Está en la página 1de 7

Universidad de Chile

Instituto de la Comunicación e Imagen


Curso: Economía y Relaciones Internacionales
Profesor: Sergio Jara

ECONOMÍA DE LA GLOBALIZACIÓN:
MEDIO PARA UN FIN O UN FIN EN SÍ MISMO

Fecha de entrega: 26 de noviembre 2018


Nombre: Javiera Arias Domínguez
La globalización constituye un proceso transversal de integración, no sólo económica sino
también social, cultural y política, de los países del mundo que, interconectados, constituyen
una comunidad global, y que de cuya base forma parte el desarrollo de las nuevas tecnologías
de la información y de la comunicación. Para Joseph E. Stiglitz, ésta es producida por la
reducción en costos de transportes y comunicación y la eliminación de barreras artificiales en
el flujo de bienes, servicios, capitales, conocimientos y personas. Desde el punto de vista
económico, se caracteriza por la apertura de la economía mundial, la cual se ha basado en una
interdependencia entre las naciones y sus respectivos mercados.

Al alero de todas estas transformaciones han estado instituciones supranacionales como el


Fondo Monetario Internacional(FMI) y el Banco Mundial (BM), nacidas tras la Segunda
Guerra Mundial con la misión de reconstruir las economías devastadas por la guerra y de
franquear a los demás países de las depresiones económicas futuras. Ambas han jugado un rol
preponderante en el manejo de las crisis financieras y en la transición de las economías a nivel
mundial, sin embargo, tales organismos, que suelen confundirse, tienen roles diferenciados.
Por una parte, el FMI desde su origen tiene como propósito procurar por la estabilidad
económica global, encargándose de las cuestiones macroeconómicas como las políticas
presupuestarias. Mientras que, por otro lado, el Banco Mundial concentra sus esfuerzos en los
aspectos más estructurales de cada economía, siendo su objetivo central la erradicación de la
pobreza.
Tales organismos orientan sus políticas en torno a las directrices propiciadas por el Consenso
de Washington, cuyas ideas son la expresión más pura de la economía de libre mercado y
constituyen las condiciones a las que deben someterse los países para que puedan recibir ayuda
económica de parte de las instituciones internacionales. Estas propuestas se orientan en tres
principios básicos: la liberalización, la austeridad fiscal y la privatización. El conflicto de esta
condicionalidad, más allá de su existencia misma. está determinada por la desigualdad de las
condiciones de “negociación”, pues todo el poder está en manos de estas instituciones, y los
países que solicitan la ayuda están en situación de emergencia. Esto además de ser una amenaza
a la soberanía de cada país ya que se inmiscuye en sus políticas internas, constituye una
imposición ideológica.
Stiglitz en su libro “El Malestar de la Globalización” hace una crítica abierta al orden
económico internacional y al rol que estas instituciones globales han jugado en el escenario
mundial, reparando tanto en su forma como en su fondo, reluciendo una burocracia
internacional y una cultura de secretismo y poca transparencia. Centra particularmente su
atención en las gestiones del FMI, arguye que ha cometido errores en todas las áreas en las que
ha incursionado, ya sea en sus políticas de desarrollo, el manejo de crisis financieras como en
su tutela en las transiciones económicas, específicamente, en el paso que debieron enfrentar los
países del comunismo al capitalismo o del colonialismo a la independencia, los cuales son
denominados países en desarrollo.
Las políticas promovidas por el FMI terminaban por forzar a un país en desarrollo, que no
cuenta con instituciones financieras sólidas, a abrir drásticamente sus fronteras y con ello abrir
paso a las industrias transnacionales, lo que acaba por desfavorecer a la industria nacional y los
competidores locales, esto es lo que Stiglitz metafóricamente asemeja con soltar a navegar una
balsa a un mar embravecido, lógicamente ese bote se encontrará en una situación mucho más
vulnerable que las demás embarcaciones de una clara mayor robustez y experiencia. El ritmo
y la secuencia son imperantes.
La explicación que encuentra el autor a ese afán desenfrenado del FMI por instaurar sus
políticas es el fundamentalismo del mercado, es decir, esa creencia ciega por la eficacia del
mercado. Esta nos era más que la ideología del FMI, bajo la cual el sistema financiero
globalizado era un fin en sí mismo. Para Stiglitz el principal problema del FMI es que confundía
fines con medios, puesto que muchas de sus políticas se transformaron en fines más que en
medios para un crecimiento equitativo y sostenible. Siguiendo este análisis, cabe preguntarse
el real rol que constituyen estas instituciones supranacionales globalizadas en el mundo actual
frente a todos los antecedentes y pruebas de sus mala políticas. ¿Son la estabilidad global y la
erradicación de la pobreza sus verdaderos fines? El desarrollo y el progreso son vistos como el
alcance máximo de toda nación, sin embargo, debemos preguntarnos qué entendemos por estos
conceptos y si están abiertos al disfrute de todos. ¿Podría un país industrializado gozar de todos
sus beneficios sin la explotación de los recursos naturales de un país pobre? Para Stiglitz, a
veces, es necesario el dolor como parte del progreso, de ser así vale la pena preguntarse si se
puede hablar de un orden económico y social equitativo, siendo que, para el progreso que es
eso que tanto se anhela, se necesita una cuota de dolor. El conflicto radica en quien sufre ese
dolor.

