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EL USO DEL CONOCIMIENTO EN LA SOCIEDAD - Friedrich A.

von Hayek
Muchas de las controversias contemporáneas respecto de la teoría económica y de la
política económica tienen su origen, así me parece, en una idea equivocada acerca
de la naturaleza del problema económico que confronta la sociedad. Esta idea
equivocada, a su vez, se origina en una errónea transferencia, a los problemas
sociales, de los hábitos de pensamiento que hemos desarrollado al ocuparnos de los
problemas de la naturaleza.
¿Cuál es el problema que deseamos resolver cuando tratamos de construir un orden
económico racional? Con base en ciertos supuestos comunes, la respuesta es
bastante sencilla. Si disponemos de toda la información pertinente, si
podemos empezar con un sistema dado de preferencias, y si poseemos
conocimiento completo de los medios a nuestra disposición, el problema que
queda es puramente de lógica. En otros términos, la respuesta a la pregunta
acerca de cuál es el mejor uso que podemos darle a los medios a nuestro alcance
está implícita en nuestros supuestos. Para expresarla brevemente en forma
matemática, la respuesta es que las proporciones marginales de substitución entre
cualesquiera dos bienes o factores, debe ser la misma en todos sus diversos usos.
Sin embargo, decididamente este no es el problema económico que confronta la
sociedad. Y el cálculo económico que hemos elaborado para resolverlo, aunque
constituye un paso importante hacia la solución del problema económico de la
sociedad, no provee una respuesta a dicho problema. La razón de esto es que los
"datos" para toda la sociedad, que son el punto de partida del cálculo
económico, nunca son "dados" a una sola mente.
El problema de un orden económico racional lo determina el hecho de que el
conocimiento de las circunstancias que debemos utilizar nunca existe en una forma
concentrada, sino solamente en la forma de elementos dispersos, incompletos
y frecuentemente contradictorios, que diferentes individuos poseen. El
problema económico de la sociedad no es, por consiguiente, simplemente un
problema relativo a cómo asignar recursos "dados", si "dados" significa dados a una
sola mente que deliberadamente resuelve el problema que plantean estos "datos".
Es más bien el problema de cómo lograr el mejor uso de los recursos conocidos por
cualquier miembro de la sociedad para fines cuya importancia relativa solamente
esos individuos conocen. O, para expresarlo brevemente, es el problema de la
utilización del conocimiento que no le es dado a ninguno en su totalidad.
Me temo que este aspecto del problema fundamental ha sido oscurecido en vez de
ser iluminado por muchos de los recientes refinamientos de la teoría económica,
especialmente por muchos de los usos que se han hecho de la matemática. Aun
cuando el problema que deseo discutir primordialmente en este trabajo es el de la
organización económica racional de la sociedad, frecuentemente señalaré sus íntimas
conexiones con ciertos problemas metodológicos. Muchas de las ideas que deseo
expresar son conclusiones hacia las cuales diversas formas de razonamiento han
desembocado inesperadamente. Pero, según veo ahora estos problemas, esto no es
accidental.
En el lenguaje ordinario describimos por medio de la palabra "planeamiento"
un complejo de decisiones interrelacionadas acerca de la asignación de
recursos disponibles. Toda la actividad económica es, en este sentido,
"planeamiento": y en cualquier sociedad en la cual cooperan muchas personas, este
planeamiento, quienquiera que lo haga, tendrá que estar basado en alguna medida,
en conocimiento que, en primer término, no es dado al planificador sino a otra
persona, y que en segundo término debe ser comunicado al planificador. Las diversas
formas en que este conocimiento sobre el cual las personas basan sus planes les es
comunicado, es el problema crucial para cualquier teoría que explique el proceso
económico. El problema de decidir cuál es la mejor manera de utilizar el conocimiento
que inicialmente se encuentra disperso entre toda la gente es, cuando menos, uno
de los principales problemas de la política económica o, lo que es lo mismo, del
intento de diseñar un sistema económico eficiente.
La respuesta a esta pregunta está íntimamente relacionada con la otra pregunta que
surge aquí, esto es, la pregunta acerca de quién ha de hacer el planeamiento.
Alrededor de esta pregunta giran las disputas acerca del "planeamiento económico".
Esta es una controversia acerca de si el planeamiento ha de ser hecho por una
autoridad central, para el sistema económico total, o si ha de ser dividido entre
muchos individuos. El planeamiento, en el sentido específico que el término se usa
en las controversias contemporáneas, significa necesariamente planeamiento
centralizado —dirección de todo el sistema económico, de acuerdo con un plan
unificado—
La competencia, por otra parte, significa planeamiento descentralizado, realizado por
muchas personas diferentes. La solución intermedia, acerca de la cual muchos hablan
pero que a pocos les gusta cuando la ven, consiste en la delegación del planeamiento
a industrias privilegiadas o, en otros términos, a los monopolios.
Cuál de los dos sistemas será más eficiente, dependerá principalmente de en
cuál de los dos podemos esperar que se haga uso más completo del conocimiento
disponible. Esto, a su vez, depende de que sea más probable que tengamos éxito, a)
poniendo a disposición de una sola autoridad central todo el conocimiento que debe
ser usado, pero que inicialmente se encuentra disperso entre muchos y diferentes
individuos o, b) comunicando a los individuos aquel conocimiento adicional que
puedan necesitar para poder armonizar sus planes con los de los demás.
Conocimiento poco común
Será evidente de inmediato que sobre este asunto la posición que se asuma será
diferente respecto de diferentes tipos de conocimiento. Por tanto, la respuesta a
nuestra pregunta dependerá en buena medida de la importancia relativa que
asignemos a los diferentes tipos de conocimiento: los que con mayor probabilidad
estén a disposición de personas individuales y aquellos que con mayor confianza
podemos esperar encontrar en posesión de una autoridad formada por expertos
escogidos adecuadamente. Si en nuestro tiempo se da por sentado que una autoridad
estará en una mejor condición cognoscitiva, la razón es que el conocimiento científico
ocupa ahora una posición tan prominente en la mente pública que olvidamos que no
es la única clase de conocimiento que es pertinente. Podemos admitir que en lo que
respecta al conocimiento científico, un cuerpo de expertos escogidos puede estar en
posición para dominar todo el conocimiento disponible, aun cuando con ello
simplemente traslademos la dificultad a la selección de los expertos. Lo que deseo
señalar es que, aun cuando se dé por sentado que este problema puede ser resuelto,
constituye sólo una pequeña parte del problema más amplio.
En nuestro tiempo es casi una herejía sugerir que el conocimiento científico no es la
suma de todo el conocimiento. Pero un poco de reflexión muestra que sin lugar a
duda hay conocimiento importante y desorganizado que no puede ser
llamado científico, tal como el conocimiento de las circunstancias de tiempo
y lugar, en esto, cada individuo está en posición ventajosa con relación a
todos los demás, porque él posee información de la que se puede hacer uso
benéfico sólo si las decisiones que dependen de ella se le dejan a él o son hechas con
su cooperación activa.
Sólo es preciso recordar cuánto tenemos que aprender en cualquier ocupación
después de que hemos completado nuestro entrenamiento teórico; qué gran
proporción de nuestra vida activa la pasamos aprendiendo trabajos específicos, y
cuán valioso es en todos los órdenes de la vida el conocimiento de las personas, de
las condiciones locales, y de circunstancias especiales. Conocer y operar una máquina
que no se usa plenamente, o utilizar el talento de alguien que puede ser mejor
aprovechado, o tener conciencia de un excedente al cual se puede recurrir durante
una interrupción del flujo de materias primas, es socialmente tan útil como el
conocimiento de otras técnicas posibles. El proveedor que se gana la vida usando los
viajes vacíos o llenos a medias de vapores, o el comisionista cuyo conocimiento casi
se reduce al conocimiento de oportunidades del momento, o el que arbitra que
aprovecha las diferencias locales de precios, todos ellos realizan funciones de gran
utilidad, basándose en conocimiento especiales de circunstancias del momento que
otros no poseen.
