a la justicia para defenderse. Esto es obvio. Justo se debe ser respecto a la evaluación de las actitudes del prójimo con las que nos cuesta identificarnos. Encontramos en el Sidur, en la Amidá diaria, un pedido para que D”s reestablezca la justicia y los jueces como en los días de antaño. En aquel texto, pedimos a D”s que “reine sobre nosotros con Jesed veRajamim (bondad y misericordia) y vetzadkeinu bamishpat (nos absuelva en el juicio). Evidentemente, el atributo de la generosidad es el que permite que se exima al compañero. La falta de esa nobleza, es la que nos hace ver todo lo de los demás con ojo intransigente e inflexible. No es simple el reto que debemos enfrentar: en una sociedad intranquila, crear una isla de justicia y paz en nuestro hogar, que llegue hasta nuestra alma – y la de nuestra familia. MIL RAZONES PARA PELEARSE ¿Ud. necesita razones para pelearse con alguien? Seguramente no. Las peleas “se dan” sin que se les busque motivos especiales. Antes que uno se dé cuenta, está metido en el lío del cual hubiese preferido quedarse afuera. Sin embargo, estando adentro, cuesta salir. Muchas veces, uno tiene la “suerte” de haberse involucrado en el tema. Viendo de qué se trata, a uno le puede parecer absurdo que la gente pierda tiempo, amistades de muchos años y buenos vínculos con la familia por asuntos que, vistos con objetividad, suenan un tanto infantiles. En algunas peleas se trata de “principios” que pueden ser ideológicos, pero también pueden ser producto de la imaginación (hay quienes piensan que cuando uno cede a lo que pide el otro está “agachando la cabeza” – cosa que corre, a ojos de nuestra sociedad, en contra de una sana auto-estima). En la mayoría de los casos, después de un tiempo, la gente ya ni se acuerda la razón original por la cual comenzó la disputa. Pudo ser que algo que hizo una de las partes molestó a la otra, la que a su vez, devolvió con una respuesta que la primera juzgó como exagerada, dado lo insignificante que le puede haber parecido su ofensa inicial. Para que queden las “cuentas equilibradas”, el primero también responde de acuerdo a lo que calcula sería justo, y así la escalada no tiene freno hasta que se llega a una ruptura total. El tiempo hace lo suyo (con la ayuda activa o pasiva de los participantes), de manera tal que ya se interpreta en forma negativa cualquier actitud del adversario. Aun cuando, con buena voluntad, un tercero intenta acercar las posiciones (lo cual es visto como una Mitzvá importante en la Torá y se atribuye al sacerdote Aharón, hermano de Moshé Rabeinu, haber dedicado su vida al respecto), verá que en la mayoría de los casos las posiciones parecen tercas, inamovibles, y, por qué no, irreversibles. Para ser veraces, cuando uno analiza ciertas disputas, se encontrará con una situación en la cual ambas partes tienen cierta razón. En muchos conflictos, como aquellos que vemos con frecuencia de relaciones laborales entre empleadores y empleados en situaciones cuando la empresa ya no rinde ganancias para abonar los salarios o mantener el personal que tuvo hasta el momento, uno se encuentra con la realidad de que ambas partes son honestas, en principio, en lo que están argumentando, salvo que la situación los supera y cada uno defiende lo suyo. En las terribles reuniones de consorcio, nadie tiene “la culpa” que haya filtraciones de agua en el departamento que está debajo de la terraza, ni que el portero se enfermó y se necesita un suplente pago, ni que el calor de la calefacción central no le llega a un vecino porque las cañerías están obstruidas. Pero todos, con cara larga, tienen que pagar su parte proporcional “por la culpa de los demás”. ¿Estamos condenados a vivir así? No me refiero a que desaparezcan las situaciones conflictivas, pues, dado el instinto de supervivencia, aunque no fuésemos demasiado egoístas, muchas situaciones comerciales y laborales terminarán igualmente en un juicio. Me refiero más al estado anímico (de malestar) que acompaña las peleas. ¿Es posible evitar la “bronca”? A su vez: ¿existen peleas que se puedan eludir? En Parshat Vaietzé (Bereshit Cap. 29, 30), encontramos a nuestro patriarca Ia’acov, en varias situaciones sumamente desagradables. Comienza con el relato que, como fugitivo perseguido por su hermano Eisav, llega a la casa de su tío Laván. Durante los veinte años que Ia’acov habitó con Laván, éste no perdió oportunidad para intentar aprovecharse de la benevolencia y del espíritu trabajador de