Ya es un hecho que tanto el FMI como la institucionalidad internacional globalizada en general,


ha fallado en sus promesas y, a pesar de la experiencia, el conocimiento y los recursos de sobra,
no ha logrado dar una solución real a la desigualdad y la pobreza. La crisis del este asiático
ilustra de manera ejemplar cómo las recomendaciones del FMI llevaron a una agudización de
la crisis, y precisamente aquellos Gobiernos que no siguieron sus demandas, fueron los que
lograron salir airosos de ella. A partir de aquellos fracasos si hay un aprendizaje concreto es
que el ritmo y las frecuencias de las reformas no pueden ser pasadas a llevar. Cada país es un
universo distinto, y no se puede someter a condiciones “estándar” a países diametralmente
diferentes, es fundamental tomar en cuenta el contexto y la realidad de cada país, para que así
cada Gobierno tenga la autonomía y la libertad de elegir su propia política fiscal. Ya sea una
política contractiva o expansiva, un organismo foráneo, influenciado en gran parte por Estados
Unidos (el principal accionista del FMI es el Tesoro de los EE.UU) , no tiene por qué exigir
que se reduzca el gasto público o se suba la tasa de interés. Esa decisión debiese estar en manos
de los directos afectados.
Se ha dado un largo debate en torno a los perjuicios y beneficios de la globalización, sin
embargo, este se reduce a sus potencialidades. Dando relevancia a lo que podría ser más que a
lo que, en concreto, es. El mismo Stiglitz reconoce que ésta tiene el poder de hacer un bien
enorme.

Concretamente, y hablando en términos económicos, la globalización y la consagración del


modelo de libre mercado ha significado que en la última década del siglo XX el número de
pobres haya aumentado en casi 100 millones, es decir, entrando al milenio, en el mundo había
2 mil ochocientos millones de personas viviendo con menos de dólares diarios, pero en
contraste, el desarrollo económico tuvo cifras positivas, pues la renta mundial aumentaba en
promedio un 2,5% cada año.
Hoy, si bien, se ha logrado bajar las cifras de pobreza, la desigualdad entre una mayoría, los
más ricos, y una minoría, los más pobres, sigue siendo abismante.
Es por ello fundamental replantear aquellas estrategias de desarrollo, en ese sentido, el fracaso
de las políticas tan propiciadas por el Consenso de Washington, cuyo revés están basadas en
su dogmática misma, la creencia de que el mercado puede autorregularse, y que el Estado no
es más que un accesorio ante los fallos del mercado. Esta ideología es la base del proceso de
globalización en su conjunto, por ende, se hace complejo imaginar que sus instituciones
internacionales puedan, de verdad, orientar a estrategias alternativas sin importar si estas
coinciden o no con su lineamiento ideológico. Entendiendo el mundo globalizado de hoy como
la validación universal del sistema económico neoliberal, ¿es verdaderamente posible repensar
las relaciones hacia otras perspectivas? En palabras simples, significaría ir en contra del
sistema, amparado por el mismo sistema. Claramente, un panorama que se hace hostil.
Continuando la línea de lo planteado por el autor, es decir la teoría de que el sistema financiero
global es un fin en sí mismo. Esta cobraría sentido si pensamos en una de sus principales
características, los círculos viciosos. Hablar de ciclos económicos válida esta tesis de confusión
de fines con medios, pues de qué otra forma se podría entender la defensa férrea de este modelo
que ha conllevado costes sociales y fracasos económicos, sino es por su supuesta
“autorregulación” y la conjugación de todos sus componentes, con el fin de cumplir su principal
objetivo: el progreso y el crecimiento económico.
Un progreso a expensas de la explotación de los países pobres y un crecimiento basado en
variables macroeconómica y que no representa una repartición adecuada de los ingresos que
puede tener un país. Aquí es donde cobra relevancia la lectura que se le puede hacer a un
panorama socioeconómico, en término de resultados positivos o negativos. Se trata de lo que
Stiglitz plantea como “favorecer a la minoría a expensas de la mayoría”. Pensemos en los países
industrializados, específicamente en los empresarios de aquellas naciones, para esa minoría los
resultados significan un beneficio, mientras que para el resto implicará una gran desgracia. A
pesar de que sean más las personas afectadas, los medios de producción están en manos de los
más beneficiados, cuyos intereses son los que se encarga de representar el FMI ante el sistema
financiero global. Justamente, estas inclinaciones son las que reflejan la mirada sesgada de este
organismo, en palabras simples, no puede ver más allá de sus narices, pues su estrecha mirada
económica termina imposibilitando poner atención al espectro más amplio, donde el desarrollo
constituye un cambio sistémico y una transformación de la sociedad.