Es un hecho curioso que esta clase de conocimiento sea en nuestro tiempo
generalmente considerado con cierto desdén y que a quien, por medio del uso de ese
conocimiento, obtiene ventajas sobre alguien que posee conocimiento técnico o
teórico, se le juzgue como que si hubiera actuado en forma casi condenable. Lograr
ventajas con base en un mejor conocimiento de las facilidades de comunicación o
transporte es a veces considerado como algo casi deshonesto, aun cuando para la
sociedad sea tan importante que se utilicen las mejores oportunidades en este
respecto como que se utilicen los últimos descubrimientos de la ciencia. Este prejuicio
ha afectado en buena medida la actitud hacia el comercio si se le compara con la
actitud hacia la producción. Aun los economistas, que se consideran inmunes a las
toscas falacias materialistas del pasado, constantemente cometen el mismo error en
lo que concierne a las actividades dirigidas hacia la adquisición de tal conocimiento
práctico, aparentemente porque en su esquema de las cosas todo ese conocimiento
se supone que es "dado". La idea generalizada parece ser que todo ese conocimiento
debiera estar a disposición de cualquiera, y el calificativo de irracional que se aplica
al orden económico existente frecuentemente se basa en el hecho de que no está a
disposición de todos. Esta manera de enfocar el asunto no tiene en cuenta el hecho
de que el método para poner ese conocimiento a disposición de tantos como sea
posible es precisamente el problema al cual es preciso encontrarle solución.
El dilema del planificador
Si está de moda minusvaluar la importancia del conocimiento de circunstancias
especiales de tiempo y lugar, esto está íntimamente relacionado con la poca
importancia que se le atribuye al cambio en sí. En verdad, hay pocos aspectos en
que los supuestos (generalmente sólo implícitos) de los planificadores difieren tanto
de los de sus oponentes como en lo que respecta a la significación y frecuencia de
los cambios que requerirán alteraciones substanciales en los planes de producción.
Por supuesto que si fuera posible establecer planes económicos para períodos largos
con anticipación y sujetarse a ellos de modo que no fuera necesario hacer decisiones
económicas adicionales de importancia, la tarea de establecer un plan comprensivo
que determinara toda la actividad económica sería mucho menos difícil.
Tal vez merezca la pena recalcar que los problemas económicos surgen siempre como
consecuencia del cambio. En la medida que las cosas siguen iguales no es necesario
hacer una nueva planificación. La creencia de que los cambios o, al menos los
ajustes, que hay que hacer cada día han cobrado menor importancia en los tiempos
modernos implica la aseveración de que los problemas económicos se han vuelto
menos importantes. Esta creencia en la disminución de la importancia del cambio es,
por esta razón, sostenida por las mismas personas que argumentan que la
importancia de las consideraciones económicas ha disminuido considerablemente por
causa de la creciente importancia del conocimiento tecnológico.
¿Es cierto que, por causa del complejo aparato de la producción moderna, las
decisiones económicas son necesarias sólo de vez en cuando, tales como cuándo se
erigirá una nueva fábrica o se introducirá un nuevo procedimiento? ¿Es también cierto
que una vez que ha sido construida una planta lo demás es más o menos mecánico,
determinado por el carácter de la planta y que poco queda por cambiar en un intento
de adaptarse a las circunstancias del momento, que siempre están en constante
cambio?
La generalizada respuesta afirmativa a esta pregunta no es sustentada, hasta donde
yo alcanzo a ver, por la experiencia práctica del empresario. Al menos en una
industria competitiva - y sólo una industria así puede servir de criterio -, la tarea de
evitar que suban los costos requiere lucha constante y absorbe buena parte de la
energía del gerente. Cuán fácil es para un gerente ineficiente malgastar las
diferencias sobre las cuales descansa la posibilidad de utilidades. Una gran variedad
de costos de producción son ampliamente conocidos a la experiencia empresarial,
pero no parecen ser igualmente conocidos a los economistas. La fuerza misma del
deseo, expresado por productores e ingenieros, de que se les permita proceder sin
limitaciones relativas a los costos monetarios, constituye testimonio elocuente de la
medida en que estos factores entran en su trabajo ordinario.
Una razón por la cual los economistas cada día tienden a olvidar más los constantes
y pequeños cambios que constituyen el cuadro económico total es probablemente su
creciente preocupación con agregados estadísticos, los cuales muestran una mayor
estabilidad que los movimientos de detalle. La comparativa estabilidad de los
agregados no puede, sin embargo, ser explicada por la "ley de los grandes números"
o la mutua compensación de cambios al azar, como los estadígrafos a veces parecen
hacerlo. El número de elementos que tenemos que manejar no es suficientemente
grande para que tales fuerzas accidentales produzcan estabilidad. La continua
corriente de bienes y servicios es mantenida por ajustes deliberados, por medio de
nuevas disposiciones tomadas a la luz de circunstancias que no se conocían el día
anterior, cuando “B” tiene que apresurarse por que “A” no cumplió. Aun la gran
planta, altamente mecanizada, funciona en buena medida por causa de un medio del
cual puede obtener lo necesario para satisfacer necesidades imprevistas: tejas para
un techo, papel para sus formularios, y todas las clases de equipo que no posee de
ordinario, los cuales es necesario que estén a la mano para la operación de la planta.
El conocimiento de tiempo y lugar no puede ser comunicado a ninguna
autoridad central en forma estadística. Las estadísticas que tal autoridad central
tendría que utilizar deberían obtenerse abstrayendo y luego juntando elementos que
difieren respecto de lugares, calidad y otros aspectos que pueden ser muy
significativos para la decisión específica. De esto se sigue que el planeamiento central
que se basa en información estadística, por su propia naturaleza, no puede tener en
cuenta circunstancias de tiempo y lugar. El planeador central deberá encontrar
formas de tomar decisiones permitiendo que las hagan "quienes están en las
circunstancias".
El problema económico de la sociedad es adaptarse rápidamente a los
cambios en las circunstancias específicas de tiempo y lugar, de ahí se sigue
que las decisiones últimas deben dejarse a las personas que conocen estas
circunstancias; que conocen directamente los cambios significativos y los
recursos disponibles. No podemos esperar que este problema sea resuelto
comunicando primero todo este conocimiento a una oficina central que, después de
integrarlo, envía órdenes. Debemos resolverlo por medio de alguna forma de
descentralización.
Necesitamos la descentralización porque sólo así podemos asegurarnos de que el
conocimiento de circunstancias específicas de tiempo y lugar será utilizado con
prontitud. El "hombre en el lugar" no puede, sin embargo, decidir solamente con base
en su limitado pero íntimo conocimiento de los hechos de su ambiente inmediato.
Todavía queda el problema de transmitirle la información adicional que necesita para
adecuar sus decisiones al patrón general de cambios en el sistema económico total.
Conocimiento individual útil
¿Cuánto conocimiento necesita un individuo para tener éxito en estas
decisiones? ¿Cuáles de los acontecimientos que están más allá de su horizonte
inmediato de conocimientos tienen significación para su decisión inmediata y cuánto
necesita saber acerca de ellos?
Escasamente hay algo que sucede en el mundo que no puede tener algún efecto
sobre la decisión que debe tomar. Pero no necesita tener conocimiento de estos
acontecimientos como tales, ni de todos sus efectos. No le importa saber por qué se
necesitan más tornillos de un cierto tamaño en un tiempo determinado, por qué
bolsas de papel se consiguen más fácilmente que bolsas de tela, o por qué los
trabajadores especializados, o algunas máquinas específicas, son más difíciles de
obtener en un momento determinado. Todo lo que para él es importante es
determinar cuánto más o menos difícil de obtener son ahora, comparados con otras
cosas que también le conciernen, o con cuánta mayor urgencia se desea las cosas
alternativas que usa o produce. Siempre es cuestión de la importancia relativa de las
cosas específicas que le conciernen y las cosas que alteran esa importancia
relativa no le interesan más allá de los efectos que puedan tener sobre las
cosas concretas de su propio medio.
Es en relación con esto que lo que he llamado "cálculo económico" (o la Lógica
Pura de la Escogencia) nos ayuda, al menos por analogía, para ver cómo puede ser
resuelto por el sistema de precios. Aún la mente única controladora que posee
todos los datos de algún pequeño sistema económico no podría —cada vez que sea
necesario hacer algún ajuste en la asignación de recursos— contemplar todas las
relaciones entre fines y medios que podrían ser afectadas. La gran contribución de la
Lógica Pura de la Escogencia consiste en haber demostrado en forma concluyente
que aun tal mente única podría resolver esta clase de problema sólo por medio de la
construcción y el constante uso de "rutas de equivalencias" (o "valores") o "tasas
marginales de substitución". Esto es, tendría que asignar a cada clase de recurso
escaso un índice numérico que no puede ser derivado de ninguna propiedad que
posee esa cosa particular pero que refleja, o en la cual está condensada, su
significación a la vista de la estructura total de medios y fines. En cualquier pequeño
cambio él tendrá que considerar solamente esos índices cuantitativos (o "valores")
en los cuales toda la información pertinente está concentrada; y, al ajustar
cantidades una por una, él puede apropiadamente arreglar de nuevo sus
disposiciones sin tener que resolver el problema total ab initio, sin tener que revisarlo
en ningún momento de una vez en todas sus ramificaciones.
