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EL DRAMÁTICO COMIENZO DE LA

RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA

Patti Gallagher Mansfield

1992

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Carta del Papa Juan Pablo II
dirigida a la Conferencia de Líderes Internacionales
de la Renovación Carismática Católica.
Mayo 15 de 1987.

El vigor y la fecundidad de la renovación, ciertamente testifican la poderosa presencia del Espíritu Santo
en las obras de la Iglesia en estos años después del Concilio Vaticano II; claro, el Espíritu ha guiado a la
Iglesia en cada época, produciendo una gran variedad de dones entre los que están llenos de fe. Debido
al Espíritu, la Iglesia preserva una vitalidad juvenil y continua. Y la Renovación Carismática es una mani-
festación elocuente de la vitalidad actual, una declaración valiente de lo que “el Espíritu está diciendo a
las iglesias” (Ap 2,7), mientras nos aproximamos al cierre del segundo milenio.

Papa Juan Pablo II


dirigida a la Oficina del Concilio de la
Renovación Católica Carismática Internacional
marzo 14 de 1992.

Mientras ustedes celebran el 25 aniversario del comienzo de la Renovación Católica Carismática, yo


dichoso me uno a ustedes para alabar al Señor por tantos frutos que han surgido en la vida de la Iglesia.
El surgimiento de la Renovación que siguió al Concilio Vaticano II fue un don particular del Espíritu Santo
a la Iglesia. Fue un signo del deseo de parte de muchos católicos de vivir su dignidad bautismal y su
vocación como hijos e hijas adoptados del Padre para conocer el poder redentor de Cristo nuestro
Salvador en una experiencia más intensa tanto individualmente como en grupos de oración, y para seguir
las enseñanzas de las Escrituras leyéndolas en la luz del mismo Espíritu que las inspiró. Ciertamente uno
de los resultados más importantes de este nuevo despertar espiritual ha sido la sed incrementada por una
santidad que se ve en la vida de los individuos y en toda la Iglesia.

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PREFACIO
Durante una de las primeras convenciones Carismáticas en los Estados Unidos, conocí a una joven
dama llamada Patti Mansfield. Ella me habló acerca de los eventos que rodeaban el origen de la Renova-

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ción Carismatica Católica el fin de semana de Duquesne, el cual es tan notable en la historia contempo-
ránea de la Iglesia.

Me quedé impresionado por su testimonio —calmado, sereno, balanceado— pero más aún por el énfa-
sis que añadió al decir que al siguiente día después de aquellos eventos, su primera reacción personal
fue la de tratar de saber lo que la Iglesia jerárquica pensaba acerca de esta clase de fenómenos, por lo
que ella comenzó a leer el documento Lumen Gentium, en el que el Vaticano II habla de los carismas.
Esto la hizo sentirse más segura; se sintió completamente una hija de la Iglesia: abierta a recibir al Espí-
ritu Santo y sus sorpresas.

Ella se dio cuenta —y esto es igualmente importante— que esta gracia de Renovación Espiritual es
para toda la Iglesia. El Espíritu Santo no es monopolio de alguna persona y al clasificar a la Renovación
Pentecostal dentro de “movimientos especiales” es negar su significado.

La iniciativa de publicar los testimonios de aquellos que vivieron en carne propia este famoso fin de se-
mana en Duquesne, es especialmente una iniciativa de felicidad. Define y establece un punto de historia.

En su testimonio, ella también relaciona al bautismo en el Espíritu, el nombre y la Maternidad Espiritual


de María, con lo cual nos recuerda que Jesucristo continúa naciendo místicamente “del Espíritu Santo y
de María” y que nunca debemos separar lo que Dios ha unido.

El padre Karl Rahner, S.J., haciendo eco a la gran tradición, escribió que “el elemento carismático
pertenece a la esencia de la Iglesia de una manera que es justamente tan necesario y permanente como
el ministerio jerárquico y los sacramentos”.

Este libro nos ayuda a todos nosotros a releer los Hechos de los Apóstoles con ojos nuevos. Entonces
veremos más claramente que la historia de Pentecostés continúa y que la Renovación Carismática, es de
hecho, en palabras de Pablo VI, “una oportunidad para la Iglesia y para el mundo”.
L. J. Cardenal Suenens

Santo Domingo, 14 de octubre de 1992

Cuando uno ama mucho a su familia, le encanta leer la historia de los orígenes de la misma, las anéc-
dotas que sucedieron cuando se casaron sus padres, cuando nacieron los primeros hijos, cuando suce-
dieron acontecimientos de importancia en la familia. Y esta es la alegría que tuve yo al leer el hermoso
libro de Patti Gallagher Mansfield —COMO UN NUEVO PENTECOSTÉS—. La lectura de lo que Patti
llama EL DRAMATICO COMIENZO DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA, es apasionante. A mí me
encantó saber de un testigo ocular, algo de lo que pasó realmente cuando se manifestó esta sorpresa del
Espíritu Santo en la Iglesia Católica. Gracias, Patti, por contarnos con tanta amenidad lo que pasó entre
los primeros católicos que vivieron con gozo, con emoción, esas manifestaciones del Espíritu Santo en la
Iglesia Católica son un fruto maduro del Concilio Vaticano II. Pero cuando comenzó a manifestarse ese
viento recio de Pentecostés entre los estudiantes de Pittsburgh, comprendemos fácilmente la reac-ción
de ciertas autoridades en la Iglesia. Y Patti nos ayuda a ver cómo esa manifestación del Espíritu en la
Iglesia Católica fue no solamente motivo de sorpresa, sino también motivo de inquietud entre ciertas
autoridades de la Iglesia. Pues el Señor dice en el Evangelio que EL ESPÍRITU SOPLA DONDE QUIE-
RE, y entre nosotros hay más bien esa tendencia a SOPLAR DONDE CONVIENE. Por esa nueva profu-
sión de carismas en la Iglesia Católica, fue acogida primero con cierta preocupación, pues no había sido
planificada en nuestras reuniones pastorales, y muchos no sabían cómo discernir lo que viene de Dios y
lo que no viene de Dios. Patti nos ayuda a comprender cómo esas reacciones de sorpresa y de temor se
han ido pacificando poco a poco al juzgar el árbol por los frutos.

También los numerosos testimonios de testigos de la primera hora nos llenan de gozo y de admiración
por lo que el Señor nos ha manifestado a través de ellos. Realmente el libro de Patti nos invita a escuchar
más atentamente lo que el Espíritu dice a la Iglesia de hoy. ¡Bendito sea el Señor por las maravillas de
amor que está derramando en su Iglesia en este Nuevo Pentecostés!
Padre Emiliano Tardif, M.S.C.

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Comentarios de los Líderes Ecuménicos Carismáticos
A su sombra, trescientos millones de personas se alimentan en sus frutos, casi todas las denominacio-
nes, aun aquellas que cuestionan su derecho a existir. Hablo de la Renovación Carismática, que, de
acuerdo a David Barret, es el movimiento más largo y que más rápido crece en la Cristiandad. Qué árbol
tan grande.

Pero todavía muchos, aún aquellos que están bajo su sombra, que descansan en sus ramas, no se
dan cuenta de sus raíces Católicas. La ven como un árbol protestante del que los católicos tomaron una
parte. Debo confesar el haberme encontrado entre esos muchos hasta que conocí los hechos en el libro
de Patti, COMO UN NUEVO PENTECOSTÉS: el Dramático Comienzo de la Renovación Carismática
Católica.

Allá por 1967, cuando escuché que el campus de Duquesne se había convertido en el pesebre de la
Renovación Carismática Católica Romana, dejé al rebaño que pastoreaba en Mount Vernon, Nueva York,
y me apresuré a ir a Pittsburgh para ver “el gran evento que ha sucedido” y para hacer lo que pudiera
para alentarlo. Cuando hablé con Patti y con los demás estudiantes involucrados, supe que la Iglesia
Católica Romana ya no sería la misma, ni yo tampoco. El leer su libro ha sido una oportunidad para mí de
revivir uno de los momentos más grandes en la historia de la Iglesia.

Rev. Harald Bredesen.


Iniciador de la Fundación Príncipe de la Paz.

El libro de Patti Mansfield, COMO UN NUEVO PENTECOSTÉS: el Dramático Comienzo de la Renova-


ción Carismática Católica, es una afectuosa cuenta de los comienzos de uno de los movimientos religio-
sos más increíbles de este siglo. Esta es una historia sobrecogedora de cómo los profesores y jóvenes
estudiantes de la Universidad de Duquesne dieron nacimiento a un movimiento Carismático Católico en
1967.

Este libro debe de ser leído por cualquiera que desee introducirse a las raíces del Movimiento Caris-
matico en la Iglesia Católica, un movimiento que ha tocado aproximadamente a 75 millones de personas
en los pasados 25 años.

Dr. Vinson Synan,


Presidente del Comité al Servicio de la Renovación Norteamericana.

PROLOGO
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida —
pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os
anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo
que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en
comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su hijo
Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea perfecto.
1 Juan 1,1-4
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San Juan fue capaz de escribir estas bellas
palabras en su primera epístola, debido a que él fue un testigo. Conoció a Jesús personalmente. Habló
con Él y lo escuchó. Comió con Jesús, presenció sus milagros, estuvo de pie junto a la Cruz, recibió a su
Madre en su hogar, y tocó el cuerpo resucitado del Señor. En Pentecostés Juan fue llenado con el
Espíritu Santo, precisamente para que pudiera llevar a cabo completamente su misión: ser un testigo de
Jesucristo y proclamar su bendito nombre a todos los confines de la Tierra.

Soy valiente al comenzar este libro con estas palabras de San Juan, porque yo también soy un testigo,
sin méritos propios, yo también he tenido contacto íntimo con el Señor Jesús resucitado por el poder de
su Espíritu Santo. Jesucristo es “el mismo, ayer, hoy y siempre” Heb 13,8. El Jesús que San Juan cono-
ció y amó es el mismo Jesús que ustedes y yo y que todo hombre y mujer podemos conocer y amar en la
actualidad. Los testimonios que aparecen en las siguientes páginas no son historias de santos; son histo-
rias de gente ordinaria que han sido tocados por una extraordinaria corriente del Espíritu del Dios Vivien-
te.

Muy a menudo, durante la realización de este libro, pedí al Señor que encontrará a otra persona que lo
hiciera. “No soy teólogo, ni historiador. Ni siquiera soy una escritora talentosa para hacer justicia a tus
Obras”, he protestado. Pero el Señor me ha recordado quien soy: soy un testigo. He visto Su gloria. Y he
reunido aquí los testimonios de otros testigos, aquellos que estuvieron ahí ese fin de semana en Duques-
ne, del 17 al 19 de febrero de 1967, cuando el poder del Espíritu Santo se derramó COMO UN NUEVO
PENTECOSTES.

Me alienta el compartir esos testimonios al recordar las palabras del Papa Paulo VI en el Evangelii
Nuntiandi: “el hombre moderno escucha más deseoso a los testigos que a los maestros, es porque ellos
son testigos”. Aquellos cuyas historias aparecen aquí fueron testigos de un evento que ha dejado una
marca en la Iglesia Católica de nuestros días.

En 1967
, el libro del Rev. Don Basham, “Enfréntalos con un milagro”, fue publicado y en él se contaban sus
propias experiencias con el bautismo en el Espíritu Santo. En las últimas páginas de ese libro relató la
historia de su visita a una reunión de oración en la casa de la señorita Flo Dodge, en las colinas al norte
de Pittsburgh el 20 de enero de 1967; el Rev. Basham recalcó que a través de aquellas pequeñas
reuniones de oración, nuevos movimientos del Espíritu Santo habrían de nacer. En esa particular reunión
de oración acudieron dos instructores de la Universidad de Duquesne, y antes de que terminara la reu-
nión esos hombres pidieron recibir el bautismo en el Espíritu Santo. Este evento llevó a originar el fin de
semana en Duquesne un mes después, que marcó el comienzo de la Renovación Carismática en la
Iglesia Católica. Don Basham tuvo razón, un nuevo movimiento del Espíritu Santo nació a través de un
pequeño grupo de oración. El Rev. Basham terminó su libro con el comentario de que el Espíritu Santo se
estaba moviendo muy rápido en 1967, pero que ese testimonio escrito no era suficiente para dar a
conocer los actos milagrosos de Dios. Recomendó que se escribieran más libros acerca de testimonios,
que se publicaran más libros contemporáneos de sus “Hechos” para que el mundo pudiera llegar a
conocer que Dios está vivo. Y mientras Don Basham terminaba el último capítulo de su libro en 1967, el
Espíritu Santo estaba comenzando el primer capítulo de un nuevo libro de “Hechos” dentro de los
Católicos.

Como un Nuevo Pentecostés, es un libro de testimonios. Detalla los eventos que llevaron al fin de se-
mana en Duquesne, y presenta las historias de aquellos que estuvieron ahí hace 25 años. El buscar a
mis amigos de Duquesne que ahora se encuentran dispersos a lo largo y a lo ancho del país, ha sido una
experiencia agridulce. Ha sido de gran alegría renovar viejas amistades. Pero también hay un sentimiento
de tristeza al ver signos de propia falta de fe a la gracia de Dios a través de los años. Déjenme aclarar
esto: No me pongo a mí, ni a ninguno de mis compañeros del fin de semana de Duquesne como un ejem-
plo de santidad. La vida de la gente nombrada y no nombrada en estas páginas, tal vez no es lo que
podrían ser ahora.

Pero la abundancia de la gracia divina de hace 25 años, no dependió de nuestra santidad; ni tampoco
depende de nuestra santidad actual. Fue elección de Dios visitarnos con una fresca abundancia del Espí-
ritu Santo y sus dones aquel fin de semana en Duquesne. A pesar de nuestros defectos personales, el

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Señor nos usó para llevar adelante un movimiento de su Espíritu a través de la Renovación Carismática
en la Iglesia Católica.

Recientemente me di cuenta qué tan importante es relatar la historia de lo que sucedió aquel fin de
semana en Duquesne, cuando hablé con un grupo de predicadores carismáticos en Nueva Orleáns, Loui-
siana. Me sorprendió el darme cuenta que todos esos jóvenes, nacidos después del Vaticano II, han cre-
cido en una Iglesia donde es normal hablar acerca de los regalos carismáticos y de la Renovación Caris-
matica. Mis jóvenes amigos se sorprendieron al saber que antes de 1967, dones espirituales como el don
de lenguas, interpretación de ese don, sanación y profecía, no eran comúnmente escuchados en los
medios católicos. Ahora, 25 años después, hay sólo unos pocos lugares que no han escuchado de este
trabajo del Espíritu Santo.

Mi esposo Al, se contentó de que finalmente yo viera la necesidad de escribir este libro. Por años me
ha alentado (importunado y engatusado) para que lo hiciera.

Su interés en el fin de semana en Duquesne viene desde septiembre de 1968 cuando se graduó en la
Universidad de Iowa. En ese tiempo él vio un número de la revista ACTS, que presentaba un artículo
acerca del trabajo del Espíritu Santo dentro de los Católicos. Dos años después me dijo que cuando leyó
acerca de la experiencia de una participante de Duquesne llamada Patti Gallagher, se dijo a sí mismo:
“quiero conocer a esa chica y escuchar el testimonio de sus propios labios”. Dios ciertamente respondió a
su petición, debido a que no sólo me conoció, sino que se casó conmigo. A través de los años, Al ha
escuchado mi testimonio cientos de veces de mis propios labios. Finalmente me ha convencido para que
escribiera toda la historia, esta vez con la ayuda de mis amigos de Duquesne.

A pesar de que la historia del fin de semana en Duquesne ha sido publicada someramente en otros
libros, nunca había habido una lista de testimonios tan extensa, de testigos visuales acerca del fin de
semana en Duquesne, que pudiera servir como fuente primaria para referencias futuras. Debido a que del
17 al 19 de febrero de 1992 se celebró el Jubileo de plata del fin de semana en Duquesne, pareció una
fecha perfecta para publicar esta colección.

Este libro consta de 4 partes. Parte uno: Ven Espíritu Santo, que describe aquellos eventos que propi-
ciaron el fin de semana en Duquesne, comenzando con una oración intensiva al Espíritu Santo para el
cambio de siglo. Parte dos: No Podemos Ayudar, Pero sí Hablar de lo que Hemos Visto y Oído; es una
colección de relatos de aquellos testigos visuales que estuvieron el fin de semana en Duquesne. Parte
tres: También Nosotros lo Hemos Visto; contiene testimonios de otros que estuvieron involucrados en los
eventos inmediatamente después de la semana. Parte cuatro: Renueven la Faz de la Tierra: es mi pro-
pia reflexión acerca del Bautismo en el Espíritu Santo como una gracia para toda la Iglesia. En conclu-
sión, comparto algunas lecciones que el Señor me ha estado enseñando acerca de que espera de noso-
tros mientras nos preparamos para una nueva ola de su Espíritu.

Mientras trabajaba en este texto me sentí inspirada para hacer una novena de intercesión entre los
días de la Ascensión y el Pentecostés en 1991. Mi intención específica fue que el Espíritu Santo se derra-
mara y refrescara a todos aquellos que contribuyeron en este libro, a aquellos que lo lean, y a toda la
Iglesia. Mi novena consistió en una Hora Santa, usualmente ante el Santísimo Sacramento expuesto. Y
mientras pedía a Jesús que nos mandara a todos el agua viva de su Espíritu Santo para que nos refres-
cara y nos diera poder, me sentí alentada por las palabras de Jesús:
Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en Mí, dice la Escritura, “De su seno
correrán ríos de agua viva”.
Esto lo decía refiriéndose al Espíritu, que iban a recibir los que creyeran en Él. (Jn 7,37).
Espero que estén sedientos. Yo lo estoy. Es el prerrequisito para recibir más del Espíritu Santo. El
Señor desea darnos a su Espíritu sin medida, si tan sólo nos abriéramos nosotros mismos a Él sin
medida. Yo oro:
Concédame Dios hablar según Él quiere y concebir pensamientos dignos de sus dones,
porque Él es quien guía a la Sabiduría y quien dirige a los sabios; que nosotros y
nuestras palabras en sus manos estamos con toda nuestra prudencia y destreza en el
obrar.
Patti Gallagher Mansfield
Fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo
Julio 16 de 1991

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HIMNO SECUENCIAL PARA PENTECOSTÉS
Ven, Espíritu Santo, ven
Y de tu hogar celestial
Derrama rayos de luz divina;

Ven Padre de los pobres;


Ven fuente de todas nuestras provisiones;
Ven, y dentro de nuestros corazones resplandece.

Tú eres de los que confortan el mejor; Tú


eres del alma el mejor invitado Dulce
frescura vienes a mí;

En nuestra labor hay más dulzura;


Alivio lleno de gracia en el calor;
Consuelo en la aflicción.

¡Oh luz divina tan bendita!, Brilla


dentro de estos corazones tuyos; Y llena
nuestro ser más profundo.

Donde no estás, el hombre no es nada; Nada


bueno en obra o pensamiento Nada libre
de mancharse de maldad.

Sana nuestras heridas, renueva nuestra fuerza; Llena


nuestra sequedad con tu humedad; Lava las
manchas de culpa de nosotros.

Doblega a los de corazón duro; Derrite


a los fríos y abriga a los desapacibles; Guía los
pasos de los extraviados.

A los que tienen fe y te adoran Y


confiesan, más que antes Llénalos de
dones.

Dales la recompensa segura de tus virtudes; Dales


la salvación, Señor; Dales
alegrías que nunca terminen.

Amén, Aleluya.

PARTE UNO
¡VEN ESPÍRITU SANTO!
¡Renueva tus maravillas en este nuestro día Como un Nuevo Pentecostés!

Papa Juan XXIII

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Nunca pensé que cambiaría mi vida.
Abril 29 de 1967

Estimado Señor Iacovantuno,

¡Hola! Por favor perdóneme por no haberle escrito rápido, pero este semestre ha sido inusualmente
atareado para mí. En realidad me gustaría estar sentada junto a usted y platicarle las cosas maravillosas
que me han pasado últimamente. Sin embargo, esta corta carta tendrá que ser suficiente.

Tal vez le mencioné que soy miembro de un grupo que estudia la Sagrada Escritura en la Universidad.
Tuvimos un evento grupal el fin de semana del 17 al 19 de febrero. Al prepararme para el mismo, leí los
Hechos de los Apóstoles del capítulo 1 al capítulo 4, y un libro titulado La Cruz y el Puñal, de David Wil-
kerson. Me impresionó el poder del Espíritu Santo, y la fuerza y el coraje con que los apóstoles pudieron
diseminar las buenas noticias de Pentecostés. Naturalmente yo creí que el fin de semana sería beneficio-
so, pero debo admitir: nunca pensé que cambiaría mi vida.

Durante nuestro grupo de discusión uno de los líderes sacó el hecho de que debemos constantemente
reafirmar nuestros votos de bautismo y confirmación y abrirnos más al Espíritu de Dios. Encontré intere-
sante, pero difícil de creer, cuando se me dijo que los dones carismáticos que se otorgaron a los apósto-
les se siguen dando hoy en día —que hay todavía signos y maravillas— y que Dios ha prometido derra-
mar su Espíritu sobre todos. Decidimos renovar nuestros votos de confirmación y bautismo como una
parte de la Misa el sábado por la noche.

Sin embargo, el Señor tenía algo más en mente para nosotros; el sábado por la noche íbamos a tener
una fiesta de cumpleaños para uno de los compañeros, pero las cosas no salieron como pensamos. Uno
a uno llegamos a la capilla y recibimos lo que llama el Bautismo en el Espíritu Santo en el Nuevo Testa-
mento. Les sucedió a varias personas en forma diferente. Me quedé impresionada por un profundo senti-
miento de que Dios es real y nos ama, surgieron oraciones de mis labios que nunca hubiera tenido el
valor de decir en voz alta anteriormente. Ahora comprendí lo que Claudel quiso decir con “una voz dentro
de nosotros más que lo que somos”. Este no solamente fue un buen fin de semana, fue una experiencia
real que cambió nuestra vida, que ha continuado derramándose y creciendo.

Los dones del Espíritu se manifiestan ahora —yo puedo testificarlo— porque he escuchado gente orar
en lenguas, sanar, discernir, hablar con extraordinaria sabiduría y fe, dar profecías e interpretarlas. Y
ahora me doy cuenta que no tenemos nada que esconder, oraciones que Dios no conteste, necesidades
que Dios no tenga la capacidad de llenar y siento tanta libertad al depender de Él, del verdadero Dios.
Pudimos intentar vivir como cristianos y morir nosotros mismos a nuestros pecados, pero sin el poder del
Espíritu será un intento desalentador; hay muchas tentaciones y problemas pero ahora tengo confianza y
creo en Dios tengo la fuerza del Señor para cambiar y vivir con Él. Es verdad que recibimos al Espíritu
Santo en la confirmación y que somos su templo, pero no nos abrimos suficientemente a sus dones y a
su poder en nuestra vida. Es verdad que el Espíritu es un maestro porque he aprendido de Él en tan poco
tiempo, la Escritura está viva. Estoy segura que nunca podré tener tanto conocimiento por mí misma a
pesar de mis buenas intenciones y esfuerzos.

Es por esto que cancelé mi viaje a Europa para el verano. Estoy segura que posteriormente enseñará
francés y visitaré Francia. Sin embargo, en este momento ya le perdí el interés, parece que en el presen-
te, el Señor me ha dado ciertos dones que debo usar para acercar más gente hacia Él, me he dado cuen-
ta de que hablo con la gente acerca de Cristo y realmente estoy viendo resultados. Antes nunca me hu-
biera atrevido a hacerlo, pero ahora no puedo dejarlo. Como los apóstoles dijeron después de Pentecos-
tés: “Cómo podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído”.

Lo más maravilloso es la completa falta de ansiedad. Nunca antes estaba tan insegura del futuro; sin
embargo, nunca antes estuve tan libre de miedos y feliz. Si tiene oportunidad trate de leer el libro que le
sugerí anteriormente y otro más de John Sherrill, “Ellos hablan con otras lenguas”. Me gustaría saber de
usted y ver qué es lo que piensa. Cuídese mucho.

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Amor y oraciones.
Patti.

El fin de semana en Duquesne.


Escribí esta descripción entusiasta del fin de semana en Duquesne, dos meses después de que el
retiro había terminado. Mi amigo, el señor Val Iacovantuno fue mi profesor de francés en la preparatoria.
Yo sabía que era católico, pero nunca antes habíamos discutido acerca de religión. Debido a que me
había convencido para dar clases de francés y me estaba ayudando a hacer mi itinerario para unas vaca-
ciones en Francia, le escribí para explicar mi súbito cambio de planes. La presencia de Dios llegó a mi
vida con el bautismo en el Espíritu Santo. Supe que mi vida ya no me pertenecía. Para mi sorpresa cuan-
do el señor Iacovantuno me respondió, me dijo que dejara todo a un lado y siguiera al Señor Jesús incon-
dicionalmente. De hecho él fue una de las pocas personas que realmente pareció entender lo que estaba
sucediendo.

El retiro del 17 al 19 de febrero de 1967, que describo en mi carta, ha llegado a conocerse alrededor
del mundo como el fin de semana de Duquesne y es generalmente aceptado como el comienzo de un
movimiento de la Renovación Carismática en la Iglesia Católica. Este fue el primer evento en el que un
grupo de católicos experimentaron el bautismo en el Espíritu y los dones carismáticos.

Mientras que tal vez haya habido católicos que fueron bautizados en el Espíritu antes del fin de sema-
na de Duquesne, este retiro fue el comienzo de un movimiento de Renovación Carismática Católica que
rápidamente se esparció en todo E.U.A. y alrededor del mundo.

Pero no fue el único evento Católico que presenció los exuberantes dones que se estaban dando a
través del Espíritu Santo en 1967. A través de cartas, llamadas telefónicas y visitas personales, las noti-
cias acerca de la experiencia pentecostal se derramaron como pólvora encendida. Uno de los profesores
que era líder en el retiro de Duquesne reportó a sus amigos en Notre Dame, “no tengo por qué no creer
en Pentecostés, porque yo lo he visto”.

La Oración del Papa


Mucha gente que se reflejó en el brote de la Renovación Católica Carismática de 1967, recuerda la
oración del Papa Juan XXIII al comienzo del Concilio Vaticano II. Ellos ven a la Renovación Carismática
como una respuesta providencial a la oración hecha por el Santo Padre para un nuevo Pentecostés.
Renueva tus maravillas en este nuestro día como un Nuevo Pentecostés. Otórgale a tu
Iglesia el que, siendo de un solo pensamiento y constante en oración con María la madre
de Jesús y siguiendo a Pedro el bendito, haga avanzar el Reino de nuestro divino
Salvador, el reino de la verdad y la justicia, el reino de amor y paz. Amén.

¿Qué era lo que tenía en mente el Papa Juan XXIII cuando oró por un nuevo Pentecostés? ¿Qué era
lo que estaba esperando? ¿Y de dónde venía este deseo? Desde aquel primer Pentecostés cuando na-
ció la Iglesia, el Espíritu Santo ha estado trabajando continuamente. A través de los siglos, el Señor ha
levantado a grandes santos, hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo, que han manifestado dones
carismáticos extraordinarios. También han existido comunidades de creyentes católicos en el pasado que
experimentaron la presencia del Espíritu Santo actuando en su medio tal y como Él lo hizo en los comien-
zos de la Iglesia. El Papa Juan XXIII estaba bien consciente de esto cuando imploró al Espíritu Santo que
renovara sus signos y maravillas en nuestros días. El sabía que una experiencia viva de Pentecostés era
posible. El la presenció por sí mismo.

Una villa llena del Espíritu


Cuando Angelo Roncalli todavía era Obispo, acostumbraba visitar una pequeña villa checoeslovaca de
aproximadamente 300 personas, en la que vivía una amiga cercana a mí, la señora AnneMariea Schmidt.
Por siglos muchos católicos en esta villa han experimentado el privilegio completo de los dones carisma-
ticos, tal y como está escrito en 1 Cor 12-14. Para ellos era una parte normal de su vida cristiana... Pente-
costés era una realidad diaria.
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AnneMariea me relató las circunstancias que rodearon a la primera manifestación de los dones caris-
máticos en el siglo XI. Cuando los pobladores estuvieron en peligro de morir de hambre debido a una
fuerte nevada que arruinó sus plantíos, oraron pidiendo la ayuda de Dios. Una hermosa dama que no se
identificó, apareció en la montaña y les enseñó cómo implorar al Espíritu Santo. Al seguir sus instruccio-
nes se llenaron del Espíritu Santo y recibieron dones carismáticos, como el don de discernimiento, profe-
cía y don de lenguas; también experimentaron un crecimiento en los dones santificantes del Espíritu
Santo, especialmente amor. El pan que ellos cocinaron aquel invierno se bendijo, y su provisión duró
milagrosamente hasta la próxima cosecha. Cada generación sucesiva de pobladores manifestó los dones
del Espíritu Santo; no se dieron cuenta de que esta experiencia Carismática era única, debido a que la
villa estaba alejada. AnneMariea, que era niña en esa época, lo recuerda como un sacerdote lleno del
amor de Dios. Le encantaba sentarse a sus pies y escucharlo hablar de Jesús, él parecía como si estu-
viera en casa, en medio de manifestaciones carismáticas, mientras oraba por su familia y por los demás
habitantes de la villa.

Cuando le pregunté a AnneMariea si ella creía que la oración del Papa Juan XXIII pidiendo por un
nuevo Pentecostés estuvo inspirada por las visitas que él hizo a la villa, ella dijo que creía que sería pre-
suntuoso llegar a tal conclusión. AnneMariea creía que su deseo por un nuevo Pentecostés nació en su
corazón mucho antes de que él los visitara, él sabía muy bien lo que era posible cuando la gente se vol-
vía a Dios con arrepentimiento, corazones humildes, e imploraban al Espíritu Santo que actuara en su
medio.

La descripción del Obispo Angelo Roncalli hecha por AnneMariea es confirmada por muchas otras
personas. Ciertamente el Papa Juan XXIII es reconocido como una de las figuras más carismáticas del
Siglo XX. Ha sido llamado por el cardenal Suenens, como un “hombre completamente dócil al Espíritu
Santo, un hombre que, liberándose de sí mismo, siguió el camino del Espíritu Santo”.

Fue profetizado en la década de 1930 que una prueba muy severa se presentaría a la villa de
AnneMariea y mermaría su población, pero que habría alegría porque los habitantes se mantendrían fir-
mes en esta prueba. Esta profecía se cumplió cuando tropas nazis llegaron en 1938 y mataron a casi
todos los habitantes de la villa. Pero el poder del Espíritu Santo los sostuvo y ninguna persona renunció a
su fe. Le agradezco a Dios por haber conservado la vida a AnneMariea Schmidt, que sobrevivió a cam-
pos de concentración nazis y rusos, y que me permitió compartir esta porción de su asombroso testimo-
nio.

El apóstol del Espíritu Santo


La primera persona que fue beatificada por el buen Papa Juan XXIII fue una mujer religiosa llamada
Elena Guerra. El fraile Val Gaudet ha apuntado que el Papa Juan XXIII pudo haber estado influenciado
para orar pidiendo por un nuevo Pentecostés gracias a los esfuerzos de Elena Guerra, a quien él llamaba
el Apóstol del Espíritu Santo, la bendita Elena Guerra vivió cerca del cambio del siglo, en una época de
gran significado en la historia pentecostal, como podremos ver.

La hermana Elena Guerra fue la fundadora de las hermanas Oblatas del Espíritu Santo en Lucca, Italia.
Cuando ella tenía 15 años, la hermana Elena se sintió inspirada para escribirle al Papa León XIII
pidiéndole que renovara la Iglesia a través de un retorno al Espíritu Santo. Sin embargo ella no volvió a
tener esta inspiración hasta muchos años después, cuando el Señor reveló a una mujer devota que tra-
bajaba en la cocina lo que él quería que Elena hiciera. Con el ánimo de su director espiritual, la hermana
Elena escribió doce cartas confidenciales al Santo Padre entre 1985 y 1903 pidiendo por una oración
renovada en el Espíritu Santo, “quien es el que forma a los santos”.

El Papa León XIII escuchó la llamada del Señor a través de la hermana Elena y respondió publicando
la “Próvida Matris Caritate”, en la que pedía a toda la Iglesia celebrar una novena solemne al Espíritu
Santo entre las fiestas de la Ascensión y Pentecostés. La propia hermana Elena en ese tiempo comenzó
a formar un grupo de oración que llamó “Cenáculos Permanentes”.

La hermana Elena comunicó al Santo Padre su deseo de ver a toda la Iglesia unida en oración cons-
tante, al igual como estuvieron María y los apóstoles esperando la venida del Espíritu Santo. Ella expresó
su deseo de la siguiente manera: “si tan sólo el Espíritu Santo, pudiera llegar a ser tan popular como el

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Viva María”. La hermana Elena tuvo la profética misión de llamar a la Iglesia a ser un cenáculo perma-
nente de oración. En 1897, su director espiritual, el Obispo Volpi, regresó de Roma, con la promesa del
Papa de que haría todo lo posible para honrar al Espíritu Santo. Fue cuando el Santo Padre publicó su
Encíclica sobre el Espíritu Santo “Divinum Illud Munus”. La hermana Elena se sintió satisfecha con esta
Encíclica, pero se decepcionó con la pobre respuesta dentro de la Iglesia, especialmente de los pastores
de esta misma.

Y ellos se llenaron con el Espíritu


A sugerencia de la hermana Elena, el Papa León XIII invocó al Espíritu Santo en enero 1 de 1901, el
primer día del primer año del siglo XX. Cantó el himno Veni Creator Spiritus (Ven Espíritu Creador) en
nombre de toda la Iglesia. El mismo día se llevó a cabo un evento en Topeka, Kansas, que marcó el
comienzo de un gran renacimiento del poder y dones del Espíritu Santo, destinados a esparcirse en todo
el país y alrededor del mundo.

En Topeka, entre la calle 17 y la calle Stone Avenue (ahora el lugar de la Iglesia Católica del Inmacu-
lado Corazón de María) se encontraba una mansión de 30 recámaras, la cual se convirtió en el hogar del
colegio Bethel y la Escuela Bíblica en septiembre de 1900; el Rev. Charles Fox Parham y sus jóvenes
estudiantes se dedicaron a orar y al estudio de la Palabra de Dios referente al Bautismo en el Espíritu
Santo. De hecho la más alta de las tres torres en la mansión fue designada como una torre de oración, y
se organizó un maratón de oración. 24 horas al día, 7 días a la semana, esas personas jóvenes estuvie-
ron pidiéndole a Dios que los bautizara a uno o a todos en el Espíritu Santo. Eso sí que fue un cenáculo
continuo, precisamente lo que la bendita hermana Elena Guerra quería.

Cerca de las 11 de la mañana de aquel primero de enero de 1901, una de las estudiantes llamada
Agnes Ozman, le pidió al Rev. Parham que le diera la imposición de manos y que orara para que ella
recibiera el Bautismo en el Espíritu, y eso precisamente fue lo que sucedió. Agnes comenzó a hablar en
lenguas al igual que otros en la escuela, incluyendo al Rev. Parham que tuvo la misma experiencia en los
días siguientes. Este evento es generalmente aceptado como el comienzo del Pentecostalismo.

Dios respondió a la ferviente oración de aquellos que le pidieron día y noche. A pesar de la pobre res-
puesta de los católicos al llamado del Papa León XIII para orar continuamente al Espíritu Santo, hubo
creyentes de otras denominaciones que humildemente buscaron y alegremente recibieron el derrama-
miento del Espíritu y de sus dones carismáticos al comienzo de este siglo.

En 1906 un derramamiento continuo del Espíritu Santo ocurrió en Los Angeles y es comúnmente cono-
cido como el Renacimiento de la “calle Azusa”. Aquellos que aceptaron esta experiencia pentecostal fue-
ron la mayoría proveniente de las iglesias establecidas. Se congregaron en nuevas iglesias y denomina-
ciones que usualmente se categorizar como Pentecostales.

El pentecostalismo es declarado por muchos historiadores como una tercera fuerza que crece rápida-
mente dentro del mundo cristiano al lado del protestantismo y el catolicismo.

Durante los años 50 al tiempo que los carismas empezaron a ser recibidos por miembros de iglesias
establecidas que rechazaron retirarse de sus denominaciones, surgió un nuevo movimiento neo-pente-
costal. La experiencia del bautismo en el Espíritu Santo se comenzó a dar entre los Episcopales, Lutera-
nos, Presbiterianos, y otros que se mantuvieron en sus iglesias esperando trabajar para una renovación
interior. Por lo tanto no es sorprendente que para la mitad de los años 60, la Iglesia Católica comenzara a
experimentar una Renovación Carismática también en su seno. Lo que sorprendió a muchos observado-
res, sin embargo, fue lo rápido que el Bautismo en el Espíritu se dispersó entre los Católicos, y la apertu-
ra que la Renovación Carismática conoció entre los oficiales de la Iglesia Católica.

