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La Familia en Venezuela; Características fundamentales

- Carlos Eduardo Febres, Coordinador

La Familia en Venezuela; Características


fundamentales. (Basado en información producida
básicamente durante el 2010-2013)
PROGRAMA DE FORTALECIMIENTO INSTITUCIONAL
DEL ÁREA SOCIAL
(Coordinador General: Carlos Eduardo Febres)

RESUMEN

La familia ha sufrido profundas transformaciones en las últimas décadas. Entre


ellas: se han diversificado las formas familiares, se ha transformado el modelo
de hombre proveedor-mujer cuidadora, se ha desarrollado una tendencia
creciente a las familias con jefatura femenina y se ha reducido el tamaño
promedio de las familias. Sin embargo, la familia se mantiene como un pilar
clave en el régimen de bienestar. El régimen tiene una orientación “familista”
que no libera a la mujer de las responsabilidades familiares y en la política
social persiste el modelo tradicional de hombre proveedor-mujer cuidadora.
Por su parte, ante las insuficiencias del sistema de protección social las familias
juegan roles claves en la producción y reproducción del bienestar. En respuesta
a situaciones adversas las familias movilizan sus activos. En las familias más
pobres se moviliza el trabajo – de la mujer, de los hijos o bien se opta por la
inmigración – que es comúnmente considerado su más importante activo.
Además, en la década del noventa ha aumentado la demanda social sobre la
familia. Procesos de distinto tipo – como el envejecimiento de la población, la
permanencia de los hijos en la familia de origen y la fecundidad adolescente –
han tenido impacto sobre las estructuras familiares, generando nuevas
responsabilidades que la familia se ha visto llevada a asumir. Todo lo cual
indica que se requieren nuevas opciones de política hacia la familia. (Sunkel,
2006). El presente informe constituye una sistematización de los trabajos de
investigación (de reciente publicación) realizados por destacados
investigadores tanto venezolanos como extranjeros en torno al núcleo temático
La Familia y sus Características fundamentales. Dicho informe fue orientado
para que el lector pueda tener en primer lugar una rápida aproximación teórica
de las principales categorías conceptuales relacionadas al núcleo, seguido por
una breve descripción del contexto latinoamericano, específicamente en cuanto
a los orígenes, modelos, cambios y políticas sociales, dirigidas hacia la familia.
Para luego entrar en el contexto de Venezuela describiendo el tipo
predominante de familia en el país, la composición familiar y los principales
planes y programas desarrollados por el Gobierno Nacional en la materia junto
con la institucionalidad pública que se ha desarrollado para la atención de
aspectos específicos de la familia en Venezuela. El informe cierra reseñando
algunas de las fortalezas y debilidades en las políticas que se han
implementado para luego esbozar algunos desafíos que restan por abordar así
como propuesta en materia de pobreza desde el ámbito de las políticas
públicas y social.

4. LA FAMILIA VENEZOLANA
4.1 Orígenes y Evolución

Los que estudiaron profundamente estos orígenes sostienen que las primeras
familias venezolanas aparecen con las relaciones entre los encomenderos y
mujeres indias, relaciones casuales pero que con frecuencia se hacen uniones
concubinarias más o menos estables (…) el encomendero se une de forma
concubinaria con varias indias y negras traídas desde África como esclavas; el
mestizaje comienza a crecer como resultado de la práctica poligámica (…) En la
colonia coexistieron diferentes tipos de organización familiar: uniones
poligámicas entre españoles casados o no con españolas, indígenas y negras
con descendencia patri o matrilineal; uniones monogámicas impuestas por los
españoles a los indígenas de los pueblos de misiones; uniones por grupos en
los establecimientos de esclavos negros. (Bello, F., 1991: s/p)
Más adelante uniones legales monogámicas entre esclavos y frecuentes
uniones casuales entre negros fugitivos e individuos fugitivos de encomiendas
y pueblos. Era típico entonces la tendencia a constituir dos ámbitos familiares
opuestos: la familia legitima que habían dejado los españoles al emigrar hacia
América o las familias traídas de la metrópolis al establecerse definitivamente,
o las que constituyeron con indias favorecidas, la familia ilegitima formada
simultánea o sucesivamente con indias, mulatas o negras. Éstas eran familias
permanentes o transitorias en concubinato. (Bello, F., 1991: s/p).
Es indudable que desde el concepto de Familia manejado por Abraham
Kardiner, a finales de la tercera década de este Siglo en su obra "El Individuo y
su Sociedad", hasta el concepto manejado por Brofman y Casanova en la obra
"Diferencia Escolar", (1986), se han desarrollado una serie de cambios sociales
que han traído aparejadas transformaciones tanto en lo intrínseco como en lo
relativo a las funciones de la familia para con la sociedad, específicamente para
una Sociedad Occidental como la Venezolana. (Idem).

Para Kardiner la Familia constituía un todo homogéneo, sujeta a una pauta


patriarcal de monogamia legal, el divorcio es factible pero no fomentado; la
rama colateral se mantiene unida por lazos de sentimientos que no llevan
aparejados significación política ni económica, la lealtad entre los miembros de
la familia no se basa en motivos utilitarios. El status de sus miembros es
convencionalizado, el padre es la cabeza legal y la autoridad máxima, cada
familia vive en una vivienda particular. (Ibídem).

Para Brofman y Casanova un gran porcentaje de las Familias Venezolanas


serían definidas como familias de "Alto Riesgo": Este tipo de familia no
garantiza la atención de sus miembros y por lo tanto no posibilita la
incorporación de sus integrantes a la vida social, de acuerdo a los
requerimientos de la sociedad. El proceso de socialización quedaría entonces
en manos de la calle, el barrio y en términos comunicacionales en manos de
una industria generadora del producto-mercancía: la violencia. (Ibídem).

4.1.1 Traslación del Campo a la Ciudad de los Factores


Dominantes de la Economía

Se pasó de una economía predominantemente agropecuaria a una economía


doblemente dependiente; por un lado se transforma en monoproductora,
dependiendo así, en forma casi exclusiva, de la producción petrolera, y, por
otro lado, la dinámica de esa producción dependerá de la inversión extranjera
(Monoproductora Dependiente). (Bello, F. 1991).

Este proceso de desplazamiento espacial rural-urbano del escenario para la


reproducción del capital, por lo tanto, de la inversión del ingreso petrolero,
genera, para la población venezolana, un conjunto de situaciones de orden
demográfico, psico-social y económico, etc., que directamente afectara la
integración de la institución familiar. (Ibídem).
La distribución de los ingresos producidos por la totalidad del país, se hace
fundamentalmente en las principales ciudades, ocasionando de esta manera un
crecimiento desigual de las diferentes entidades nacionales. (Ibídem).

A los inicios del siglo pasado (primeros 30 años) la familia en Venezuela podía
concebirse como un ente similar tanto a nivel rural como urbano en lo que
respecta a su estructura, composición y funciones. Era tal vez una topología de
familia muy similar a la tipificada por Kardiner. La diferencia estaría,
principalmente, en la función que la familia como unidad de producción ejercía
en la vida de la comunidad. (Ibídem).

