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Cuando Khaneman, del que ya hemos hablado en otras ocasiones, decide acercarse al
mundo de la economía (no lo olvidemos, este premio nobel de economía es psicólogo)
descubre que todas las teorías clásicas tienen lo que para él es un terrible error de base:
Consideran como premisa que el ser humano es racional. Ésto, por supuesto, contradice
todo lo que él había aprendido hasta el momento sobre el ser humano y por ello toma la
misión de tratar de demostrar que los hombres tomamos decisiones equivocadas en
situaciones sujetas al azar (como por ejemplo, cuando invertimos). Es el nacimiento del
Behavioral Finance.
Como vengo diciendo, durante los próximos post vamos a acercarnos a la Psicología del
Mercado desde este último punto de vista, que al final será al que más partido le
podamos sacar. Este post debe servir como introducción.
Nuestro cerebro está diseñado para proporcionarnos siempre una sensación de orden y
de control. No podemos abarcar todas las cosas (amigos, familia, dinero...) ni todos los
riesgos (tropezarnos, que nos caiga un tiesto en la cabeza, un terremoto...), por ello
nuestra mente trata de centrarnos en determinadas actividades, haciendo que olvidemos
otras, que permanecen en el subconsciente.
Es más, nuestra mente es incluso capaz de engañarnos y falsear datos, para que nuestras
historias cerebrales (la memoria) tengan coherencia. Es por ello que cada uno recuerda
el pasado de forma subjetiva (excelentemente expresado por Tarantino en la película de
Pulp Fiction, que en una misma escena que se recuerda desde dos puntos de vista
cambia detalles, como un poco los diálogos y algo el escenario).
Otro ejemplo de que no podemos fiarnos de nuestra mente en este tipo de situaciones lo
encontramos en algunos experimentos de Kahneman y Tversky, que aunque hemos
hablado de ello en otros post, conviene recordar.
Básicamente, estos dos psicólogos, en uno de sus experimentos daban a elegir las
siguientes opciones:
Usted prefiere: ganar
con un 100% de seguridad 2.400€
o arriesgarse y ganar con un 25% de probabilidad 10.000€ ó 0€ con un 75% de
probabilidad.
opción A: E=2400(100%)=2.400
opción B: E=10.000(25%)+0(75%)=2.500
opción A: E=2.400(100%)=2.400
opción B: E=10.000(25%)+0(75%)=2.500!!
Por otro lado, también Kahneman y Tversky hacen otro interesante descubrimiento que
demuestra que somos poco racionales y que nuestro cerebro rellena huecos haciéndonos
crear ideas preconcebidas acerca de las cosas y de la gente.
En resumen y con mis propias palabras, su experimento consistía en la siguiente
pregunta:
Elija:
Normalmente la gente elegía la opción dos cuando es mucho menos probable. Con los
datos que sabemos, es decir, casi nada, la opción 1 A: María es cajera es más probable
que la opción 2: A María es cajera Y B sindicalista. (La probabilidad de A es mayor que
la probabilidad de A+B, lógicamente).
En este caso interviene también un problema de exceso de datos, muy común en bolsa.
por ejemplo para resolver el siguiente problema:
Un avión blanco y azul, marca Boeing modelo 747 sobrevuela el mediterráneo, las
coordenadas exactas son 35° 50′ N 14°35′ E. 134 es el número de pasajeros que lleva el
avión, cada uno con un bulto y una maleta de no más de 30kg. Un 38% de los pasajeros
son hombres, el resto mujeres y viajan 12 niños menores de 10 años.
¿De qué color son los ojos del piloto?
Pero que todo ésto no os asuste. No nacimos para ser matemáticos, nacimos para
sobrevivir en un mundo cargado de incertidumbre y si la naturaleza ha escogido dar
mayor valor a la parte emocional que a la racional, debe ser porque es más eficaz para la
supervivencia. Sólo tenemos que aprender a vivir con ella, a pararle los pies a las
emociones cuando sea necesario y a dejarnos llevar por ellas en nuestro beneficio.
En general, cuanto más frecuente sea nuestra operativa, más nos enfrentaremos contra
nuestra propia psicología. Para los que hacen trading intradía (muchas operaciones
rápidas para al final del día no mantener ninguna operación abierta) o swing trading
(operaciones en un plazo corto, generalmente de un día a un par de semanas), se hace
absolutamente imprescindible seguir las famosas tres “emes” de Alexander Elder:
“Money, Mind, Method”.
“Money” significa que debemos cuidar nuestra herramienta de trabajo: el dinero. Igual
que un herrero debe cuidar su yunque y su martillo porque si no no podría trabajar, el
trader debe cuidar el dinero a través de técnicas de “money management” (gestión
monetaria), que le indicarán de acuerdo a su capital inicial qué capital podrá arriesgar en
cada operación.
Por último, “Mind” quiere decir que debemos mantener una psicología adecuada que
nos proporcione autocontrol suficiente para seguir a rajatabla el sistema que hayamos
elegido para actuar con nuestro “money” y “method”. Así pues, debemos adecuar a
nuestra operativa nuestro comportamiento emocional.
El ser humano interacciona con el medio que le rodea de forma básicamente emocional.
