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Teoria Práctica de La Regulación 2006 PDF
Teoria Práctica de La Regulación 2006 PDF
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Ricardo Paredes M.
José Miguel Sánchez C
1. Introducción
En cuanto a la teoría, hay tres desarrollos recientes del instrumental de análisis económico
que han modificado de manera fundamental la manera de enfrentar y analizar los
problemas de regulación. Estos son: la Teoría de Juegos, la Teoría de los Costos de
Transacción y la Economía de la Información. Este instrumental analítico ha probado ser
muy útil para analizar situaciones de mercado en las cuales el paradigma de la
competencia perfecta no es adecuado.
La Teoría de los Costos de Transacción que se asocia fundamentalmente con los nombres
de Coase (1937) y Williamson (1985), plantea como su punto central la existencia de
costos de transacción. Específicamente, Williamson se refiere a dos tipos de costos de
transacción. Uno ocurre al momento de suscribir el contrato y el otro ocurre después,
cuando el contrato está en vigencia. El primer tipo se debe a que hay contingencias que no
pueden ser previstas y al hecho de que también habrá contingencias que aun si son
previstas, pueden ser difíciles de incluir en un contrato. El segundo tipo se debe a que la
vigilancia sobre el cumplimiento del contrato puede ser costosa. La consecuencia principal
de esto es que los contratos que se suscriben son incompletos. Hay dos implicancias
fundamentales que surgen del hecho que los contratos sean incompletos, i) el diseño de las
instituciones responde, entre otras variables, a un intento por minimizar los costos, y por lo
tanto las instituciones son endógenas. Y ii) el hecho que los contratos sean incompletos,
hace relevante la propiedad. En otras palabras, cuando los contratos son incompletos, la
propiedad importa puesto que no es necesariamente cierto que cualquier asignación de
derechos puede ser revertida o anulada por un contrato (excepto anulando la propiedad).
Esta idea, que ha dado lugar a teorías de la firma (Grossman y Hart, (1986)), también es el
punto de partida para el análisis de la privatización, y para comparar la propiedad pública
versus la propiedad privada de una empresa regulada (Laffont y Tirole, (1993)). También es
fundamental para entender eventuales problemas de renegociación post-contractual. Por
último, la Economía de la Información ha permitido incorporar de manera explícita en los
modelos los problemas de asimetría de la información que existen entre el ente regulador y
las empresas reguladas, esto es, el hecho que el regulador tenga menos información que el
regulado. Con ello se ha podido avanzar en el diseño de contratos y mecanismos de
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incentivos que tienden a minimizar los problemas en vez de exacerbarlos. Las asimetrías
de información pueden deberse a la existencia de información privada que poseen las
firmas reguladas (y no el regulador) respecto a alguna variable exógena, tal como la
tecnología. En este caso, surgiría el problema que la literatura denomina "selección
adversa". También puede deberse a la posesión de información privada respecto a alguna
variable que la firma regulada controla y que no es verificable por el regulador, como podría
ser el esfuerzo por reducir costos, y que corresponde a lo que la literatura denomina "riesgo
moral". Cualquiera de los dos casos constituye una restricción bajo la cual se debe
desarrollar el proceso regulatorio. El reconocimiento de la existencia de información
asimétrica ha centrado el análisis cada vez más en los incentivos que enfrentan los agentes
participantes en el proceso regulatorio, es decir: la firma regulada, el regulador, los grupos
de interés y los consumidores.
Para situamos en el tema, podemos señalar que Adam Smith, el precursor de la teoría
económica, en su libro "La Riqueza de las Naciones", señalaba que incluso en un contexto
en el cual las personas fueran absolutamente egoístas, su iniciativa hacia la búsqueda del
lucro personal las conduciría a hacer el bien. Existiría algo así como una "mano invisible"
que llevaría a las personas a hacer el bien, aunque ellas no se lo propusieron.
No se desprende de la visión de Smith que exista algo positivo en ser egoísta. En su libro,
"Teoría de los Sentimientos Morales", Smith había destacado los sentimientos más nobles
del ser humano. En cambio, la idea fundamental de La Riqueza de las Naciones es que
incluso en el caso límite de egoísmo, las personas harán el bien. En relación a esta visión,
de la que se derivan implicancias de "dejar hacer" y de no intervención, se pueden
contraponer visiones filosóficas y prácticas. Se puede plantear, por ejemplo, que el
Cristianismo o el Marxismo discutirían la visión de Smith de la naturaleza del hombre.
Nuestro interés, sin embargo, es desde el punto de vista económico, desde donde se
pueden desafiar la idea que, el mecanismo automático o la mano invisible, es perfecto,
existiendo dos razones por las cuales la regulación se justifica: las externalidades y los
monopolios.
Las externalidades son efectos de las transacciones que trascienden a las personas
directamente involucradas en ellas. La regulación en presencia de externalidades se
justifica desde hace mucho tiempo y es Pigou quien más claramente define la política a
seguir. En el caso de externalidades positivas, por ejemplo reducciones del costo de
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empresas productoras de miel, debido al aumento en la producción de manzanos, se
debería, según Pigou, subsidiar la producción de manzanas. En el caso de externalidades
negativas, se debería aplicar un impuesto al que la produce.