Sin pretender visualizar los enlaces activos entre los procesos socio-históricos
de este Siglo y la evolución de la Familia Venezolana, podemos decir que la
familia continuó siendo en estas primeras décadas la institución base para la
socialización del individuo y por ende para el control y dominio de la sociedad
sobre éste. Pero a finales de esta tercera década se iniciaría la generación de
un desgarramiento de la familia como institución dominante, que podemos
apreciarla en las siguientes observaciones:

1) Se produce una desintegración de !a familia venezolana, principalmente las


residenciadas en las entidades beneficiadas con menos recursos del ingreso
petrolero.

2) El proceso migratorio de carácter masivo, iniciado en estas décadas, genera


una transformación tanto en la conformación del grupo familiar, como a en el
número de integrantes de cada familia.

3) La identificación de la familia en función de la actividad principal del jefe del


hogar (Pater-famili): familia de artesanos, familia ganadera, familia
agricultora, familia de letrados, etc; pareciera ser sustituida por la
identificación de familias: campesinas, rurales o urbanas; familia extensa o
núcleo; familias ricas, pobres, etc, etc.

4) Las funciones de la familia para con sus miembros y para con la sociedad,
parecieran no sufrir alteraciones, salvo en aquella de carácter económico; la
familia deja de ser unidad homogénea de producción, referida a una actividad
económica en particular, para convertirse en núcleos de trabajadores
diferenciados. (Ibídem).

Hasta finales del primer tercio de este siglo, podría afirmarse que las variables
que conforman el nicho ecológico-social de la familia, como instancia
mediadora o institución formadora del individuo para la sociedad, no habrían
sido violadas en términos irreversibles. Esta familia de comienzo de siglo se
correspondió con la dinámica social exigida por el modelo económico de la
época.

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4.1.2 Segundo Proceso: El Industrialista

Este se refiere a la incidencia en la estructura familiar del modelo económico


industrialista-dependiente, que toma a la ciudad como centro de reproducción
de la inversión. (Bello, F. 1991).

Este proceso abarcaría a la sociedad como un todo y vendría a producir


desequilibrio del individuo con su medio. Estos conflictos tanto de orden
económico, psico-social y ecológico, sería el producto del rol diferenciado y
contradictorio que viviría el individuo, al menos en las grandes ciudades, ante
las exigencias como miembro de un grupo familiar y como actor de una
sociedad.
4.2 La Familia Matricentrada

 En Venezuela, a diferencia de América Latina, el tema de la familia ha


sido poco abordado, los autores que tocan el tema, básicamente se
refieren a la familia popular matricentrada, entre quienes se
encuentran José Luis Vethencourt (1974), Alejandro Moreno (1995;
1998), Samuel Hurtado (1995) y Rafael López-Sanz (1993, con
resultados bastante disímiles, por otro lado están quienes se han
dedicado a estudiar los cambios que o transformaciones que ha sufrido
la familia bien sea en su conformación, tipo de uniones, fecundidad,
etc., destacándose en este aspecto Mikel De Viana .

El proceso laborioso, largo y complejo, de constitución en América Latina del


modelo occidental, matrimonial, de familia ha sido estudiado ampliamente a
través del derecho por Daisy Rípodas Ardanaz: "El Matrimonio en Indias, rea-
lidad social y regulación jurídica" (1977, citado en Moreno, 2012: 7).
Podría decirse que el primer modelo (le familia, entre nosotros, fue el
matricentrado, como efecto de la conquista sin prescindir por ello de las
posibles influencias ejercidas por los modelos, muy variados, de familias
indígenas. (Moreno, 2012: 8).

El derecho evoluciona hacia la constitución del matrimonio y en ello tiene


influencia preponderante la iglesia. El proceso tiene éxito en casi toda América.
Por algún motivo, en Venezuela (y otras zonas del Caribe) no se dio el mismo
resultado. (Ídem).

Un clásico de nuestra historiografía, Carlos Siso, en su obra "La Formación del


Pueblo Venezolano" (1986), trata repetidamente el tema de la poliginia, la
bastardía, etc., pero como excepciones o "anormalidades" en referencia a la
familia matrimonial. Parece que el modelo matricentrado no ha sido visto en su
especificidad y en su verdadera dimensión. Algo semejante sucede con la gran
mayoría de nuestros historiadores. (Ídem).

En la obra de Beatriz Manrique, "Un Cambio a partir del Niño". (s.f. pags.
149-173) puede hallarse una síntesis, con datos estadísticos, de la información
asequible sobre la familia venezolana con tratamiento específico, aunque
breve, del modelo matricentrado. (Ídem).

María Teresa R. de Leonardi enfoca la "Evolución Psicosocial de la Familia


Venezolana" (en: Venezuela, biografía inacabada p. 173 y ss), tomando la
familia casi en sentido unívoco y sólo con algunas referencias al concubinato.
No hay un estudio de la familia matricentrada, no obstante el foco del trabajo
esté en el desarrollo de la mujer. (Ídem).
Ha sido José Luis Vethencourt quien ha tratado, quizás por primera vez,
lastimosamente en forma muy breve, directamente el tema. (Ídem).

La primera propuesta conceptual, con interpretación histórica, sobre la familia


venezolana la hizo José Luis Vethencourt (1974). A partir de un enfoque
psicoanalítico y cultural este investigador acuñó el término matricentrismo para
explicar lo que denominó la atipicidad de la familia venezolana y su fracaso
histórico. Vethencourt habla de una familia venezolana atípica surgida en la
época colonial, producto de modificaciones en la familia europea occidental
-constituida en torno al matrimonio-, y cuya explicación está en la pobreza.
(De Lima, B. y Sánchez, Y., 2008).

Para Vethencourt:
... la familia venezolana se caracteriza históricamente por su atipicidad,
incongruencia, ambigüedad, inconsistencia e inestabilidad. En extensos
sectores predomina además una estructuración familiar de base puramente
impulsiva, con regresión egocéntrica de las actitudes sexuales, la cual
despersonaliza y empobrece trágicamente las relaciones entre el hombre y la
mujer (1974, citado en Monasterios U., M., 2001).

Según el mencionado autor, tal atipicidad e inestructuración de la familia


venezolana es el resultado del proceso de transculturización producido por la
conquista y la colonización española, lo cual trajo como consecuencia la
formación de dos ámbitos familiares opuestos. La familia legítima, constituida
por las esposas traídas desde la metrópolis y la ilegítima, formada
simultáneamente con las indias. (Monasterios U., M., 2001).

Con respecto a los planteamientos hechos por Vethencourt con relación a la


familia popular venezolana, interesa destacar la importancia de sus
observaciones respecto al proceso histórico de la sociedad venezolana y sus
efectos sobre la familia; así mismo, su planteamiento acerca del
matricentrismo como realidad social, abre posibilidades de análisis que
conducen al concepto de matrifocalidad, como uno de los rasgos característicos
de la familia popular venezolana. (Monasterios U., M., 2001).