Antes del fin de semana en Duquesne


A mediados de los años 60 se formó una cadena de amistades entre la Universidad de Duquesne en
Pittsburgh, Pennsylvania, y la Universidad de Notre Dame en South Bend, Indiana. Varios miembros de la
U. de Duquesne hicieron sus estudios y se graduaron en Notre Dame (entre ellos Patrick Bourgeois de
Nueva Orleáns, Louisiana). También había ciertos estudiantes que se graduaron en Notre Dame, estu-
diantes preuniversitarios en Duquesne, notablemente Dorothy Garrity Rabaghan y Bert Ghezzi, ambos
13
nativos de Pittsburgh. Dorothy y Bert mantuvieron lazos personales con algunos miembros de la Facultad
de Duquesne.

En adición a esta cadena de amistades, también se llevó a cabo una preparación para la Renovación
Carismática a un nivel espiritual. Se organizaron reuniones de oración en Notre Dame y en South Bend,
mucho antes de marzo de 1967. El fraile Edward O’Connor, C.S.C., un líder de los comienzos de la Reno-
vación Carismática Católica, describe la situación de la siguiente forma:
Una ola de entusiasmo por las vigilias bíblicas y reuniones de oración se ha dado a
través del país durante los comienzos de 1960. Especialmente en Notre Dame, durante
el año de 1963-1964, tales actividades parecen haber florecido. Se mantuvieron
reuniones de oración semanalmente organizadas por un grupo de estudiantes
graduados, entre los cuales hubo varios que eventualmente jugarían un rol importante
en el movimiento pentecostal. Esas primeras reuniones consistieron en lecturas de las
Escrituras, oración espontánea, cantos y predicación. Sin embargo, la oración fue menos
espontánea, y la predicación más prominente y humanística, que en reuniones
pentecostales posteriores.

Se organizó también un evento especial masivo para los estudiantes graduados cada
domingo por la mañana, en el cual muchos participaron con un Espíritu vivo, que para
esos días fue notable. Fue seguido por un desayuno, que estuvo realmente lleno de
cordialidad en Jesús. También un número de estudiantes recitó juntos vísperas
diariamente.

Ese mismo año, el cursillo fue llevado a South Bend, en gran medida a través de un
estudiante graduado llamado Steve Clark. A través de los siguientes años tuvo un
poderoso impacto espiritual en cientos de personas en la ciudad y en la universidad. Por
algún tiempo esos cursillistas se reunieron un día a la semana en la capilla de Pangborn
en Notre Dame. De esos cursillos surgió el fin de semana de “Antioch”, designado para
confrontar a los estudiantes preuniversitarios con el significado de lo que es ser
cristiano. Ambos, el “cursillo y el fin de semana en Antioch”, hicieron surgir programas
que se llevaron en grupos de oración semanalmente en los que se daban pláticas,
examen personal, ánimo mutuo y oración. Otro grupo que comenzó en el mismo año se
localizó en el Seminario Moreau, donde varios estudiantes comenzaron a mantener
reuniones bisemanales para nutrirse de un crecimiento espiritual, inspirado en el
ejemplo de Nuestra Señora.

Por lo que, el fuego pentecostal que surgió en la primavera de 1967, estuvo preparado
por un considerable fermento de pláticas, oración y actividades apostólicas... La gran
mayoría de estas actividades cesaron después de un año o dos, sin embargo,... (estos
movimientos) fueron de gran importancia en la preparación del movimiento pentecostal,
La conexión del cursillo
Es importante notar qué tan profundamente impactó el movimiento del cursillo a la gente de Notre
Dame y Duquesne, que después se convertirían en los líderes de la Renovación Carismática Católica. El
artículo en Una Nueva Alianza de febrero de 1973, describe a los hombres que estuvieron relacionados
en el cursillo en Notre Dame:

Los hombres que estuvieron alrededor del cursillo en Notre Dame en los años 60
vinieron de una gran variedad de medios con algunos lazos comunes significantes. Todos
eran intelectuales altamente educados que lograron distinciones académicas
considerables. La mayoría profesaban el catolicismo o el ortodoxismo. Y les preocupaba
la renovación personal espiritual y litúrgica, a pesar de que algunos habían adquirido
educaciones teológicas progresivas y la mayoría había trabajado en acción social y en
movimientos de derecho civil...

Hubo excepciones a este patrón, uno de ellos fue Ralph Martin, un brillante estudiante
de filosofía y editor de la universidad, que no le importaba la Iglesia para nada. A
comienzos de 1964 finalmente se sintió libre de las represiones de su educación católica,
y se ganó la reputación de un ateo convencido en la universidad y sus alrededores. La
primera vez que Martin conoció a Steve Clark, entraron en discusión acerca de la
cristiandad en un restaurante estudiantil cerca de la universidad.

La conversión de Martin ocurrió repentina e increíblemente, durante el segundo


14 tan dramática que Bert Ghezzi, que también
cursillo en Notre Dame. Fue una conversión
estaba ahí, al principio dudó de su autenticidad. “Nunca vi un cambio tan radical en la
vida. No creí que tales cosas fueran posibles”.
Ralph Martin recuerda que después de tener ese encuentro con el Señor Jesús resucitado, en ese cur-
sillo, se sintió lleno con el poder de las alturas, y proclamó: “yo quiero ser Su testigo”. Hombres como
Ralph Martin y Steve Clark se dieron cuenta de que lo que los fundadores del movimiento del cursillo
iniciaron fue esencialmente un nuevo Pentecostés. Eduardo Bonnin, uno de los fundadores del cursillo
dijo explícitamente:
La cristiandad, después como antes, es esencialmente un derramamiento del Espíritu
Santo. Es el milagro de Pentecostés. Y donde no puedes ver el derramamiento del
Espíritu, ahí el Consejero no ha pasado. Ahí pueden encontrar hombres que crean en el
Padre y, debido a una egocentricidad ingenua, estén convencidos acerca de la práctica
de una cristiandad, cuando ellos van a pedirle dones al Padre. Deben también tener
hombres que crean en la Palabra, y en el sentido de todas las cosas que en Él se han
revelado. Inspirados por la nueva idea adquirida de Dios, esos hombres intentarán
modelar sus vidas como la de Él, con una fidelidad laboriosa, ellos son hombres
diligentes con una moral establecida. Pero no son hombres del Espíritu Santo con amor
que se derrama; no son hombres con ojos que destellan. Para ellos no ha llegado
Pentecostés.
Pero para muchos de los cursillistas de Notre Dame Pentecostés había llegado. De hecho, en una de
las reuniones de oración, que se llevó a cabo en el departamento de Phil O’Mara en 1965, hubo un ins-
tante en que se habló en lenguas. Esta reunión fue detenida por el líder de la misma, por no entender lo
que pasaba. Después que el compañero de Phil, Ralph Martin, tuvo su dramática conversión en el cursi-
llo, habló en lenguas un mes después, pero se dio cuenta de lo que era en esa fecha. Eventos milagro-
sos, sanación, discernimiento, respuesta a las oraciones, acompañaron a los cursillos en esa época en
Notre Dame. la mayoría de los líderes tuvieron encuentros personales con Jesús al menos tan intensos
como en sus últimas experiencias con el Bautismo en el Espíritu. George Martin resume la experiencia de
esos días llamándolas “épocas increíblemente llenas de gracia”.

Durante las vacaciones navideñas de 1965 Ralph Martin y Steve Clark se reunieron en la casa de Mar-
tín, en Nueva Jersey, y decidieron pasar el verano orando en el Monasterio del Monte Salvador, en la
ciudad de Elmira, Nueva York. Durante su permanencia en el monasterio, sintieron que el Señor los guia-
ba a dejar la escuela (Clark había permanecido en Notre Dame y Martin estaba en Princeton) para estar
más disponibles al servicio cristiano. Una vez que tomaron la decisión, fueron invitados a dar las pláticas
de apertura y cierre de la convención de Cursillos Nacionales en Kansas City, Missouri. Se unieron al
equipo de los estudiantes de San Juan de la Universidad Estatal de Michigan y al Secretariado Nacional
del Cursillo, también localizado en East Lansing, Michigan. Entre 1965 y 1970 Ralph y Steve presentaron
docenas de talleres de cursillos a través de los E.U.A. Los contactos hechos a través de los cursillos fue-
ron muy útiles después para diseminar las noticias acerca del Bautismo en el Espíritu Santo.

Dos libros que eran difíciles de soltar


Hubo dos libros que sirvieron de base para dirigir a Ralph, Steve y su cadena de amigos de Notre
Dame, Duquesne y el Cursillo hacia la experiencia del Bautismo en el Espíritu. Uno de ellos es La Cruz y
el Puñal de David Wilkerson y John y Elizabeth Sherrill, originalmente publicado en 1963 por Publicacio-
nes Pirámide, para Fleming H. Revell. El otro libro es Ellos hablan con otras lenguas, de John Sherrill,
originalmente publicado por McGraw Hill en 1964.

Ambos libros eran de lectura fascinante, difíciles de soltar. En Ellos hablan con otras lenguas, John
Sherrill detalla su investigación del fenómeno no muy común de hablar en lenguas “la pronunciación que
da el Espíritu”. Durante los años de investigación de Sherrill, él fue bautizado en el Espíritu y describe la
experiencia primero como un observador, y después como participante. Este libro es considerado como
un clásico pentecostal.

La Cruz y el puñal, es la dramática historia de un predicador pentecostal de un pequeño pueblo, que es


llamado por el Espíritu para trabajar con las pandillas callejeras en la sección Bedford-Stuyvesant de la
ciudad de Nueva York. Es un testimonio poderoso de fe dinámica de Wilkerson y una introducción intri-

15
gante al poder que se desata en el Bautismo en el Espíritu Santo. Wilkerson describe las diferentes for-
mas en las que trabaja al Espíritu Santo a través de la guía divina y de dones carismáticos.

La historia de cómo esos libros se hicieron conocidos en los círculos católicos es muy interesante.
Peter Collins, un graduado de Notre Dame en 1966 pasó unas semanas en Toronto Canadá, cuando se
topó con Ellos hablan con otras lenguas, mientras visitaba una iglesia pentecostal. Peter describe cómo
sucedió esto en un testimonio que después leerán en este libro. Suficiente es decir que Peter le dio el
libro de John Sherrill a Steve Clark en junio de 1966, cuando conoció a Steve y a Ralph en una sesión de
entrenamiento para voluntarios en San Antonio Texas. Steve Clark ya tenía una copia del libro La Cruz y
el puñal que le dio un trabajador de la Universidad Estatal de Michigan. Se impresionó con los efectos
que el bautismo en el Espíritu tuvo en las vidas de los drogadictos. Ralph y él habían considerado visitar
a Wilkerson en su ministerio para jóvenes con problemas en la ciudad de Nueva York, pero nunca lo
hicieron. Steve le dio a Peter una copia del libro de Wilkerson.

Debido a este cambio inicial de libros en junio de 1966, un número de otros estudiantes en Notre Dame
comenzó a leer estos libros y a maravillarse acerca del Bautismo en el Espíritu Santo. Jim Cavnar y Jerry
Rauch, preuniversitarios de Notre Dame estaban pasando el verano de 1966 en East Lansing, con Ralph
y Steve. Tal y como Jim compartirá su testimonio más tarde en este libro, él creía que los eventos que
estaba leyendo eran probablemente ciertos, quedaría más satisfecho si alguien más los investigaba. Y
eso fue precisamente lo que sucedió.

Hambre espiritual en Duquesne


Meses después del cambio de libros que describimos arriba, en la primavera de 1966, dos miembros
de la Facultad de la Universidad de Duquesne entraron en un periodo de oración y reflexión intensa acer-
ca de la vitalidad de su fe. Uno era profesor de historia; el otro era instructor de teología. Ellos sintieron la
necesidad de un dinamismo interior más grande y de un nuevo poder para vivir como cristianos y ser tes-
tigos de Cristo. Ambos hombres se habían entregado al Señor por muchos años; ambos eran cursillistas.
De hecho, el profesor de historia fue el instrumento que llevó el movimiento del cursillo a Pittsburgh. El
testimonio de Eileen Karl, que encontrarán después en este libro da más detalles sobre este punto. Ellos
también fueron moderadores de la sociedad Chi Rho del campus de Duquesne, que uno de ellos fundó
años antes para estimular la oración, la participación de la liturgia, el testimonio cristiano y la acción
social. “Pero aún querían algo más”. No estaban seguros de lo que era, pero hicieron un pacto para orar
el uno por el otro.

Cada día que siguió desde la primavera de 1966, ellos oraron para que el Espíritu Santo les renovara
todas las gracias de su bautismo y confirmación, que los llenara con el poder y amor del Señor Jesucris-
to; diariamente esos hombres oraron la famosa y bella “secuencia dorada”, que se usa por la Iglesia en la
Liturgia de Pentecostés. Se puede encontrar en el comienzo de este libro.

Un nuevo descubrimiento
La convención nacional de cursillos, en agosto de 1966, fue destinada a ser una reunión importante
para los dos profesores de Duquesne. Fue ahí donde se encontraron con sus amigos, Ralph Martin y
Steve Clark. Se les dieron copias de los dos libros acerca de la experiencia pentecostal y se les urgió a
que los leyeran, lo que ellos hicieron. Dios ya los había estado preparando para una nueva dimensión de
vida en el Espíritu, despertando en ellos una profunda hambre espiritual y llevándolos a la oración con-
certada.

El Espíritu Santo estaba trabajando. Mientras leía La Cruz y el puñal, uno de los hombres de Duques-
ne decidió checar las referencias escritas del trabajo del Espíritu Santo y de cómo recibir el Bautismo en
el Espíritu Santo. El se enfocó al Evangelio según San Lucas y a los Hechos de los Apóstoles. Después
escribió: “comencé a buscar como loco en toda la Biblia, particularmente en el Nuevo Testamento y en-
contré, por 4 horas continuas, que la Biblia se me abrió, de una forma que nunca antes lo había hecho.
Creo que no me moví de mi silla”.

Ellos vieron más claramente que antes, el rol del Espíritu Santo en la vida del creyente, que como
maestro, es el único que da poder y guía.

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“Parecía tan claro, tan compulsivo, tan envolvente. Era como descubrir la cristiandad por vez primera”.

¿Y ahora qué sigue?


Los profesores se enfrentaron a varias posibilidades. Podían continuar orando y predicando esta vida
profunda en el Espíritu para ellos mismos, pero eso no les pareció prometedor. Ya habían estado orando
y predicando por un tiempo. Tal vez pensaron que debían tomarse de las manos y orar para recibir el
Espíritu Santo, pero no estaban convencidos de que esta sería la mejor alternativa. Otra opción fue la de
atender a una Iglesia Pentecostal, pero estaban dudosos de hacerlo; al final la alternativa más atractiva
pareció ser la de encontrar a unos neopentecostales, aquellos que hubieran permanecido dentro de sus
propias denominaciones después del Bautismo en el Espíritu. No era un paso muy seguro, pero decidie-
ron tomarlo.

Había un sacerdote episcopal que fue una vez al campus de Duquesne para dar una plática. Rápida-
mente ellos llamaron al fraile William Lewis, de la Iglesia de Cristo en las colinas al norte de Pittsburgh,
para preguntarle si le eran familiares los libros de Wilkerson y Sherrill. De hecho él los conocía, y aunque
no había sido bautizado en el Espíritu, se ofreció a presentarles a otra persona de su comunidad que sí lo
era; el fraile Lewis la describió como una mujer muy fina y de muy buena reputación en su comunidad,
ella era madre de un sacerdote episcopal, y miembro de un grupo de oración carismática interdenomina-
cional, que se reunía en una casa enfrente de la iglesia.

Debido a que no se pudo realizar una reunión en las vacaciones navideñas, ellos decidieron esperar
hasta un viernes, 6 de enero de 1967. Esa fecha fue significativa para los hombres de Duquesne porque
recuerdan al 6 de enero como la fiesta de Epifanía, la manifestación de Jesucristo como Hijo de Dios,
como el Único bautizado por el Espíritu Santo, y como el Único que bautiza en el Espíritu Santo. Los dos
hombres de Duquesne llegaron a la oficina del fraile Lewis y fueron presentados con la feligresía llena del
Espíritu. El testimonio que ella les compartió fue sencillo, directo y escritural; ellos se quedaron impresio-
nados. Al terminar la reunión ella los invitó a una reunión de oración carismática el siguiente viernes por
la noche. Fue un encuentro que cambiaría sus vidas.

Donde dos o más se reúnen en Mi Nombre


Estoy profundamente agradecida con Flo Dodge, que ahora vive en Lower Burell, Pennsylvania, por
proporcionarme la siguiente información acerca de su grupo de oración (después conocido como el grupo
de oración de la capilla Hill) que dio origen a un importantísimo movimiento del Espíritu Santo entre los
católicos.

Flo, presbiteriana, fue bautizada en el Espíritu Santo en el año de 1962. Fue criada en un hogar cris-
tiano de gran educación que continuamente era lugar de reunión en que se desarrollaban actividades
cristianas y donde se encontraban misioneros extranjeros. Fue especialmente significativo para la madre
de Flo, que vivía con ella en 1967, que una vez más su hogar, ahora en la capilla Hill, sería usado para
un importante trabajo de Dios.

De dos a tres años y medio antes de la famosa visita hecha por los miembros de la Facultad de Du-
quesne, Flo sintió la necesidad de formar un grupo de oración. En esas fechas ella tenía una posición
responsable, como directora de entrenamiento en una gran tienda departamental en Pittsburgh y también
tomaba parte activa en su Iglesia. Una a una, el Señor trajo mujeres de diferentes características a las
reuniones de oración en su casa, en donde Él se presentó a cada una de ellas de una manera mara-
villosa. Hubo un grupo de 7 mujeres que fueron bautizadas en el Espíritu, pero a veces las reuniones
llegaron a tener hasta 30 personas.

Flo dijo que el Señor entrenó al núcleo del grupo en intercesión y lo puso bajo una estricta disciplina.
Ellas experimentaron una unidad profunda en el Espíritu Santo al tiempo que Él se movía en su medio.
Las mujeres se estaban preparando a través de la oración y ayuno a ser muy obedientes y dóciles al
Espíritu Santo.

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En octubre de 1966, el Señor dirigió a Flo en una oración, a leer todo Isaías 48; ella sintió que encon-
traba un mensaje muy importante para el grupo de oración. En este pasaje el Señor proclama:

Yo les había anunciado los acontecimientos mucho tiempo antes. Salieron de mi boca
y los di a conocer, de pronto las hice y se cumplieron.
Yo sabía que eres porfiado, que tu cuello es como una barra de hierro, y tu frente
como de bronce. Por eso te había anunciado los acontecimientos y te los di a conocer
antes que llegaran. Si no, hubieses dicho: “Mi ídolo fue el que los hizo, mi estatua tallada
o fundida fue quien los mandó”.
Tú has oído todo esto, ¿no vas a admitirlo? Ahora te revelo cosas nuevas y secretas no
sabidas...
Mira cómo te he puesto en el fuego, igual que la plata y te he probado en el horno de
la desgracia. Tan sólo por mi amor, por mi amor, lo he hecho, pues, ¿cómo mi nombre
sería profanado? No cederé a otro mi gloria.
Is 48, 3-6. 10-11.
Flo sintió que el Señor le estaba comunicando 4 cosas a través de este pasaje y habló acerca de ellas
en la reunión de oración. Primero: Él estaba haciendo algo nuevo. Segundo: ellas no deben decir, “mi
ídolo lo hizo”. Tercero: Un proceso de refinamiento se estaba llevando a cabo. Cuarto: Nadie debe tocar
la gloria de Dios dirigiéndose a la carne en vez de al Espíritu. En retrospección, ella vio cómo el Señor
estaba preparando al grupo de oración de la capilla Hill para el rol que el grupo habría de tomar para
llevar el Bautismo en el Espíritu Santo a los católicos.

Dios tenía un claro plan en mente para ellos aunque no se habían dado cuenta en ese tiempo. El pasa-
je de Efesios 2,10 fue de especial significado para Flo. “Lo que somos es obra de Dios: Él nos ha creado
en Cristo Jesús, con miras a las buenas obras que dispuso desde antes, para que nos ocupáramos en
ellas”.

Un poco antes de la reunión de enero 13 de 1967, Flo recibió una llamada telefónica de una mujer
episcopal, que se había reunido con gente de Duquesne. Esta hermana en Cristo estaba muy emociona-
da y ansiosa de hacer algo especial la noche en que los católicos la visitarían. Flo sintió que el grupo de
oración necesitaba una meditación para después proceder como siempre. Pero cuando colgó el teléfono
le preguntó al Señor que estaba sucediendo y si debía contactar a su grupo; ella recuerda que el Señor
parecía decirle, “Pídeles que ayunen y oren y que sean obedientes al Espíritu Santo y se hará historia”.
La noche del 13 de enero de 1967, alrededor de las 19:30, 4 visitantes de Duquesne arribaron a la
casa de Flo, ubicada en el número 25 de Chapel Drive en las colinas al norte. Se encontraban los 2
miembros de la Facultad ya mencionados, una de sus esposas, otro instructor de teología, llamado
Patrick Bourgeois. Flo recuerda que cuando su madre abrió la puerta y los vio sintió un amor profundo por
ellos y los recibió como hijos. Se recibieron los unos a los otros con un cálido abrazo. El Señor dio a la
madre de Flo un sentimiento de unidad en el Espíritu que Él deseaba que surgiera. El amor del Señor se
vertió sobre todo el grupo y duró toda la tarde.

Flo fue profundamente tocada por un hambre espiritual que ella percibió en los 2 hombres que habían
ayunado y orado por una Renovación en el Espíritu Santo. El instructor de teología le comentó a una
amiga de Flo que estaba sorprendido por la fuerza interior que llevaba a las personas en las reuniones a
predicar. La tarde procedió como siempre con himnos, oración espontánea, breves testimonios, lectura
de las Escrituras y oración en lenguas.

Cerca del fin de la reunión se puso una silla en medio del cuarto para cualquiera que quisiera pedir una
oración para una necesidad en especial. Pero esa noche, Flo sintió que el Señor le dijo que dejaran de la-
do esta costumbre. Ella recordó el pasaje de Isaías “No dar mi gloria a otros”. Flo quiso obedecer el
anuncio del Señor de que no hubiera ninguna imposición de manos esa noche. Era importante que nin-
gún miembro del grupo tuviera el crédito, por decirlo así, de haber sido la persona que puso las manos
sobre los visitantes católicos en el Bautismo en el Espíritu.

Pero al intentar ella terminar la reunión el profesor de historia de Duquesne, brincó. Flo Dodge vívida-
mente recuerda que el profesor la alcanzó moviendo sus manos, deteniéndola y diciéndole. “Oh no, usted
no puede terminar, he esperado mucho tiempo para esto. Vine a recibir el Bautismo en el Espíritu Santo y
no me voy hasta que lo haya recibido”.

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Flo preguntó entonces a Jim Prophater, un artista comercial que también estaba presente esa noche
con su esposa, que se reuniera con este profesor y que determinaran si de hecho él estaba preparado
para el Bautismo en el Espíritu.

De acuerdo con Flo, Jim le preguntó que expresara lo que creía acerca de Jesucristo; el profesor res-
pondió que amaba al Señor con todo su corazón y que estaba dispuesto a recibir más de su Espíritu
Santo.

Todos los presentes unieron sus manos en un círculo y Jim Prophater ofreció una oración sencilla pidi-
éndole al Espíritu Santo que descendiera. Flo recuerda que Jim dijo: “Señor Tú conoces su corazón y
necesidades. Llénalo ahora para que se derrame con tu Espíritu”. Ella dijo que pudo sentir al Espíritu
Santo descendiendo sobre el profesor, aunque él no oró en lenguas y nadie le impuso las manos. Pero
había tal poder en el cuarto aquella noche que todos los presentes recibieron más de Dios. En un Espíritu
de alegría, cada uno se levantó y dio gracias por lo que el Señor estaba haciendo. Uno de los instructores
de teología cantó un himno y la reunión se terminó.

Para los 4 católicos que estuvieron en la primera reunión, fue significante lo que sucedió el 13 de ene-
ro, el octavo día de Epifanía, establecido en la liturgia Católica, para celebrar el bautismo de Jesús en el
río Jordán.

Otra descripción
Es interesante ver cómo gente diferente describe el mismo evento. Somos afortunados de tener la
siguiente historia de uno de los 4 católicos originales que estuvieron en la reunión de oración en la capilla
Hill, allá en casa de Flo. Fue escrita por el instructor de teología que se hizo la promesa original de orar
por una Renovación en el Espíritu Santo:
Mi esposa, 2 colegas y yo caminamos lentamente hacia un hogar suburbano y nos
quedamos gratamente impresionados por la calidez de la gente que ahí estaba. Era
como una reunión familiar y nosotros pertenecíamos a ella. Recuerdo que cantaron 4 o 5
himnos tradicionales de tipo Escuela Dominical para abrir la reunión, continuaron con
una sesión espontánea de oración. Una persona era la que llevaba la guía esa vez y
aunque ciertamente no eran balbuceos se oían oraciones en voz baja y en lenguas. Esto
también fue hecho suavemente; ellos comenzaron después a compartir textos bíblicos
de la forma más notoria. Compartieron lo que habían leído en la última semana y lo
relacionaron con una variedad de experiencias pasadas y presentes, lo que nos
sorprendió acerca de esto, fue que la teología de la vida cristiana que surgió fue
excelente. Fue una teología de gracia orientada a la resurrección, del tipo que se
encuentra en los cursillos y en los buenos libros de teología; pero todavía no se había
ideado para un libro de texto. La teología operativa del grupo que conocí y en el que oré
era positiva, natural, y alegre, debido a que tenía su base en las epístolas paulinas.
hecho iba a empezar a rechinar los dientes cuando alguien dijo: “Usted sabe, creo que el
Gesticulé una o 2 veces cuando alguien habló de la inteligencia y qué tan peligrosa es,
Señor quiere que también usemos eso...”. Y esto comenzó una reflexión muy positiva. Mi
única objeción pareció centrarse en la forma en que ellos usaban las Escrituras. La
palabra correcta no es Fundamentalismo, era mucho más, el que ellos intentaran leer las
Escrituras como lo hacen los padres en las iglesias, de una forma altamente alegórica.
Me desconcertó por unos momentos, pero aún con esto pude ver un sentimiento real y
un testimonio de la presencia de Dios. Tal vez por eso me molestó. Temí una mentalidad
del tipo “Línea súper directa a Dios”. Todavía como uno de mis amigos dijo después de
la reunión, tal vez porque nosotros damos más énfasis a causas secundarias, tenemos la
impresión de que Dios nunca trabaja. No fue una tarde extraordinaria, pero nos llevó a
pensar y a orar. Nos dejó con un sentimiento de que sí había un movimiento de Dios.

Me ha dicho mucha gente que estuvo presente, que este profesor salió de la casa de Flo a caminar
tiempo después que terminó la reunión de oración; había tenido en general una experiencia positiva de la
misma, como lo menciono anteriormente. Pero ciertos elementos le causaron una inquietud emocional
que sintió la necesidad de estar solo y pensar en todo lo que había sucedido.

Regresando por más

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El siguiente viernes 20 de enero de 1967, 2 de los 4 católicos regresaron a la casa de Flo en la capilla
Hill. El instructor de teología compartió sus impresiones de lo que fue esa segunda reunión, a unos ami-
gos a través de una carta:
De los 4 que estuvimos en la primera reunión, por diferentes razones, solamente
Patrick Bourgeois, un compañero instructor en teología, y yo, pudimos estar en la
siguiente reunión. Regresamos para encontrar que las oraciones y las reflexiones
estaban centradas esta vez en la Epístola a los Romanos. La única forma en que puedo
expresar lo que sentimos acerca de esta reunión fue que no estaba turbada por temas
de reformación; ellos no estaban diciendo algo que pudiera ser problema. Era una
reunión sin denominaciones. Terminó cuando Pat y yo pedimos una oración para el
Bautismo en el Espíritu Santo. Ellos habían formado varios grupos porque estaban
orando por mucha gente. Simplemente me pidieron hacer un acto de fe para que el
poder del Espíritu actuara en mí. Rápidamente me puse a orar en lenguas. No fue
particularmente un acto espectacular. Sentí cierta paz (y un poco de valor en mi oración)
y verdaderamente algo de curiosidad por saber adonde me llevaría todo esto; después
suspendieron para dar un refrigerio y tener una pequeña convivencia, recuerdo que mi
comentario para ellos esa noche fue: “Vean lo que tienen cuando vienen católicos, y
tienen ritos y ceremonias”. Ellos nunca habían hecho algo así antes. Simplemente
cerraban la reunión y se iban a casa. Esa noche, sin embargo, fue una especie de
celebración.

Para mí el orar en lenguas fue un aspecto mínimo, un fenómeno puramente


concomitante, que parece relacionarse con todo esto. Me sentí interesado en él,
primeramente porque sentí que mi fe necesitaba más vida. Ese fue mi principal interés;
hablar en lenguas no representó un problema intelectual, porque históricamente yo
sabía que es un fenómeno ampliamente aceptado en la Iglesia desde los comienzos del
Nuevo Testamento. Y por lo que sé de la historia de la Iglesia, el fenómeno no se limitó al
Nuevo Testamento, de ninguna manera. Mi dificultad personal fue al contrario, no podía
entender por qué este fenómeno carismático no ocurre más frecuentemente como uno
puede esperar. Esto parece estar más en línea con lo que yo esperaba de la cristiandad
Pidan y se les dará
En la siguiente semana, el profesor de la narración que acaban de leer, oró con su esposa y el profe-
sor de historia, con imposición de manos. Ellos también recibieron el Bautismo en el Espíritu. Uno de
ellos lo describe de la siguiente manera:
Hablar del Bautismo, es como si yo hubiera sido introducido dentro de un gran mar,
sólo que el agua era Dios, el agua era el Espíritu Santo... De todo a todo no es una
experiencia nueva. No es una experiencia revolucionaria, debido a que reafirmó todas
las cosas en las que yo encontraba y trataba de reafirmar desde hace muchos años: mi
apreciación a las Escrituras, mi apreciación a la Eucaristía, mi apreciación de la oración y
trabajo
es másconfácil
otra y
gente. La diferencia
espontáneo y queesviene
que adel
mí interior,
me parece no que todo
es mucho el que yo trate de
trabajar con gente o advertir a Dios o ponerle atención, de hacerlo a Él el centro de mi
vida. Esto me parece ahora mucho más espontáneo, resultado de esas aspiraciones y
poder que vienen del interior. Esto no quiere decir que he superado todas mis
dificultades, una sola vez, es que hay más espontaneidad e interioridad, más poder en
una palabra que antes no hubo.

Y esto ha durado y perdurado. Se puede disminuir o debilitar por la falta de fe, estoy
seguro de que Dios trabaja a pesar de nosotros.

Tenemos que cooperar con Él y dejarlo actuar, dejarlo establecer su propio camino,
porque no hay nada automático, nada mecánico, nada mágico, nada supersticioso;
todavía es la vida cristiana de los viejos tiempos, que se me enseñó cuando yo era niño,
que tiene una cierta y nueva dimensión, una nueva fuerza y un nuevo poder e
interioridad que no tenía antes, por lo que yo agradezco a Él con todo mi corazón.

Otro testigo ocular


Estoy agradecida de contar con otra descripción de uno de los 4 católicos originales que estuvieron en
la famosa reunión de oración en la casa de Flo Dodge en la capilla Hill. Es el testimonio del Dr. Patrick L.
Bourgeois, nativo de Nueva Orleáns, Louisiana, quien en la actualidad es profesor de tiempo completo de
20
filosofía en la Universidad de Loyola del Sur. Pat realizó estudios de verano en la Universidad de Notre
Dame y fue un estudiante graduado en filosofía e instructor de tiempo completo de teología en Duquesne
en 1966, por lo que tuvo muchos de los mismos amigos y conocidos aludidos anteriormente. Pat fue invi-
tado por sus colegas a participar en una reunión de oración la noche del 13 de enero de 1967, y sintió la
necesidad de ir.

De hecho fue uno de los 2 que regresó y por el que intercedieron la semana siguiente. La historia de
Pat se encontrará posteriormente en este libro, y proporciona no solamente la historia de un testigo visual
en la casa de Flo Dodge, sino también las reflexiones de Pat como profesor de teología y filosofía.

Como ustedes recordarán de la descripción de Flo, una de las 4 personas originales de Duquesne,
pidió el Bautismo en el Espíritu en la primera reunión de oración a la que acudieron. La respuesta perso-
nal e intensa de Pat al Espíritu tuvo lugar, cuando él y un colega regresaron al grupo de oración la
siguiente semana y pidieron ser bautizados en el Espíritu con imposición de manos. Una nota interesante
es que el Rev. Don Basham y su esposa Alice estaban viviendo en Sharon, Pennsylvania en esas fechas.
Flo recuerda que cuando no había actividades especiales en la iglesia del pastor Basham, él ocasional-
mente se reunía con el grupo de oración de la capilla Hill. Alice y él de casualidad estaban ahí el 20 de
enero, la segunda vez que los visitantes católicos acudieron, el Rev. Basham escribió después acerca de
esta reunión en su libro: Enfréntalos con un milagro: “Me encontré a mí mismo orando a Dios, que tomó lo
que comenzó como una simple oración de fe para 2 hombres sinceros que estaban buscando más de Él,
y pareció transformarla en un renacimiento Espiritual de proporciones gigantescas entre los futuros
YoIglesia
líderes de la entiendo que Tú
Católica estás interesado
Romana”. en nuestras
La Sra. Basham impresiones
me dijo, que Don acerca
y ella sededieron
los contactos
cuenta de que
se estabacon un grupo de
escribiendo oración aquella
la historia lleno delnoche
Espíritu.
de enero de 1967, y que se sintieron privilegiados de ser
una parte de ella.
Esencialmente, creo, es simplemente un descubrimiento de todo lo que ya sabíamos
acerca de Cristo y de la vida cristiana. Espero que todo esto no suene muy enigmático,
Nolapodemos
pero ayudar,hapero
experiencia completa sí hablar
sido como de lo
el confirmar quenuestras
todas hemos visto de
sospechas
que la cristiandad es verdadera; como ganar un nuevo campo de conciencia acerca de
En lasquién es Cristo
semanas que ysiguieron
de lo que
a significa ser cristiano.
esas reuniones sucedieron varias cosas: el instructor de teología que
era consejero de Chi Rho regresó a South Bend por negocios a mediados de febrero. Mientras estuvo ahí
compartió suUn nuevo sentimiento
experiencia deen
del Bautismo necesidad
el Espíritupor
conlaalgunos
oración
deysus
losamigos
sacramentos,
de Notrealegría
Dame. yKevin y
confianza en ser testigo, una confrontación seria con mi propia persona
Dorothy Ranaghan describieron su encuentro con él en las siguientes palabras: pecadora, esto
es todo de lo que me he percatado más de mí mismo. Se me han dado un par de
carismas —don
El fuego de lenguas,
silencioso dentrodiscernimiento— y poder
de él era obvio para para arrojar
nosotros dos. Enespíritus.
una forma Tereal,
menciono
él era
estos dones porque
una nueva persona,tengo
un confianza
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discreción,
eny porque
Cristo. creo que tú
Por dos te mereces
días completosla
historia
hablamos completa de lo que aquí
del pentecostalismo y está
de losucediendo.
que podía significar.

Mi entrada
Ya impresión del don
la noche de lenguas,
y con muchas tazaspues decuando
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levantamos maneratipoes
deque Él está
objeciones
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religiosa. efectiva, y que la oración
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de curiosidad, perousual y la felices
algo oración en de
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mantenernos a distancia de todo y se nutren
esto. Perolaahora
una de la otra.
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nosotros también ahan un
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del Espíritu Santo.y de
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Dios, O’Connor
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son permanentes o soncomo
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utilizar y no alguna acerca
hablar de ellos.de los sucesos pen-
tecostales. Sin embargo, había una extraña luz de dicha en sus ojos, que nunca antes había visto. No me
di cuenta en Mi
eseesposa comenzó
momento, a hablar
pero de alguna en lenguas
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después. en tarde,
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cuando entré por ella, solamente
a la Renovación Carismática,dos
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lo que que a mí de
atrás melahabía sucedido lo
misma”.
mismo en un grupo de oración. Nos sucedió a ambos de la misma manera; un par de
palabras vinieron a nuestra mente, y cuando las usamos, vinieron más. Se desarrolla con
el usoUna semana
frecuente, como unanterior al fin
bebé que está de semana
aprendiendo en Duquesne
a hablar.

En adición Dea lo
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también a la de oración. Está
sabiduría
fechada espiritual,
el 11 de febrero
que yo de 1967 —exactamente
encuentro una semana
(por entendimiento) anterior
de mucha al para
ayuda fin demí.
semana de Duquesne.
Las reflexiones teológicas y pastorales son interesantes debido a que provienen de un hombre que recién
La experiencia
recibió el bautismo completa ha traído mucha dicha y confianza; pero diría que no ha
en el Espíritu:
habido nada que haya sido de extremo regocijo (en el sentido emocional). Ha sido, en su
totalidad, calmado, tranquilo y a veces doloroso...

Como relato todo esto, mi catolicismo debería ser muy obvio por lo que dije arriba.
Cualquier otra cosa será mejor resumida diciendo que encuentro a Tomás de Aquino, a
la Liturgia Romana, y a las vidas de los santos, de mucha relevancia y ayuda.