Fundamentalmente, en un sistema en el cual el conocimiento de los hechos
pertinentes está disperso entre muchas personas, los precios pueden
coordinar las diversas acciones de diferentes personas de la misma manera
que los valores subjetivos ayudan al individuo a coordinar las partes de su
plan.
El milagro del sistema de precios
Merece la pena contemplar por un momento un ejemplo común y simple de la acción
del sistema de precios para ver precisamente qué es lo que logra. Supóngase que en
algún lugar del mundo aparece una nueva oportunidad para el uso de alguna materia
prima, el estaño, por ejemplo, o que una de las fuentes de estaño ha sido eliminada.
Para nuestros propósitos no importa —y tiene importancia el hecho de que no
importe—, cuál de estas dos causas ha producido un mayor faltante de estaño. Todo
lo que quienes usan el estaño necesitan saber es qué parte del estaño que solían
consumir es ahora usada con mayor provecho en otro lugar y que, en consecuencia,
ellos deben economizar estaño.
Para la gran mayoría de ellos ni siquiera es necesario que sepan dónde ha surgido la
más urgente necesidad o a favor de qué otras necesidades deben ellos cuidar su
existencia. Si sólo algunos de ellos conocen directamente la nueva demanda y
orientan hacia ella sus recursos; y si las personas que se dan cuenta del nuevo vacío
así creado lo llenan con otros recursos diferentes, el efecto se regará rápidamente
por todo el sistema económico. Esto influye no solamente en todos los usos del
estaño, sino también en el de sus substitutos y en el de los substitutos de los
substitutos, en la oferta de las cosas hechas con estaño, y sus substitutos, etc. Todo
esto sucede sin que la gran mayoría de aquellos que son responsables de estas
substituciones sepan nada acerca de la causa original de estos cambios. El todo se
conduce como un mercado, no porque alguno de sus miembros tenga una visión de
la totalidad, sino por que sus limitados campos visuales individuales se traslapan
suficientemente de modo que por medio de muchos intermediarios la información
pertinente se comunica a todos. El simple hecho de que hay un precio para cualquier
bien —o, para expresarlo mejor, que los precios locales están relacionados en una
forma determinada por el costo del transporte, etc.—, sugiere la solución que (si
fuera conceptualmente posible) pudo haber sido descubierta por una sola mente que
poseyera la información que de hecho está dispersa entre todas las personas que
participan en el proceso.
Debemos ver el sistema de precios como un mecanismo para comunicar
información si deseamos comprender su verdadera función, función que desempeña
con menor perfección en la medida en que los precios se ponen más rígidos (aun
cuando los precios cotizados se han puesto rígidos, las fuerzas que operarían a través
de cambios de precio todavía operan, en buena medida a través de los cambios en
otros términos del contrato). El hecho más significativo acerca de este sistema es la
economía de conocimiento con la cual opera o, cuán poco los participantes
individuales necesitan saber para poder hacer la decisión correcta. En forma
abreviada, por medio de una especie de símbolo, sólo la información más esencial es
comunicada, y es comunicada sólo a aquellos que les concierne. Es más que una
metáfora la descripción del sistema de precios como un tipo de mecanismo para
consignar cambios o como un sistema de telecomunicaciones que permite al
productor individual sólo observar el movimiento de unos pocos
indicadores: como un maquinista puede observar las agujas de unos cuantos
relojes, para adaptar sus actividades a cambios de los cuales puede ser que nunca
conozca más que su reflejo en el movimiento de precios.
Desde luego, estas adaptaciones probablemente nunca son "perfectas", en el sentido
en que el economista las concibe en sus análisis de equilibrio. Pero me temo que
nuestros hábitos teoréticos de aproximarnos al problema dando por sentada la
posesión de conocimiento más o menos perfecta de parte de casi todos, nos ha
cegado un poco respecto de la verdadera función del mecanismo de precios y nos ha
hecho aplicar patrones engañosos al juzgar su eficacia. La maravilla es que en un
caso como el de la escasez de una materia prima, sin que se dé ninguna orden, sin
que sepa la causa más que un puñado de personas, miles de personas cuya
identidad no podría ser establecida durante meses de investigación, son inducidas
a usar la materia prima o sus productos con mayor cautela, es decir, a moverse en
la dirección correcta. Esta es suficientemente una maravilla, aun cuando, en un
mundo de cambio constante, no todos reaccionarán tan perfectamente que sus
promedios de utilidad siempre sean mantenidos al mismo nivel "normal".
He usado deliberadamente la palabra "maravilla" para sacar al lector de la
complacencia con la cual a menudo damos por sentado el funcionamiento del
mecanismo de precios. Estoy convencido de que si este mecanismo fuera resultado
de acciones humanas deliberadas y si las personas que se guían por los cambios de
precios comprendieran que sus decisiones tienen significación mucho más allá de sus
objetivos inmediatos, este mecanismo hubiera sido aclamado como uno de los más
grandes logros del intelecto humano. Tiene el doble infortunio de no ser producto de
la deliberación humana y de que las personas que se guían por él generalmente no
saben por qué son inducidos a hacer lo que hacen. Pero aquellos que exigen
"dirección consciente" y quienes no pueden creer que algo que ha evolucionado sin
acciones conscientes (y aun sin que los comprendamos), puede resolver problemas
que no podemos resolver conscientemente deben recordar esto: el problema consiste
precisamente en cómo extender nuestra utilización de recursos más allá del campo
del control de cualquier mente y, en consecuencia, cómo deshacernos de la necesidad
del control consciente; y cómo crear incentivos para que los individuos hagan lo que
es deseable sin que ninguno tenga que decirles lo que tienen que hacer.
El problema que confrontamos aquí no es peculiar a la economía, sino que surge en
el contexto de casi todos los fenómenos sociales genuinos, incluido el lenguaje y la
mayor parte de nuestra herencia cultural, y constituye el problema teorético central
de toda la ciencia social. Como lo ha expresado Alfred N. Whitehead en otro contexto:
"Es una profunda verdad elemental errada, repetida en todos los cuadernos y por
personas eminentes cuando dicen discursos, que debemos cultivar el hábito de
pensar sobre lo que estamos haciendo. Exactamente lo opuesto es la verdad. La
civilización avanza cuando aumenta el número de operaciones importantes que
podemos realizar sin pensar acerca de ellas". Esto es de profunda significación en el
campo social. Constantemente usamos fórmulas, símbolos y reglas cuyo significado
no entendemos y a través de cuyo uso tenemos la ayuda de conocimiento que
individualmente no poseemos. Hemos desarrollado estas prácticas construyendo
sobre hábitos e instituciones que han tenido éxito en su propia esfera y que a la vez
han llegado a ser el cimiento de la civilización que hemos construido.
El sistema de precios es una institución que el hombre ha aprendido a usar
después de haberse topado con ella sin entenderla.
A través de ese sistema ha sido posible no sólo la división del trabajo sino una
coordinada utilización de recursos basada en una similar división del conocimiento.
Quienes gustan de ridiculizar cualquier sugestión de que esto pueda ser así
generalmente distorsionan el argumento al insinuar que afirmar que por algún
milagro ha surgido espontáneamente aquel sistema que está mejor adaptado a la
civilización moderna. Es el contrario: el hombre ha sido capaz de efectuar la división
del trabajo sobre la cual descansa nuestra civilización porque se encontró con un
método que la hizo posible. Si no hubiera hecho eso, pudo haber desarrollado algún
otro tipo de civilización, algo así como el "estado" de las hormigas o algún otro tipo
no imaginable. Todo lo que podemos decir es que hasta ahora nadie ha tenido éxito
en diseñar un sistema alternativo en el cual ciertas características del que existe
puedan ser preservadas, características que gozan de la estimación aun de quienes
con mayor violencia las atacan.