su sobrino. El primer gran engaño fue cuando después de haber pactado que le daría a su hija Rajel como esposa al culminar siete años de trabajo como pastor del rebaño de Laván, al momento de cumplir con su parte, Laván le dio a la hermana Leá y luego de las protestas de Ia’acov, se “acordó” de decirle que, como costumbre local, no se casaba la hermana menor antes que la mayor. Sin embargo, allí no terminaron las cosas. A pedido de Laván, Ia’acov trabajó siete años más por Rajel, y otros seis años por un sueldo que surgiría a partir del aspecto (color de las manchas del cuero) de la cría que tendrían los animales del rebaño de Laván desde aquel momento en adelante. Pero, cuenta la Torá, Laván modificó las condiciones del salario decenas de veces. Mantener la paciencia en tal situación, es más de lo que la mayoría de nosotros estaríamos dispuestos a aceptar. La traición, más aun viniendo de un tío-suegro, nos haría “explotar” en cualquier instante. Al final, llegó el momento de irse. La situación “no daba para más” y habían quedado pendientes la promesa de Ia’acov a la que se obligó al salir de casa de dar el diezmo cuando prosperara y el precepto de estar cerca de su padre para respetarlo. A su vez, D”s le ordenó a Ia’acov que vuelva a su tierra natal, lo cual él refrendó con sus esposas. Ia’acov, quien a esta altura de los acontecimientos, sabía “con qué bueyes araba”, reunió a su familia y emprendió el viaje. Pero no llegó a transitar mucho. Laván lo persiguió para eliminar a toda la familia (que eran sus propias hijas y nietos) y hasta los amenazó advirtiéndoles que estaba en su derecho hacerlo si no fuese porque D”s le amonestó que no tocara a la familia de Ia’acov. Rajel, por su lado y sin contarle nada a su marido, había quitado las estatuillas de la casa de su padre para apartarlo de la idolatría, razón por la cual Laván ahora revisó todos los bultos con las pertenencias de Ia’acov y su familia para controlar si habían llevado algo de su casa. En veinte años de convivencia, es imposible que no se hubieran mezclado algunos utensilios de una familia con los de la otra (R. Sh.R. Hirsch sz”l). Sin embargo, la pesquisa dio resultado negativo. ¡No hubo nada ajeno! Después de esta investigación humillante, le tocó el turno a Ia’acov de enojarse. “Va’ijar leIa’acov” y Ia’acov se enojó. ¿Qué le dijo a Laván? Sinceramente, le podía haber dicho de todo y con justa razón. Sin embargo, no hubo nada de eso. “¿Cuál es mi infracción y mi pecado, que me estás persiguiendo? Buscaste entre todos mis utensilios… ¿Qué encontraste de lo que te pertenece…? En todo el discurso de Ia’acov, no percibimos una sola palabra de recriminación. Únicamente se defiende de la actitud que tomó Laván y nada más. Para nuestros parámetros, eso parecería ser una posición débil. No para la Torá. “Se reconoce a la persona “be’kisó, be’kosó uvka’asó” – a través de su bolsillo (cómo utiliza su dinero), de su copa (cómo bebe y come) y de su enojo (por cuáles cosas se enoja y cómo controla su enojo).” Es más, no solo se da a conocer el carácter de la persona, sino que se considera una de las virtudes más sublimes el poder controlarse en momentos de adversidad. “El mundo no se mantiene, sino por aquellos que saben callar en momentos de peleas” (Talmud Bavlí, Julín 89:). R. Kalman Krohn se dedica desde hace muchos años a apoyar a familias carenciadas en distintos sitios del mundo. Se acercaba Pesaj, y uno de sus amigos viajaba a Israel. R. Kalman decidió aprovechar la oportunidad, y le solicito que lleve un sobre para una familia que tenia muchos gastos médicos y anualmente recibía una ayuda de Rav Krohn. El amigo gustosamente se hizo cargo de llevar el sobre con los 1700 dólares y entregarlos a los beneficiarios. Pasaron los días, se aproximaba Pesaj, y R. Kalman no recibió el llamado de agradecimiento de los asistidos que siempre solían demostrar su aprecio por el gesto. Pensando que posiblemente habría un error en el número de teléfono anotado en el sobre, llamó a su amigo. “No sé cómo decírtelo” – respondió este con cierta vergüenza – “recibí tantos mensajes, recados, encomiendas y paquetes – que sinceramente no encuentro tu sobre…” “No te preocupes” – sugirió R. Kalman – seguramente en Jol HaMoed – con menos corridas y presión de la que hay antes de la fiesta, ya va a aparecer…”. Llegó Jol HaMoed, pero aún sin noticias. R. Kalman volvió a llamar, pero su amigo aún no había encontrado el sobre. “Seguramente aparecerá cuando