En el año 1960, sin embargo, Ronald Coase sugirió que bajo ciertas condiciones, el análisis
Pigoviano estaba errado y que desde un punto de vista de la asignación de recursos, la
intervención estatal podía incluso empeorar las cosas. Coase propuso que en el caso que
los derechos de propiedad estén bien definidos y no existieran costos de ponerse de
acuerdo entre los agentes económicos, no debe haber intervención por parte del Estado,
pues la asignación de recursos será la óptima. Ello, que se conoce como el Teorema de
Coase, sugiere que el ámbito de la intervención estatal debiera reducirse fuertemente.
Para ilustrar el punto consideremos el siguiente ejemplo:
Existe inicialmente una industria productora de aceitunas que genera una renta económica
de $500 millones. Posteriormente llega al área una siderúrgica, que obtiene rentas por
$800 millones, pero que incremento los costos a la industria de aceitunas en $600 millones.
La sugerencia de Pigou sería hacer sentir a la siderúrgica los costos que genera a la
industria de aceitunas a través de un impuesto de $600 millones. Ello haría que la
siderúrgica entrara en el negocio, pagando todos los costos que genera. En este caso, sin
embargo, la siderúrgica se mantendría en producción y se dejarían de producir aceitunas.
El análisis de Coase indica que, en el caso que los derechos de propiedad estén bien
definidos (no importa cómo, pero si que estén claramente definidos), y que los costos de
transacción sean cero, se llegará al mismo resultado, es decir, la industria de aceitunas
desaparecerá y la siderúrgica se mantendrá en operación, también, de una u otra forma,
pagando todos los costos que genera. Como se puede apreciar, ello es lo mejor que puede
ocurrir desde un punto de vista de la asignación de recursos. Por supuesto, la forma en
que se asignen los derechos de propiedad afectan la distribución de la riqueza, lo que no
es considerado desde el punto de vista de la pura eficiencia asignativa de los recursos. En
el caso que el derecho de propiedad del aire y por lo tanto a contaminar sea de la
siderúrgica, es evidente que la industria de aceitunas desaparecerá. Menos evidente, pero
también cierto es que en el caso que se defina que quien tiene derecho sobre el aire (y así
a no ser contaminado), son los productores de aceitunas, los productos de aceituna
igualmente desaparecerán. En este caso, Coase propone que lo que ocurrirá es que los
productores de aceitunas estarán mejor fuera de la industria, recibiendo algo más de $500
millones por parte de la siderúrgica (e.g., US$ 550), y que la siderúrgica también estará
mejor pagando algo menos de $600 millones a los primeros. Consecuentemente, habría
una transacción voluntaria entre ambas empresas (o industrias) sin la necesidad que el
Estado intervenga.
El análisis anterior no sólo implica que la política óptima es la de no intervenir, sino que
además sugiere que intervenir, siguiendo a Pigou, sería negativo. Si se hubiera producido
el acuerdo entre las partes y posteriormente se aplica la recomendación de Pigou, existiría
un costo económico y social por la intervención, desapareciendo tanto la siderúrgica como
la industria de aceitunas.
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Así el análisis de Coase despeja una de las más grandes "cortinas de humo" que tienden a
justificar la regulación. No es que sugiera que no existen externalidades o que siempre los
derechos de propiedad están bien definidos o que en general los costos de transacción son
cero. Lo que ocurre es que la visión Coesiana impone una disciplina al regulador para
definir cuándo debe regularse. Siempre el analista podrá encontrar cómo cualquier
transacción entre individuos genera externalidades. La siembra de remolacha evita la
erosión, la educación universitaria genera "spill-overs", la producción de automóviles
"desarrolla tecnologías aprovechables a otras industrias", etc. Con Coase, ello no es
suficiente para intervenir o regular, y por lo tanto, la regulación se hace más cuestionable.
Un aspecto mucho más cuestionable desde el punto de vista económico, pero usualmente
tocado, se refiere a la intervención estatal para distribuir el ingreso. Es claro que el Estado,
por la vía de la cohersión, puede distribuir el ingreso de un grupo hacia otro. Sin embargo,
reconociendo que la distribución del ingreso puede ser directamente afectada por el
Estado, este tema sólo nos interesa en cuanto al hecho que la misma regulación tiene
efectos distributivos. Tal relación ha sido estudiada indirectamente intentando identificar
grupos de ganadores y de perdedores del proceso regulatorio, y relacionando el tamaño
relativo de los grupos, con las votaciones. La evidencia tiende a sugerir que
frecuentemente la decisión de regular tiene un componente de presión grupal.
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objetivo que propende al beneficio social, sino que suele ser sólo el producto de presiones
de grupos de interés.
Por otra parte, la literatura también ha ilustrado que los consumidores no estarían
absolutamente desprotegidos ante políticas que favorecieran sólo a grupos organizados,
pues sancionarían a través de sus votos a los congresistas que los perjudican con tales
políticas.
Posterior al trabajo seminal de Stigler y Friedland (1962) se han sucedido varios otros que
han seguido el debate. En esta línea se encuentran varios casos en los cuales la
efectividad de las regulaciones es negativa en relación al objetivo que se planteó
inicialmente. Peltzman (1973), por ejemplo, concluye que la legislación que pretendió
proteger a los consumidores del consumo de drogas inefectivas, si bien consiguió su
objetivo, lo hizo a costo de reducir la innovación en la industria. A pesar de lo anterior, ello
pudo tener un efecto positivo sobre la asignación de recursos en el caso que se hubiera
inhibido preferentemente la innovación en medicamentos presumiblemente inefectivos.