Alguien puede caernos bien o mal sólo por cómo viste. Amamos un país entero, o lo
odiamos, como si todos los miembros de ese país fueran una sola persona. Podemos
sentir algo más profundo por un objeto, como un coche o un libro, que por otra
persona... En todo momento estamos experimentando alguna emoción, quizá no la
notemos o no sepamos definirla exactamente, pero el hecho es que nuestro día a día
(nuestra supervivencia) está en mayor o menor grado influido por nuestras decisiones,
tanto automáticas como “racionales”. Y como viene demostrando la investigación
neurobiológica actual (por ejemplo Damasio, Le Doux o P. Ekman) en el proceso de
decidir, las emociones son un requisito indispensable. Como ya adelantó Pascal: “el
corazón tiene razones que la razón desconoce”. A nivel filosófico, sin emociones
seríamos incapaces de tomar decisiones de forma eficaz, pues la razón se pasaría siglos
analizando riesgos, pros y contras. Resolvamos la siguiente duda: nos ofrecen un juego
donde hay un 99% de posibilidades de lograr 1.000 Mill. EUR, pero existe un 1% de
probabilidades de morir. ¿Qué decidimos? ¿Tomaremos la decisión de forma racional?
Toda decisión debe estar influida por una emoción, puesto que aunque la probabilidad
esté de nuestra parte, muchas veces lo que podríamos perder hace que no nos compense
arriesgarnos. Por ello, no se trata tanto de eliminar nuestras emociones para actuar como
robots fríos y calculadores, como de aprender a distinguir en qué estado emocional nos
encontramos para conocer los errores que cometemos habitualmente y así poder poner
todos los sentimientos de nuestra parte.
Desde hace muchos años distintas ciencias se han preocupado de las emociones.
Medicina, Psicología, Filosofía y algunas ciencias sociales se han encargado, cada uno
desde su campo, de tratar de explicar por qué el comportamiento humano es emocional.
Pero es especialmente durante los dos últimos siglos cuando ha cambiando la forma de
entender las emociones en el pensamiento social y han pasado de ser algo malo, que
debía ser evitado y reprimido por la fuerza de la razón a ser algo bueno, hasta el punto
de dar nacimiento a nuevos conceptos como el de “inteligencia emocional” (frente al
conocido cociente intelectual que mediría la “racional”).
Si las emociones existen, es porque como ya apuntó Darwin, son útiles para la
supervivencia. En palabras de A. Sloman, la necesidad de enfrentarnos a un mundo
cambiante y parcialmente impredecible exige métodos que distraigan nuestra atención.
Las emociones influyen en nuestro estado de atención, pero no para distraernos, sino
para hacer más caso a aquello que nuestro organismo considera más importante para la
supervivencia. Decía Wukmir que las emociones son como un mecanismo que nos
informa de si lo que experimentamos es negativo o positivo para así marcar pautas en
nuestro cerebro para favorecer nuestra supervivencia. Con lo que no contaba este
psicólogo es con que, como todo mecanismo perceptivo, las emociones nos pueden
equivocar. Por ejemplo, “siempre que me voy de vacaciones de verano al norte llueve”.
Incluso en el norte en verano hay más días de sol que de lluvia, sin embargo nuestra
mente selecciona los recuerdos de acuerdo a las emociones, lo que crea la falsa
sensación de que siempre tenemos esa mala suerte.
Las emociones ayudan al cerebro a elegir qué recordar porque nuestra mente no está
preparada para recordar el 100% de las cosas por lo que nuestra memoria debe
seleccionar qué recordar y qué no recordar, de acuerdo a lo que ella piensa que es más
necesario para nuestra supervivencia. Las emociones son muy importantes en este tipo
de procesos. Trasladado al mundo del trading, muchas veces los recuerdos sobre la
operativa anterior pueden jugarnos malas pasadas, si nos hacen afrontar el mercado con
exceso o con falta de confianza. Con exceso de confianza, cuando por ejemplo
recordamos una operación ganadora. Con defecto cuando las que recordamos son las
perdedoras. Los analistas que salen en medios de comunicación pueden jugar con esto
(no tiene porque ser conscientemente) porque es raro que nadie vaya apuntando
exactamente todo lo que dicen. Sin embargo, cuando una analista dice “como ya dije la
semana pasada, tal título ha subido...” si el oyente escuchó al comentarista la semana
anterior, lo recordará y le dará más valor que a los otros 25 valores que también fueron
recomendados pero que finalmente bajaron, pero que el analista, lógicamente, para no
tirar piedras contra su tejado no dirá que los falló. Ocurre también con analistas, o con
nosotros mismos, cuando defendemos con pasión un lado del mercado. Imaginemos que
tenemos una opinión de que el mercado va a subir con fuerza y lo defendemos a capa y
espada, recomendando a todos nuestros conocidos que compren. El mercado sin
embargo no para de caer, pero no queremos verlo y nos empeñamos “mejor ahora, que
está más barato...”. Cuando el mercado ha pasado de 12.000 puntos a 7.000, seguimos
defendiendo el rebote. Entonces empieza a subir hasta los 10.800 puntos. Nosotros
diremos, ¿lo ves como había que comprar? Y nuestros amigos (o miles de oyentes)
recordarán nuestra afirmación y no los precios que dijimos y nos tratarán como a un
gurú. Cuando en realidad nos habremos arruinado, pues lo que importa en el mercado
no suele ser a dónde, sino cuándo y cuánto.
El término emoción proviene del latín emotio, -onis y significa literalmente “el impulso
que induce a la acción”. Las emociones son fenómenos muy complejos y probablemente
podríamos encontrar una palabra diferente para expresar cada una de ellas que cada
persona entendiera de manera diferente (por ejemplo, la mayoría de los españoles
entendemos la “angustia” como un estado de ansiedad cercano al miedo o la
desesperación, pero para algunos habitantes de la región de Murcia tendrá un
significado mucho más suavizado ya que utilizan el término “angus” para referirse a una
especie de mareo que provoca un nudo en el estómago y que puede llegar a la naúsea).