DERECHOS DE PROPIEDAD — Armen A. Alchian
Uno de los requisitos más fundamentales de un sistema económico capitalista -y uno de
los conceptos más mal entendidos- es un sistema fuerte de derechos de propiedad.
Durante décadas, los críticos sociales de los Estados Unidos y de todo el mundo
occidental se han quejado de que los derechos de «propiedad» tienen a menudo
preferencia sobre los derechos «humanos», con el resultado de que la gente es tratada con
desigualdad y no tienen las mismas oportunidades. Las desigualdades existen en cualquier
sociedad. Pero el supuesto conflicto entre derechos de propiedad y derechos humanos es
un espejismo: los derechos de propiedad son derechos humanos.
La definición, adjudicación y protección de los derechos de propiedad es uno de los temas
más complejos y difíciles que cualquier sociedad tenga que resolver, pero es uno que debe
resolverse de alguna forma. En su mayor parte los críticos sociales de los derechos de
«propiedad» no desean abolir estos derechos.
Más bien desean transferirlos de la propiedad privada a la propiedad del gobierno.
Algunas transferencias a la propiedad pública o al control (que es similar) vuelven una
economía más efectiva. Otras la vuelven menos efectiva. El peor resultado se produce
con mucho cuando los derechos de propiedad son abolidos realmente (véase La Tragedia
de los Comunes).
Un derecho de propiedad es la autoridad exclusiva de determinar cómo se usa un recurso,
ya sea este recurso propiedad del gobierno o de un individuo o individuos. La sociedad
aprueba los usos seleccionados por el poseedor del derecho de propiedad con la fuerza
gubernamental administrada y con el ostracismo social. Si el recurso es propiedad del
gobierno, el agente que determina su uso tiene que actuar bajo un conjunto de reglas
determinadas, en los Estados Unidos, por el Congreso o por las agencias ejecutivas a las
que ha encargado este papel.
Los derechos de propiedad privada tienen otros dos atributos además de determinar el uso
de un recurso. Uno es el derecho exclusivo a los servicios del recurso. Así, por ejemplo,
el propietario de un apartamento con derechos de propiedad completos tiene el derecho a
determinar si alquilarlo o no y si lo hace, a qué inquilino alquilárselo; si vivir él mismo
en él; o si usarlo para cualquier otro fin pacifico. Es decir, el derecho a determinar su uso.
Si el propietario alquila el apartamento, tiene también derecho a todos los rendimientos
del alquiler de la propiedad. Es decir, el derecho a los servicios del recurso (la renta).
Finalmente, los derechos de una propiedad privada incluyen el derecho a delegar, alquilar
o vender cualquier porción de los derechos por intercambio o donación a cualquier precio
que el propietario determine (siempre que alguien esté dispuesto a pagar ese precio). Si
yo no puedo comprarle a usted algunos derechos y en consecuencia usted no tiene
permitido venderme esos derechos, los derechos de propiedad privada son reducidos. Así,
los tres elementos básicos de la propiedad privada son : 1) exclusividad de los derechos
de elección del uso de un recurso, (2) exclusividad de los derechos de los servicios de un
recurso, y (3) derecho de intercambiar el recurso bajo unos términos mutuamente
aceptables.
El Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha vacilado acerca de este tercer aspecto de
los derechos de propiedad. Pero, no importa qué palabras utilice la justicia para
racionalizar recientes decisiones, el hecho es que limitaciones tales como controles de
precios y restricciones al derecho de vender a términos mutuamente aceptables son
reducciones de los derechos de propiedad privada. Muchos economistas (yo entre ellos)
creen que la mayor parte de tales restricciones sobre los derechos de propiedad van en
detrimento de la sociedad. He aquí algunas razones del porqué.
Bajo un sistema de propiedad privada, los valores de mercado de una propiedad reflejan
las preferencias y las demandas del resto de la sociedad. No importa quién sea el
propietario, el uso del recurso se ve influenciado por lo que el resto del público piensa
que es su uso más valioso. La razón es que un propietario que elige algún otro uso debe
desechar ese uso más valorado, y el precio que los otros le pagarán por el recurso o por
su uso. Esto crea una interesante paradoja: aunque la propiedad recibe el nombre de
«privada», las decisiones privadas se basan en una evaluación pública, o social.
La finalidad fundamental de los derechos de propiedad, y su logro fundamental, es que
eliminan la competencia destructiva por el control de los recursos económicos (Tragedia
de los Comunes). Los derechos de propiedad bien definidos y bien protegidos reemplazan
la competencia a través de la violencia por la competencia a través de métodos pacíficos.

La extensión y el grado de los derechos de propiedad privada afectan fundamentalmente


al modo en que la gente compite por el control de los recursos. Con unos derechos de
propiedad privada más completos, los valores de intercambio del mercado se vuelven más
influyentes. El status personal y los atributos personales de la gente que compite por un
recurso importan menos debido a que su influencia puede eliminarse ajustando el precio.
En otras palabras, unos derechos de propiedad más completos hacen la discriminación
más costosa. Ejemplo: el caso de una mujer negra que desea alquilar un apartamento a un
casero blanco. Tendrá más facilidades de hacerlo cuando el casero tenga el derecho de
establecer la renta a cualquier nivel que desee.
Aunque el casero tal vez prefiriera a un inquilino blanco, la mujer negra puede eliminar
esta desventaja ofreciendo un alquiler más alto. Un casero que acepte a un inquilino
blanco por un alquiler más bajo pagará por discriminar.
Pero si el gobierno impone controles sobre los alquileres que mantienen la renta por
debajo del nivel de mercado libre, el precio que paga el casero por discriminar se reduce
posiblemente a cero. El control de la renta no reduce mágicamente la demanda de
apartamentos. En vez de ello, reduce toda habilidad del inquilino potencial de competir
ofreciendo más dinero. El casero, ahora incapaz de recibir todo el precio que se le puede
ofrecer, discriminará en favor de los inquilinos cuyas características personales -como
edad, sexo, etnia y religión- favorezca. Ahora la mujer negra que busca un apartamento
no puede eliminar la desventaja del color de su piel ofreciendo pagar un alquiler más alto.
La competencia por los apartamentos no queda eliminada por el control de los alquileres.
Lo que cambia es la «acuñación» de la competencia. La restricción de los derechos de
propiedad privada reduce la competencia basada en los intercambios monetarios para
bienes y servicios e incrementa la competencia basada en las características personales.
Más generalmente, la debilitación de los derechos de propiedad privada incrementan el
papel de las características personales induciendo a los vendedores a discriminar entre
compradores en competencia y a los compradores a discriminar entre los vendedores.
Los dos extremos en los derechos de propiedad privada debilitados son el socialismo y
los recursos de «propiedad común». Bajo el socialismo, los agentes del gobierno -
asignados por el propio gobierno- ejercen el control sobre los recursos. Los derechos de
estos agentes de tomar decisiones acerca de la propiedad que controlan se hallan
altamente restringidos. La gente que piensa que puede emplear los recursos para usos más
valiosos no puede hacerlo adquiriendo los derechos porque los derechos no están a la
venta a ningún precio. Puesto que los gestores socialistas no ganan cuando el valor de los
recursos que gestionan se incrementa, y no pierden cuando el valor disminuye, tienen
pocos incentivos para efectuar cambios en los valores revelados por el mercado. En
consecuencia, el uso de los recursos se halla más influenciado por las características y los
rasgos personales de los agentes que los controlan. Consideremos, en este caso, el gestor
socialista de una granja colectiva. Trabajando todas las noches durante una semana,
podría ganar un millón de rublos de beneficios adicionales disponiendo el transporte del
trigo de la granja hasta Moscú antes de que se pudra. Pero si ni el gestor ni aquellos que
trabajan en la granja tienen derecho a siquiera una parte de este beneficio adicional, lo
más probable es que se vaya cada noche a casa temprano y deje que la cosecha se pudra,
cosa que no haría el gestor de una granja capitalista.
De un modo similar, la propiedad común de los recursos -ya sea en lo que era
antiguamente la Unión Soviética o en los Estados Unidos- no proporciona a nadie un
fuerte incentivo para conservar los recursos. Una pesquería que no pertenece a nadie, por
ejemplo, se verá afectada por un exceso de pesca. La razón es que un pescador que
normalmente devuelve al agua los peces pequeños para aguardar a que crezcan es poco
probable que obtenga ningún beneficio de esa espera. Si no lo hace él, algún otro pescador
pescará el pez. Lo mismo es cierto para otros recursos comunes, ya sean manadas de
búfalos, petróleo en el subsuelo o aire limpio. Todo será usado en exceso.
