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A MANERA DE INTRODUCCIÓN

Quizás lo más difícil de encarar esta obra, sea el hecho de escribir sobre mujeres, siendo
mujeres. Desprendida de toda subjetividad y luego de investigar sobre la vida de mujeres,
indias criollas y / o españolas, he querido sintetizar las acciones de algunas de ellas, sus luchas
sus sufrimientos, sus proezas en aras de la patria que las acobijaba, y las acciones realizadas a
favor de un hombre o de varios, de sus hijos o de sus nietos que verían esta América pujante
del siglo XVI. Esta tierra prodiga, que nació bajo el amparo de su raza india, fue tomando un
matiz diferente cuando llegaron los primeros conquistadores. La evangelización tendría mucho
que ver con esta controvertida conquista y con la unión aceptada entre indios y españoles en
forma legal o concubinato abierto.

Los conquistadores españoles y portugueses se unieron apenas llegados, con indias a


pesar de las nostalgias que sentían por las mujeres españolas y los valores que, para ellos, las
representaban. A la vez que poseían a las indias, los indios pasaban a servirles en trabajos
varios. Bajo estas características se criaron los mestizos, quienes hablaban su lengua original
pero no ignoraban el español. Así, muchos de los conquistadores hicieron traer a sus legítimas
esposas, pasando las indias a ser meras criadas o servirles del amo o señor. Tampoco les fue
fácil al español desprenderse de sus hijos que habían nacido de la unión con las indias, algunas
de ellas de fuertes orígenes y prosapia indígena. En ese contexto aparecen mujeres rebeldes,
desobedientes, incorrectas, luchadoras, tenaces, invencibles. También sufrieron por ser
originarias de estas tierras, y por ser mujeres, lógicamente. Tampoco se puede obviar la
presencia de mujeres cultas, con fuertes intervenciones en los procesos sociales y económicos
de la época.

La mayoría fueron catequizadas y aprendieron a fuerza de presión las historias sagradas


que luego enseñaron a sus hijos indios y mestizos. Muchas de ellas ejecutaban instrumentos,
panderetas, tamboriles y a la vez supieron desmitificar la imagen de mujer sojuzgada durante
el periodo hispánico.

El virreinato del alto Perú no era ningún ejemplo de equidad, al menos para aquellos
pobladores que sufrieron el enriquecimiento de comerciantes. Las reformas borbónicas
trajeron aparejadas una mayor segmentación social y, sobre todo, una mayor presión sobre las
clases populares. Las nuevas políticas fiscales produjeron grandes levantamientos populares
donde participaron tantos criollos como mestizos e indios. La mayor revolución andina la
provoco José Gabriel Condorcanqui, más conocido por Tupac Amaru II, Curaca de los pueblos
de Surinama, Tugasuca y Pampamarca del Perú, acompañado por su mujer, Micaela Bastidas.

Las mujeres indígenas, criollas o españolas, supieron cada una de ellas porque y para
que llegaron. Estas mujeres- coraje cruzaron océanos, cordilleras a lomo de mula, o kilómetros
realizados a pie o a caballo, por selvas, desiertos, paramos, sufriendo todo tipo de privaciones
a la par del hombre, a veces acompañadas de embarazos o hijos pequeños. Algunos hijos de
estas valerosas mujeres quedaron en el campo de batalla. Fueron muchos los esfuerzos no
reconocidos ni valorados por la historia americana.

Al mismo tiempo, mujeres de diversos estratos sociales constituyeron el descollante


grupo de las patriotas exaltadas, que se conformaron en espías puntuales y vigilantes a favor
de los intereses de las fuerzas independentistas. Por todo ello, este escrito que sirva de
homenaje a las mujeres valientes que, sin medir sacrificios, sin medir tiempos, y convertidas
algunas en jirones, supieron del desprecio, la humillación, el silencio y entregaron sus vidas en
aras de la emancipación de su Patria.

María Mexía
Es un infierno la ciudad del barco del Tucumán. Sin temerle al calor, la expedición de
Núñez de Prado funda y desfunda poblaciones. Hay tierras suficientes, verdor, agua y pasto.
Lo intentaron también en los valles calchaquíes sin éxito.
En el año 1552, un joven de apenas veinte años y llamado Hernán Mexía empaliza es
para proteger a las mujeres y sus cosechas. Allí, en una de las aldeas juríes, se produce el
encuentro entre una esbelta India de bellos ojos, vestida con una mantilla de lana de la cintura
para abajo, con Hernán Mexia. Más tarde, esta mujer tomaría el nombre de María Mexia y le
daría cuatro hijos.
Durante los tres primeros años, tuvieron que levantar la aldea siguiendo el plano de las
leyes de India, siempre con el mismo trazado: en el medio la plaza mayor, a su alrededor,
casas, cabildo, iglesia, cárcel, los solares de los más influyentes y las demás casas destinadas a
los conventos de mercedarios, franciscanos, dominicos y jesuitas.
Hernán y María pasaron verdaderas zozobras en sus afanes de expansión, debiendo
luchar denodadamente contra miles de indios lules durante seis años.
María, como esposa y compañera, humilde en su ser de India jurí, colaboradora
constante, acompañó a su marido en la aventura de traer desde Chile las primeras semillas de
trigo, algodón y árboles frutales. Cada vez que Hernán viajaba a Cusco y Charcas por motivos
comerciales, volvía cansado de esos viajes y se refugiaba en los brazos de María. Durante esas
largas ausencias, los mestizo hijos de María iban creciendo y recibían la enseñanza del idioma
español, ya que María sólo hablaba el quechua y el kakan.
María nunca se pudo casar con el padre de sus cuatro hijos. Hernán Mexía contrajo
enlace con una española llegada de Chile y a María la hizo casar con un indio llamado Andrés.
Ya casado con la española Isabel de Salazar, Hernán y de llevarse las mestizas adolescentes
mayores al Perú, para buscarle marido, segundo golpe que sufre María, aunque acepta con
resignación el alejamiento de sus hijas.
Cuando María queda viuda, vive con su hija Leonor Mexía de Tejeda en Talavera Esteco
(Tucumán), rodeada de su yerno y nietos. En el año 1600 se instaló en Córdoba con uno de sus
nietos. Tenía como dote en ese momento treinta ovejas, tres bueyes, una yegua y un potro
que dejó a su nieto Juan. todas sus hijas se casaron con reconocidos y prestigiosos españoles.
Evangelizada por la iglesia católica, quedó sorprendida por las ceremonias religiosas
que realizaban para semana santa. Antes de morir, rodeada por el afecto de todos los suyos,
compro un niño Jesús para la cofradía de los indios.

Entrega

María mece la cuna de su bisnieto y le canta en la lengua kakan: “Huitito que mai
pirincue//chimpá piqué// verde miscué”. María lo acuna mientras repasa la vida, que siendo
India pudo brindar su amor a un español, Hernán Mexía. Sus cuatro hijos fueron un regalo de
la vida. Como olvidar lo vivido, y cuando él ya conoció a Hernán tenía puesta una túnica y
ahora, ya grande, había podido vestirse como una española. Adoraba el vestido de raso azul
con pasamanos de seda y el negro elegante que guardaba en un arcón. No importaba ya que
su Hernán se hubiera casado con una española. Ella, vestida con una pampilla, lo había
conquistado y había disfrutado gran parte de tu vida; ahora se multiplicaba no sólo en hijos,
sino también en nietos y bisnietos. Mira su vejez que se trasluce en sus manos rugosas y
morenas.
María vacuna a su nieto Juan de Tejeda en esta ciudad tan hermosa y amada Córdoba.
Callada, discreta, recuerda sentada a la usanza indígena tu infancia en la aldea jurí, donde los
feroces lules atacaban a cada momento. Y vuelven a su memoria esos españoles barbados
entre los que se encontraba Hernán Mexía. El terror que le provocó escuchar por primera vez
la explosión de la pólvora y la reacción espontánea de Hernán, la vida en común, las luchas,
los. Recuerda, entre el aroma de los jazmines de otoño, los hombres a caballo, armados,
elegantes con las alforjas llenas de objetos maravillosos. También rememora los patrones
religiosos que veneró: Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio y el impacto que le
produjeron las maravillosas y extrañas ceremonias litúrgicas.
María espera el final de su tarde, pida con el hábito de San Francisco. Así lo había
decidido ella. Su mirada perfecta recorre su entorno, su cabeza aturdida, un lento escalofrío
sacude su sangre y se dirige segura a recorrer nuevamente el campo fecundo que la vio nacer.

BERNARDINA MEXIA MIRABAL


cantó III

Francisco Argeñarás
se muestra firme en la empresa
viene sediento de gloria
poner semilla nueva.
Luce del rancio abolengo
vascongada sementera,
El Capitán que se lanza
tan joven a la leyenda.

De Bernardina Mirabal
ha obtenido las riquezas,
para surtir una a una
a las diez y ochos carretas.
Fue Ramírez de Velasco
quién le impuso que partiera
al solar de los jujuyes
a dialogar con la gesta.

El diez y nueve de abril


ha coronado la empresa,
con tajos de hidalga espada
el aire puso de fiesta.
La Santísima Trinidad
es el signo de la iglesia,
una semilla de historia
qué ha germinado en la tierra.

Asombro de yanaconas,
¡júbilo de soldadesca...!
- ¡Que nadie pretenda sacar
esta picota que queda,
por árbol de la justicia,
en la ciudad que se eleva
bajo el signo del Señor,
iniciando la leyenda…!

Se ha comenzado acabar
los afanes de la siembra.
Apremios por definir
a la imprecisa colmena.
San Salvador de Jujuy,
palpitante en la trinchera,
te estremece y desafía
el salvaje que la acecha.

Son las miradas que brotan


del fondo de la floresta,
sombras que van y que vienen
en un erizar de flechas.
Viltipoco ha de saber
de tan insólita escena,
que encenderá por sus campos
la dramática hoguera.

Un cervatillo que duerme


la débil ciudad semeja,
ante el ojo que vigila
del águila montañera.
Más la gloria, ya le ha puesto
levaduras a la empresa:
¡San Salvador de Velasco
de Jujuy y de la gesta…!