Las emociones son un fenómeno físico, en el sentido de que siempre van acompañadas
de reacciones somáticas: cambios en la respiración, secreciones glandulares, cambios en
la circulación, expresiones faciales, voz, actividad del sistema nervioso... Una vez
generada la emoción, nuestro cuerpo se prepara para la acción de la forma más efectiva
posible y no siempre nos damos cuenta de ello.
Por otro lado, las emociones son fenómenos psicológicos, porque cambian la jerarquía
normal de respuestas de las personas. Estas respuestas tienen una vertiente social muy
importante. Así, desde un punto de vista conductual y como señala acertadamente
Levenson, las emociones establecerán nuestra posición respecto al medio que nos rodea,
haciéndonos más afines a personas, animales, objetos... y menos a otros.
Un hecho curioso es que siempre que tomamos una decisión, nuestra primera reacción
es de abatimiento por haber desechado otras opciones. Sin embargo, nuestra mente
rápidamente exagera las cualidades de la decisión que hemos tomado y menosprecia las
demás opciones. Nos ayuda a auto convencernos ver que otras personas también toman
nuestra misma decisión. Extrapolado a la Bolsa creo que no es necesario un ejemplo...
todos nos sentiremos identificados con esto. Es lo que se llama en psicología “el
remordimiento del comprador”.
Otro ejemplo de que no podemos fiarnos de nuestra mente en este tipo de situaciones lo
encontramos en Kahneman y Tversky (pioneros de la “behavioral finance”). Estos dos
psicólogos, en uno de sus experimentos daban a elegir las siguientes opciones:
Usted prefiere:
B.- Ganar 10.000 EUR con un 25% de probabilidad o 0 EUR con un 75% de
probabilidad.
En este juego la mayoría de la gente escoge llevarse el dinero a la saca (opción A),
aunque en realidad, la esperanza matemática de arriesgarse (opción B) es superior a la
de no arriesgarse:
B.- Esperanza matemática = 10.000 EUR x 25% + 0 EUR x 75% = 2.500 EUR
Usted prefiere:
B.- Perder 10.000 EUR con un 25% de probabilidad o 0 EUR con un 75% de
probabilidad.
En este juego la gente suele escoger... ¡arriesgarse! (opción B), cuando de acuerdo con
la esperanza matemática, es decir, desde un punto de vista racional, la pérdida sería
mayor:
B.- Esperanza matemática = -10.000 EUR x 25% + 0 EUR x 75% = -2.500 EUR
En este caso interviene también un problema de exceso de datos, muy común en Bolsa.
Por ejemplo para resolver el siguiente problema:
Un avión blanco y azul, marca Boeing modelo 747 sobrevuela el mediterráneo, las
coordenadas exactas son 35° 50′ N 14°35′ E. El número de pasajeros que lleva el avión
es 134, cada uno de ellos con un bulto y una maleta de no más de 30kg. Un 38% de los
pasajeros son hombres, el resto mujeres y viajan 12 niños menores de 10 años.
Para responder a la pregunta no necesitamos ninguno de los datos que nos dan (muchos
datos, pero poca información relevante para responder a la pregunta que nos ocupa).
Pero que todo esto no nos asuste. No nacimos para ser matemáticos, nacimos para
sobrevivir en un mundo cargado de incertidumbre y si la naturaleza ha escogido dar
mayor valor a la parte emocional que a la racional, debe ser porque es más eficaz para la
supervivencia. Sólo tenemos que aprender a vivir con ella, a pararle los pies a las
emociones cuando sea necesario y a dejarnos llevar por ellas en nuestro beneficio.
Una vez aceptamos que las emociones juegan un papel fundamental en nuestra
operativa en los mercados financieros, llegando incluso a ser el elemento más
importante a tener en cuenta especialmente si nos dedicamos a hacer trading, es
interesante poder identificar cuáles serán las que más afecten a nuestra operativa. En
este sentido, sin duda, las dos emociones principales (que no las únicas) son el miedo y
el deseo de riqueza (la codicia).
La codicia
Como ocurre con todas las emociones, podemos entender la codicia desde una
perspectiva positiva y otra negativa. La negativa es quizá la más extendida: la codicia se
ve como un deseo insaciable de riquezas. Desde este punto de vista, la codicia ha sido
castigada por la sociedad. Así ocurre en los cuentos populares, como por ejemplo en el
cuento de la lechera o en el de la gallina de los huevos de oro. También en las
religiones, tanto las occidentales, como por ejemplo el cristianismo, que la considera un
pecado capital, como en las orientales. El budismo, por ejemplo, entiende la codicia
como un error en la búsqueda de la felicidad.
Sin embargo la codicia puede ser algo positivo. Como describía cínicamente Gordon
Gekko en la genial película Wall Street: "La codicia es buena. La codicia funciona. La
codicia expresa, absorbe y capta la esencia y el espíritu de la evolución. La codicia, en
todas sus formas -codicia por la vida, el dinero, el amor, el conocimiento… - ha
constituido el auténtico avance del género humano”. En este sentido, la codicia se
entiende como ambición.
En los mercados financieros, la codicia es esa voz interior que, cuando vas a poner la
orden de compra de 100 acciones te dice “es una ganancia segura, compra 1000”. La
que te hace arriesgar más capital del que debes. El error es que operamos pensando en
las ganancias, cuando lo inteligente es operar siempre pensando cuánto podemos perder.