De hecho, una de las razones principales para el espectacular fracaso de las recientes
reformas económicas en la Unión Soviética es que los recursos pasaron de facto de la
propiedad del gobierno a una propiedad común. ¿Cómo? Convirtiendo de facto las rentas
del gobierno soviético en un recurso común. El economista de Harvard Jeffrey Sachs, que
actuó como consejero del gobierno soviético, ha señalado que cuando los gestores
soviéticos de las empresas socialistas recibieron permiso para abrir sus propios negocios
pero siguieron actuando como gestores de los negocios del gobierno, sorbieron los
beneficios de los negocios del gobierno a sus compañías privadas.
Miles de gestores haciendo esto causaron un tremendo déficit presupuestario al gobierno
soviético. En este caso, el recurso que ningún gestor tenía incentivos para conservar eran
las rentas del gobierno soviético. De un modo similar, las plusvalías impropiamente
adjudicadas para los seguros de depósitos en los Estados Unidos proporcionan a los
bancos y sociedades de ahorro y crédito un incentivo para conceder créditos
excesivamente arriesgados y para tratar los fondos del seguro de depósitos como un
recurso «común». Los derechos de propiedad privada de un recurso no necesitan
pertenecer a una sola persona. Pueden ser compartidos, con cada persona compartiendo
una fracción especificada del valor de mercado, mientras que las decisiones acerca de sus
usos son tomadas mediante cualquier proceso que el grupo considere deseable. Uno de
los principales ejemplos de estos derechos de propiedad compartidos son las sociedades.
En una sociedad de responsabilidad limitada, las acciones están especificadas y los
derechos a decidir cómo usar los recursos de la compañía son delegados a su dirección.
Cada accionista posee el derecho no restringido de vender su participación. La
responsabilidad limitada aísla la participación de cada accionista de las responsabilidades
de los demás accionistas, y así facilita la venta y la compra anónimas de las acciones.
En otros tipos de empresas, especialmente donde la participación de cada miembro
dependerá únicamente del comportamiento de cada uno de los demás miembros, los
derechos de propiedad en los esfuerzos del grupo son vendibles únicamente si los
miembros existentes aprueban al comprador. Esto es típico de las llamadas a menudo joint
ventures, «mutuas» y consorcios.
Aunque los derechos de propiedad más completos son preferibles a los derechos menos
completos, cualquier sistema de derechos de propiedad entraña una considerable
complejidad y muchos temas que resultan difíciles de resolver (Externalidades). Si yo
manejo una fábrica que emite humos, malos olores o ácidos atmosféricos sobre las tierras
de usted, ¿estoy usando sus tierras sin su permiso? Esto resulta difícil de responder.
El coste de establecer derechos de propiedad privada -de modo que yo pueda pagarle a
usted un precio mutuamente aceptable por polucionar su aire- puede resultar demasiado
caro. El aire, las aguas subterráneas y las radiaciones electromagnéticas, por ejemplo, son
caros de monitorear y controlar. En consecuencia, una persona no goza de derechos de
propiedad privada exigibles con efectividad sobre la calidad y las condiciones de cierto
volumen de aire. La incapacidad de monitorear a un coste efectivo y controlar los usos de
sus recursos significa que los derechos de «su» propiedad sobre «su» tierra no son tan
extensos y fuertes como lo son sobre algunos otros recursos, como muebles, zapatos o
automóviles. Cuando los derechos de propiedad privada son imposibles o demasiado
costosos de establecer y defender, se necesitan medios substitutos de control. La autoridad
del gobierno, expresada por los agentes del gobierno, es uno de estos métodos más
comunes. De ahí la creación de leyes (o instituciones) medioambientales.
Según las circunstancias, algunas acciones pueden ser consideradas invasiones de la
intimidad, transgresiones o agravios. Si yo busco refugio y seguridad para mi barco en el
muelle de usted durante una tormenta repentina y severa en un lago, ¿he invadido «sus»
derechos de propiedad, o esos derechos no incluyen el derecho de impedir ese uso? Las
complejidades y variedades de circunstancias hacen imposible una clara definición del
conjunto de derechos de propiedad de una persona con respecto a los recursos.
De un modo similar, el conjunto de recursos sobre los cuales pueden basarse los derechos
de propiedad no están bien definidos. Ideas, melodías y procesos, por ejemplo, casi no
cuestan nada de reproducir explícitamente (coste de producción cercano a cero) e
implícitamente (no se excluyen otros usos). Como resultado de ello, típicamente no están
protegidos como propiedad privada excepto para un término fijo de años bajo una patente
o copyright.
Los derechos de propiedad privada no son absolutos. La regla contra las «manos muertas»
o la regla contra la perpetuidad son un ejemplo. No puedo especificar cómo serán usados
los recursos de los que soy propietario en un futuro indefinidamente distante. Bajo nuestro
sistema legal, sólo puedo especificar el uso durante un número limitado de años después
de mi muerte o de la muerte de la gente que vive actualmente. No puedo aislar el uso de
un recurso de la influencia de los valores de mercado de todas las generaciones futuras.
La sociedad reconoce los precios de mercado como mediciones de la deseabilidad relativa
del uso de los recursos. Sólo hasta el punto de que son vendibles estos derechos pueden
revelarse plenamente esos valores.
Acompañando y a la vez en conflicto con el deseo de asegurar los derechos de propiedad
privada para uno mismo está el deseo de adquirir más riqueza «tomando» de otros. Esto
se consigue a través de la conquista militar y por la reasignación forzada de derechos a
recursos (conocida también como robar). Pero esta coerción es antitética a -antes que
característica de- un sistema de derechos de propiedad privada. Una reasignación forzada
significa que los derechos existentes no han sido adecuadamente protegidos.
Los derechos de propiedad privada no entran en conflicto con los derechos humanos. Son
derechos humanos. Los derechos de propiedad privada son los derechos de los seres
humanos de usar bienes específicos y de intercambiarlos. Cualquier limitación sobre los
derechos de propiedad privada hace oscilar el equilibrio del poder de los atributos
impersonales hacia los atributos personales y hacia el comportamiento que aprueban las
autoridades políticas. Esto es una razón fundamental para la preferencia de un sistema de
fuertes derechos de propiedad privada: los derechos de propiedad privada protegen la
libertad individual.
LA TRAGEDIA DE LOS COMUNES — Garrett Hardin
En 1974 el público en general obtuvo una ilustración gráfica de la «tragedia de los
comunes» en una serie de fotos de la Tierra tomadas desde un satélite. Las fotos del norte
de África mostraban una mancha oscura irregular, de mil kilómetros cuadrados de
extensión. Las investigaciones a nivel del suelo revelaron un área cercada dentro de la
cual había abundancia de hierba. Fuera, la cubierta del suelo había sido devastada.
La explicación era simple. El área cercada era una propiedad privada, subdividida en
cinco porciones. Cada año, los propietarios trasladaban a sus animales a una nueva
sección. Períodos de barbecho de cuatro años proporcionaban a los pastos tiempo para
recuperarse. Las cosas se hacían así porque los propietarios habían tenido un incentivo
para cuidar de sus tierras. Pero, fuera del rancho, nadie era propietario de la tierra. Estaba
abierta a los nómadas y sus rebaños. Aunque no sabían nada de Karl Marx, los pastores
seguían su famoso consejo de 1875: «a cada cual según sus necesidades». Sus necesidades
eran incontroladas y crecían con el incremento del número de animales. Pero la oferta
estaba gobernada por la naturaleza, y decreció drásticamente durante la sequía de
principios de los setenta. Los rebaños excedían la capacidad natural de su entorno, el
suelo estaba compactado y erosionado, y las malas hierbas, no adecuadas para el consumo
del ganado, reemplazaban a las plantas buenas. Mucho ganado murió, y lo mismo ocurrió
con los humanos.
La explicación racional para esta ruina se dio hace más de 150 años. En 1832 William
Foster Lloyd, un economista político de la Universidad de Oxford, examinando la
recurrente devastación de los pastos comunes (es decir, no de propiedad privada) en
Inglaterra, preguntó: «¿Por qué el ganado de un común es tan débil y atrofiado? ¿Por qué
el común en sí está tan pelado, y pastado de forma tan diferente de los cercados
adjuntos?».