Marcos Paz
Viltipoco- Poema Épico

Jujuy, enclavado entre los cerros, con un cielo de celeste polleromía, extasiaba a los
españoles recién llegados a estas tierras. A pesar de dos intentos, la bella Jujuy no podía ser
fundada en forma permanente, pese a los esfuerzos de Nieva en 1561 y de Álava en 1575.
Entre las diversas tribus que defendían sus lugares de origen, se encontraban los guerreros
cochinocas, atacamas, omaguacas, tilcaras, purmamarcas, jujuyes, ocloyas, encabezados por el
imbatible cacique Viltipoco.
Hacia 1593, un intrépido español, Don Francisco de Argañarás y Murguía, lograba un 19
de abril fundar a San Salvador de Jujuy en el valle de Velasco. En dicha empresa le cupo un rol
importante a Bernardina Mexía Mirabal, hija del conquistador de Tucumán Hernán Mexía
Mirabal. Posiblemente haya nacido en la ciudad de Sucre (La Plata o Charcas), aunque también
se cree que podría ser originaria de alguna ciudad de Tucumán. fue pionera en fundar y ayudar
al crecimiento de una ciudad, al mismo tiempo que de la familia. Bernardina se casó en
Córdoba con Francisco de Argañarás, donde vivieron varios años, y acompaño a su marido en
marcha desde Salta hasta al sur de la Quebrada de Humahuaca.
Francisco de Argañarás era de ilustre cuna, pero sin un centavo. Después de siete años
de intento, debía cumplir con la palabra empeñada a su suegro Mexía Mirabal, quien antes de
partir a España le había entregado cierta suma de dinero para ser utilizada en la fundación de
la nueva ciudad. Bernardina acababa de tener su primer hijo, al que le seguirían seis más. Esta
Joven veinteañera ayudaría a su marido a encarar tan difícil empresa. Para poder armar la
población se necesitaban armas, caballos, bueyes, carretas, bastimentos y pertrechos de
guerra, herrajes; además, había que recorrer con la comida de los soldados. La dote de
Bernardina se gastó Integra en la compra de todo lo antes citado y se hizo cargo de los
preparativos de la fundación. Realizada la ceremonia entre los dos ríos, venía la parte más
difícil: poblar la ciudad, delinear las chacras, poblar las estancias con gente y ganado, levantar
casas, cercar los solares, edificar las iglesias.
Bernardina participó en los momentos de alegría y de trabajo en la fundación; no sólo
contribuyó con la plata sino también con comida y con regalos que realizaba a los soldados, o
acudía a ellos con remedios cuando estaban enfermos. Era afectuosa y, en aras del progreso
de la nueva población fundada, se desprendió de joyas y preseas. La historia narra que todos
los días Bernardina colocada una mesa larga en su casa donde daba de comer, ayudada por sus
criadas, a todos sus soldados con el esfuerzo de su propio peculio. Esto lo hacía por su esposo
y por el amor al terruño nuevo. Supo ser esposa, compañera y madre ejemplar tanto en los
momentos gratos como en el infortunio.
Cuenta un relato, aún no confirmado definitivamente por estudios históricos, Qué
Bernardina tuvo un papel fundamental en la pacificación del temerario Viltipoco, reducido en
Purmamarca por el osado Francisco de Argañarás. Es factible que haya sido justamente
Bernardina Mexía quién, a través de la catequización, logró ser la intermediaria o interlocutora
entre Viltipoco y Argañarás para poder convivir en paz. Según testimonios de Díaz Herrera:
“Cuando Viltipoco estaba preso, Don Francisco de Argañarás y Doña Bernardina, su mujer, le
regalaban muy cumplidamente regalos, poniendo el de sensibilidad femenina de la esposa del
fundador”
La conquista, con sus aciertos y desaciertos, había logrado que gran parte de los
indígenas abrazaran el catolicismo para dejar de ser guerreros y convertirse en sometidos. Fue,
sin lugar a dudas, de la intervención sagaz de los jesuitas, produciéndose
la transculturización.
Pasó el tiempo y Bernardina, con mucho tacto, fue cambiando las casas de barro por
piedra y madera, mientras por dentro se iban vistiendo con alfombras, tapices, espejos e
imágenes religiosas, arcones, platería traída del Perú y Potosí.
Muerto su esposo, Bernardina, cuando su hijo mayor contrajo enlace, se quedó con seis
hijos a cargo y una huerta, sin que nadie la ayudara a cuidar la misma. Nunca cumplió el
pedido de su esposo moribundo de volver a España. Hacia 1818, Bernardina vivía en compañía
de su madre Isabel de Salazar en la ciudad de Jujuy. Este Jujuy era el solar de su corazón y
sintiéndose criolla se quedó aquí, entre los verdes cerros en marcados por dos ríos. No existen
datos sobre su fallecimiento.

Desafío

Otra vez el tiempo la ha vencido, son muchas tareas para hacer por día. Recién fundada
San Salvador de Jujuy, Bernardina junto a algunas mulatas e indias sumisas, trata de cumplir
con las tareas de la jornada. Incentivada por cerros que circundan la población, un cielo
diáfano bate la luz resbaladiza de la altura que promete un día maravilloso. Esa loca utopía
qué género ella en su esposo, de lograr un poblado pujante, no la deja en paz.
Bernardina ya estaba cansada de traer algunos productos de Salta, pues quería la
elaboración de la comida con productos genuinos del lugar. Sin embargo, era muy pronto para
que las quintas y los sembradíos dieran su fruto. Aún no estaban empadronados los indios y no
contaban con “mita “ni sementera para alimentarse. Muy Temprano Bernardina comenzaba
con el amasijo diario del pan. Luego ayudada por las indias del lugar y esclavas negras traídas
de España, cocinaba y servía la comida a todos los soldados y personas que no contaban con
recursos. Seguidamente, haría un pasaje sobre las ropas de los soldados y sus necesidades (ya
sean de remedios o de vestimenta). Carismática con poder matriarcal, Bernardina bordaba las
horas de un Jujuy que nacía con grande sacrificio. Capaz, emprendedora, criaba sus hijos
sosteniendo la férrea voluntad de su esposo y familia.
Tomado prisionero Viltipoco en Purmamarca, Bernardina tuvo un acercamiento
fraternal con el cacique y ejerció la intercomunicación con el capitán Francisco de Argañarás.
Tal vez ella interpretó el sentir de Viltipoco, el último bastión indígena que resistió más de lo
que pudo para evitar ceder su tierra. Invadida sus costumbres y violada la fe en la Pachamama,
humillados, desesperados, fue ella la que los contuvo de tal forma que llegó a ser madrina de
mucho de los caciques apresados.
Bernardina acababa de terminar otra jornada. sólo le esperaba, ahora, el descanso
protegida por las estrellas brillantes de un Jujuy que nacía a la vida y ella ya era americana, así
lo sentía su corazón.

MICAELA BASTIDAS
(La Zamba)
Esposa del primer caudillo revolucionario de América Latina, Tupac Amaru II

“Corre el hispano a la brutal contienda


y en sus crispadas manos brotan dagas,
qué fulguran en el rayo de la luna
como avispas feroces de su rabia”
Marcos Paz

“...El papel que desempeñó Micaela Bastidas Puyucawa


tiene capital importancia para conocer la rebelión de
tinta. puede asegurarse que, desde el primer momento,
ella fue el principal consejero de Tupac Amaru, junto al
rumoreado consejo de los cinco. y aunque el Caudillo
actúa mediante decisiones propias, por sus ideas e
iniciativas aparece la figura de esta enérgica y prócer mujer
con los caracteres de un personaje de valor innegable.

Carlos Daniel Valcárcel: Rebeliones coloniales


sudamericanas, Fondo de Cultura Económica.
Micaela, cabellos negros lacios, figura esbelta, tez bronceada, elegante como las vicuñas
del altiplano, sus rasgos de mulata e indígena se fusionaban en una mirada penetrante. Nació
en Pampamarca (sur del Perú) en 1745. Era hija de Manuel Bastidas, de descendiente de
africano y de Josefa Puyucahua. Era conocida por todos como Micaela “La Zamba”, nombre
que se daba entre la cruza de un africano y una India. Su gran amor fue José Gabriel
Condorcanqui, más conocido como Tupac Amaru II, quien asumió este nombre en homenaje a
Túpac Amaru, el último Inca de la resistencia de Vilcabamba.
José Gabriel Condorcanqui, 21 años, delgado, nariz aguileña, ojos negros, se enamoró de
Micaela Bastidas, de tan sólo 15 años, y se casaron en 1760 en la iglesia de Nuestra Señora de
la Purificación en el pueblo de Surinama, perteneciente al obispado de Cusco. A cuatro mil
metros de altura, bajo belleza de un lago circundado por pequeños pueblos, sellaron su pacto
de amor y su juramento: la defensa de los derechos indígenas del Virreinato del alto Perú.
Madre de tres varones, Hipólito, Mariano y Fernando, su propio marido fue su profesor
ideológico, puesto que Condorcanqui había adquirido una sobresaliente formación tanto en
Cusco como en Lima.
Micaela era valiente, de temperamento férreo e idealista y siguió en forma permanente
a su esposo. A los 23 años asumió el cacicazgo de Surinama. Fue la iniciadora de la oposición a
tolerar el maltrato que recibían sus hermanos indios en las minas y en el sistema de “mitas”, y
exigió al corregidor del pueblo de Tinta devolver la dignidad al pueblo sometido. Esta rebelión
articuló a sectores sociales muy diversos, desde criollos e indígenas, hasta parte del clero,
gracias al descontento generalizado producido por los ajustes fiscales y presiones sociales de la
forma borbónica. Ambos lucharon contra “El siglo de las luces y la razón” que habían impuesto
los grandes monarcas españoles del momento, que empeoraban la situación de los más
Humildes.

Todo el odio de Micaela Bastidas estaba dirigido hacia los corregidores quiénes, luego de
comprar ese título por un alto precio, debían recuperarlo a través de ventas obligatorias que
realizaban a los Indígenas. Ella Estaba dispuesta a compartir con toda su fuerza e inteligencia la
quijotesca empresa de su marido, destinada a recuperar la dignidad perdida de su pueblo.
Todos los pobres, viejos arruinados por el polvo y por el encierro en las minas, y mujeres
cansadas formaban parte del ejército en contra de las injusticias. Micaela, junto a otras
mujeres representantes de la élite incaica, se dedicarían también a propagar las nuevas ideas
de la rebelión ante el injusto comportamiento de algunos funcionarios de la corona. Mujer
enérgica, con los caracteres de un personaje de valor innegable, junto a su esposo Túpac
Amaru II preparó la insurrección más extraordinaria a favor de los quechuas y aimaras que no
podían levantar cabeza, por ser un pueblo vencido y por la cantidad de impuestos y
gravámenes qué trataban su progreso económico y el de su propia vida.