Para Vethencourt, J.L. (s/f), la familia se encuentra reducida a su más mínima


expresión. Ha sufrido una contracción histórica, pero todavía es una fortaleza
que se mantiene firme aunque sitiada. Son muchas las influencias que
pudiéramos detectar en esta crisis de la familia. Desde la revolución
antropocéntrica, racionalista y humanista del Renacimiento, pasando por los
movimientos antiteocráticas en Europa, hasta llegar a revoluciones sociales
más profundas como la revolución industrial, la revolución tecnológica, la
revolución sexual, y la liberación femenina; son situaciones que han
comprometido de alguna manera la vida familiar.

La familia se encuentra estrecha y duramente sitiada por fuerzas contrarias, y


en consecuencia necesita cambios internos para sobrevivir. Necesita también el
establecimiento de nuevas formas comunitarias para salir de su aislamiento
frágil, ser ayudada y en cierto modo asumida, por una matriz comunitaria
nueva que sustituya las grandes instituciones sociales desaparecidas como la
tribu, el clan, la familia truncal, la familia extendida y la familia patriarcal.
(Vethencourt, J.L., s/f).

La familia es la gran mediadora entre las realidades socio económicas y


macrosociales por un lado, y el resultado en cada individuo por el otro. La
familia posee sus propias leyes, su propio centro de gravedad, que solo a esa
vida familiar le pertenece. Sus categorías son unas exclusivamente sicológicas
e interpersonales, y otras, exclusivamente morales, tomadas de la tradición y
la atmósfera social; pero asumidas en el seno familiar de una manera
absolutamente peculiar, que conforma un verdadero campo de realidad y no de
pura idealidad. En la familia se da la transformación entre derecho social puro
y derecho individual. Allí se produce la gran síntesis entre sistema y existencia,
entre. sociedad e individuo. Allí se produce la gran síntesis entre sistema y
existencia, entre sociedad e individuo. (Ibídem).

Las presiones destructivas de la civilización urbano-tecnológica actual, ejercen


sobre la familia efectos negativos en tres aspectos: en la propia estabilidad del
vínculo conyugal, en el cuidado biológico y sicológico de los hijos, y en la
educación o edificación moral de los futuros ciudadanos. No estoy afirmando
que todo cuanto existe en el ambiente de nuestra vida actual sea negativo
para la familia, sino que la familia tiene que establecer una relación nueva
frente a la tecnología y tener una conciencia clara de aquellas fuerzas que
indudablemente la están negando. De modo que existen dos clases de
realidades extra-familiares en la atmósfera cultural y social contemporánea:
unas que pueden ser positivas y aprovechables pero que dependen del uso que
se les dé, y de la relación que la familia mantenga con esas potencias
tecnológicas; y otras, realmente negativas. (Ibídem).

El término matricentrismo fue retomado años después por Moreno, quien


establece el modelo familiar-cultural popular venezolano y la figura de la
madre popular o mujer-sin-hombre sobre un hilo conductor que retrotrae al
periodo de la conquista (Moreno, 1997, citado en De Lima, B. y Sánchez, Y.,
2008). En este modelo familiar es impensable la pareja: “Padre y madre son
siempre pensados como separados (…) Se afirma al padre por un lado y a la
madre por otro, cada uno con vidas independientes que apenas se tocan”
(Moreno, 2002, citado en De Lima, B. y Sánchez, Y., 2008).

Moreno (1998), plantea que los estudios sobre la familia en Venezuela han
partido, sin discusión generalmente, del modelo occidental judío-cristiano de
familia: constituida por padre, madre e hijos; estableciéndose este modelo
como ideal cultural dominante, desde el cual se juzgan otras experiencias
familiares. De allí que aquellos grupos familiares que se alejen de este
paradigma sean consideradas como familias incompletas, “atípicas e
inestructuradas”. Sin embargo, Moreno (1998) señala que la antropología ha
demostrado cómo distintas culturas poseen modelos de familias que se alejan
sustancialmente del considerado natural en occidente y cómo tales modelos
son perfectamente funcionales a dichas culturas. (Monasterios U., M., 2001).
Se asume por tanto, que la familia popular venezolana es producto de nuestra
cultura con sus rasgos definitorios de matrifocalidad, modelo familiar-cultural
que está focalizado en la madre y los hijos. No es atípica, sino típica por cuanto
éste es el modelo “estructural, real y funcionante” (Moreno, 1995). Lo atípico
es el modelo conyugal, por cuanto existe como experiencia reducida a una
minoría, en contraposición a la experiencia mucho más frecuente donde la
familia se constituye alrededor de la madre. (Monasterios U., M., 2001).

Según Moreno (1995), la familia popular venezolana no sólo es matricentrada,


(…) sino como modelo cultural se ha estructurado y se mantiene sobre una
praxis que va más allá de las estructuras sociales y económicas de corto o
mediano plazo, hacia un modo de vida permanente a través del tiempo.
(Monasterios U., M., 2001).

El modelo familiar-cultural popular venezolano es, pues, el de una familia


matricentrada, o matrifocal, o matricéntrica. Cuando [Moreno dice] que es un
modelo cultural, [entiende] que se funda, origina y sostiene sobre una praxis
vital, histórica ciertamente, que trasciende más allá de estructuras sociales y
económicas de corto o mediano alcance, a un "modo de habérselas el hombre
con la realidad". En cuanto cultural, un modelo familiar se estructura y fija una
vez que, sobre la praxis-vida de un grupo humano, se ha constituido una
simbólica común, una "habitud" a la realidad y una exísteme. No implica ello
que el modelo de familia sea posterior a este proceso pues se elabora en su
mismo seno y, lo mismo que otras "instituciones", es sujeto, a la vez agente y
paciente, del mismo. (Moreno, 2012).

La persistencia de un modelo familiar implica por lo mismo la persistencia de


una cultura en su núcleo matricial energético al menos, de modo que no
cambia sin el cambio de éste y viceversa. (Ibídem).
Familia matricentrada no significa de ninguna manera familia matriarcal. El
matriarcado lleva, en la misma etimología de la palabra, el poder de dominio
como contenido definitorio. Si bien el poder de la madre es una realidad
presente en la familia matricentrada, no la define. En todo caso no es un poder
de gobierno femenino sobre la comunidad. Bajo un patriarcado formalmente
fuerte, y realmente débil, funciona un matriado (sic) totalizador de puertas
adentro. (Ibídem).

La familia pues, en este modelo, está constituida por una mujer-madre con sus
hijos. (Ibídem).