La respuesta de Lloyd suponía que cada explotador humano del común estaba guiado por
el egoísmo. En el punto en que se alcanzaba la capacidad máxima de los comunes, un
pastor podía preguntarse a sí mismo: «¿Debo añadir otro animal a mi rebaño?». Puesto
que el pastor era propietario de sus animales, los beneficios de hacerlo repercutirían
únicamente sobre él. Pero las pérdidas incurridas en sobrecargar los pastos serian
«comunizadas» entre todos los pastores. Puesto que el beneficio privatizado excedería de
su parte de la pérdida comunizada, un pastor egoísta añadiría otro animal a su rebaño, y
razonando de igual modo, lo mismo harían todos los demás pastores. Finalmente, la
propiedad común se vería arruinada. Incluso cuando los pastores comprenden las
consecuencias a largo plazo de sus acciones, en general son impotentes de impedir el daño
sin algunos medios coercitivos de controlar las acciones de cada individuo. Los idealistas
pueden apelar a los individuos atrapados en ese sistema, pidiéndoles que dejen que los
efectos a largo plazo gobiernen sus acciones. Pero cada individuo debe primero sobrevivir
a corto plazo. Si todos aquellos que toman decisiones fueran calculadores idealistas y no
egoístas, una distribución gobernada por la regla «a cada cual según sus necesidades»
podría funcionar. Pero nuestro mundo no es así. Como dijo James Madison en 1788, «si
los hombres fueran ángeles, no seria necesario ningún gobierno». Es decir, si todo-1 los
hombres fueran ángeles. Pero, en un mundo en el que todos los recursos son limitados,
un solo no ángel en los comunes estropea el entorno para todos.
El proceso de deterioro se produce en dos estadios. En primer lugar, el no ángel obtiene
un beneficio de su «ventaja competitiva» (perseguir su propio interés a expensas de los
demás) sobre los ángeles. Luego, cuando los hasta entonces nobles ángeles se dan cuenta
de que están perdiendo, algunos de ellos renuncian a su comportamiento angélico.
Intentan obtener su parte de los comunes antes de que lo hagan sus competidores. En otras
palabras, cada sistema de distribución funcional debe enfrentarse al desafío del egoísmo
humano. Unos comunes no gestionados en un mundo de riqueza material limitada y
deseos ilimitados termina inevitablemente en la ruina. Justifica inevitablemente el epíteto
tragedia que introduje en 1968. Allá donde un sistema de distribución funciona mal,
deberíamos buscar algún tipo de comunes. Las poblaciones de peces en el océano se han
visto diezmadas debido a que la gente ha interpretado que la «libertad de los mares»
incluía un derecho ilimitado a pescarlos. Los caladeros eran, a todos los efectos, unos
comunes. En los años setenta, las naciones empezaron a afirmar su derecho único a pescar
hasta una distancia de doscientas millas de sus costas (en vez de las tradicionales tres
millas). Pero estos derechos exclusivos no eliminaron el problema de los comunes.
Simplemente restringieron los comunes a naciones individuales. Cada nación tiene
todavía el problema de adjudicar derechos de pesca entre su propia gente sobre una base
no comunizada. Si cada gobierno concediera la propiedad de los peces dentro de un área
determinada, de modo que un propietario pudiera denunciar a aquellos que se
inmiscuyeran en ellos, los pescadores tendrían un incentivo para refrenarles de pescar en
demasía. Pero los gobiernos no hacen eso. En vez de ello, a menudo estiman el máximo
de pesca soportable y luego restringen pescar o bien durante un número fijado de días o
una cantidad mayor que unas capturas [ijadas. Ambos sistemas dan como resultado una
enorme inversión excesiva en barcos de pesca y equipo a medida que los pescadores
individuales compiten por atrapar su pesca lo más rápidamente posible.
Algunos de los pastos comunes de la antigua Inglaterra estaban protegidos de la ruina por
la tradición de la restricción, la limitación de cada pastor a un número fijo de animales
(no necesariamente el mismo para todos). Tales casos son conocidos como «comunes
gestionados», que es el equivalente lógico del socialismo. Visto de este modo, el
socialismo puede ser bueno o malo, según la calidad de la gestión. Como con todas las
cosas humanas, no hay garantía de una excelencia permanente. Es preciso tener
constantemente en cuenta la antigua advertencia romana: Quis custodiet ipsos custodes?
«¿Quién vigila a los que vigilan?».
Bajo circunstancias especiales, incluso unos comunes no gestionados pueden funcionar
bien. El requisito principal es que no haya escasez de bienes. Los antiguos hombres de la
frontera en las colonias norteamericanas mataron tanta caza como desearon sin poner en
peligro el aprovisionamiento, pues la multiplicación de los animales mantenía un ritmo
parejo a sus necesidades. Pero a medida que creció la población humana, fue preciso
gestionar la caza. Así, la relación entre oferta y demanda es de importancia crítica. La
escala de los comunes (el número de gente que los usa) también es importante, como
revela un examen de las comunidades hutteritas. Esta gente devotamente religiosa del
noroeste de los Estados Unidos vive según la fórmula de Marx: «De cada cual según su
habilidad, a cada cual según sus necesidades». (sin embargo, no le atribuyen el crédito a
Marx; un lenguaje similar puede hallarse en distintos lugares de la Biblia) A primera vista,
las colonias hutteritas parecen comunes realmente no gestionados. Pero las apariencias
son engañosas. El número de gente implicada en las unidades de decisión es crucialmente
importante. A medida que el tamaño de una colonia se acerca a los 150, los hutteritas
individuales empiezan a subcontribuir según sus habilidades y a sobreexigir según sus
necesidades. La experiencia de las comunidades hutteritas indica que por debajo de las
150 personas, el sistema de distribución puede ser manejado por la vergüenza; por encima
de este número aproximado, la vergüenza pierde su efectividad.
Si algún grupo puede hacer que un sistema comunístico funcione, una comunidad
ardientemente religiosa como los hutteritas debería ser capaz de ello. Pero los números
son la némesis. En términos de Madison, los miembros no angélicos corrompen entonces
a los angélicos. Siempre que el tamaño altera las propiedades de un sistema, los ingenieros
hablan de un «efecto de escala». Un efecto de escala, basado en la psicología humana,
limita la funcionalidad de los sistemas comunísticos. Incluso cuando se comprenden las
limitaciones de los comunes, hay áreas en las cuales la reforma es difícil. Nadie es
propietario de la atmósfera de la Tierra. En consecuencia, ésta es tratada como un
basurero común en el cual todo el mundo puede descargar sus desechos. Entre las
consecuencias no deseadas de este comportamiento están la lluvia ácida, el efecto
invernadero, y la erosión de la capa protectora de ozono de la Tierra. Las industrias e
incluso las naciones consideran el limpiar las descargas industriales como algo
prohibitivamente caro. Los océanos también son tratados como un basurero común. Sin
embargo, seguir defendiendo la libertad de polucionar conducirá finalmente a la ruina
para todos. Las naciones apenas están empezando a desarrollar controles para limitar este
daño.
La tragedia de los comunes ha surgido también en la crisis de las entidades de ahorro y
crédito. El gobierno federal creó esta tragedia formando la Corporación Federal de
Seguros de Ahorro y Crédito (FSLIC). La FSLIC alivió a los depositarios de las entidades
de ahorro y crédito (S&L) de las preocupaciones acerca de la seguridad de su dinero
garantizándoles que utilizaría el dinero de los contribuyentes para devolverles el suyo si
una S&L se declaraba en bancarrota. A todos los efectos, el gobierno convirtió el dinero
de los contribuyentes en unos comunes que las S&L y sus depositantes podían explotar.
Las S&L tenían el incentivo de efectuar inversiones abiertamente arriesgadas, y los
depositantes no tenían que preocuparse porque no soportaban el coste. Esto, combinado
con una vigilancia federal poco escrupulosa de las S&L, condujo a una amplia serie de
quiebras. Las pérdidas fueron «comunizadas» entre los contribuyentes de la nación, con
serias consecuencias para el presupuesto federal. La congestión en las carreteras públicas
que no cobran peaje es otro ejemplo de una tragedia de los comunes creada por el
gobierno. Si las carreteras fueran de propiedad privada, los propietarios cobrarían peajes
y la gente podría tener en cuenta ese peaje a la hora de decidir si usarlas. Los propietarios
de las carreteras privadas podrían establecer un llamado precio de hora punta, cobrando
precios más altos durante los momentos de mayor congestión y precios más bajos en otros
momentos. Pero debido a que el gobierno es el propietario de las carreteras que financia
con los dólares de los impuestos, normalmente no cobra peajes. El gobierno convierte las
carreteras en comunes. El resultado es congestión.