Ello, sin embargo, no fue el caso.
También Peltzman (1975) hace una evaluación negativa de las regulaciones tendientes a
mejorar la seguridad de los automóviles. La mayor seguridad obtenida por los
automovilistas, se sugiere, se habría traducido en mayores muertes de los peatones, de la
toma de mayores riesgos por parte de los conductores (e.g., manejar en estado de
ebriedad), y en mayores daños a la propiedad. Peterson, et.al. (1995) sugieren que la
norma la que se obliga a los fabricantes de auto a incorporar bolsas de aire, aumenta el
manejo agresivo de los conductores, afectando negativamente el grado de protección de
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peatones y automovilistas de autos sin bolsas de aire. En otro estudio, Linnemann (1980)
encuentra que la Comisión de Protección a los Consumidores, encargada de velar porque
los consumidores no tomaran excesivos riesgos, no consiguió en lo absoluto reducir los
riesgos de los consumidores por aumentar las exigencias de inflamabilidad en colchones,
pero si que los precios de los colchones aumentaron significativamente.
La aproximación legalista, que dice cómo se pueden hacer las cosas sin transgredir la ley,
es útil, pero muy parcial. Frecuentemente los países se han conformado con tener un
conjunto de normas que los dejan satisfechos en relación a lo que está y no está permitido,
pero no hay una real preocupación sobre la forma en la cual funciona el sistema después.
Las leyes dan por supuesto un marco, pero las instituciones suelen sobrepasarlas. Por
ello, tiene especial relevancia el tema institucional concebido en forma integral, donde
además del aspecto normativo y legal, se incluyen los procesos informales y los factores
que los determinan.
Ejemplos de leyes y normativas regulatorias que han tenido efectividad en ciertos países y
que definitivamente no funcionan en otros son materia de cada día. Por ejemplo, la
aplicación de garantías y otras normas de protección al consumidor, que en los Estados
Unidos son obvias, suelen ser descartadas en países de menor desarrollo. De la misma
forma, entender por qué no se aplica la legislación antimonopolios en PMD y donde se
aplica se hace deficientemente, requiere entender la distinta naturaleza de las instituciones
en esos países. En efecto, aun cuando las leyes suelen ser las mismas y muchos PMDs
tienen hoy mayores recursos que los que tenían los Estados Unidos o Canadá cuando
empezaron a utilizarlas, su aplicación es deficiente, lo que obedece a diversos factores que
se enmarcan dentro del concepto de institucionalidad.
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Es fundamentalmente a través de este proceso que adquiere importancia el cambio de la
propiedad, de lo público a lo privado, adquiriendo vital importancia el tema de la
privatización, que cambia el grado de reversibilidad de las políticas.
a) El Esquema Legal
Las normas legales señalan lo que está y no está permitido, pero no necesariamente lo que
se hace o no se hace. Esta diferencia se puede percibir perfectamente cuando se
compara, a la luz del estudio de De Soto (1989), las metodologías legalistas e
institucionales, para conocer el costo que existe en Latinoamérica para la actividad del
sector privado.
En su libro, de Soto argumentó sobre los inmensos costos que existían en el Perú, "pre
Fujimori", de iniciar empresas. Para ello, el autor siguió todos y cada uno de los
procedimientos que están estipulados en la ley para iniciar una actividad formal. Así, si la
ley requería enviar una carta y esperar réplica, la esperó. Si el funcionario le sugirió hacer
largas filas, visitar varias reparticiones y efectuar diversos trámites, los hizo. A partir de
ello, calculó que el costo de iniciar una nueva actividad era muy significativo en relación a
los costos totales de hacer negocios.
Son dos los elementos, estrechamente vinculados, que describen el contexto legal y que
permiten tener una idea del medio en el cual se desenvuelven las empresas y los
requerimientos que impone al aparato regulador: el diseño de la ley y su cumplimiento.
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Un buen diseño de la ley requiere un cuerpo simple, que pueda ser claramente
comprendido, que no esté permanentemente sujeto a presiones por su modificación y por
ende, sea consistente con principios generales aceptados. Una legislación simple suele ser
más efectiva en conseguir las metas relevantes que se plantea. Legislaciones engorrosas
son el resultado del deseo de introducir demasiados objetivos en una norma, mucho de
ellos inconsistentes. La simplicidad, a su vez, facilita el cumplimiento de la legislación.
Evita el que, a través de interpretaciones, se exima a grupos o personas del cumplimiento
de la ley y, por ende, reduce la presión a burocratizar su implementación y a la corrupción.
La consistencia de la norma con principios generales no sólo reduce las presiones para que
ella se modifique, sino que más importante, da el marco que permite los cambios y
adaptaciones necesarias de la ley a los requerimientos específicos en cada momento del
tiempo. Determinar en forma precisa si la ley ayuda al cumplimiento de objetivos es mucho
más importante que determinar si la ley dice tal o cual cosa. Así, por ejemplo, ante el
principio general de velar por la salud e integridad de la población, uno puede discutir en
cada momento si una norma específica contribuye o no a ese principio sin necesidad de
debatir sobre el principio mismo. Ello hace cada norma menos inamovible, susceptible de
cambio o reemplazo y por ende, a la ley más flexible.
b) Políticas Pro-Competencia
Regular es difícil y por ende, costoso. Por ello los países debieran primeramente procurar
el uso de políticas alternativas a la regulación directa, siendo la promoción de la
competencia el medio más obvio, barato y efectivo de conseguir la mejor asignación de
recursos. Aunque la promoción de competencia no descarta esquemas de regulación que
la complementan, una mirada directa al tema permite entender su relevancia en el diseño
institucional.
