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von Hayek
Muchas de las controversias contemporáneas respecto de la teoría económica y de la
política económica tienen su origen, así me parece, en una idea equivocada acerca
de la naturaleza del problema económico que confronta la sociedad. Esta idea
equivocada, a su vez, se origina en una errónea transferencia, a los problemas
sociales, de los hábitos de pensamiento que hemos desarrollado al ocuparnos de los
problemas de la naturaleza.
¿Cuál es el problema que deseamos resolver cuando tratamos de construir un orden
económico racional? Con base en ciertos supuestos comunes, la respuesta es
bastante sencilla. Si disponemos de toda la información pertinente, si
podemos empezar con un sistema dado de preferencias, y si poseemos
conocimiento completo de los medios a nuestra disposición, el problema que
queda es puramente de lógica. En otros términos, la respuesta a la pregunta
acerca de cuál es el mejor uso que podemos darle a los medios a nuestro alcance
está implícita en nuestros supuestos. Para expresarla brevemente en forma
matemática, la respuesta es que las proporciones marginales de substitución entre
cualesquiera dos bienes o factores, debe ser la misma en todos sus diversos usos.
Sin embargo, decididamente este no es el problema económico que confronta la
sociedad. Y el cálculo económico que hemos elaborado para resolverlo, aunque
constituye un paso importante hacia la solución del problema económico de la
sociedad, no provee una respuesta a dicho problema. La razón de esto es que los
"datos" para toda la sociedad, que son el punto de partida del cálculo
económico, nunca son "dados" a una sola mente.
El problema de un orden económico racional lo determina el hecho de que el
conocimiento de las circunstancias que debemos utilizar nunca existe en una forma
concentrada, sino solamente en la forma de elementos dispersos, incompletos
y frecuentemente contradictorios, que diferentes individuos poseen. El
problema económico de la sociedad no es, por consiguiente, simplemente un
problema relativo a cómo asignar recursos "dados", si "dados" significa dados a una
sola mente que deliberadamente resuelve el problema que plantean estos "datos".
Es más bien el problema de cómo lograr el mejor uso de los recursos conocidos por
cualquier miembro de la sociedad para fines cuya importancia relativa solamente
esos individuos conocen. O, para expresarlo brevemente, es el problema de la
utilización del conocimiento que no le es dado a ninguno en su totalidad.
Me temo que este aspecto del problema fundamental ha sido oscurecido en vez de
ser iluminado por muchos de los recientes refinamientos de la teoría económica,
especialmente por muchos de los usos que se han hecho de la matemática. Aun
cuando el problema que deseo discutir primordialmente en este trabajo es el de la
organización económica racional de la sociedad, frecuentemente señalaré sus íntimas
conexiones con ciertos problemas metodológicos. Muchas de las ideas que deseo
expresar son conclusiones hacia las cuales diversas formas de razonamiento han
desembocado inesperadamente. Pero, según veo ahora estos problemas, esto no es
accidental.
En el lenguaje ordinario describimos por medio de la palabra "planeamiento"
un complejo de decisiones interrelacionadas acerca de la asignación de
recursos disponibles. Toda la actividad económica es, en este sentido,
"planeamiento": y en cualquier sociedad en la cual cooperan muchas personas, este
planeamiento, quienquiera que lo haga, tendrá que estar basado en alguna medida,
en conocimiento que, en primer término, no es dado al planificador sino a otra
persona, y que en segundo término debe ser comunicado al planificador. Las diversas
formas en que este conocimiento sobre el cual las personas basan sus planes les es
comunicado, es el problema crucial para cualquier teoría que explique el proceso
económico. El problema de decidir cuál es la mejor manera de utilizar el conocimiento
que inicialmente se encuentra disperso entre toda la gente es, cuando menos, uno
de los principales problemas de la política económica o, lo que es lo mismo, del
intento de diseñar un sistema económico eficiente.
La respuesta a esta pregunta está íntimamente relacionada con la otra pregunta que
surge aquí, esto es, la pregunta acerca de quién ha de hacer el planeamiento.
Alrededor de esta pregunta giran las disputas acerca del "planeamiento económico".