Cuando Túpac Amaru comenzaba a ajusticiar a los corregidores, ordenó a los demás
caciques recorrer pueblos y ciudades destruyendo todo símbolo de opresión. Al comenzar este
recorrido, Micaela quedó como jefa interina para resolver problemas administrativos,
guerreros y catequizar a los caciques, impulsando propagandas e incrementando la tropa.
impartía órdenes de manera estricta, aunque ejercía el poder con equidad. Era incansable, no
dormía por la cantidad de asuntos que trataba. Fue la compañera, la amiga, la consejera del
cacique al que adoraba y al que advertía constantemente de los peligros que le acechaban.
Túpac Amaru tuvo acceso a los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, quién
influyó en sus pensamientos libertarios. Los Rebeldes tomaron preso a Antonio de Arriaga,
corregidor de Tinta, odiado por sus abusos y maltrato, quien fue ejecutado el 23 de febrero de
1781.
La rebelión realizada por Micaela y Túpac Amaru repercutió en toda América hispana,
desde el Río de la Plata hasta Colombia, Venezuela, Panamá y México. Para los indios, Túpac
Amaru era su Salvador y el jefe que tendría a su cargo la reivindicación del poderío de los incas.
En proceso de lucha que llevaba Túpac Amaru, Micaela escribía a su marido sobre la urgencia
de aprovechar el momento para marchar hacia la capital del incario. Ella, sensata y realista,
quería marchar hacia el norte y tomar Cuzco antes que los españoles reaccionarán. Las cartas
que llegaban a Micaela de Tupac Amaru le contestaban con mucha cautela entre sus párrafos.
Existían algunas como estas” Sé que estás muy afligida... si está de Dios que muramos, se ha
de cumplir su voluntad y así conformarse con ella” La premonición estaba presente en el gran
cacique. Cuando Túpac Amaru llega a Cuzco era tarde: el visitador Areche llegó con un refuerzo
de más de 15.000 hombres y prometiendo una serie de reivindicaciones que jamás se
cumplieron. Frente a frente ambos ejércitos, se desarrollo una cruel batalla campal, donde las
fuerzas españolas obtuvieron el triunfo. Los rebeldes estuvieron muy cerca de triunfar, pero no
se llegó a eso debido a la cantidad de traidores que desertaron de la causa. En marzo de 1781
se inició la contraofensiva y el 5 y el 6 de abril de ese año se libró la batalla final. Más de mil
indígenas fueron degollados y el resto apresados.

El Final
En 1781 fueron apresados Micaela, su hijo mayor Hipólito y Túpac Amaru, quiénes
fueron torturados hasta morir por haber sido los causantes de la empresa emancipadora que
aprovisionaba a los huestes rebeldes.
El bando retumbaba en los oídos de Micaela, que sería ajusticiada al día siguiente. Tuvo
la oportunidad de estar unos minutos con su esposo antes de ser ejecutado, ambos engrillados
de pies y manos. Túpac Amaru, debido al encierro y a las golpizas, había quedado ciego. El día
de la ejecución llegaron a la plaza de Cuzco, entornados por la milicia, al pie de la horca situada
en medio de la plaza. Micaela sabía que era el final, pero nunca imaginó tanto dolor, tanta
tortura y tanta alevosía. desgarrada de desesperación, tuvo que presenciar la muerte de su
hijo Hipólito, a quién le cortaron la lengua antes de arrojarlo de la escalera de la horca. Luego
siguió Micaela, ante la presencia de su marido. Al final Túpac Amaru II, el gran rebelde, a
quién, primero le cortaron la lengua y después ataron sus brazos y piernas a cuatro caballos
para descuartizarlo. No lográndolo, Areche mandó a cortarle la cabeza.
El firmamento se tiñó de oscuro, corrió un fuerte viento y desató una terrible tormenta.
Parecía que el cielo había sentido la muerte del inca. Micaela Bastidas pasaba hacer para los
americanos héroe y mártir del amor por la libertad. Con esta violencia y hechos aberrantes, el
Virreinato del Perú cerraba un capítulo más de la conquista.

Sueño de liberación

Micaela bastidas, con su belleza opacada por tanto castigo recibido, camina con los pies
y las manos atadas a la cola de un caballo. Va hacia él cadalso, ante las miradas atentas de la
población. Ella todavía cree en la fuerza de su sangre indígena. Antes de ser torturada había
presenciado la terrible ejecución de su hijo mayor, Hipólito; ya no importaba su vida. Cuando
le cortaron la lengua, siente que miles de pájaros rojos estallan en su sien. Está cruzando el
puente del infierno, los golpes que caen en su cuerpo sólo demoran el dolor a la muerte. Como
premio final, cae sobre su delgado cuello la soga exterminadora. El viento gime su dolor.
Queda estampada en los ojos de los presentes el padecimiento de Micaela como una
fotografía irreal que duele el corazón.
El pueblo contempla también absorto el terrible desenlace de Gabriel Condorcanqui.
En medio de los sollozos, un ángel cae y se destroza las alas en la tierra.
Micaela ya liberó su alma, abrió la mente de miles de indígenas sobre la emancipación
de los pueblos y nubló la mirada de miles de españoles que no tendrían perdón de Dios.
El anochecer une los corazones de Hipólito Amaru, Tupac Amaru y Micaela Bastidas y
riega de sangre la tierra americana.

BARTOLINA SISA

“La historia no registra el olor de la sangre, no registra el sabor inútil de las lágrimas, los relatos se descuelgan de los libros
para contar las glorias, no los llantos, ni el dolor de las puñaladas, no sus sollozos, no sus desamparos, en lo que el alma
encierra, un espíritu invisible nos espera en la puerta”

En honor a la heroína Bartolina Sisa, el 5 de septiembre fue instituido el Día


Internacional de la Mujer Indígena en Bolivia, por el segundo encuentro de Organizaciones y
Movimientos de América en Tiahuanacu.Valerosa y aguerrida mujer indígena aimara, quien
por haberse opuesto a la dominación y a la opresión de los conquistadores españoles fue
brutalmente asesinada y descuartizada el día 5 de septiembre de 1782.
Mientras en Cuzco Micaela Bastida era brutalmente asesinada, en el Alto Perú la
revolución andina continuaba. En el levantamiento del Alto Perú tuvo un papel fundamental la
esposa de Tupac Katari, Bartolina Sisa.
Bartolina Sisa había nacido en el pueblo de Sica Sica, comunidad de Sullkawi de Ayllu,
el 24 de agosto del año 1753.Su familia se dedicaba al arreo de ganado y de comercio.
Comercializando coca, especialmente, se desplazaría por diversos lugares, lo que le permitió
desde muy niña recorrer el Altiplano y conocer la vida de las distintas comunidades.
Bartolina quedó con la responsabilidad de los transportes cuando sus padres
envejecieron. Según Dillon “convertida en una rotunda moza, realizó con regularidad viajes a
lo largo y ancho de la provincia de La Paz hasta llegar al bajo Perú, Oruro, Potosí y
Cochabamba. Se tuteaba con los peligros del camino, les hacía frente…” De aquel constante
trajinar por lo que se ha dado en llamar “el techo de América”, Bartolina se hizo de muchas
relaciones que tenían un tema en común: la situación en que vivían las mujeres, quienes,
encolumnadas detrás de ella, decidieron armarse para enfrentar a las fuerzas realistas, pese a
que sabían de la desproporción que existía. Con sacrificio y valentía lucharon en contra de la
corona española.
Durante sus viajes, había conocido también a quién sería su esposo, por ese entonces
Julián Apaza. Él no pertenecía a los sectores relativamente “privilegiados” de las
comunidades. Había sido sacristán y panadero, y luego fue reclutado en la mita para las minas
de Oruro, siendo uno de los pocos afortunados que sobrevivió a su turno. Al regresar de las
minas, se casó con Bartolina y se levantó contra los españoles luego de la ejecución de los
hermanos Katari.
Entonces, Julián Apaza se vinculó con Tupac Amaru II, tomó el nombre de Tupac Katari
y se proclamó virrey del inca Túpac Amaru. En marzo de 1781, al frente de ochenta mil
hombres y mujeres, pusieron sitio durante más de tres meses a la ciudad de La Paz.
Durante el sitio, Bartolina comenzó a ser llamada Virreina por los sublevados. Según
los trascendidos, Tupac Katari perdonaba a los prisioneros a pedido de Bartolina.
Pero los conquistadores supieron dividir las fuerzas indígenas con promesas de amnistía
y la concesión de varios reclamos impidió que la revolución se extendiese. Tupac Katari fue
traicionado, capturado, sometido a tortura y ejecutado de manera similar a Túpac Amaru en
noviembre de 1781.
Tras levantarse el sitio de La Paz, Bartolina fue utilizada como rehén para lograr la
entrega de todos los revolucionarios. Durante meses se la sometió a torturas reiteradas, hasta
septiembre de 1782 los españoles (grupo que, recordamos, incluía a los criollos) la ejecutaron
en la Plaza Mayor. Fue ahorcada y luego su cuerpo fue descuartizado, para exhibir sus partes”
como escarmiento” en distintos lugares del Alto Perú, lo que también se había hecho con los
ejecutados en Cuzco.
En 1983, el Segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América
estableció conmemorar cada 5 de septiembre como Día Internacional de la Mujer Indígena.
En julio de 2005, el Congreso Nacional de Bolivia reivindicó a la propia revolucionaria y
declaró a Bartolina Sisa y su compañero Tupac Katari como héroes nacionales.

La virreina

Bartolina sisa, incondicional a su amor por Tupac Katari, no tuvo límites en su accionar como esposa e
India, de raza pura y fuerte. La atraparon, acorralaron de la peor manera, después del asesinato de su esposo.
Importaba más que nunca su venganza y su clamor por los más sufridos, sus hermanos. En ese laberinto donde se
conjuga la furia con los alaridos interiores, soporta estoicamente la tremenda tortura a la que la someten. Sus raíces
aborígenes están heridas, pero no muertas. Vela por ella la Pacha, aunque los aguerridos conquistadores con
obstinación la insultan, la castigan. Pero cada latigazo para Bartolina, la Virreina, es una prueba más de su
resistencia. Los fantasmas dialogan con el indio que tiembla bajo la tierra. Los ancestros del altiplano, los valientes
defensores de su tierra, no claudican y cada gota de sangre derramada es una dulce letanía que se esfuma con el
viento norte, que golpea furioso ante tanta injusticia. Nadie puede salvar la del sometimiento que le fue impuesto.
Pero la libertad que clama Bartolina está más allá de los acontecimientos, de las dos culturas enfrentadas, de los
dramas parecidos por los indios en las minas de la actitud hostil de los conquistadores que no cesa. Ahora mira el
universo y el Dios de los conquistadores se une al clamor de su Pachamama que, con dulces ojos, la recoge en su
seno.
A cuatrocientos años, Bartolina Sisa es reconocida por su pueblo como heroína, no en vano los cerros, las
vicuñas, las montañas y la coca mitigaron su existencia. Bartolina Sisa, como Micaela Bastidas recorre el altiplano
con sus cabellos negros, acompañada por una dulce melodía de quena, cielo, lluvia y viento.