BIENES PÚBLICOS Y EXTERNALIDADES — Tyler Cowen
La mayoría de las discusiones económicas acerca de la intervención del gobierno se basan
en la idea de que el mercado no puede proporcionar bienes públicos o manejar
externalidades. Los programas de sanidad pública y de bienestar, educación, carreteras,
investigación y desarrollo, y un entorno limpio, han sido todos ellos etiquetados como
bienes públicos.
Los bienes públicos tienen dos aspectos distintos: «no exclusión» y «consumo no
competitivo». No exclusión significa que quienes no pagan no pueden ser excluidos de
los beneficios del bien o servicio. Si un empresario prepara un espectáculo de fuegos
artificiales, por ejemplo, la gente puede ver el espectáculo desde su ventana o desde su
patio de atrás. Puesto que el empresario no puede cobrar una entrada por el espectáculo,
puede que los fuegos artificiales no lleguen a celebrarse nunca, aunque la demanda del
show sea grande.
El ejemplo de los fuegos artificiales ilustra el problema del «usuario gratuito». Aunque
se demuestre que los fuegos artificiales valen diez dólares por persona, nadie le pagará
diez dólares al empresario. Cada persona buscará ser un «usuario gratuito» y dejar que
otros paguen por el espectáculo, y luego lo contemplará gratis desde su patio de atrás.
Si el problema del usuario gratuito no puede resolverse, los bienes y servicios valiosos,
los que la gente desea y por los cuales estaría dispuesta a pagar, permanecerían sin
producir.
El segundo aspecto de los bienes públicos es lo que los economistas llaman consumo no
competitivo. Supongamos que el empresario consigue excluir a los no contribuyentes de
contemplar el espectáculo (quizás el espectáculo sólo pueda verse desde un campo
privado). Se cobrará un precio por entrar en el campo, y la gente que no esté dispuesta a
pagar este precio será excluida. Si el campo es lo suficientemente grande, sin embargo,
la exclusión será ineficaz puesto que incluso aquellos que no paguen podrían contemplar
el espectáculo sin incrementar el coste del mismo ni disminuir la diversión de los demás.
Esto es el consumo no competitivo para ver el espectáculo.
Las externalidades se producen cuando las acciones de una persona afectan el bienestar
de otra persona y los costes y beneficios relevantes no quedan reflejados en los precios
de mercado. Una externalidad positiva surge cuando mis vecinos se benefician de que yo
limpie mi patio. Si yo no puedo cobrarles por estos beneficios, no limpiaré el patio tan a
menudo como a ellos les gustaría, (Observe que el problema del usuario gratuito y las
externalidades positivas son dos caras de la misma moneda.) Una externalidad negativa
surge cuando las acciones de una persona perjudican a otra. Cuando polucionan, los
propietarios de una fábrica puede que no tomen en consideración los costes que la
polución impone a los demás. Los debates políticos se enfocan normalmente en los
problemas del usuario gratuito y las externalidades, que son considerados problemas
mucho más serios que el consumo no competitivo.
Aunque mucha gente no es consciente de ello, los mercados resuelven a menudo los
problemas de bienes públicos y externalidades en toda una variedad de formas. Los
hombres de negocios resuelven frecuentemente los problemas del usuario gratuito
desarrollando métodos de excluir a quienes no pagan de los beneficios de un bien o
servicio.
Los servicios de televisión por cable, por ejemplo, desmodulan sus transmisiones de
modo que quienes no estén suscritos no puedan recibir sus emisiones. A lo largo de toda
la historia y también hoy las carreteras privadas se han financiado cobrando peajes a sus
usuarios. Otros supuestos bienes públicos, como los servicios de protección y contra
incendios, son vendidos frecuentemente al sector privado sobre una base de tarifas.
También pueden proporcionarse bienes públicos uniéndolos a la compra de bienes
privados. Las galerías comerciales, por ejemplo, proporcionan a los compradores una
variedad de servicios que tradicionalmente son considerados bienes públicos:
iluminación, servicios de protección, bancos y salas de descanso, por ejemplo. Cobrar
directamente por cada uno de estos servicios no seria práctico.
En consecuencia, las galerías comerciales financian los servicios a través de las ventas de
los bienes privados en ellas. Los bienes públicos y privados están «unidos». Los
condominios privados y las comunidades de jubilados son también ejemplos de
instituciones de mercado que unen los bienes públicos a los servicios privados. Sus
miembros pagan tarifas mensuales que les proporcionan toda una variedad de servicios
públicos.
Los faros son uno de los ejemplos más famosos que dan los economistas de bienes
públicos que no pueden ser proporcionados privadamente. Los economistas han
argumentado que si los propietarios de un faro privado intentaran cobrar a los propietarios
de los barcos los servicios de su faro, de ello se derivaría un problema de usuario gratuito.
Sin embargo, los faros a lo largo de la costa de Inglaterra en el siglo XIX eran de
propiedad privada. Los propietarios de los faros se dieron cuenta de que no podían cobrar
sus servicios a los propietarios de los barcos. Así que no intentaron hacerlo. En vez de
ello, vendían sus servicios a los propietarios y comerciantes del puerto más cercano. Los
comerciantes del puerto que no pagaban a los propietarios del faro para que encendieran
las luces por la noche tenían problemas en atraer los barcos a su puerto. Tal como estaban
planteadas las cosas, resulta que uno de los ejemplos más comúnmente utilizados por los
instructores de economía de un bien público que no puede ser proporcionado
privadamente no es en absoluto un buen ejemplo.
Otros problemas con los bienes públicos pueden resolverse definiendo los derechos de
propiedad individual en el recurso económico apropiado. Limpiar un lago polucionado,
por ejemplo, implica un problema de usuario gratuito si nadie es propietario del lago. Los
beneficios de un lago limpio son disfrutados por mucha gente, y a nadie pueden cobrarse
estos beneficios. Una vez existe un propietario, sin embargo, esa persona puede cobrar
precios más altos a pescadores, boteros, usuarios de instalaciones recreativas y otros que
se benefician del lago. Las masas de agua de propiedad privada son comunes en las Islas
Británicas, donde, y no es sorprendente, los propietarios de los lagos mantienen su
calidad.
Unos derechos de propiedad bien definidos pueden resolver los problemas de los bienes
públicos en otras áreas medioambientales, como el uso de la tierra y la conservación de
las especies. El búfalo estuvo al borde de la extinción y la vaca no porque las vacas podían
ser de propiedad privada y criadas para obtener de ellas un beneficio. Hoy en día, unos
derechos de propiedad privada sobre elefantes, ballenas y otras especies podrían resolver
la tragedia de su casi extinción. En África, por ejemplo, las poblaciones de elefantes están
creciendo en Zimbabwe, Malawi, Namibia y Botswana, países que permiten la inversión
comercial sobre los elefantes. Desde 1979, la población de elefantes de Zimbabwe creció
desde 30.roo hasta casi los 70.roo de hoy y Botswana fue de los 20.roo a los 68.roo. Por
otra parte, en países que han prohibido la caza del elefante -Kenia, Tanzania y Uganda,
por ejemplo-, hay pocos incentivos para crear elefantes pero grandes incentivos para
cazarlos ilegalmente. En estos países los elefantes están desapareciendo. El resultado es
que Kenia sólo tiene hoy 16.roo elefantes, frente a los 140.roo que tenía cuando el
gobierno prohibió su caza. Desde 1970, las manadas de elefantes de Tanzania se han
reducido de 250.roo ejemplares a 61.roo; en Uganda, de 20,roo a sólo 1.600.
Los derechos de propiedad son sin embargo una solución menos efectiva a los problemas
medioambientales relativos al aire, puesto que los derechos sobre el aire no pueden
definirse ni protegerse con facilidad. Resulta difícil imaginar, por ejemplo, cómo
únicamente los mecanismos del mercado pueden impedir la disminución de la capa de
ozono de la Tierra. En tales casos, los economistas reconocen la probable necesidad de
una solución reguladora o gubernamental.