Tal vez algunas de mis observaciones como


21 teólogo puedan ser de ayuda.
Primero, el grupo de oración es súper ortodoxo. Su comprensión de la Trinidad de
Cristo, de la vida en gracia, de la relación entre la naturaleza y la gracia, de la elección,
de la libertad humana ante Dios, es la comprensión católica de esas realidades.
Segundo, relataré el Bautismo en el Espíritu y la confirmación de la siguiente manera:
nuestro sacramento de la Confirmación es idéntico al Bautismo en el Espíritu del Nuevo
Testamento. Que no nos demos cuenta de sus efectos, o que éstos sean mínimos, en la
mayoría de los casos se debe no a una falla del Sacramento, sino a una falla de la
búsqueda o respuesta a todos los dones que el sacramento nos otorga (la escolástica
completa menciona acerca de la cooperación que se debe tener con la gracia de los
sacramentos). Si un católico confirmado después se transforma en un contexto como el
que hemos experimentado, esto es simplemente un renacimiento de la gracia del
sacramento (de nuevo una noción tradicional escolástica). La imposición de manos no es
un repudio a la confirmación. Si no somos meramente ritualistas, es obvio que los
sacramentos pueden ser usados por Dios como medios para activar lo que Él ya ha
hecho a través de los sacramentos.

Tercero, desde una perspectiva ecuménica, ésta puede ser la forma en que el Espíritu
nos está llevando a la unidad entre todos.

Toda la gente que hemos conocido en el grupo está activa en sus propias iglesias; no
hemos encontrado espíritus sectarios, no hay repudio a la gran iglesia institucional.
Estamos aprendiendo “los unos de los otros” en el sentido más profundo y en este
mismo sentido nosotros “necesitamos de los demás”. Al mismo tiempo me encuentro a
mí mismo más y más comprometido con la Iglesia Católica.

Finalmente, una preocupación pastoral: la gente acudirá a donde esté la acción,


aquellos católicos cuyos lazos con la Iglesia estén desgastados o débiles, y que han
tenido contacto con cristianos genuinos en esos grupos de oración, tal vez corten sus
lazos con el catolicismo —para su pérdida y la nuestra— si no hay alguien que les
muestre el camino. Es bueno recordar que para muchos pentecostales y evangélicos,
representamos al menos un institucionalismo muerto y peormente el Anticristo; hasta
que ellos conozcan y respeten a los católicos reales, no harán que los católicos perdidos
regresen a su propia Iglesia. Los católicos firmes y formados, encontrarán su catolicismo
22
mejorado por los contactos con esos grupos; pero también servirán a su Iglesia creando
un clima de entendimiento y amor.

Para terminar, encuentro difícil el decir cuánta alegría me da compartir contigo todo
esto, debido a que tú eres el responsable por haberme hecho iniciar el camino de todo
La sociedad Chi Rho
Otros de los desarrollos significantes, concernió a los planes para un retiro para los estudiantes de
Duquesne programado del 17 al 19 de febrero. Como ya mencioné, los 2 profesores que figuraron promi-
nentemente en los eventos apenas contados, fueron consejeros en Chi Rho. Chi Rho, tomó su nombre de
las 2 primeras letras de la palabra griega Cristo. Bert Ghezzi fue el primer presidente de la organiza-ción
mientras aún estudiaba en Duquesne. Dorothy Garrity Ranaghan también fue miembro de Chi Rho.

En un campus donde las organizaciones griegas eran fuertes. Chi Rho proporcionó una alternativa
para la vida en fraternidad. Los estudiantes se reunían en Chi Rho, para experimentar una amistad en
Cristo y muchos de los miembros se reunían por la mañana o por la tarde en el Departamento de Historia
para ofrecer una versión corta del Oficio Divino y para el estudio de las Escrituras. El Fr. Robert Mosele-
ner, de Greenburg, Pennsylvania, fue miembro de Chi Rho en 1967, y recuerda que se hacía énfasis en
la acción social. Uno de los miembros de Chi Rho fue a Turquía para servir en la corporación de paz.
Otros tomaron parte activa en el movimiento de Derechos Civiles y fueron a Selma, Alabama, para parti-
cipar en la marcha histórica de 1965. Gina Steinmetz Scanlon, cuyo testimonio aparecerá después, des-
cribe cómo ella y otros de Chi Rho formaron parte activa en otra organización de Duquesne, el Concilio
de Amistad Interracial (COIF). Para enero de 1967, los miembros de Chi Rho se dispersaron en diferen-
tes direcciones y la organización luchó por definir su identidad.

Un nuevo Tema
Los 2 profesores que tuvieron una experiencia muy profunda del Espíritu Santo, sugirieron un cambio
en el tema del retiro estudiantil —de “El Sermón de Montaña” a “Los Hechos de los Apóstoles”. Varios de
los estudiantes formaron parte del comité de planeación del retiro el fin de semana. Bill Deigan fue el pre-
sidente; Karin Sefcik, la secretaria; Marybeth Mutmansky, Pat Bourgeois, Annamarie Nacko, Paul Gray y
Mary Ann Springel. Marybeth recuerda que durante esas sesiones de planeación, los 2 profesores no
hicieron referencia específica al Bautismo en el Espíritu. Pero sí comunicaron un sentimiento de ansiedad
y alegría, ella y los demás comenzaron a preguntarse ¿qué sería lo que iba a suceder en este retiro? Pat
Bourgeois recuerda que los otros 2 profesores esperaban y oraban para que el Espíritu Santo hiciera algo
especial el fin de semana, pero que no tenían ningún plan claro en sus mentes.

Preparándose
El viernes, 17 de febrero de 1967, aproximadamente 25 estudiantes junto con el capellán del campus,
un sacerdote del Espíritu Santo, 2 moderadores de la Facultad y una de sus esposas se fueron al retiro.
Se dirigieron al “Arca y la Paloma”, un bello centro de retiros ubicado en un área de 16 acres en North
Hills, solamente a 15 millas al norte del centro de Pittsburgh. Un alojamiento campirano de 23 recámaras
sirvió como cada principal y una pequeña cabaña adyacente sirvió de refugio a los participantes adiciona-
les del retiro. Las instalaciones fueron originalmente construidas por la compañía Bell Telephone en 1919
y fue adquirida por la Diócesis de Pittsburgh en 1964. Sirvió como centro de retiros y estaba dirigido por
una orden de hermanas religiosas de Holanda, Las Damas de Betania. En 1979, La Diócesis de Pitts-
burgh comenzó a administrar las instalaciones directamente y le cambió el nombre por el de “Centro de
vocación y oración John Cardinal Wright”. Actualmente continúa en operación.

Veni Creator Spiritus

23
Al abrirse el retiro, se dijo a los estudiantes que se había ofrecido una oración de intercesión a su favor,
y que la habían realizado los 2 hombres que dieron el retiro para hombres el año anterior, Ralph Martin y
Steve Clark. Después del retiro, los participantes supieron que los miembros del grupo de ora-ción de la
Capilla Hill también habían intercedido. Flo recuerda cómo estaban de emocionadas todas las mujeres
del grupo. En palabras de Flo: “ellas sabían que Dios se iba a mover en un arrebato de poder”.

Los profesores instaron al grupo a que cantara un antiguo himno al Espíritu Santo llamado “Veni Crea-
tor Spiritus”. Uno de los hombres explicó que más que una canción, era una oración. A los participantes
del retiro se les pidió que la repitieran en cada sesión, implorando al Espíritu Santo su presencia. Algunos
de los participantes recuerdan que se les dijo que deberían tener cuidado con lo que pedían, porque
¡Dios siempre responde a las oraciones! A los estudiantes se les enseñó la melodía tradicional en canto
Gregoriano y el himno se cantó en inglés, cuya traducción es la siguiente:
¡Ven, oh bendito Espíritu Creador!
Y descansa en nuestras almas;
Ven, con la gracia y ayuda celestial,
Para llenar los corazones que has hecho.
Gran Paráclito, a ti lloramos;
¡Oh, el más grande regalo del Dios más grande!
¡Oh fuente de vida, oh fuego de amor!
Y dulce unción de arriba.
El signo de Dios, poder infinito
la promesa del Padre, que enriquece
con verdad salvadora a nuestras palabras terrestres.
Ennoblece nuestros sentimientos desde arriba,
y haz que nuestros corazones desborden amor;
con firme paciencia y gran virtud,
llena la debilidad de nuestra carne.
Aleja a nuestros enemigos,
Y otórganos en su lugar tu paz verdadera;
Para que con tu guía, no nos alejemos del camino de la vida.
Oh que tu gracia caiga sobre nosotros
que conozcamos al Padre y al Hijo,
y a Ti, que a través de interminables confesiones,
nos des la bendición de ambos y de su Espíritu Eterno.
Gloria eterna mientras corran los años,

Para el Padre y el Hijo


que se levantó de los muertos: lo mismo a Ti,
Oh Espíritu Santo, eternamente. Amén

Un desbordamiento soberano del Espíritu Santo


Los detalles que quedan del fin de semana en Duquesne y del desbordamiento único del Espíritu
Santo se dicen muchas veces en las historias testimoniales que se encontrarán después en este libro. Un
breve recuento del programa de las actividades diarias es como sigue. Las presentaciones se centraron
en los primeros cuatro capítulos de los Hechos de los Apóstoles. El viernes por la noche, después de una
plática de apertura, hubo un servicio de penitencia. El sábado por la mañana, Paul Grey habló de los
Hechos 1, se celebró una reunión masiva y después Marybeth Mutmansky y Karin Sefcik (Treiber) pre-
sentaron meditaciones acerca de las mujeres de la Biblia. Entonces se predicó acerca de Hechos 2,
seguido por una pequeña reflexión en grupos. Muchos de los testimonios se refieren a esta presentación
de Hechos 2, porque fue un momento importante en retiro. Los consejeros invitaron a la mujer episcopal
llena del Espíritu que conocieron en el grupo de oración de la Capilla Hill para que fuera y hablara. Su
disertación trató acerca del Señorío de Jesucristo y del Bautismo en el Espíritu Santo. Tal vez no usó esta
terminología, pero ese fue su tema.

Durante la reflexión que surgió después de su plática, David Margan propuso a los participantes que
renovaran su Confirmación como parte de la ceremonia de clausura del retiro. Un problema con las tube-

24
rías amenazó con terminar el retiro súbitamente, pero después se arregló. Más tarde, ya de noche,
durante lo que fue programado como una fiesta de cumpleaños para varias personas, el Espíritu Santo
comenzó con su trabajo único. De uno en uno (pero no todos) los jóvenes fueron impulsados a dirigirse a
la capilla y experimentaron el Bautismo en el Espíritu de una forma manifiesta.

Noticias tan buenas como para no contarlas


Poco tiempo después del fin de semana, uno de los 2 consejeros de la Facultad del Chi Rho escribió
una carta a algunos amigos dándoles las nuevas acerca de “algunas cosas maravillosas”. Se disculpó por
haber utilizado papel copia, pero él quería comunicarse con muchas personas rápidamente; explico:
“Tengo noticias tan buenas como para quedármelas”. Aquí hay una parte de esa carta:

...nos encontramos en un plano de vida cristiana que los libros de texto llaman normal,
pero que la práctica y la lógica parecen negar. Nuestra fe ha adquirido vida, nuestras
creencias se han convertido en especie de conocimientos. De pronto, el mundo de lo
sobrenatural se ha convertido en más real que el natural. En resumen, Jesucristo es una
persona real para nosotros, una persona viviente y real que es nuestro Señor y que toma
parte activa en nuestra vida (vean el Nuevo Testamento y léanlo como si fuera
literalmente verdadero, en cada palabra, en cada línea). La oración y los sacramentos se
han convertido realmente en nuestro pan de cada día, en vez de prácticas que
reconocemos como “buenas para nosotros”. Un amor por las Escrituras, un amor por la
Iglesia que nunca creí posible, una transformación en nuestras relaciones con los demás,
una necesidad y un poder de testimonio más allá de cualquier expectación, todo esto se
ha convertido en parte de nuestra vida. La experiencia inicial del Bautismo en el Espíritu
no fue del todo emocional, pero la vida se ha llenado de calma, confianza, dicha y paz...
Uno de los resultados más sorprendentes fue un fin de semana que tuvimos para casi
25 estudiantes. Simplemente un retiro ordinario con pláticas y conferencias. Pero sí
hicimos algo diferente: Nos centramos en los Hechos de los Apóstoles del 1 al 4 y
esperamos la venida del Espíritu
Santo. Cantamos el Veni Creator Spiritus antes de cada conferencia y en realidad le
dimos sentido. No nos decepcionamos. Lo que sucedió en Hechos 2 sucedió aquí. Ellos,
coincidentemente, fueron
estudiantes que hace 3 meses tenían dudas acerca de la existencia de Dios, no
escuchaban de oración, etc., que ya había tenido su efecto en el campus...

También se nos mostró la carismata, o sea la pluralidad de carismas (ver 1 Cor 1,12-
14 y el diccionario teológico de Rahner acerca del Carisma).

Esto también nos puso en una atmósfera ecuménica que fue lo mejor. La mayoría de
comprometer ni una de
nuestras mañanas pulgada nuestro catolicismo...
los viernes, nunca había
vamos a reuniones escuchado
de oración conque la Iglesia
anglicanos,
Católica rezara con tal fervor como yo lo hice en las reuniones de oración. Y con tanto
amor.

La gente que más nos ayudó en la dirección espiritual de los estudiantes fueron dos
pentecostales, un seglar y su pastor. Son en realidad gente extraordinaria. Y todas las
cosas que escuchamos acerca de emocionalismo, no tienen sentido; al menos en lo que
concierne a la Iglesia de la asamblea de Dios.

Puedo seguir y seguir, pero eso tomaría un libro completo. Para resumir, un pequeño
grupo de protestantes nos han enseñado la verdad de ser católico, y más que eso el
Espíritu de Dios está trabajando aquí poderosamente.

Si quieren obtener los libros que mencioné, los pueden conseguir en cualquier buena
librería protestante y se darán cuenta que el Bautismo en el Espíritu es frecuentemente
dado por la imposición de manos.

En lo que a los Católicos respecta yo no veo esto como un sustituto de la


Confirmación... pienso, es solamente un signo que activa la Confirmación, debería ser
una genuina activación de lo que ya está presente.

No es que vea esto como una nueva moda; yo veo la experiencia completa como algo
que debería estar presente siempre y en todas partes y que hemos perdido por nuestra
falta de fe. ¿En realidad creemos que el Espíritu del Señor ha llenado a todo el mundo?
25
Las palabras viajaron rápido
El Dr. Vinson Synan, un historiador de la Iglesia Pentecostal, ha comentado: “Uno nunca sabe el efecto
de cualquier reunión cuando el Espíritu de Dios se mueve. Creo que el fin de semana en Duquesne ten-
drá que pasar a la historia como uno de los retiros de oración más importantes que han ocurrido, espe-
cialmente en los tiempos modernos.

Las palabras acerca del nuevo movimiento del Espíritu Santo en la Iglesia Católica viajaron rápido
entre los neopentecostales. A principios de marzo, el Rev. Don Basham recibió una carta desbordante de
buenas noticias de Jim Prophater, el artista comercial que estuvo presente la primera noche que los cató-
licos fueron al encuentro de Flo Dodge. Aquí está una porción de esa carta:
“Ha habido tan tremendo movimiento del Espíritu Santo aquí en Pittsburgh que está
haciendo que nuestras cabezas giren —estamos justamente en medio de todo esto—.
¿Recuerdas a los 2 jóvenes instructores de teología de Duquesne que recibieron al
Espíritu Santo en la casa de Flo, la última vez que estuviste aquí?, bueno el más alto de
los 2, fue a casa esa noche tan lleno del Espíritu que hasta se arrebataba. Le dijo a su
esposa acerca de esto; creo que hasta altas horas de la noche oró por ella y
ella también lo recibió.
...Entonces ellos tomaron a 30 estudiantes de Duquesne en un retiro de fin de semana
con el propósito de estudiar los primeros 4 capítulos de los Hechos de los Apóstoles,
ellos tuvieron una experiencia especial y 20 o más recibieron al Espíritu Santo. De
regreso al campus ellos han estado orando por sus compañeros de clase para que
también lo reciban... hasta llamaron al Obispo Wright y le informaron lo que estaba
sucediendo...
Ellos reconocen la necesidad de instruirse, y los hemos estado ayudando. El viernes
por la noche fuimos a escuchar los testimonios de algunos de los estudiantes... ¡Nada es
imposible con Dios!, pero Él ciertamente nos hace temblar a veces cuando se mueve tan
Tal y como lo indica la carta de Jim Prophater, después del fin de semana, al menos por varias sema-
nas algunos de los miembros de la Facultad y estudiantes acudieron a las reuniones de oración en la
casa de Flo, y tuvieron una buena prueba de la unidad cristiana en el Espíritu Santo. También hubo
ministros llenos del Espíritu que pasaron por Pittsburgh y lo visitaron junto con los estudiantes; el más
notable de esos ministros fue el Rev. Harald Bredesen, un pionero del movimiento neopentecostal. Hasta
un grupo de Duquesne pasó el siguiente verano con el Rev. Bredesen en Mt. Vernon, Nueva York como
parte de una empresa ecuménica en amistad y ministerio.

De campus a campus
Como se mencionó anteriormente, los 2 moderadores de la Facultad que pertenecieron de Chi Rho
tenían fuertes lazos en Notre Dame. el 4 de marzo de 1967, uno de los profesores fue a South Bend de
negocios y se reunió con un grupo de casi 30 estudiantes y amigos en la casa de Kevin y Dorothy Rana-
ghan; él presenció con gran fuerza y alegría las maravillas del Pentecostés en nuestros días. La siguiente
noche 9 personas se volvieron a encontrar con él, incluyendo a los Ranaghan, Bert y Mary Lou Ghezzi,
Gerry Rauch y Jim Cavnar. Todos los presentes pidieron una oración para recibir el Bautismo en el Espí-
ritu Santo, y aunque ningún carisma se manifestó esa noche, sí hubo un definitivo derramamiento del
amor de Dios en sus vidas. Tal y como uno de ellos lo expuso, “Hemos visto al Señor”.

El lunes, 13 de marzo, otro grupo, formado principalmente de aquellos que recibieron el bautismo en el
Espíritu la semana anterior, y algunos nuevos, fueron a una reunión de oración en la casa de Ray Bullard
en Mishiwaka. Ray era presidente de Full Gospel Businessmen’s Fellowship International. Se notó que
esta reunión de hombres y mujeres de ámbitos tan radicales y diferentes sólo pudo haberse llevado a
cabo con la gracia de Dios. Ray había sido invitado a algunos ministros pentecostales para que asistieran
a su casa esa noche y se reunieran con los católicos antes que terminara la tarde, casi todos los católicos
habían orado en lenguas.

Cuando se les preguntó, también dejaron muy claro que su intención era la de permanecer en la Igle-
sia Católica; después se comenzaron a dar reuniones de oración católico-carismáticas en Notre Dame, y
las noticias se derramaron acerca de este nuevo fuego pentecostal que estaba encendido en el campus.

26
Al siguiente día, 14 de marzo, llegaron 4 visitantes a Pittsburgh. Jim Cavnar y Gerry Rauch llegaron de
Notre Dame para ver a Ralph Martin y a Steve Clark que habían llegado de East Lansing. Jim y Gerry
recién habían recibido el bautismo en el Espíritu la semana anterior. Los profesores de Duquesne oraron
por Ralph y Steve, con imposición de manos. Ralph recuerda que era obvio que el Espíritu Santo había
hecho algo con el grupo de Duquesne; él pudo ver la evidencia de lo que las Escrituras describen como
“poder de las alturas”. La gente resplandecía con el Espíritu; había una atmósfera de Pentecostés. Los 4
visitantes también se unieron con los estudiantes en una reunión informal de oración en el campus, todos
eran nuevos en la manifestación de dones espirituales. Jim Cavnar relata cómo escuchó que uno de los
consejeros de la Facultad tenía el carismático don de la “Sabiduría”. Jim, que no sabía cómo trabajaba
este don, cuidaba mucho sus pensamientos cuando se encontraba en la presencia de este hombre, por
miedo a que este profesor de Duquesne leyera su mente. Claro, nada parecido sucedió.

Ralph recuerda que en Duquesne presenció en una comunidad establecida, lo que ya había experi-
mentado con anterioridad, personalmente. La visita le dio la esperanza de que un ambiente puede llegar
a nutrir una vida real en unión con el Espíritu Santo.

Los 4 hombres regresaron a Notre Dame y a la Universidad Estatal de Michigan respectivamente, y el


Movimiento Pentecostal en la Iglesia Católica, como se le llamó, comenzó a regarse.

El viento sopla a su voluntad


Es interesante notar que el grupo de oración de la Capilla Hill en casa de Flo Dodge se desbandó mes
y medio después del fin de semana en Duquesne. Flo dijo que ella sentía que dicho grupo había cumpli-
do con su propósito y que el Señor la movió a seguir adelante. Al mismo tiempo en el campus de
Duquesne, las reuniones de Chi Rho se empezaron a dar más en una calidad carismática. Esto molestó a
algunos de los miembros que no habían experimentado el Bautismo en el Espíritu y antes de lo que se
pensó, la oficina del capellán pidió que las reuniones de oración se hicieran fiera del campus. El grupo se
cambió a la casa de uno de los consejeros de la Facultad, al apartamento de Pat Bourgeois.

Para desaliento del grupo de oración de Pittsburgh, ambos profesores que habían servido de instru-
mentos en el nutrimento del trabajo del Espíritu Santo aquel fin de semana en Duquesne se cambiaron a
nuevos lugares aquel verano. Los Católicos alrededor del mundo que han sido bautizados en el Espíritu
Santo durante estos 25 años le deben una deuda de gratitud a esos 2 profesores y a todos los demás
cuyas historias aparecen en las páginas de este libro. Ellos se atrevieron a orar por, a creer en, a recibir y
proclamar un nuevo Pentecostés.
PARTE DOS
NO PODEMOS AYUDAR,
PERO SI HABLAR DE LO QUE HEMOS VISTO Y OÍDO
(HECHOS 4,20)

“Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la
Promesa de mi Padre. Por vuestra parte, permaneced en la ciudad hasta que
seáis revestidos de poder desde lo alto”.

(Lc 24, 48-49)

A principios de enero de 1991, comencé a contactar a todos los participantes del fin de semana en
Duquesne que se encuentran dispersos a todo lo largo y ancho del país. Les pedí que compartieran
conmigo con el mayor detalle posible sus impresiones acerca de ese famoso retiro. Como verán hubo
diversas reacciones de lo que nos sucedió aquel fin de semana.

Dos de los participantes que contacté respondieron a mi llamado, pero no quisieron ofrecer un testimo-
nio debido a que ellos dijeron que el fin de semana en Duquesne no fue “evento religioso decisivo” en su
vida y hubo otros que nunca pude localizar.
27
Mi propio testimonio, que es el primero en la colección, es el más largo y detallado; por una providen-
cia divina, todavía tengo el libro de apuntes que se nos dio aquel fin de semana y en el que anoté todas
mis experiencias durante aquellos días. Continué usando esta libreta como un diario espiritual. Tengo un
record de muchos de los eventos claves, gracias y luchas de aquellas primeras semanas y meses; cubro
los eventos del primer año después de recibir el Bautismo en el Espíritu Santo.

Después de leer mi propia libreta y de intercambiar historias con mis amigos de Duquesne, una cosa
se ha aclarado: Dios ciertamente tiene sentido del humor al escoger para mandar el poder de su Espíritu
a determinado número de gente. La mayoría de nosotros en Duquesne éramos jóvenes e inmaduros
emocional y espiritualmente. Viendo hacia atrás me parece que el milagro no fue que Dios se moviera en
abundancia para renovar en la Iglesia los dones carismáticos.

El milagro real de esta gracia se fue más allá del fin de semana en Duquesne. Lo que quiero decir es
que, considerando nuestra falta de madurez y sabiduría, es maravilloso que Dios nos haya utilizado para
que proclamáramos “sus maravillosas obras”. Pero, es no es el mensaje, ¿no es así?

¡Mirad hermanos, quienes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni
muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del
mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para
confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es,
para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de
Dios. De Él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría,
justicia, santificación y redención a fin de que como dice la Escritura: El que se gloríe,
gloríese en el Señor.

(1 Cor 1,26-31)
Permítasenos alardear en el Señor. No éramos sabios, poderosos o bien nacidos. La mayoría éramos
chicos de universidad que hicimos un retiro hace 25 años. Dios nos tomó por sorpresa. Él desbordándose
intervino; usamos las palabras para describir su venida como una cascada de luz, fuego, flama, calor,
radiación cegadora, dinamita. Lo que a continuación sigue son historias personales de cómo el Espíritu
Santo nos visitó el fin de semana en Duquesne, Como un Nuevo Pentecostés.

MI ALMA GLORIFICA AL SEÑOR


Un testimonio de Patti Gallagher Mansfield
Patti Gallagher Mansfield se graduó en Duquesne en 1968, obteniendo el grado en Educación, con
especialización en Francés.

Comienzo este testimonio haciendo eco a las palabras de María: “...porque ha hecho en mi favor mara-
villas el Poderoso, Santo es su nombre...” (Lc 1,49).

A través de toda mi vida, el Señor me ha dado muchas gracias: el regalo de mi fe católica, he conocido
el amor de una familia y de amigos, las bendiciones de buena salud y un maravilloso hogar. Debido a que
acudí a una gran preparatoria pública en Irvington, Nueva Jersey, conocí a personas con otro tipo de reli-
gión. De hecho, la mayoría de mis mejores amigos eran judíos. Comencé a preguntarme qué era lo que
hacía al catolicismo distinto. Yo sabía que ser cristiano significa creer en Jesucristo, y creí. Pero mientras
terminaba la preparatoria, sentí un deseo creciente de profundizar en mi comprensión del catolicismo.
Para lo que decidí investigar en una universidad católica donde pudiera estudiar teología y entablar rela-
ciones con otros jóvenes católicos.

Al principio escogí la Universidad de Boston, pero una beca de pago completo me llevó a la Universi-
dad de Duquesne, en Pittsburgh, Pennsylvania. El nombre completo de la Universidad es: Universidad de
Duquesne del Espíritu Santo, y el logo en el emblema de Duquesne tiene las palabras “Spiritus Est Qui
Vivicat”, que significa “Es el Espíritu el que da Vida ”.

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La escuela está administrada por los padres del Espíritu Santo, una orden misionera; después me
daría cuenta qué tan apropiada sería esta conexión entre Duquesne y el Espíritu Santo. Mientras encon-
traba de mucha ayuda estudiar teología en Duquesne, rápidamente me di cuenta de la teología por sí
sola no podría satisfacer mi hambre de Dios. Lo que en realidad deseaba no era simplemente conocer
más de Dios, sino conocer a Dios... conocerlo profundamente, de una manera personal.

Durante mi segundo año de estudios, mi amiga Mary Ellen Belfiore, me comenzó a invitar a reuniones
de la sociedad Chi Rho. Encontré numerosas razones creativas por las que no podía atender. Básica-
mente estaba poniendo pretextos; quería conocer mejor a Dios, pero también tenía miedo... miedo de lo
Él me podía pedir. ¿Qué tal si sus planes para mí entraban en conflicto con mis propios planes? ¿Qué tal
si Él quería que yo fuera monja? ¿Qué tal si luego se me tachaba de sobrerreligiosa? ¿Qué es lo que
pasaría con mi vida social? Finalmente el viernes de ascensión de 1966 acepté a asistir a un picnic de
Chi Rho. Me impresionó la amabilidad y amistad de los chicos de Chi Rho y decidí que me les uniría
cuando regresara al campus a continuar mis estudios.

Nunca olvidaré mi primera reunión en Chi Rho, en septiembre de 1966. El grupo reflexionó algunos
pasajes de la Biblia, mientras yo me sentaba calladamente por ahí, esperando que nadie me pidiera que
compartiera lo que percibí. Yo ignoraba completamente las Escrituras y prefería mantener esa ignorancia
para mí misma. Antes de irnos cantamos una versión corta del oficio divino. Al entonar ese canto grego-
riano algo resonó profundamente dentro de mí. “Hay algo que está bien de todo esto”, pensé. “Esto es
para lo que yo fui creada”, me consideré una novata en Chi Rho, pero fui recibida calurosamente y muy
rápido hice maravillosas amistades.

Preparándose
Me sentí nerviosa cuando se anunciaron los planes para el retiro de Chi Rho, que se llevaría a cabo del
17 al 19 de febrero de 1967. créanlo o no, como chica de preparatoria pública, nunca antes había estado
en un retiro en mi vida; luché contra emociones conflictivas. Por una parte me sentí impulsada a asistir y
experimentar la presencia de Dios. Pero por otro lado, estaba temerosa de que algo sucediera que
cambiara mi vida.

Al leer los Hechos de los Apóstoles del 1 al 4 y el libro La Cruz y el puñal en preparación para el even-
to, me impresioné profundamente. En el libro de David Wilkerson no me di cuenta de todas las refe-
rencias del Bautismo en el Espíritu Santo y de los dones espirituales como el don de lenguas. Lo que
cautivó mi atención fue el hecho de que un hombre viviendo en nuestra época, pudiera conocer
realmente la voluntad de Dios. Me sorprendió el pensar que Dios pudiera en realidad hablar a David
Wilkerson a través de la oración y guiarlo por medio de varias señales. Mientras leía, sentí en mi corazón
que crecía el deseo de ser guiada por el Señor. Yo pensaba que sería maravilloso si una persona
ordinaria como yo pudiera realmente conocer la guía de Dios en mi vida. Pero concluí que esta clase de
guía debe estar reservada para personas especiales, gente con una misión, como los sacerdotes, las
hermanas y los ministros.

Pero después de terminar el libro, tuve la fe suficiente para buscar a Dios a través de la oración. Sola
en mi dormitorio me arrodillé junto a mi cama y dije: “Señor, creo que ya recibí a tu Espíritu Santo en el
bautismo y en la confirmación, pero si tu Espíritu pudiera trabajar más en mi vida, de lo que ha trabajado
hasta ahora, entonces, lo deseo”. Después de que terminé esa oración abrí mis ojos y miré alrededor de
todo el cuarto con expectación. Pero no hubo visiones, ningún ángel, ninguna voz. Me sentí decepciona-
da; después de leer La Cruz y el Puñal, mis expectativas eran altas y pensé que nunca le diría a ninguna
alma que había hecho esa oración; creo que no funcionó. Yo erróneamente llegué a la conclusión de que
como no experimenté nada dramático en ese momento, Dios no había escuchado mi oración, pero Él si
escuchó. Y Él sí me respondió... de una manera más gloriosa de lo que nunca me pude imaginar.

Veni Creator Spiritus


Algunos días después, cerca de 25 estudiantes de Chi Rho se fueron a la casa de retiros el Arca y la
Paloma. Mi cuarto estuvo en la casa pequeña, La Paloma. Cuando desempaqué mis maletas me desma-
yé al descubrir que había olvidado mi maquillaje, y éste era un retiro mixto. Luego me recordé a mí mis-
ma que estaba ahí para buscar a Dios, no a un nuevo novio.

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Antes de cada presentación cantamos el hermoso “Veni Creator Spiritus” en inglés, usando la melodía
del canto gregoriano. Uno de nuestros profesores nos dijo el viernes por la noche, que más que un canto,
era una oración: él quería que lo cantáramos repetidamente como una invocación al Espíritu Santo. Era
como si estuviera diciendo, vamos a mantenernos orando esto hasta que venga el Espíritu Santo.

María, esposa del Espíritu Santo


Aquel viernes por la noche, en la capilla, nuestro otro consejero de la Facultad tomó una estatua de
Nuestra Señora, que la representaba con sus manos levantadas en oración. El describió a María como
una mujer de fe y oración. Mientras hablaba, me sorprendió el cambio que percibí en él. Cuando fui estu-
diante en su clase, este instructor de teología siempre me pareció tan nervioso y fácil de manejar. Esa
noche mientras habló acerca de la Bendita Virgen María, tuvo una nueva paz y dicha que estaba irradian-
do de su rostro. Yo pensé, “él se ve y suena como si estuviera lleno del Espíritu Santo”. Nunca había usa-
do esa expresión, “lleno del Espíritu Santo”, pero me pareció captar lo que vi en él. Claro, ninguno de
nosotros sabíamos que ambos profesores habían sido llenos del Espíritu Santo tan sólo unas semanas
antes.

Creo que fue muy significativo el haber dirigido nuestra atención a María al comienzo del retiro. Ella
estuvo ahí en la Anunciación, cuando el Verbo se hizo carne. Ella estuvo ahí, en Natividad, para traer a
Jesús al mundo. Ella estuvo ahí, en Pentecostés cuando nació la Iglesia. En el plan de Dios era necesa-
rio que María estuviera con nosotros de una manera explícita mientras experimentábamos el movimiento
desbordante del Espíritu Santo ese fin de semana. Los Padres de la Iglesia llaman a María “la esposa del
Espíritu Santo”. ¿Cómo podría dejar de estar ella presente cuando el Espíritu Santo está trabajando?

Él condenará al mundo de pecado


Después de las meditaciones acerca de María, experimenté mi primer servicio comunitario de peniten-
cia, y me sentí movida. En la predicación de Juan se nos dice que cuando el Espíritu Santo viene, Él con-
denará al mundo del pecado. Aunque los miembros de Chi Rho eran maravillosos jóvenes, el grupo toda-
vía tenía mucha necesidad de arrepentimiento. Era claro que el Espíritu Santo estaba trabajando en el
servicio de penitencia porque nos estaba condenando a todos de nuestros pecados. Al escuchar a mis
amigos orar y admitir su culpabilidad, me di cuenta de cuánto nos parecíamos en nuestra necesidad de
recibir la misericordia de Dios. Por primera vez en mi vida ofrecí una oración espontánea en voz alta e
inmediatamente me envolvieron las lágrimas de vergüenza. Me reproché por esta muestra de emociones.
Quería que algo profundo y duradero me sucediera en el retiro, no solamente experiencia emocional.

¡Jesús, sé real para mí!


El sábado, cuando escuché que la predicación de los Hechos 2 sería dada por una mujer episcopal,
debo admitir que fui escéptica. Mi escepticismo se incrementó cuando ella comenzó diciendo: “no sé que
decir, pero pedí en oración al Espíritu Santo para que me guiara”. Indignada, pensé, “por qué no tuvo la
cortesía de preparar una plática”. Pero, mientras esta mujer hablaba, Dios se estaba moviendo, realmen-
te moviendo. Al principio pensé que ella no podía estar hablando en serio acerca de conocer a Jesucristo
personalmente. Ella dijo que el poder del Espíritu Santo puede ser experimentado en nuestra vida diaria.
“No puede ser así de fácil”. Razoné: “ella se ve lo suficientemente grande como para saber que la vida no
es tan simple”, pero antes de que ella terminara de hablar, deseé tener lo que ella tenía y escribí en mi
cuaderno de notas: “Jesús, Sé real para mí”.

Todavía conservo ese cuaderno que utilicé ese fin de semana. Aquí están mis apuntes de su predica-
ción acerca de Hechos 2.
• Los apóstoles se reunieron en unidad, Cristo está con nosotros, necesitamos el
poder. Para tener el poder debemos pedirlo. Cristo quiere que cada uno de
nosotros recibamos este poder.
• Tienes que cooperar, estar deseoso de rendir tu vida y cada aspecto de ella al
Señor. La dicha de recibir al Señor es tu vida que se te regresa... incrementada
en un ciento por ciento.
• Jesús, SÉ REAL PARA MÍ.
• ¿Qué sucede cuando se recibe al Espíritu? En las Escrituras vemos fuego, calor,
don de lenguas. Los dones no se usan para nosotros, sino para el Señor.
• Si no lo usas, lo pierdes. Si te atreves a creer, atrévete a recibir.
• Yo me gozo en mis enfermedades. 30
• No eres santo después de, pero tienes el poder.
Después de su predicación, nos separamos en grupos de reflexión. La gente de mi grupo preguntó por
qué había mucha mención en recibir a Jesús y en recibir al Espíritu Santo. ¿Qué no habíamos recibido a
Jesús en el Bautismo y al Espíritu Santo en la Confirmación? Resulta que uno de los moderadores de la
Facultad también estaba en este grupo, y él respondió nuestras preguntas de la siguiente manera: “Esos
sacramentos, fueron momentos de decisión que probablemente no tomamos nosotros debido a nuestra
corta edad. Como adultos necesitamos ratificar y activar lo que ya anteriormente se nos ha dado”.

¿Quién dices que soy?


El profesor también compartió algo más que me golpeó con mucha fuerza; dijo que una vez preguntó a
un hombre joven que descubriera quién era Jesucristo en su vida. El hombre joven respondió: “Jesucristo
es como una gran cinta alrededor de mí, que me mantiene unido. Si no fuera por Jesucristo, yo me de-
rrumbaría en partes”. Me quedé fría al escuchar esas palabras. Estaba frente a frente con la gran
pregunta, la pregunta final. “¿Quién es Jesucristo en tu vida?”. Me estremecí. Era como si el mismo
Jesucristo me preguntara, “¿Y tú, Patti, quién dices que soy yo?”.