estés haciendo la valija para volver” – insistió R. Kalman. Pero el sobre había desaparecido. Una vez de vuelta en los EEUU, el amigo se sentía preocupado – por enfrentarse con R. Kalman. Seguramente le diría que era un irresponsable. El encuentro no se hizo esperar: R. Kalman apareció el mismo día de su llegada en la puerta de su casa – ¡con un paquete! Al abrirlo, el amigo se encontró con una sorpresa: una torta. Pero, ¿por qué? – preguntó. “Que sea esto una señal de nuestra amistad, que no se vea perjudicada, ni aminorada por este episodio desafortunado” – respondió R. Kalman. El versículo en Mishlé (Proverbios 15:1) nos hace saber que “la respuesta suave (no cínica) quita el enojo, mientras que la palabra exasperada eleva el nivel de la ira”. No es fácil convivir con gente falsa. Nos cruzamos periódicamente con personas descaradas en un mundo desvergonzado. No lo podemos evitar. Muchas veces tenemos ganas de castigar a alguno con un muy merecido insulto. En ese momento nos podemos acordar de Ia’acov y decidir que si él pudo con un tío de las características que ya mencionamos durante 20 años… ¿no podemos hacer un pequeño (o no tan pequeño) esfuerzo de aportar lo nuestro para vivir tranquilos? Cuentan que en cierta oportunidad un rabino escuchaba a un hombre que se quejaba de otro. Al final, el rabino le respondió que tenía razón. Luego entró el adversario diciendo exactamente lo contrario. A éste, el rabino también le dio la razón. La esposa que escuchó todo, no comprendía cómo ambos podían tener razón al mismo tiempo. Le contestó el rabino: “Vos también tenés razón”. (Adaptado en parte de las prédicas de mi padre sz”l) Habitualmente se pierde la razón inicial de la disputa, y ya no importa cuál era la opinión inicial de cada uno, pues lo que está en juego es el honor y el orgullo de cada uno de los integrantes. Lo que escribo es muy rutinario. Los vínculos no se destruyen de la noche a la mañana. Es un proceso. En ese transcurso, cada uno ve al otro, o a los otros como responsables de lo que está pasando. Y en realidad… ¡la responsabilidad es compartida! Pues de manera activa o pasiva, es decir agrediendo o permitiendo que esas agresiones sucedan, ambos o todos los integrantes permiten que el deterioro y el daño crezcan. Ninguno frena la pelota. “¡¿Pero qué culpa tengo yo?!” – (¿Ud. se escucha a sí mismo diciendo este argumento?) Como dijimos, muchos creen, erróneamente, que tomar la iniciativa de volver a acercarse al otro es “bajar la cabeza”, o “dar el brazo a torcer”, o “dejarlo salirse con la suya”. Son todos pretextos para mantener una postura intransigente, prolongar la disputa, y ahondar en la decadencia. “Pero intenté varias veces, y no quiere llegar a un acuerdo…”, o “no hay con quien hablar”, o “es imposible razonar con ella”– (¿Ud. se escucha también diciendo esto?) A menudo, no sabemos ponernos en los zapatos del otro. Frecuentemente, es necesaria mucha perseverancia. El dolor del otro, justificado o no, no se aplaca tan rápido. En otras ocasiones, tenemos que aprender a acercarnos a la otra persona con un tono de voz distinto y en el momento adecuado. Es posible que nos aproximamos con el deseo de resolver, pero con un estilo que no ayuda a calmar los ánimos. Del mismo modo en que el desgaste fue paulatino, así también la mejoría suele ser lenta. La otra persona debe estar convencida de que no le estamos hablando desde la soberbia. Debe convencerse que nuestro acercamiento no es algo esporádico, sino que creemos y queremos hacerlo de manera sostenida. También debe convencerse a sí mismo de que él o ella es capaz de modificar sustancialmente su actitud que estuvo justificando durante el deterioro de la relación. Esto requiere perseverancia y tiempo. ¡FUEGO, FUEGO! En Parshat Emor (Vaikrá 24:10) se nos relata sobre dos personas que tuvieron un conflicto a raíz del lugar de emplazamiento de la carpa de uno de ellos que quería ocupar un espacio dentro del área correspondiente a la tribu de Dan, mientras el otro se oponía. No quiero entrar en este momento en los detalles de la escaramuza. Sí, deseo destacar el final desdichado que tuvo ese enfrentamiento. Uno de los dos rivales se enfureció hasta el punto que cometió uno de los pecados más graves de la Torá, sobre cual están advertidos aun los no-judíos: profanó el sagrado nombre de D”s. Este hecho insólito le terminó costando la vida. Obviamente, así también finalizó la contienda, que podía haber sido resuelta de modo más