Hurtado, S. (1995, citado en Monasterios U., M., 2001), enfatiza desde una
perspectiva económica, las estrategias económico-sociales de la familia
popular, proponiendo las relaciones de parentesco y la matrifocalidad, como
los elementos que pone en juego la familia, para articularse con la sociedad.
Hurtado, (1998, citado en De Lima, B. y Sánchez, Y., 2008), a partir de un
enfoque etnopsiquiátrico, se deslinda del concepto de matricentrismo, al
considerar que resulta insuficiente porque “la unidad de análisis es el individuo
y su interacción en el juego de sus roles afectivos, y no la relación cultural”
Distingue entre matrisocialidad como exceso psicocultural de la figura materna
en la estructura familiar, y la matrifocalidad, referida a la explicación de la
dinámica social de la familia, cuyo funcionamiento depende de las decisiones y
actuaciones de la madre. Presenta la personalidad matrisocial como “la
elaboración de una personalidad étnica particular, que caracteriza al sistema
cultural venezolano”, un concepto histórico cultural con contenido
psicodinámico (Hurtado, 1998, citado en De Lima, B. y Sánchez, Y., 2008).

En realidad, expone este autor, si el apellido paterno y la representación


masculina dan forma a la apariencia patrisocial de la familia venezolana, su
interior se mueve en torno a motivaciones matrisociales. La madre es el único
adulto con autoridad, quien procura la dependencia de los hijos y mantiene
relaciones ambivalentes con respecto a los hijos. Hay un claro reparto de
funciones madre-hijas, padre-hijos, con la presencia de un mundo femenino y
otro masculino (Hurtado, 1998: 152-153). La mujer-madre manipula a su
favor el universo familiar y social, apropiándose de los hijos; al hombre
corresponde la representación formal y su peso es insignificante; hay una
“falta de cultura del padre” en el sentido de una ausencia sociológica (Hurtado,
1998, citado en De Lima, B. y Sánchez, Y., 2008).

Para Hurtado, S. (2003), Venezuela es un país matrisocial, con todas las


consecuencias que la especie "matrisocial" puede conllevar en la redefinición
del género "país" y de su organización como pueblo, nación y sociedad. Esta
proposición debe entenderse en el sentido de que lo "matrisocial" se genera en
la observación de la estructura familiar, que, luego, sin dejar su propio proceso
grupal, se establece en referente de la lógica y sentido del ethos o modelo
cultural de la sociedad. Por consiguiente, lo matrisocial puede observarse
también como un asunto social.

La matrisocialidad no es ya un simple concepto etnológico como la


matrilinealidad (definición del linaje de una sociedad tribal), sino
complejamente etnopsiquiátrico (definición del ethos cultural de una sociedad
de clases). El enfoque etnopsiquiátrico permite no sólo observar la
amplificación del objeto de la familia vía a la sociedad, sino también incorporar
la lógica matrilineal, más allá del caparazón del concepto etnológico, a la
psicodinámica del concepto de matrisocialidad. En nuestro caso, incorporamos
la ruptura del principio de reciprocidad que concurre en toda sociedad de
carácter matrisocial. (Hurtado, S., 2003).

Hurtado resume la estructura familiar matrisocial en cuatro pisos: fuerte


unificación del grupo familiar a partir del símbolo de la madre-casa; división
sexualizadora del modelo cultural en dos mitades: femenina y masculina;
desigual sistema de prestaciones entre marido como proveedor económico y la
mujer como donadora de sexo; ideal de familia unida relacionado con la familia
extensa y una profunda matrilocalidad (Hurtado, 1998, citado en De Lima, B. y
Sánchez, Y., 2008). Concluye que, pese a su apariencia deficitaria, esta familia
“funciona de un modo coherente y completo como todo sistema cultural, a
partir de su represión básica, su eje- estructura y a su relación paradigmática,
es decir, de la madre/niño”. Todas las propuestas coinciden en que el común
denominador es la autoridad materna y los nexos afectivos profundos con los
hijos, cuya crianza recae sobre la mujer. El soporte de este hogar no está
representado en la díada hombre-mujer, está desplazado a la díada mujer-
hijos. (De Lima, B. y Sánchez, Y., 2008).

López-Sanz (1993) contribuyen en mucho a esclarecer el concepto de


matrifocalidad, permitiendo enfocar bajo esta perspectiva la trama de
relaciones que se desarrollan en el seno de los grupos de parentesco y familia,
y cómo “los patrones de estructuración, reclutamiento y estrategia de estos
grupos señalan el papel resaltante del principio de la hembra en el ciclo de
desarrollo de los grupos domésticos” (López-Sanz, 1993, citado en Monasterios
U., M., 2001).

En tal sentido, Solien de González (1975, citado en Monasterios U., M., 2001)
define la matrifocalidad como la tendencia general a destacar a la madre como
la figura estable, que toma decisiones dentro de la familia e incluye además,
en la definición, la relevancia que tienen los parientes de la madre, frente a las
decisiones del padre y a los parientes de éste. (Monasterios U., M., 2001).
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4.3 Composición de la Familia Matricentrada

Moreno, A. (2012: 7), en su texto La familia popular venezolana, señala que el


modelo de familia matricentrada está constituida por una mujer-madre con
sus hijos. La historia ha hecho de la madre popular una mujer-sin-hombre o
una mujer-sin-pareja. En estas condiciones [se mantiene hasta] nuestros
días.

La familia ‘nuclear’ o tradicional, conformada por la madre, padre e hijos, es la


estructura que prevalece en buena parte de las sociedades occidentales.
Mientras que la familia ‘extendida’ es una forma de organización social donde
varios hermanos comparten el mismo hogar con sus hijos y esposas, así como
también con los padres, y dependiendo del contexto, la familia extendida
puede estar conformada por varias generaciones, la familia nuclear es aquella
conformada por el hombre, la mujer, y sus hijos. Esto no quiere decir que en
las sociedades occidentales modernas sólo los padres, hijos, hermanos y
cónyuges son parientes. Efectivamente, la sociedad occidental moderna conoce
bien las relaciones entre primos, suegros, tíos, etc., pero el tipo de
organización social fundamental es la familia nuclear: es en torno a ella como
el individuo pasa buena parte de su vida. (Campo-Redondo, M.; Andrade, J.;
Andrade, G., 2007: 88-89)

Durante cierto tiempo se pensó que, la sociedad venezolana, teniendo un


amplio legado occidental, estaba estructurada por la familia nuclear. Pero,
gracias a la labor de varios investigadores, entre los que destacan José Luis
Vethencourt (2000: 65-81) y Alejandro Moreno (1995), la prominencia de la
familia nuclear en la sociedad venezolana ha sido seriamente puesta en tela de
juicio. (Campo-Redondo, M.; Andrade, J.; Andrade, G., 2007: 89)

Desde la década de los setenta, José Luis Vethencourt ha venido advirtiendo


que la familia venezolana entre las clases populares no está conformada por el
modelo nuclear tradicional del padre, la madre y los hijos. Por el contrario, lo
que prevalece en la familia venezolana es una estructura familiar ‘atípica’,
donde la pareja como institución familiar es muy débil. El lazo entre hombres y
mujeres nunca ha sido lo suficientemente fuerte como para sostener la
estructura de la familia nuclear. El resultado ha sido una estructura familiar
inestable, donde luego de la procreación, la pareja se disuelve. La disolución
de la pareja alimenta, en palabras de Vethencourt, una “muy frecuente
poliginia sucesiva e itinerante y, a la vez, en una frecuente poliandria, también
sucesiva, pero menos itinerante” (Ídem).