Ahora bien, podemos hablar de una real transformación en una sociedad globalizada, donde se
valore la preservación del medio ambiente por sobre los intereses de las empresas forestales,
se valore la calidad de vida y las condiciones laborales por sobre la “productividad”, donde la
educación y la cultura sean motores de la sociedad y no bienes de consumo. Para el autor el
principal desafío de la globalización está en rediseñar esta institucionalidad, ya viciada, y
orientar sus políticas hacia fines como el desarrollo equitativo y sostenible, con énfasis en los
derechos humanos, la valoración de las democracias y la justicia social, construyendo así lo
que denomina como Nueva Economía Global.
A partir de ese lineamiento, si hay un dilema que también se plantea Stiglitz es la existencia de
un Gobierno Global sin un Estado Global, esto quiere decir que tengamos instituciones
“autónomas” que gobiernen y dirijan políticas a nivel mundial, pero que no haya una
institucionalidad que integre a toda éstas instituciones internacionales. Esa ausencia genera que
haya una desregulación, y que éstas tengan la libertad de actuar sin ningún órgano fiscalizador
real en la práctica.
Por último, el conflicto Estado- Mercado, en torno al debate de cuál debe ser el equilibrio
correcto, y el manejo de este por parte de las instituciones globales, particularmente el FMI,
reflejan el carácter impositivo que ha cobrado este proceso de globalización. Pues se tomaron
como universales, políticas contractivas de austeridad fiscal, dejando sin ninguna voz a
aquellos países afectados. Por ende, se hace relevante que las futuras políticas dejen de lado el
énfasis en la ideología junto con los intereses comerciales y financieros particulares, y
comiencen a enfocarse en la práctica, a aquellas experiencias que han funcionado.

Este proceso no se puede hacer sino sin una reflexión y transformación profunda en las bases
de esta institucionalidad imperante, donde la toma de decisiones no dependa del grado de
“desarrollo” del país, comprendiendo que las transformaciones reales y profundas no se pueden
hacer sino a partir del debate y la deliberación ciudadana. Un debate que tendrá que tener como
eje el consenso, ya que como se menciona anteriormente, se trata de aspectos estructurales
complejos tanto de forma como de fondo. De forma, pensando en el aprendizaje que se ha
obtenido, dejar atrás la burocracia, apelar a más transparencia, procesos democráticos y
equitativos, sobre todo pensando que hablamos de instituciones globales públicas que no
debieran tener instauradas culturas de secretismo ni corrupción. Y de fondo, pues la
desigualdad no puede seguir siendo la base del sistema. El mercado debe ser solo un medio
para el fin. Un fin complejo de redefinir, pues hasta ahora, este se ha basado en promesas
incumplidas y en un aprovechamiento de parte de los países desarrollados para seguir
manteniendo su hegemonía, pero que sí debe tener como ejes centrales la erradicación de la
pobreza y una redistribución de los ingresos, que permitan una estabilidad verdadera.

En la práctica los pasos a seguir pueden estar más o menos definidos, se sabe lo que no se
puede hacer y lo que ha resultado. Sin embargo, en la teoría siguen en jaque muchas discusiones
ideológicas y debates en torno a conceptualizaciones. Pensemos que si el modelo económico
bajo el que se ha desenvuelto la globalización es el libre mercado, desde el punto de vista
político, el mundo globalizado se ha amparado en las democracias. El concepto de democracia
implica valores profundos cuyo cumplimiento están en tela de juicio. La libertad es uno de
estos, esta trasciende a lo político puesto que para el sistema económico constituye su mayor
defensa y validación. El tema es donde empieza y dónde termina la libertad.
¿Cuándo y en qué condiciones podemos hablar de libertad? ¿podríamos hablar concretamente
de la existencia de una libertad de elegir en esta era globalizada?

Finalmente, y de acuerdo con el autor, si hay un desafío claro en torno a la libertad, es que la
labor de las nuevas instituciones internacionales debe ser entregar a cada nación los recursos
necesarios para que éstas puedan escoger autónoma y libremente sus estrategias, para que así
sus decisiones sean en base a la deliberación y evaluación de todas las opciones, previamente
informadas.
Estas delimitaciones son esenciales y es ese el rumbo que debiesen llevar las discusiones
respecto a las transformaciones de la sociedad globalizada, de este modo, el énfasis debe estar
en los efectos y consecuencias que producen las políticas y en quienes son los afectados. Pues,
si solo pensamos en el fin y no en los efectos colaterales caeríamos en los errores del pasado.
Por ende, resulta vital tener en cuenta lo mencionado en un inicio respecto a esos “dolores”
para el progreso, ¿cuándo son necesarios? ¿Cuándo se convierten en dolores como tal? Por lo
visto, tienen que afectar a cierto grupo e interés determinados para ser considerados realmente
como dolores. Si no, no son vistos más que pequeños imprevistos y necesario para cumplir un
plan más grande. Tan grande que no incluye a quienes padecen estos dolores.

También podría gustarte