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Algunas consideraciones sobre la historia, sus hechos y sus intérpretes

Laura Daniela Ruiz Mora


Historia del Arte
Cine y Televisión
La cuestión del significado de la historia, sus componentes y desarrollo, ha sido planteada
como un problema materia de estudio, desde las humanidades hasta la ciencia, por siglos.
Esta cuestión ha sido estudiada a partir diversas lentes y formas de análisis que parten desde
lo particular hasta lo universal, estableciendo conceptos y conclusiones que responden a un
contexto sociopolítico y cultural especifico, mostrando la variabilidad de un espectro tan
amplio como la historia, con tanta incidencia en la vida humana.
Entre los muchos teóricos y expertos en la materia, es importante destacar a Edward H. Carr,
un reconocido historiador y periodista inglés, que desarrolló un importante trabajo teórico y
de investigación en torno a las relaciones internacionales y a las implicaciones de la historia
en la vida humana, en el desarrollo de la ciencia y crecimiento de las humanidades,
problematizando definiciones y praxis en el trabajo del historiador; estos planteamientos son
resumidos, breve pero claramente en la introducción de su reconocido libro titulado ¿Qué es
la historia?, publicado en 1961.
A partir de la mencionada introducción, es posible reconocer una necesidad de poner en tela
de juicio las definiciones ya conocidas de historia, tanto aquellas que provengan del
imaginario colectivo, de las imágenes reconocidas por las personas día a día, como aquellas
definiciones teorizadas y desarrolladas por expertos reconocidos en la materia, en tanto parte
del estudio de lo que es la historia, reside en la consideración de los límites y conexiones
entre la subjetividad y objetividad, una dualidad que siempre ha estado presente y muchas
veces se encuentran enfrentadas, en conflicto, al conocer el trabajo de historiadores que se
plantean la duda fundamental sobre la naturaleza de su oficio y de su objeto de estudio.
Carr entonces, antes de entrar en materia e intentar definir la historia de alguna forma formal,
decide estudiar el enfrentamiento entre el sujeto y objeto, planteando la presencia e
importancia de dos ejes fundamentales en el quehacer de la historia: los hechos y el
historiador. Estos ejes han cambiado de posiciones y han sido definidos de maneras distintas
en momentos específicos de la historia, desde el principio de wie es eigentlich gewensen (sólo
mostrar lo que realmente aconteció) hasta los postulados del empirismo inglés que separa los
hechos (objeto) del historiador (sujeto). Es en este punto, en el que surge la consideración de
un tercer elemento, también de vital importancia y que existe entre los ejes de la historia: la
interpretación.
La interpretación al hablar de historia se refiere al proceso de estudio que realiza un
historiador como sujeto experto al analizar de cerca los hechos y documentos que toma para
ilustrarse, para conocer datos concretos creando un orden de precisión que representa un
deber propio de su profesión, algo que no debe elogiarse por cuanto no es una virtud singular,
es más bien, una condición necesaria y básica del historiador.
La consideración de la interpretación en el estudio de la historia reconoce al historiador como
un sujeto activo, no pasivo porque no sólo debe basar su trabajo en el análisis práctico de
fechas, lugares, personajes y documentos sin más, sino también debe manejar un nivel de
análisis profundo que responde a dinámicas particulares, a su punto de vista influenciado por
el momento temporal en el que se desenvuelve en su profesión y en la propia elección a partir
de una decisión a priori de reconocimiento de lo que es o no es un hecho histórico, en tanto
no todos los hechos del pasado son relevantes en el tratamiento de la historia y no todos los
hechos históricos son propuestos para estudiarse desde el mismo punto de vista.
La importancia de la interpretación y la influencia del contexto en el desarrollo de la historia
explica, entre muchas otras cosas, la imagen construida sobre épocas determinadas como la
Antigua Grecia o la Edad Media, en donde los historiadores vivían en una especie de
ignorancia serena que surge de su posición social como ciudadano libre de las polis, por
ejemplo, que definió la manera de analizar su entorno y por ende, de construir un marco e
imagen histórica que prevalece hasta nuestros días. La historia que conocemos es entonces,
a grandes y burdos rasgos, la perspectiva de aquellos que asumieron el papel de historiadores
particulares de su contexto social, político y económico, siendo una realidad y análisis
marcado por la subjetividad ante hechos concretos que representarían el objeto.
Ya en este punto, es posible empezar a comprender lo problemático de consideraciones
encapsuladas en lo que Carr denomina como herejía decimonónica, que responde a los
planteamientos que centran la virtud y deber de la historia en la recopilación de la mayor
cantidad de datos asumidos como completamente objetivos e irrefutables, asumiendo como
absolutos los documentos que retratan hechos concretos y datos básicos, creando una
especies de fetiche ante los últimos. Estas consideraciones representan un retraso para el
desarrollo de la historia como ciencia y parte de las humanidades, dado que ignoran que el
ser humano es su propio punto de referencia y el historiador no es la excepción.
Así, no existen hechos históricos en la esfera de una objetividad o en algún tipo de estado
puro, en tanto estos hechos pasan por el prisma de la mente de quien lo estudia haciendo
entonces un proceso de refracción y este paso implica, elementalmente, el proceso de una
interpretación que se da en la particularidad de su punto de vista, decisiones a priori, como
entiende los documentos y la influencia del contexto en el historiador, y por ende, también
su trabajo, sus planteamientos sobre lo que es un hecho histórico y como procede a
analizarles.
Carr entonces, entiende la relación del historiador con su tema y su postulación de hechos
históricos, como la misma del hombre con el mundo circundante, estableciendo una relación
de mutua necesidad entre los ejes de la historia, los hechos y los historiadores, en tanto los
hechos carecen de vida sin tener quien los interprete y la historia sin hechos, no posee una
base estable. A partir de esto, Carr termina por definir la historia como un proceso continuo
entre las interacciones de los hechos históricos y los historiadores, entendiendo que para
conocer el pasado, se debe manejar la lente del presente y la visión particular del historiador,
que define hechos históricos en sus propios criterios de interpretación, siempre conservando
la precisión y el manejo de datos básicos, concretos, parte primordial de su profesión.

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