La falta de fortaleza de la familia monogámica, propicia que el hombre transite


en torno a varias mujeres (‘poliginia’) y por extensión, en torno a varias
familias, sin terminar de establecerse en ninguna. Así, el padre se desentiende
de sus hijos, y la mujer asume la responsabilidad casi total en la crianza de los
niños. El padre queda así virtualmente ausente del núcleo familiar, y la madre
se convierte en el eje de la vida familiar. De esto se desprende que la familia
venezolana sea ‘matricentrada’, a saber, el modelo de organización familiar
donde, con la virtual ausencia del padre, la madre acapara el mundo emocional
del individuo. (Ídem).
Como bien sostiene Vethencourt, la familia venezolana se caracteriza por una
pluralidad de parejas sexuales. Pero, tanto el marco legal como los valores
superestructurales de la familia venezolana están conformados por la
monogamia. Es el desequilibrio entre la monogamia y la policoitia lo que abre
paso a la familia matricentrada: el hombre tiene varias mujeres, pero la
sociedad le exige que tenga una sola. Cualquier revisión etnográfica general
revelará que en la mayor parte de las sociedades poliginias, el padre sigue
ocupando una posición importante en la estructura familiar, pues en esos
casos, la policoitia encuentra correspondencia con la poliginia. (Ídem).

Moreno (1995) acepta la descripción que Vethencourt ha hecho de la familia


venezolana. Su experiencia etnográfica confirma que, efectivamente, la familia
popular venezolana es ‘matricentrada’. Pero, allí donde Vethencourt sostiene
que la familia matricentrada es ‘atípica’ y en buena parte un ‘fracaso’, Moreno
protesta, sosteniendo que la familia matricentrada es tan funcional como la
convencional familia nuclear en el resto de las sociedades occidentales.
(Ibídem: 91).

4.3.1 La madre

La pareja como institución real, no ha sido producida en nuestra cultura. Esta


afirmación es falsa sin duda, si se toma en sentido absoluto, pero corresponde
a los hechos si se considera el predomino de la familia matricentrada. (Moreno,
2012: 8).

La pareja, en términos de mínima exigencia, implica la convivencia continuada


por un tiempo lo suficientemente largo como para que tanto el hombre como la
mujer intervengan, compartiendo funciones y responsabilidades, en la crianza
de los hijos comunes a ambos. La pareja además cumple con la finalidad de
satisfacer las necesidades básicas, económicas, sociales, afectivas, etc., de uno
y otro miembro. Estos miembros pueden cambiar a lo largo del tiempo una o
varias veces; no será eso probablemente lo ideal, pero para que exista la
pareja como institución cultural, es suficiente que el hombre y la mujer se
autoperciban como orientados a vivir en común y pongan en esa forma de vida
lo esencial de su realización como seres humanos. (Ibídem: 9).

La madre, nos dice Moreno, constituye el eje de los mundos emocionales de los
venezolanos. Por complejas razones históricas, Moreno sugiere que, siglos de
tradición familiar han propiciado que la pareja como institución, nunca consiga
suficiente fortaleza y estabilidad entre los venezolanos. Así, el eje de la
estructura familiar es, y muy seguramente, seguirá siendo la madre, pues la
virtual ausencia del padre no permite que sea de otra manera. El nexo que el
hombre venezolano mantiene a lo largo de su vida es con su madre. El hombre
venezolano siempre será hijo, mucho más que esposo o padre. (Campo-
Redondo, M.; Andrade, J.; Andrade, G., 2007: 91).

En los hechos, las necesidades básicas de la mujer, cuya satisfacción


ordinariamente se espera estén en la pareja, no tienen solución de satisfacción
por esa vía. (Moreno, 2012: 9).

¿Hacia dónde orientar esa satisfacción frustrada? Hacia el hijo. Sólo en él


hallarán cumplimiento las necesidades de seguridad, de afecto sólido y
prolongado, económicas, de protección, de reconocimiento y aceptación, de
dignidad y consideración, de comunicación e intercambio. (Ídem).

Este fuerte nexo ‘madre-hijo’, sostiene Moreno, propicia que el hombre


venezolano nunca se entregue de lleno a relaciones con otras mujeres; por
ello, sus relaciones conyugales siempre son inestables. La madre, por su parte,
alimenta en el hijo esta virtual ausencia en la vida familiar, pues de ese modo
logrará que el hijo mantenga toda la vida una íntima conexión con ella. El
mundo del venezolano es el mundo de la madre. El venezolano siente un
vínculo especial no sólo con la madre, sino con todos los otros elementos que
se acercan a ella: sus hermanos uterinos, sus parientes matrilaterales, la casa
de la madre, etc. La mujer, por su parte, se emancipará de la madre a
temprana edad, pues ella misma aspira ser madre, reproduciendo así la
estructura familiar prevaleciente. (Campo-Redondo, M.; Andrade, J.; Andrade,
G., 2007).

El vínculo con el hijo es el vínculo inevitable, impuesto por la misma


naturaleza, único capaz de sustituir a ese otro vínculo evitable, y además
imposible, con un hombre, extraño e igual, vínculo que no es impuesto por
ninguna naturaleza sino que depende de una decisión mutua que en los hechos
no se da. (Moreno, 2012: 9).

El vínculo con el hijo —varón o hembra— adquiere así por la fuerza de la


realidad sutiles rasgos incestuosos en lo psicológico y que, a veces, pero
siempre como excepción, pasan a ser también sexuales cuando del hijo varón
se trata. Por incestuoso puede este vínculo ocupar el espacio de la pareja.
(Ídem).

A preservarlo, reforzarlo, mantenerlo, a prolongarlo incambiado en el tiempo,


para toda la vida, encamina su función materna la mujer. De mil formas,
sutiles unas, más explícitas otras, la madre forma al hijo para que sea siempre
su-hijo. (Ídem).

Ella nunca se vivirá como mujer pura y simple, en una sexualidad autónoma
uno de cuyos aspectos puede ser la maternidad. Su autodefinición no será la
de mujer, en ese sentido, sino la de madre. Su identificación sexual consiste
en ser cuerpo-materno. La maternidad la define de-su-sexo, delimita su
feminidad y la realiza en lo sustancial. (Ibídem: 10).

El hijo por su parte, vivirá el vínculo con la madre, durante toda su vida, de
una manera si es varón, de otra si es hembra. La misma madre se encarga de
fijar las diferencias. (Ídem).

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4.3.2 El hijo varón

El niño que nace y se desarrolla en el seno de una pareja establece una


vinculación variada con el mundo familiar: con la madre, con el padre, con la
pareja misma como unidad, con los hermanos. Múltiples modelos, variadas
experiencias, diferencias y semejanzas, abren un amplio abanico a la
indeterminación, un espacio para la libertad y la elección vinculante. (Moreno,
2012: 10).