MARIA DE LOS REMEDIOS DEL VALLE


(La Parda María)
El fragor punza los cuerpos,
mastica pieles de arena
y en dos líneas de fuego
el calor brama sus presas
de espada y boleadora,
facones en la refriega.
Ya noviembre empalidece
dicen que el día se espesa
ya la pampa ya las aguas
cardan el aire y lo rezan.
El sol de matices broncos
se guarda la lucha fiera;
baja por la pampa hilacha
aliento de sangre y piedra.
Los cuerpos gimen derrota
sangrando venas desechas
y rugen los ideales
furor de gritos despeñan.
La tarde retuerce heridas:
más aquí en la polvareda
tres siluetas femeninas
que al ejército alientan,
al ejército diezmado
el de Ayohúma, se cuenta.
Camino sediento y llanto
camino quebranto y pena
en las faldas de tres mozas,
cantimplora y polvareda,
tres cántaros de agua viva
tienen las manos morenas.
El regazo es el abrigo
también sepultura fresca:
criollos, cobrizos y gauchos
que en tierras altas se quedan.
María de Los Remedios
anima a la soldadesca
y antes de clavar los ojos
y antes de entrar a la huesa,
criollos, cobrizos y gauchos
oyen la plegaria negra:
la plegaria presurosa
qué unta calor a las penas.
El norte ofrece a sus hijos
el norte agrieta cadenas:
el rujente de alistados
qué criolla la herencia llevan,
indígena el brazo fuerte
y del gaucho se acrecienta
el aire poncho y jinete
la sangre que el polvo riega.
Se cubre noviembre el rostro
no hay una mano cierta
ese ejército se dobla
dolores ciertos que pesan
Belgrano cubre los cuerpos
del cielo añil la bandera,
nubes de cielo reciben
cuerpos de herida entera.
Tiran los fusiles rojos
expande el león cabezas
y en el medio de la pampa
estigma la savia nueva.
Tres niñas el frente cruzan
tres mozas Las lavanderas
en los cuerpos femeninos
las balas de la refriega
que importan esas heridas
que huella encendida dejan
sabores de duelo el día
vibrando la tarde de esa.
María de los Remedios
silvestre flor de sus gestas.
Belgrano te ha nombrado
Benemérita primera
la única de aquellas filas
la afanosa estampa bella
llenada de cicatrices
azote enemigo enseña.
Y siguen las tres marías
en tantas luchas se mezclan
cómo habrán ido sus voces
que la patria no recuerda
donde sus pasos se pierden
y cuantas heridas llevan.
Pasa los años calientes
Buenos Aires se repliega
escucha una voz mendiga,
el pueblo de barro y vela
campanadas de san Ignacio
redoblan la clara pena
la plaza de la Victoria
o San Francisco la besa
soledad y escalinatas
olvido la tarde acerca.
En tiempos que su servicio
formaba la patria dueña
Belgrano la llamo Madre
Madre de la patria nueva.
atrás quedo el nombramiento
atrás pensiones y esperas
Capitán de Infantería
en una olvidada fecha
Viamonte la nominaba.
Mujeres de patria entrega
las páginas de la historia
dormidas y no despiertas
a esas vidas heroínas
quizá quien las recuerda.
Como una cruel incongruencia
Ayohúma en primavera
desanda mil ocho trece,
catorce de noviembre era.
Con las manos extendidas
María Remedios cuenta
de limosna y desamparo
su vejez ella alimenta
ya reza la Capitana
con el frio y con la pena
ya sola, sin hijas, sola;
ignorada pordiosera
hambrienta la Muerte aguarda
envolviendo su entereza.
¡Levanta tu venia hermano
la Parca suave y morena
en brazo de mil héroes
a la Grande se la lleva!
¡Reverencia, porte firme
dobla tu rodilla a tierra
ella, la Benemérita
en tus brazos se recuesta!
Patricia N. Alarcón
Segundo Premio de Romances-
Bicentenario del Éxodo Jujeño
Organizado por Sede, Ediciones Huacalera,
Comisión del Bicentenario y Secretaria de
Turismo y Cultura de la Provincia, 2011

Esta mujer Fue compañera de Manuel Belgrano. Nació en el año 1767 y fue una de las
que tiró aceite hirviendo a los ingleses en las invasiones de 1807.Luego, pasado el tiempo, el 6
de julio de 1810, se alisto en el Ejercito del Norte. Siguió al General al Alto Perú, respondiendo
a las órdenes de Ortiz de Ocampo. Acompañó a su marido, a un hijo de sangre y otro adoptivo;
los tres murieron en batalla bajo las balas del enemigo. Se encontró en todas las acciones de
guerra en la que participó el ejército en su avance al Potosí. Asistió al desastre del
Desaguadero el 20 de junio de 1811. María combatió en Huaqui, vivió La retirada del Alto
Perú, replegándose hasta Jujuy a las órdenes del coronel José Bolaños, y luego participó en el
Éxodo Jujeño. Volvió a combatir en las gloriosas batallas de Tucumán y Salta. Pidió al general
Belgrano estar en primera fila en el combate, pedido que le fue negado. Ello no fue obstáculo
para que cumpliera su propósito. Belgrano perdonó su heroica desobediencia y la nombró
Capitana.
Estuvo en la Trágica derrota de Vilcapugio y Ayohúma el 14 de noviembre de 1813,
siempre al lado del General Belgrano. Junto con su madre, tía María y su hermana, todas
negras y esclavas, luchó heroicamente fusil en mano. La historia la recuerda presidiendo a un
grupo de mujeres y niñas que auxiliaron a los soldados en dichas batallas, atendiendo heridos y
moribundos. El general Lamadrid recuerda a esta libertaria porteña de origen africano con el
nombre de “Madre de la Patria”, como él mismo la bautizó. María siempre estuvo al lado de
Belgrano, acompañando con un grito de aliento, curando heridos y sacando fuerzas de donde
ya no había.
María de los Remedios fue tomada prisionera por los realistas Pezuela, Ramírez y
Tocón, y azotada durante 9 días. Cada azote habría una rajadura en su cuerpo hasta el hueso,
por dónde avanzaba un ejército invisible de gérmenes y bacterias, infecciones que al fin
ahorraban municiones a los realistas. Tenía seis heridas de bala en su cuerpo, pero ella se
sentía la esclava más libre por sus ideales. Con la fuerza de una tigresa, pudo fugarse
reintegrándose a las fuerzas patriotas. Estuvo a punto de ser fusilada siete veces,
sobreviviendo al castigo y burló el cerco, para volver a pelear, aun cuando no era tiempo para
que las mujeres se atrevieran a las armas. Mientras fue útil, se la vio enrolada en el ejército
auxiliar del Perú. Luego quedó abandonada y sin subsistencia, sin amparo, volviéndose
mendiga. El gobierno de Buenos Aires jamás reconoció el cargo de Capitana con la que la había
nombrado Belgrano. Fue discriminada por ser pueblo, mujer y negra. Cuando la revolución
triunfó, no se supo más de ella.
De regreso a Buenos Aires, te refugio en un rancho, en las afueras de la ciudad.
Con el correr de los años, hundida en la miseria, mendigaba en la puerta de las iglesias
porteña, tenía 60 años, era una indigente que vendía pastelitos en la Recova, hoy Plaza de
Mayo. Era apenas un mito, un mito andrajoso, encorvado y mendicante, envuelta en un
mantón de payetón pardusco. Cuenta la historia que el General Viamonte un día descubrió
que una mujer harapienta pedía limosna en las calles, hasta que descubrió que era la Capitana,
la “Madre de la Patria” y desde su banca en la Legislatura de Bs. As. intercedió para que se la
reconociera monetariamente su presencia en las filas del ejército patriótico. Explicó
fervientemente: “la he visto entre filas de soldados, curar a los heridos y tomar el fusil Y ser
víctima. Esta mujer Es realmente una benemérita, Es bien digna de ser atendida porque
presenta su cuerpo lleno de heridas de bala, llena de las cicatrices por los azotes recibidos de
los enemigos, y no se debe permitir qué debe mendigar cómo lo hace”. Tomás de Anchorena
también dio su respaldo: “Yo me hallaba de secretario de Manuel Belgrano cuando esta mujer estaba en el
ejército. No había acción en la que ella no pudiera tomar parte que no la tomase”.
El 23 de octubre de 1826, a través del diputado Manuel Rico, se presentó el pedido de
reconocimiento a sus servicios. Finalmente, la sala se expidió en una escueta resolución con
fecha 18 de julio de 1828, acordando a la suplicante el sueldo de Capitán de Infantería, qué se
le abonaría la suma de treinta míseros pesos mensuales. Es decir que esta valerosa mujer
debía afrontar los gastos del día con un peso. Estuvo años sin cobrar hasta que, durante el
gobierno de Rosas, un 16 de abril de 1835, éste le reintegró la pensión y el grado de Sargento
mayor. Como gratitud hacia Rosas, se cambió el apellido: en la lista de militares 1836, figura
por primera vez como Remedios Rosas. El Gobierno de ese tiempo acordó crear una comisión
que redactaste y publicaste una biografía y diseñará un monumento de gratitud a sus servicios.
Nada de eso ocurrió. Murió en una absoluta soledad el 8 de noviembre de 1847.El ejército le
dio la baja como mayor de Caballería. En el año 2010, dos diputadas nacionales, Paula
Merchán y Victoria Donda, presentaron un proyecto para levantarle el adeudado Monumento
a la Parda Morena, conocida como “la Madre de la Patria”.

La Batalla

Vilcapugio y Ayohúma fueron dos batallas duras, imposibles de sostener por las fuerzas
patrióticas. El combate, dirigido por el general Manuel Belgrano el 14 de noviembre de 1813,
sellaba una derrota sin precedentes por parte de las tropas criollas.
El sol pegaba con toda la fuerza en el campo de batalla. Las niñas de Ayohúma, sin
descanso, auxiliaban a los heridos y daban palabras de aliento a los moribundos. Los jarrones
Conagua se derramaban sobre los labios resecos y los rostros heridos de los soldados.
Comandaba tal empresa María de os Remedios del Valle, más conocida como “La Parda
María”, Incansable, guerrera, tenaz, capitaneaba no sólo el auxilio, sino también la batalla. No
obstante, la evidente derrota, María no renunciaba a seguir luchando y, a la del General, daba
gritos de aliento a las tropas patrióticas. Ni quiebros, ni agonías, ni llantos. Había asumido
hasta ese momento todos los roles: madre, enfermera, esposa. Sus manos eran de hierro
contra el enemigo, y de rosas con los patriotas caídos.
La Parda María, con las tropas abatidas, comenzaba nuevamente con su tarea de
sostener los ánimos, no sólo de Belgrano, sino de todos los soldados que habían quedado
totalmente vulnerables ante la batalla perdida. Su voz, sus palabras, fueron un bálsamo para
quienes sentían un gran vacío y una terrible decepción, una herida más entre las tantas que ya
lucían. Así fue la guerra de los criollos, todo corazón y sacrificio. La Parda María había
cumplido nuevamente con tu deber, como la mirada de un felino ante su presa.

JUANA AZURDUY
JUANA AZURDUY

-cuaca norteña-

Juana Azurduy,
flor del Alto Perú,
no hay otro capitán
más valiente que tú.

Oigo tu voz
más allá de Jujuy
y tú galope audaz,
Doña Juana Azurduy.

Me enamora la patria en agraz,


desvelada recorro su faz,
el español no pasará.
con mujeres tendrá que pelear.

Juana Azurduy,
flor del Alto Perú,
no hay otro capitán
más valiente que tú.

