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En la penalización o despenalización del suicidio, en toda su esencia y extensión, ingresa en

conflicto el interés del Estado y la sociedad, de proteger la vida humana a toda consecuente, con
la autonomía de la libertad, bastión fundamental del Estado constitucional de derecho. Lo
importante a todo esto, es establecer un punto medio entre ambos intereses, de penalizar
únicamente los actos de instigación o ayuda al suicidio y, de no punir el suicidio tentado, en la
persona que tomó la decisión de auto eliminarse. Y ello, al margen de los motivos que llevo al
suicida a tomar tan fatal decisión. En el caso de la eutanasia el discurso debe discurrir sobre
derroteros distintos.

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La persecución penal es expresión del poder-deber del Estado, de procesar aquellas conductas
-atribuidas a sus autores o participes-, portadores de la mayor dosis de perturbación social para
con los bienes jurídicos más importantes de los ciudadanos, de la sociedad y del Estado. Una vez
que la persecución penal es sometida y regulada a los estatutos constitucionales liberales -
republicanos, el imputado deja de ser un objeto de la política criminal para convertirse en un
verdadero sujeto de derechos, entre estos, producto de la humanización del proceso penal,
aparece en todo su esplendor el principio de presunción de inocencia.

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Bajo la estructuración de los modelos procesales "mixtos", viene a entenderse de forma


paulatina, desde un confín filosófico programático, que la búsqueda de la verdad en el Proceso
Penal no puede tomar a cualquier precio, su límite viene a constituir precisamente el contenido
esencial de los derechos fundamentales, sea cual sea el delito que se le atribuye haber cometido
al investigado. Según este abanico de garantías y de derechos para con los justificables, no es
deber del inculpado ofrecer prueba en su contra, esto es, a él le asiste el derecho de la no "auto
incriminación". Es al órgano acusador que tiene la obligación de acreditar en un juicio oral,
público y contradictorio, tanto la materialidad del delito como la responsabilidad penal del
imputado. Regla probatoria de incriminación derivable de un proceso respetuoso del principio
constitucional de presunción de inocencia; invertir la carga de la prueba, implica hacer uso de la
llamada "prueba diabólica", inaceptable para las garantías propias de in Estado de derecho,
como lo ha dejado sentado el Tribunal europeo de derechos humanos.

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El acogimiento universal del principio de presunción de inocencia en los textos constitucionales,


es producto de todo un proceso de humanización del procedimiento penal, orientado a reprobar
y rechazar toda actuación persecutoria encaminada a desconocer, en toda su esencia y
extensión el principio de dignidad humana. Las prácticas inquisitivas son atentatorias a la
persecución de inocencia, no solo porque tratan al investigado como si fuese "culpable", sino
también por ser incompatibles con el respeto al concepto de dignidad humana. La "tortura" que
se efectúa para lograr arrancar la confesión del inculpado del delito que se le imputa, resulta
lesivo al contenido esencial de los derechos fundamentales, por ello es que asume la categoría
procesal de prueba "prohibida", indigna al contravenir el derecho a la no auto incriminación y
por rebajar al Estado a la misma condición del presunto agresor de la norma jurídico penal como
lo postulaba magistralmente Beccaria.

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