Frente a lo anterior, la codicia es también esa voz interior que te dice, “aprende más”,
“lee”, “sigue practicando”, “sé mejor”.
Una de esas dos voces necesita ser silenciada. Y solo existe una forma de hacerlo:
nuestra operativa de trading debe estar planeada de antemano. Antes de realizar la
compra o la venta del activo debemos saber cuánto y cuándo. Aunque suene extraño,
cuando hablamos de trading, esto es muchísimo más importante que el qué. Para ello
debemos tener un sistema.
Ser inversores de largo plazo no debe ser excusa para no tener sistema. En el sentido
amplio, los estilos de inversión (como el value o el growth, por ejemplo) son sistemas.
La base del sistema consiste en escoger y testear un método que nos indique qué y
cuándo elegir un activo concreto (es decir, un método de análisis) y cuánto arriesgar (es
decir, un método de gestión del dinero).
El cuánto significa escoger una estrategia de gestión del dinero que nos indique cuál
será el capital máximo que podemos arriesgar en cada operación, de acuerdo a nuestro
capital total. Gracias a esta estrategia, una vez calculada cuál puede ser nuestra pérdida,
el sistema nos señalará el dinero que pondremos en juego en el mercado. Este tipo de
estrategia de money management se conoce técnicamente como position sizing. Por otro
lado, debemos saber exactamente antes de la operación que vamos a realizar en qué
precio entraremos y cuál será el precio al que salgamos. Es decir, conocemos de
antemano el precio de compra y tenemos claros nuestros stop, tanto para las ganancias
como para las pérdidas. Una vez aclarado esto, estaremos listos para entrar en los
mercados.
La otra voz, la que nos pide ser mejores, la codicia de aprender, debe ser amplificada.
Debe gritarnos. Para ello, una técnica eficaz es hacer examen de conciencia antes y
después de cada operación. Es útil apuntar antes de hacer una operación por qué vamos
a hacerla. Una vez cerrada, sea un éxito o un fracaso, podemos reflexionar sobre por qué
la hicimos y cuáles han sido nuestros puntos fuertes y débiles durante el desarrollo de la
misma. Y a partir de ahí, trabajar las debilidades y potenciar las fortalezas.
El miedo.
Existen diferentes tipos de miedo (al amor, a las arañas, a la muerte…) y a su vez,
diferente gradación de los mismos (terror, susto, etc). Dos grados del miedo serán los
que más nos preocupen como inversores o especuladores: el riesgo y el pánico.
Una forma muy simple de evaluar el riesgo en el trading es comparar el precio al que
queremos comprar con el stop de pérdidas que pondremos. Si por ejemplo existiese
entre uno y otro una diferencia de un 20% sabemos que eso es lo máximo que podemos
perder en esa operación. Con esto en mente, debemos calcular entonces cuál sería el
precio de salida de la operación con beneficios. Si por ejemplo, vamos a arriesgar ese
20% para conseguir un beneficio del 2%, desde luego la operación no valdrá la pena. En
este sentido, debe quedar por delante el giro copernicano: cada vez que vayamos a hacer
una operación, primero debemos pensar en sus posibles pérdidas.
La palabra pánico proviene de la palabra griega pan, que tenía que ver con los sonidos
desconocidos del bosque, atribuidos a la música del dios pan. El pánico debe ser
siempre observado con sentido común, puesto que muchas veces no está justificado. En
ese caso podremos aprovecharlo de la misma forma que lo haríamos en una burbuja. En
momentos injustificados de pánico será más sencillo buscar activos sobrevalorados en
riesgo. Por ejemplo durante la crisis del 87, mientras todos sus gestores le miraban sin
saber qué hacer, J. Templeton les gritaba: ¡comprad todo lo que podáis!, puesto que,
como se demostró después, no había razón de fondo para una caída así. Igualmente
ocurrió durante la última crisis. Tras la quiebra de Lehman, recuerdo que había alguna
acción que cotizaba por debajo del valor de su caja. Es decir, era como si pudiésemos
comprar un pantalón por 50 euros que tuviera 100 euros en uno de sus bolsillos.
Ir en contra de la corriente puede ser una estrategia muy peligrosa, en cualquier caso. A
veces el mercado tarda tanto en reconocer sus errores que nos quedamos por el camino.
Decía A. Roy, que un inversor de largo plazo debe aprender a sobrevivir en el corto
plazo. Esto es mucho más cierto cuando trabajamos con productos derivados. Por ello
también podemos elegir añadirnos al rebaño, aplicando por ejemplo técnicas de
seguimiento de la tendencia. Siempre y cuando, claro está, sepamos dónde nos estamos
metiendo y hasta cuándo.
A la hora de invertir, los errores más comunes a los que nos inducirá el miedo dependen
del momento en que nos encontremos en la operación: antes de hacerla o después.
Antes de la operación, principalmente tendremos dos miedos: a que se nos vaya un buen
precio de entrada y miedo a perder dinero en la operación, porque recordamos, por
ejemplo, antiguos fracasos. Ambos miedos pueden ser parcialmente cubiertos. El miedo
a que se nos vaya el precio deberá cubrirlo nuestro sistema, que nos indicará precios y
motivos de entrada al mercado. El miedo a perder dinero solo puede ser solucionado
con una adecuada gestión del riesgo, gracias al cual siempre sabremos cuál es el
máximo dinero que vamos a perder. Así podremos adecuar nuestro nivel máximo de
miedo a nuestra pérdida máxima.