Esta es una controversia acerca de si el planeamiento ha de ser hecho por una
autoridad central, para el sistema económico total, o si ha de ser dividido entre
muchos individuos. El planeamiento, en el sentido específico que el término se usa
en las controversias contemporáneas, significa necesariamente planeamiento
centralizado —dirección de todo el sistema económico, de acuerdo con un plan
unificado—
La competencia, por otra parte, significa planeamiento descentralizado, realizado por
muchas personas diferentes. La solución intermedia, acerca de la cual muchos hablan
pero que a pocos les gusta cuando la ven, consiste en la delegación del planeamiento
a industrias privilegiadas o, en otros términos, a los monopolios.
Cuál de los dos sistemas será más eficiente, dependerá principalmente de en
cuál de los dos podemos esperar que se haga uso más completo del conocimiento
disponible. Esto, a su vez, depende de que sea más probable que tengamos éxito, a)
poniendo a disposición de una sola autoridad central todo el conocimiento que debe
ser usado, pero que inicialmente se encuentra disperso entre muchos y diferentes
individuos o, b) comunicando a los individuos aquel conocimiento adicional que
puedan necesitar para poder armonizar sus planes con los de los demás.
Conocimiento poco común
Será evidente de inmediato que sobre este asunto la posición que se asuma será
diferente respecto de diferentes tipos de conocimiento. Por tanto, la respuesta a
nuestra pregunta dependerá en buena medida de la importancia relativa que
asignemos a los diferentes tipos de conocimiento: los que con mayor probabilidad
estén a disposición de personas individuales y aquellos que con mayor confianza
podemos esperar encontrar en posesión de una autoridad formada por expertos
escogidos adecuadamente. Si en nuestro tiempo se da por sentado que una autoridad
estará en una mejor condición cognoscitiva, la razón es que el conocimiento científico
ocupa ahora una posición tan prominente en la mente pública que olvidamos que no
es la única clase de conocimiento que es pertinente. Podemos admitir que en lo que
respecta al conocimiento científico, un cuerpo de expertos escogidos puede estar en
posición para dominar todo el conocimiento disponible, aun cuando con ello
simplemente traslademos la dificultad a la selección de los expertos. Lo que deseo
señalar es que, aun cuando se dé por sentado que este problema puede ser resuelto,
constituye sólo una pequeña parte del problema más amplio.
En nuestro tiempo es casi una herejía sugerir que el conocimiento científico no es la
suma de todo el conocimiento. Pero un poco de reflexión muestra que sin lugar a
duda hay conocimiento importante y desorganizado que no puede ser
llamado científico, tal como el conocimiento de las circunstancias de tiempo
y lugar, en esto, cada individuo está en posición ventajosa con relación a
todos los demás, porque él posee información de la que se puede hacer uso
benéfico sólo si las decisiones que dependen de ella se le dejan a él o son hechas con
su cooperación activa.
Sólo es preciso recordar cuánto tenemos que aprender en cualquier ocupación
después de que hemos completado nuestro entrenamiento teórico; qué gran
proporción de nuestra vida activa la pasamos aprendiendo trabajos específicos, y
cuán valioso es en todos los órdenes de la vida el conocimiento de las personas, de
las condiciones locales, y de circunstancias especiales. Conocer y operar una máquina
que no se usa plenamente, o utilizar el talento de alguien que puede ser mejor
aprovechado, o tener conciencia de un excedente al cual se puede recurrir durante
una interrupción del flujo de materias primas, es socialmente tan útil como el
conocimiento de otras técnicas posibles. El proveedor que se gana la vida usando los
viajes vacíos o llenos a medias de vapores, o el comisionista cuyo conocimiento casi
se reduce al conocimiento de oportunidades del momento, o el que arbitra que
aprovecha las diferencias locales de precios, todos ellos realizan funciones de gran
utilidad, basándose en conocimiento especiales de circunstancias del momento que
otros no poseen.