Debo de admitir que aunque conocía y amaba a Jesús. Él no estaba en el centro de mi vida. No lo
había experimentado como el que me mantiene unida, el único alrededor del cual se mueven los intere-
ses, los planes y otras personas. Francamente yo era la que tenía el control, o eso creía. Mi relación con
Jesús era de conveniencia... la mía, podría ser caracterizada con la oración, “Señor bendice mis planes,
haz mi voluntad. De acuerdo a mi itinerario, que significa ahora mismo. Amén”.

En resumen, me di cuenta en medio de esa discusión que necesitaba una conversión. Necesitaba
rendir el control de mi vida a Jesucristo... Dejarlo ser el Señor y dueño sobre todas las cosas.

¿Renovación de la Confirmación?
Incluyo aquí los apuntes que tomé durante nuestra reflexión:

• El transferir nuestro libre albedrío es el más grande regalo que podemos dar a
Dios.
• Tómame tal y como soy. Él los mandó de dos en dos.
• Hechos 4: Un Pentecostés en miniatura. La casa que se balancea.
• Hemos administrado los “Sacramentos de decisión”, el Bautismo y la
Confirmación a los niños y a los bebés. Intentamos activar nuestra Espiritualidad
bautismal ahora.
• 2 Corintios 3,17. “Este Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí
hay libertad”.
• La propuesta de David: La renovación de nuestra Confirmación como parte de
las oraciones del sábado.
• La pregunta de nuestro consejero: ¿Están preparados para lo que el Espíritu
pueda hacerles?
• Mi respuesta: TENGO MIEDO.

Terminamos nuestra discusión con la pregunta “¿Están preparados para ser tontos?”, ahora entiendo
por qué teníamos miedo, como pueden ver por los apuntes, David Mangan, hizo la proposición de que
invitáramos al Espíritu Santo como jóvenes adultos, que ya había venido a nosotros en la Confirmación, a
que se manifestara. El sugirió que preguntáramos al capellán si podíamos concluir el retiro con una cere-
monia en la que renováramos nuestra Confirmación, casi de la misma manera en la que renovamos
nuestras promesas bautismales, la Vigilia de Pascua de Resurrección.
31
Yo tuve la tarea de comunicar nuestra reflexión al grupo completo. Cuando les mencioné la propuesta
de David, no hubo una respuesta entusiasta. Uno de nuestros profesores preguntó, “¿Están preparados
para lo que el Espíritu Santo puede hacer en ustedes?”. No sabía exactamente qué podía significar, pero
sabía que quería más de Dios. Tenía miedo, pero estaba preparada.

Después de que los reportes de cada grupo de reflexión se terminaron, David y yo fuimos a caminar,
todavía manifestando todo lo que se había tratado. El y yo acordamos que aunque ninguno de los demás
presentes quisieran renovar su Confirmación, nosotros sí, y lo haríamos. Cuando regresamos a la casa
vimos al profesor de historia que había estado en nuestro grupo y le comunicamos nuestra decisión. “Eso
está bien”, dijo él. “Dios mandó a su gente de dos en dos”.

¡Yo quiero un milagro!


Con grandes expectaciones escribí en una hoja de papel: “Yo quiero un milagro” y lo pegué para que
todos lo vieran. No sabía exactamente cuál sería el milagro; sólo deseaba que Dios actuara con poder.
Después me di cuenta que otro participante escribió al final de mi hoja, “Yo también”.

Es interesante notar que al manifestarse el Espíritu Santo aquella tarde de sábado, escogió descender
sobre David Mangan y después sobre mí en una sucesión muy rápida y de una manera similar.

Nosotros fuimos los 2 que acordamos renovar nuestra Confirmación y buscar una manifestación del
Espíritu aunque nadie más lo hiciera. El Señor no esperó una ceremonia de clausura el domingo, para
responder nuestras oraciones.

El sábado por la noche se programó una fiesta de cumpleaños en honor de algunos de los estudiantes.
Pero la fiesta nunca se materializó. La gente andaba dando vueltas por ahí. De hecho tuvimos algunos
problemas con el agua en la casa de retiros, justo antes de la fiesta. Se rompió la tubería y se nos dijo
que tal vez todo el grupo tendría que irse a casa temprano. Pero algunos estudiantes fueron a la capilla y
oraron para que se compusiera el agua. Después de orar abrieron el grifo y salió el agua con mucha
fuerza. Si fue la intervención de un milagro o la intervención de un plomero no lo sé. Yo no formé parte
del grupo que fue a la capilla para orar por el agua. Pero sí conozco el efecto que tuvo en el grupo
completo. Sentimos que Dios quería que nos quedáramos y que Él había hecho posible eso para
nosotros.

Frecuentemente he reflexionado en el hecho de que el agua es una imagen escritural del Espíritu
Santo. Jesús dijo: “Si alguien está sediento que venga a mí y beba, el que cree en mí, como dicen las
Escrituras, de su corazón fluirán ríos de Agua Viva. Ahora Él dijo esto acerca del Espíritu, que aquellos
que creen en él han de recibir...” (Jn 7,37-39). Alguna gente podrá decir de la Iglesia actual: “El agua se
fue. Se ha secado completamente. Ya no hay vida”. Pero en el nombre de Jesús, todavía hay una
corriente fresca de Agua Viva del Espíritu entre nosotros. El fin de semana en Duquesne fue una
ilustración dramática de este fresco desbordamiento del Espíritu Santo en la Iglesia actual.

En el cuarto de Arriba
Debido a que la fiesta de cumpleaños nunca comenzó, yo decidí ir a todas las partes de la casa de reti-
ros y llamar a los estudiantes para que se reunieran en el primer piso para la celebración. Y aunque yo
era nueva en Chi Rho, tenía experiencia en dirigir a grupos y organizar actividades.

Pensé que si nos reuníamos en el mismo lugar tal vez comenzara la fiesta. Fue en ese momento en
que me dirigí arriba hacia la capilla. No iba a orar... solamente a decirle a cualquier estudiante que estu-
viera ahí que bajara a la fiesta. Cuando entré a la capilla vi a algunas personas sentadas en el piso y
orando. Me arrodillé también en la presencia de Jesús presente en el Santísimo Sacramento. Entonces
sucedió algo que yo no esperaba.

Siempre he creído que Jesús está realmente presente en el Santísimo Sacramento, pero nunca antes
había experimentado su gloria. Mientras me arrodillé, mi cuerpo literalmente se estremeció ante su
majestad y santidad, me llené de temor ante su presencia. Él estaba ahí... el Rey de Reyes, Señor de
Señores, el Gran Dios del universo. En realidad me sentí asustada y me dije a mí misma, “sal de aquí
32
rápido porque algo te va a suceder si te quedas en la presencia de Dios”. Pero, sobre este miedo, estaba
el deseo de mantenerme ante el Señor.

Entonces Bill Deigan, el presidente de Chi Rho entró a la capilla y se arrodilló junto a mí, le describí lo
que estaba experimentando. El me dijo: “He estado hablando con algunas personas. Algo está sucedien-
do aquí; algo que no planeamos. Solo quédate y ora hasta que sientas que debes irte”.

Al arrodillarme ante el Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento, por primera vez en mi vida, oré lo
que podría llamarse “una oración de rendimiento incondicional”. Oré en la quietud de mi corazón, “Padre
te doy mi vida a ti, y cualquiera que sea lo que Tú deseas de mí, eso es lo que yo escojo. Si significa
sufrir, entonces lo acepto, solamente enséñame a seguir a tu Hijo Jesús y aprender a amar como Él
ama”.

Cuando oré estaba arrodillada ante el altar. Al momento me encontré a mí misma postrada ante el
Tabernáculo. Nadie me había dado la imposición de manos. Y nunca había visto que algo así pasara
antes. No sé exactamente cómo sucedió, pero en el proceso hasta perdí los zapatos. Después me di
cuenta que, al igual que Moisés ante la zarza ardiente, yo también estaba ante suelo santo. Y mientras
estuve ahí fui inundada de pies a cabeza con un sentimiento profundo del amor personal de Dios hacia
mí... su amor misericordioso. Me sorprendió la simplicidad del amor de Dios. Es tan completamente inme-
recido, tan pródigamente otorgado. No hay nada que ustedes o yo puedan hacer nunca, nunca para
ganar o merecerse el amor de Dios. Se da completamente gratis, generosamente dado, surge de la
abundancia de su misericordia. Nuestro Dios es un Dios de amor, nos creó con amor y nos destinó para
el amor. Somos su gente, le pertenecemos. Su amor es para nosotros no importa lo que seamos.

Mientras pienso en aquella experiencia que tuve en la capilla esa noche, las palabras de San Agustín
capturan bellamente lo que yo sentí en esos momentos: “Tú nos hiciste para tí mismo, oh Señor y nues-
tros corazones están inquietos hasta que descansan en Ti”. Dentro de mí hacía eco esta ferviente
petición, “quédate, quédate, quédate”. Sentí como si deseara morirme en ese momento e ir con Dios.
Porque sentí que si yo, que no era alguien especial, podía experimentar el amor y misericordia, la ternura
y compasión de Dios de tal manera, era posible para cualquiera, el experimentar a Dios de la misma
forma. Sabía que tenía que compartir esta experiencia con los demás. Como los apóstoles después de
Pentecostés, yo quería “proclamar sus maravillosas obras”, dar testimonio del Dios viviente.

Me puse de pie y dije a los demás estudiantes de la capilla, “oro porque esto les suceda a ustedes”.
Aquel breve encuentro con el Espíritu del Señor me enseñó más que todos los estudios de una vida. Me
sentí cautivada por la belleza y bondad del Dios Divino. La misericordia y amor que Jesús me ha infundi-
do.

¿A quién debo decirle?


Inmediatamente conté mi experiencia al capellán y él me dijo que David Mangan había estado en la
capilla aproximadamente una hora antes que yo. David había tenido una experiencia casi idéntica; tam-
bién había sido abrumado cuando el Espíritu Santo vino sobre él y cayó al suelo. Algunas personas de la
Renovación Carismática utilizan la expresión “descanso en el Espíritu”, al fenómeno de caer bajo el poder
del Espíritu Santo. Yo prefiero decir que fui levantada de mis pies por el amor de Dios. Ni David ni yo tuvi-
mos imposición de manos.

Simplemente sucedió. Esa fue la única vez en mi vida que tuve una experiencia así. “Padre”, le pre-
gunté a nuestro capellán, “¿Con quién debo compartir esto?”. Su respuesta ha hecho eco en mi mente
durante estos 25 años desde aquel retiro. “el Señor te mostrará”. Entonces le pregunté cómo el Señor
podría utilizar a alguien tan insignificante como yo en su trabajo. El padre me recordó que cuando Jesús
llegó a Jerusalén estaba montado en un burro. Él puede usar a quien quiera y a lo que sea que Él escoja.

Inmediatamente después 2 chicas del colegio La Roche, que eran nuevas en el retiro de Chi Rho se
acercaron a mí y me dijeron, “¿qué te sucedió, tu rostro se ve diferente?”. En la Biblia leímos acerca de
cómo el rostro de Moisés resplandeció después de que había estado en la presencia de Dios. San Pablo
escribe, “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del
Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, conforme a la acción del
Señor, que es Espíritu” (2 Cor 3,18).

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Yo no me había dado cuenta de que veía diferente, pero aparentemente esas chicas vieron un reflejo
en mi rostro de lo que Dios había hecho en mi corazón. Debido a que nuestro capellán recién me había
dicho que el Señor me dirigiría en testificar, me animé. “Acabo de experimentar todo lo que habíamos
estado hablando en este fin de semana”. Para una chica que tenía miedo de hablar de Jesús, repentina-
mente me sentí valiente. Tomándolas de la mano les dije, “vengan a la capilla conmigo”.

Las tres nos arrodillamos ante el Señor en el Santísimo Sacramento y comencé a orar en voz alta. No
tenía la terminología correcta; solamente oré desde mi corazón. “Señor, lo que sea que acabas de hacer
por mí, hazlo por ellas”. Le estaba pidiendo al Señor que las bautizara en el Espíritu Santo sin siquiera
darme cuenta de ello. Ese fue probablemente el Seminario más corto de Vida en el Espíritu del que se
tenga récord.

Un movimiento desbordante en el Espíritu Santo


Y aunque no creo que nadie asistió a la fiesta de cumpleaños abajo, en casi una hora, muchos de los
estudiantes estaban arriba orando en la capilla. El Espíritu Santo los había impulsado a la verdadera fies-
ta de cumpleaños que se estaba dando en el “cuarto de arriba”. Al igual que la Iglesia nació en el Pente-
costés en un segundo piso, la Renovación Carismática Católica en un cuarto superior también. Dios se
estaba moviendo desbordantemente.

Al estar arrodillados ahí estaban sucediendo un sinnúmero de cosas. Algunas personas estaban lloran-
do. Después dijeron que sintieron el amor de Dios tan intenso, que no pudieron hacer otra cosa que llo-
rar, otros comenzaron a reír de dicha. Algunas personas, como yo, sentimos un ardor tremendo que iba
de nuestras manos o brazos como fuego. Otros sintieron un golpeteo en sus gargantas o cosquilleo en
sus lenguas. No sabíamos nada específico acerca de los dones carismáticos. Supongo que pudimos
haber hablado en lenguas en ese momento si hubiéramos entendido cómo manejar este don. Uno de los
profesores entró a la capilla y comentó, “¿qué es lo que va a decir el Obispo, cuando se dé cuenta que
todos estos chicos han sido bautizados en le Espíritu Santo?”. El Obispo de Pittsburgh en ese tiempo era
el Obispo (después Cardenal) John Wright. Escuché al profesor usar ese término, “bautizado en el
Espíritu Santo”, y me pregunté qué significaría. Todavía no nos dábamos cuenta completamente lo que
nos estaba sucediendo, y nunca soñamos que lo que estaba ocurriendo tendría tal impacto en toda la
Iglesia.

Aun en medio de este movimiento desbordante del Espíritu Santo, el enemigo estaba trabajando. Una
mujer joven después nos dijo que mientras todos nosotros estábamos orando, se sintió llena de odio y
quiso abandonar la casa de retiro. Estuvo caminando por la carretera por un tiempo, hasta que alguien
fue a buscarla y la trajo de regreso. Al día siguiente todavía no se sentía en paz. Al estar preparados para
dejar el retiro la pude ver acurrucada en el suelo; el instructor de teología vino y me dijo. “Ven Patti, tene-
mos que ir y expulsar a un espíritu maligno”. Me impresionaron sus palabras. Yo ni siquiera sabía si creía
en espíritus malignos, mucho menos en expulsarlos. Pero él parecía que sabía lo que estaba haciendo,
así que confié en él. Al acercarnos a ella, él me dijo, “Ordena, en el nombre de Jesús, que este espíritu
maligno se vaya”. Yo hice como él me dijo e inmediatamente la chica se relajó; ella estaba liberada, pero
inquieta. Entonces nos dijo que la noche anterior cuando todos estaban en la capilla felices y dichosos,
sintió un terrible odio por lo que estaba sucediendo. “Y a pesar de que yo odié a todos los que estaban en
ese cuarto”, dijo, “a la que más odié fue a Patti”. Nos conocíamos muy poco. Estoy agradecida que el
Señor me hubiera permitido ser parte de la oración que le regresó la paz.

La Magnificat
En algún momento de las horas de la mañana algunos de los que estábamos en la capilla fuimos man-
dados a dormir. Si no se nos hubiera ordenado, creo que hubiéramos permanecido ahí toda la noche. De
regreso a mi recámara, no podía dormir así que tomé mi libro de oraciones matinales y canciones y lo
abrí al azar. Mis ojos se posaron
Engrandece mi almasobre la Magnificat,
al Señor la oración
y mi espíritu de María.
se alegra Desde
en Dios ese momento
mi salvador, porquesuha
canto
se convirtió en mi canto.
puesto Nunca
los ojos en hela compartido
humildad mi
de testimonio de estos
su esclava, pasados
por eso 25 años
desde ahorasintodas
usar una
las por-
ción de este bello pasaje,me
generaciones María dijo: bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el
llamarán
Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a
los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a las potestades de sus tronos y exaltó a los humildes.
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A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada.
Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había prometido a
sus padres— a favor de Abraham y de su linaje por los siglos”.

(Lc 1, 46-55)
Me sentí desbordante de maravilla por lo que Dios había hecho en mí y en mis amigos. Éramos “los
hambrientos que fuimos colmados de bienes”. Tomé mi pluma y subrayé esas palabras, “su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación”. Su misericordia se había extendido a nuestra propia
generación a través de este derramamiento dramático del Espíritu Santo.

Un Pentecostés personal
Todavía sin poder dormir apunté en mi libreta todo lo que estaba en mi corazón. Aquí hay una descrip-
ción muy personal del Bautismo en el Espíritu Santo, sólo unas horas después de mi experiencia en la
capilla:
Creo que deben ser las 2 o 3 de la mañana, tal vez, he perdido la noción del tiempo
¡GRACIAS SEÑOR!
Pedí por un milagro t Tú me lo diste; Tú viniste y ahora sé que Dios es real. Te has
apoderado de mí, Señor. Me has golpeado y sacudido, me ha enloquecido con gran dicha
Tu luz.
¿Por qué yo? Yo realmente no creía, no pensaba que un milagro pudiera suceder.
Ahora, aquí y menos para mí.
Tal vez por eso Tú viniste, para que los demás creyeran. Porque si Tú vienes a mí, tan
egoísta y pecadora como soy, puedes venir a todos. Ayúdanos a pedir, a rogarte que
llenes la soledad de nuestros corazones. Llénanos. Haz que nosotros seamos humildes.
Utilízanos como signos. Haznos moradas sagradas de Tu Espíritu Santo. Ayúdanos a que
usemos nuestros dones para tu servicio, para que nos demos cuenta de nuestra
pequeñez ante ti, oh Señor.
Es tan pacífico el estar Contigo. QUEDATE, QUEDATE, QUEDATE, QUEDATE. No me lo
merezco pero te doy gracias. Ahora pruebo tu bondad.
Me postro ante Tu presencia, mis manos arden y mi corazón late. Estoy desvariando.
Creo que estoy loca. Lo estoy Señor, con el vértigo de tu amor.
Ayuda a todos los demás en cualquier parte a que te conozcan, oh Dios de dioses,
fuego, flama. Aleluya.
Hay nuevo poder en mí. Hablo con una voz que viene del interior que es un algo
nuevo yo, Tu Espíritu. Que otros me escuchen hablar de Ti, porque soy simple; sí soy,
soy una simple por ti, porque tu amor es simple. ¿Quién más podría tomarnos con todas
nuestras faltas, nuestras debilidades, nuestras negligencias?
Es tan fácil orar. Surge. Se derrama. Es tu Espíritu de amor que te une a ti, J esucristo,
con el Padre. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre. Amén.
Yo sé que todavía soy débil, que enfrentaré muchas dificultades en el futuro; muchos
espacios vacíos en mi búsqueda de Ti. Pero nunca permitas que deje de buscarte, gran
consuelo. PAZ Y CALMA.
¡Qué grandioso es el Señor! Todo lo que Tú necesitabas era mi compromiso; sin
pedirme nada a cambio, estuviste ahí siempre, esperando hasta que yo me diera cuenta.
Tal vez yo pueda ayudar a otros a que te conozcan, Señor, pero mantenme humilde,
ayúdame a darme cuenta de que ya no soy yo, sino Tú en mí. Esto significa sufrimiento.
Es gracioso, es la primera vez que pienso en esto. Pero Tú eres real. Tú existes; tu vives
ahora. Tú escuchas. Tú nos das milagros. Permítenos orar para que tu voluntad se
cumpla en todos los hombres. Que tu Espíritu venga a cauno; pero como Tú quieras y
cuando Tú quieras. Yo sé que Tú vendrás. Gracias, gracias, gracias, por el regalo de ti
mismo. Constantemente aumenta el destello de mi corazón. Ayúdame a que no tenga
miedo, a que no sea cobarde y pecadora —porque tu revelación me ha enseñado lo
bueno que eres, Señor— quiero descansar en ti por toda la eternidad. Amén.
Enviándonos hacia delante

35
Después de algunas horas de sueño me desperté por la mañana y mis manos estaban cosquilleando y
ardiendo. Al principio pensé que se me habían dormido, pero la sensación me permaneció por muchas
horas. Cuando le pregunté a nuestro instructor de teología que significaba esto, me dijo, ¿A ti también?,
ven, necesitas imponer tus manos sobre la gente y orar”. Recuerdo que me apuntó a uno de los miem-
bros de Chi Rho, Gina Scanlon que estaba embarazada en esa época. “Oremos por ella”, sugirió. “Pode-
mos obtener dos por uno”, y así lo hicimos.

En algún momento del domingo, la mujer episcopal que había hablado de los Hechos 2 regresó al Arca
y la Paloma. Ya no era una “protestante extraña” de la que se tuvieran sospechas. Ella era una “hermana
en Cristo”. Y la abrazamos dándole gratitud por su testimonio. Le extendí las manos que todavía estaban
ardiendo y le pregunté qué debería hacer con ellas. Ella me advirtió, “no veas a tus manos, ve al Señor”.
Buen consejo. Descubrimos que su grupo de oración había estado intercediendo toda la semana por
nosotros. No dudo que sus oraciones nos ayudaron en nuestro Pentecostés personal. Esa tarde nuestros
moderadores de la Facultad nos dieron un anuncio. Cuando uno de ellos recomendó el libro de John
Sherrill Ellos hablan con otras lenguas, me quedé sorprendida. “Quiere decir que ustedes sabían siempre
que esto nos iba a suceder”, pregunté. Aparentemente ellos estaban orando para que Dios actuara, pero
no anticiparon el movimiento desbordante del Espíritu Santo en la forma en que este surgió. Aquí hay
algunos apuntes de ese aviso del domingo:
• Un milagro requiere fe, pero muchas veces un milagro se utiliza para hacer que
surja la fe.
• Vivir en el Espíritu es tan importante como recibir el Espíritu, el Espíritu se da
para que Cristo sea proclamado.
• El demonio va a intentar tentarnos porque piensa que nos está perdiendo... y
nos ha perdido. Pidan la protección de la sangre preciosa (Sal 91).
• El Señor les dará Escrituras si ustedes se la piden.
• Oren a Cristo por algo que todavía parece no haber sucedido.

• Otros dones van a surgir después. Oren por todos los dones, especialmente por
los más grandes.
• No confíen en sus propios esfuerzos, el testificar con Sabiduría no significa hacer
lo que es seguro.
• Oren a María porque el Espíritu la envolvió. Su fe fue necesaria tal como la de
nosotros también.

Mucho vino nuevo


Cuando pienso acerca de nuestro regreso al campus de Duquesne, las palabras del salmo 126, 1-3,
vienen a mi mente:

Cuando Yahvé hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos;
entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría.
Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho Yahvé con estos! ¡Sí,
grandes cosas hizo con nosotros Yahvé, el gozo nos colmaba!

Un día después de que regresamos, un amigo me preguntó: ¿Qué es lo que te ha pasado? Estábamos
caminando a casa después de una clase de francés. “Si no te conociera tanto, Patti, diría que estás
borracha”, exclamó. Claro, fui rápida en responderle que esto fue lo mismo que se dijo de los apóstoles
después de Pentecostés. “Ellos habían tomado mucho vino nuevo” (Hch 2,13).

Sí estaba borracha, pero no de vino. “Gustad y ved qué bueno es Yahvé” (Sal 34,9) escribió el salmis-
ta. He probado el intoxicante amor de Dios cuando vino sobre mí. Yo sabía por mí misma, de una
experiencia personal, la bondad del Dios viviente.

Mi amigo pareció preocuparse. “¿No vas a ser monja?”, preguntó él. “No lo creo”, fue mi respuesta.
Entonces abrí mi Biblia (una acción que por sí sola sorprendió a mi amigo), y le leí la profecía de Joel
escrita en Hechos 2,17-19:

36
Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda la
humanidad: tus hijos e hijas profetizarán, tus hombres jóvenes verán visiones y los
ancianos tendrán sueños. Sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu. Haré
maravillas arriba en los cielos y pondré signos abajo en la tierra.

Yo sé que este amigo no era la única persona asustada con mi testimonio entusiasta en esos días. Me
faltó prudencia y seguridad en la manera en que compartí todos los eventos extraordinarios que habían
sucedido. Cuando Fran mi compañera de cuarto de 3 años me preguntó cómo había estado el retiro, la
miré y le dije “¿en realidad quieres saber?”. Cuando ella asintió cerré la puerta, la tomé de la mano y le
conté con ojos desorbitados todos los dramáticos sucesos. Como resultado de esto, ella decidió no volver
a ser mi compañera el siguiente año; después descubrí que hasta había llamado a mis padres y les pre-
guntó acerca de mi estabilidad mental.

Católico y carismático
Inmediatamente después del fin de semana, Fran me dijo que no le había gustado la operación com-
pleta, y que tenía miedo que estuviéramos dejando a la Iglesia. Al contrario, yo sentí que estaba descu-
briendo a la Iglesia en una nueva y maravillosa forma. Una de las primeras cosas que hice después del
fin de semana fue tomar los documentos del Vaticano II y ver toda referencia del Espíritu Santo, carismas
y dones espirituales. Me dije a mí misma, “tan intensa como fue mi experiencia en el Espíritu Santo el fin
de semana, si la Iglesia me dice que no es auténtica, prefiero renunciar a mi propia experiencia que dejar
a la Iglesia Católica”. Para mi gusto, no encontré nada más que aliento en los documentos del Concilio.
Me alegré mientras leí lo siguiente de Lumen Gentium, art. 12 (las itálicas son mías).

La santa gente de Dios comparte también en Cristo la oficina profética. Dispersa en


todos lados testimonios vivos de Él, especialmente por medio de una vida de fe y caridad
y ofreciendo a Dios un sacrificio de oración, el tributo de los labios que dan honor a su
nombre.
(Heb 13,15)
Un sacrificio de oración... el Espíritu Santo ha puesto tales palabras de oración en nuestros labios.
Alabado sea Dios.

No es solamente a través de los Sacramentos y de los Ministerios de la Iglesia que el


Espíritu Santo santifica y dirige a la gente de Dios y la enriquece con virtudes. Distribuye
sus dones “a todos de acuerdo a su voluntad” (1 Cor 12,11), Él distribuye gracias
especiales entre los que tienen fe no importa el grado. Por esos dones Él hace que se
queden preparadas para tomar las varias tareas y oficios que sean ventajosos para la
Renovación y reconstrucción de la Iglesia, de acuerdo a las palabras del apóstol: la
manifestación del Espíritu se da a todos para beneficio (1 Cor 12,7). Esos dones
carismáticos no importan si son los más grandes o los más simples y extensamente
difundidos, han de ser recibidos con agradecimiento y consolación porque son
excesivamente necesarios y útiles para las necesidades de la Iglesia...

¡Sí! ¡Los dones carismáticos han de ser recibidos con agradecimiento y consolación! ¡Es correcto!

Todavía dones extraordinarios no deben ser esperados después, ni tampoco los frutos
de la labor apostólica que presuntamente se esperan de ellos. En cualquier caso, el juicio
así como la autenticidad y el correcto uso pertenece a aquellos a los que les compete
especialmente, no de hecho para extinguir al Espíritu, pero para probar todas las cosas y
quedarse con aquello que es bueno (Tes 5,12. 19-21).

¡Sí! ¡La Iglesia es la que va a discernir acerca de los dones!, ¡pero no apagar al Espíritu Santo, Aleluya!

La Iglesia claramente me estaba diciendo a través de los documentos del Vaticano II, que mi expe-
riencia en el Espíritu Santo era válida, aun cuando algunos individuos me miraban recelosamente. Qué
descanso el saber que puedo ser tanto católica como carismática. No tenía que hacer ninguna elección.
Después descubrí que fue el Cardenal Suenens, cuya intervención en el Concilio Vaticano hizo esas
declaraciones de los carismas tan explícitas. Estamos profundamente en deuda con él.

37
La Palabra de Dios es Espíritu y Vida
Por años he esperado leer la Biblia pero siempre me sentí muy ignorante e intimidada para hacerlo.
Ahora, la Palabra de las Escrituras estaba brincando fuera de las páginas; Jesús estaba hablando a mi
corazón. Literalmente me mantuve hasta altas horas de la madrugada, noche tras noche, sobre las Escri-
turas. En los márgenes de mi Biblia cerca de algunos textos, yo escribí, esto es verdad, esto es para mí,
esto es real. Fue mi propio, personal, amén a la Palabra de Dios. Uno de los pasajes que subrayé en mi
Biblia en esos días es de Hechos 4,20, “no podemos dejar de hablar acerca de las cosas que hemos vis-
to y oído”; la Palabra de Dios era un banquete y yo estaba hambrienta.

Tus hijos e hijas han de profetizar


Comenzamos literalmente a tropezarnos con los dones carismáticos. Por ejemplo Marybeth Mutmans-
ky me enseñó una hoja de papel en la que había puesto unas palabras que venían a su mente durante
todo el día. Mientras comenzamos a compartir esos mensajes entre las 2, me di cuenta que este era el
don carismático de la profecía. Todavía tengo algunas de esas profecías grabadas. Eran mensajes
simples del Señor, pero aun así tuvieron un profundo efecto sobre nosotras. Aquí pueden ver la clase de
cosas que el Señor nos estaba enseñando.

Mi amor excede todo lo que tú puedes imaginar, mi amor por ti. ¡Cuánto doy a los que
me piden! No te sientas muy orgulloso de venir a pedirme ayuda. Siempre estoy contigo,
esperando para tu rendimiento, tu “sí”. Ven, ven a mí. Vive una nueva vida de confianza.
La confianza te mantendrá dichoso. Verás los frutos de mi Espíritu en sus corazones.
Ustedes me conocerán y en mí a mi Padre, y en mi a mi Espíritu. Y en mí a todos sus
hermanos. ¡Cómo espero que ustedes conozcan! ¡Que vivan en mí!

Escuchen, mis hijos, el sonido de mi voz. Ustedes me conocen; yo vivo en las


profundidades de su ser. Soy yo quién he estado con ustedes desde el comienzo de los
tiempos. Yo los hice, yo los creé; ustedes me pertenecen. Nada se puede comparar a mi
amor por ustedes. Nada que ustedes hayan conocido. Nunca teman, porque están
continuamente en mi presencia. No puedo ser conocido para mis hijos a menos que ellos
abran sus corazones hacia mí, a menos que ellos escuchen mi voz y respondan a mi
llamado, la misma esencia de su existencia. Lejos de mí no pueden hacer nada. Porque
todo su ser está enraizado en el mío; yo soy de todo, todo... el comienzo y el fin, el pan
de vida... Comida y bebida para el hambriento... Refugio de la tormenta... Consuelo a la
aflicción... Tranquilidad en los problemas... paz para el oprimido... Dicha para todo aquel
que me busca. Yo nunca fallo. Y un amor como el mío no se puede encontrar mas que en
mí, a través de mi cruz, la madera en que fui crucificado, en la que me ofrecí al Padre
por amor a ustedes. Si tan sólo pudieran confiar en mí, verían qué tan sencilla es la vida
momento a momento.

Ellos hablarán en nuevas lenguas


Aparentemente algunas personas oraron en lenguas el fin de semana en Duquesne; yo no. Al principio
yo pensé que hablar en lenguas significaba orar en tu propio lenguaje con un fervor especial. El lunes
después del retiro, experimenté un terrible sentimiento de depresión y la inhabilidad para orar, aún para
recordar las palabras de oración al Señor. Muy dentro de mí sentí que el Señor me decía, “sólo sigue
hablándome”. De camino a las clases me encontré a John Rossmiller. Al tomarme él de la mano cuando
yo iba pasando, la depresión se fue inmediatamente y pude orar con facilidad: Porque esa oración fer-
viente estaba surgiendo de mí en aquellos días que siguieron a nuestro retiro, no vi la necesidad de tener
el don de lenguas. Como especializada en francés, me molestó el pensar que algunas personas pueden
adquirir otro lenguaje sobrenatural mientras yo estaba trabajando tan duro para especializarme en una
lengua extranjera.

38
El Señor me enseñó cómo ver esto de la manera apropiada, y así lo hizo. Una noche en una reunión
de oración me senté a un lado de David Mangan, quien ya había recibido el don de lenguas. Me sentí
estremecida al escuchar a David en un hermoso y fluido francés. Sonaban como las palabras de un sal-
mo alabando la bondad del Niño Divino, ensalzando las corrientes de agua viva. La cadencia de su fran-
cés era diferente, pero su pronunciación era perfecta. Después de la reunión le pregunté a David si él
sabía que había estado orando en francés; no sabía. Me impresioné por la autenticidad de este don caris-
mático. Era un signo para mí de que Dios estaba trabajando. Pronto comencé a pedirle a Dios orar más,
ir más allá de mis propias habilidades limitadas, para ensalzar su bondad. San Pablo nos avisa, “deseen
con gran fervor los dones espirituales” (1 Cor 14,1). Le pedí a Dios el don de lenguas, pero no me di
cuenta que necesitaba mover los labios y utilizar mi voz. Pensé que un lenguaje de oración surgiría por sí
sólo si yo esperaba en silencio el tiempo suficiente.

La canción de María
Cuando me desperté el 13 de marzo de 1967, me sentí emocionada por el sonido de golpeteo en mi
garganta. Esperé que pudiera ser el don de lenguas, pero me dio miedo de que me surgiera en la mitad
de una clase, por lo que dejé las clases y me dirigí a la capilla de la universidad para orar en el oratorio,
uno de los lugares favoritos para la oración en aquellos días. Estaba determinada a quedarme ahí todo el
tiempo que tomara hasta orar en lenguas. Así que me arrodillé con la boca abierta... Esperando, el golpe-
teo se hizo más fuerte. Mi boca se comenzó a mover, entonces comencé a gruñir. Oh no, pensé, no me
digan que el Señor me va a dar un don de lenguas feo y gutural después de que estoy especializada en
francés debido a la belleza del lenguaje. Pero me mantuve gruñendo hasta que finalmente comencé a
cantar en lenguas; una hermosa canción fluyó de las profundidades de mi ser. Y aunque no reconocí las
palabras, en mi corazón supe que estaba cantando la Magnificat, el mismo pasaje que el Señor me había
dado la noche en fui bautizada en el Espíritu. Mi alma alaba al Señor y mi Espíritu se alegra en Dios mi
salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava, desde ahora todas las generaciones me bende-
cirán (Lc 1,46-48). Se había confirmado. El Magnificat de María se había convertido en mi Magnificat, su
canción se había convertido en mi canción, de alguna forma misteriosa pero muy real. Fui incorporada al
magnífico rendimiento de María a Dios. Sí, hágase en mí según su Palabra. Corrí hacia abajo orando
suavemente en lenguas con miedo de que ya no podría comenzar de nuevo. En la oficina del capellán le
susurré a la secretaria acerca de mi don de lenguas. Quién sabe que fue lo que pensó; después com-
prendí que estaba bajo mi control el comenzar o detenerme a voluntad.

Ellos pondrán sus manos en el enfermo


También nos tropezamos con el don carismático de sanación. Nuestras reuniones de oración deberían
ser para sanación y esperar resultados. Mi propia introducción al don de sanación me tomó por sorpresa.
Poco después del fin de semana en Duquesne vi una nota en el tablero de boletines en el dormitorio de
Santa Ana que la señora Jones, nuestra ama de llaves, estaba en el hospital de Mercy con flebitis. Mien-
tras leía la nota me cruzó una idea por la mente y ella se sanará. Inmediatamente retiré ese pensamiento
tonto, pero volvió a regresar muchas veces. Me dio pánico. ¿Qué tal si el Señor me está hablando? Nun-
ca me sentí a gusto con los sanadores de fe que salen en televisión y que les ponen las manos a las per-
sonas enfermas y les gritan sánate, sánate. Sabía que debería de haber otra forma de orar para pedir
sanación, pero no sabía cuál era, ni quería descubrir cuál era. ¿Cómo encontraría el valor para orar por la
señora Jones?, me pregunté. ¿Qué debería de hacer?