Las políticas de competencia deben definirse en forma amplia, por lo que si bien incluyen
como elemento a la legislación antimonopolios, no se limita a ese ámbito. Políticas de
competencia pueden definirse genéricamente como lo que el Estado hace (o deja de hacer)
para profundizar mercados y maximizar la suma de excedentes económicos de
consumidores y productores. Así definidas, las políticas de competencia no se traducen
necesariamente en promover una gran participación de operadores. La desregulación en
ciertas industrias de insumos básicos, que se trasmiten a menores precios del producto,
puede no aumentar el número de participantes en el mercado y pueden incluso disminuirla,
pero sí implicar un mayor bienestar para los consumidores.
Una política de competencia bien diseñada debe preservar la coherencia entre distintas
políticas en el sentido que todas y cada una de las normas deben tender a reducir la
discresionalidad del Estado y entregar al sector privado un rol fundamental. La evidencia
sugiere que no es posible hacer una política de competencia sin que haya o se cree una
institucionalidad coherente. En particular, está lejos de ser suficiente promulgar una ley
antimonopolios, por ejemplo, para garantizar que ella tenga efectividad. Esta idea es
coincidente con Waller (1994) quien argumenta sobre las dificultades de transferir políticas
antimonopolios entre países con historias y regímenes legales diferentes. También lo es
con Newberg (1994) quien argumenta que la falta de tradición en políticas antimonopolio
hace inexistente o inoperante una estructura legal que la apoye, y por ende le ha restado
viabilidad a la aplicación efectiva en varios países. Más aún, es consistente esta idea con
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todas las experiencias conocidas, incluyendo la de Chile, que al menos por tratarse de un
PMD en el que se ha verificado un éxito relativo en tal política, parece especialmente
relevante de considerar.
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consumidores en más de lo que le cuesta a la sociedad producirlas, no son producidas por
el monopolista en su afán por maximizar sus beneficios.
Hay dos razones fundamentales para que la tecnología en una determinada industria
exhiba subaditividad de costos: economías de ámbito y economías de escala. La primera
se refiere al ahorro en costos que se logran por la producción conjunta de ciertos bienes
respecto a lo que costaría si se produjeran en forma separada y es por tanto una propiedad
que sólo pueden exhibir firmas que producen más de un bien. El típico caso en que esto
ocurre es cuando se comparte algún costo fijo en la producción de varios bienes o
servicios. La segunda se refiere al ahorro en costos que ocurre por la expansión en la
escala de producción .
Considere el caso de un monopolio natural que produce un solo bien, como el ilustrado en
la figura 1 donde la función de costos que se ha supuesto es una que se caracteriza por
tener un componente fijo (asociado por ejemplo a la existencia de una red para proveer un
servicio) más un costo marginal constante.
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Si se adopta el criterio de maximizar el bienestar social definido como la suma de los
excedentes del consumidor y el productor, el precio óptimo uniforme es igual al costo
marginal k. En este equilibrio de "primer mejor" (punto E en el gráfico) se producen q*
unidades del bien que se proveen a todos los consumidores que están dispuestos a pagar
al menos el costo marginal de producción. El excedente maximizando está dado por el
área AEk menos F (el costo fijo). El principal problema con esta solución es que con este
precio el monopolista no cubre sus costos fijos incurriendo en pérdidas que ascienden a
un monto igual a F. La única solución para lograr el primer mejor manteniendo el precio
uniforme, es que el gobierno subsidie al monopolista por el monto de los costos fijos. Esta
alternativa tiene, sin embargo, al menos dos problemas: el primero es que para el
regulador es generalmente políticamente poco presentable aparecer subsidiando a un
monopolista. El segundo problema y más fundamental es que el subsidiar al monopolista
trae costos sociales por cuanto es necesario recaudar los fondos para el subsidio
poniendo impuestos distorsionadores en otros sectores de la economía. Tiene además
problemas de incentivos en el tiempo porque si una empresa es subsidiada de manera de
financiar sus costos, los incentivos a controlar los costos desaparecen.
Es común, por lo tanto, que el regulador al determinar las tarifas del monopolio lo haga
adoptando un criterio de segundo mejor. Este es un criterio de optimalidad restringida que
consiste en maximizar la eficiencia económica, definida como la suma de excedentes del
consumidor y del productor, sujeto a la restricción de que el monopolista se autofinancie.
En la figura 1, la solución de segundo mejor está dada por el punto S, donde el precio o la
tarifa fijada es igual al costo medio del monopolio. El excedente total en este caso
restringido está dado por AST y la pérdida social en que se incurre por estar en un óptimo
de segundo mejor, en lugar de estar en el primer mejor, está dada por el triángulo SUE.
