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homogeneización ideológica de grandes masas poblacionales que a la formación de
habilidades o al desarrollo del pensamiento o del conocimiento” (Davini, 2008:22).
La consolidación del proyecto tuvo en la filosofía positivista un aliado fundamental a
través de las nociones “orden y progreso”, de laicización de la enseñanza y de
organización de un sistema de instrucción pública. El aparato de la instrucción pública y
su “peso” sociocultural delinearon la visión de la educación como proceso de
socialización o de endoculturación.
“Si bien el origen de esta tradición se asentó en una utopía comprometida con un
cambio social, su marcado carácter civilizador reforzó la dimensión de inculcación
ideológica de un universo cultural que se imponía a los sujetos como el único legítimo y
por lo tanto negador de los universos culturales exteriores a la escuela” (Ibíd.:25). La
escuela fue concebida como el ámbito del saber, restringiéndose a sus espacios la
noción de la cultura.
Esta tradición no se restringe solamente a “normalizar” el comportamiento de los
educandos, sino que se constituye en mandato social que atraviesa toda la lógica de
formación y de trabajo de los docentes. Se expresa y materializa hasta hoy en el
discurso prescriptivo que indica todo lo que el docente “debe ser”, como modelo, como
ejemplo, como símbolo, sobre la trascendencia de su función social y mucho más
circunscribiendo “dictámenes” de actuación.
Se destaca una oferta de formación docente de carácter instrumental, ligada al “saber
hacer”, al manejo de materiales y rutinas escolares, con débil formación teórica y
disciplinaria: un mínimo saber básico y de técnicas de aula, sin mayor cuestionamiento
de sus enfoques, paradigmas e intereses.
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experiencia directa en la escuela, dado que cualquier persona con buena formación y
“sentido común” conseguiría orientar la enseñanza. A pesar de que la tradición
académica desestima el problema pedagógico, la posición de reproductor de saberes
generados por otros y con enfoques que se imponen por su “opacidad” o por la
legitimación de haber sido producidos por expertos, tiene consecuencias pedagógicas
importantes.
Hay cuestiones que parecen intocadas en el enfoque de la tradición académica como la
existencia del conocimiento del sentido común como emergente de las particularidades
de los contextos sociales y culturales, de la experiencia de los alumnos y de los
docentes. “Hoy la tradición académica circula no solo en el discurso de los especialistas;
ha sido incorporada en el discurso docente y de la sociedad, creando en la “opinión
pública” mediante los medios de comunicación masiva y mostrando las
“incompetencias” de la escuela y, por ende, de los docentes” (Ibíd.:34).
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