feliz…. El tema de los enojos es tan común que seguramente nos parecerá “normal” (cuidado, pues la palabra “normal” depende siempre de quién la está empleando…). Sin embargo, sepa también, que los arrebatos y los arranques reiterados son los medios de autodestrucción más habituales y los que resquebrajan los hogares de la gente. Cuando se suele calificar a una persona como “de mucho carácter”, se trata comúnmente de individuos que insisten en sus ideas, a veces con mucha vehemencia. ¿Eso es bueno o malo? ¿Podemos hacer algo al respecto, o no? Veamos. El Ramba”n (Rabi Moshé ben Najmán) escribió una carta a su hijo que se volvió famosa con el correr del tiempo. Es conocida como Igueret haRamba”n (la carta de Najmanides). (En español fue publicada por Editorial Iehudá bajo el nombre de “Carta para las generaciones” con el comentario de R. Jaim Feuer). Al comienzo de dicho escrito, el Ramba”n cita que “acostúmbrate siempre a decir todas las palabras con tranquilidad, a toda persona y en todo momento, y de ese modo te salvarás del “ca’as” (ira), el cual representa una característica nefasta, que conduce a las personas a pecar… y en el momento que te libres del “ca’as”, se apoderará de tu corazón la conducta modesta, que es la conducta superior por sobre todas las buenas conductas…” Ramba”n claramente manifiesta su opinión acerca de los vicios de la ira. Es más. Muchas veces en las que “nos zafamos” de la racionalidad y nos exasperamos con violencia, una vez concluido el episodio nos sentimos avergonzados de nuestra conducta y habríamos preferido nunca haber dicho lo que acabamos de gritar. Es posible también que uno intente encubrir esa vergüenza tratando de reafirmar lo que dijo creyendo que de ese modo se sostiene mejor. Sin embargo, sería muy injusto generalizar. No todos tenemos la misma naturaleza. En Pirkei Avot (5:14) aprendemos que existen varios tipos de temperamento: “1. Aquel que se irrita con facilidad y se reconcilia fácilmente – su ganancia se malogra por la pérdida; 2. aquel que se encoleriza con dificultad; pero también le cuesta componerse – su desventaja se amortiza con la ganancia; 3. aquel que se enfurece con dificultad y se restablece fácilmente – es una persona piadosa; 4. aquel que se disgusta con facilidad y también le cuesta congeniarse – es un malvado”. Evidentemente, a algunos les costará más dominar su carácter que a otros, pues D”s no nos creó a todos iguales. No obstante, convengamos en que, a pesar de las diferencias con las cuales fuimos formados, claramente tenemos la obligación de intentar dominar nuestros berrinches. El Rabino Avraham Twerski M.D. hace una reflexión sobre esta Mishná: hay distintas etapas dentro del enojo. Cuando sucede algo que nos molesta mucho, instantáneamente sentimos desagrado. Esta primera fase, suele no ser voluntaria, y es sumamente difícil controlar. No es el tema de la Mishná. ¿Qué sucede a continuación? El desagrado y la contrariedad iniciales se convierten en alteración y enfurecimiento (que a veces se mantiene sometida y en otras se traduce en actos violentos), y luego, desafortunadamente, se mantiene en forma de rencor, antipatía y resentimiento. Estos dos últimos son el objeto de la Mishná. Estos sí se pueden dominar y gobernar, o aunque fuese, mitigar para atemperar las situaciones. Esta no es una tarea fácil. Requiere mucha voluntad. Ud. se preguntará: “¿Eso significa que todas las veces que nos enojamos estamos obrando mal?” No necesariamente. Hay momentos y situaciones muy diversas. El libro Mesilat Iesharim (Cap. 11) de R. Moshé Jaim Luzzatto, nos dice que existen escenarios en los cuales se requiere demostraciones de desaprobación contundente. No todo vale, y, p.ej. como padres y maestros, o como miembros responsables de la sociedad, debemos demostrar claramente nuestra postura ante actitudes impropias de los hijos o alumnos y otros semejantes. Aun así, dice el Mesilat Iesharim, se debe aplicar el “Ca’as haPanim v’lo ca’as haLev” (enfado del rostro y no el enfurecimiento del corazón). La imagen que proyectamos debe reflejar solamente nuestra postura frente a las circunstancias. No debe manifestar un sentimiento de rechazo interno. (Obviamente, esto es fácil de decir y no muy simple de adaptar en la práctica…) R. Jaim Septimus dijo en nombre de R. Eliahu Lopian sz”l (una de las máximas autoridades contemporáneas de la ética), que en Kelm (una Ieshivá lituana en la cual los maestros y alumnos dedicaban énfasis especial en