Es un hecho curioso que esta clase de conocimiento sea en nuestro tiempo
generalmente considerado con cierto desdén y que a quien, por medio del uso de ese
conocimiento, obtiene ventajas sobre alguien que posee conocimiento técnico o
teórico, se le juzgue como que si hubiera actuado en forma casi condenable. Lograr
ventajas con base en un mejor conocimiento de las facilidades de comunicación o
transporte es a veces considerado como algo casi deshonesto, aun cuando para la
sociedad sea tan importante que se utilicen las mejores oportunidades en este
respecto como que se utilicen los últimos descubrimientos de la ciencia. Este prejuicio
ha afectado en buena medida la actitud hacia el comercio si se le compara con la
actitud hacia la producción. Aun los economistas, que se consideran inmunes a las
toscas falacias materialistas del pasado, constantemente cometen el mismo error en
lo que concierne a las actividades dirigidas hacia la adquisición de tal conocimiento
práctico, aparentemente porque en su esquema de las cosas todo ese conocimiento
se supone que es "dado". La idea generalizada parece ser que todo ese conocimiento
debiera estar a disposición de cualquiera, y el calificativo de irracional que se aplica
al orden económico existente frecuentemente se basa en el hecho de que no está a
disposición de todos. Esta manera de enfocar el asunto no tiene en cuenta el hecho
de que el método para poner ese conocimiento a disposición de tantos como sea
posible es precisamente el problema al cual es preciso encontrarle solución.
El dilema del planificador
Si está de moda minusvaluar la importancia del conocimiento de circunstancias
especiales de tiempo y lugar, esto está íntimamente relacionado con la poca
importancia que se le atribuye al cambio en sí. En verdad, hay pocos aspectos en
que los supuestos (generalmente sólo implícitos) de los planificadores difieren tanto
de los de sus oponentes como en lo que respecta a la significación y frecuencia de
los cambios que requerirán alteraciones substanciales en los planes de producción.
Por supuesto que si fuera posible establecer planes económicos para períodos largos
con anticipación y sujetarse a ellos de modo que no fuera necesario hacer decisiones
económicas adicionales de importancia, la tarea de establecer un plan comprensivo
que determinara toda la actividad económica sería mucho menos difícil.
Tal vez merezca la pena recalcar que los problemas económicos surgen siempre como
consecuencia del cambio. En la medida que las cosas siguen iguales no es necesario
hacer una nueva planificación. La creencia de que los cambios o, al menos los
ajustes, que hay que hacer cada día han cobrado menor importancia en los tiempos
modernos implica la aseveración de que los problemas económicos se han vuelto
menos importantes. Esta creencia en la disminución de la importancia del cambio es,
por esta razón, sostenida por las mismas personas que argumentan que la
importancia de las consideraciones económicas ha disminuido considerablemente por
causa de la creciente importancia del conocimiento tecnológico.
¿Es cierto que, por causa del complejo aparato de la producción moderna, las
decisiones económicas son necesarias sólo de vez en cuando, tales como cuándo se
erigirá una nueva fábrica o se introducirá un nuevo procedimiento? ¿Es también cierto
que una vez que ha sido construida una planta lo demás es más o menos mecánico,
determinado por el carácter de la planta y que poco queda por cambiar en un intento
de adaptarse a las circunstancias del momento, que siempre están en constante
cambio?
La generalizada respuesta afirmativa a esta pregunta no es sustentada, hasta donde
yo alcanzo a ver, por la experiencia práctica del empresario. Al menos en una
industria competitiva - y sólo una industria así puede servir de criterio -, la tarea de
evitar que suban los costos requiere lucha constante y absorbe buena parte de la
energía del gerente. Cuán fácil es para un gerente ineficiente malgastar las
diferencias sobre las cuales descansa la posibilidad de utilidades. Una gran variedad
de costos de producción son ampliamente conocidos a la experiencia empresarial,
pero no parecen ser igualmente conocidos a los economistas. La fuerza misma del
deseo, expresado por productores e ingenieros, de que se les permita proceder sin
limitaciones relativas a los costos monetarios, constituye testimonio elocuente de la
medida en que estos factores entran en su trabajo ordinario.
Una razón por la cual los economistas cada día tienden a olvidar más los constantes
y pequeños cambios que constituyen el cuadro económico total es probablemente su
creciente preocupación con agregados estadísticos, los cuales muestran una mayor
estabilidad que los movimientos de detalle. La comparativa estabilidad de los
agregados no puede, sin embargo, ser explicada por la "ley de los grandes números"
o la mutua compensación de cambios al azar, como los estadígrafos a veces parecen
hacerlo. El número de elementos que tenemos que manejar no es suficientemente
grande para que tales fuerzas accidentales produzcan estabilidad. La continua
corriente de bienes y servicios es mantenida por ajustes deliberados, por medio de
nuevas disposiciones tomadas a la luz de circunstancias que no se conocían el día
anterior, cuando “B” tiene que apresurarse por que “A” no cumplió. Aun la gran
planta, altamente mecanizada, funciona en buena medida por causa de un medio del
cual puede obtener lo necesario para satisfacer necesidades imprevistas: tejas para
un techo, papel para sus formularios, y todas las clases de equipo que no posee de
ordinario, los cuales es necesario que estén a la mano para la operación de la planta.