Truena el cañón,
préstame tu fusil
que la revolución
viene oliendo a jazmín

Tierra del sol


en el Alto Perú,
El eco nombra aún
a Túpac Amaru.

Tierra en armas que se hace mujer,


amazona de la libertad.
Quiero formar
en tu escuadrón
y al clarín de tu voz,
atacar.

Juana Azurduy,
flor del Alto Perú,
no hay otro capitán
más valiente que tú.

Letra: Félix Luna


Música: Ariel Ramírez

Juana Azurduy. La más grande heroína de nuestra independencia

Juana Azurduy rompió los moldes de su época. Patriota reconocida del Alto Perú, hoy
Bolivia. Nació el 12 de julio de 1780, en un lugar llamado La Plata, hoy Sucre, provincia de
Oropeza, en plena revolución de Tupac Amaru, Micaela Bastidas y Túpac Katari. Su padre,
descendiente de una familia hidalga de Navarro, era propietario de una hacienda cercana a
Chuquisaca. Hija de madre india y padre español, recibió las primeras letras y catecismo en la
parroquia de Santo Domingo. Aprendió desde pequeña a hablar no sólo el castellano sino el
quechua y él aimara. A los siete años perdió a sus padres. Fue internada por su tía en el
convento de Santa Teresa de Chuquisaca. Al no aceptar el reglamento interno, fue expulsada y
volvió a Toroca a hacerse cargo de los bienes que había dejado su padre. En ese lugar, Juana
retoma la huella que su padre había trazado para su hija predilecta. Allí encuentra la acción, la
naturaleza, recorre a caballo largas extensiones y se vincula con los indios quechuas y aimaras.
En Chuquisaca, Manuel Ascencio Padilla conoce a Juana Azurduy, e impactado por el perfil de
la bella niña, de tan sólo diecisiete años, le propone casamiento. Tuvieron cinco hijos.
Juana se une a su esposo en las luchas por la emancipación del Virreinato del Río de la
Plata contra el Reino de España.
Manuel Padilla fue influenciado por grandes pensadores como Moreno, Castelli, y
Bernardo de Monteagudo (éste último impactó con su discurso desprejuiciado y con su
fulgurante carrera política abrió el juego contra las injusticias en Chuquisaca, en 1809).

Ya casados, Manuel y Juana en 1806 fueron padres de su primer hijo Manuel; luego le
siguieron Mariano, Juliana y Mercedes. Juana Azurduy fue madre y esposa ejemplar, aseguró
que sus hijos crecieran sanos y fuertes. Manuel aseguraba la manutención familiar.
Ambos, conscientes de los impuestos que pagaba el pueblo y de la discriminación que se
realizaba a cholos e indios, e incentivados por la Revolución Francesa en 1789, comenzaron a
realizar reuniones con deseos de independizarse del opresor español. Depuesto el virrey de
Chuquisaca, presidente de la Real Audiencia de Charcas he nombrado Álvarez de Arenales, lo
esposos Padilla consideraron que había llegado el momento de unirse a la revuelta de
Chuquisaca. Previo a esto, Juana había entregado las joyas a las damas del lugar para
contribuir con los armamentos y alimentos. En el lugar creó una sala de primeros auxilios, y
con el tiempo al llegaban los heridos de ambos bandos.
El 25 de mayo de 1809, la acción de Juana y Manuel se transformó en una sublevación
sangrienta que las autoridades realistas no olvidarían. Juana había comprendido que su rol no
era solamente dar cama y comida a los soldados patrióticos, sino que ella quería tener una real
participación en la rebelión contra los aborrecidos españoles, máxime tomando como
precedente la lucha de las valientes mujeres cochabambinas contra Goyeneche. Aquel valor
inconmensurable de esas mujeres que murieron en la Colina de San Sebastián el 27 de mayo
de 1812, y pasaron a la historia como “Las heroínas de la Coronilla de San Sebastián”.
Los esposos Padillas, ligados con el Ejército del Norte enviados desde Bs. Aires, al mando
primero de González Balcarce, combatieron a los realistas.
Juana, junto a su esposo, apoyó las revoluciones de Chuquisaca y La Paz y el
movimiento acaudillando indios. Manuel vivió escapando, mientras que Juana tuvo que
encarar a las partidas que venían a capturar a su marido. Después del desastre de Huaqui, el
20 de junio de 1811, el ejército del Rey al mando de José Manuel Goyeneche, recuperará el
control del Alto Perú. La propiedad de los Padilla es confiscada, como así también los granos,
las cosechas. Juana es tomada prisionera. Padilla logra burlar la guardia y rescatar a Doña
Juana y a sus hijos, arriesgando su vida y cobrándose la vida de dos o tres carceleros, y se
refugia en las alturas del Tarabuco.
En 1812, Padilla y Juana Azurduy se pusieron a las órdenes del General Manuel Belgrano,
nuevo jefe del Ejército auxiliar del Norte, llegando a reclutar diez mil milicianos. Producido el
éxodo Jujeño, al pasar por Jujuy, prestaron colaboración con la retaguardia comandada por el
mayor Eustaquio Díaz Vélez.
Tras la derrota de Ayohúma en 1813, 1813 cuando cuándo perdido por los patriotas, los
esposos Padilla se pusieron a disposición del general Belgrano y se generó de inmediato una
fuerte corriente de simpatía entre éste y aquellos. Doña Juana enfervorizada recorre la tierra
de Tarabuco, convoca a voluntarios para unirse a la lucha por la independencia y la libertad. Se
la veía en su potro encabritado apenas domado, haciendo estrechar su sable contra la
montura de plata potosina, enfundada en una chaquetilla militar que lucía con garbo varonil,
cuya vestimenta la embellecía como mujer. Había logrado reunir mil soldados. Organizados
los batallones guerrilleros al mando del general Álvarez de Arenales, llevaron la resistencia al
Alto Perú, defendiendo la franja entre Cochabamba y la zona selvática de Santa Cruz de la
Sierra. Juana, en estos combates, lucía un pantalón blanco de corte mameluco, chaquetilla
roja con franjas doradas y sombrerito con plumas azules y blancas en honor a la bandera de
Belgrano.
Tras la derrota de Vilcapugio, Juana planteó a Belgrano porque no le habían permitido
su participación en la batalla, ya que otro hubiera sido su resultado, pues lo único que
hicieron ellos fue transportar la artillería. Juana, como desafío, creó el batallón que denominó
“Leales”, a los que le inculcó tácticas y estrategias militares. Participo con ellos en la batalla
de Ayohúma, el 9 de noviembre de 1813, nueva derrota que significó el retiro de los ejércitos
patrióticos. Belgrano, admirado por el coraje de los” Leales” que respondían a Juana, le regaló
una espada que él ya luego luciría hasta la última batalla.
Detrás de las persecuciones, los Padillas deciden proteger a sus hijos y dividirse. Ella se
interna en el Valle de Segura y él se dirige hacia los demonios del caudillo Vicente Umaña.
Pierden a su hijo primogénito Manuelito fiebre palúdica y seguidamente sucumbiría de la
misma enfermedad su hermano Mariano. Con profundo dolor, Juana Azurduy entierra ambos
hermanos sin saber dónde se encontraba su esposo. Luego tendría que soportar las
recriminaciones que le realizará su esposo y hasta su muerte la acompaño el sentimiento de
culpa. Más tarde, sufrió el secuestro de sus dos hijas: Mercedes y Juliana, a quienes lograron
rescatar a fuerza de garrote contra los realistas. Las jóvenes, deterioradas físicamente,
terminaron muriendo de paludismo a pesar de los cuidados de su madre.
Escenario de una nueva tragedia en la vida de Juana Azurduy fue el cerro de las Carretas,
donde fueron sorprendidos por el ejército de Pezuela a la orden de Sebastián Benavente en
1814.La lucha fue desigual y Juana se defendía con bravura, arrancaba gritos de su garganta en
cada embestida. Las balas destinadas a Juana fueron a impactar sobre el cuerpo del
lugarteniente más cercano a Los Padilla: Juan Hualparrimachi, un hombre de Potosí, refinado,
inteligente, hijo del Gobernador de Don Francisco de Paulo Sanz. Y allí Juana descubre el amor
oculto que le había generado en silencio este valeroso cholo, corajudo y leal.
En el pueblo de Pintatora, en 1815, embarazada luchaba con el sable en la mano y en
pleno combate nace su quinta hija a la que llamo Luisa. Juana acompañada de sus custodios
por su delicado estado físico, busco refugio en un lugar para preservar su hija recién nacida,
pero lo mismo que la flanqueaban, viendo su débil estado, más algunos objetos que cargaba
en las mulas, quisieron aprovecharse de ella. La futura Teniente Coronel de un sablazo derrotó
a Loaysa y arengando a los otros partió a todo galope. Por el evidente peligro, Los Padillas
decidieron dejar a Luisa en custodia de una india.
Azurduy atacó el cerro Potosí, tomándolo el 8 de marzo de 1816.Debido a su actuación
y al triunfo logrado en el combate del Villar, recibió el rango de Teniente Coronel mediante un
decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas
del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816.Tras ello, el general Belgrano le hizo entrega
simbólica de su sable. El nombre de Padilla crecía como símbolo de audacia y temeridad, así
era la guerra de criollos, todo corazón y sacrificio.
Manuel Ascencio Padilla nunca comulgo con él entonces encargado del Alto Perú,
General Rondeau, a tal punto que este último le pidió que abandonar a Chuquisaca. Los
esposos, con mucho tino, buscaron refugio en La Laguna. Numerosas luchas enfrentaron
Padilla junto a Juana Azurduy, como la derrota de Sipe Sipe, consecuencia de la inexperiencia
de Rondeau. Padilla entonces se presentó a ofrecer sus servicios, Los cuáles fueron
totalmente rechazados, aceptándole sólo animales y soldados.
Don Manuel Ascencio Padilla murió cómo había vivido, heroicamente. Miguel Tacón
había partido con dos mil hombres hacia Chuquisaca. La prolongación de una guerra
desfavorable, la deserción en la fila de los Rebeldes y la traición de algunos compañeros A
Padilla, menguó su ejército. Aguilera feroz y aguerrido español sembró pánico y tomó por
asalto la Laguna en dónde se encontraba Padilla y el desorden cundió y en pleno combate bajo
a Manuel Padilla, quién protegía a Juana, lo decapitó y dejó colgado su cabeza en una pica. La
lucha no daba tregua. Juana desesperadamente quería vengarse con sus guerrilleros y
recuperar la cabeza de su esposo. Soportando el terrible dolor de la pérdida de su esposo,
vestida de negro con el rostro endurecido convocó a los caudillos que quedaban.
El cambio de planes militares, que abandonó la ruta alto peruana para combatir a los
realistas afincados en el Perú por vía chilena, disminuye el apoyo logístico a sus fuerzas, por lo
que se vio obligada a replegarse hacia el sur, estratégicamente Juana entonces se acercó al
Caudillo Martín Miguel de Güemes a quien acompañó en varias batallas. El gran caudillo
salteño recibió a la teniente coronel con demostración de afecto y admiración. No se descarta
que hayan sostenido un romance ya que Juana era una bella mujer y el gaucho un varón que
agradaba a las mujeres.
Cuando los godos logran diezmar las fuerzas de Güemes y herirlo mortalmente Juana
emprende nuevamente viaje a Chuquisaca, en me 1825 entró al pueblo junto a su hija de once
años, tenía confiscados sus bienes y tuvo que gestionar que le dieran una parte de su tierra.
Vivió en extrema indígena su muerte. Envejeció solitaria y olvidada. Sólo Tuvo una visita
inolvidable Simón Bolívar acompañado de sucre quienes le brindaron su reconocimiento y le
concedieron una pensión de sesenta pesos, que luego se la llevaron a 100 pesos por mes; dos
años después la perdió. En esa ocasión Simón Bolívar, al ver la condición miserable en que
vivía, le comentó al Mariscal Antonio José de Sucre: “Este país no debería llamarse Bolivia en
mi homenaje, sino Juana Azurduy y Manuel Padilla, porque son ellos la que la hicieron libre”