el discernimiento y la corrección de la conducta interna de la persona) decían que “si no se fue el ca’as haLev, aún no es momento para ca’as haPanim” – es decir: mientras una persona no pudo aún superar la irritación que siente a raíz de cierto episodio que lo molestó, no debe siquiera fingir un enojo de rostro (pues sería falso – su reacción no sería tan superficial como intenta mostrarse). Había dos personas que tenían un altercado acerca de un campo que lindaba con el de cada uno de ellos. Los dos opinaban que la propiedad les pertenecía y no estaban dispuestos a ceder algo a su rival para poner coto a la disputa. Finalmente decidieron acudir al estudio de Rav Jaim de Volozhin para que arbitre entre ellos. R. Jaim respondió que quería investigar las circunstancias personalmente para entender ambos puntos de vista y que lo acompañaran al campo. Todos juntos fueron al campo. Una vez en el lugar, R. Jaim volvió a escuchar los argumentos de ambos. Ninguno quería transigir en absoluto. De pronto, R. Jaim se agachó hasta la tierra. Los dos contrincantes se sorprendieron y le preguntaron qué estaba haciendo. Les respondió que habiendo escuchado sus respectivas opiniones, ahora quería oír la opinión de la tierra. Los dos pensaron que R. Jaim estaba bromeando y esperaron para escuchar qué era lo que dictaminaba la tierra. R. Jaim se sonrió y respondió: “A la tierra le cuesta entender vuestras exposiciones: ‘este dice que le pertenezco a él, y este dice que le correspondo a él’, mientras, en realidad ellos dos me pertenecen a mí”. (R. Paysach Krohn en “Around the Maggid’s table” de Mesorah/Artscroll) En toda comunidad activa existe una cuota de disconformidad. La nuestra tenía un dirigente, a quien recuerdo con gran afecto, que solía comentar sobre esta clase de situaciones: “Si una parte tuviera razón y la otra no, esto sería simple. El problema se suscita cuando ambas partes (antagonistas) tienen razón…” Cuentan que frecuentemente veían al Jafetz Jaim entrar a la sinagoga a tempranas horas de la mañana. Algunos de sus alumnos que estaban curiosos por saber qué es lo que su maestro hacía a esa hora, se escondieron en la sinagoga para observar lo que sucedía. Vieron al Jafetz Jaím abrir el Arón Kodesh (Hejal) y rezar con lágrimas, rogándole a D”s que lo proteja del sentimiento de encono… Fue un viernes y habíamos invitado a un afamado médico judío que (aun) no practica las Mitzvot y a quien llegamos a conocer a través de mi trabajo de investigación científica. Nuestros niños están acostumbrados a participar activamente en la mesa de Shabbat aportando las enseñanzas que traen de la escuela sobre la lectura de la Torá de la semana. En esta ocasión, dado que el huésped captaba nuestra atención, no les pudimos dedicar el interés habitual a nuestros hijos. Esto trajo aparejado que se levantaran de la mesa reiteradamente y fuesen a jugar. Yo me sentía un poco molesto por la situación teniendo algo de vergüenza frente al invitado, quien pensaría que la casa de la gente observante siempre es un desorden. Sin embargo, no quería hacer escenas delante de él increpándoles a los niños y estropear el buen ambiente. Cuando el huésped se estaba retirando de nuestro hogar al final de la comida, me comentó que se sintió muy agradado y enriquecido por las conversaciones, pero que una cosa lo había impactado más que lo demás: “la paciencia que Ud. tuvo con sus hijos mientras ellos se levantaban de la mesa, es una cosa poco vista”. (“Anger” de Rav Zelig Pliskin shlit”a Artscroll/Mesorah) Anteriormente, he citado la Mishná en la que se describen los distintos temperamentos. Es interesante notar que la Mishná no menciona a la persona que no se enoja jamás. En todo caso, sí reflexiona acerca del dominio que posee cada cual sobre esa reacción primaria de responder con antagonismo violento hacia la adversidad y sobre la potestad que ejerce sobre los efectos residuales a largo plazo de los disgustos con otras personas. Con tiempo, el trabajo interno tendrá un efecto positivo sobre la reacción espontánea que tengamos amainando los efectos iniciales de los momentos difíciles. Todas las cosas requieren esfuerzo (especialmente las mejoras en la conducta), por lo tanto es importante que uno se estimule mediante todos los cambios positivos que ocurran por más pequeños que sean: 1. Si disminuyó la frecuencia de falta de control en momentos de sentir o sufrir perjuicio; 2. Si redujo la intensidad y la carga negativa con la que