En la familia matricentrada, el niño vive, experimenta y aprende, una


vinculación también matricéntrica. Los hilos de la trama están en manos de la
madre la cual controla firmemente su propio extremo. La rigidez del vínculo se
la da la necesidad. Ese y no otro es el vínculo necesitado por la madre. Ella por
eso mismo lo hace necesitante. Tal acción le da una rigidez particular que la
acción misma alimenta y reproduce y que se refuerza por la falta de com-
petencia. (Ibídem: 11).

Este vínculo evoluciona, es cierto, adquiere elasticidad y diversificación en sus


zonas periféricas, en la cubierta exterior, pero su corazón, los hilos metálicos
del cable, permanecen sin cambios sustanciales. Cuando pase a adulto, el
sujeto seguirá siendo hijo, inserto en una filiación cualitativamente idéntica en
lo sustancial a su filiación infantil. (Ibídem: 11).

El hijo es el capital emocional de la madre venezolana. Cuantos más hijos


tenga, mayor será su imperio emocional. Siente que, de cada compañero
sexual, debe concebir al menos un hijo. El hijo concebido suplirá la ausencia
del marido que pronto se marchará. Sólo en décadas muy recientes, la
sociedad venezolana ha adquirido una conciencia maltusiana. (Campo-
Redondo, M.; Andrade, J.; Andrade, G., 2007: 96).
Durante siglos, Venezuela fue un país tenuemente poblado, por lo que nunca
se sintió una verdadera presión demográfica por el control de natalidad. Esto
ha venido cambiando en las últimas décadas, especialmente en las zonas
urbanas. Pero, la madre venezolana no tiene demasiada preocupación
demográfica. Su preocupación es más bien emocional: la incomodidad del
hacinamiento se ve compensada con la inmensa red de parientes, iniciada con
los hijos, en los cuales se apoya para vivir. (Campo-Redondo, M.; Andrade, J.;
Andrade, G., 2007: 96).

El monopolio emocional que la madre tiene sobre el hijo es tal, que cuando en
el mundo del hijo aparecen nuevas relaciones, se propicia el conflicto familiar.
Además de cerrarle paso al padre, la madre ve con preocupación una relación
conyugal estable de su hijo. La nuera es un personaje bastante incómodo para
la madre venezolana: las relaciones entre ellas no suelen ser muy armoniosas.
La nuera amenaza con quitarle al hijo de su lado. Es la madre misma quien,
con frecuencia, alimenta en el hijo la irresponsabilidad paternal y conyugal. No
desea que su hijo sea padre o esposo, desea que sea enteramente ‘hijo’. Gran
poder y voluntad tienen las madres venezolanas, pues su ventaja sobre las
nueras es virtualmente indiscutible. Más aún, la nuera tiene una gran
desventaja en su contra: ella misma eventualmente se convierte en madre,
cerrándole el paso al marido, y desentendiéndose de él. Sólo ‘toma prestado’ al
hijo por un breve período de tiempo, pues éste siempre regresa a la madre.
(Ibídem: 96-97).

No obstante, la suegra desarrolla un sentimiento de culpa y empatía para con


la nuera. Se identifica con ella como madre al fin, y de manera inconsciente,
reconoce su responsabilidad en el machismo del hijo. De forma tal que siente
esa extraña combinación de dolor y satisfacción al ver a la nuera abandonada
por su hijo. Es frecuente que la nuera y la suegra estrechen relaciones sólo
después que el padre se haya marchado. A partir de ese momento, nuera y
suegra dejan de ser rivales, y se abre paso a la solidaridad y la cordialidad
entre ellas. Aún sin ser especialmente fuertes, las relaciones entre suegras y
nueras suelen ser mucho más duraderas que las relaciones entre marido y
mujer. (Ibídem: 97).

El varón de nuestro pueblo nunca se vivencia como hombre, siempre como


hijo. Esta es su identidad. Vínculo filial permanente por tanto. No lo romperá ni
la muerte de la madre. Única vía de vinculación estable y profunda, única
relación que define la identidad. (Moreno, 2012: 11).
El vínculo materno reina casi solitario en la vida del varón, soledad erigida
sobre un amplio vacío, sostenida en múltiples ausencias, árbol único en el
desierto de las vinculaciones imposibles. (Moreno, 2012: 11).

Las necesidades afectivas del varón están canalizadas hacia una única vía de
satisfacción plena e indefectible: la madre. Toda otra satisfacción será por lo
mismo transitoria y, en el fondo, superficial. En todo caso, prescindible. Su
relación con la mujer, otra que su madre, será por lo mismo inestable y
marcada en gran parte por el componente genital, único que la madre no
satisface. Su necesidad de afecto, en el plano más profundo, está satisfecha, el
vínculo afectivo está soldado a la fuente. (Ibídem: 11-12).

Lo mismo hay que decir de la paternidad. El hijo no significa para el varón


nada parecido a lo que significa para la mujer. Puede ser una prueba de su
masculinidad, y poco más. Cuando la compañera le dé un hijo ella pasará
inmediatamente a ser "la madre de mis hijos". Siempre madre. Los hijos son
fundamentalmente hijos-de-madre. La mujer por su parte los quiere así,
de-ella. Y lo dice. (Ibídem: 12).

La presencia predominante del modelo materno en el proceso de identificación


sexual del varón induce a suponer un peso importante de los componentes
femeninos en tal proceso. (Ídem).

En primer lugar —primero en orden de explicación, no de jerarquía— la


presencia de numerosos hermanos de ambos sexos. Esta presencia permite
una diferenciación sexual por comparación dado que además la madre misma
establece distintas relaciones según el sexo y distintas pautas de
enseñanza-aprendizaje. (Ibídem: 13).

En segundo lugar la presencia probable, ya sea en el hogar o en el entorno


cercano, de figuras masculinas que funcionan como padres sustitutos. (Ídem).

En tercer lugar, el machismo como mecanismo social y cultural de control.

El machismo-poder es propio de los grupos sociales en los que la figura


paterna juega un papel importante en el hogar y, por lo mismo, en la
experiencia vital y el aprendizaje del niño. Se transmite por identificación con
el padre y lo reproduce. Lo llamaré machismo de origen paterno. (Ídem).
4.3.3 La hija

El vínculo madre-hija tiene otro sentido. Funciona como duplicador de la


mujer-madre. En la hija la madre se perpetúa, se reproduce la cultura y su
sistema de relaciones afectivas. La hija es la destinada a formar una nueva
familia. Si para el varón "mi familia es mi mamá", para la hembra, "mi familia
son mis hijos". (Moreno, 2012: 14).

El vínculo madre-hija cumple la finalidad de satisfacer las necesidades de la


mujer-sin hombre que ya he señalado al hablar del vínculo madre-hijo en
general, pero de distinta manera y en interior jerarquía con respecto al varón.
Por otra parte éste es un vínculo claramente identificatorio. El proceso de
identificación es en este caso lineal y sin complicaciones. No hay vacíos
fundamentales que lo pongan en jaque. (Ídem).