Durante la operación, los errores más comunes provocados por el miedo son cerrar la
posición antes de que llegue al stop o cortar las ganancias. Este miedo se conoce como
el “efecto disposición” y afecta tanto a los particulares como a los profesionales. Estos
errores serán solucionados parcialmente del mismo modo que los anteriores: con un
sistema claro de entradas y salidas. No podemos dejar que sea el mercado quién elija,
puesto que en ese caso correremos un alto riesgo de ruina. Otra forma de minimizar el
“efecto disposición” es mediante la formación y diversificando la gama de productos
que empleamos en el trading.
Por último, debemos considerar el miedo a equivocarse. Insisto mucho en este tema: el
trading es una actividad muy frustrante. Exige unos niveles de tolerancia al fracaso muy
altos, superiores incluso a los de un vendedor a llamada fría. No todo el mundo lo puede
asumir. Pensemos por ejemplo en un sistema que acierta un 10% de las veces, con una
ganancia media de 1.000 euros y una pérdida media de 5 euros. Es decir, no para de
equivocarse en el sentido de las operaciones, pero por la esperanza matemática del
sistema es muy positiva. Es un sistema claramente ganador. Pero, ¿podríamos soportar
psicológicamente equivocarnos en 9 de cada 10 operaciones? De esta respuesta
dependerá nuestra elección del tipo de operativa que queremos tener.
Hace unos años, en Suecia, se realizó un estudio entre conductores que habían
experimentado accidentes graves de circulación. A los participantes se les preguntaba si
se consideraban mejores o peores conductores que la media. La sorprendente respuesta
fue que entre el 80% y el 90% de los encuestados se veían a sí mismos más hábiles y
más seguros frente al volante que la mayoría de la gente, aun habiéndose demostrado
que algunos de ellos fueron los culpables de los accidentes. Este experimento fue
repetido con los mismos resultados entre estudiantes de Estados Unidos. En el mismo
sentido, un estudio realizado por una compañía de seguros en 2009, sobre hábitos de
conducción, concluía que los españoles creemos ser, sólo por detrás de los alemanes, los
mejores conductores de Europa. Sin embargo, estos datos cambian si los que responden
son los europeos. De hecho, de acuerdo a este estudio, los españoles son vistos entre los
peores conductores.
Cambiando conductores por inversores, en una encuesta realizada en 1997 entre 750
inversores, el 74% de ellos aseguraba que sus carteras podría batir constantemente al
S&P 500 todos los años. Es decir, en torno a tres cuartas partes de los encuestados
pensaban que la rentabilidad de su cartera sería superior a la del índice año tras año,
algo que tan solo inversores legendarios, como Peter Lynch, Warren Buffet o García
Paramés han conseguido. Más tarde, en 1999, una revista estadounidense llamada
“Money” hizo otra encuesta entre 500 lectores, preguntando si sus carteras habían
tenido mejores resultados que el mercado aquel año (es decir, si habían conseguido batir
al S&P 500). Uno de cada cuatro respondió que sí. No obstante, cuando se les pedía que
especificasen el resultado exacto que había obtenido la cartera, el 80,0% de estos
inversores tenían unas ganancias inferiores a las del mercado.
Todos estos estudios vienen a demostrar que las personas tendemos a sobrevalorar
nuestras habilidades. Es por eso por lo que casi todo el mundo es experto en ingeniería
informática, en mecánica, en farmacia, en medicina, en derecho, en economía...
sobrestimando sus propios (y normalmente escasos) conocimientos adquiridos de
manera dudosa (internet, rumores, televisión, algo que oímos en la radio...), frente a los
de los profesionales. Pensamos que somos más inteligentes y que estamos mejor
informados que los demás. Llevándolo al ámbito de las inversiones, uno puede, por
ejemplo, escuchar en la radio una idea de un analista o leer algo en el periódico y
sentirse preparado para llevar a cabo una inversión con esa única información, contra el
resto del mercado, donde compiten gestores más informados y con mayores
conocimientos profesionales.
En general, la gente considera que sus habilidades predictivas son superiores a las de la
media. Sin embargo, en un experimento realizado por el genial Daniel Kahneman, se
demostraba lo contrario. En el estudio, se pedía a los participantes responder su mejor
estimación del Dow Jones dentro de un mes. Así, debían escoger un valor del que
estuvieran un 99% seguros (es decir, que estuvieran seguros, pero no completamente)
que el índice se situaría por debajo del mismo. Luego, tenían que escoger el rango
inferior del mismo modo. Siguiendo estas instrucciones, la probabilidad de que el Dow
Jones se situara fuera del rango sería del 2%. Sin embargo, las sorpresas se produjeron
casi un 20% de las veces. Esto es lo que provoca el exceso de confianza: inversores que
están más seguros de lo que deberían (un 98%, cuando debería estarlo en un 80%). Este
experimento demuestra que la gente suele valorar más sus predicciones de lo que está
justificado por la lógica.
Una forma de saber si usted es de los que se creen mejores que la media es comprobar
cuáles son sus intervalos máximos y mínimos para los dos ejercicios anteriores. Si eran
amplios, es usted humilde y tiene la mentalidad adecuada en ese sentido para invertir.
Sin embargo, si los rangos eran muy estrechos, o si, sencillamente, usted piensa que
hubiera acertado, siga leyendo: este artículo le interesa realmente.