El conocimiento de tiempo y lugar no puede ser comunicado a ninguna
autoridad central en forma estadística. Las estadísticas que tal autoridad central
tendría que utilizar deberían obtenerse abstrayendo y luego juntando elementos que
difieren respecto de lugares, calidad y otros aspectos que pueden ser muy
significativos para la decisión específica. De esto se sigue que el planeamiento central
que se basa en información estadística, por su propia naturaleza, no puede tener en
cuenta circunstancias de tiempo y lugar. El planeador central deberá encontrar
formas de tomar decisiones permitiendo que las hagan "quienes están en las
circunstancias".
El problema económico de la sociedad es adaptarse rápidamente a los
cambios en las circunstancias específicas de tiempo y lugar, de ahí se sigue
que las decisiones últimas deben dejarse a las personas que conocen estas
circunstancias; que conocen directamente los cambios significativos y los
recursos disponibles. No podemos esperar que este problema sea resuelto
comunicando primero todo este conocimiento a una oficina central que, después de
integrarlo, envía órdenes. Debemos resolverlo por medio de alguna forma de
descentralización.
Necesitamos la descentralización porque sólo así podemos asegurarnos de que el
conocimiento de circunstancias específicas de tiempo y lugar será utilizado con
prontitud. El "hombre en el lugar" no puede, sin embargo, decidir solamente con base
en su limitado pero íntimo conocimiento de los hechos de su ambiente inmediato.
Todavía queda el problema de transmitirle la información adicional que necesita para
adecuar sus decisiones al patrón general de cambios en el sistema económico total.
Conocimiento individual útil
¿Cuánto conocimiento necesita un individuo para tener éxito en estas
decisiones? ¿Cuáles de los acontecimientos que están más allá de su horizonte
inmediato de conocimientos tienen significación para su decisión inmediata y cuánto
necesita saber acerca de ellos?
Escasamente hay algo que sucede en el mundo que no puede tener algún efecto
sobre la decisión que debe tomar. Pero no necesita tener conocimiento de estos
acontecimientos como tales, ni de todos sus efectos. No le importa saber por qué se
necesitan más tornillos de un cierto tamaño en un tiempo determinado, por qué
bolsas de papel se consiguen más fácilmente que bolsas de tela, o por qué los
trabajadores especializados, o algunas máquinas específicas, son más difíciles de
obtener en un momento determinado. Todo lo que para él es importante es
determinar cuánto más o menos difícil de obtener son ahora, comparados con otras
cosas que también le conciernen, o con cuánta mayor urgencia se desea las cosas
alternativas que usa o produce. Siempre es cuestión de la importancia relativa de las
cosas específicas que le conciernen y las cosas que alteran esa importancia
relativa no le interesan más allá de los efectos que puedan tener sobre las
cosas concretas de su propio medio.
Es en relación con esto que lo que he llamado "cálculo económico" (o la Lógica
Pura de la Escogencia) nos ayuda, al menos por analogía, para ver cómo puede ser
resuelto por el sistema de precios. Aún la mente única controladora que posee
todos los datos de algún pequeño sistema económico no podría —cada vez que sea
necesario hacer algún ajuste en la asignación de recursos— contemplar todas las
relaciones entre fines y medios que podrían ser afectadas. La gran contribución de la
Lógica Pura de la Escogencia consiste en haber demostrado en forma concluyente
que aun tal mente única podría resolver esta clase de problema sólo por medio de la
construcción y el constante uso de "rutas de equivalencias" (o "valores") o "tasas
marginales de substitución". Esto es, tendría que asignar a cada clase de recurso
escaso un índice numérico que no puede ser derivado de ninguna propiedad que
posee esa cosa particular pero que refleja, o en la cual está condensada, su
significación a la vista de la estructura total de medios y fines. En cualquier pequeño
cambio él tendrá que considerar solamente esos índices cuantitativos (o "valores")
en los cuales toda la información pertinente está concentrada; y, al ajustar
cantidades una por una, él puede apropiadamente arreglar de nuevo sus
disposiciones sin tener que resolver el problema total ab initio, sin tener que revisarlo
en ningún momento de una vez en todas sus ramificaciones.