Por Luchas frecuentes que Juana hubo de afrontar, fue perdiendo todo: su casa, su
tierra, su y cuatro de sus cinco hijos. Tenía coraje, dignidad y la firme voluntad revolucionaria.
Doña Juana que completamente sola de familia cuando su hija Luisa contrajo enlace
con Pedro Poveda Zuleta y se fueron a vivir lejos.
Juana Azurduy pasó varios años en Salta, solicitando la devolución de sus bienes
confiscados y la pensión que se le había quitado en el año 1857. Murió indigente el 25 de mayo
de 1862, cuando estaba por cumplir 82 años. Su resto fueron enterrados en una fosa común.
Cien años de, sus restos fueron exhumados y fueron depositados en un mausoleo que se
construyó en su homenaje en la ciudad de Sucre. Fue la única mujer que alcanzó el grado de
Teniente Coronel en el Ejército Argentino, por el tenaz patriotismo que demostró en la lucha
inimaginablemente cruenta. Bautizada como Juana de América por su símbolo de audacia y
tenacidad entregó todos sus bienes a la causa de nuestra libertad. Juana Azurduy espera aún el
homenaje de la Historia.

El Encuentro

Caía la tarde en Toluca la casa de Eufemia Gallardo de Padilla, recibe a una joven bella,
morena, de facciones interesantes, ojos profundos, contaba con sólo 17 años, admiradora
frecuente de Santos cómo San Luis El cruzado, Juana de Arco o San Ignacio de Loyola. Ella se
había interesado mucho por la situación social y se encontraba impactada por el sufrimiento
de los indios quienes debían soportar hambre, intemperie y la muerte con tan sólo veinte años
y producto de sus trabajos en las minas. Allí, en la casa de Don Padilla, Juana conoce a don
Manuel Ascencio, alto, bien parecido, físicamente fuerte, notablemente musculoso, de
hombros anchos y cintura estrecha de facciones armónicas y varoniles. Ambos coincidieron en
algo, les dolía el infortunio de los más castigados, de los más necesitados. Impactada por el
relato que él realizó sobre la muerte del cacique aimara Dámaso Catari, ella le tomó la mano y
sintió como su sangre se conectaba. Juana quedó prendada de este hombre que en el futuro
sería su esposo y padre de cinco hijos. En ese encuentro vecinal Juana comprendió que
admiraba su estampa viril, su coraje, su audacia y los deseos de libertad. Cinco años de
encanta encantamiento pasaron Juana y Manuel Padilla, and dedica por la Independencia, el
amor era pleno, se buscaban para complacerse, gustaban de las mismas cosas, y soñaban con
los mismos ideales. Ese encuentro sello por siempre el amor de ambos, respetuoso y
encendido, la acompaño en todo momento de lucha porque él ella concibió así el amor a la par
del hombre, su hombre de toda la vida.

La Partida

El cuarto es pequeño un poco oscuro y miserable, tiene una puerta y una ventana, paredes de adobe
blanqueada y el techo trenzado de cañas, algunas vinchucas se muestran pegadas al mismo. En la calle España 218
del barrio de Coripata en Chuquisaca, Juana Azurduy en la más absoluta de la pobreza y soledad esperaba su
muerte, era un 25 de mayo, no podía ser de otra manera. Tenía 82 años y expiraba en un camastro cubierto de
pullus. Acompañaba a Juana, Indalecio un indigente indiecito que contaba con un catre en su misma habitación, el
último testigo de la vida de Juana.
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Juana estira sus brazos al hombre que amó. Manuel Padilla la abraza y la besa con ternura, sus hijos
presencian ese acto de amor ante rubor de ella, Entonces todo se conjuga y se completa porque el gran amigo
Hualparrimachi acaba de escribir su mejor poema. Ya no luchan, ya no corren, ya no se esconden, es primavera y en
el altiplano, las laderas se cubren de flores bellísimas, eternas. No importa ya la fosa común en donde fue sepultada,
ni la ausencia de personas en su triste entierro. Juana Azurduy la teniente coronel, todo corazón y sacrificio, cabalga
risueña, sin tiempo, sin apuros hasta alcanzar esa libertad que tanto buscó.

JUANA MANUELA GORRITI

En torno a esta singular mujer se cumple la función de vida y de literatura. Nació un 15


de junio de 1818 en él bellísimo rincón salteño de los Horcones (campamento fortificado
situado en Rosario de la Frontera). Se hizo célebre por las peripecias de la vida y por haber
tenido como notoria afición la de ser cocinera. Su padre fue el General José Ignacio Gorriti
(hermano del célebre canónigo Juan Ignacio, que firmó el acta de la independencia), principal
lugarteniente de Martín Miguel de Güemes y su madre Doña Feliciana Zuviría. Paso Su niñez en
el Antiguo fuerte de Miraflores a orillas del río Pasaje llamado también juramento dónde su
familia poseía una estancia. Su infancia estuvo marcada por las sucesivas invasiones realistas
a la provincia de Salta, la lucha de los infernales y las discusiones entre la patria vieja a la que
adhería su padre y la patria nueva de los opositores a Güemes.
Juana Manuela era una excelente estudiante, aprendió francés, religión, literatura.
Algunas de las clases la recibía de su tío el canónigo Juan Ignacio.
Su participó en las batallas de Tucumán y Salta en la guerrilla del norte, junto a Güemes.
Siendo su padre unitario, su familia se vio obligada a emigrar a Bolivia durante el tiempo en el
que el poder en Argentina estuvo homogenizado por Juan Manuel de Rosas. Toda su fortuna
quedó entre el humo de las batallas y las confiscaciones, cuando por azares de las contiendas
civiles en 1834, debió huir a Tarija, con su esposa y sus ocho hijos.
Juana Manuela era rubia, bonita y montaraz, acostumbrada a la libertad del campo y a
las cabalgatas por las haciendas paternas de Horcones y Miraflores, conoció los rigores de la
pobreza y el triste paisaje del altiplano. La escritora estudio y se hizo fuerte en el destierro. A
los 14 años se casó en La Paz con el militar más buen mozo y aventurero de Bolivia Manuel
Isidoro Belzú quién era arrebatadamente romántico igual que ella, lo hicieron sin pompa ni
ostentaciones, (lo había conocido en Tarija, mientras permanecía como huésped de Fernando
María Campero Barragán, el hijo del último marqués de Yavi). El hogar que construyeron fue
tranquilo en los primeros tiempos y tuvieron dos hijas Edelmira y Mercedes. Luego sobrevino
una relación tormentosa de infidelidades y separaciones. Juana Manuela se consagró a sus
deberes maternales mientras que Belzú un buen día abandonó su hogar y se puso a la cabeza
de un batallón, presentándose en el Palacio gubernamental para exigir la renuncia del
presidente de Bolivia, fracasa, es procesado, destituido y expatriado al Perú. Si bien Juana
estaba en desacuerdo con lo actuado por su esposo, no quería ir en contra de sus principios,
Pero él escandalizaba a la Paz y a Lima con sus turbulencias y revueltas militares. Detrás del
aguerrido hombre había quedado la familia y las ilusiones de su joven esposa. Triunfante Belzú
luego de derrocar al gobierno de Bolivia, se proclamó presidente de la República en el año
1848, y llamó a su esposa a La Paz para compartir el triunfo, ella se negó y siguió trabajando
empeñosamente para mantener a sus hijas.
Juana Manuela se dejaba conocer por su cultura en las tertulias de Sucre (antigua
Chuquisaca), Oruro, La Paz. Separada de Belzú Juana Manuela Gorriti decidió con sus hijas
instalarse en Lima donde se ganó la vida enseñando a leer y escribir a las niñas de las familias
más prestigiosas de la dicha sociedad.
Belzú gobernó Bolivia desde 1848 a 1855, trato de reconciliarse con Juana Manuela,
pero ella no aceptó, sólo volvió a acercarse a Belzú para recoger su cadáver (fue asesinado en
una celebración oficial). Su cuerpo fue ultrajado y abandonado en el primer piso del Palacio de
gobierno. Ante estos trágicos sucesos, la escritora traza una línea al pasado y lo despide con
elocuentes palabras el 27 de marzo de 1865.
En 1845 público “La quena” en la revista de Lima, fue el primer escrito literario ya que
“El matadero” de Esteban Echeverría se publicó después de su muerte. Juana Manuela no dejó
nunca de producir literariamente, fue querida personalidades de letras de la época. Convirtió a
Lima en el centro de la bohemia, el principal exponente de la literatura era por ese entonces
Ricardo Palma. Elogiaron en Juana Manuela su personalidad a pesar de su fatídico destino de
perder su esposo, hijos y amigos trágicamente o demasiado pronto, esa sensación de
catástrofe se refleja de alguna manera entre las líneas de todos sus relatos.