Al final, todo lo anterior tiene una palabra que lo define: orgullo. La palabra orgullo
tiene un sentido negativo para nosotros debido, básicamente, a nuestra herencia
cristiana, que identifica orgullo con soberbia (el primer pecado capital para Santo
Tomás de Aquino). Sin embargo, lo importante no es el continente sino el contenido y
el orgullo puede ser moralmente correcto. Podemos, por ejemplo, estar orgullosos de la
familia, o de los amigos. Tampoco es malo estar orgullosos de nosotros mismos: desde
un punto de vista ético, es correcta la estima siempre que sea apropiada. Cuando deja de
serlo y es más alta de lo que debería, hablamos de soberbia.
Los mercados de valores son cambiantes. Cuando uno decide operar en ellos debe tener
en cuenta que no va a pelear contra el mercado, sino a “hacerle la pelota”. El que pelea
contra el mercado suele salir perdiendo. Ir en contra del mercado siempre conlleva
pérdidas. No hay que empeñarse en mantener una visión. Como decía Jesse Livermore,
no hay lado alcista ni bajista, sino el lado correcto o incorrecto. Con ello, lo que este
famoso inversor pretendía decir es que a uno le debe dar igual ser alcista o bajista,
incluso ser un día alcista y otro bajista. No pasa nada por equivocarnos. Los mejores
gestores pueden cambiar radicalmente de opinión de un día para otro, y no pasa nada.
No pasa nada porque mantenernos en el error significa perder dinero y cambiar de
postura significa ganarlo. Y uno no debe estar orgulloso de acertar, sino de ganar
dinero. En los mercados financieros el que acierta no siempre gana dinero. Y al
contrario.
Debido a que el orgulloso se considera más inteligente y mejor que los demás, no
diversifica. Entonces pone todo su dinero en una o dos empresas. O en un solo sector. O
en un solo tipo de activo. O en una sola región. A pesar de lo anterior, estoy de acuerdo
con Warren Buffet cuando critica la diversificación señalando que una persona tiene
sólo una o dos ideas buenas en su vida y que por lo tanto diversificar es lo mismo que
ampliar el número de posibles errores. En general, el que se hace rico es apostando su
capital por un único sector. Sin embargo, el hecho es que la experiencia demuestra que
hay algunas personas que ni siquiera tienen una o dos buenas ideas respecto a
inversiones. No todo el mundo comienza con una sastrería y termina creando Inditex. Es
más, hay personas que ni quieren ni deben aceptar ese riesgo, porque si no, todos
seríamos como Sergey Brin, Larry Page o Amancio Ortega. Y no lo somos. Y no pasa
nada por no serlo, podemos ser igual o más felices que ellos. Pero también podemos
serlo menos, sobre todo si no nos aceptamos tal y como somos. Por ello, aunque para
algunos pocos inversores diversificar no sea correcto, para el resto sí lo es. Además, la
evidencia matemática demuestra que aumentando el número de productos
(diversificando) podemos disminuir el riesgo para obtener la misma rentabilidad. Esto
es así, e ignorarlo es dar de lado a toda la teoría moderna sobre carteras, uno de los
instrumentos más potentes que existen para controlar nuestras inversiones.
Finalmente, el inversor orgulloso hace más operaciones de las debidas. Esto es así por
dos motivos, en primer lugar porque piensa que es mejor que los demás, y por lo tanto
se cree capaz de acertar más que los demás. En segundo lugar, el orgulloso debe
satisfacer su ego. La consecuencia principal de esto es realizar “over-trading”, es decir,
más operaciones de las que debería. Esto es un error gravísimo. Brad Barber y Terran
Odean, estudiaron entre 1991y 1997 más de 35.000 cuentas de valores llegando, entre
otras, a la conclusión de que el exceso de confianza llevaba a los inversores a sobre-
operar y esto afectaba negativamente, en todos los casos, a sus carteras. Un inversor que
sobre-opera satisface su ego con las operaciones positivas, olvidando rápidamente las
negativas. La diferencia entre alguien que opera más de la cuenta y un jugador de ruleta
es ninguna. Por ello, para entrar al mercado adecuadamente necesitamos un método que
nos indique entradas y salidas de forma más o menos objetiva. Así, solo operaremos en
base a este sistema. La base del mismo consistirá en escoger y testear un método que
nos indique qué y cuándo elegir un activo concreto (es decir, un método de análisis) y
cuánto arriesgar (es decir, un método de gestión del dinero).
Por satisfacer nuestro ego, también podemos caer en el error de no poner stop loss. Un
stop de pérdidas que se ejecuta significa reconocer un error. Hasta que una operación no
se cierra, la pérdida no se reconoce (pero eso no significa que no esté ahí). El uso de
stop loss es algo polémico. Mientras algunos expertos señalan como condición sine qua
non para introducir una operación que esta vaya acompañada de stop loss, otros no
creen en ellos. Por ejemplo, algunos inversores que siguen el estilo value podrían
soportar pérdidas superiores al 50% de la posición (que exigirían recuperar más del
100%). Yo pienso como A. Roy (el creado del Roy´s ratio), y creo que para llegar al
largo plazo hay que sobrevivir en el corto, y un gestor no debería permitir tal pérdida,
por muy seguro que esté de la empresa que ha comprado. Así, un inversor debería
conocer siempre cuál es la pérdida máxima que está dispuesto a aceptar en una
operación. Como hemos comentado antes, ésta es la forma más sencilla de valorar el
riesgo de la misma. Si dejamos que el valor caiga por debajo de esta pérdida máxima,
entonces habremos valorado mal el riesgo y por lo tanto la operación, y pondremos todo
el conjunto de nuestra cartera en peligro. La única razón para no ejecutar el stop debería
ser una nueva (y objetiva, teniendo en cuenta todas las emociones que nos invaden en el
momento de tomar esa decisión) valoración del binomio riesgo/beneficio.