Fundamentalmente, en un sistema en el cual el conocimiento de los hechos
pertinentes está disperso entre muchas personas, los precios pueden
coordinar las diversas acciones de diferentes personas de la misma manera
que los valores subjetivos ayudan al individuo a coordinar las partes de su
plan.
El milagro del sistema de precios
Merece la pena contemplar por un momento un ejemplo común y simple de la acción
del sistema de precios para ver precisamente qué es lo que logra. Supóngase que en
algún lugar del mundo aparece una nueva oportunidad para el uso de alguna materia
prima, el estaño, por ejemplo, o que una de las fuentes de estaño ha sido eliminada.
Para nuestros propósitos no importa —y tiene importancia el hecho de que no
importe—, cuál de estas dos causas ha producido un mayor faltante de estaño. Todo
lo que quienes usan el estaño necesitan saber es qué parte del estaño que solían
consumir es ahora usada con mayor provecho en otro lugar y que, en consecuencia,
ellos deben economizar estaño.
Para la gran mayoría de ellos ni siquiera es necesario que sepan dónde ha surgido la
más urgente necesidad o a favor de qué otras necesidades deben ellos cuidar su
existencia. Si sólo algunos de ellos conocen directamente la nueva demanda y
orientan hacia ella sus recursos; y si las personas que se dan cuenta del nuevo vacío
así creado lo llenan con otros recursos diferentes, el efecto se regará rápidamente
por todo el sistema económico. Esto influye no solamente en todos los usos del
estaño, sino también en el de sus substitutos y en el de los substitutos de los
substitutos, en la oferta de las cosas hechas con estaño, y sus substitutos, etc. Todo
esto sucede sin que la gran mayoría de aquellos que son responsables de estas
substituciones sepan nada acerca de la causa original de estos cambios. El todo se
conduce como un mercado, no porque alguno de sus miembros tenga una visión de
la totalidad, sino por que sus limitados campos visuales individuales se traslapan
suficientemente de modo que por medio de muchos intermediarios la información
pertinente se comunica a todos. El simple hecho de que hay un precio para cualquier
bien —o, para expresarlo mejor, que los precios locales están relacionados en una
forma determinada por el costo del transporte, etc.—, sugiere la solución que (si
fuera conceptualmente posible) pudo haber sido descubierta por una sola mente que
poseyera la información que de hecho está dispersa entre todas las personas que
participan en el proceso.
Debemos ver el sistema de precios como un mecanismo para comunicar
información si deseamos comprender su verdadera función, función que desempeña
con menor perfección en la medida en que los precios se ponen más rígidos (aun
cuando los precios cotizados se han puesto rígidos, las fuerzas que operarían a través
de cambios de precio todavía operan, en buena medida a través de los cambios en
otros términos del contrato). El hecho más significativo acerca de este sistema es la
economía de conocimiento con la cual opera o, cuán poco los participantes
individuales necesitan saber para poder hacer la decisión correcta. En forma
abreviada, por medio de una especie de símbolo, sólo la información más esencial es
comunicada, y es comunicada sólo a aquellos que les concierne. Es más que una
metáfora la descripción del sistema de precios como un tipo de mecanismo para
consignar cambios o como un sistema de telecomunicaciones que permite al
productor individual sólo observar el movimiento de unos pocos
indicadores: como un maquinista puede observar las agujas de unos cuantos
relojes, para adaptar sus actividades a cambios de los cuales puede ser que nunca
conozca más que su reflejo en el movimiento de precios.