Entonces recordé que en el libro de La Cruz y el puñal, David Wilkerson debería de hacer una ofrenda
ante el Señor, como Gedeón hizo, y pedir una señal para saber la voluntad de Dios. Yo obviamente nece-
sitaba guía así que oré: Señor, si es tu voluntad que yo haga oración para que se sane la señora Jones,
haz que me levante temprano para la clase de mañana. Pensé que esta era una salida fácil debido a que
siempre me quedo dormida hasta tarde. Completamente segura, radiante, la mañana siguiente me des-
perté temprano con las palabras girando en mi mente: Impón las manos en ella y será sanada. Algo
dudosa me dirigí al hospital Mercy y entré al cuarto de la señora Jones. ¿Qué sucede Patti?, me pregun-
tó. Han estado sucediendo milagros señora Jones, le contesté a lo que ella respondió, “yo creo en mila-
gros”. Pero antes de que pudiéramos iniciar nuestra conversación llegó otro visitante. Mientras ellos
hablaban me senté en una esquina sintiéndome tonta; aún mis manos estaban ardiendo y cosquilleando,
y en mi corazón estaba la creciente convicción de que la señora Jones se salvaría. Mientras me levanté
para irme me acerqué a su cama y le dije “sé que usted va a estar muy bien señora Jones”. Entonces con
mi mano derecha le hice una pequeña cruz en su frente como mi madre acostumbraba cuando nos daba
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su bendición de niños. No fue exactamente imposición de manos pero fue lo mejor que pude hacer. Ella
pareció apreciarlo. Poco tiempo después la vi en la cafetería de regreso en la universidad. Casi tiro mi
charola de comida. ¿Qué esta haciendo fuera del hospital tan rápido?, le pregunté. Ella me dijo que la
hinchazón se había disminuido más rápido de lo que se esperaba y que los doctores la habían dado de
alta. Creo que mi oración ayudó a que el proceso de sanación se acelerara, proceso que ya había
comenzado a través de su tratamiento. Claro, en el don de lenguas como en el don de liberación, se
necesita mucha sabiduría y discernimiento. Como gente joven, no siempre nos aproximamos a esos tópi-
cos con gran prudencia. Pero estábamos aprendiendo a través de experiencias y con muy poca guía.

Yo los instruiré y les enseñaré


Una de las cosas más sorprendentes que sucedió después del fin de semana en Duquesne es que el
Espíritu comenzó a enseñarme directamente, a menudo hablándome a través de las Escrituras. Como
Jesús dice en Juan 16,13 cuando el Espíritu de la verdad viene, Él los guiará hacia toda la verdad... y en
el salmo 119,130 leemos, el descubrimiento de tus palabras da luz; imparte comprensión al sencillo. Yo
me aproximé al Señor como un niño que necesitaba instrucción, y Él se reveló a mí. Por ejemplo, un día
estaba pensando en mis amigos judíos de la preparatoria y me pregunté qué planes tendría Dios para la
gente judía. Comencé a orar para comprender y abrí la Biblia al azar en Rom 9,11 donde San Pablo
habla acerca de sus amados judíos y de lo que Dios tiene para ellos.

Otra vez Marybeth y yo estábamos viendo lo que deberíamos hacer durante el verano de 1967. ¿Señor
a donde debemos ir?, preguntamos. A mi mente vino una imagen mental de un pasaje de las Escrituras,
era tan claro como si estuviera en luces de neón. Salmo 32,8. sin tener idea de lo que era lo memoricé y
lo leí, “Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijos en ti los ojos, seré tu consejero”. Gracia sor-
prendente; es como si Jesús hubiera venido al cuarto y nos hubiera hablado personalmente, asegurando-
nos su guía. Varios días el Señor habría de llamar mi atención hacia ciertos pasajes de las Escrituras por
la mañana; después habría de descubrir que esas por coincidencia eran las lecturas de la Liturgia del día,
supe que estaba enseñada por el mismo Espíritu Santo que respiraba en la Iglesia Universal fue muy rea-
firmante. No puedo ayudar pero sí recordar las palabras de San Lucas al principio del libro de los Hechos.
El escribe que después de la resurrección, Jesús enseñó a sus discípulos, de muchas formas convincen-
tes, que Él estaba vivo... Bien, Jesús usó muchas formas convincentes para mostrarnos que también
estaba vivo. Claro, no nada más limitamos nuestra lectura de la Biblia a este método de orar por pasajes,
pero el Señor fue lleno de gracia al revelársenos a través de su Palabra.

Él está vivo
Encontré difícil comprometerme en especulaciones teológicas con otros estudiantes en la clase de
teología. Cuando escuché preguntas como, ¿qué diría Jesús si estuviera vivo ahora?, quería gritar pero
Él está vivo, si queremos saber lo que está en su mente hay que preguntarle. Él revelará su voluntad si
nosotros tenemos una fe firme. Después del fin de semana continué usando mi libreta como diario. Escri-
bí lo siguiente: Ahora sé lo que otros han querido saber, veo lo que otros han querido saber. Gracias
Señor.

Cómo me recuerda esto la época en que Jesús se gozaba en el Espíritu Santo y agradecía al Padre
por esconderle cosas a los sabios y revelárselas y las comprendieran tan sólo niños. Para sus discípulos
Jesús dijo en privado, benditos los ojos que ven lo que ustedes ven porque les digo que muchos profetas
y reyes han querido ver lo que ustedes ven y no lo vieron, escuchar lo que ustedes escuchan y no escu-
charon. (Lc 10,23-24). Una semana después de nuestro retiro escribí: No es posible que recuerde todos
lo milagros de la semana pasada. Cada día se llenaba de nuevos descubrimientos sorprendentes acerca
del Señor.

El viernes 5 de marzo
Gracias de 1967
a ti Señor. acudíde
Porque a mi primera reunión
antemano de oración para
me he preparado interdenominacional en la casa
resguardarme ante
de Flo Dodge,
cualquier prejuicio o miedo de cualquier clase. La gente fue tan cálida y amistosa. EnAquí
acompañada por Patrick Bourgeois, un instructor de teología y David Mangan. la está
mi descripción:
oración ellos dijeron, danos otra oportunidad Señor. En verdad estoy comenzando a
creer de la unidad cristiana, que es una realidad que se puede lograr con la ayuda del
Espíritu Santo.

La reunión comenzó con oraciones espontáneas, después nos pidieron que diéramos
testimonio. En realidad ellos parecían estar contentos por nosotros. Casi todos hablaron
en lenguas, y fue muy natural y muy fluido. Estaba sorprendida cuando todos oraron en
lenguas al mismo tiempo. 40
Entonces ellos pidieron por una oración. Una mujer se puso en medio y la gente le
impuso las manos; por alguna razón comencé a dudar de todo esto. Después que había
sido testigo me atreví a dudar. Le pedí a Pat que orara por mí para que yo creyera, y casi
Tal vez más que la presencia de los carismas el amor que se desbordaba y que yo experimenté ahí fue
un signo seguro de que el Espíritu Santo estaba en ese medio.

A mediados de marzo algunos de nuestros amigos de los moderadores fueron al campus. Ni siquiera
me acuerdo de sus apellidos, pero Dios me dio un sentido profético de cómo planeaba usarlos para que
difundieran el trabajo del Espíritu Santo. En mi libreta un día antes de que llegaran escribí:
Los líderes nacionales del cursillo vienen mañana, Ralph y Steve. Habrán de suceder
grandes cosas esta semana. Alabado seas Señor, alabado es tu nombre, cuando vengas
a ellos vendrás a los estados y al mundo.

De hecho Dios si usó a Ralph Martin y a Steve Clark para promover las noticias del Bautismo en el
Espíritu Santo entre sus contactos en el cursillo y en su trabajo en el ministerio de universidad. Otros dos
jóvenes hombres de la Universidad de Notre Dame nos visitaron al mismo tiempo, Jim Cavnar y Gerry
Rauch. Jim habló con Marybeth Mutmansky y conmigo acerca de la posibilidad de reunir a los 4 para que
trabajaran en el ministerio de la universidad después de que nos graduáramos en Duquesne. Fue una
propuesta nueva y excitante a considerar. Todavía sonrío cuando pienso en mi conversación con Ralph
Martin durante aquella visita; ahí estaba Ralph un líder cristiano dedicado sentado para platicar con una
joven estudiante recientemente convertida... o sea yo. Por alguna razón Ralph comenzó a compartir
conmigo su preocupación acerca de una de sus hermanas, saqué mi Biblia y le leí Rom 8,28, un pasaje
que recién había descubierto. Sabemos que en todo Dios trabaja para bien de aquellos que lo aman, que
son llamados de acuerdo a su propósito. Entonces procedí a aconsejarle que confiara en el Señor por su
hermana, yo era tan nueva en el Espíritu para darme cuenta del humor de la situación; él no me estaba
pidiendo consejo pero de todos modos lo recibió.

Dos semanas después me volví a encontrar a Ralph Martin mientras visitábamos a nuestra familia en
Nueva Jersey. Ralph me llevó a una reunión de oración de estudiantes de la Universidad Fordham, en la
ciudad de Nueva York. Al acercarnos a la reunión me dijo, quiero que compartas tu testimonio. Me quedé
en blanco. ¿Cuál es mi testimonio?, pregunté; él replicó, solamente diles lo que te sucedió en la capilla
durante el retiro. Así que esa noche aprendí de Ralph lo que significaba dar un testimonio personal y lo
he seguido haciendo desde entonces. De hecho aquellas vacaciones de Pascua precipitaron algún tipo
de crisis dentro de mi familia. Me sentía más inclinada a quedarme en Duquesne y celebrar el Triduo con
mis amigos de Chi Rho. Pero cuando les traté el tema, mi familia se preocupó. Después supe que mi
hermana Gail, lloró porque pensó que yo iba a entrar al convento. Mi mamá se preguntaba qué clase de
nuevos amigos eran, mi papá bromeaba con que yo primero tendría que ser Cardenal antes de que
pudiera llegar a Papa. Y a pesar de mi profundo deseo de dar un buen testimonio a mi familia, me temo
que muchos de mis primeros intentos de compartir la gracia del Bautismo en el Espíritu Santo fueron algo
inútiles.

El hombre que no retenía nada


Poco después de las vacaciones de Pascua tuvimos otro visitante en el campus de Duquesne, el Rev.
Harald Bredesen, pionero del movimiento neopentecostal de la época en que él había sido bautizado en
el Espíritu Santo en 1946. aunque no nos habíamos dado cuenta entonces, nuestro grupo de Duquesne,
ya estaba endeudado con el pastor Bredesen, debido a su valentía para testificar la liberación en el Espí-
ritu Santo. En 1959 el Señor le habló a Harald Bredesen, que era luterano en esa época y le dijo en una
profecía que no retuviera nada con respecto al Bautismo en el Espíritu. Bredesen compartió su experien-
cia del Espíritu con el doctor Norman Vincent Peale. Entonces John Sherrill el editor principal de la revista
Guidepost, escuchó el testimonio de Harald y fue impulsado a buscar el bautismo en el Espíritu Santo por
él mismo. Sherrill a cambio no retuvo nada acerca de su testimonio. Estaba escribiendo su clásico neo-
pentecostal: Ellos hablan con otras lenguas, cuando Harald Bredesen le presentó a un predicador de

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nombre David Wilkerson. ¡Voila! Sherrill ayudó a Wilkerson a contar la maravillosa historia en La Cruz y
el puñal. Esos dos libros fueron instrumentos en la dirección de los profesores de Duquesne y de muchos
otros al Bautismo del Espíritu Santo a comienzos de 1967. así que era su único derecho que el pastor
Bredesen viniera y viera algunos de los frutos de su asiduo trabajo apostólico... Un cuarto lleno de chicos
católicos incendiados con el Espíritu Santo. La visita de Bredesen fue muy significativa en mi vida. El
explicó cómo discernir las profecías personales y cómo decir si lo que estamos escuchando es realmente
la voz de Dios o simplemente nuestra propia imaginación trabajando. Harald nos dijo que una vez tuvo
una profecía personal indicándole con qué mujer debería de casarse. El único problema fue, que ella
estaba enamorada de otra persona. El pastor Bredesen explicó que las decisiones no se hacen en base a
una profecía personal. Sino que una profecía personal usualmente prepara para o confirma algo que se
está descubriendo junto con muchas otras indicaciones de que es de Dios.

Esta fue una lección importante para nosotros de un hombre que se había estado desenvolviendo den-
tro de los dones del Espíritu Santo. En nuestro pequeño grupo de hombres y mujeres en Duquesne, ya
había un buen número de romances. Después del fin de semana muchos de nosotros estábamos reci-
biendo “palabras del Señor”, o que creíamos que eran, de que, X debería casarse con Y, o Y debería de
casarse con Z, o X debe ser sacerdote, o Y debe ser monja. Era confuso saber cómo salir de todas esas
revelaciones conflictivas. Harald Bredesen nos ayudó a apropiarnos de algunas reglas para discernir.

Ven y sígueme
Mientras el pastor Bredesen hablaba, mi amiga Karen Sefcik me dijo: eso es para ti Patti. Al principio
me sentí incómoda con su sugerencia de que yo debería de ir a Mount Vernon. Estaba ahorrando dinero
para ir a Francia durante el verano de 1967 para estudiar en la Sorbona de París. Como especializada en
francés quería perfeccionar mi acento pero debo admitir que a la luz del fin de semana de Duquesne,
nada me interesaba tanto como el servir al Señor trabajando directamente en la evangelización. Pedí al
Señor que me mostrara lo que Él quería y así lo hizo rápida y dramáticamente. El lunes después de la
visita del pastor Bredesen tuve 3clases de francés; en cada clase se me pidió que leyera en voz alta y
mientras lo hice me sorprendí. Mi acento de francés estuvo mejor que antes; fue como si otro estuviera
hablando francés a través de mí. Al dirigirme a casa esa tarde sentí la voz del Señor en las profundidades
de mi corazón; Patti, los acentos de francés son fáciles para que yo los perfeccione. Tú ven y sígueme.
Cancelé mi viaje a Francia; la decisión estaba hecha. Mi vida pertenecía a Jesús. Y si nunca tenía oportu-
nidad de ir a Francia, no importaba. Ustedes tal vez estén preguntando qué sucedió con mis estudios en
ese momento. Me di cuenta que mi conciencia en la presencia de Dios a veces era tan intensa y que a
veces no podía pensar en otra cosa, me sentía absorbida por Dios. Me temo que esto fue probablemente
un motivo de escándalo para algunas personas; aún en Chi Rho, me motivé a mí misma para regresar al
francés, pero mi corazón ya no estaba en él. Tal vez si yo hubiera sido más madura espiritualmente
hubiera podido manejar mejor esta integración de los estudios y el crecimiento Espiritual.

Un día, durante una clase de francés, hasta mi profesor dijo en público: “Nous attendons le reveil de
Mlle. Gallagher”, (Estamos esperando el despertar de la señorita Gallagher); supongo que me veía como
si mi mente estuviera en otro lado. Y estaba. Cómo decirle que era mi despertar a Dios el que estaba
causando el problema, era como si mi experiencia de Dios en el bautismo en el Espíritu Santo hubiera
remplazado otro tipo de conocimiento. Después que fui bautizada en el Espíritu encontré que mi atención
se dirigía más y más a las cosas de Dios y menos hacia fines seculares, a pesar qué tan válidos y bue-
nos hayan sido. Expresé esta realidad en mi libreta:
Tú, Señor, eres lo más importante para mí. Tú nos has dado el conocimiento de tus
secretos; un conocimiento que sobrepasa todo lo demás, te alabo y te doy gracias.
Ordena mi vida, Señor. Ayúdame a dedicarme mejor a mis estudios y a no perder
tiempo. Pero si me llamas a que haga tu trabajo yo voluntariamente dejo a todos y a
todo a pesar de que esto sea difícil. Sólo Tú eres mi creador, mi Señor y mi Dios, no hay
nadie más que Tú.

Algunos de nosotros hasta consideramos dejar la escuela después del fin de semana, pero gracias a
Dios continuamos hasta la graduación. Eso parecerá drástico. Pero a la luz de las obras del Espíritu
Santo que se estaban descubriendo, los planes personales de carrera parecieron insignificantes para
algunos de nosotros.

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El Señor está cerca
Tengo una anotación en mi libreta de aquellas semanas después del fin de semana que indican la
intensidad de las experiencias en algunos de nosotros:

La noche pasada me sentí drenada... tan llena de tu amor que podría morir. Es ya
mucho. Qué tan bueno debe ser el cielo, oh Señor, tan cerca de Ti... Tu resplandor... La
perfección de tu amor que consume todo.

En alguna fecha a mediados de abril de 1967 uno de mis amigos y yo fuimos a caminar alrededor del
campus. Esto fue lo que sucedió:
Alabado seas Señor. Es difícil el hablar poco acerca de tus maravillas, pero lo
intentaré... Un amigo y yo decidimos caminar; afuera, nuestra atención se dirigió al cielo
donde vimos nubes esponjadas. Al principio pensamos que no tenía nada de especial,
pero entonces, enfrente del departamento de filosofía, las nubes se reunieron y
formaron una paloma. ¡Alabado seas Dios!

Padre estoy más consciente todo el tiempo de qué tan poco te merecemos y cuánto
Para abril otro amigogeneroso
nos das...¡Qué y yo tuvimos
eresotra
Tú, experiencia no muy
qué tan grande usual,
es tu amor!nos sentimos enfermos e incómodos
el mismo día. Entonces descubrimos que alguien de Chi Rho había dejado de fumar. Aparentemente
estábamos sintiendo algunos de los síntomas que preceden al dejar de fumar. Lo mismo me sucedió
años después cuando mi madre, viviendo en otro estado, dejó de fumar, y yo experimenté una variedad
de síntomas precedentes sin siquiera saber su decisión de dejar de fumar.

La presencia del Señor me llevaría casi a cualquier parte. En mi libreta describo las siguientes expe-
riencias. Algunas veces en reuniones masivas me habría de sentir como que mi corazón ardiera, al
momento del encuentro con el Señor Jesús. Aun en los momentos de diversión me visitaba el Espíritu
Santo. Una noche fui con algunos amigos a ver una obra de teatro. Al sentarme me di cuenta de la pre-
sencia de Dios y sentí como si estuviera encendida con un deseo de sentir a Dios. O algunas veces de
camino a la universidad o en medio de una conversación en que escuchaba un sonido que me distraía;
era como si el Señor estuviera diciendo: pon atención. Apenas en años recientes leí en la autobiografía
de Santa Teresa de Avila la descripción de una voz que emitía un sonido como de silbato, pero que no se
expresaba con palabras; ella experimentaba la comunicación con Dios y la respuesta a sus oraciones a
través de esta voz como silbato. Y me recordó el sonido de silbato que escuché a veces desde el fin de
semana en Duquesne.

Oración de Pentecostés y Profecía, 1967


Unos pocos días antes de la gran fiesta de Pentecostés en 1967, escribí esta oración, regocijándome
en la experiencia de tener a Dios, o más bien, de ser posesión de Dios:
“Tu bondad me agobia.
Tu misericordia va más allá de la comprensión,
¡cuánto espera mi alma ser Tuya!,
¡cuánto arde mi corazón de dicha!
Porque Tú has derramado tus bendiciones en abundancia.
Has manifestado Tu presencia.
Oh maravillosa luz de amor.
¡Oh cegadora radiación de verdad!
Tu consuelo, tu comprensión, tu paz son mías.
Te alabo Señor, por tus regalos de amor;
reconozco mi pequeñez ante Ti.
Me regocijo en Tu fuerza y poder.
Me adhiero a Ti como mi Padre, mi Hermano, mi Amigo, mi
Dios”.
Yo quería creer que el bautismo en el Espíritu Santo, esta inmersión en el amor de Dios, estaba desti-
nada para toda la gente de Dios pero debido a que no hubo una reacción entusiasta para nosotros en el
campus, ni siquiera entre los sacerdotes, solía preguntarme si Dios realmente pretendía que esta expe-

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riencia fuera para toda la Iglesia. El domingo de Pentecostés, mayo 14 de 1967, el Señor me habló en
una profecía que apunté:
Mi espíritu es para todos los hombres, lo he prometido, lo daré. Pero ustedes deben
pedir, deben buscar. Abran sus ojos, abran sus corazones, abran sus manos, elévenlas
hacia mí. Sepan que los he liberado de sus pecados, que estoy reinando con todo el
poder y la gloria junto con mi Padre. Llámenme... Jesús. Siempre estoy con ustedes.
Escucho sus oraciones. Mis hijos, ¿qué más debo hacer para probar mi amor?

Finalmente se me aclaró todo. Dios deseaba derramar su Espíritu en todos los hombres y mujeres.
Debido a que todos en Duquesne éramos recipientes de una nueva liberación del Espíritu Santo, tenía-
mos que proclamarlo a todos los que quisieran escuchar. Recuerdo que uno de los consejeros de la
Facultad de Chi Rho nos dijo, “todavía hay santos allá afuera”, y explicó que Dios todavía tenía gente,
“allá afuera” en el mundo, que intentaba transformar y utilizar por el poder de su Espíritu. Sería nuestro
testimonio el que los empujaría hacia Dios. Ellos se convertirán en santos y lograrán grandes cosas para
el Reino, mientras nosotros nos mantenemos escondidos y en el fondo. Pero será nuestro testimonio el
que los llamará al servicio de Dios. Ciertamente eso ha sido verdad; el liderazgo de la Renovación Caris-
mática que comenzó en Duquesne, pasó rápidamente a hombres educados y mujeres de varias locacio-
nes, como Kevin y Dorothy Ranaghan, Bert Ghezzi, George Martin, el fraile Edward O’Connor, C.S.C.,
Steve Clark, Ralph Martin, Jim Cavnar, Gerry Rauch, Paul DeCelles, Bobby Cavnar y muchos otros.

No planearé esto
Marybeth Mutmansky y yo sentimos un creciente deseo de ser parte del esfuerzo de Ralph Martin del
ministerio en el campus y de otros que nos visitaron en Duquesne en marzo. Estábamos abiertos a pasar
parte del verano de 1967 con ellos en la Universidad Estatal de Michigan. Las noticias del Bautismo en el
Espíritu se estaban corriendo en ese campus y ellos estaban experimentando algún tipo de seguimiento.

Estaba determinada a esperar en el Señor, a seguir la dirección del Espíritu, a resistir la tentación de
tomar el control y hacer mis propios planes. Siempre había sido tan rápida para planear las cosas, tan
rápida en el pasado. Escribí en mi libreta en letras mayúsculas, “NO PLANEARÉ ESTO”. Pero fue difícil
esperar por la guía del Señor. Un día a finales de abril me llegó un sobre de Ralph Martin. Lo abrí ansiosa
y encontré una hoja a la mitad con una nota a máquina de esta forma:
Querida Patti,
gracias por tu carta, ven.
En Jesús, nuestro glorioso salvador.
Ralph.

Basándome en aquella sencilla nota de Ralph, decidí unírmele a trabajar en el ministerio del campus.
Un joven de Duquesne se dio cuenta cómo estaba yo reordenando mi vida después del fin de semana. El
me preguntó que si a mí importaba el tener a Dios interfiriendo en mi vida, ¡Importar!, ¿cómo me habría
de importar?, su pregunta me sorprendió porque tan sólo unos días antes yo había escrito una oración
pidiendo al Señor que interrumpiera, e interfiriera en mi vida.

Y tú serás mi testigo
En el campus de Duquesne el Señor me estaba usando como testigo; por ejemplo, después de nuestro
retiro, la única chica que no conocía me preguntó que en dónde había estado el fin de semana. ¿Cono-
ciste a un chico?, me preguntó. Cuando le dije que había conocido a muchos chicos y chicas ella dijo,
“debiste haber conocido a alguien especial, se nota”. Luego estuvo el ex-seminarista que me llenó con
preguntas teológicas y objeciones de fe. Dándome cuenta de mi posición, todo lo que pude decir fue, sé
que Dios vive porque experimento su amor de una manera personal cada día. Finalmente dejó de discu-
tir. Otra vez, al pasar cerca de una instructora, me sentí impulsada a estrecharle la mano en un gesto de
amistad; después ella me dijo que esa mañana había dicho, “Señor, si tú eres real, me tienes que ense-
ñar”. Cuando la tomé de la mano sin decir palabra fue como si le hubiera deseado la paz de Cristo. Apa-
rentemente ella experimentó la realidad de su presencia a través de mi apretón de manos. Esta misma
mujer se mantuvo buscándome hasta que compartí con ella todo lo que sabía del Bautismo en el Espíritu
Santo. El Señor me estaba enseñando que yo tenía el deber de evangelizar. Yo escribí:
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Jesús, me estás enseñando, que aun cuando yo prefiero no decir nada, tengo la
responsabilidad de decir a otros acerca de Ti y de tu amor. Ellos hacen preguntas
importantes, y lo único que puedo ver es que Tú eres la respuesta.

En lugar de paz, la espada


Al acercarse nuestro año escolar a su término en mayo de 1967, aquellos de nosotros Bautizados en el
Espíritu estábamos experimentando una cierta cantidad de sufrimiento y rechazo. Los Padres del Espíritu
Santo nunca parecieron recibir bien el derramamiento del Espíritu Santo en el campus. La única excep-
ción fue el Fr. Vince Donovan, C.S.Sp., que fue misionero en África, y que estaba de visita. Para hacer
justicia a los Padres del Espíritu Santo, debo decir que probablemente éramos un rebaño tan alocado y
aborregado, que ellos pastoreaban.

Nuestro capellán pareció preocuparse por las divisiones que el fin de semana trajo a los miembros de
Chi Rho y decidió no identificarse con nosotros. En el grupo de oración, nos preocupamos por nuestra
falta de experiencia en liderazgo, debido a que 2 moderadores de la Facultad se cambiaban fuera de la
ciudad. Personalmente, yo estaba peleando con la reacción de mi familia, especialmente mi madre, hacia
mi llamado a la evangelización. Ella simplemente no podía entender por qué debería dejar mi viaje a
Francia para hacer trabajo social. Mientras más trataba de explicar que no era “trabajo social”, más
empeoraban las cosas. Recuerdo haber ido a mi recámara llorando, después de una de nuestras discu-
siones durante una visita a casa. Pedí al Señor que me mostrara el porqué su voluntad debería de causar
tanto dolor a aquellos que amo. A mi mente vino el pasaje, Marcos 10,28-30, cuando lo vi, leí:

Pedro se puso a decirle: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido”. Jesús respondió: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos,
hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir
el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y
hacienda, con persecuciones; y en el tiempo venidero, vida eterna.

Al siguiente día después de otra conversación problemática con mi familia, regresé a mi cuarto
llorándole al Señor. Esta vez abrí mi Biblia en Lc 9,57-62:
Mientras iban caminando, uno le dijo: “Te seguiré adondequiera que vayas”. Jesús le
dijo: “las zorras tienen guarida, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no
tiene donde reclinar la cabeza”.
A otro dijo: “Sígueme”. El respondió: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Le
respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de
Dios”.
También otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi
casa”. Le dijo Jesús: “Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto
para el Reino de Dios”.
De alguna manera es aquí donde veo la más grande evidencia del trabajo del Espíritu Santo en mi vida
en aquellos días. El Señor me permitió ponerlo sobre padre, madre, amigo, compañero de cuarto, hogar,
carrera, a pesar del dolor y la vergüenza, esto fue pura gracia debido a que los amaba mucho. Escribí en
mi libreta:

Si me cuesta cada una de las relaciones de mi vida, no te abandonaré Señor, aunque me


duela. Tú vales la pena. Acepto tu disciplina.

Cantamos una canción en aquellos días titulada “He decidido seguir a Jesús”, uno de los versos pare-
ció más apropiado al pasar el tiempo. “A pesar de que nadie vaya conmigo, aún así te seguiré. No hay
vuelta atrás, no hay vuelta atrás”.

A través de esas dificultades, Jesús nos estaba invitando a convertirnos en verdaderos discípulos, no
nada más amigos de buenos tiempos, que nos regocijábamos con sus milagros, pero nos alejábamos de
su cruz. Su cruz, ¿cómo podemos amar a Jesús sin abrazarlo? De nuevo en mi libreta:
Tu cruz...
márcanos con ella, Jesús,
imprímela en nuestros corazones...
que dichosos la tomemos, 45
porque hace completa nuestra unión contigo.
Una escuela del Espíritu Santo
En el verano de 1967 un grupo de nosotros de Duquesne arribó a la comunidad de Harald y Gwan
Bredesen en Monte Vernon, Nueva York. La primera iglesia Reformada de Bredesen en Monte Vernon
había sido descrita como el centro nervioso carismático de Nueva York en aquella época. El amor cristia-
no era acción, no simples palabras, en el hogar Bredesen que nos demostraron al cambiar a toda la fami-
lia a una sola recámara, para acomodarnos. Aprendimos acerca de la unidad cristiana al compartir ora-
ciones matutinas. Aquella gente estimaba hasta ajustar su estilo de oración, si nos hacía sentir mal.

Era como inscribirse a una escuela del Espíritu Santo, solamente por estar cerca de Harald Bredesen.
Nuestra primera cuenta de 60 dólares de comestibles salió de su bolsillo. Esa noche alguien le dio 3 bille-
tes de 20 dólares, para ayudarlo con los chicos católicos. Estoy segura de los Bredesen sufrieron por
nuestra falta de madurez espiritual y personal durante aquel verano, pero no se quejaron. La mayoría de
nosotros éramos novatos en el discipulado cristiano. Al observar al pastor Bredesen dar ministerio a
jóvenes en las calles de Monte Vernon, aprendimos cómo seguir la dirección del Espíritu para proclamar
la Buena Nueva. Un día después de testificar a algunos jóvenes, mi amigo y yo tratamos de hablar con
sus novias. Los chicos les dijeron a las chicas que se fueran en un coche, y nos dejaron paradas en la
acera. ¿Qué es lo que haría el pastor Bredesen?, nos preguntamos. Inmediatamente supimos la respues-
ta. Con las cabezas inclinadas en oración pedimos, Jesús si quieres que esas chicas sean evangeliza-
das, mándalas de regreso. Después de unos momentos el carro regresó y los chicos gritaron, está bien,
escuchamos su historia, pero ellas no. Díganles. Aleluya. Las chicas eran judías.

Las semanas que pasé con el Rev. Harald Bredesen dejaron una impresión duradera en mi vida. Su
lección fue clara: el Espíritu Santo es el que está a cargo. Vale la pena sacrificar todo para ser fiel a su
voluntad.

La última parte del verano, Marybeth Mutmansky y yo nos unimos a Ralph Martin, Steve Clark, Jim
Cavnar y Gerry Rauch para trabajar en la evangelización del campus y para buscar a Dios en la oración.
Un poco antes de que Marybeth y yo llegáramos a la Universidad Estatal de Michigan en East Lansing,
recibimos algunas noticias preocupantes. Los hombres habían perdido sus trabajos debido a su participa-
ción en la Renovación Carismática, que entonces ya era conocido como Movimiento Pentecostal de la
Iglesia Católica. Pasamos mucho tiempo en oración con ellos, durante los meses del verano, pidiendo a
Dios que nos guiara. El Señor confirmó su llamado en mi vida para que trabajara en la evangelización en
la Iglesia durante esa época.

Sólo su amor puede transformar


Cuando todos regresamos a Duquesne en septiembre de 1967, las divisiones entre la oficina del cape-
llán y aquellos de nosotros bautizados en el Espíritu se hicieron más pronunciadas. A pesar de esto, nos
unimos en aventuras tales como el fin de semana en Antioch, un retiro cuyo programa estaba orientado a
los estudiantes, basado en el cursillo, que fue desarrollado por nuestros amigos de Michigan.

Al volver a ver mis apuntes del otoño de 1967, es evidente que el Espíritu Santo estaba trabajando
continuamente entre nosotros para purificar nuestros pensamientos y acciones. Hay una profecía que el
Señor me dio el 11 de octubre de 1967, que incluyo aquí, porque habla acerca de esta purificación:

¿No puedes ver lo que se encuentra frente a ti, todavía no comprendes lo que estoy
haciendo en ti, lo que te pido, lo que requiero? Tu vida, déjala en mí y yo la tomaré. Abre
tu corazón y deja que sea inundado con mi amor que se clava como flechas encendidas;
la acción de mi gracia. Penetra, permeabiliza, purifica, limpia. Es doloroso e intenso para
aquellos que yo deseo perfeccionar. Entréguense completamente a mi amor; sólo este
amor puede transformar.

Una llamada para intimar en oración


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Mis oraciones durante meses de regreso al campus en el otoño de 1967 reflejaron una creciente con-
ciencia de mis propios pecados y una necesidad desesperada por el poder transformador de Dios. Aquí
está lo que el Señor me enseñó a hacer tal y como lo tengo escrito en mi libreta:
Sé constante en la oración. Persiste y vivirás en mi gracia, las promesas que te he
hecho, se cumplirán por completo si continúas confiando. No escuches a los espíritus de
este mundo, al malvado que tratará de robarte tu paz. Mi palabra es eterna. Yo no doy
para quitar. Lo que has recibido se incrementará, pero ven a Mí, mi hija. Tú eres mi niña.
Mírame a los ojos y mi amor te transformará. Conóceme. Conóceme. Conóceme.
Y yo le pregunté ¿pero cómo Señor?
Volteándote a mí en oración, confiando en mi Palabra. Escuchando mi voz. Creyendo
las cosas que te digo. Actuando en obediencia a mis mandamientos. Soy el Señor, tu
Dios.
Ten tu propio camino, Señor
Al comenzar a experimentar el costo de ser discípulo, me confié yo misma a la protección de la bendita
Virgen María y me enfoqué al ejemplo de los Santos. Sabía que necesitaría gracia para perseverar:

Estoy recibiendo todas esas advertencias de ti Señor, como si me dijeras “No tengas
miedo si te quito todo lo que tienes, si los hombres te odian debido a todas las cosas
nuevas que haré por ti”.
Señor, no puedo escapar de ti. ¿Adónde puedo ir para escapar de ti?, ¿Adónde puedo
escapar de tu resplandor? Al levantarme y al acostarme tú estás conmigo, y yo pido por
tu continua presencia, por este amor sin medida, por esta meta constante.
Me da dolor el ver que tengo dudas para confiar en ti, para decir “sí”. Oh Señor, aún
después de ver tus maravillas y milagros de amor tengo dudas y me preocupo en lugar
de abandonarme completamente y confiar en ti.
María ayúdame, con tus oraciones como con tu ejemplo, para que tenga el valor, la
fuerza para decir dichosa, que se haga tu voluntad, sí —a pesar de que no entienda— sí.
¿Cuántas lecciones invaluables me has enseñado Jesús? Hasta, y especialmente las
más dolorosas han sido las más fructíferas. He pensado en Santa Teresa que nunca te
negó nada; en Juan el bautista, que estaba feliz de ser una voz; un alma en la que tú
podías hacer tu camino, Jesús.
Déjame decir: que se haga tu camino, Señor. Derrite los obstáculos con el fuego de tu
amor; ven Espíritu Santo, ven Espíritu de sabiduría, comprensión, consejo. Espíritu de fe,
esperanza y amor, ven rápidamente.
Inmersa en el amor de Dios
Exactamente un año después del fin de semana en Duquesne, tengo una oración anotada en mi libreta
que refleja mi tendencia a controlar mi propia vida. Yo oré, “olvida mis pequeños planes. Tú, oh Señor
eres plan suficiente”. Pero, a pesar de mis peleas o de mis luchas, todavía experimentaba la realidad de
estar inmersa en el amor de Dios. San Pablo escribe que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5). Creo que el ser bautizado en el Espíritu
es ser bautizado en el amor de Dios. El 21 de febrero de 1968, describo esta experiencia de estar inmer-
so en el amor de Dios:
Tu paz,
tu presencia que da vida
se establece sobre mí como un manto;
un manto de bondad y amor.
Se incrementa... Este deseo de Ti,
de estar a donde estás Tú,
de rendirme totalmente a ti,
a ti solamente, oh Cristo.
Porque yo soy tuya, oh Señor, mi Dios.
Tú me has hecho y has clamado por mí.
Tú eres mi pastor, mi dueño.
Me has llenado con tu Espíritu.
Y ahora sé que nunca volveré a ser la misma,

Les he permitido, a través de estos párrafos de mi libreta ver lo que Dios estaba haciendo en mi alma
durante aquel primer año después del fin de semana en Duquesne. Son experiencias profundas y perso-
nales, que no se comparten tan fácilmente. Pero yo quiero que vean la extensión en la que la gracia de
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Dios se estaba derramando en mi vida. A pesar de mis pecados, mi ignorancia, mi falta de sabiduría y
madurez, el Señor Jesús estaba trabajando en mí a través de su Espíritu. Sus acciones eran regalos de
pureza, totalmente inmerecidos. Había una llamada para ser discípulo que no se podía confundir, de
tomar mi cruz cada día y seguir a Jesús. Algunas veces con dicha y alabanza, y otras veces en pesar y
lágrimas, estaba aprendiendo a caminar sobre sus pasos, guiada por su Espíritu. El estaba hablándome
personalmente con su Palabra, llamándome a la purificación, a la transformación, a la santidad, al
servicio.

Un regalo de graduación
Me gradué de Duquesne el domingo de Pentecostés, junio 2 de 1968. Fue otra experiencia del poder
del Espíritu Santo trabajando en mi vida. Mis padres manejaron de Nueva Jersey con mis 2 hermanas y
hermanos para la ceremonia de graduación en la Civic Arena de Pittsburgh.

Ellos manejarían de regreso a casa sin mí, debido a que yo regresaría a casa el día siguiente con una
amiga. Al decir adiós a mi familia, me sentí movida por el Espíritu Santo para hacer una oración especial
de protección para su viaje, rechazando a satanás en el nombre de Jesús. Lo hice silenciosamente den-
tro del auto; ellos se dirigieron de regreso a Nueva Jersey y yo pasé la noche en Pittsburgh.

Pero durante la noche me desperté repentinamente con una urgente sensación de que debía ponerme
a orar por algo serio. Me arrodillé y comencé a orar, sin siquiera saber por lo que estaba orando, utilicé el
maravilloso don de lenguas y oré por mucho tiempo. “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque
nosotros no sabemos cómo orar como debiéramos, pero el Espíritu intercede por nosotros...” Rom 8,26.