No obstante, la autocomplacencia tiene sus riesgos. Uno de los más curiosos, sin duda,
es que puede llevar a auto limitarnos. Tenemos tanto miedo al fracaso que a veces
ponemos en práctica estrategias de descargo de responsabilidad. Por ejemplo, quién no
ha visto a alguien –incluso a uno mismo- antes de jugar un partido de cualquier deporte,
excusarse diciendo lo mucho que hace que no juega, o que no está en el mejor momento
de forma, o que le duele una pierna… Actuando así, si perdemos, tenemos excusa. Si
ganamos, disfrutamos doble, debido a que a pesar de todo, lo hemos conseguido.
Edward Jones o Cordelia Fine son psicólogos que han estudiado esta trampa de auto
limitarse, llegando a conclusiones sorprendentes en alguno de sus experimentos. Como
por ejemplo, deportistas que reducen su preparación antes de una prueba o que daban
ventaja al adversario, alumnos que estudiaban menos para un examen, …
Finalmente, como curiosidad, destacar el hecho de que de acuerdo con el estudio que
hemos comentado de Odean y Barbier, así como otro de la Universidad de Estocolmo,
todo lo anterior sobre el orgullo y la satisfacción del ego, afecta con mayor fuerza al
hombre que a la mujer. Así mismo, no afecta a todas las culturas por igual. Por ejemplo,
en una investigación sobre una muestra de 6 países diferentes, en la que se realizaron
unas pruebas matemáticas a jóvenes de 13 años, se preguntó a los participantes tras la
resolución de los ejercicios si se consideraban buenos en matemáticas. El 68% de los
estadounidenses se consideraba bueno, mientras que tan solo el 23% de los coreanos se
consideraba sobre la media. No obstante, los mejores resultados en estos ejercicios lo
habían tenido los coreanos, mientras que los estadounidenses habían sido los peores. Sin
embargo, quede lo anterior como pura curiosidad, pues una vez afectado por el exceso
de orgullo, no hay distinción de nacionalidad: los efectos y los errores sobre la operativa
son exactamente los mismos.
La Esperanza. Psicología y emociones en el trading IV
PSICOLOGÍA Y EMOCIONES EN EL TRADING (IV) LA ESPERANZA.
por Tomás V. García-Purriños García Analista Macro de Cortal Consors
En este mismo sentido, un trader necesita una esperanza matemática positiva para
sobrevivir. Nunca se puede estar completamente seguro de que nuestra estrategia en los
mercados es correcta. Pero ello no impide que podamos estar siempre seguros del riesgo
que corremos, y operar en base al mismo. Conociendo nuestra pérdida máxima,
podemos buscar un sistema en el que las operaciones ganadoras, aunque puedan ser
incluso menos numerosas, superen las pérdidas de las operaciones perdedoras. Esto es
un sistema con esperanza matemática positiva. Esa esperanza es vital para las cuentas de
los traders. La esperanza, definida de cualquier otra manera, es un sentimiento
negativo, que nos llevará inevitablemente a la ruina.
De este modo, el trader que opere en el corto plazo debe operar siempre con un
stop de pérdidas. Ese stop será el punto en el que pierde la esperanza. Y debe tener
una estrategia de salida en beneficios. Cuando ésta se cumpla, la esperanza debe
marcharse y se realizará la ganancia. Así, uno puede soñar todo lo que quiera en que el
mercado irá en su dirección, pero cuando el mercado le quita la razón o cuando se la da,
de ninguna manera un operador puede seguir confiando.
Imaginemos el siguiente juego: nos van a dar el resultado de lanzar cuatro monedas no
sesgadas. Nos enseñarán diferentes resultados, pero sólo uno es el real, los demás son
inventados por una persona. Nos proponen averiguar cuál es el dato real. El primer
resultado que nos muestran es ++++. No nos convence: no parece muy casual que
salgan cuatro cruces seguidas. Pedimos el siguiente. Es cccc. Por la misma razón lo
desechamos. El siguiente es ++cc, que tampoco parece muy casual, así como su gemelo
cc++. Se ordenan de manera demasiado correcta. Las siguientes secuencias son c++c,
+cc+ y c+c+, +c+c, también muy regulares. En las dos primeras demasiada simetría. En
las dos segundas demasiada alternancia. Nos proponen +ccc, luego c+++, +++c y ccc+.
Pero seguimos viendo orden. Primero una cara o una cruz suelta y luego tres repetidas.
No parecen resultados casuales. Después c+cc,cc+c,+c++,++c+. Pensándolo bien,
incluso estas secuencias tienen un orden: o sólo hay una cara o sólo una cruz. Sigue sin
parecer casual. No nos decidimos y sin embargo se nos han presentado todos los
resultados posibles del lanzamiento de cuatro monedas. Con este sencillo experimento,
inteligentemente ideado por M. Motterlini, podemos explicar con facilidad una de las
trampas más peligrosas (por común) en la que solemos caer: la búsqueda de orden.