Los acuerdos contractuales pueden usarse en ocasiones para superar otros problemas con
bienes públicos y externalidades. Si las actividades de investigación y desarrollo de una
firma benefician a otras firmas de la misma industria, esas firmas pueden aunar sus
recursos y acordar un proyecto conjunto (siempre que las regulaciones antitrust lo
permitan). Cada firma pagará parte del coste, y las firmas contribuyentes compartirán los
beneficios. En este contexto, los economistas dicen que las externalidades se han
«internalizado».
A veces los arreglos contractuales no consiguen resolver los problemas de bienes públicos
y externalidades. Los costes de negociar y firmar un acuerdo pueden ser muy altos.
Algunas partes del acuerdo pueden intentar conseguir un mejor trato, y el acuerdo puede
derrumbarse. En otros casos es simplemente demasiado costoso contactar y tratar con
todos los beneficiarios potenciales de un acuerdo. Una fábrica, por ejemplo, puede
descubrir que es imposible negociar directamente con cada ciudadano afectado para
disminuir la polución.
Las imperfecciones de las soluciones de mercado a los problemas de los bienes públicos
deben ser sopesadas contra las imperfecciones de las soluciones del gobierno. Los
gobiernos confían en la burocracia y tienen pocos incentivos para servir a los
consumidores. En consecuencia, producen ineficientemente. Además, los políticos
pueden proporcionar «bienes» públicos de una forma que sirva a sus propios intereses,
antes que a los intereses del público; los ejemplos de gastos superfluos y proyectos
puramente electorales son legión. El gobierno crea a menudo un problema de «usuarios
forzados» obligando a las personas a apoyar proyectos que no desean. Las soluciones
privadas a los problemas de los bienes públicos, cuando son posibles, suelen ser más
eficientes que las soluciones del gobierno.
EL DILEMA DEL PRISIONERO — Avinah Dixit y Barry Nalebuff
El dilema del prisionero es el juego de estrategia más conocido en ciencias sociales. Nos
ayuda a comprender qué gobierna el equilibrio entre cooperación y competencia en los
negocios, en la política y en los ambientes sociales.
En la versión tradicional del juego, la policía ha arrestado a dos sospechosos y los está
interrogando en habitaciones separadas. Cada uno puede o bien confesar (traicionar),
implicando en consecuencia al otro, o guardar silencio. No importa lo que el otro sospecha
que hace, cada uno puede mejorar su propia posición confesando (traicionando). Si el otro
confiesa, entonces será mejor que haga lo mismo para evitar la sentencia especialmente
dura que aguarda al recalcitrante. Si el otro guarda silencio, entonces puede obtener el
trato de favor concedido a un testigo del estado confesando. Así pues, la confesión
(traición) es la estrategia dominante (véase Teoría de los Juegos) para cada uno. Pero si
los dos confiesan, el resultado será peor para ambos que si los dos guardan silencio. El
concepto del dilema del prisionero fue desarrollado por los científicos de la Rand
Corporation Merrill Flood y Melvin Dresher y formalizado por un matemático de
Princeton, Albert W Tucker.
El dilema del prisionero tiene aplicaciones en la economía y los negocios. Consideremos
dos firmas, digamos Coca-Cola y Pepsi, que venden productos similares. Cada una tiene
que decidir sobre una estrategia de precios. Explotarán mucho mejor su mercado conjunto
si ambas cargan un precio alto; cada una conseguirá unos beneficios de lo millones de
dólares al mes. Si una establece un precio competitivamente bajo, ganará una gran
cantidad de cuentes que robará a su rival. Supongamos que sus beneficios ascienden a 12
millones de dólares, y que los de la rival descienden a 7 millones. Si ambas establecen
precios bajos, el beneficio de cada una será de 9 millones. Aquí, la estrategia del precio
bajo es similar a la confesión del prisionero, y el precio alto es similar a guardar silencio.
Llamemos a lo primero hacer trampa, y a lo segundo cooperación. Entonces hacer trampa
es la estrategia dominante de cada firma, pero el resultado cuando ambas «hacen trampa»
es peor para cada una que el que las dos cooperen.
Las carreras de armamentos entre superpotencias o naciones locales rivales ofrecen otro
importante ejemplo del dilema. Ambos países están mucho mejor cuando cooperan y
evitan una carrera de armamentos. Sin embargo, la estrategia dominante para cada uno es
armarse enormemente.
A nivel superficial, el dilema del prisionero parece ir en contra de la idea de Adam Smith
de la mano invisible. Cuando cada persona en el juego persigue sus propios intereses, no
promueve los intereses colectivos del grupo. Pero a menudo la cooperación de un grupo
no se halla en los intereses de la sociedad como un conjunto. La colusión para mantener
los precios altos, por ejemplo, no entra en los intereses de la sociedad debido a que el
coste para los consumidores de la colusión es en general mayor que el incremento del
beneficio de las firmas. En consecuencia, las compañías que persiguen sus propios
intereses haciendo trampas en los acuerdos colusorios ayudan a menudo al resto de la
sociedad. De un modo similar, la cooperación entre prisioneros sometidos a interrogatorio
hace que a la policía le resulte más difícil obtener condenas. Es preciso comprender el
mecanismo de la cooperación antes de que uno pueda o bien promocionarla o derrotarla
en persecución de los intereses de una política más amplia.
¿Pueden los «prisioneros» evadirse del dilema y mantener la cooperación cuando cada
uno tiene un poderoso incentivo a hacer trampa? Y si es así, ¿cómo? El camino más
común a la cooperación surge de las repeticiones del juego. En el ejemplo Coke-Pepsi,
un mes de hacer trampas le reporta al tramposo 2 millones de dólares extras. Pero un
cambio de la cooperación mutua al engaño mutuo hace perder 1 millón. En consecuencia,
si un mes de hacer trampas es seguido por dos meses de represalias, el resultado es el tiro
por la culata para el tramposo. Cualquier castigo fuerte para alguien que haga trampas
será un claro elemento disuasorio. Esta idea necesita un cierto comentario y elaboración.
1. La recompensa al tramposo se produce de inmediato, mientras que la pérdida por el
castigo se halla en el futuro. Si los jugadores prescinden enérgicamente de rentabilidades
futuras, entonces las pérdidas pueden ser insuficientes para desalentar el hacer trampa.
Así, la cooperación es más difícil de mantener entre jugadores muy impacientes
(gobiernos, por ejemplo).
2. El castigo no funcionará a menos que las trampas puedan ser detectadas y castigadas.
En consecuencia, las compañías cooperan más cuando sus acciones son más fácilmente
detectadas (establecer precios, por ejemplo) y menos cuando sus acciones son menos
fácilmente detectadas (decidir sobre atributos de bienes que no tienen precio especificado,
como garantías de reparación). El castigo es en general más fácil de plantear en grupos
pequeños y cerrados. Así, las industrias con pocas firmas y menos amenazas de nuevas
entradas tienen más probabilidades de ser colusorias.
3. El castigo puede convertirse en automático siguiendo estrategias como «golpe por
golpe», popularizada por el científico político Robert Axelrod de la Universidad de
Michigan. Aquí, uno hace trampa si, y tan sólo si, su rival hizo trampa en el round anterior.
Pero si las acciones inocentes del rival pueden ser mal interpretadas como hacer trampa,
entonces la estrategia del golpe por golpe corre el riesgo de establecer rounds sucesivos
de injustificadas represalias.
4. Un número fijo y finito de repeticiones es lógicamente inadecuado para producir
cooperación. Algunos o todos los jugadores saben que hacer trampas es la estrategia
dominante en la última jugada. Sentado esto, cabe decir lo mismo para la penúltima
jugada, luego para la antepenúltima, y así sucesivamente. Pero en la práctica vemos
alguna cooperación en los rounds anteriores de un conjunto fijo de repeticiones. La razón
puede ser o bien que los jugadores no conocen seguro el número de rounds, o que pueden
explotar la posibilidad de la «delicadeza irracional» en provecho mutuo.
5. También puede surgir la cooperación si el grupo tiene un gran líder, que resista
personalmente el perder mucho en competencia declarada y en consecuencia ejerza
contención, aunque sepa que otros jugadores pequeños harán trampa. El papel de Arabia
Saudita como «productor oscilante» en el cártel de la OPEP es un ejemplo de esto.

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