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Preludio a Maquiavelo, 1

por Benito Mussolini

El siguiente artículo fue escrito por Benito Mussolini como introducción a


la tesis de su doctorado Honoris causa – que de hecho no obtuvo – y que
presentó en la Universidad Bologna. Originalmente, fue publicado en
Gerarchia, la revista mensual oficial del fascismo, que él mismo fundó en
1922.

Un día me fue anunciado por Imola – por las Legiones Negras de Imola – el
regalo de una espada con el grabado del lema de Maquiavelo “Con palabras no se
mantienen los Estados”. Esto acabó con mi vacilación y determinó mi elección del tema
de la tesis que hoy someto a vuestras opiniones. Podría llamarlo “Comentario del año
1924, a El Príncipe de Maquiavelo, al libro que yo querría llamar Vademecum para el
hombre de Estado”. Debo entonces, por honestidad académica, añadir que esta tesis se
respalda en una exigua bibliografía, como se verá a continuación. He releído el Príncipe
y el resto de las obras del Gran Secretario con atención, pero me han faltado tiempo y
voluntad para leer todo aquello que se ha escrito en Italia y en el mundo sobre
Maquiavelo. He querido introducir el menor número posible de intermediarios antiguos
y nuevos, italianos y extranjeros, entre Maquiavelo y yo, a fin de no perder el contacto
directo entre su doctrina y mi experiencia de vida, entre sus observaciones sobre los
hombres y las cosas, y las mías, entre su práctica de gobierno y la mía. Así pues, lo que
tengo el honor de leeros no es, por tanto, una fría disertación escolástica llena de citas
de otros autores, sino más bien un drama - si el intento de arrojar un puente de
comprensión intelectual sobre el abismo de las generaciones y de los acontecimientos,
puede entenderse, como creo yo, en un sentido dramático. No diré nada nuevo.

1 Traducido por Ada de Blas Pascual, para el Ciclo de debates “Pensar la política: entre Virtud
y Terror”, ediciones libres AU La Caverna.
La cuestión es la siguiente: después de cuatro siglos, ¿qué sigue siendo de vital
importancia en El Príncipe? ¿Podrían tener los consejos de Maquiavelo alguna utilidad
para los gobernantes de los Estados modernos? ¿Está el valor del sistema político de El
Príncipe confinado a la época en que la obra fue escrita, y es por tanto necesariamente
limitado y, en parte, caduco, o es, por el contrario universal y actual - especialmente
actual- ? Mi tesis da respuesta a estas preguntas. Afirmo que la doctrina de Maquiavelo
sigue siendo válida hoy en día, después de un lapso de cuatro siglos, pues, si bien los
aspectos externos de nuestra vida han cambiado enormemente, no se han constatado
profundas variaciones en la mente y el carácter de los individuos y de los pueblos.

Si la política es el arte de gobernar a los hombres – esto es, de orientar, utilizar,


educar sus pasiones, su egoísmo, sus intereses, en vista a fines de orden general que casi
siempre trascienden a la vida individual, dado que se proyectan al futuro – si esto es la
política, no hay duda de que el elemento fundamental de este arte es el hombre. El
hombre debe ser nuestro punto de partida.

¿Qué son los hombres en el sistema político de Maquiavelo? ¿Qué piensa


Maquiavelo de los hombres? ¿Es optimista o pesimista? Y al decir “hombres”,
¿debemos restringir la definición a los italianos que Maquiavelo conocía y a los que
estudió como sus contemporáneos, o debemos entender el término en el sentido más
amplio de los hombres más allá del tiempo y del espacio – en otras palabras, “bajo el
aspecto de la eternidad” ? Creo que antes de proceder a un examen más analítico del
sistema de política maquiavélica que aparece condensado en El Príncipe, es preciso
establecer con exactitud qué concepción tenía Maquiavelo de los hombres en general, y
quizás, de los italianos en particular.

Lo que se pone entonces de manifiesto, incluso en una lectura superficial del El


Príncipe, es el agudo pesimismo de Maquiavelo acerca de la naturaleza humana. Como
todos aquellos que han tenido un intercambio continuo y amplio con sus semejantes,
Maquiavelo es alguien que desprecia a los hombres y a quien le encanta presentarlos –
como mostraré en breve – en sus aspectos más negativos y mortificantes.

Los hombres, según Maquiavelo, son perversos, están más apegados a las cosas
que a su propia sangre y dispuestos a cambiar sus sentimientos y convicciones. Así lo
expresa Maquiavelo en el Capítulo XVII de El Príncipe:
“Porque de la generalidad de los hombres puede decirse lo siguiente: que son
ingratos, inconstantes, simuladores, cobardes frente al peligro, codiciosos, y
mientras les haces bien, son todo tuyos, te ofrecen su sangre, sus bienes, si vida,
sus hijos, hasta que – como antes expliqué- ya no te necesitan; y cuando llega
ese momento, se rebelan. Y aquél Príncipe que ha confiado por entero en sus
promesas va a la ruina, al no haber tomado otras providencias. […] Y los
hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se hace amar que a uno
que se hace temer, porque el amor se basa en un vínculo de gratitud, que se
rompe cada vez que los hombres, perversos por naturaleza, pueden
beneficiarse; pero el temor es un miedo al castigo que no se pierde nunca. “

Por lo que respecta al egoísmo humano, he encontrado lo siguiente entre las


Cartas varias:

“Los hombres se afligen más por la pérdida de un bien que por la muerte de un
hermano o de un padre, porque el sufrimiento por una muerte puede olvidarse a
veces; por la pérdida de los bienes, jamás. La razón es clara: todo el mundo
sabe que un cambio de gobierno no puede hacer resucitar a nuestro hermano,
pero sí restaurarnos un bien perdido.”