Esta área es pérdida de excedente del consumidor que no es capturada por nadie, de
manera que representa una pérdida neta para la sociedad que ocurre porque en la solución
restringida se producen menos unidades que en el primer mejor, unidades que son
valoradas por los consumidores en más de lo que le cuesta a la sociedad producirlas.
Desde un punto de vista normativo se puede plantear la pregunta de si el hecho que una
industria tenga características de monopolio natural es una razón suficiente para regularla,
especialmente cuando se tiene en cuanta que, tal como hemos argumentado, la regulación
es generalmente imperfecta y el regulador enfrenta una serie de restricciones que hacen
muy difícil que en la práctica la regulación resulte eficiente. El análisis económico ha
reconocido que la posibilidad de los reguladores de llegar a conocer los costos está muy
limitada y que así, la regulación puede llegar a ser muy imperfecta. La constatación de
aquello ha generado dos tipos de recomendaciones en torno a la forma que debe intervenir
el Estado. La primera, es ideando nuevos métodos o creando nuevas instancias donde se
pueda competir, a pesar que la competencia parece imposible. La segunda vertiente, que
también parte de la constatación que el regulador no posee toda la información necesaria,
estudia las condiciones que inducen a los agentes (e.g., industrias reguladas) a realizar las
acciones que el regulador desee que se hagan, a pesar que el regulador no tenga toda la
información necesaria.
El hecho de que una industria esté caracterizada como un monopolio natural no implica
necesariamente que ésta se deba regular para alcanzar resultados de segundo mejor,
pues si bien es cierto que la competencia en ese mercado no podrá existir, aún podría ser
posible que exista competencia por el mercado. En una competencia ex-ante las firmas
competirían por el derecho a ser monopolio y bajo ciertas circunstancias el resultado será
precisamente aquél que se logra en un equilibrio de segundo mejor.
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de construcción de obras públicas, como túneles, puentes etc., hay claras características
de monopolio natural, es decir, no es posible ni conveniente que haya competencia. El
mérito de esta línea conceptual, iniciada por Demsetz (1968), es que no es necesario
regular tarifas si es que previo a la conformación del monopolio se permite la competencia.
Así, por ejemplo, en el caso que se decida construir un túnel que tendrá características de
monopolio, en lugar de regular la tarifa una vez que este ha sido construido, se puede licitar
el derecho a construirlo, dándoselo a quien esté dispuesto a cobrar menos por el uso del
túnel. De esta forma, no hay competencia posterior a la construcción del túnel, pero se
garantiza que el precio por pasada será el menor posible. De hecho, en el caso uniproducto
con precio uniforme, se puede esperar que el precio por el cuál se termine adjudicando el
monopolio sea igual al que resulta de la intersección de la demanda con el costo medio,
que es la solución de segundo mejor. Un problema práctico que tiene este esquema es
que al asignar el monopolio según el criterio de la menor tarifa hay que establecer a priori
los estándares de calidad con que se debe prestar el servicio, por cuanto la firma que
resulta con el derecho a ser monopolio tiene todos los incentivos a ofrecer un servicio de
menor calidad una vez que ya está operando bajo condiciones monopólicas a fin de
minimizar los costos de producción. Existe también el problema de que una vez que
tenemos el monopolio asignado y operando sea necesario renegociar el contrato de
adjudicación. Esto es posible ya que, como hemos argumentado los contratos son
incompletos y por lo tanto siempre habrán situaciones que requieren ser renegociadas y
para la autoridad regulatoria es mucho más complicado renegociar un contrato de
regulación cuando ya tiene un monopolio operando.
En una línea argumental muy similar, Baumol, Panzar y Willig (1982) propusieron el
concepto de los mercados desafiables. En síntesis, un mercado es desafiable si puede
haber entrada rentable a la industria por parte de potenciales competidores en igualdad de
condiciones a las que enfrenta un monopolista activo, es decir la entrada es sin desventaja
y es reversible. Bajo estas condiciones, la competencia potencial disciplina al monopolista
activo. Si la función de costos es subaditiva y el mercado es desafiable, entonces el
equilibrio de la industria está caracterizada por un precio igual al costo medio (solución de
segundo mejor).
Uno de los puntos más importantes de la teoría de los mercados desafiables es que
enfatizó el rol que juegan los costos hundidos en la estructura de mercado. Los costos
hundidos, que por definición corresponden a aquellos costos que no pueden ser evitados
por la firma durante algún período de tiempo, aun si ésta no produce, no representan costo
de oportunidad para la firma una vez que ya están realizados. En cambio, para un
potencial entrante que está considerando entrar o no a una industria, los costos son
evitables mientras no entre a operar y deba hundir costos. La existencia de costos
hundidos por parte del monopolista activo, por lo tanto, introduce una ventaja frente al
potencial entrante. Por este motivo, la no existencia de costos hundidos es una condición
necesaria para que un mercado sea desafiable. La importancia de este resultado para la
política regulatoria es que si el mercado es desafiable, no se requiere regular precios y el
rol del regulador queda limitado a asegurar que existan las condiciones para que sea
posible la entrada a la industria por parte de potenciales competidores.
