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resultados de la aplicación

Los resultados de la aplicación de esta mentalidad al estudio de la bíblica son los que hemos
tratado de exponer, muy sumariamente, en las páginas anteriores. Lo primero que debía
hacerse era buscar los testimonios documentales que nos queden, y con ellos reconstruir del
modo más fidedigno posible el texto que ha de servimos de base. Esa fue la fase
de crítica textual, la primera de todas, que como ya ha quedado dicho tuvo lugar durante todo
el siglo XIX y, sobre todo, durante la primera mitad del XX. Una vez establecido el texto crítico,
o los textos críticos, ya que pueden ser varios, las virtualidades de este método se fueron
agotando. Era necesario pasar a otro nivel, el de la crítica literaria; por tanto, el análisis de
las fuentes o de los documentos anteriores que los redactores utilizaron en la composición de
sus obras. Aquí también la labor realizada ha sido ingente. Hoy se hallan identificadas las
fuentes que con gran probabilidad utilizaron los evangelistas. La más conocida es la fuente 0.
Pero hay otras varias, como ha quedado expuesto páginas atrás. Todos estos resultados son en
muy buena medida hipotéticos, toda vez que proceden del análisis in-* terno o la crítica interna
de los textos, sin ningún apoyo externo. No conocemos textos o documentos que permitan
identificar con seguridad ninguna de esas fuentes, aunque la lectura atenta de los textos parece
exigir su existencia. Ni que decir tiene que teniendo una base tan débil como esa, es lógico que
las fuentes identificadas sean sensiblemente distintas en los diferentes autores.
Tanto la crítica textual como la crítica literaria no tienen otro objeto que la identificación
precisa de los «hechos». Hasta tal punto es esto así, que muchos albergaron la ilusión de que
por medio de la crítica literaria de las fuentes conseguirían llegar al conocimiento de los hechos
auténticamente atestiguados de la vida de Jesús. Esta es la ilusión que muchos albergan aún
hoy respecto al documento Q. Es, de nuevo, aplicar una mentalidad positiva, cuando no
positivista, a textos escritos con una mentalidad completamente distinta.
De ahí que pronto surgiera la pregunta de cuál era la mentalidad de esos textos. Eso es lo que
trató de estudiar el movimiento conocido con el nombre de Formgeschichte, historia de las
formas. Hay géneros literarios distintos, y cada uno tiene su peculiaridad. Es obvio que
el género de la novela no es el mismo que el de una crónica, etc. ¿Cuál es el género literario de
los evangelios y, más en concreto, de cada una de sus perícopas y de sus dichos? Este era el
único modo de saber lo que realmente querían decimos. Y lo que pronto se vio es que ese
género, en cualquier caso, no era el propio de la historia, entendida al modo de la historiografía
moderna. De ahí que se hablara, con Rudolf Bultmann, de Entmythologisierung, de
desmitificación. No se podía leer la biblia como si de un documento histórico se tratara, es
decir, como si relatara hechos puros y duros, que sucedieron tal como ella los describe. Su
función no era esa. No tenía sentido. Pero si los evangelios, por ejemplo, no transmitían los
hechos de la vida de Jesús, ¿qué es lo que proclamaban?

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