Al siguiente día, al ir manejando hacia Pennsylvania con mi amiga, me cruzó por la mente un pensa-
miento que me asustó: “Tu familia tuvo un accidente automovilístico y todos han muerto, ¿Qué harás
ahora?”. Se me hizo un nudo en el estómago. Pero tan rápido como llegó este pensamiento, recibí una
gracia de rendición, me dirigí a Jesús y oré, “Señor, yo no creo que esto haya pasado. Pero aún y si te los
has llevado a todos, todavía confiaré en Ti”. Inmediatamente mi corazón se llenó de paz y rechacé el
pensamiento como una tentación.

Después, el día que llegué a casa, toda mi familia estaba sentada en la sala, todavía con sus ropas de
viaje. Ellos me dijeron que durante la noche súbitamente se les reventó una llanta en la carretera. Mi
madre perdió el control del auto y ellos se desviaron fuera de la carretera. Milagrosamente no venía nin-
gún carro en ese sentido y sus vidas se salvaron. En palabras del policía que estuvo en la escena del
accidente, “Dios debió estar con ustedes. Este pudo ser un accidente fatal”.

Entonces recordé la inspiración que tuve para orar por un viaje seguro, y también cómo me había des-
pertado durante la noche. Era mi propia familia por la que había intercedido en lenguas. Inmediatamente
me dirigí a la parroquia de mi comunidad para dar gracias al Señor por su regalo de graduación... la
seguridad de mi familia.

Eleva tus ojos y mira


Nunca enseñé francés. Después de mi graduación, trabajé en el ministerio del campus en la Universi-
dad de Michigan en Ann Arbor y enseñé religión en la preparatoria Mercy de Farmington, Michigan. En
1971, incitada por mi estimado amigo el Fr. Jim Ferry, comencé a considerar trabajar tiempo completo
con la Renovación Carismática. El Fr. Harold Cohen, S.J., me invitó a Nueva Orleáns, Louisiana, donde
trabajé con él en el ministerio del campus en la Universidad de Loyola del Sur. Era un tiempo de creciente
exploración en la Renovación Carismática y serví en grupos de oración y en conferencias.

También viajé para presenciar el derramamiento del Espíritu Santo entre las personas de Dios en todo
el país y a diferentes partes del mundo. En una conferencia en Aix, en Provence, Francia, en 1973, el
Señor me habló en estas palabras de las Escrituras, “eleva tus ojos y mira los campos, ya están blancos
para la cosecha” (Jn 4,35). Y en nuestra Conferencia Nacional Católica Carismática, el mismo año, se le
dio una profecía a toda la asamblea, “Lo que ven frente a sus ojos, es sólo el comienzo”.

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A Dios toda la gloria
La primera conferencia de católicos carismáticos a la que asistí en Notre Dame fue en septiembre de
1967. Nos habíamos reunido 50 informalmente en un pequeño cuarto. En 1973, en otra conferencia en
Notre Dame, me paré en un estadio de futbol con 35,000 católicos que habían sido bautizados en el
Espíritu Santo. Actualmente habemos millones alrededor del mundo. Sólo Dios sabe exactamente cuán-
tas personas han sido bendecidas con el invaluable regalo del bautismo en el Espíritu Santo. Para mí es
absolutamente claro que no se le puede dar crédito de este trabajo a ninguna estrategia u organización
humana. Ninguno de nosotros que estuvimos ahí al comienzo de la Renovación Carismática, o que haya
sido llamado a ser líder desde entonces, podemos otorgarnos el crédito. TODO ES TRABAJO DE DIOS.
Él es el único al que hay que alabar y dar gracias por el fresco derramamiento del Espíritu Santo en
nuestros días. Como un Nuevo Pentecostés.

Deléitate en el Señor
Una de las más grandes bendiciones en mi vida personal ha sido mi matrimonio con Al Mansfield. Por
años he pedido al Señor por “un santo lleno del Espíritu” y Él respondió a mis oraciones. Al y yo experi-
mentamos nuestra unión como una llamada explícita a ser para la gloria de Dios. El Señor me dio una
promesa de Sal 37,4 hace tiempo. “Deléitate en el Señor y Él te dará los deseos de tu corazón”.

El Señor cumplió su palabra al mandarme a Al y al regalarnos 4 hermosos niños. Juntos, estamos


comprometidos a servir a la Iglesia Católica, a la que amamos, y a nutrir el desbordamiento del Espíritu
Santo en la Renovación Carismática. Hemos sido privilegiados al hacer de éste, nuestro trabajo de tiem-
po completo desde 1971.

En su amor, el Señor, eventualmente, ha bendecido a cada miembro de mi familia y a mis amigos más
cercanos con el Bautismo en el Espíritu Santo. De hecho Él me ha regresado a mi familia, junto con cien-
tos de hermanos y hermanas en Cristo en todo el mundo.

Diciendo sí con María


A veces me preguntan qué se siente haber estado en Duquesne cuando un puñado de católicos fue
bautizado en el Espíritu en 1967, y presenciar ahora la diseminación de la Renovación Carisma-tica
alrededor del mundo. Tal vez mi respuesta les sorprenda. Me siento muy humilde, y me siento muy unida
a María, la Madre de Jesús. De una forma misteriosa pero muy real, fui tomada para el rol de María de
responder a Dios. Es sorprendente el ver lo que pudo hacer un simple “sí” de una sola mujer. María dijo
“sí” cuando la cubrió la sombra del Espíritu Santo, y como resultado nació Jesús, el salvador del mundo
entero. La salvación de la humanidad se derivó de la actualidad del Espíritu Santo y de la res-puesta de
una criatura. El “sí” de María fue esencial para el descubrimiento del plan de Dios, tal y como lo es el de
ustedes y el mío.

Cada uno de nosotros que dice “sí” a Dios cuando el Espíritu Santo nos cubre con su sombra, se
transforma como María, en recinto para Jesús. Nuestra misión ahora es traer a Jesús al mundo. Mi
llamado, su llamado, es como el llamado de María... para abrazar y recibir la acción del Espíritu Santo,
para no ofrecerle ninguna resistencia, para que entonces pueda nacer Jesucristo en nosotros y se haga
manifiesto en todo el mundo; el saber que mi “sí” a Dios ha impactado a otras vidas de alguna forma es
humillante, en el sentido de que me hace ver qué tan pequeña soy. Sí, “Dios, que es poderoso ha hecho
grandes maravillas para mí y Santo es su nombre” (Lc 1,49). Quiero cerrar con las bellas palabras de San
Pablo:

Lo que ningún ojo ha visto, ni oído escuchado, no concebido algún corazón humano, lo
que Dios ha preparado para aquellos que lo aman, Dios nos lo ha revelado a través del
Espíritu.
(1 Cor 2,9-10)

49
QUE LA PAZ DE CRISTO ESTÉ CON USTEDES
Un testimonio de Marybeth Mutmansky Greene
Marybeth Mutmansky Greene se graduó en la Universidad de Duquesne con un título de artes en Inglés
en 1968. Vive en el Bronx, en Nueva York, donde sirve como Directora Asociada de Lamp Ministries,
2704 Schurz Avenue, Bronx, N.Y. 10465.

El fin de semana en Duquesne se llevó a cabo durante mi primer año en la universidad.

Como parte del comité de estudiantes y Facultad de Chi Rho que planeó este fin de semana estaba
consciente de que el grupo había estado luchando para identificar la dirección que tomaría. Algunos
miembros deseaban que el grupo fuera un grupo de acción social y de derechos civiles; otros alentaron la
acción hacia la renovación litúrgica en el campus y otros más querían limitar nuestras actividades a hora-
rios diarios de oración; otros querían mejor una vida más comunitaria.

Los moderadores de la Facultad habían comenzado a asistir a las reuniones de oración; ahí ellos
experimentaron al Espíritu Santo de una forma que los convenció para que el fin de semana estuviera
enfocado hacia el Espíritu Santo.

Como preparación para el fin de semana, a aquellos que asistirían, se les pidió que leyeran La Cruz y
el Puñal, del Rev. David Wilkerson, y los 4 primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles. También, a
varios de nosotros, se nos pidió que diéramos meditaciones de las mujeres en las Escrituras que res-
pondieron fielmente a Dios. La mujer de la que me tocó hacer meditación fue María, la Madre de Jesús.

Me sentí profundamente conmovida al leer las historias de los jovencitos, en las narraciones del Rev.
Wilkerson en su ministerio con pandillas callejeras de Nueva York. La noche anterior al retiro, me arrodillé
junto a mi cama y por primera vez en meses hablé personalmente con Dios. Dije algo como esto: “No
quiero pelear contigo. De ahora en adelante, no importa lo que sea que Tú quieras en mi vida, yo también
lo quiero”. La primera noche del retiro, los 30 que éramos participamos en un servicio de penitencia. Se
dio un momento de oración espontánea, y comenzamos a confesar unos a otros nuestros pecados. Me
pareció que las paredes dentro de mí y entre el grupo se estaban rompiendo. Después, el sacerdote que
estaba ahí ofreció a cualquier individuo que lo deseara, el sacramento de la Reconciliación. Al siguiente
día, durante la celebración de la Eucaristía, creció en mí el sentimiento de tomar un paso en la fe y decir,
“sí, creo que Jesús es el Hijo de Dios y está vivo”. Cuando llegó el momento de hacer el signo de la paz,
después de la comunión, supe que implicaría un compromiso el decir en voz alta el nombre de Jesús, y
tuve miedo. Di vueltas en toda la capilla moviendo mi cabeza y agitando las manos. Entonces llegué junto
a un profesor que me dijo, “Adelante, puedes decirlo”.

Cuando le desee la paz de Cristo, la presencia de Dios en la Eucaristía, en nuestro medio, y en mi


corazón, se hizo tan real que comencé a llorar de alegría. ¿Algo anda mal?, querían saber mis amigos
tan pronto como terminó el evento masivo. Yo contesté, “no es que algo ande mal”, es más bien: “Algo
anda bien”. Aquella tarde cuando compartí con el grupo algunos pensamientos acerca de María diciendo
“sí” al llamado de Dios Padre, me pude identificar con ella de alguna manera, más profunda que nunca
antes. Ella se convirtió en alguien a quien yo sentí cerca, no alguien lejana e inalcanzable.

Se programó una fiesta de cumpleaños el sábado por la noche, pero los presentes entraron y salieron
del lugar llenos de inquietud. Sentí dentro de mí una llamada a regresar a la capilla. Al entrar, experimen-
té la presencia del Espíritu Santo que llenaba el cuarto. Era como una combinación de agua y luz. Esa
noche, por muchas horas, rezamos espontáneamente y alabamos al Señor. Intercedimos por la Iglesia y
nos gozamos en la presencia del Señor. Entonces entendí que Dios —Padre, Hijo Y Espíritu— es una
familia. Me di cuenta que el Espíritu en nuestras vidas nos lleva al corazón de la Trinidad. El domingo por
la mañana, después de dormir muy poco, pero con la sensación de que Dios me había dado unas vaca-

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ciones en crucero, me di cuenta de dones del Espíritu Santo que se habían activado entre nosotros. En
particular, cuando uno de los presentes se alejó de nuestra reunión agitado y con rapidez, salí con esa
persona y oré pidiendo tranquilidad y paz, algo de lo que no sabía nada, a excepción de que fue el Espí-
ritu Santo el que me dio las palabras correctas. La persona regresó a la reunión llena de calma y paz. Eso
me dejo consciente del poder y santidad de Dios.

Al término del fin de semana, experimenté el don de lenguas cuando unos amigos oraron pidiendo para
que este don se me otorgara. Los sentimientos relativos a mi poco valor personal comparado con la gran
santidad de Dios dieron lugar a una gran paz y comprensión del amor personal de Dios que me hicieron
aceptarme.

La bondad del Señor se derramó en mi vida ese fin de semana y durante los días y semanas que conti-
nuaron. Jesús estaba vivo y sus caminos eran atractivos para mí. Tuve una increíble hambre por la pre-
sencia de Dios a través de la oración, a través de la lectura de su Palabra y a través del recibimiento de la
Eucaristía.

Mi corazón cambió de un cinismo a un amor por la Iglesia. Antes del fin de semana, yo sólo veía la
debilidad y fallas dentro de la Iglesia Católica, pero no tomaba su esencia. De pronto la Iglesia tuvo un
nuevo y completo significado. A través de Jesús vi que estábamos unidos en un solo cuerpo con la Iglesia
Universal, que juntos, somos la Iglesia. Vi que, aquellos que ya se han ido, llenos de fe de otras épocas,
son nuestros hermanos y hermanas, que se preocuparon por nosotros y dispuestos a ayudarnos cuando
lo pidiéramos. En particular, María, la Madre de Jesús, se convirtió en una auxiliadora y amiga especial.
Comencé a ver que ya no tenía significado para mí planear una carrera. Lo que sí tenía sentido era seguir
al Espíritu Santo mientras me dirigía hacia Jesús y hacia el Padre.

Si pudiera tan sólo declarar 2 grandes bendiciones que Dios me ha dado en estos 25 años (hay
muchas) una bendición significante ha sido el amor especial por compartir la Palabra de Dios y su amor
con los niños y con los jóvenes.

Otra gracia ha sido el deseo de servir con y a través de la Iglesia Católica como misionera laica. Cuan-
do mis amigos Tom y Lyn Scheuring me compartieron su proposición para desarrollar LAMP Ministries,
un servicio misionero de evangelización laica, con los pobres del área metropolitana de Nueva York, me
sentí impulsada hacia este servicio a través de oraciones y deseos de mi corazón. Descubrí que tuve el
deseo de recurrir a Jesús en la gente pobre y rechazada de nuestra sociedad, aquellos que llevan más
profundamente en sus vidas las heridas de Jesús Crucificado. Por casi 10 años he sido misionera en
LAMP, trabajando como Director Asociado. Aquellos que trabajan con nosotros hacen un compromiso de
tiempo completo por un año para evangelizar (y ser evangelizados) entre los pobres y desamparados. A
Dios toda la gloria por sus incontables formas en las que nos ha dado a su Espíritu de amor, para mí y
para todos aquellos que sólo tienen que pedirlo.

Por esto sabemos que estamos en Él y Él en nosotros porque nos ha dado a su propio
Espíritu.
(1 Jn 4,13)

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NUESTRO DIOS ES UN FUEGO QUE CONSUME
Un testimonio de Paul Gray y Mary Ann Springel
Mary Ann Springel estudiaba su último año en la Universidad de Duquesne en 1967. Paul Gray, alumno
de Duquesne, fue un estudiante graduado en teología en la Universidad de Fordham ese año. Ambos,
Mary Ann y Paul fueron miembros de la Sociedad Chi Rho en sus años de estudiantes en Duquesne.
Este testimonio fue publicado originalmente en un Nuevo Mandamiento (New Covenant) en febrero de
1973, y se reimprime aquí con permiso.

A Mary y a mí, nos dejaron nuestros amigos en suspenso, cuando nos sentamos a la mesa de su coci-
na aquella noche de diciembre de 1966. Obviamente compartían algún secreto que les causó que se rie-
ran más de lo común. Finalmente uno de ellos respondió a la pregunta que se reflejaba en nuestras mira-
das con otra pregunta: “¿Qué tal si les decimos que el Nuevo Testamento es verdadero?”. De nuevo
Mary y yo nos miramos. ¿Qué es lo que estaban pretendiendo nuestros amigos? Los habíamos conocido
cuando nos dieron un curso de teología 2 años antes. Lo que inicialmente atrajo nuestra atención había
sido su obvio compromiso y alegre participación en todo lo que enseñó. ¿Qué es lo que trataba ahora de
decir? ¿Qué nueva profundidad había descubierto? Gracias a él, yo me iba a graduar de la escuela para
buscar un postgrado en teología… Esa noche queríamos saber que nueva fuente de dicha nuestros ami-
gos habían descubierto, pero no preguntamos específicamente, y ellos no contestaron.

Unas semanas después, este instructor de teología, Mary Ann y yo, y otros muchos estudiantes nos
sentamos en la oficina de otro profesor de Duquesne para solidificar los planes para un retiro de Renova-
ción en Chi Rho… Chi Rho estaba teniendo una crisis de identidad y tenía la esperanza de sobrevivir si el
retiro resultaba exitoso. Nuestros mejores esfuerzos para crear una comunidad cristiana y para renovar al
mundo habían fallado. Habíamos ido al refugio de Hill District en Pittsburgh para tratar de dar algo de sig-
nificado a las vidas de alcohólicos llenos de penas, terminando con el dolor de preguntarnos a nosotros
mismos acerca de nuestro propio significado. Esos 2 profesores sugirieron que se cambiara el tema del
retiro, de “Cómo actuar como cristianos” a “Los Hechos de los Apóstoles o cómo convertirse en cristia-
nos”. Sin siquiera darnos cuenta del significado de este cambio, todos estuvimos de acuerdo.

Me iba a graduar de la escuela en febrero, más emocionado y más deseoso del fin de semana de
Renovación, que de mis estudios universitarios. Durante las primeras semanas de febrero, yo busqué en
las bibliotecas de la Universidad de Manhattan y del Seminario Union Theological cualquier comentario o
cita para preparar la plática que yo iba a dar de Hechos 1. Quería regresar a Pittsburgh mostrándole a
todos lo mucho que había aprendido en tan sólo 3 semanas después de mi graduación en teología. Pero
al volar de La Guardia, el 16 de febrero, tenía tantas notas que no hubo la posibilidad de organizarlas en
una plática clara.

Después de haber pasado 3 semanas en Nueva York fue bueno arribar al Arca y la Paloma, lugar don-
de se llevaría a cabo el retiro en el que pasaríamos todo un fin de semana con Mary Ann y nuestros ami-
gos de Chi Rho. Pero mi plática, que no estaba preparada se posó sobre mí como una nube negra. Al
menos la habría terminado el sábado por la mañana, y entonces yo podría disfrutar realmente el fin de
semana. El desayuno del sábado pasó sin que pudiera comer nada por los acontecimientos que se iban a
originar y que surgieron en mi mente.

Al entrar todos al cuarto en el que se iba a dar la plática, me senté en la mesa del orador, más nervioso
que nunca. Todos nos sentamos y comenzamos a cantar “Ven Espíritu Santo”. La experiencia más extra-
ña en mi vida de aquellos tiempos ocurrió cuando sentí mis nervios que se calmaron y en mis manos una
sensación de calor. Terminó el himno y yo comencé a hablar. Me escuché a mí mismo, no solamente cal-
mado, sino coherente. Me sorprendí de escuchar declaraciones que no había encontrado en ningún
comentario escrito y que no tenía en ningún lado en mis notas.

Después de la plática, ambos profesores me dijeron que en realidad yo me había convertido en maes-
tro. La aprobación que yo pasé con muchas horas de investigación y ansiedad esperando ganar para mí

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mismo, me fue dada por 2 hombres de los que dicha aprobación significaba bastante. Pero ahora sé que
yo no merecí ese crédito. Lo mereció Jesús. Alcé mi cabeza y le di gracias.

La plática de Hechos 2 fue dada el sábado por la tarde por una mujer Episcopal que experimentó
Pentecostés en su vida. No recordamos lo que ella dijo, pero nos hizo sentir hambre de la realidad del
Pentecostés en nuestra vida. En la reflexión que siguió a la plática, David Mangan, resumió la actitud de
los estudiantes, preguntando a nuestro capellán si podríamos renovar nuestra confirmación en la liturgia
del domingo para de esa manera experimentar algo más de lo que experimentamos cuando fuimos con-
firmados.

Después de algún tiempo de tranquilidad, mientras se preparaba la comida, Mary Ann y yo fuimos con
nuestro amigo instructor de teología y le dijimos que queríamos que él intercediera por nosotros para que
experimentáramos lo que él tuviera. Los 3 subimos a su recámara, entre bolsas de dormir y pijamas.
Mary Ann y yo nos arrodillamos en el piso mientras él nos impuso las manos y pidió, primero en inglés y
después en lenguas. Fue la primera vez que habíamos escuchado lenguas y ninguno de nosotros supi-
mos cómo tomarlo. Dimos nuestra vida a Jesús y Él nos dio el Espíritu Santo.

Mientras él oraba, la punta de mi lengua se levantó y comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo,
haciendo un sonido de golpeteo al chocar con el techo de mi paladar. Mary Ann sintió una tremenda
dicha surgir de su interior como un gran globo que la llenó totalmente y que luego se estableció en su
garganta; “sólo tuve que sonreír y sonreír y alabar a Jesús” recuerda ella. Esa dicha bien pudo haber
explotado en don de lenguas si ella hubiera sabido cómo cooperar con el Espíritu Santo. En vez de eso
ella se quedó algo sobresaltada. Ella me había escuchado orar en lenguas, pero no había experimentado
la misma cosa en su persona. Pensé que yo no tenía el Bautismo en el Espíritu Santo, si es que eso era
lo que ellos tenían, pero aún sentí una dicha explosiva pero inarticulada. Era como si yo supiera un
maravilloso secreto, aunque no sabía lo que era. Si alguien me hubiera preguntado, probablemente le
hubiera dicho que estaba seguro de que Dios me amaba, pero como nadie me preguntó, me quedé
callado mientras bajábamos a comer.

Mientras comíamos, una de las monjas del Arca y la Paloma llegó a decirnos que no había agua en el
pozo y que tendríamos que dejar el lugar el sábado por la tarde. Uno de los profesores fue a orar a la
capilla. Mary Ann y yo junto con algunos otros nos unimos a él. Todos nos arrodillamos en el piso de la
capilla mientras él comenzó a orar en voz alta. Pidió al Padre, en nombre de Jesús por agua; después
comenzó a dar gracias por el agua; continuó algún tiempo cantando acerca del agua y alabando al Señor
por ella. A diferencia de los demás, él obviamente creía que Dios había provisto el agua. Cuando des-
pués le preguntamos cómo podía dar gracias a Dios por el agua, antes de que ésta fuera evidente, expli-
có que cuando Jesús dijo en la cruz, “Está hecho”, no se refería solamente a su vida, sino a su misión.
Jesús había obedecido completamente al Padre en todo y su reino estaba ya establecido a través de la
sangre que derramó.

Sólo se dejaba a nosotros el creer en Dios, para recibir las manifestaciones específicas de ese reino.
Sabiendo que era la voluntad de Dios de que experimentáramos su presencia aquel fin de semana, nues-
tro instructor de teología vio claramente que no era de Dios el que el pozo se quedara sin agua en ese
estratégico momento. La fe ejercitada transformó el obstáculo de satanás en un milagro de Dios. Nuestra
fe era tal, que después de su casi solitaria oración, todavía estábamos resignados a regresar a nuestras
casas aquella noche. Nos reunimos para una aparente vigilia Bíblica final. Cuando terminó, David Man-
gan… se dirigió escaleras abajo para tomar una bebida. Cuando abrió la llave, el agua surgió.

Mary Ann y yo estábamos dejando la capilla cuando Dave regresó. Se postró frente al Tabernáculo, lo
que también hicimos Mary y yo. Dios todo el tiempo había estado cerca para escuchar la oración por el
agua, y ahora había mostrado que era lo suficientemente poderoso como para responderla.

Teman al Señor, surgió en nosotros; una conciencia temerosa no nos permitió mirar hacia arriba. Él
estaba personalmente presente y nos dio miedo el ser amados en demasía. Le dimos adoración,
sabiendo por primera vez el significado de esto. Conocimos una experiencia ardiente de la terrible
realidad y la presencia del Señor, que desde entonces nos ha hecho entender a primera mano, las
imágenes de Yahvé en el monte Sinaí que explota y tiembla con el fuego de Su Ser y la experiencia de
Isaías 6,1-5, en la declaración de que nuestro Dios es un fuego que consume.

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Este temor santo fue de alguna manera lo mismo que amor o nos hizo evocar amor al realmente estar
con Él. Era al mismo tiempo amoroso y bello aunque no vimos imagen visual. Era como si Dios en
persona brillante y esplendoroso, hubiera llegado al cuarto y lo hubiera llenado junto con nosotros.
David, en ese tiempo estaba tan enamorado del Señor que necesitaba más espacio porque no cabía
en sí. Me arrodillé en alabanza, mientras Mary Ann fue a su cuarto a escribir su borrador para la plática
de Hechos 3. Fueron llegando otros a la capilla en grupos de 2 y 3. En poco tiempo casi todos los estu-
diantes estaban en la capilla arrodillados, con las manos entrelazadas y alabando al Señor. Mary Ann
regresó. Los otros, como nosotros, no estábamos acostumbrados a estar arrodillados mucho tiempo o a
hacer oraciones espontáneas. La adoración había significado estar de pie, leyendo poesía, tocando la
guitarra o cantando. Ahora estábamos totalmente ocupados diciendo nada más que “Jesús” o “Sí, Señor”,
una y otra vez dirigidas al Señor que ahí se encontraba. “Te amo Jesús” fue lo que surgió de niños o de
chicos cuyos rostros se llenaron de felicidad.

Los dos moderadores de la Facultad caminaron frente a la línea de arrodillados convertidos orando
para que cada uno recibiera el bautismo en el Espíritu Santo; desde entonces nunca hemos visto un
movimiento tan espontáneo y universal del Espíritu. Uno de nuestros profesores dijo que sintió como si
estuviera siendo envuelto por fuego. Algunos de los estudiantes dijeron, “está siendo más brillante”,
decía, “se está sintiendo más caliente”. El Espíritu Santo, que apareció como lenguas de fuego en el
primer Pentecostés, de nuevo se volvió a manifestarse como un fuego que consume, se escucharon
cantos y oración en lenguas mientras nos arrodillamos amando a Jesús y sintiéndonos amados por Él
hasta las 3 de la madrugada, cuando el buen sentido del capellán y las monjas nos mandaron a dormir.

Cuando Mary Ann llegó a su cuarto lo único que le preocupó fue la plática del día siguiente. “He fallado
repetidamente antes del fin de semana en encontrar un comentario que valga la pena de Hechos 3, he
estado terriblemente preocupada por dar una buena plática, deseando mucho impresionar a mi grupo y a
Paul. He pasado horas planeando lo que he de vestir, y he llegado al Arca y la Paloma con un vestido
cuidadosamente escogido dentro de mi maleta pero sin ninguna plática en mis manos o en mi cabeza”,
recuerda.

“A pesar de lo reciente que había presenciado la gloria del Señor, no me di cuenta de toda su capaci-
dad. Debido a que los otros estaban hablando en lenguas, no me di cuenta de que yo también había sido
bautizado en el Espíritu. Con tan poco conocimiento no reconocí la dicha, miedo al Señor, amor, y la plá-
tica que tan rápidamente me surgió como una manifestación del Espíritu Santo”. Patti Gallagher impuso
las manos sobre Mary Ann, oró por ella, y luego colgó una nota en la puerta que decía “Jesús te ama”;
con eso, Mary Ann se durmió y despertó a la mañana siguiente, siendo su primer pensamiento, “Alabado
sea el Señor”, y su segundo, “Oh Dios mío tengo que dar una plática”.

“Le dije al Señor que era orgullosa, pero a pesar que lo confesé pareció mantenerse en mí. Estaba
pensando en lo mucho que quería encontrarme con Paul y en comenzar a vestirme. El vestido parecía
resumir mi preocupación acerca de mí misma. Entonces vi la ropa que había aventado dentro de la male-
ta horas antes, pantalones arrugados y una blusa arrugada. Señor, tengo mucho orgullo y parece que no
me lo puedo quitar. Quiero ser diferente. Quiero darte esta plática. Cuando me veas, Señor, que sepas
por esas ropas que no quiero ser orgullosa. Esas ropas son todo en lo que yo puedo cambiar, por favor
Tú cambia mi Espíritu... me vestí con la ropa arrugada y dándole una última mirada al vestido y a los
tacones, me encontré con mis amigos que ya estaban arreglados y nos dirigimos a la gran casa, para
tomar el desayuno, entre algunas miradas de curiosidad. Supe que la mirada del Señor estaba sobre mí
también, y mis ropas eran una constante petición de ayuda”.

Como con lo del pozo, Mary Ann también tenía muy poca fe con respecto a la plática. Sus rodillas cho-
caban bajo la mesa y bajo la mesa del orador. “Mientras mis hermanos y hermanas cantaban ‘Ven Espí-
ritu Santo’, Él lo hizo y en abundancia. Supe lo que significaba ser salvado por la gracia, el frío y extraño
miedo se desintegró; sentí una calidez sobre mí y comencé a hablar en una sabiduría que no era mía”.

La plática se interrumpió varias veces por oraciones y alabanzas, y fue seguida por un largo período de
aplausos. Los aplausos que yo tanto había deseado, ya no me causaban gratificación dentro de mí. Lo
único que me motivó fue dar alabanzas hacia mi Padre. Sé que Él lo hizo. Abrí mi boca para darle gracias
mientras el aplauso (para Él) todavía continuaba; comencé a orar en lenguas, dándome cuenta que yo
también era una parte de lo que Dios estaba haciendo...”

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Después de que yo (Paul) regresé a Nueva York... fui dirigido por el Rev. Harald Bredesen, que inme-
diatamente mostró interés en mi historia del fin de semana en Duquesne, Harald me mantuvo compar-
tiendo mi testimonio en donde se pudiera. Fue una nueva experiencia, el estar parado frente a grandes
grupos de protestantes diciéndoles lo que Dios estaba haciendo en la Iglesia Católica.

La sorpresa más grande fue el entusiasmo con el que ellos recibieron las noticias. Mientras tanto, Mary
Ann estaba aprendiendo todo lo referente a reuniones de oración carismáticas y de comunidades con
otros estudiantes en Pittsburgh... Por 3 meses (aquel verano), el Señor nos dio la experiencia de su Rei-
no, al estar viviendo en comunidad con Harald y su familia, 6 estudiantes de Duquesne, y algún número
de protestantes llenos del Espíritu.

Ahí experimentamos a un nivel de comunidad lo que el Señor estaba deseando hacer en nosotros,
como individuos tal y como lo establece en “Rompiendo la pared divisoria de hostilidad... Que él pueda
crear a un nuevo hombre en lugar de los 2 a través de la reconciliación de nosotros hacia Dios en un solo
cuerpo a través de la cruz”. Para que nosotros lleguemos a tener “acceso en un solo Espíritu al Padre” (Ef
2, 14-18). Al presenciar a nuestros hermanos y hermanas protestantes tan deseosos y sacrificando su
estilo de oración si nos molestaba, aprendimos la profundidad del amor que da el Espíritu a través del
cuerpo de Jesús...

Hasta este día mientras continuamos caminando con Él, el Señor continúa mostrándonos la profun-
didad de su amor, que primero nos mostró cuando nos llamó para y hacia Él en 1967.

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A DIOS SEA LA GLORIA
Un testimonio de Annamarie Nacko Cafardi
Annamarie Nacko Cafardi se graduó en Duquesne con un título en inglés. Ella y su esposo Jerry, tienen
dos niños y viven en Waterford, Pennsylvania. Annamarie enseña en la Academia la Palabra de Dios en
Erie, Pennsylvania.

Es casi imposible el creer que han pasado casi 25 años desde el fin de semana en Duquesne. Muchos
de mis recuerdos se han desvanecido, pero hay un hecho claro que no se puede alterar:

Mi vida cambió dramáticamente durante ese fin de semana a mediados de 1967, y nada ha vuelto a
ser lo mismo. En retrospectiva, es obvio para mí que Dios ya estaba trabajando mucho antes de eso.
Crecí en Pittsburgh y asistí a secundaria y preparatoria católicas. Deseaba mucho asistir a una Universi-
dad fuera de mi ciudad y esperaba poder ganarme una beca. Una de mis mejores amigas de la prepara-
toria, Elaine Kersting (Ransil), era estudiante de primer año en Duquesne, y me invitó a pasar un día con
ella en la escuela. Yo ya había visitado otras universidades y aunque no quería ir a la Universidad de
Duquesne acepté ir con ella, me encantó, y de más significado, regresé con un sentimiento inexplicable
de que en Duquesne es donde yo debería de estar.

Me inscribí en el otoño de 1965 en la carrera de especialista en inglés y casi inmediatamente me inte-


gré al grupo llamado Chi Rho. Elaine era miembro de Chi Rho y encontré que el grupo era una fuente
excelente de actividades intelectuales, sociales y espirituales. La gente era genuina y amistosa. Particu-
larmente me gustó relacionarme con chicos y chicas como amigos.

Mi fe en aquel tiempo era principalmente intelectual. Estaba emocionada por lo que estaba pasando en
la Iglesia Católica porque parecía que se estaba dando lugar a un cambio necesario y significativo. Chi
Rho estaba involucrado en la planeación de la liturgia diaria y eso proporcionó la oportunidad de partici-
par en el evento masivo que yo nunca había experimentado en la Parroquia de mi comunidad. La gente
de Chi Rho era intelectualmente muy estimulante. Tuvimos un capellán y 2 miembros de la Facultad que
fueron excelentes. Debido a mi relación con Chi Rho mi primer año en Duquesne fue mejor de lo que yo
había esperado.

Mi relación con Chi Rho se hizo más profunda durante mi segundo año y tuve participación en la pla-
neación de un retiro de fin de semana que se programó para febrero de 1967. fue en esa época que me
di cuenta que algo extraño estaba sucediendo. Nuestros 2 consejeros de la Facultad y el instructor de
teología, Pat Bourgeois, parecían comportarse diferente mientras nos reuníamos para terminar los deta-
lles para ese retiro, hubo comentarios de aquellos hombres mientras discutíamos el tema del retiro, los
primeros 4 capítulos de los Hechos de los Apóstoles.

Aunado a los hechos, a los participantes se les pidió que leyeran el libro de David Wilkerson, La Cruz y
el puñal. Yo leí el libro y lo encontré simple y algo bizarro. El tipo de experiencia que se describe en La
Cruz y el puñal no tenía parecido con la teología intelectual que yo manejaba, me comenzó a preocupar
que lo que yo había encontrado en Chi Rho fuera a cambiar.

Esta percepción se hizo más fuerte en una reunión que Elaine y yo tuvimos con Marybeth Mutmansky
el sábado por la tarde en la biblioteca de Duquesne antes del retiro programado. Marybeth nos dijo que
una noche antes los 2 consejeros de la Facultad y Pat Bourgeois habían ido a una clase de reunión.
Cuando ellos regresaron ella escuchó que estaban discutiendo acerca de esta reunión. Ella sintió que
había alguna clase de relación entre esa reunión a la que ellos fueron, el libro de David Wilkerson, y el
retiro de Chi Rho, ya estaba cerca. De hecho, una mujer de esta reunión fue programada para que
hablara en nuestro retiro.

No me gustó lo que estaba escuchando. Yo me sentía bien con Chi Rho como era, y más a gusto con
mi teología. Sentí que la vida de la forma en que yo la conocía estaba por cambiar a una forma comple-
tamente distinta.

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Al acercarse el fin de semana para nuestro retiro persistieron las preocupaciones, pero también pensé
que socialmente me proporcionaría una oportunidad de estar reunida con personas que había llegado a
querer. Hasta se programó una fiesta de cumpleaños para Elaine, para nuestro capellán y para mí el
sábado por la noche, durante el retiro. Entré al retiro con la idea de que sería divertido.

El viernes por la noche después de la plática de apertura hubo un servicio de penitencia. Al menos en
ese momento nada había sucedido que me hiciera pensar que esto sería diferente a todas las reuniones
típicas de Chi Rho. Pero todo esto cambió el sábado. La plática del sábado fue dada por la mujer de la
reunión a la que nuestros 2 consejeros habían acudido.. y se trató acerca del capítulo 2 de los Hechos de
los Apóstoles. Su mensaje fue uno de los más incómodos que yo he escuchado. Lo que agrandó el pro-
blema, desde mi punto de vista, fue que ninguno de los líderes del grupo pareció preocuparse por lo que
ella había dicho. Ella habló acerca de hablar en lenguas, sanación, y milagros como ocurrencias que eran
parte de su propia experiencia, no solamente sucesos en la Biblia. Supe que esto no era un tema acerca
del cual los miembros de Chi Rho simplemente podrían estar de acuerdo o en desacuerdo. Sus palabras
necesitaban una respuesta, y la mía era “no”.

El resto de la tarde pasó con los miembros del grupo compartiendo unos y otros sin ninguna estructura
conformada lo que había sentido acerca de que había escuchado. Me preocupó que muchos de ellos
tenían la actitud de “¿por qué no?” y de apertura al mensaje. Yo había estado pasando algún tiempo con
Jerry Cafardi, como un estudiante de primer año que conocí el verano anterior. Supe que necesitaba
hablar con alguno de los líderes, y Jerry estaba interesado en ir conmigo; el trabajar con algunas de mis
preguntas fue más importante que la fiesta de cumpleaños que se había programado y que estaba por
comenzar —a pesar de que la fiesta era para mí—, Jerry y yo nos acercamos a uno de los consejeros de
la Facultad y le hice mis preguntas expresándole mi preocupación acerca de las mismas; él escuchó,
pero no me dio ninguna respuesta o consejo. Nos alentó a que oráramos.