La hija en la familia matricentrada pronto deja de ser hija, para convertirse en


madre. No ha de sorprender la temprana edad para la maternidad de la mujer
venezolana. De la misma forma en que el gran empresario empieza su negocio
desde muy temprana edad, la mujer venezolana empieza su negocio emocional
apenas culminando su adolescencia. Siempre estará cerca de la madre; incluso
en términos físicos, estará más cercana que el hijo. La familia popular
venezolana se acerca más al modelo de la familia extendida que al de la familia
nuclear: las hijas y los hijos con frecuencia siempre vivirán junto a sus madres.
Pero, la hija nunca estará igual de cercana en términos emocionales que el
hijo, pues ella tiene sus propios hijos con quien dividir su mundo emocional.
(Campo-Redondo, M.; Andrade, J.; Andrade, G., 2007: 97).

La mujer tiene que cumplir un destino fijado por la trama de la cultura.


Aprende a cumplirlo desde que hace su entrada en un hogar diseñado para su
realización. Este destino implica una manera determinada de ser mujer-madre.
No será una madre sin más, habrá de ser una madre-sin-esposo, una
madre-abandonada, una madre criadora total de los hijos, marcadora del
destino de los mismos, madre también de todo el discurso vincular. Su vida
entera no será sino el desarrollo sistemático, por secuencias y escenas, del
guión de esta película cuyo director es la misma estructura socio-cultural.
(Moreno, 2012: 15).
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4.3.4 El padre

La familia ‘matricentrada’ en Venezuela es una realidad difícilmente discutible.


(…) la familia popular venezolana no es como la del resto de las sociedades
occidentales modernas. (Campo-Redondo, M.; Andrade, J.; Andrade, G., 2007:
92).

Predomina en Venezuela una estructura familiar donde el padre está


virtualmente ausente del núcleo familiar. Esta ausencia no es necesariamente
física. Bien puede tratarse también de una ausencia emocional: en la mayor
parte de las familias venezolanas, el padre es apenas una figura distante,
desentendida de los asuntos de los hijos. Su rol puede limitarse a ser el
proveedor de ingresos económicos, pero con frecuencia no pasa de eso. Por lo
tanto, es la madre la figura verdaderamente central en los mundos de vida de
los venezolanos. (Campo-Redondo, M.; Andrade, J.; Andrade, G., 2007: 92).

De particular interés es la prominencia de la policoitia en la familia venezolana.


El adulterio entre los venezolanos es bastante común, tanto así, que rara vez
un padre o una madre tendrá todos sus hijos de una misma pareja. La
incompatibilidad entre policoitia y monogamia dificulta que un hombre pueda
abiertamente tener dos o más mujeres de forma simultánea. Como resultado,
se desprende el hecho de que el hombre nunca puede desempeñar sus
funciones como padre de forma constante, pues su vida familiar se ve
interrumpida cuando la familia alterna le exige un compromiso monogámico.
(Ídem).
La familia venezolana es ‘matricentrada’, pero la sociedad venezolana sigue
siendo patriarcal. La madre ocupa prominencia como eje del orden familiar,
pero sigue siendo el hombre quien ocupa la posición de poder. El poder de la
madre es emocional, pero nada más. Asimismo, la madre nunca asume por
completo la centralidad de la familia venezolana. Ante la virtual ausencia del
padre en las relaciones familiares, la madre casi siempre recurre a una figura
paterna para que, castamente, asuma la responsabilidad paternal. (Ibídem:
93).

Aparecen así en la familia venezolana las figuras masculinas que reemplazan al


padre ausente. La madre está al tanto de que, será inútil solicitar a sus nuevas
parejas que se desempeñe como padrastro de sus hijos. La madre parece
conocer bien que la relación conyugal no será duradera, por lo que sería un
desperdicio tener esperanzas de que el nuevo marido sea el padre de todos los
hijos anteriores. Resulta más fructífero recurrir a una figura masculina con
quien la madre sepa que pueda ocupar el rol paterno de forma constante.
(Ídem).

El hombre venezolano sólo tiene relación estable y duradera con la madre y lo


materno. Así, la madre sabe que el mejor ‘padre’ para sus hijos será aquel
hombre con quien tenga un estrecho vínculo; a saber, sus hermanos uterinos.
Cada vez más, la familia popular venezolana, se ha acercado al desarrollo de la
institución que los antropólogos denominan el ‘avunculado’: vínculos especiales
entre un individuo y su tío materno. El hermano de la madre, especialmente si
es mayor que ésta, aparece como una figura de especial importancia, pues es
llamado a proveer el tutelaje masculino de los niños. (Ídem).

La relación entre cuñados se puede tornar conflictiva. El padre venezolano está


virtualmente ausente en la familia, pero esto no significa que está totalmente
ausente de ella. Aún guarda con recelo el derecho a la tutela de los hijos,
derecho que la madre, en buena medida, trata de despojárselo. La madre
prefiere que la figura paterna de los hijos no sea el padre propiamente, sino el
tío materno. El padre puede llegar a ver con sospecha a su cuñado, pues es la
figura que, potencialmente, puede quitarle a sus hijos. Pero, como suele
ocurrir en las sociedades avunculales, el padre mismo también puede ser un
tío materno, por lo que su interés en los hijos bien puede disiparse para
preocuparse más por sus propios sobrinos. (Ibídem: 93-94).

De forma tal que, en la familia venezolana, no suele existir una


correspondencia entre la figura paterna, el padre biológico, y el compañero
sexual de la madre. De hecho, la figura del padre que ejerce sus
funciones castamente (a saber, sin tener relaciones sexuales con la madre) ya
había sido prevista por la Iglesia hace siglos. Durante el papado de Gregorio
VII, en el siglo XI, se promulgó el celibato de los sacerdotes, de forma tal que
los ‘padres’ católicos podrán cumplir funciones análogas a las de un padre, sin
que esto implique una relación sexual con la madre. El líder religioso, o sus
equivalentes (líderes comunitarios) muchas veces suplen al padre ausente.
Muy frecuente es, entre los venezolanos, el ‘amigo de la familia’ que se
encarga de proveer el modelo masculino a los hijos sin padre.

Más aún, la Iglesia también parece haber anticipado la necesidad del ‘padre
casto’ a través de la institución del compadrazgo. Cada vez menos prominente
en el resto del mundo católico, el compadrazgo sigue siendo una institución de
capital importancia en toda Latinoamérica. Virtualmente todas las sociedades
prevén la posibilidad de que los niños se queden sin padres. Por ello, surgen
instituciones alternas para hacer frente a esta dificultad. Algunas sociedades,
las más antiguas, han recurrido al levirato (matrimonio de un hombre con la
viuda de su hermano), otras a la moderna institución del orfanato. El mundo
católico recurrió al compadrazgo: el compromiso de un padrino, un padre
‘suplente’ en caso de que el padre original llegase a estar ausente. (Ibídem:
94).