Y en el Capítulo III de los Discursos:

“Según demuestran todos los autores que reflexionan sobre la vida civil, así
como la Historia con multitud de ejemplos, quien funda una República y le da
leyes debe presuponer que todos los hombres son malos por naturaleza, y que
utilizarán su malignidad siempre que la ocasión se lo permita. […] Los hombres
nunca obran bien si no es por necesidad, pero allí donde abundan la libertad y
los medios para ejecutar el mal, de repente, todo se llena de confusión y
desorden.”
Podría seguir citando, pero no es necesario. Estos fragmentos bastan para
demostrar que el juicio negativo de Maquiavelo sobre los hombres no es casual, sino
esencial en su pensamiento y en todas sus obras. Constituye una convicción inalterable
y desconsolada. Es preciso tener en cuenta este punto inicial y fundamental para poder
seguir la evolución del pensamiento de Maquiavelo. También resulta evidente que
Maquiavelo, juzgando de esta forma a los hombres, no se refería tanto a los de su
tiempo, a los florentinos, toscanos, italianos que vivieron a caballo entre el siglo XV y
el XVI, sino a los hombres fuera de todo límite espacial y temporal. Bien es verdad que
ha pasado mucho tiempo, pero si se me permitiera juzgar a mis semejantes y
contemporáneos, no podría atenuar de ninguna manera el juicio de Maquiavelo. Yo,
quizás, sería más drástico todavía. Maquiavelo no se engaña a sí mismo, y su Príncipe
no es una mera invención. La antítesis entre Príncipe y pueblo, entre Estado e
individuo, es fatal según Maquiavelo. Lo que se ha llamado utilitarismo, pragmatismo,
cinismo maquiavélico, dimana lógicamente de esta postura inicial.

El término Príncipe debe entenderse como equivalente a Estado. Para


Maquiavelo, el Príncipe es el Estado. Mientras que los individuos, movidos por su
egoísmo, tienden al atomismo social, el Estado representa una organización y una
limitación. El individuo trata continuamente de evadir las restricciones. Tiende a
desobedecer las leyes, a no pagar los impuestos, a no hacer la guerra. Pocos son los
hombres – héroes o santos – que sacrifican su propio yo sobre el altar del bien común.
El resto se encuentran en un estado de revuelta potencial contra Estado. Las
Revoluciones de los siglos XVII y XVIII trataron de superar este conflicto, en que se
basa toda organización social estatal, convirtiendo al poder como una emanación de la
libre voluntad del pueblo.

De este modo, simplemente añadieron otra ficción, otra ilusión más. En primer
lugar, el “pueblo” jamás ha sido definido. En tanto que entidad política, es una entidad
puramente abstracta. Se desconoce dónde comienza y donde acaba exactamente. El
adjetivo de “soberano” aplicado al pueblo es una trágica burla. El pueblo, a lo sumo,
puede delegar la soberanía, pero nunca ejercerla.

Los sistemas representativos son más de orden mecánico que moral. Incluso a
los países en que, desde hace siglos, se ha dado el más alto uso a estos mecanismos,
llegan tiempos solemnes en que ya no se consulta nada al pueblo, por temor a que su
respuesta sea fatal. Las coronas de papel de la soberanía, buenas sólo en tiempos
normales, le son arrebatadas, y se le impone entonces la elección entre la Revolución o
la paz, o marchar hacia lo desconocido de la guerra. Al pueblo no le queda más que un
monosílabo para afirmar y obedecer. Veis por tanto que la soberanía que se concede
graciosamente al pueblo, le es sustraída en los momentos en que podría tener
necesitarla. Se le concede únicamente cuando ésta es inocua, o cuando se la tiene por
tal, es decir, en los momentos de administración ordinaria. ¿Os imagináis una guerra
proclamada por referéndum? El referéndum es muy bueno cuando se trata de escoger el
lugar más adecuado para colocar la fuente del pueblo, pero cuando están en juego los
intereses supremos del pueblo, incluso los gobiernos ultrademocráticos se cuidan de no
someterlos a la opinión del propio pueblo.

Por tanto, incluso en los regímenes que han sido confeccionados por la
Enciclopedia – que pecaba, a través de Rousseau, de un exceso inconmensurable de
optimismo – el conflicto entre la fuerza organizada del Estado y el separatismo de los
individuos y de los grupos es inmanente. Nunca han existido regímenes exclusivamente
consensuales, no existen, probablemente no existirán jamás. Mucho antes de mi ahora
célebre artículo “Fuerza y consenso”, Maquiavelo ya escribió en El Príncipe:

“De ahí que todos los profetas armados vencieron, y los desarmados se
hundieron. Porque la naturaleza de los pueblos es mutables, y es fácil
persuadirles de una cosa, pero es difícil mantenerles persuadidos de lo mismo.
Por eso es conveniente estar preparado de modo que, cuando dejen de creer, se
les pueda hacer creer por la fuerza. Moisés, Ciro, Teseo, Rómulo no habrían
podido hacer observar durante tan largo tiempo sus ordenamientos de haber
estado desarmados.”

Benito Mussolini,

Gerarchia, Milán, abril de 1924.

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