Después del entusiasmo inicial que acompañó el surgimiento de la teoría de los mercados
desafiables, diversos autores (por ejemplo, Schwartz y Reynolds (1983) y Schwartz
(1986)) han tratado de explicar porqué, en la práctica se encuentran tan pocos mercados
que pudieran ser clasificados como desafiables. En las evaluaciones empíricas se ha
puesto en duda incluso el que las líneas aéreas, que fue el ejemplo usado por Baumol,
Panzar y Willig para ilustrar un mercado desafiable, sea de hecho un mercado con esas
características. Entre las críticas principales que ha encontrado el concepto de
desafiabilidad para su aplicación es que detrás de él hay dos condiciones que son poco
probables de que se cumplan y que son necesarias para que la competencia potencial
efectivamente discipline al monopolista. La primera es que no deben existir rezagos a la
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entrada a la industria por parte de potenciales entrantes y la segunda es que exista un
rezago en el ajuste en precios que un monopolista activo puede hacer para enfrentar a
potenciales entrantes (Schwartz (1986)). La primera condición quiere decir que frente a
cualquier existencia de benéficos económicos en la industria, existirán entrantes que
pueden entrar instantáneamente y en cualquier escala. La segunda condición, que se tiene
que cumplir para que el monopolista esté permanentemente disciplinado por la
competencia potencial, es que exista un cierto rezago en el ajuste en precios. De lo
contrario el monopolista podrá mantener sus precios elevados (por sobre el costo medio y
recibiendo ganancias económicas) para reducirlos sólo cuando enfrente la entrada de un
competidor. En suma, si un mercado es o no desafiable es una pregunta empírica cuya
respuesta tiene importantes consecuencias para la regulación.
Competencia Intermodal.
La segunda manera de acercarse a una solución eficiente al mismo tiempo que se logra
que la firma se autofinancie es permitiéndole al monopolista alguna discriminación de
precios, es decir el cobro de precios distintos por el mismo bien o servicio a los distintos
consumidores. En ciertos casos se podrá con este esquema alcanzar el primer mejor y en
otros casos se alcanzará el segundo mejor. La tarificación tipo Ramsey presentada en la
siguiente sección, está en esta línea de utilizar la información de demanda, aunque no se
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trata exactamente de discriminación por cuanto se trata de tarificar distintos bienes y
servicios que produce una firma multiproducto.
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Aparte del problema asociado a la inversión, uno más directo y preciso se refiere a la
determinación y cómputo de los costos. Los costos que se requiere conocer para regular no
son los costos que aparecen en los balances. En efecto, el concepto de costo económico
pertinente para este caso es el de mínimo costo posible, para producir. Así, la
recomendación de fijar una tarifa telefónica, por ejemplo, no debe considerar el costo
histórico de la empresa a ser regulada, sino el que es posible que una empresa que sirve el
número de clientes que sirve, con las proyecciones que tiene, puede tener.
Consecuentemente, los antecedentes que dispone el regulador no son necesariamente los
que se refieren a los costos económicos, por lo que no es de extrañar entonces, que los
proceso de regulación (e.g., fijación tarifaria) estén dominados por la negociación y no por
discusiones de orden técnico.
Sin embargo, para que este sistema de regulación por incentivos tenga los efectos
deseados, debe quedar muy claro la forma en que se determina, de otro modo se podría
convertir en un factor de incertidumbre si se percibe que el factor de aumentos en
productividad puede ser manejado de manera arbitraria por la autoridad.
Con todo, se ha sostenido que este esquema supera al de regulación por la tasa de
retorno en varios aspectos (Amstrong, Cowan y Vickers (1994)). El primero es que
protege contra el monopólico concentrándose sólo en los servicios con características
monopólicas dejando los demás servicios para que exista competencia. El segundo es
que poniendo techo a los precios en vez de al retorno, se incentiva la eficiencia en la
producción y se promueve la innovación debido a que cualquier reducción de costos es
capturada por la firma. En tercer lugar, el mecanismo reduce la carga para el regulador
debido a que solo hay que calcular índices de precios y no es necesario valorar activos ni
calcular tasas de retorno. Por esta misma simpleza el riesgo de captura del regulador por
parte de la firma regulada también se ve disminuido. Por todas esas razones este
mecanismo se ha estado utilizando cada vez con mayor frecuencia y se puede esperar que
continúe utilizándose en los próximos años.
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La dificultad de interpretar la información histórica y de usarla en la predicción de costos se
presenta en la generalidad de los casos y no en la excepción. Por otra parte, los problemas
de asimetrías de información que existen entre el ente regulador y las empresas reguladas
se manifiesta con mayor fuerza en la consolidación de información entre filiales no
reguladas y firmas reguladas, el ocultamiento de datos y la carencia de medios técnicos
que permitan verificar el cumplimiento de reglas específicas. Las asimetrías de información
pueden deberse a la existencia de información privada que poseen las firmas reguladas (y
no el regulador) respecto a alguna variable exógena tal como algún parámetro tecnológico
o de productividad y que correspondería a la situación que la literatura denomina
"selección adversa" o pueden deberse a la posesión de información privada respecto a
alguna variable endógena no verificable tal como el esfuerzo por reducir costos y que
corresponde a lo que la literatura denomina riesgo moral. Cualquiera de los dos casos
constituye una restricción bajo la cual se debe desarrollar el proceso regulatorio (Laffont y
Tirole (1993)). La consecuencia más directa de la falta de información por parte del
regulador es que los parámetros de referencia que sirven para la regulación (por ejemplo
para la fijación de precios) son a lo más, aproximaciones imperfectas de los verdaderos.