La oración era algo extraño para mí, al menos la clase de oración que él me estaba sugiriendo era dife-
rente a la que yo estaba acostumbrada. Mis oraciones eran casi siempre de la variedad de petición. Lo
que él nos estaba sugiriendo era que oráramos por dirección y por sentido para que comprendiéramos lo
que el Señor nos estaba diciendo a través de todo esto.

Recuerdo que él habló acerca de Dios de una forma más personal de lo que yo había sentido, pero
había paz y gentileza en lo que él estaba diciendo. Y aunque todavía no tenía respuestas definidas a mis
preguntas la ansiedad que sentía desapareció y sentí que quería orar.

Fui a la capilla, me senté y simplemente abrí mi Biblia. Se abrió en el Salmo 116 y por primera vez en
mi experiencia, supe que el Señor me estaba hablando directamente. “Amo al Señor porque Él escucha
mi voz y mis súplicas. Porque ha inclinado su oído hacia mí y por lo que yo podré llamarlo mientras viva”.
Tuve la seguridad de la mano personal de Dios sobre mí, y de una preocupación personal por mí y por
mis preguntas.

Fue la noche del sábado en la que los eventos se desarrollaron rápidamente. Patti Gallagher estaba en
la capilla también y yo me encontraba orando, ella se levantó y dijo “Dios es real, Dios es real”, supe esa
realidad también; también me di cuenta del problema del pozo. La gente estaba orando para que se com-
pusiera y pudiéramos continuar con nuestro retiro. Me fue claro que así sería, supe que el Señor preten-
día que nosotros continuáramos, así que no me sorprendió cuando la gente comenzó a llegar a la capilla
para dar gracias y alabar al Señor por haber arreglado el pozo.

Pronto la capilla casi se llenó a pesar de que estábamos programados para tener una fiesta de cumple-
años no un servicio de capilla. Nuestros 2 consejeros de la Facultad estaban entre nosotros dando impo-
sición de manos y orando. Muchas personas estaban orando en lenguas que nunca había escuchado.
Otros estaban alabando y muchos estaban llorando. Nadie se detuvo a enseñarnos cómo recibir el Bau-
tismo en el Espíritu Santo o el don de lenguas. Éramos estudiantes pregraduados, estudiantes graduados
y profesores de una gran universidad Católica urbana, experimentando la presencia y el poder de Dios de
una forma desbordante. No éramos personas acostumbradas a expresar nuestra fe de forma emotiva,
pero algo había sucedido que tocó nuestra vida. Mi propia experiencia me sorprendió. Soy usualmente
extrovertida y expresiva, pero en esa situación no estaba sintiendo nada. Nos quedamos en la capilla
orando y cantando por el resto de la noche del sábado y hasta altas horas de la madrugada. Nadie se
quería ir. Pero en un momento los líderes nos pidieron que nos fuéramos a dormir a nuestros cuartos.
Jerry se encaminó a mi cuarto donde se estaban quedando las chicas. Mientras caminábamos y discu-
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tíamos los eventos de aquella noche, comencé a llorar las lágrimas más pacíficas, dichosas y alegres que
nunca había experimentado. Realmente sentí la presencia del Señor y su amor: mi vida desde ese enton-
ces no ha sido la misma. Las chicas pasaron más horas platicando y orando, había sido en verdad una
noche notable.

El programa del domingo fue revisado para incluir más enseñanza específica acerca del Bautismo en
el Espíritu Santo y para dar consejos prácticos de cómo compartir lo que estábamos experimentando.
Aprendimos desde el principio que el Bautismo en el Espíritu Santo se da por el salvador poder del amor
de Jesús. Fue una lección importante; también aprendimos que algunos de los participantes en el retiro
habían compartido sus experiencias de la noche anterior y era una situación difícil para los que llevaban
el liderazgo.

Mi sentimiento fue que lo que yo había experimentado fue el poder desbordante de Dios trabajando en
mi vida. Yo no había ido buscando experiencias espirituales; al contrario, había sido escéptica de lo que
había leído en La Cruz y el puñal y de lo que había escuchado de la mujer que habló acerca de Hechos
2. Para mí era claro desde el comienzo que, por cualquier razón, Dios había escogido actuar entre este
grupo de gente, en esta época y en este lugar. La fe que yo había practicado fuera de la obediencia y la
comprensión intelectual se había hecho real para mí. Dios era una persona, no un concepto, y su amor
por mí como individuo era ahora algo que yo sentía en mi corazón y en mi mente.

Tuve una sensación de emoción al acercarse los eventos del domingo a su cierre. Se nos dijo que no
debemos de testificar para nuestras experiencias, sino para el Señor. Pero aun así era difícil el no dar
detalles de lo que había sucedido, cuando llegué a casa, compartí todo y oré con mi madre; ella era una
católica devota y su respuesta fue de apertura e interés. En la escuela, los siguientes días hubo respues-
tas mezcladas. Aun aquellos que intensamente criticaban y eran escépticos no pudieron disminuir mi
entusiasmo. Supe que lo que me había pasado no era el resultado de emocionalismo o de alguien mani-
pulando la situación. Dios había tocado mi vida.

Aunque muchos de mis amigos experimentaron el don de lenguas aquel fin de semana o en oración un
poco después, yo no. No había dudas en mi mente de que fue una experiencia válida y de que yo estaba
abierta, hasta hambrienta, de recibir el don de lenguas. También tuve la paz de que esto era algo de lo
que no tenía que estar ansiosa y preocupada. No tenía ninguna prisa o presión. Había pequeños cuartos
arriba de la capilla de Duquesne que los miembros de Chi Rho usaban para grupos de oración privados.
Una tarde exactamente un mes después del retiro, mientras estaba orando en uno de esos cuartos
empecé a orar en lenguas. Desde entonces, he usado mi don de lenguas para adorar o para devociones
privadas.

En la primavera de 1967 un ministro protestante, el Rev. Harald Bredesen vino a Duquesne para reu-
nirse con el grupo. El Rev. Bredesen, que tiene una personalidad dinámica y excitante, tenía el deseo de
ver a católicos y a protestantes trabajando juntos para presentar la Palabra de Jesús; él invitó a los miem-
bros de Chi Rho a que fueran a su iglesia en Monte Vernon, Nueva York, para que vivieran y trabajaran
con la gente de ahí. Yo no tuve inclinaciones para ir o para no ir, pero sentí que tenía la responsabilidad
de orar y pedir al Señor que me guiara. Al orar se me hizo claro; no por voces o por visiones, pero por
una paz interior de que yo tenía que ir a Monte Vernon aquel verano. Fue uno de los más emocionantes y
difíciles veranos de mi vida. Aunque yo era una firme creyente en el ecumenismo y en la necesidad de
que los católicos y protestantes terminaran sus diferencias para la seguridad de aquellos que no tenían
fe, el llevar a cabo esa creencia era más difícil de que yo me hubiera imaginado. Varios de nosotros vivi-
mos en el hogar Bredesen aquel verano. Trabajamos en la ciudad y pasamos las noches trabajando con
la gente de Monte Vernon. Fue mi primera experiencia de testimonios en la calle y vi el poder y el amor
de Dios trabajando en las vidas de muchos con profundas necesidades Espirituales. También presencié
al Señor romper las paredes que se habían construido durante siglos entre diferentes denominaciones.
Aquella experiencia de verano me convenció que lo que había pasado el fin de semana en Duquesne era
parte de los planes de Dios para renovar y revitalizar a su Iglesia y no sólo a un grupo o a una denomina-
ción.

Cuando regresamos en otoño a la escuela, nos reuníamos la noche de los viernes para hacer oracio-
nes y alabanzas en el departamento de Pat Bourgeois. Las reuniones de Pat llevaron a otros que nunca
habían sido parte de Chi Rho. Y otros muchos estudiantes que escucharon lo que el Señor estaba
haciendo entre nosotros. Las reuniones nos proporcionaron tiempo para orar, para estudiar la Biblia y
para dar ministerio a los demás; también hubo épocas de crecimiento real para mí, fui impulsada a la
58
personal y la lectura diaria de la Palabra de Dios. La presencia y amor de Dios fue real diariamente. Me
gradué en Duquesne en julio de 1969, y en agosto de 1969 me casé con Jerry Cafardi en la capilla de
Duquesne. Ambos aceptamos trabajos de maestros en el área de Pittsburgh; yo comencé a enseñar
inglés en una preparatoria católica y Jerry comenzó un trabajo en educación especial en una preparatoria
pública suburbana. Ambos hemos estado relacionados con la educación en todos estos años. Nuestra
vida todavía está relacionada con algunos amigos de Chi Rho. Después de 25 años es casi imposible el
explicar lo que significa el Bautismo en el Espíritu Santo en mi vida. Los eventos de febrero de 1967 cla-
ramente marcaron un punto que me hizo girar como ningún otro. Aunque siempre había tomado a Dios y
la religión seriamente, lo que sucedió el fin de semana en Duquesne movió mi fe, del nivel intelectual, al
nivel de experiencia diaria.

Ahora conozco a Jesucristo personalmente y lo amo con todo mi corazón. Tengo el deseo de servirle y
de vivir mi vida para Él cada día. Quiero decirle a los demás acerca de Él y acerca de lo que Él puede
hacer por ellos. Estoy impulsada a orar y a estudiar su Palabra y siento un vacío cuando no tengo tiempo
para mis devociones diarias. He tenido la posibilidad de sacar fuerzas del Señor en circunstancias difí-
ciles.

Jerry y yo sufrimos durante 9 años infertilidad antes de que nuestro hijo John naciera, y la ayuda y la
fuerza de Dios estuvieron ahí para nosotros de forma tangible e intangible. Sé que Dios se preocupa por
las grandes y pequeñas cosas de mi vida y que puedo ir con él, para orar para lo que sea.

Cuando escribí mi testimonio para la revista Un Nuevo Mandamiento, conmemorando el sexto aniver-
sario del fin de semana en Duquesne en 1973, utilicé Rom 11,33-35. esas palabras todavía expresan mis
sentimientos de lo que yo veo que Dios ha hecho:
“¡Oh, abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables
son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿Quién conoció el
pensamiento del Señor? O ¿Quién fue su consejero? O ¿Quién le dio primero, que tenga
derecho a la recompensa? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. ¡A Él la
gloria por los siglos! Amén.

DIOS HA ESTADO AHÍ A CADA MOMENTO

59
Un testimonio de Jerry Cafardi
Jerry Cafardi se graduó en la Universidad de Duquesne en 1969 con un título en educación especial y
con un postgrado en historia. El y su esposa Annamarie, tienen dos niños y viven en Waterford,
Pennsylvania, donde Jerry da clases en una preparatoria de educación especial.

Yo fui atraído al grupo de Chi Rho porque me proporcionó una oportunidad de conocer a chicos agra-
dables que compartieran experiencias sociales y religiosas similares. Además porque se me acabaron las
excusas para no ir a las reuniones, Karin Sefcik (Treiber), la única mujer de mi clase de inglés 201, per-
sistió en invitarme a las reuniones de Chi Rho. La razón principal para formar parte del grupo fue social.
La experiencia religiosa, aunque significante, fue secundaria. Recuerdo muy poco de las reuniones en
Chi Rho anteriores al retiro en Duquesne, pero una de mis impresiones (ciertamente no representativa de
todas ellas) permanece vívidamente en mi mente. Mientras que las reuniones de Chi Rho se hacían en el
viejo edificio de filosofía, a veces la plática se transformaba en interrogantes filosóficas. Me sorprendía
que 7 o 10 personas pudieran todos hablar inglés, pero sin tener yo idea de lo que estaban hablando. Sin
embargo, eso no me detuvo de asentir con la cabeza dando la impresión de entendimiento o de levantar
las cejas de vez en cuando, simplemente para dejarles saber que seguía vivo. Casi siempre me ponen
nervioso los intelectuales, pero uno de ellos, un consejero de la Facultad en Chi Rho, parecía diferente
porque era cálido y afectuoso.

Antes del retiro en Duquesne, yo viví un sentimiento religioso fuerte, que me habían inculcado mis
padres, la escuela y la Iglesia. La Iglesia Católica me proporcionó las bases y la estructura de mi fe; serví
como monaguillo y después como conferencista en mi parroquia del Sagrado Corazón, en Pittsburgh,
Pennsylvania. Estoy agradecido por eso. Entré a Duquesne con una fe fuerte en que Dios estaba ahí.
Comencé mis estudios en la licenciatura en historia y artes liberales. Para mi primer año, los cambié por
educación especial.

Durante el fin de semana de Duquesne, recuerdo que una falla en el suministro de agua que surgió
amenazó terminar rápidamente con el retiro. Supe que se hizo oración por la misma, también que las
hermanas de Betania en el Arca y la Paloma, ellas aseguraban que el problema lo solucionó el plomero.
El fin de semana me proporcionó una conciencia y sensibilidad de que hay un Dios viviente; viviente en
mí. Me sentí impulsado a orar y a leer las Escrituras. Y a pesar de que mi experiencia al sentir al Señor
fue aquel fin de semana, cuando uno de los líderes me impuso las manos y oró por mí en la capilla aquel
sábado por la noche. Una de las manifestaciones concretas e inmediatas de esto, fue cuando se leyó la
Palabra de Dios y se compartió la comunión, tuve la seguridad de que Dios estaba presente.

Al hablar de dones espirituales en general y en particular del don de lenguas, al principio me sentí frus-
trado y después áspero y frustrado, porque aparentemente yo me había quedado fuera; áspero por la for-
ma en que los dones se usaban como un “distintivo de santidad, que era lo que yo pensaba en ese tiem-
po.

Fue tal vez 3 o 4 años después del fin de semana de Duquesne, que yo experimenté alguno de los
dones carismáticos. Expresar el don de lenguas pareció abrir la puerta a las palabras proféticas que
vinieron después.

Cuando el Rev. Harald Bredesen nos visitó después del fin de semana, recuerdo que señaló al logo de
la universidad tras él y dijo que le parecía apropiado que el Espíritu se hubiera derramado en una univer-
sidad cuyo logo decía “Spiritus Est Qui Vivicat” (“Es el Espíritu el que da Vida”).

El Bautismo en el Espíritu Santo ha enderezado mi vida, al haber conocido a Dios de una manera per-
sonal a través de su Espíritu, nunca seré el mismo. Jesús es la Piedra Angular; Él no cambia. El conocer-
lo me permite crecer y cambiar, sin miedo de “perder mi identidad”. Después de un cuarto de siglo, tengo
mi propia historia de picos y valles. Dios ha estado ahí a cada momento. Ha hecho mi vida emocionante y
me ha proporcionado esperanza para el futuro.

UN MOMENTO PROFUNDO
Un testimonio de Bill Deigan
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Bill Deigan, se graduó en Duquesne en 1968 con un título en Psiquiatría y tiene una licenciatura en
relaciones industriales de la Universidad de Minnesota. Fue presidente de Chi Rho en el tiempo en que
se llevó a cabo el retiro en Duquesne. Trabaja como Director de Recursos Humanos en la empresa Unión
Carbide. Vive en Connecticut con su esposa y 2 hijos.

Comencé a ir a las reuniones en Chi Rho en 1966, después de un contacto inicial con el grupo en un
desayuno en Paschal.

El capellán de la Universidad de Duquesne quería que alguien se hiciera cargo y lidereara al grupo, y
yo resulté elegido como presidente de la organización. Nuestras reuniones se enfocaban en la pregunta
acerca de nuestra identidad. Nos estábamos preguntando: ¿Cuál es el propósito de Chi Rho? ¿Qué
somos? Los oficiales tuvieron una sesión de planeación para determinar qué se iba a hacer en nuestro
retiro, que se llevaría a cabo en febrero de 1967. Los moderadores de la Facultad parecían tener un
especial entusiasmo, que crecía mientras platicábamos. Ellos sugirieron que el retiro tomara una nueva
dirección y nos pidieron que leyéramos La Cruz y el puñal; después supimos que ellos habían ido a un
grupo de oración, y que su experiencia en aquel grupo tenía que ver con su nuevo entusiasmo y con el
cambio de planes.

Mi fe era importante en mi vida. Iba a misa diario, y enseñaba catecismo en el distrito Hill mientras
estudiaba en Duquesne. Los miembros de Chi Rho se reunían para oración y servían en las misas diarias
en la capilla, también teníamos funciones sociales.

Tengo una idea vaga de las pláticas del sábado y de las discusiones en el retiro; cuando fui escaleras
arriba y me dirigí a la capilla, recuerdo a una mujer orando en lenguas y a otra postrada. Existía una sen-
sación de “estar dentro” y de “estar fuera”. Algunos estaban teniendo una experiencia espiritual intensa,
mientras que otros, como yo, éramos más bien observadores. Mi experiencia de aquel fin de semana
puede describirse como un profundo momento para detenerse y pensar más en Dios, más que en una
experiencia inicial de conversión; después del retiro, busqué mantener en balance esa experiencia. Los
demás parecían comprometer mucho tiempo y energía en los sucesos y reuniones que siguieron al retiro.
No me sentía a gusto con esta aproximación. Vi la necesidad de mantener mis estudios y obtener un gra-
do. Muchas de las cosas que estaban sucediendo entre ciertos miembros de Chi Rho, me parecían muy
emocionales. Yo intenté mantenerme con cuidado en ese tiempo. Tal vez las diferentes respuestas entre
los participantes se debieron a las diferentes personalidades. Algunos eran más expresivos que otros
después del fin de semana, participé en varias reuniones de oración que se hicieron en casas privadas,
en las que se manifestaron dones espirituales durante el verano de 1967. Los miembros de Chi Rho
continuaron con sus reuniones para la lectura de las Escrituras y para oración. En agosto, otro repre-
sentante de Duquesne y yo asistimos a una reunión en la Universidad de Notre Dame, en la que se reu-
nieron de 20 a 30 estudiantes, que ya habían participado en algunas reuniones de oración de varios cam-
pi.

Después del fin de semana en Duquesne, el capellán del campus se reunió con algunos de los estu-
diantes, para tratar de dirigirlos, pero no mucho tiempo después se distanció del grupo de oración. No
buscaba involucrarse mucho en la Renovación Carismática. Al crecer el movimiento, yo también tuve
preguntas acerca de lo que vi que estaba pasando, muchas de las cuales eran más emocionales; des-
pués de un tiempo, yo también me distancié y perdí contacto con lo que se desarrolló en el movimiento
de la Renovación Carismática. Mi participación en la Iglesia Católica se mantiene fuerte a través del ser-
vicio en la parroquia. A través de los años he servido en el trabajo de consejero de parroquia, enseñando
Catecismo, he dado conferencias, y he dirigido el comité de liturgia de la parroquia. En un futuro o para
retirarme, me gustaría usar mis conocimientos en sicología organizacional y mis experiencias como
director de recursos humanos en Unión Carbide para ayudar a las organizaciones de la Iglesia a que
definan su misión, estrategia, organización, estructura y roles.

CASCADA DE LUZ
Un testimonio de Karin Sefcik Treiber
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Karin Sefcik Treiber se graduó en la Universidad de Duquesne en 1968 con un título en inglés. Tiene una
licenciatura en educación de la Universidad Estatal de Michigan, así como estudios en teología. Karen es
actualmente coordinadora del centro de control de tráfico aéreo y de servicios de soporte a estudiantes
en Miinneapolis. Está casada con Bob Treiber y es madre de dos hijos, David y Paul.

El Bautismo en el Espíritu fue una frase que surgió en una reunión organizacional que se hizo para
nuestro retiro de estudiantes en la Universidad de Duquesne, en febrero de 1967. La mencionó uno de
los miembros de la Facultad. No mucho después yo también irradié como él, porque también fui enrique-
cida con los dones del Espíritu Santo. Participé en el ahora famoso fin de semana en Duquesne, que
marcó el comienzo de la Renovación Carismática en la Iglesia Católica. Parece como si fuera hace poco
y también hace mucho tiempo. Qué comienzo fue. Mientras cursaba mi primer año en Duquesne, tuve
una depresión en mi vida. Los estudios iban bien, pero emocionalmente sentí que todo lo que quería o
deseaba se escapaba de mis manos: una relación de gran significado tuvo un rompimiento abrupto y me
preguntaba qué haría después de la graduación.

Un grupo de la Universidad, que me mantuvo bien, fue la sociedad Chi Rho. Yo fui secretaria de Chi
Rho cuando Bill Deigan era presidente. Bill sugirió que tuviéramos un retiro para que todos creciéramos
más como grupo. El sintió que necesitábamos aprender lo que significaba sr cristianos. Bill sugirió que
leyéramos las bienaventuranzas para prepararnos para el retiro. En enero de 1967, los oficiales de Chi
Rho se encontraron con un miembro de la Facultad, en el cuarto de conferencias del departamento de
historia, para preparar el retiro. Durante esta reunión de planeación uno de los miembros de la Facultad
me pareció diferente. Sus ojos resplandecían y había una convicción de su voz cuando habló del Señor.
Recuerdo que pensé “Lo que sea lo que él tiene, yo también lo quiero”. El nos pidió que hiciéramos 3
cosas para el retiro; una, cambiar nuestro plan original. En su lugar, íbamos a planear basándonos en
Hechos del 1 al 4. Dos, leer el libro La Cruz y el puñal. Tres, orar por el retiro como nunca antes había-
mos orado. Nos exigió que oráramos para que dejáramos el retiro cambiados, no solamente como un
ejercicio. Me sorprendió este comentario debido a que nunca había escuchado nada parecido antes.
¡Qué rara mezcla de instrucciones!

Para el retiro, Bill Deigan tenía un programa de los eventos, algunos de los cuales eran periodos de
oración y reflexión. Recuerdo que el pasaje que Bill compartió fue, “Jesucristo es el mismo ayer, ahora y
para siempre” (Heb 13,8). Al acercarse el retiro, un miembro de la Facultad dijo que tendríamos que can-
tar un himno al Espíritu Santo antes de cada una de las sesiones. Al recordar las reuniones de planea-
ción, vi que se daba mucha importancia a “oremos para ser bautizados en el Espíritu Santo”. Honesta-
mente no recuerdo que alguien haya dicho eso. Bien, hicimos lo que se nos pidió. Nos preparamos. Mi
vida de fe en ese momento, se caracterizaba por una concurrencia fiel a las liturgias del sábado, por ora-
ción diaria, por devoción sacramental a la eucaristía, y por la utilización ocasional del sacramento de la
reconciliación. Me sorprendió cuando el Vaticano II permitió usar el inglés. Durante la preparatoria pasé
por lo que pareció ser una crisis de fe. Durante años pensé servir a Dios como religiosa, pero decidí
terminar el colegio por las sugerencias de mi tío favorito que era sacerdote. Obtuve una licenciatura en
inglés en la Universidad y, honestamente no tuve planes durante la universidad de lo que haría después
de haber terminado mis estudios.

Al prepararme para el retiro leyendo la Cruz y el Puñal, recuerdo que pensaba, “yo creo en Jesús, soy
una Católica bautizada. ¿Porqué cosas como las que estoy leyendo no me han pasado a mí?”. Oré espe-
rando por un cambio en mi propio corazón para que sucediera durante el retiro, pero debido a que yo for-
maba parte del grupo organizador, me preocupaban más los demás y su participación de lo que me
preocupaba mi propia necesidad espiritual.

El viernes, 17 de febrero de 1967, llegamos a la casa de retiros al Arca y La Paloma. Fue un día nubla-
do de invierno. Como yo era parte del grupo de planeación, recuerdo que hice algunas cosas para ayudar
a la gente para que se estableciera y escuché a Patti Gallagher decir “estoy esperando un milagro”. Ella
también resplandecía desde el momento en que llegaba. Planeamos el viernes como el tiempo para inte-
grarnos.

Comenzamos cada sesión con el himno al Espíritu Santo; el sábado por la tarde una mujer episcopal
vino a hablarnos. Cuando ella habló, tuvo un dinamismo interno diferente del que yo había visto en cual-
quier otro católico o cristiano. Habló acerca del Señor como si estuviera cerca de Él y como si hubiera
tenido una conversación personal, especial e íntima con Él esa mañana. Tuve el mismo pensamiento
62
acerca de ella que el que tuve acerca de nuestro moderador de la Facultad: “lo que ella tenga, yo lo quie-
ro tener”.

Tuvimos un descanso social el sábado por la tarde. Después de la cena, nos preparamos a lavar los
platos sucios de spaguetti, pero nos dimos cuenta de que no había agua para terminar nuestra tarea.
Recuerdo que pensé que nos tendríamos que ir a casa. Me parecía que tendríamos que irnos, y aunque
yo no quería lo haría si fuera necesario. Alguien nos dijo que fuéramos a la capilla a orar. Mientras algu-
nos de nosotros oramos en la capilla, algunos cantaban y otros pedían. Nuestro moderador de la Facul-
tad sonrió por el sentido del humor del Señor. Yo recuerdo que alguien, tal vez David Mangan, le pidió a
Dios por agua y después le dio gracias por todos los tipos de agua que hay, agua de manantial, agua de
lluvia, agua de cascada, etc. También recuerdo que David fue a la llave, la tocó y salió agua. Con el agua
proporcionada, ya nos pudimos quedar en el retiro.

A media tarde planeamos una fiesta para que se calmaran los ánimos. Un joven que conocí, Danny,
apareció en el retiro porque supo que yo iba a estar ahí. Me di cuenta de que nos hacíamos menos y
menos en el cuarto donde se iba a dar la fiesta. En cambio la gente pareció subir a la capilla. Yo también
subí y me arrodillé con de los demás (20 o más). Recuerdo que uno de los miembros de la Facultad nos
dirigía en la oración pidiendo por varias razones, pero lo que más vívidamente recuerdo era un resplan-
dor dorado en el cuarto. Yo oré intensamente por Tom Mangan, el hermano de David, y un amigo espe-
cial mío, que se encontraba en Turquía en la corporación de paz. Escuché gente que oraba con otras
intenciones, y sentí un gran acercamiento con Dios, estábamos orando con una sinceridad que nunca
antes habíamos tenido. A pesar de que la gente se comenzó a ir de la capilla poco después, yo me que-
dé un poco más y recuerdo a David Mangan postrado en el suelo. Llegó un momento en que su cuerpo
pareció moverse como si respondiera a un llamado de una mano invisible. Por un sentimiento que debió
haber sido inspirado divinamente y por lo que tal vez fue mi comienzo en el bautismo, yo pensé, Dios se
está moviendo en él. Cambios radicales comenzaron a darse en el Arca y la Paloma.

Después en la noche podíamos recibir el sacramento de la reconciliación si así lo queríamos. Recuer-


do que me deslicé a la capilla sola y volví a sentir la presencia del Señor. Me pareció que escuché una
palabra en mi mente... “comunidad”. Resistí esta palabra porque pensé que significaba que yo sería mon-
ja y en ese momento no estaba dentro de mis planes. Ahora me doy cuenta de que Dios me estaba mos-
trando cómo estaba tratando Él con nosotros como personas, una comunidad, no solamente individuos.
Era importante para nosotros estar juntos cuando el Espíritu Santo viniera. Al día siguiente, domingo,
desperté y me pregunté si Danny ya había regresado. Así lo había hecho. La experiencia de la noche
anterior lo había tocado a él también. Lo primero que recuerdo que escuché fue que una de las chicas del
retiro se había ido por alguna razón. Yo también sentí una sensación profunda de pecado y rebelión en
mí misma. Recuerdo estar en un gran cuarto en el primer piso en la casa de retiros, parada frente a la
ventana y viendo hacia los bosques. Pensé: “Señor, quiero brincar pero a tus manos”, pero aún así me
sentí ambivalente. Nuestro capellán del retiro estaba cerca. Le dije que tenía miedo de entregarme a mí
misma a Dios porque no quería ser otra persona que yo misma, él simplemente dijo, “el Señor sólo quiere
que tú seas más Karin”. Sus palabras y su gentil mano en mi hombro me hicieron sentir segura.

En ese momento recuerdo que no sólo salté a las manos del Señor, sino que lo hice en mente y cora-
zón. Lo más sorprendente fue que me sentí atrapada y levantada instantáneamente. Bill Deigan, que
estaba parado cerca de mí escuchó que dije en lágrimas, “Dios es real”. Bill sonrió y dijo algo así como,
“claro”. Marybeth Mutmansky y Patti Gallagher vinieron al cuarto y al imponerme Patti sus manos excla-
mó, “el Espíritu de Dios está en ti”. Yo supe que así era.

Momentos después me uní a los demás estudiantes en un cuarto de reuniones para comenzar la próxi-
ma sesión. Cantamos un himno tal y como lo habíamos hecho al comienzo de cada sesión. Yo cerré mis
ojos mientras cantábamos y experimenté lo que sólo se puede describir como una cascada de luz, acom-
pañada de una paz tremenda. No supe qué más podría estar pasando, pero que el Espíritu Santo se ha-
bía hecho real en mí, entrando en mi corazón de una forma especial. Mientras orábamos por unos
momentos más, sentí mis manos que normalmente son frías durante el invierno, poco a poco calentarse.
Supe que alguien estaba presente en mí de una manera real. Me llené de una paz profunda. La sesión
continuó y recuerdo que se me pidió que extendiera mis manos en oración.

Al dejar la casa de retiros, no sabía exactamente cómo hablar acerca de lo que me había sucedido.
Experimenté una paz muy profunda que se mantuvo conmigo. Al regresar a la vida universitaria el lunes,
algunos de nosotros hablamos con el moderador de la Facultad acerca de nuestras experiencias el fin de
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semana; el nos explicó que habíamos recibido el Bautismo en el Espíritu Santo. Después del fin de sema-
na muchas cosas se hicieron reales para mí. Las Escrituras brincaron de las páginas y me hablaron
directamente. Cuando pedía por ayuda un pasaje bello y de mucha ayuda me era dado. La disciplina de
la lectura diaria de las Escrituras más que ser una rutina era dicha, frescura, reto y oración; el ministerio
de Kathryn Kuhlmann, localizado en Pittaburgh, donde viví desde que nací, se hizo más creíble y lleno de
significado, a pesar de que nunca tuve oportunidad de asistir a uno de sus servicios. Deseaba orar y asis-
tir a la eucaristía más seguido. La madre de Dios se hizo más especial para mí mientras crecía en mi de-
seo de ser una mejor mujer. Sólo de vez en cuando me llenaba de preocupaciones, hasta que literalmen-
te entregué mi cuidado al Señor, que me ha mantenido bien.

Mi experiencia del fin de semana en Duquesne también profundizó mi preocupación por la renovación
de la Iglesia católica. En mis oraciones comencé a incluir al Papa, a los obispos, a sacerdotes específi-
cos, etc., mucho más que antes. Sentí una unión más cercana con la Iglesia, una preocupación renovada
por aquellos individuos con necesidades especiales, una fe regenerada y confianza al alabar a Dios por
su bondad, sus dones y su amor desbordante.

El moderador de la Facultad nos llevó a varios de nosotros a una reunión de oración una semana des-
pués del retiro, para mostrarnos a la gente que lo había llevado al Bautismo en el Espíritu Santo y que
había orado por nuestro retiro.

Fue en ese encuentro de oración en el que yo por primera vez escuché la oración en lenguas, y sin
ninguna explicación mal entendí lo que era; probablemente por haber leído la Cruz y el puñal.

Yo recibí el don de lenguas meses después del fin de semana en Duquesne. Un día cuando estaba en
un descanso Marybeth Mutmansky me preguntó si ya había recibido el don de lenguas. Le dije que esta-
ba contenta con orar en inglés y que sentía que mi oración en inglés se había intensificado. Marybeth me
pidió que la acompañara al oratorio, una pequeña capilla arriba de la capilla de la Universidad en Du-
quesne. Ahí nos arrodillamos a hacer una oración sencilla. Marybeth pidió por mí, y luego me enseñó
cómo recibir el don. Por un tiempo solamente puede decir dos palabras. Gradualmente, se me dieron
más.

Debido a que yo era estudiante de tiempo completo, recuerdo tomar muy seriamente el consejo de
nuestro moderador de que nuestro trabajo más importante era terminar los grados que habíamos comen-
zado. Me perdí en algunos de los sucesos del campus en los días que siguieron después del fin de sema-
na. Fui a reuniones de oración. Por un tiempo nos reunimos en la casa del moderador de la Facultad.
Después nos cambiamos al departamento de David Mangan en Monte Washington, y finalmente la reu-
nión de oración se cambió al monasterio Pasionista en Pittsburgh. También recuerdo que se nos alentó a
que escribiéramos esas experiencias de lo que nos había pasado el fin de semana. Algunas de ellas se
publicaron en Católicos Pentecostales en 1969.

El 2 de junio de 1968, me gradué en Duquesne. Era el domingo de Pentecostés.

Me sentí en la viña del Señor. Desde ese día, he hecho estudios de postgrado en educación y en teo-
logía y he desempeñado una gran variedad de trabajos en estos años. He tomado muchos riesgos, pero
siempre he sentido la paz de Dios, porque he aceptado su voluntad en mi vida.

La vida en el Señor me ha llevado literalmente cientos de veces a numerosas situaciones y relaciones.


Una de esas relaciones floreció en matrimonio en muchos años de espera, oración y deseo. A su tiempo
el Señor me dio un esposo y dos hijos.

En estos 25 años, he tenido la oportunidad de dar testimonio acerca de la experiencia en Duquesne,


dar pláticas en reuniones de Renovación Carismática y en conferencias, organizar grupos de mujeres, y
servir en roles comunitarios. Mi esposo y yo nos mantenemos activos en nuestra parroquia católica. He
servido por 3 años como miembro de la mesa directiva de educación, uno de esos años como presidente
de grupo, y también he servido como ministro eucarístico en las comunidades a las que hemos
pertenecido en Minneapolis.

El Bautismo en el Espíritu Santo me llevó a una relación personal con Jesucristo como mi Señor, Sal-
vador, Amigo, Amado, y siempre todo junto cuando estuve por entrar al mundo de los adultos. Creo que
los beneficios principales han sido un deseo para rendirme a mí misma al Señor, una creencia fuerte de
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que el Señor me dirigirá y una profunda dedicación a la Iglesia Católica y a lo que yo llamo ortodoxia
católica, una estructura de creencia que no es ultraliberal ni reaccionaria, pero que tiene sus raíces en la
teología sacramental.

Las enseñanzas que tuvimos aquellos días de la Renovación Carismática en sus comienzos —que
esperaban que Dios actuara, lectura de la Palabra de Dios y dejar que hiciera raíz, se mantienen fieles a
las enseñanzas de los obispos— se han mantenido como fuerzas que guían mi vida. En el camino he
aprendido mucho de maestros como el fraile Michael Scanlan, T.O.R., y también de protestantes. Valoro
profundamente las enseñanzas que he encontrado en gente como Basilea Schlink, Bob Mumford, James
Dobson y muchos otros.

Tal y como un moderador de la Facultad el fin de semana en Duquesne dijo, “sin el Señor Jesús, mi
vida no tiene sentido”. Antes de que echara a perder mi vida, el Señor intervino en abundancia y me dio la
capacidad para responder a su Espíritu, en algunos momentos a través de los años me he preguntado
“¿Quién soy?”. Pero he llegado a una respuesta rápida “soy sirviente, la esclava del Señor que hará lo
que Él diga”. Esto ha dado a mi vida un sentimiento de dirección, aunque tal vez parezca caleidoscópica y
sin planeación para alguien que no ha vivido el Bautismo en el Espíritu Santo, me ha permitido abrir mi
corazón más a Jesús, a su Padre y al Espíritu Santo.

En cualquier situación, reto, relaciones o situación de la vida, después del Bautismo en el Espíritu San-
to, todavía tengo más hambre del Señor y de su Espíritu Santo. Todavía deseo pasar más tiempo en ora-
ción con Él. Todavía busco su Palabra en mi vida. Todavía espero que Él sea más la razón de mi ser, la
fuerza de mi vida, el Señor de mi vida.

EL CUIDADO DEL PASTOR


Un testimonio de John Rossmiller
John Rossmiller dejó la Universidad de Duquesne en 1967; él tiene un título en matemáticas. John
trabaja como ingeniero en sistemas para la compañía Westinghouse; él y su esposa, Chris, son padres
de nueve hijos y viven en una granja ovejera en Donegal, Pennsylvania.

Supe por primera vez que fui llamado por Dios cuando estaba en sexto grado. Durante las vacaciones
navideñas me ofrecí a limpiar la iglesia y a ayudar en la Misa. Un día, durante la consagración de la Misa,

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me di cuenta de la presencia de Dios y me sentí conmovido por todo lo que Dios había hecho en mi vida.
Había muchas cosas por las que yo me sentía agradecido: el estar en una escuela católica, el tener un
hermano en el Cielo orando por mí (un hermano murió poco después de su Bautizo), y el tener la gracia
de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación.

Después de esta experiencia de volverme al Señor a la edad de 11 años, comencé a pensar en la vida
religiosa. Entré al seminario Carmelita en Niagara Falls, Ontario, Canadá, justo después de terminar mi
escuela primaria y permanecí en el seminario los 7 años siguientes. A pesar de que posteriormente dejé
el seminario debido a problemas de salud, mis años ahí fueron muy fructíferos espiritualmente. Me dieron
la confianza para intentar nuevas cosas. Comencé a leer la Biblia para crecer espiritualmente y me sentí
profundamente impresionado por la espiritualidad Carmelita. Su lema, “Con fervor, soy ferviente del
Señor, el Dios de Dioses” (1 R 19,10), todavía tiene mucho significado en mi vida. Tal vez la cosa más
importante que me ha sucedido es que aprendí a confiar en el Señor.