responde ante el revés; 3. Si aumentó el grado de provocación que fue necesario para que uno reaccione mal. En todos los casos, habrá de alegrarse con la disminución de una conducta incorrecta. El Rav Pliskin advierte que es factible que en la medida que una persona tome conciencia de su falta de control en situaciones adversas, cuando caiga nuevamente en ese flagelo, se culpará a sí mismo creyendo que nunca lo dominará. Esto puede crear un círculo vicioso de “enojarse por el enojo propio”, que no le permite salir de él. Paciencia y perseverancia. ¡Cuanto más cueste, mayor la recompensa! La familia de Yanky y Ella Adler había sido muy golpeada. Su hijo Mijael – quien era un niño muy vivaz y despierto, gustaba tocar el clarinete y alegrar a la familia – había fallecido poco después de su Bar Mitzvá de manera repentina. Durante varias semanas luego de la Shiv’á, les costó retomar su vida cotidiana. Finalmente, fue la mamá, Ella, quien tomó la iniciativa y empujó a la familia para que tomara nuevamente su ritmo normal. Un día viernes llevó a su hija de 17 años a sacar su registro de conductor. En virtud de que la multitud de personas que asisten ese lugar es muy variada, Ella acompañó a su hija. Las demoras en las oficinas públicas son habitualmente muy prolongadas (aun en el primer mundo), y Ella se llevó el Sidur para orar. Los rezos habían cobrado un significado especial desde la muerte de su hijo. Cuando Ella llegó al pasaje donde se debe recitar la Amidá (Shmoná Esré) de pie, buscó un sitio alejado en donde poder recitar esa importante plegaria. No encontró ningún lugar, entonces ingresó a una oficina sin darle importancia al cartel que decía: “Prohibido el ingreso a toda persona ajena a las dependencias”. Viendo que estaba vacía, fue a una esquina y retomó sus plegarias. Al rato, cuando había llegado a la altura de Shmá Kolenu, entró una persona. “¡Salga de aquí!” – ordenó una voz femenina – “¡Ud. no tiene que estar acá!” . Dado que no se debe interrumpir hablando o moviéndose del lugar en medio de la Amidá, Ella trató infructuosamente hacer gestos con su Sidur, que dieran a entender que no podía interrumpir. La mujer se enojó mucho y empujó a Ella, causando así que su Sidur cayera al suelo. Ella se sintió muy humillada. El primer pensamiento que le vino a la cabeza fue responderle a la mujer en el mismo tono. Sin embargo, aturdida, lo único que atinó a decir, fue: “¿por qué me está haciendo eso? – ¡yo solamente estaba rezando!”. “¡Ud., puede rezar en cualquier lugar menos acá. Esta es mi oficina!” – reiteró. Ella trató de explicar lo que sentía: “Ud. no sabe lo que estuve pasando los últimos meses desde que falleció mi hijo, a las pocas semanas de su Bar Mitzvá. La vida se me hizo tan difícil…” – y no pudo decir más, pues sus palabras se ahogaron en un mar de lágrimas. Recogió su Sidur del piso y salió de la oficina tratando que su hija no se diera cuenta de lo sucedido. Un rato más tarde, Ella sintió que le estaban tocando el hombro. Se dio vuelta y volvió a ver a la misma señora de antes. Su rostro había cambiado totalmente. Con voz sincera y medio quebrada, se disculpó: “Por favor, perdóneme. Fui muy cruel con Ud. Yo también soy judía” – dijo con un toque de vergüenza – “lo siento mucho por su hijo. No debí haberla tratado de ese modo”. Ella sintió la honestidad en sus palabras, y siguieron con una breve conversación, luego de la cual se despidieron yendo cada una hacia su lado. Ella se sintió más aliviada. Cuando el lunes siguiente comentó lo que le había sucedido en un curso de R. Shaye Cohen en “Priority One”, este le dijo que debía intentar volver y retomar la conversación: “Es una excelente oportunidad de Kiruv” – explicó. Con el apoyo moral de su amiga Iojeved Kremer, Ella retornó a la oficina de Registro de Conductores. Golpeó la puerta de la misma señora, quien le franqueó la entrada y la saludó cálidamente: “Me alegro tanto que Ud. haya venido. Quería hablar con Ud.” – Iojeved se alejó para dejar a las dos mujeres solas – “quiero que sepa que el viernes a la noche fui a la sinagoga – ya ni me acuerdo cuándo había ido por última vez – y recé pidiéndole a D”s que me perdone por lo que había hecho. Sentí una gran urgencia por hacerlo y también dije una plegaria por su hijo…” ¿Qué motivó que la señora vaya a la sinagoga después de tantos años, lo cual sería potencialmente su primer paso en su vuelta al judaísmo? Es posible que fuese el ejemplo de la Señora Ella Adler, quien en