De sus obras

Juana Manuela Gorriti escribió en narrativa: Novelas, fantasías, leyendas y descripciones


americanas. Toda su obra es un testimonio de casi medio siglo de su propia vida. Los temas
provienen de la historia de los tiempos coloniales o incaicos y de las luchas libertadoras. Entre
sus obras podemos citar:
La quena- novela de alto mérito, compleja y de peculiar trama.
El lucero del manantial- episodios referidos a la tiranía de Rosas.
El guante negro- episodios de la sangrienta época de guerra.
La novia del viento- novela romántica, evocación de sus años juveniles dedicado a
Vicente Quesada.
Una noche de agonía- texto referido a la muerte de Güemes.
El hecho nupcial- relato dramático.
El ángel caído- novela corta.
El tesoro de los incas- leyenda histórica.
Panoramas de una vida cuenta con 21 escritos y fueron editado por editorial Casavalle,
después de la caída de Rosas.
Fue autora de la cocina ecléctica, libro de gran valor gastronómico, y qué tiene un gran
valor documental porque cumplió muchas recetas folklóricas argentinas.
En 1874 se estableció en Bs.As. donde se dedicó a recopilar e imprimir su producción
literaria y a escribir relatos autobiográficos como el texto titulado Lo íntimo, Editado en Bs. As.
se vinculó con Juana Manso y en Perú con Clorinda Mattos de Turner y Mercedes Cabello. Sus
obras fueron conocidas (cuentos- novelas) en Chile, Colombia, Venezuela y, luego de la caída
de Rosas, en Madrid y París.
Su país de origen, Argentina, le concedió una pensión como hija de un Guerrero de la
independencia. En Bs. As. en 1874 se integró una sociedad afectuosa. Entre sus amigos
encontraban el joven Santiago Estrada, el editor de Casavalle, quién le público “Panorama de
una vida “, Pastor Obligado fue otro de sus amigos de las letras. En 1879 regresa a Lima
donde fallece su hija Mercedes. Entre 1880 y 1886 realiza trayecto a Bs. As. y a Lima. En 1886
anciana y enferma regresó de Bs. As. Postrada por dolores físicos, y dolida por algunos
desaires, no vivió ajena al ambiente que la rodeaba. Murió un domingo de primavera, 6 de
noviembre de 1896, en Bs. As, sacudido el país aún por feroces luchas de los sismos
revolucionarios. Su entierro reunió en el homenaje a Argentina, Bolivia y Perú. Hoy sus restos
descansan en el Panteón de las Glorias del Norte de la Catedral de Salta.

Las últimas palabras de Juana Manuela Gorriti

“En la habitación en que los amigos velaban noche a noche a la enferma, bajo la penumbra
de una lámpara que ardía frente a la imagen de la Virgen de las Mercedes, sólo se oía el lúgubre
rumor del tic tac de un viejo reloj de pesas. La víspera del último día, Guido Spano le dejó, al
despedirse, un ramo de violetas que llevaba en su traje de poeta.
-Estas flores son mis últimas violetas- dijo Juana Manuela. Luego extendió su mano a
Vicente Quesada
-Pobres manos mías tan seca y rugosa- dijo
- Yo las veo tan bellas y tan blancas como el día que la vi por primera vez, cuando me
deslumbraron sus encantos-le contestó su amigo.
-Son sueño que pasaron, su realidad es el recuerdo- repuso ella.
-No es el recuerdo- la interrumpió Quesada-, es el amor.
-Es muy tarde para pronunciar esa palabra- murmuro Juana Manuela-.
_ Mi alma ha abierto ya sus alas a la muerte.
Cerró los ojos y no los abrió más.”

Leyenda que difundieron los poetas de Bs.


As, después de su fallecimiento.
EFRÓN, Analía ( 1998): Juan Gorriti.
Una biografía íntima. Buenos Aires:
Sudamericana. Pag 212 y 213.

“Una vez que se ha entrado en el camino


de las letras, es necesario, marchar,
marchar siempre. Nada de reposo. Todo
descanso parece una deserción.”

J.M.G

Una tarde en Lima

Juana Manuela, plena, hermosa con su juventud acuesta y con sus dos hijas Edelmira y Mercedes, ve pasar
las tardes alborozada de una ciudad cómo Lima que emergía como cabeza de una América naciente. Con sus calles
particulares, casonas con portones de madera, balcones floridos que adornaban las veredas y con la presencia de
tertulias hogareñas que reunía gente culta y reconocida a la que frecuentaba, quién era respetado por su carácter
resuelto e independiente.
El día se quebraba con un sol rumoroso mientras ella escribía, en el cuarto destinado para tal fin, que sólo
contaba con la rubia cabellera de su hija bajo el vidrio de su escritorio y El retrato de otra de sus hijas, allí ella
volcaba sus sueños y realidades. Lima siempre Lima, Juana Manuela volvía allí porque había pasado gran parte de
su vida y desde su juventud empapo de los mejores gustos y sentimientos de la época. Las tardes de Lima serían las
sombras y las luces que dibujar y a su tiempo hecho letras.
Ahora su alma se ha unido a su cuerpo influyen las historias, los relatos, las leyendas, y el porqué de una
lágrima justificar a la ausencia de esposo e hijos que partieron tan temprano. No obstante haberse alejado de Belzú,
Juana Manuela verterá sobre una hoja en blanco la figura de su esposo, una biografía exenta de rencor, que realzan
la figura del soldado y político sin ningún agravio personal.
Juana Manuela Gorriti, bella, rubia, alta delgada, con todos sus atributos de mujer deja un retrato de esta
época estampado en textos profundos que se encienden en torrentes floreados y el río de pasión que llevo dentro
cayó como una manta lluvia en sus escritos. Esas tardes de Lima estremecieron de luces sus pupilas.

JUANITA MORO

La Juana Moro

Cuando fue sometida


la tierra gaucha
llevaba los mensajes
al paisanaje en batalla.

Llegando al río Arias


desde la quebrada del Toro
con un parte guerrero
la sorprendieron los godos

pero guardó el secreto


a los nuestros, la Juana Moro.
Fue mujer y fue leona
entre todas, la Juana Moro

De Giménez y Cancha Chazarreta

Juanita Moro fue una dama jujeña de valor incomparable. Actuó durante la guerra de la
Independencia, Nació el 26 de mayo de 1785.Era hija del Escribano Coronel de Los Reales
Ejércitos y funcionario español, Juan Antonio Moro Díaz (hombre de confianza del gobernador
de la intendencia de Salta del Tucumán, Ramón García de León y Pizarro). El padre de Juana
Moro contribuyó a la fundación de San Ramón de la Nueva Orán.
A los quince años él ya se identifica con el movimiento Revolucionario de mayo. Fue una
patriota que lideró en Salta un grupo de mujeres entre las que se encontraba María Loreto
Sánchez Peón de Frías y realizaba una eficaz tarea de espionaje y sabotaje entre las fuerzas
realistas, que ocupaban la ciudad durante la guerra de la Independencia.
Juana se casó en octubre de 1800 con el Coronel Jerónimo López, estableciéndose en la
ciudad de Salta, quien adhirió fervientemente a la causa patriótica. Juana gozaba de Gran
prestigio por su atrayente personalidad, su ardiente Patriotismo y su audacia que se pusieron
de relieve ante y durante la batalla de Salta. Tuvieron tres hijos: Serafina López Moro, Ramón
López Moro y él Dr. Bernabé López.
La casa de Juana Moro era una especie de logia o club, lugar donde se invitaba a los
oficiales del ejército español y eran seducidos por hermosas niñas patrióticas que le hacían
cambiar de causa y así privar al ejército enemigo de su cooperación.
Su misión era llevar información y órdenes oficiales del General Martín Miguel de
Güemes para los coroneles Arias Uriondo y Rojas, que actuaban en la región. En los
prolegómenos de la batalla de Salta, Juana consiguió que Juan José Feliciano Alejo Fernández
Campero, marqués de Yavi, y varios de sus compañeros se comprometieron a abandonar las
filas realistas el día de la batalla y regresar a Perú a trabajar por la causa de la emancipación.
Su casa, ubicada en la actual España 782, cerca de la casa de Martín Miguel de Güemes, debía
ser punto de reunión de los fugados, siendo adecuada por su extensión (una cuadra) y por
contar con dos frentes.
En Salta, cuando el ejército de Pío Tristán esperaba al general Belgrano para librar la
batalla, Juana Moro seduce con sus encantos, sin perder su altiva dignidad, al jefe de la
caballería realista, quién huye al comenzar la batalla arrastrando con él la tropa bajo su mando
por las lomas de Medeiros. Así cuenta la historia que el 20 de febrero de 1813, la casa de
Juanita se convirtió en un asilo de los jefes que al huir los soldados precipitaron La derrota.
Belgrano, siempre tan magnánimo, perdonó a los prisioneros haciéndoles jurar que no iban a
atacar las fuerzas patrióticas.
Tras vencer en Vilcapugio y Ayohúma, el general realista Joaquín de la Pezuela ocupó la
ciudad de Salta. Ante esta realidad, Juana y María Loreto Sánchez de Peón constituyeron una
eficaz red de espionaje a la que contribuyeron mujeres de todos los rangos sociales, entre las
que se encontraban Gertrudis Medeiros, Celedonia Pacheco de Melo, Magdalena Güemes,
Juana Torino, María Petrona Arias, Martina Silva de Gurruchaga y Andrea Zenarruza.
Los españoles no le perdonaron a Juana Moro todas las acciones de espionaje realizada.
Después de la derrota de Vilcapugio y Ayohúma, en 1814, el Virrey de la Pezuela entró a la
ciudad y, sospechada de traición, fue condenada a morir emparedada. La encerraron en su
casa, cuyas puertas y ventanas fueron tapiadas para que muriera de hambre. Allí habría
muerto de inanición si no fuera porque una vecina realista, movida por piedad y compadecida
de ella, horadó la pared de adobe, medianera de su casa, por cuya abertura le hacía pasar agua
y comida. Luego, colocaba nuevamente el adobe.
Cuando el enemigo abandonó el lugar, Juanita Moro fue liberada y retorno así a sus
empeños heroicos. Huyó de Salta a caballo, uniéndose a las tropas criollas, porque a pesar de
las persecuciones Juana no menguó su ímpetu de colaborar con Belgrano y luego con Güemes,
por la sagrada causa por la que se jugaba la vida misma a cada paso.
Luego integró el grupo de damas salteñas, se dirigieron al gobierno de ese momento
lamentando la postergación a la que se relegaba al sexo femenino al no permitírsele jurar la
Constitución Nacional. Falleció a los 89 años de edad, en 1874.

Aventuras de Juana Moro

Juanita Moro, sola, vestida de gaucho, cruzaba a caballo la selva del Río Negro, Ledesma, San
Lorenzo para llegar a San Andrés, cerca de Orán. Desafiaba, imperturbable, los peligros de la
indiada, de las fieras y, sobre todo, de los gauchos alzados que, enseñoreando los montes, hasta, de
Gol ya van impunemente a cuánto viajero transitaba por allí. Juanita haciéndole frente a todos los
peligros, espiaba recursos y movimientos del enemigo.
En una oportunidad se disfrazó de coya y marchó por las quebradas en busca del general
Antonio Álvarez de Arenales, para conocer la posición del ejército ante la información
contradictoria que llegaba del frente. Pocos días después, regresaba y se reunía con la esposa del
general patriota Serafina González Hoyos, informa al patrio que Arenales estaría al día siguiente en
Salta, desalojando la guarnición española. En esa oportunidad, la población entusiasta de Salta la
pasé haría por las calles de la ciudad, consagrando la heroína de las causas criollas.
Pasada la guerra, integró el grupo de “Damas salteñas”, quienes se dirigieron al gobierno de
turno “Lamentando la postergación a que se relega al sexo femenino al no permitírsele jurar la
Constitución Nacional.”