El compadrazgo tiene una gran presencia en Latinoamérica en general, y en


Venezuela en particular, y no podría ser de otra manera. En una sociedad
donde es la regla, y no la excepción, que el padre esté ausente del núcleo
familiar, se hace necesario fortalecer la relación entre ahijados y padrinos, y
entre compadres. Pero, lo mismo que el sacerdocio, esta institución, de origen
católico, también tiene una restricción sexual: los compadres no pueden tener
relaciones sexuales entre sí. (Ibídem: 95).

La ausencia virtual del padre en la familia venezolana propicia que el


venezolano siempre esté a la búsqueda de nuevos parientes, de forma tal que,
hasta cierto punto, suplan la ausencia paterna, no solo la figura del padre
propiamente, sino también de los parientes patrilaterales. Un rasgo muy
peculiar de la familia venezolana es la incorporación y prominencia de
‘parientes ficticios’; a saber, individuos con quien no se guarda ningún grado
de parentesco biológico, pero con quien se establecen relaciones muy
parecidas a las que se dan entre parientes. (Ídem).

Tanto es así, que la terminología empleada para referirse a los parientes suele
incluir a ‘tíos’ y ‘primos’ con quienes el individuo no tiene ningún nexo
biológico. A diferencia de otros sistemas de familia y parentesco, la ‘sangre’ no
es el mejor medio para reconocer a los ‘parientes’. En muchas instancias, el
padre biológico es apenas un ‘señor’, y por extensión, todos los parientes del
padre biológico son extraños. El venezolano antepone la relación social a la
sangre en la construcción de sus relaciones de parentesco. (Ídem).

La madre es la figura central de la familia venezolana, y no está dispuesta a


renunciar a ello. En una sociedad donde, por lo demás, a las mujeres se le
niegan muchos privilegios, la mujer aspira a compensar esta desventaja
adueñándose por completo del privilegio emocional del venezolano. No le
interesa el amor de su esposo, sino el de su hijo. El esposo llega a ser una
amenaza para su imperio emocional. Si el marido no se interesa por ella, es
porque al mismo tiempo la mujer no le ofrece la oportunidad de que así sea.
Para preservar su control, la madre ha de reproducir la familia matricentrada:
tal como sostiene Moreno, la madre alimenta en el hijo el machismo y la
conducta sexual promiscua, de forma tal que reproduzca con otras mujeres la
misma relación que el esposo tuvo con ella. (Ídem).

Algunos verán en esta reproducción una extraña forma de ‘masoquismo’: la


madre quiere que su hijo reproduzca la paternidad ausente, que,
aparentemente, tanto la ha hecho sufrir. No hay duda de que las madres
sufren cuando son abandonadas por los padres de sus hijos. Pero, la red de
parientes que ha construido ha sido tal, que visto de otra forma, disfruta
mucho más su soledad. La soledad disfrutada por la madre es análoga a la
soledad disfrutada por el ganador que se queda sin rival. (Ídem: 96).

4.3.5 La pareja

El compañero, para la mujer no va mucho más allá de ser un


medio/instrumento necesario para hacerla madre, instrumento del que se
puede prescindir cuando ha cumplido su función. En el extremo, cualquier
hombre es bueno para esa función, no tiene porqué ser el mismo. Para el
hombre por otra parte, la mujer que le da un hijo lo confirma como varón.
Cada hijo para él es una nueva condecoración en la larga guerra por afirmar su
pertenencia al sexo. Para esto en realidad el hijo no es necesario, basta la
mujer poseída. Ninguna guerra se gana con una sola batalla. (Moreno, 2012:
15).

En tales batallas cada cual obtiene su triunfo: el hombre su sexo, la mujer su


maternidad. Pero la mujer además gana un hogar. La mujer necesita formar su
propia familia, mientras el hombre ya la tiene desde siempre y para siempre.
El hombre le hace el hogar a la mujer, incluso en la materialidad de las
paredes del rancho. Cada nuevo hombre algo le irá añadiendo, le comprará
"sus" muebles-de-ella, "sus" ropas, "sus". (Ídem).

El hogar es propiedad de la mujer. Y dominio exclusivo. Ella fija los límites, las
condiciones de entrada y salida; no es propiamente el hombre el que abandona
a la mujer, sino ésta la que expulsa al hombre, de mil maneras y por múltiples
mecanismos enraizados en su inconsciente, donde se ha ido decantando por
una tradición multisecular. Por el sistema complementario de mecanismos, el
hombre a su vez necesita y desea ser expulsado. Esta complementariedad
perpetúa la trama de las relaciones de pareja. (Ibídem: 16).

Un vínculo fuerte y estable, múltiples vinculaciones frágiles y transitorias,


caracterizan la familiar popular. Familia necesariamente extensa. No hay en
este horizonte espacio para la familia nuclear. El vínculo fuerte circula por vía
femenina a través de varias madres pertenecientes a sucesivas generaciones
que conviven y comparten Sus funciones maternales. Esta es la columna
vertebral de la familia. (Ídem).
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4.3.6 Los hermanos

Ante todo, cada hermano está vinculado en una relación personal y diádica con
la madre. Esta vinculación es vivida como excluyente y no compartida
propiamente con los demás frutos del útero común. Y ello porque la misma
madre maneja un vínculo personal con cada hijo en particular. De este modo
ella se convierte en el vértice de una pirámide donde confluyen las numerosas
díadas del hogar. (Moreno, 2012: 16-17).

Cada uno es hermano del otro a través de su vinculación con la madre común.
La fraternidad real circula muy poco de hermano a hermano; su vía central de
vinculación está mediada por la madre. En cambio con los hermanos de padre
la vinculación es más directa, dado que el padre no cuenta en realidad sino
como referencia indispensable para saberse hermanos. Entre los hermanos de
padre la relación depende más de la convivencia ocasionalmente habida, del
entendimiento mutuo logrado, que del propio vínculo de "sangre". (Ibídem:
17).

Los verdaderos hermanos son los de madre. Esto jerarquiza las solidaridades y
los compromisos. El hijo varón se siente obligado a proteger y ayudar a sus
hermanos maternos, pero no a los otros. Y a los primeros, "por mi mamá".
También la hembra, aunque sobre todo "al modo de la mujer", esto es, más
como participación de la protección materna que en los planos de la economía,
del trabajo, etc., los cuales por otra parte no están excluidos pues la madre
misma tiene que cargar con tales compromisos, por lo menos hasta la adultez
del hijo. (Ídem).
Solidaridad y exclusión, cercanía y alejamiento, compromiso de "sangre" y
amistad, en distintos grados y en diferentes planos, configuran el sistema de
relaciones fraternas en el que podemos incluir, con particularidades
específicas, a los numerosos tíos, primos, sobrinos. (Ídem).

¿Hasta dónde este esquema se constituye en modelo general que norma de


alguna manera las relaciones de grupo extrafamiliares esto es, grupo de
trabajo, de amigos, político, cultural, religioso etc. y lo condiciona
estableciendo las vías por las que circulan las fuerzas centrípetas y las
centrífugas, la composición y descomposición, las solidaridades y los conflictos,
la unión y la desunión? No es el momento para intentar una respuesta. Quede
la pregunta como preocupación y sospecha. (Ídem).

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