Desde luego, estas adaptaciones probablemente nunca son "perfectas", en el sentido
en que el economista las concibe en sus análisis de equilibrio. Pero me temo que
nuestros hábitos teoréticos de aproximarnos al problema dando por sentada la
posesión de conocimiento más o menos perfecta de parte de casi todos, nos ha
cegado un poco respecto de la verdadera función del mecanismo de precios y nos ha
hecho aplicar patrones engañosos al juzgar su eficacia. La maravilla es que en un
caso como el de la escasez de una materia prima, sin que se dé ninguna orden, sin
que sepa la causa más que un puñado de personas, miles de personas cuya
identidad no podría ser establecida durante meses de investigación, son inducidas
a usar la materia prima o sus productos con mayor cautela, es decir, a moverse en
la dirección correcta. Esta es suficientemente una maravilla, aun cuando, en un
mundo de cambio constante, no todos reaccionarán tan perfectamente que sus
promedios de utilidad siempre sean mantenidos al mismo nivel "normal".
He usado deliberadamente la palabra "maravilla" para sacar al lector de la
complacencia con la cual a menudo damos por sentado el funcionamiento del
mecanismo de precios. Estoy convencido de que si este mecanismo fuera resultado
de acciones humanas deliberadas y si las personas que se guían por los cambios de
precios comprendieran que sus decisiones tienen significación mucho más allá de sus
objetivos inmediatos, este mecanismo hubiera sido aclamado como uno de los más
grandes logros del intelecto humano. Tiene el doble infortunio de no ser producto de
la deliberación humana y de que las personas que se guían por él generalmente no
saben por qué son inducidos a hacer lo que hacen. Pero aquellos que exigen
"dirección consciente" y quienes no pueden creer que algo que ha evolucionado sin
acciones conscientes (y aun sin que los comprendamos), puede resolver problemas
que no podemos resolver conscientemente deben recordar esto: el problema consiste
precisamente en cómo extender nuestra utilización de recursos más allá del campo
del control de cualquier mente y, en consecuencia, cómo deshacernos de la necesidad
del control consciente; y cómo crear incentivos para que los individuos hagan lo que
es deseable sin que ninguno tenga que decirles lo que tienen que hacer.
El problema que confrontamos aquí no es peculiar a la economía, sino que surge en
el contexto de casi todos los fenómenos sociales genuinos, incluido el lenguaje y la
mayor parte de nuestra herencia cultural, y constituye el problema teorético central
de toda la ciencia social. Como lo ha expresado Alfred N. Whitehead en otro contexto:
"Es una profunda verdad elemental errada, repetida en todos los cuadernos y por
personas eminentes cuando dicen discursos, que debemos cultivar el hábito de
pensar sobre lo que estamos haciendo. Exactamente lo opuesto es la verdad. La
civilización avanza cuando aumenta el número de operaciones importantes que
podemos realizar sin pensar acerca de ellas". Esto es de profunda significación en el
campo social. Constantemente usamos fórmulas, símbolos y reglas cuyo significado
no entendemos y a través de cuyo uso tenemos la ayuda de conocimiento que
individualmente no poseemos. Hemos desarrollado estas prácticas construyendo
sobre hábitos e instituciones que han tenido éxito en su propia esfera y que a la vez
han llegado a ser el cimiento de la civilización que hemos construido.
El sistema de precios es una institución que el hombre ha aprendido a usar
después de haberse topado con ella sin entenderla.
A través de ese sistema ha sido posible no sólo la división del trabajo sino una
coordinada utilización de recursos basada en una similar división del conocimiento.
Quienes gustan de ridiculizar cualquier sugestión de que esto pueda ser así
generalmente distorsionan el argumento al insinuar que afirmar que por algún
milagro ha surgido espontáneamente aquel sistema que está mejor adaptado a la
civilización moderna. Es el contrario: el hombre ha sido capaz de efectuar la división
del trabajo sobre la cual descansa nuestra civilización porque se encontró con un
método que la hizo posible. Si no hubiera hecho eso, pudo haber desarrollado algún
otro tipo de civilización, algo así como el "estado" de las hormigas o algún otro tipo
no imaginable. Todo lo que podemos decir es que hasta ahora nadie ha tenido éxito
en diseñar un sistema alternativo en el cual ciertas características del que existe
puedan ser preservadas, características que gozan de la estimación aun de quienes
con mayor violencia las atacan.
DERECHOS DE PROPIEDAD — Armen A. Alchian
Uno de los requisitos más fundamentales de un sistema económico capitalista -y uno de
los conceptos más mal entendidos- es un sistema fuerte de derechos de propiedad.