lugar de responder de manera abrasiva, simplemente (¡o no tan simple!) respondió con tranquilidad sin perder su cordura. “Quien responde suave, quita la cólera” – dice el rey Shlomó en Mishlé 15:1. (Rabbi Paysach Krohn en “Along the Maggid’s Journey” Artscroll/Mesorah) La pregunta que nos debemos formular, es evidente: ¿somos conscientes de la responsabilidad que nos cabe al momento de tratar con terceros? ¿Pensamos en cómo repercute nuestro dominio del temperamento – o la falta de control – en la evaluación que tienen terceros en su contemplación de lo que es el mundo de la Torá? El Rabino Zelig Pliskin shlit”a (“Anger” de Artscroll/Mesorah) nos da consejos, que poniéndolos en práctica obtendremos un beneficio importante: No solamente será una ventaja para nuestra salud, sino que la convivencia con nuestros seres queridos y en el lugar de trabajo será posible – y de manera agradable. En primer lugar es importante tener en cuenta que como judíos estamos hablando de una obligación y no – simplemente – de algo que “queda mal” o “queda feo ante el público”. Si bien Ud., querido lector, tal vez no encuentre en el texto de la Torá que expresamente se manifieste al respecto, los Sabios (y el Ramba”m lo menciona en su código de leyes “Mishné Torá” – Hiljot De’ot 1:5) enuncian que controlar el enojo está incluido en la obligación general de “caminar en Sus caminos” (Devarim 10:12), lo cual significa que el ser humano debe emular la conducta del Todopoderoso: “del mismo modo que Él es Bondadoso, así también tú debes ser bondadoso” (solo mencionamos una de los múltiples atributos Di-vinos, pero la lista que exponen los Sabios en las cualidades en que se debe “copiar” a D”s, es más extensa). Por lo contrario, Rabí Israel Salanter nos hace saber que “casi todos los pecados de convivencia entre las personas no se inician sino mediante el enfurecimiento: la venganza, la mentira, la maledicencia, la abstención de ofrecer ayuda, causar dolor a animales, etc.” Es decir, que la falta de control no solo es un error en sí. Es el origen de tantas otras fallas que nos caracterizan. Esto da para pensar. No obstante, si se sienta a estudiar el tema más a fondo, se enterará que el estilo de vida con un sinnúmero de disgustos, destruye la salud propia, arruina la convivencia del hogar (aun si siguen viviendo bajo un mismo techo, los miembros de la familia tratarán de obviar uno la presencia del otro) y del lugar de trabajo o de estudio (los saludos se hacen por compromiso y sin amistad). Más adelante volveremos sobre el tema. Sin embargo, sería oportuno que la persona que incurre asiduamente en este flagelo tomara conciencia de los diversos rasgos que está demostrando cuando actúa con desmán ante los demás. Al perder el control de sus impulsos, la persona exhibe un pobre nivel de Emuná (creencia en el imperio absoluto del Todopoderoso sobre lo que ocurre en este mundo) pues si aceptara auténticamente que D”s dirige lo que sucede aquí, no reaccionaría con tanta vehemencia ante la adversidad, sino que admitiría que se puede tratar de la Voluntad de D”s que las cosas se den de manera distinta a lo que él hubiese deseado o programado. Quizás sea por eso que los Sabios compararon a una persona que entra en cólera hasta el punto en que adopta actitudes destructivas como un idólatra. La alteración asimismo es una clara evidencia de una profunda falencia en la modestia y en la paciencia del individuo. Una persona humilde reconoce que no siempre tiene razón, que se deben tomar en cuenta las necesidades de otros al igual que las propias, etc. Sucede también a menudo que los gritos son un método de intentar controlar a los demás (“si no grito, no me escucha, y me ‘pasan por arriba’”). El tema es que mucha gente no reconoce que suele estar poseída por la furia (¿nunca escuchó a alguien exclamar con la cara ‘como un tomate’: “¡no te estoy gritando – es solo que vos no me escuchas!?). Una de las dificultades más comunes y generalizadas en nuestra sociedad es la falta de auto-estima en niños y adultos. Es una cuestión dilatada y no la podremos tratar aquí, pero basta con observar que importantes autores de nuestra época dedicaron libros enteros al tema. Quien se siente bien consigo, no necesita gritar para hacerse escuchar y no tiene el más mínimo deseo de imponerse sobre los demás. La falta en juzgar a los semejantes positivamente, es una de las manifestaciones de que expone quien suele gritar a otros. Si mirara con más consideración