Lincoln fue elegido presidente de EEUU en 1860, su asesino nació en 1839 y su sucesor
en la presidencia se llamaba Johnson. Kennedy fue elegido en 1960. Su asesino nació en
1939 y su sucesor en la presidencia también se llamaba Johnson. El Johnson de Lincoln
nació en 1809. El de Kennedy en 1908. Las tendencias y las casualidades, en estadística,
son comunes y ocurren con cierta frecuencia. En el caso de la falacia del jugador, ¿si
han salido 7 rojos en la ruleta seguidos, cuál es la probabilidad de que el resultado sea
rojo en la siguiente tirada? La mayoría de la gente cree que la probabilidad es inferior,
cuando en realidad es la misma.
¿Existe acaso una secuencia numérica en algún libro sagrado que nos diga el
sentido de la vida, el universo y todo lo demás (aunque los que hayamos leído “la
guía del autoestopista galáctico” sabemos que la respuesta a esa pregunta es 42)?
La verdad es que no creo que exista, pero estoy seguro de que si nos ponemos a
buscarla con suficiente intensidad, la podríamos encontrar incluso en un libro de
cocina de Karlos Arguiñano.
El ser humano está abrumado por la enorme cantidad de datos que recibe continuamente
y necesita buscar un orden en ellos. Porque el orden es sencillo, ayuda a reducir el gasto
de recursos, es menos costoso. El orden es simple. Sin embargo, por su culpa tenemos
una fuerte tendencia a caer en lecturas “místicas” de la realidad.
Esta trampa del orden se relaciona con otra muy interesante: la trampa de la correlación.
Todos sabemos que existe una correlación entre fumar y el cáncer de pulmón, pero
¿sabíais que existe también una fuerte correlación entre los grandes consumidores de
café y el cáncer de pulmón? ¿Influía en algo que el pulpo Paul escogiera entre una u
otra caja de mejillones en los partidos de fútbol? Si hacemos un estudio encontraremos
una fuerte correlación entre lo que diga el pulpo y lo que luego ocurría efectivamente en
el campo. Sin embargo, correlación no significa, de ninguna manera, causalidad.
Puede haber relación de causa-efecto y correlación, o no. Una alta correlación sin
causalidad puede deberse a la intervención de una tercera variable en la que no
habíamos caído: por ejemplo en el caso del café y el cáncer de pulmón el hecho de que
muchos grandes fumadores son también grandes consumidores de café. También puede
deberse al efecto de pequeños números. Si el pulpo Paul hubiera analizado un millón de
partidos, acertaría en torno al 50% de ellos. Por ello es importante no sacar conclusiones
precipitadas, como por ejemplo “los consumidores de heroína normalmente han
consumido antes marihuana, así que la mayoría de consumidores de marihuana
terminarán en la heroína”.
Creamos correlaciones falsas y planteamos nuestra vida en base a ellas (como por
ejemplo, “cuando llevo mis pantalones mágicos gana mi equipo”) organizando nuestra
forma de actuar de acuerdo a la historia del pavo inductista de B. Russell. Esto no
es malo, es útil y eficaz. Pero el problema es que después no hacemos caso de las
correlaciones que existen de verdad. No pondré como ejemplo el tabaco (seguimos
fumando aunque sabemos que moriremos por ello) porque al fin y al cabo es una droga
y tiene una psicología diferente, pero sí podemos poner como ejemplo los que lanzan el
cigarrillo por la autovía (conociendo el alto riesgo de incendio) o lo que hablan por el
móvil en el coche (sabiendo que existe un alto riesgo de accidente).
En otro orden de cosas, la esperanza puede también conducirnos a una creencia errónea
en la suerte y quizá pensar en dejar las cosas a su merced. El hecho es que el hombre,
desde que es hombre, cree que la suerte existe. De este modo, asocia objetos,
situaciones, rituales y hechos fortuitos a la percepción de una mayor o menor suerte. Por
ejemplo, el amarillo significa mala suerte, las herraduras buena, romper un espejo mala,
tocar con la cabeza una estatua buena…
Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, desde un punto de vista humano, la suerte sí
que existe. Vaya que si existe. Que te toque o no la lotería podrá ser un hecho
aleatorio, pero al que le toca, que le pregunten si tiene o no buena suerte. Por ello,
psicólogos como por ejemplo Freud, pensaban que la suerte dependía exclusivamente
de la actitud de la persona ante sucesos aleatorios.
Ahora bien, en otro de sus experimentos, pedía contar las imágenes que tenía un
periódico. El truco estaba en que en la segunda página, en un anuncio a media página
(es decir, grandecito) se leía: “Pare usted de leer, en este periódico hay 27 imágenes”.
Los resultados del experimento son sencillamente geniales: la gran mayoría de las
personas que decían tener suerte tardaban en resolver la pregunta unos segundos. Hasta
aquí normal. Sin embargo, la gran mayoría de aquellos que decían tener mala suerte
tardaban varios minutos en dar el resultado.
Pero hay más, otro experimento consistía en plantear el siguiente caso: Les hacía
imaginar que trabajaban en un banco y un atracador les disparaba en una mano,
dejándosela inútil. La pregunta era, ¿creían tener buena o mala suerte? Los que decían
tener mala suerte, por supuesto, decían que era malísima suerte perder una mano. Los
que decían tener buena suerte en cambio aseguraban que era muy buena suerte no haber
perdido la vida.
Como hemos comentado muchas veces, el trading es una actividad muy frustrante.
Por ello, exige de nosotros una actitud muy positiva. Pero positiva no debe significar
falta de realismo, sino basada en hechos y lo más objetiva posible. Todo lo demás es un
cuento de la lechera, en un mundo que no admite quedarse parado contando las
ganancias del futuro.