En la práctica el regulador debe emplear toda la información que esté disponible respecto
a los parámetros tecnológicos y a los costos de la firma que se está regulando para poder
reducir las asimetrías de información. En definitiva, el regulador necesita tener marcos de
referencia contra los cuales poder comparar la información que provee la firma regulada.
Una alternativa es lo que se conoce como competencia subrogada y que consiste en
obtener información sobre los parámetros relevantes observando a otras firmas
tecnológicamente similares para inferir de ellas los costos para ser aplicados en la
regulación tarifaria de la firma que se está regulando. Para que esta comparación tenga
algún valor es necesario que no exista colusión entre las firmas ni ningún tipo de
integración horizontal.
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bien conceptualmente es atractiva, en la práctica ha sido limitada su utilidad para la
determinación tarifaria por cuanto se ha visto (en el caso inglés) que las empresas tienden
a diferenciarse en más aspectos que en los que tienden a parecerse (Laffont y Tirole
(1993), Beesley (1994)).
Hay un segundo tipo de enfoque para reducir las asimetrías de información y que también
se basa en comparaciones del desempeño de la firma que se desea regular con otra firma
pero esta vez se trata de una firma ficticia. esto es lo que se conoce como Modelo de
Empresa Eficiente o Empresa Modelo. Este método de tarificación se utiliza ampliamente
en Chile, por ejemplo para la fijación tarifaria de las empresas sanitarias (agua potable y
alcantarillado) y telefonía local. La ley define a una empresa modelo como una empresa
que parte de cero y utiliza solo los activos necesarios para prestar ese servicio.
Generalmente se estipula un plan de desarrollo de las inversiones para las empresas.
Por último se debe mencionar que estos enfoques no son excluyentes por cuanto el modelo
de empresa eficiente puede utilizar los parámetros que surjan de la comparación con otras
empresas del sector como lo sugiere la competencia subrogada.
4. Integración Vertical
No es posible tratar en forma adecuada el tema de integración vertical sin referirse a la
teoría de Coase (1939) sobre el origen y naturaleza de la firma. Este análisis de la firma es
importante pues no sólo es una teoría fundamental en el análisis microeconómico, sino
porque visualiza muy positivamente los procesos de integración vertical. En términos
simples, dicho análisis admite que en determinadas circunstancias el uso del mercado
como asignador de recursos es costoso, y pudiera ser más conveniente sustituirlo por otro
mecanismo o institución más eficiente.
Para Coase, la firma consiste en una serie de procesos verticalmente integrados, que si
bien podrían ser sustituidos por el mercado a través de un número de transacciones, son
canalizadas al interior de una institución.
Se puede pensar que una firma, como por ejemplo una fábrica de automóviles, consiste en
los procesos de "tornería", "ensamblaje", "pintura", "prueba de calidad" y "distribución". Las
piezas torneadas podrían ser producidas por una sola unidad y ellas podrían ser vendidas a
otra que sólo las ensamblara. A su vez, la entidad que ensambla pudiera vender su
producto ensamblado a otra entidad que pinta y ésta a otra que sólo prueba. Por último, la
entidad que prueba pudiera vender su producto a otra entidad que las distribuye y ésta a
los consumidores.
La naturaleza de los costos de usar el mercado es una vertiente de gran interés que siguió
al trabajo de Coase. A Williamson y a Klein, Crawford y Alchian (1978) se les asocia la
mayor contribución respecto de la naturaleza de tales costos. Estos costos de usar el
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mercado, según estos analistas, provienen de la coexistencia de tres factores: i) el que no
pueda preverse perfectamente el futuro, con lo que necesariamente los contratos son
incompletos e imperfectos, ii) el que no se pueda tener perfecta certidumbre sobre los
acuerdos de palabra o los acuerdos implícitos (o en otros términos, el que no exista certeza
de la honestidad de las contrapartes), y iii) el que las inversiones tengan un grado de
especificidad a terceros. La
coexistencia de estos tres elementos es lo que hace que existan costos de transacción no
triviales de usar el mercado.
Para ilustrar esta idea, considérese el caso de una persona que evalúa hacer un proyecto
consistente en una plantación de frambuesas destinadas a la exportación. Ello requiere
arrendar un terreno en NM$100, producirlas a un costo de NM$50 (lo que incluye siembra,
fumigación, riego, cosecha, etc.) y transportarlas, al país de destino. Suponemos que el
valor pagado por las frambuesas en el lugar de destino es MM$200 y que el transporte
hacia ese lugar está servido por un sólo transportista. El costo que el inversionista cotiza
por el transporte, antes de producir sus frambuesas, es NM$30. Con ello, el proyecto
parece rentable y se realiza.
El problema que puede surgir en esta situación es caracterizado como sigue. Llegado el
momento de cosechar, el inversionista desea concretar el transporte de su producción. Sin
embargo, en ese momento el transportista incremento el precio del flete y, sabiendo de la
especificidad de la inversión a su transporte, prevé que igualmente el transporte será
realizado. En efecto, el dueño del transporte pudiera incrementar su precio no sólo hasta
MM$50, valor que le extraería todas las rentas de la actividad. El precio podría
incrementarse incluso hasta algo marginalmente menos de MM$200, puesto que siendo la
alternativa para el productor transportarla por ese medio o perder la producción, el
productor de frambuesas optaría por lo primero.