La velada

Era de noche, pero parecía que brillaba el sol. Las luces de las velas lucían con diferentes
matices. Los sillones eran cómodos y elegantes. Juanita Moro, exquisitamente vestida, recibía a las
damas invitadas, la más caracterizadas del lugar, y a los oficiales realistas que iban en busca de
aventuras. Canciones, pasiones y mieles entregarían ellos a las damas presente en signo de
aprobación. Ellas devolverían con recato tales muestras. Con sutil encanto, con cabellera sedosa y
sonrisa con suaves mohines, iban dialogando con cada jefe realista. Disimuladamente hacían
requisitorias, preguntas, suaves comentarios sobre la guerra que en el noroeste argentino. Los jefes
militares realistas regalaban a las niñas comentarios y hasta finos detalles de sus tropas. Y así, entre
charlas, brindis y bailes, las niñas criollas que respondían a la amistad y consigna de Juanita Moro,
iban recopilando los datos en su memoria que servirían al jefe del ejército criollo, el General Manuel
Belgrano, para diseñar estrategias contra el enemigo.
Bondadosamente, las damas estaban jugadas de madrugada, acompañadas por un jardín
de estrellas y un pastizal de espuma. Juanita Moro junto a las simpáticas niñas, habían logrado
malograr el avance de los realistas ante la sorpresa de los oficiales qué tardíamente comprendían
que el engaño, cuando ya las tropas de Belgrano avanzaban sobre Salta.

MAGDALENA DAMASA GUEMES


(Macacha)

Coplas de Macacha Güemes

Justo un once de diciembre


al mundo llegó Macacha,
en mil siete ochenta y siete
aquí en el valle de Salta.

Con estrellas en los ojos,


con una luna de plata,
con esa sangre guerrera
qué acuno desde la infancia.

Con ese perfume en flor


que tenía su fragancia,
y esa audacia sin frontera
de empuñar hasta una lanza.

Con en rumor invisible


de arroyitos y quebradas,
y ese grito de la tierra
retumbando en las entrañas.

La libertad fue tu faro


marcado a fuego en el alma,
con la pasión encendida
de todo un volcán en llamas.

Macacha, Macacha Güemes


bandera de la esperanza,
que diste días y noches
en silencio por la causa.

Del héroe Martín Miguel


fui su aliada y hermana,
compartiendo las ideas
de amor por la tierra gaucha.

Mujer de espíritu fuerte


que se enfrentó sin espada,
tan sólo con el coraje
ardiente de las palabras.

En el altar prometiste
amor a Román Tejada,
y a la vida el compromiso
de deliberar a la patria.

Como taller de costura


utilizaste a tu casa,
cosiendo los uniformes
para ir a la batalla.

En la paz de los Cerrillos,


intercediste con gracia,
entre Güemes y Rondeau
que depusieran las armas.
Diste cariño y abrigo
querida y bella Macacha,
a todo aquel que pidiera
asió, comida y agua.

Silenciosa trabajaste
como si fuera un hada,
con las manos generosas
infinitas de tu alma.

Ante el peligro y la muerte


jamás perdiste la calma,
como una estatua imponente
en dura piedra tallada.

Macacha, Macacha Güemes


heroína de mi Salta
lapachos de cerros en flor
describía tu mirada.

Al amor diste tus horas


de sueños y madrugadas,
y a la tierra el sentimiento
sin fronteras, ni distancias.

Repleto tu corazón
de anhelos y de plegarias,
siempre brindaste Macacha
una mano de confianza.

A la muerte de tu hermano
de luto y acongojada,
las penas te las guardaste
allá en el fondo del alma.

Martin Miguel te dejo


y sin detener la marcha,
seguiste como patriota
en pos de la noble causa.

Con fervor y valentía


intrépida y arriesgada,
desplegaste el abanico
de tu inmensa diplomacia.
Macacha bella y altiva
de Salta toda una dama,
con el galope del viento
tu nombre al cielo alza.

Soportaste los embates


del enemigo y su saña,
sin dejar jamás el puesto
silencioso de tu guardia.
Indomable por la sangre
de tu estirpe soberana,
defendiendo nuestro suelo
como peñón de montaña.

Aún al paso de los años


nunca perdiste la magia,
el carisma y la dulzura
que entregaba tu fragancia.

Por la huella de la vida


junto al lucero del alba,
seguiste tejiendo sueños
con el rio de tu savia.
Luchadora infatigable
que sin montura y sin armas,
la guerra y la libertad
te cargaste a tus espaldas.

Desde el rincón del recuerdo


el sol del tiempo se inflama,
iluminando tu historia
que extiende al aire sus alas.
Retumba el eco cantando
con guardamontes y lanzas,
coreando mujeres tu nombre
que un torbellino desata.

Con galope de centauros


que tu presencia reclama,
el clarín de la victoria
sonoro y firme te llama.

heroína de esta tierra


que, sin premios, ni medallas,
diste todo por la lucha
dulce y querida Macacha.

José Cantero Verni

Poeta Salteño

Un medio del escenario de la tragedia alumbrada por el fuego de la permanente guerra


entre patriotas y realistas, se destaca Doña Magdalena Güemes (Macacha). Nacida el 11 de
diciembre de 1787, pertenecía a una antigua familia de Salta. Fue educada según los
estándares de la época, por ser hija de una familia acomodada. Esta bella mujer pasó a la
historia como la más eficaz colaboradora, pues ejercía influencia decisiva en el ánimo de su
hermano, el general gaucho Martín Miguel, y en parte de la sociedad de Salta qué respondía a
la Revolución, muchas veces ocultas.
Macacha era hija de los jujeños, María Magdalena Goyechea y Gabriel Güemes
Montero, descendiente este de los conquistadores y uno de los primeros encomenderos del
noroeste, Tesorero de la Real Hacienda.
En el contexto socio- histórico de Salta, la familia Güemes se destacaba como de la
élite. Nueve hijos tubo Magdalena Güemes (madre), entre ellos Martín y Macacha recibió la
educación habitual para las mujeres de su época. A los cinco años ya sabía leer y su primer
maestro fue su padre. Estudió, además, flauta y piano. Con su hermano Martín compartieron
los juegos de la infancia y desde niños realizaban largas cabalgatas por los campos. Poseía
cualidades propias que le permitieron descollar en un medio rico de mujeres con personalidad,
dónde ella jugo un papel fundamental.
El 24 de octubre de 1803, muy jovencita, se casa con Ramón Tejada Sánchez,
descendiente de antigua familia española tradicional de Salta. Pese a su origen y casta, Tejada
acompañó a Macacha en sus afanes patrióticos. La primera pública Macacha la realiza cuando
su esposo es confinado a Famatina por haber ofendido a un camarada. Macacha hace un
enérgico reclamo logrando que lo restituyeran Salta. Su acción se concretó poco después de la
Revolución de mayo, cuando convirtió su casa en taller de confección de ropa para los
Soldados patriótico del Ejército de Observación. Adhirió a la causa independentista
colaborando con su hermano Martín de manera destacada.
Entre mi 1812 y 1823 se suceden las guerrillas salteñas y jujeñas, defendiendo el
territorio del noroeste contra las invasiones realistas. Jugaron un papel importantísimo en este
proceso los célebres “Infernales”, liderados por Martín. Macacha puso su habilidad política al
servicio de su hermano en los momentos difíciles, como en 1815, cuando gracias a sus
gestiones se llegó a la paz de los Cerrillos, luego de la delicada situación surgida entre Güemes
y las fuerzas de Bs. As. al mando del General Rondeau.
Macacha, con un grupo de mujeres de la alta sociedad, y ayudada por campesinas
coordinaba las acciones de espionaje, obtenía información entre los partidarios realistas. Así
ratificada la consideración del general Joaquín de la Pezuela quién expresaba, en una nota
enviada al virrey del Perú en 1814, qué “Salta que no era nada fácil, más aún con la acción del
eficiente aparato popular de inteligencia que había montado Güemes, entre las que se
encontraba la bella Macacha Güemes”
Mientras su hermano se encontraba combatiendo, Macacha se encargaba de
desbaratar los que conspiraban contra él. Sin embargo, Una partida realista lo atacó a hirió en
Salta el 7 de junio de 1817, falleciendo diez días después.
Desaparecido su Germán, al final de las contiendas y a instancias de Macacha, se montó
un grupo de soldados con sus sustentos personales. Continuó participando en los sucesos
políticos de la provincia con la audacia que la caracterizaba. Fue muy querida por el pueblo
debido a la generosidad con que ayudaba a los necesitados, lo que le valió el nombre de
“Mamita de los pobres”.
En Tumusla se dispararon las últimas balas de la independencia y es donde muere el tan
temido general español Pedro Antonio de Olañeta.
María Magdalena Güemes (Macacha), Auxilio heridos en el campo de batalla, llevo
adelante misiones de espionaje, para activa y públicamente de la vida política salteña,
lucho contra la hegemonía porteña, llevó a cabo arriesgadas misiones de espionajes,
acompaño ideológica y logísticamente a su hermano Martín Miguel de Güemes.
Macacha hizo gala de su gran habilidad para sacar provecho de su posición, arriesgando
la vida al hacer inteligencia a favor de los patriotas. Falleció en Salta el 7 de junio de 1866.
Mamita del pobrerío
palomita mensajera
que entre el gauchaje lucia
lo mismo que una bandera

Jaime Davalos

La Protectora

Salta la linda, encumbrada por las montañas, donde los lapachos florecidos y los ceibos color
púrpura entonaban el lugar, dando color a la madrugada Macacha, la “Mamita de los pobres”,
lideraba una red de informantes que actuaba en Salta, Jujuy y Tarija, aportando fundamentales
para controlar al enemigo. Entre los Integrantes de la red se encontraban mujeres de la sociedad y
campesinos qué, mezclándose con partidarios y opositores, recogían datos que ella interpretaba y
trasmitía a su hermano Martín. Macacha lo ayudaba en el área de espionaje, pues era la encargada
de coordinar las acciones de espionaje junto a mujeres como Celedonia Pacheco de Melo, María
Petrona Arias, Andrea Zenarruza de Uriondo, Toribio La Linda y Juana Torino.
No había reunión, ni visita, ya fuera con oficiales del ejército o con los familiares realistas de
su confianza y amistad, en qué Macacha no utilizar a su espíritu animador y atrevido para sacar
información sobre el enemigo.
En pos de robar secretos y dar las alarmas necesarias, algunas mujeres de esta red llegaron,
en casos extremos, a entrar en pendencia de amores, aunque con la discreción necesaria. Si se
trataba de mujeres “de calidad”, reducían a los oficiales para sacarle información, y si eran
campesinas, lograban hacer desatar a los soldados realistas.
Macacha, bella e inteligente dama salteña, amaba el campo, dormía con las pisadas de la
tierra. Compartir sus luchas con los Patriotas era su meta. Estaba cansada de los desleales,
traidores, de los oportunistas que no amaban en solar. Es por ello que se consagró a los humildes
sin tapujos, y con ellos formó parte de los defensores de la lucha de Güemes, que encarnaba el ideal
de la Patria que defendía Belgrano.

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