Durante décadas, los críticos sociales de los Estados Unidos y de todo el mundo
occidental se han quejado de que los derechos de «propiedad» tienen a menudo
preferencia sobre los derechos «humanos», con el resultado de que la gente es tratada con
desigualdad y no tienen las mismas oportunidades. Las desigualdades existen en cualquier
sociedad. Pero el supuesto conflicto entre derechos de propiedad y derechos humanos es
un espejismo: los derechos de propiedad son derechos humanos.
La definición, adjudicación y protección de los derechos de propiedad es uno de los temas
más complejos y difíciles que cualquier sociedad tenga que resolver, pero es uno que debe
resolverse de alguna forma. En su mayor parte los críticos sociales de los derechos de
«propiedad» no desean abolir estos derechos.
Más bien desean transferirlos de la propiedad privada a la propiedad del gobierno.
Algunas transferencias a la propiedad pública o al control (que es similar) vuelven una
economía más efectiva. Otras la vuelven menos efectiva. El peor resultado se produce
con mucho cuando los derechos de propiedad son abolidos realmente (véase La Tragedia
de los Comunes).
Un derecho de propiedad es la autoridad exclusiva de determinar cómo se usa un recurso,
ya sea este recurso propiedad del gobierno o de un individuo o individuos. La sociedad
aprueba los usos seleccionados por el poseedor del derecho de propiedad con la fuerza
gubernamental administrada y con el ostracismo social. Si el recurso es propiedad del
gobierno, el agente que determina su uso tiene que actuar bajo un conjunto de reglas
determinadas, en los Estados Unidos, por el Congreso o por las agencias ejecutivas a las
que ha encargado este papel.
Los derechos de propiedad privada tienen otros dos atributos además de determinar el uso
de un recurso. Uno es el derecho exclusivo a los servicios del recurso. Así, por ejemplo,
el propietario de un apartamento con derechos de propiedad completos tiene el derecho a
determinar si alquilarlo o no y si lo hace, a qué inquilino alquilárselo; si vivir él mismo
en él; o si usarlo para cualquier otro fin pacifico. Es decir, el derecho a determinar su uso.
Si el propietario alquila el apartamento, tiene también derecho a todos los rendimientos
del alquiler de la propiedad. Es decir, el derecho a los servicios del recurso (la renta).
Finalmente, los derechos de una propiedad privada incluyen el derecho a delegar, alquilar
o vender cualquier porción de los derechos por intercambio o donación a cualquier precio
que el propietario determine (siempre que alguien esté dispuesto a pagar ese precio). Si
yo no puedo comprarle a usted algunos derechos y en consecuencia usted no tiene
permitido venderme esos derechos, los derechos de propiedad privada son reducidos. Así,
los tres elementos básicos de la propiedad privada son : 1) exclusividad de los derechos
de elección del uso de un recurso, (2) exclusividad de los derechos de los servicios de un
recurso, y (3) derecho de intercambiar el recurso bajo unos términos mutuamente
aceptables.
El Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha vacilado acerca de este tercer aspecto de
los derechos de propiedad. Pero, no importa qué palabras utilice la justicia para
racionalizar recientes decisiones, el hecho es que limitaciones tales como controles de
precios y restricciones al derecho de vender a términos mutuamente aceptables son
reducciones de los derechos de propiedad privada. Muchos economistas (yo entre ellos)
creen que la mayor parte de tales restricciones sobre los derechos de propiedad van en
detrimento de la sociedad. He aquí algunas razones del porqué.
Bajo un sistema de propiedad privada, los valores de mercado de una propiedad reflejan
las preferencias y las demandas del resto de la sociedad. No importa quién sea el
propietario, el uso del recurso se ve influenciado por lo que el resto del público piensa
que es su uso más valioso. La razón es que un propietario que elige algún otro uso debe
desechar ese uso más valorado, y el precio que los otros le pagarán por el recurso o por
su uso. Esto crea una interesante paradoja: aunque la propiedad recibe el nombre de
«privada», las decisiones privadas se basan en una evaluación pública, o social.
La finalidad fundamental de los derechos de propiedad, y su logro fundamental, es que
eliminan la competencia destructiva por el control de los recursos económicos (Tragedia
de los Comunes). Los derechos de propiedad bien definidos y bien protegidos reemplazan
la competencia a través de la violencia por la competencia a través de métodos pacíficos.