Lo que existe en el ejemplo es una situación en la cual la transacción a través del mercado
es costosa. El uso del mercado hace mas caro producir, lo que puede revertirse mediante
la incorporación de una filial de transporte a la empresa productora de frambuesas.
Evidentemente se debe evaluar si es más costoso integrarse verticalmente de la manera
señalada, o escribir contratos completos. En nuestro ejemplo no sería extraño que la
solución vaya por el lado de los contratos. En otros casos, la solución va por la integración
vertical y en otros, a resignarse a incurrir en los costos de usar el mercado sin contratos.
No existe una regla absoluta que señale en qué caso es más eficiente la integración
vertical. La confianza entre quienes transan, lo repetitivo que sean las negociaciones, la
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capacidad de cambiarse de oferentes, son algunos de los muchos factores que inciden en
tal decisión. De cualquier modo, en Coase y en el ejemplo que hemos señalado, es
evidente que la integración vertical es una manera de evitar costos y por ende ella
constituye una alternativa, muchas veces la más eficiente de organización.
"en ausencia de un propósito para crear o mantener un monopolio, la ley (Sherrnan Act) no
restringe el largamente reconocido derecho de un manufacturero a ejercer libremente su
discresión sobre a quien o con quien transa". (United States, v. Colgate Co., 250; U.S. 300
(1919).
Por lo anterior, es crucial ver si existen medios por los cuales la integración vertical permite
que, dado un poder monopólico, se extraigan más rentas a los consumidores que las que
se extraerían sin integración. El análisis económico indica que ello es posible, por ejemplo,
cuando un monopolista vende su producto en dos mercados que tienen distinta elasticidad
precio y el monopolista está capacitado para discriminar: La integración vertical en el
mercado con mejores sustitutos puede evitar el arbitraje y así permitir la discriminación.
Esto es, sólo la integración habrá permitido ejercer un poder de discriminar mercados. Sin
embargo, si bien estos casos son posibles, resultan poco relevantes para casos referidos a
industrias que producen bienes no almacenables, tales como electricidad y algunos
relacionados a la industria de las telecomunicaciones. A continuación se presentan
argumentos de aplicación más general que indican bajo qué circunstancias se induce la
integración vertical por razones monopólicas y qué efectos tiene ésta sobre el bienestar
social.
Un primer caso de interés es considerar que existe un único camino y una única playa y
que ambos procesos están monopolizados por un único dueño. En este caso, el
monopolista, que no está regulado, maximizará sus beneficios cobrando por el acceso $50,
y sus beneficios serán $2.500.
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Consideremos, en segundo lugar, que existe un único camino e infinitas playas. En este
caso existirá "competencia de playas" y como el costo de operar las playas se ha supuesto
cero, el precio de la playa será también cero. Así, el monopolista dueño del camino
cobrará $50, con lo que accederían 50 bañistas, y obtendrá un beneficio de $2.500, que
como se desprende del caso anterior, es lo máximo que se puede conseguir. En otros
términos, este monopolista no podría ganar más dinero integrándose también a una playa.
Más precisamente, la integración aguas abajo no es un medio para obtener más beneficios
por la vía de monopolizar otro mercado.
¿Qué ocurriría, sin embargo, si camino y playa pertenecen a dos monopolistas? Lo que
pueda cobrar el dueño de la playa dependerá de lo que cobra el dueño del camino. Si el
dueño del camino cobra, por ejemplo $50, el precio que más beneficio otorga al dueño de
la playa es $20. Con esos precios, quienes se bailen habrán pagado un total de $70 y el
número de bañistas será 30. A su vez, lo que cobre el dueño del camino dependerá de
cuánto piense éste que cobrará el dueño de la playa. Ello hace al problema complejo, pues
la interacción es crítica y no existe una "mejor estrategia" sino que la estrategia a seguir,
depende de la estrategia del otro.
Existe una literatura extensa, sobre "teoría de juegos" que trata bien este problema. Esta
literatura sugiere, por ejemplo, que mientras más veces las personas piensen que se
relacionarán, menos será el precio final pagado por los consumidores, acercándose a $50
que es el menor precio al que pueden acceder los consumidores, dado que se trata de un
monopolio no regulado.
Es en este caso que existirán incentivos para el dueño de la playa a integrarse al camino
(tener un camino propio) y cobrar por su uso. Sin embargo, se puede argumentar que a un
monopolista integrado no le será posible cobrar por el camino un precio superior a cero,
pues existirán caminos alternativos que no cobran. Es aquí donde juega un rol fundamental
la exclusión, es decir, el que el dueño de la playa tenga la posibilidad de hacer más difícil el
acceso por caminos alternativos al propio. En otras palabras, se requiere que el dueño de
la playa favorezca a los usuarios del camino, impidiendo o limitando el acceso a los
usuarios de otros caminos que, por operar bajo competencia y no tener costo, no aplican
cobro. Por lo tanto, la posibilidad de exclusión es crítica para que la integración se
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constituya en un medio para sobrepasar la regulación y generar un efecto perverso a los
consumidores. Por ello, el análisis de regulación sobre integración vertical se debe centrar
en los aspectos de exclusión, intentando el regulador impedir que el sueño de un insumo
esencial, como una red de teléfonos o de agua, favorezca a su filial por sobre las
competidoras y en desmedro de los consumidores.
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