a sus compañeros, se percataría que los mira con la lupa que detecta siempre sus lados negativos. Es la típica persona que culpa a los demás por todo lo que anda mal y no sabe perdonar los errores ajenos. Quien se enoja con facilidad demuestra con su conducta una pobreza en la comunicación (no sabe arreglar las cosas hablando), falta de respeto por la dignidad de los seres humanos y falta de control sobre sus impulsos. Más de una vez recordamos en estas líneas las palabras del Talmud que recomienda: “Le’olam al iatil adam eimá ieteirá betoj beitó” (como regla, no debe imponer la persona un temor excesivo en su hogar) dice el Talmud (Guitin 6:). En demasiados hogares se grita y mucho. Es posible que esto sea el resultado de la falta de alegría (“Simjat Jaím”) en nuestras vidas. Muchos nos sentimos “pobrecitos”. Bajo el pretexto que “las cosas no van bien”, contemplamos nuestra propia vida como una serie de fracasos colmados de dolor. Efectivamente, las “cosas” (especialmente las del orden económico…) son más difíciles que en el pasado. Sin embargo, afortunadamente, muchos de nosotros no somos los “pobrecitos” que algunas veces tratamos de personificar. Tengamos muchos o pocos recursos materiales, nos olvidamos frecuentemente de considerar y tener en cuenta todas las cosas buenas que nos suceden. Si la salud está bien, si los niños progresan en sus estudios, si tenemos amigos, si nuestra familia está unida, si podemos practicar libremente nuestra religión, es suficiente razón para sonreír. Con esto no se resolverán los problemas económicos, pero sí nuestra vida tendrá otro matiz. Si nuestra actitud hacia las personas que integran nuestro hogar fuese convencionalmente con un porte de agrado, del mismo modo que nos mostraríamos – por ejemplo – si nos encontráramos con un amigo íntimo a quien no vimos durante largo tiempo, o si estuviésemos sentados en una fiesta de casamiento con personas con quienes nos gusta estar, todo sería distinto. En Pirkéi Avot (1:15) Shamai nos recomienda recibir a toda persona con un aire y un gesto de semblante afable y complaciente. Si esto está establecido con “toda persona” incluyendo a los extraños, cuanto más aplicación tendrá con quienes son allegados a nosotros, o – aun más – quienes dependen de nosotros para su correcta educación. Esta actitud tiene sus réditos. Cuanto más uno sonría y se muestre constantemente alegre, del mismo modo será premiado pues quienes lo rodean le devolvieran a su vez esa sonrisa. Esto permitirá un mayor grado de solidaridad y “buena onda” recíproca. Las cosas que rutinariamente lo enojaban, se verán diminutas frente a las cuestiones que realmente valen. En el caso de los niños, crecerán más seguros de si mismos. Si llega el momento de reprenderlos por algo que no están haciendo del modo que debiera ser, alcanzará simplemente con quitar algo de la expresión gozosa común reemplazándola con un gesto un poco más adusto, y con un tono de voz un poco más grave y firme. Nuestros hijos nos conocen muy bien. Saben interpretar los cambios en nuestro modo de dirigirnos a ellos. Saben inmediatamente que “la cosa es en serio”. Posiblemente intenten probarnos para saber si estamos convencidos de lo que declaramos, y, si demostramos que permanecemos firmes en nuestra decisión, la van a respetar. Todo esto se puede lograr sin emitir gritos ni expresiones alteradas de hastío y desesperación. Llamar la atención en voz alta, quedará reservado para instancias en las cuales es urgente que se tome acción inmediata, como en el caso de un peligro inminente. Obviamente, en cuanto se aborde todas las situaciones menores con alaridos, se llegará a un punto en el cual no se distinguirá entre los asuntos que realmente son urgentes e importantes, y las definiciones que no lo son. De este modo se pierde totalmente la noción de una escala de valores y la progresión de menor a mayor, una cuestión esencial en la educación de los infantes. Expusimos en estas páginas ciertos conceptos relacionados con la falta de control y el enojo. Muchas veces la gente se pregunta: “¿entonces debo ‘tragármelo’ y guardarlo todo adentro?”. La respuesta es definitivamente: “¡NO!” Guardar rencor está prohibido por la Torá (y también “hace mal a la salud”). Por otro lado, sí es sano tranquilizarse, tomar distancia, evaluar los hechos objetivamente, consultar con alguna persona sabia y luego obrar en consecuencia. Sin duda que construiremos una sociedad mejor y familias más sanas.