Una de las gracias más grandes en mi vida, al ver hacia atrás, es que el Señor siempre me ha guiado.
Siempre que he estado en algún tipo de problema, preparado para tomar la iniciativa y hacer algo, el
Señor ha sido lo suficientemente bueno para dirigirme a hacer lo correcto. Me han llegado muchas bendi-
ciones debido a la gentil guía del Señor, inclinándome hacia cosas que me ayudan a descubrir su volun-
tad.

Por ejemplo, el primer día de registro de mi segundo año en Duquesne, fui a una Misa en la capilla;
después de Misa, me acerqué a un estudiante que reconocí del año anterior. Le pregunté si había algún
tipo de organización con orientación cristiana dentro del campus. Por providencia divina, resultó que este
joven era Ed Fahrmeier, líder activo de la sociedad Chi Rho; él me presentó a los miembros de Chi Rho
esa misma tarde y yo comencé a formar amistades muy cercanas dentro del grupo. Chi Rho proporcionó
realmente una unión comunitaria que también tuvo un beneficio espiritual. Nuestras reuniones siempre
fueron buenas, limpias y divertidas también. Tuvimos el beneficio de vernos durante el verano y durante
las festividades escolares. Anualmente habríamos de tener la fiesta de navidad y nuestro desayuno.

Como en cualquier grupo, Chi Rho tenía divisiones entre los miembros y algunas diferencias que oca-
sionaron ciertas tensiones. A principios de la primavera de 1966, creo que fue en febrero o marzo, se
llevó a cabo un evento de estudios de fin de semana, para los varones de Chi Rho en el edificio ROTC
del campus. Nuestros 2 consejeros de la Facultad eran cursillistas e invitaron a algunos amigos de ellos,
Ralph Martin y Steve Clark, para que nos dieran el retiro. De hecho este retiro se modeló en el Cursillo.
Fue por eso que este primer retiro sólo se dio a hombres. Ese es uno de los principios del Cursillo. Hubo
cerca de 20 hombres que tomaron este retiro de fin de semana estudiantil, incluyendo Paul Grey, Ed
Fahrmeier y Bob Meadows. Después de este retiro, también tuvimos reuniones grupales continuas entre
nosotros. De ellas resultaron amistades perdurables. Las mujeres de Chi Rho estaban ansiosas de tener
un retiro mixto el año siguiente.

En aquel tiempo, se fue dando un desarrollo en mi propia vida, que también tuvo un efecto en las vidas
de los demás miembros de Chi Rho. Tuvo que ver con un ministerio para alcohólicos en el Distrito Hill de
Pittsburgh. Tom Verner, estudiante de Duquesne, estaba trabajando en el Hogar de Hospitalidad St.
Joseph (San José), que proporcionaba refugio para los desamparados sin hogar. En St. Joseph, Tom
conoció a un hombre llamado Frank Fagan, un alcohólico regenerado, que estaba trabajando en la ayuda
para rehabilitar a otros alcohólicos. Frank fue a hablar con algunos de nosotros en el campus de Duques-
ne durante el verano de 1966. yo me ofrecí como voluntario para ayudar a Frank y durante mi último año
en el campus, pedí que me ayudaran, a muchos otros de Chi Rho... pintando, limpiando, y sirviendo en
una gran variedad de formas. Me cambié de mi apartamento y me fui a dormir en el piso de una de las
casas que Frank rentaba para los alcohólicos. Fue otra aventura en la que confié en el Señor.

Hubo un momento en que Frank tuvo necesidad de fondos para continuar su trabajo con los alcohó-
licos. Yo le di mis ahorros. Fue un paso hecho en la fe, porque yo sabía que él tal vez no me podría
pagar. Al día siguiente me encontré con que había ganado una beca que cubría mis propias necesidades
financieras. El Señor me recompensó mi confianza. Uno de los voluntarios que nos cayó fue Chris Heller,
con la que comencé a salir en diciembre.

Entonces sucedió un incidente que fue muy significativo para mí. Uno de los hombres que intentaba-
mos rehabilitar comenzó a hacer actos de vandalismo en contra de mi ropa, cortándola con navajas de
afeitar.
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La tercera vez que ocurrió, fue cuando yo estaba en una Misa dominical, por lo que me dejó solamente
con la ropa que traía puesta. Al regresar, fui a decirle a Frank lo que había pasado; él estaba con un visi-
tante en ese momento, que fue buscando poder ayudar de alguna manera. Frank me presentó al visitante
y antes de que lo supiera, este caballero y sus amigos me habían proporcionado nuevas ropas.

Esta fue una expresión concreta para mí, de todo lo que el Señor quería darme al confiar en Él. Me
conmoví mucho. De gran interés es el hecho que, el mismo día que recibí del fin de semana en Duques-
ne, 17 de Febrero de 1967. me dirigí al retiro muy consciente de lo concreto que era el Señor cuidando-
me.

Mientras recuerdo, es interesante relatar el hecho de que llevé una cámara al retiro en Duquesne y
tomé algunas fotos. En 3 años de universidad sólo había tomado un rollo de fotografías. Aun hoy en día,
olvido llevar una cámara a eventos importantes como las ceremonias de graduación de mis hijos. Supe
que iba a haber una fiesta de cumpleaños el sábado por la noche en aquel retiro y pensé que podría utili-
zar las 4 últimas fotos de mi rollo en esa fiesta.

Lo único que recuerdo del viernes por la noche de nuestro retiro es que compartí con el grupo la expe-
riencia conmovedora que recién había tenido con mi nuevo juego de ropa proporcionada por extraños.

No tengo una recopilación de las pláticas del sábado, pero por la noche, estuve en la capilla un buen
tiempo renovando mi relación con el Señor. Instintivamente fui escaleras abajo para participar en la fiesta
de cumpleaños. Fue cuando tomé una foto de Marybeth Mutmansky, así como de Elaine Kersting y de
Annemarie Nacko, a quienes se les ofrecía la fiesta. Sin embargo la fiesta ni siquiera estaba comenzan-
do. Yo me preguntaba, “¿se irá a llevar a cabo la fiesta?”. Parecía que algunas personas estaban yendo
arriba a la capilla, así que también yo fui.

Me conmovió profundamente la experiencia que tuve cuando regresé a la capilla esa noche. Pero para
mí no fue totalmente una nueva experiencia del Señor. Más bien fue una reafirmación de mi relación con
Jesús que comenzó cuando yo estaba en sexto grado. Fue volverle a dedicar mi vida a Dios, no como un
primer encuentro que fue para algunos de los demás estudiantes. David Mangan y Patti Gallagher esta-
ban en la capilla junto con algunos otros.

Lo que vi en los demás que estaban orando en la capilla esa noche, fue una gran devoción y reveren-
cia a Dios, se nota en sus rostros. Uno puede ver que ellos lo están experimentando. Algo importante
estaba sucediendo para cada quien. Supe que era un evento significativo. Es por eso que decidí guardar
las últimas 3 fotos para la mañana siguiente. Ahora yo tengo las únicas 4 fotografías que se tomaron en
el retiro de Duquesne.

No todos subieron a la capilla el sábado por la noche. Había diferentes grupos de amigos presentes
dentro del retiro de Chi Rho. Algunas de las personas eran gente que el capellán estaba tratando de
integrar. También había algunas chicas del colegio La Roche que simplemente vinieron durante el día.
Recuerdo a un tipo de Scotland que estuvo presente el fin de semana. El grupo de estudiantes que
vinieron invitados por el capellán nunca subieron a la capilla el sábado por la noche y no experimentaron
lo que el resto de los demás. Esto causó dificultades después del retiro y algunas divisiones dentro de Chi
Rho.

Recuerdo que una mujer episcopal que nos había hablado el sábado regresó el domingo. Creo que ella
y nuestros consejeros de la Facultad nos dieron algún consejo en la plática del domingo por la maña-na
acerca de lo que deberíamos esperar en el futuro. Se compartieron varias lecturas de la primera de
Corintios incluyendo el pasaje de la primacía del amor.

Una de las chicas de nuestro grupo dio testimonio del hecho de que en un momento del retiro, ella
deseaba alejarse lo más lejos posible de ese lugar; ella se fue y alguien fue a traerla de regreso. Ella se
volvió a ir y la volvieron a buscar. Finalmente se oró por ella y se le impusieron las manos. Una paz tre-
menda vino sobre ella. Este testimonio fue muy conmovedor para muchos de nosotros y fue una de las
primeras veces que escuchamos a alguien dar testimonio de una sanación espiritual. Claro, muchos de
nosotros éramos muy inmaduros espiritualmente, y después del fin de semana, este incidente se contaba
a veces de una manera que no era de mucha ayuda.

67
Después del fin de semana, Chris Heller y yo aumentamos nuestra relación mutua. Reuniones de ora-
ción se estaban dando en ese tiempo, pero yo no tomé parte activa en ellas. Permanecí en contacto con
otros del fin de semana de Duquesne y escuché que un montón de cosas estaban pasando en sus vidas.
En su entusiasmo algunas personas hicieron algunas cosas que carecían de madurez espiritual. No ha-
bía mucha sabiduría sobre cómo tratar con las experiencias espirituales intensas de aquellos días.

Chris y yo nos casamos en agosto de 1967. nos mantuvimos en contacto con algunos de los miembros
de Chi Rho que estuvieron ese fin de semana. Chris y yo tomamos un cursillo y hemos asistido a reunio-
nes carismáticas de oración esporádicamente. Entonces nos cambiamos a Donegal, a 50 millas de Pitts-
burgh, donde estamos muy comprometidos en nuestra parroquia. Chris sirve como un ministro eucarísti-
co y yo sirvo en el Consejo de la Parroquia y también como predicador.

Algo que me ha preocupado en todos estos años al ver crecer la Renovación Carismática, es su rela-
ción con la Iglesia Católica. Para mí las cosas buenas de la Iglesia no comenzaron después del Vaticano
II. Siempre han estado presentes. Desde niño y cuando estaba joven. Conocí a muchas personas santas
sirviendo a Dios en la Iglesia Católica. Mientras los demás experimentaron el Bautismo en el Espíritu y
comenzaron a descubrir la Palabra de Dios en las Escrituras, yo me sentí ansioso porque ellos también
descubrieran el poder de Dios en los Sacramentos y la verdad de Dios en las enseñanzas y devociones
de la Iglesia Católica, incluyendo la devoción a Nuestra Señora.

En mi vida, el retiro del fin de semana en Duquesne fue uno de los muchos momentos significativos
con el Señor en los que he profundizado mi compromiso a Él. Tuvo la misma importancia que otros
encuentros espirituales, y cada una de esas experiencias ha ayudado a fortalecerme. Solamente porque
ustedes hayan tenido una experiencia conmovedora con el Señor, no es garantía de que estarán con Él
hasta el final. Es por eso que cada encuentro con el Señor es importante. Solamente oro porque el Señor
se mantenga tocándome en el hombro; que el guardián del cielo se mantenga siempre cuidándome. Hay
una necesidad continua de arrepentimiento y renovación mientras crece nuestra unión con Él.

Yo trabajo en una granja ovejera. La analogía del buen pastor y sus ovejas de las Escrituras se han
hecho reales para mí. Yo veo cuánta gente son como ovejas. Son necias, se asustan fácilmente. Las
ovejas se resisten a que se les lleve a algún lado, pero un buen pastor las puede dirigir cuando se sepa-
ran del rebaño, las ovejas se ponen frenéticas, necesitan ser parte del rebaño, estar cerca de otras.

Tal y como las ovejas necesitan de un pastor que las guíe y las proteja, nosotros también necesitamos
seguir a alguien. Es importante saber quién es ese alguien. Necesitamos que el Señor Jesucristo sea
nuestro pastor. Necesitamos que el Señor Jesucristo nos llame por nuestro nombre. Me siento muy
humilde al recordar la continua misericordia que el Señor me tiene, una de sus ovejas, desde los prime-
ros años de mi vida hasta ahora.

LA PROMESA ES PARA TI Y PARA TUS HIJOS


Un testimonio de Gina Steinmetz Scanlon
Gina Steinmetz Scanlon y su esposo Pat se graduaron en Duquesne en 1968 y fueron miembros de Chi
Rho. Los Scanlon viven en Dover, Delaware y son padres de 3 niños. Gina enseña matemáticas de
secundaria y Pat es un abogado privado.

Mi esposo Pat y yo somos nativos de Pittsburgh y fuimos estudiantes de Duquesne. Yo tuve un título
en Psicología y Pat había estado en el seminario por varios años en Cincinnati.

Mientras era joven había considerado la vida religiosa por un tiempo y hasta había sueños de ir a Áfri-
ca como una hermana misionera. Cuando llegué a Duquesne y me uní a Chi Rho, me ayudó a darme

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cuenta de que yo podía servir al Señor también como laica. Cuando Pat llegó a la Universidad en 1965
también se unió a Chi Rho. Muchos miembros de Chi Rho también eran activos en otro grupo en el cam-
pus llamado Consejo de Amistad Interracial, o COIF. Teníamos una gran preocupación por la justicia
social y por la igualdad racial. Algunas veces cantábamos en los servicios de la Iglesia de diferentes
denominaciones con hombres y mujeres negros. Queríamos promover la amistad racial. Las preocupa-
ciones del COIF se iban a Chi Rho y viceversa, debido a que muchos de nosotros participábamos en
diversas organizaciones.

Me uní a Chi Rho en mi primer año y tuvo un gran impacto en mi vida y fue la base para muchas amis-
tades. Chi Rho ayudó a formar una real comunidad entre nosotros. En Pascua celebraríamos una comi-
da, que fue muy destacada. En septiembre de 1966 Pat y yo nos casamos. Para el tiempo del retiro en
febrero de 1967 ya estaba embarazada de nuestro primer hijo. Fue una época extremadamente ocupada
en mi vida, y de grandes ajustes. Yo estaba enseñando en el distrito Hill, todavía una estudiante de tiem-
po completo, recién casada y embarazada. No me estaba sintiendo muy bien en aquellas fechas cerca-
nas al retiro y realmente no recuerdo que se nos pidiera hacer unas preparaciones especiales.

El sábado 18 de febrero de 1967, después de la cena en la casa de retiros El Arca y la Paloma, me


sentí tan cansada que me fui a dormir temprano. No fue hasta el siguiente día que me di cuenta lo que
había sucedido en la capilla mientras yo había estado durmiendo. El domingo, muchos de los demás
miembros de Chi Rho contaron cómo habían permanecido orando levantados hasta las primeras horas
de la mañana. La gente parecía tan emocionada por lo que había pasado y por lo que estaba pasando.
Yo me sentí confusa por todo. Había estado muy activa en Chi Rho hasta ese momento, pero no estaba
segura si creía todo esto o no.

El domingo la gente estaba orando por los demás con imposición de manos. Sentí como si quisiera
irme. Entonces una de las chicas vino y puso sus manos sobre mi estómago para orar por mi bebé. Aun
así tuve miedo de todo en ese momento; a través de los años desde entonces he reflexionado muchas
veces que el niño que yo cargaba durante el fin de semana en Duquesne ha sido bendecido especial-
mente por el Espíritu Santo. Me he preguntado si esto fue resultado de la oración que ella recibió cuando
todavía estaba en mi vientre.

Al reflexionar en mi reacción durante el fin de semana y en las semanas y meses después, recuerdo
haberme hecho a mí misma una pregunta básica: “si una persona realmente cree en la Palabra de Dios y
cree en la validez de las experiencias primarias de la Iglesia, entonces lo que sucedió el fin de semana
sería natural”. Pero no estaba segura de que podría creerme eso.

El fin de semana precipitó un tipo de crisis de fe en mí. Fue un tiempo difícil para mí, me mantuve
diciendo, “o tú crees en esto o no crees. Si tú crees tienes que hacer un compromiso para cambiar la for-
ma en la que estás viviendo”. Pude ver a los demás que fueron el fin de semana haciendo cambios en su
vida, pero no me sentí preparada. Supe de alguna manera, que si abrazaba esta nueva experiencia del
Espíritu Santo, significaría verme tonta. No estaba segura de que podría hacerlo. No había sido fácil con-
siderar mis circunstancias en ese tiempo. Mi esposo, Pat no estaba particularmente interesado en las
reuniones de oración que surgieron del fin de semana en Duquesne.

Por algunos meses me mantuve en el grupo de oración de Chi Rho y pensando si podría hacer el com-
promiso y aceptar esta nueva obra del Espíritu Santo. Finalmente me alejé de ella y lentamente me salí
de Chi Rho completamente.

Alguien me preguntó hace poco si yo podría decir que el fin de semana en Duquesne no tuvo impacto
en mi vida espiritual debido a que no formé parte activa en la Renovación Carismática después del mis-
mo. Yo tendría que decir porque hasta esa fecha siempre me había visto a mí misma muy comprometida
con mis creencias. Después del fin de semana, sentí que mi compromiso de fe era limitado, debido a que
no deseaba seguir los pasos que otros miembros de Chi Rho siguieron.

Pat y yo nos graduamos en Duquesne en 1968. Pat enseñó historia africana en un colegio predomi-
nantemente negro por un tiempo, yo trabajé medio tiempo como trabajadora social. En 1970 yo obtuve
una licenciatura en educación especial, y posteriormente Pat recibió su grado en leyes. Todavía ambos
practicamos el catolicismo, pero no estamos tan profundamente envueltos en actividades de la Iglesia
como lo estábamos durante aquellos días en Chi Rho.

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GRACIA SORPRENDENTE
Un testimonio de Elaine Kersting Ransil
Elaine Kersting Ransil, se graduó en la Universidad de Duquesne con un título en literatura inglesa en
1968. Ella y su esposo Lenny, tienen 4 hijos de 16 a 22 años; viven en Erie, Pennsylvania, donde Lenny
es director de la Academia La Palabra de Dios, Elaine trabaja como especialista de recursos humanos en
el departamento de Desarrollo en un grupo de seguros de Erie donde ella diseña y desarrolla programas
de entrenamiento.

Yo vengo de una familia católica muy religiosa y siempre asistí a escuelas católicas como asistente
organista de la Iglesia, pasé muchas horas en la Iglesia. Desafortunadamente mi relación era más del tipo
mental; sabía mucha doctrina y dogma pero no tenía ninguna posibilidad de una relación personal y
viviente con Jesús.Yo sabía que Dios era real pero Él parecía tan distante y tenía ciertas reglas de actua-
ción que Él esperaba que yo conociera. No estaba muy bien con esa parte. Yo alternaba entre llamara-

70
das de esfuerzo espiritual intenso tratando de ser “buena” pero fallando inevitablemente otras veces,
cuando todo parecía imposible.

Yo creo en los milagros hechos por Jesús para los santos y en lugares especiales como Lourdes, pero
no parecía que Él estuviera disponible para gente ordinaria como yo. Cuando fui confirmada tuve espe-
ranzas de que algo me sucediera y de que alguna forma yo sería diferente después. Pero a pesar de que
me observaba muy cercanamente, lo más que diría es que nada cambió.

Mi licenciatura en Duquesne fue de literatura inglesa y mis planes eran vagos. Yo era tan idealista para
siquiera pensar en una carrera en los negocios o cualquier cosa práctica, sólo quería hacer algo que ayu-
dará al mundo.

Le doy gracias a Dios de que me senté junto a Marybeth Mutmansky en mi clase de química durante
mi primer año y a través de ella supe de Chi Rho. Felizmente e inmediatamente me uní en 1964. Creo
que nos dedicamos al Evangelio de Juan aquel año. La responsabilidad para preparar una interpretación
crítica del pasaje de Juan giró alrededor de los miembros del grupo. Algunos de nosotros confiamos en
las notas explicatorias mientras otros tuvieron visiones más originales. Paul Grey y Mary Ann Springel
estaban en mi grupo y me impresionó por lo que ellos tenían que decir. Debido a que no conocía la Biblia
muy bien, todo era nuevo e interesante para mí. Pero, al recordarlo ahora, parece que estábamos hacien-
do mucho por nuestras mentes y por nuestros propios esfuerzos en vez de estar buscando a Jesús. Por
definición, el grupo estaba conformado por estudiantes que estaban interesados en hablar acerca de teo-
logía y filosofía y la mayoría estaban estudiando esos temas. También había una fuerte orientación de
idealismo —deseando ayudar al mundo— ya sea por enseñanza, sirviendo en las corporaciones de paz,
o en una casa en el distrito Hill de Pittsburgh para alcohólicos. Yo acostumbraba andar por la casa del
capellán en el campus debido a que proporcionaba una especie de base para muchos de nosotros que
éramos misioneros. Además de ser un lugar donde se reunía la gente informalmente también tuvimos
algunas reuniones irregulares. Para mí, Chi Rho no era solamente un club o una actividad incidental; fue
la base de la soga que unió todo lo demás en Duquesne.

Durante el tiempo que permanecí en el campus estuve con mucho dolor emocional. Hubo 2 relaciones
difíciles que no funcionaron. Me parece que también hubo otros en el grupo de Chi Rho que también
estaban en conflictos. Queríamos ayudar a la gente, ayudar a los demás pero estábamos viendo vacíos.
Y tal vez eso fue lo peor de todo: ver a todo el mundo en conflicto sin tener fuerzas ni respuestas. ¿Para
qué estamos aquí entonces?, ¿De qué se trata?, suena algo loco mientras lo trato de describir ahora,
pero puedo recordar estar extremadamente deprimida por la condición del mundo. Nada tenía sentido.

Durante mi primer año de estudios, mientras trataba de encontrar algunas respuestas satisfactorias,
comencé a leer algunos libros de Alan Watts. Y me interesé en el budismo zen. Mientras yo no estaba
preparada para dejar atrás mi catolicismo y sumergirme completamente en la forma del Este, pensé que
una síntesis de las dos podría proporcionar algún beneficio. Escribí una hoja psicológica acerca de las
posibilidades del budismo zen y descubrí que un profesor también estaba interesado en explorar el zen.
Cuando compartí mis pensamientos acerca de esto en una reunión de Chi Rho, uno de nuestros conseje-
ros de la Facultad dijo directamente que si se es discípulo de alguien, se sigue solamente a esa persona
y no se comienza a involucrar en otras cosas. Ser un discípulo de Jesús significa no mezclarse en el bu-
dismo zen o en cualquier otra cosa que no es la Palabra de Dios. Debí haber recordado esto por el resto
de mi vida.

Del 17 al 19 de febrero de 1967, Chi Rho patrocinó un fin de semana estudiantil y yo fui, principalmente
esperando pasar un buen tiempo con un grupo de amigos. Esperaba especialmente pasar mi tiempo con
John Rosenbaum, debido a que habíamos comenzado a salir juntos. Supongo que también esperaba una
levantadita religiosa temporal, pero la experiencia me enseñó de que esos destellos de fervor renovado
siempre han probado ser transitorios.

Lo que me impresionó de la primer plática el viernes por la noche fue la idea de que Dios puede ser tan
real, poderoso y presente para nosotros actualmente como lo fue para sus discípulos. Lo que Jesús fue,
es; lo que Él dijo, Él dice; lo que Él hizo, Él hace. Y el Reino de los Cielos no consiste en palabras sino en
poder. Dios quiere responder nuestras oraciones, pero está limitado por nuestra falta de fe. Después de
la predicación todos subimos a la capilla para un servicio intercesor de oración. Después de cada oración
pedida, todos cantaron, “Dios el Padre, escucha nuestra oración, escúchanos, Dios el Hijo; Espíritu San-

71
to, escucha nuestra oración, ten misericordia de tu gente, Señor”. Oramos por horas, pero no pareció mu-
cho tiempo porque lo estábamos haciendo muy intensamente.

Creo que las predicaciones del sábado fueron acerca del recibimiento del poder del Espíritu Santo para
vivir la vida cristiana. Vimos en el libro de los Hechos los cambios que los discípulos experimentaron
cuando el Espíritu Santo vino sobre ellos. La mayoría de nosotros habíamos recibido el Sacramento de la
Confirmación. ¿Por qué no experimentar entonces los dones carismáticos? Debido a que el Espíritu San-
to no nos toma por la fuerza, sino que espera nuestra invitación. Nosotros ya “teníamos” al Espíritu Santo
—como tal vez ya teníamos un regalo de cumpleaños envuelto— pero lo que necesitábamos era liberar el
espíritu, o quitarle a nuestro regalo la envoltura y usarlo. ¿Estábamos esperando que el poder de Dios se
liberara en nosotros?

La pregunta que me llegó al corazón fue, “¿Quién está a cargo de tu vida realmente?”. El Señor me
enseñó que mis pecados no eran el catálogo de cosas malas que yo había hecho sino la orientación
completa de mi vida. Toda mi vida había sido la que hacía las jugadas. Y tenía que admitir que había
hecho muy buenas jugarretas. Por primera vez en mi vida tuve la oportunidad de quitarme la máscara de
autosuficiencia porque finalmente me di cuenta de que había tratado de tomar una carga que era muy
fuerte para mí. Mi pecado residía en mis esfuerzos llenos de orgullo para hacer las cosas por mí misma
en vez de dirigir todo al Señor y dejar que Él lo manejara a su manera.

En la primera oportunidad ya sea por la mañana o por la tarde tomo mi caja de pañuelos desechables y
me voy a la capilla. Al enseñarme Dios la realidad de mis pecados, no podía dejar de llorar.

Pero las lágrimas fueron buenas; se sentía una limpieza. En cada parte que yo hojeaba en mi Biblia
parecía hablarme directamente. Ahora sé por qué había sido tan miserable y deprimida: estaba tomando
cargas para mí misma, de mis amigos y del resto del mundo también. Ahora me sentía liberada. No tenía
que ser mi propia salvadora, mucho menos la salvadora del mundo; para eso vino Jesús. Oh, Aleluya.

Supe que Dios había comenzado algo muy significativo en mí, y también supe que Él no había termi-
nado todavía. Presentí el haber perdido el tiempo en algo tan mundano como el ir a comer. Recuerdo el
pensar que los demás también parecían sentir la misma falta de interés por la comida.

El sábado por la tarde escuché que había un grave problema con la provisión del agua a la casa, ten-
dríamos todos que irnos a nuestros hogares. Bueno, recién habíamos hablado acerca del poder de Dios y
acerca de la oración en la fe, creyendo que recibíamos por lo que habíamos pedido. Supe que Dios no
había terminado con nosotros. Oramos, creímos que Dios actuaría y le dimos las gracias de antemano
por lo que Él haría. Era una aplicación inmediata en la vida de que habíamos estado hablando. Al menos
hasta donde sé, no hay explicación natural para lo que sucedió, pero en las primeras horas de la noche el
agua que necesitábamos estaba ahí en abundancia. Yo estaba agradecida; pasmada, pero no realmente
sorprendida.

Estaba tan absorta en lo que Dios me estaba enseñando que había evitado pasar el tiempo con John.
Naturalmente, él se preguntaba qué es lo que estaba mal, así que hablamos por un tiempo. Traté de
explicarle que no había nada personal en contra de él, pero yo solamente necesitaba poder pasar el
tiempo con Dios.

Después de que John y yo platicamos el sábado por la noche fuimos escaleras abajo al cuarto frontal
del edificio principal. Chris Strasser y una chica llamada Tracy estaban ahí y parecían molestas porque se
suponía habría una fiesta y a nadie más le interesaba participar. Debido a que mi cumpleaños es el 21 de
febrero, yo era una de las personas a quien se suponía que se le celebraría el cumpleaños aquella no-
che. No me importó. Todo me parecía irrelevante a la luz de lo que Dios estaba haciendo; el único lugar
en el que yo quería estar era en la capilla y ahí es adonde me dirigía. Tuve la sensación de que Dios
estaba en el proceso de hacer algo en ese momento y me pareció natural esperarle ahí.

Cuando llegué a la capilla cerca de las 8 p.m. ya había otros orando. Me arrodillé con ellos pensando,
“no entiendo esto, pero lo que sea que tengas para mí, Señor, lo quiero. Yo creo, Señor, ayuda a mi
incredulidad”. Después de un tiempo nos estábamos tomando de las manos mientras nos arrodillamos
alrededor del altar. Paul Gray estaba a mi lado. De repente se sintió como si una corriente eléctrica estu-
viera surgiendo de su mano hacia la mía y recorriendo mi cuerpo completo. Estaba llorando de nuevo lle-
na de dicha, al darme cuenta por primera vez en mi vida de la súper poderosa realidad de Dios. De algu-
72
na forma me encontré postrada ante el altar, con un solo pensamiento dichoso en mi mente, “Alabado
sea Dios, alabado sea Dios, alabado sea Dios”. No sentí el tiempo o a las demás personas alrededor de
mí, estuve extasiada en la presencia del Señor.

Después de la media noche, tal vez la una o las dos de la mañana fui jalada de regreso a la tierra.
Nuestro capellán me hizo levantarme; dijo que no podríamos permanecer toda la noche en la capilla; ten-
dríamos que ir a dormir. Qué extraño, lo que recién había experimentado, era tan maravilloso, pero el
padre parecía estar angustiado. Yo estaba tan elevada, tan llena de dicha que no pude ver cómo podría
irme a dormir, pero de todos modos fui a la pequeña casa donde encontré a Annemarie y a Marybeth.
Nos preguntamos entre sí, “¿ustedes también?” y saltamos juntas de alegría.

Al siguiente día la dicha todavía estaba ahí. Sentí como los huesos secos de Ezequiel 37, que se
levantaron para volver a vivir, quería bailar, quería cantar. La mujer episcopal llena del Espíritu que nos
había hablado el día anterior de Hechos 2 nos había avisado que el Bautismo en el Espíritu Santo no es
igual a santidad instantánea, pero de alguna forma eso era difícil de asimilar. Antes de irnos a casa nos
reunimos todos y la gente compartió lo que Dios había hecho en ellos el fin de semana. Pareció como si
la mayoría de nosotros hubiéramos experimentado a Dios tocándonos en forma poderosa. Yo había
esperado que todos pudieran sentirse impulsados a estar con el Señor. ¿Cómo habrían de resistirse?
Siempre me he preguntado cómo pudo alguien salir de ese fin de semana sin ser tocado. Pero creo que
algunos sí, antes de ese fin de semana yo había sido muy buena amiga de nuestro capellán del campus,
pero en el fin de semana tuve la sensación que él estaba asustado por las manifestaciones dramáticas
del derramamiento del Espíritu.

Suficientemente raro, yo no recibí —o al menos, no manifesté— el don de lenguas en el fin de semana.


Lo que sí experimenté fue una sensación transformadora de la presencia de Dios, seguida de una dicha
burbujeante. En las semanas siguientes busqué el don de lenguas con algo de frustración. Mi único
problema fue que yo no entendía que tenía que “hablar” para poder hablar en lenguas, esperaba que
Dios simplemente se hiciera cargo y lo derramara, y claro eso no pasó. Fue casi 3 semanas después en
una oración, que me di cuenta de que no estaba orando en inglés; después de eso no tuve problema para
hablar en lenguas, a veces parecía que yo estaba diciendo las mismas cosas una y otra vez; otra veces
simplemente surgía. No siempre fue lo mismo.

La dicha y euforia del fin de semana duró por mucho tiempo después. Tuve una tremenda hambre por
las Escrituras y la oración. Dios parecía hablarme directamente cuando yo leía su palabra. Yo llevaba mi
Biblia a todos lados (la gran Biblia de Jerusalén de 4 pulgadas de grosor). No era fuera de lo común
pasar varias horas del día orando y leyendo la Palabra. Yo no obtenía suficiente. Dios era real. Supe lo
que significaba la salvación, y esas eran noticias emocionantes que valían la pena compartir así que yo
daba testimonio a cualquiera que me escuchara. Supe que el poder no estaba en mí, pero sí era disponi-
ble para mí. Yo podía creer realmente que Dios se preocupaba por todos los detalles de mi vida y que yo
podría ir a Él sin que se me pidiera algo ya sea grande o pequeño. Yo todavía era estudiante en ese
tiempo “a mitad de mi segundo año”. Desafortunadamente estaba tan emocionada acerca de todas las
cosas maravillosas que Dios estaba haciendo, que siempre estaba esperando faltar a alguna clase para
dar testimonio. Era emocionante hacer cosas porque yo me sentía “dirigida por el Espíritu”, pero lo que yo
necesitaba era desarrollar más disciplina en mi vida. Cuando compartí con mis padres lo que había suce-
dido aquel fin de semana, ellos pensaron que se me había caído un tornillo. Comprensivamente ellos
decidieron que estaba bien para mí; aunque no para ellos. Uno de mis hermanos y mi hermana sí recibie-
ron el Bautismo en el Espíritu y se involucraron en la Renovación, pero eso fue varios años después.
Interesantísimo resultó que, años después, muchos de mis tíos y mis tías así como primos también se
interesaron en la Renovación Carismática, pero no por cualquier testimonio directo o personal de mi
parte. Las reacciones de mis compañeros de clase fueron variadas, algunos abrazaron esta nueva
dimensión con entusiasmo, otros la declinaron con cortesía. Recuerdo específicamente a Marybeth
Mutmansky y yo compartiendo nuestras experiencias con el Dr. y la señora Pausen, ambos maestros de
filosofía. No resultó muy bien, por decir poco; el Fr. Antón Morganroth, C.S.Sp. se mantuvo alejado pero
tolerante, en una forma distante. Al menos en lo que concierne a la oficina del capellán hubo un cambio
después del fin de semana. El capellán no quería hacer nada.

Por el resto del tiempo que estuve en Duquesne fue muy difícil para todos nosotros, que estábamos
bautizados en el Espíritu, trabajar junto con la oficina del capellán. Ahora teníamos una visión diferente.
Una de las revistas importantes, creo que fue el Times, escuchó acerca del fin de semana y quiso hacer
una historia sobre él.
73
Ellos contactaron a nuestro capellán. Pero eso era lo último que él quería, y la historia nunca se hizo.
Lo más que recuerdo es que lo que Dios estaba haciendo a través del Bautismo en el Espíritu Santo nun-
ca fue recibido por la Universidad de Duquesne o nutrido ahí de ninguna manera.

En términos de dones espirituales, recuerdo muchas sensaciones físicas raras; ardor en las palmas de
las manos, por ejemplo. Parecía como si yo estuviera “expulsando espíritus” en cosas y personas, y no
tenía idea de cuán legítimo era, si es que era en algo. Había “impresiones” o “señales” para hacer esto o
aquello. Compartimos nuestras experiencias el uno y lo otro y tratamos de descubrir qué era real y qué no
lo era. Finalmente nos dimos cuenta de que las Escrituras eran el patrón a seguir y que todo lo demás
tenía que ser juzgado de acuerdo a la Palabra.

De las primeras “batallas espirituales” que recuerdo, fue el testimonio de una chica que recibió una ora-
ción de liberación el mismo fin de semana. Más tarde me involucré en intensas oraciones de liberación
para algunos de los estudiantes de preparatoria de Mary Ann Springel que estaban muy adentrados en
brujería. Era claro que el Bautismo en el Espíritu Santo incitaría a que satanás contraatacara, pero Dios
nos había equipado para esa batalla.

Después del fin de semana, no continuamos haciendo nuestras reuniones de oración en Duquesne por
mucho tiempo. Casi inmediatamente, nuestras reuniones de oración se dieron en la casa de uno de nues-
tros consejeros de la Facultad los viernes por la noche, pero no pude acudir normalmente porque tenía
que tocar el órgano en una iglesia al otro lado de la ciudad. Tuve la posibilidad de ir tal vez una o dos
veces.

Lo que me sorprende al ver hacia atrás, son las reuniones de oración. Parecía la cosa más obvia del
mundo el continuar reuniéndose juntos en oración. Pero las reuniones estaban totalmente sin estructura.
No había ningún programa planeado, no había ministerio de música. Durante el tiempo que yo fui, ni
siquiera había quien tocara la guitarra. Cualquiera podía proponer una canción, leer las Escrituras, com-
partir testimonios o mensajes que el Señor les había dado. Comúnmente terminábamos orando por el
Bautismo en el Espíritu Santo para todo aquel que estuviera interesado o por otras necesidades. Las reu-
niones duraban varias horas, pero el tiempo parecía irse rápido. En aquellos días, pensé que si tan sólo
pudiera hacer que alguien viniera a nuestras reuniones de oración y las experimentara, entonces automá-
ticamente desearía dar su vida a Jesús y sería bautizado en el Espíritu Santo.

Poco después del fin de semana, John Rosenbaum se fue la Escuela de Entrenamiento de Oficiales
Navales. Nos mantuvimos en contacto por un tiempo, pero rompimos la relación en el otoño de 1967. En
una fiesta navideña en casa de Karin Sefcik, Dios me unió con Lenny Ransil. Comenzamos a vernos
regularmente y en agosto de 1968 nos casamos. Lenny era amigo de varias personas de Chi Rho y hasta
les había dado a algunos de ellos un aventón a sus casas cuando se fueron del centro de retiros El Arca
y la Paloma en febrero de 1967. El no pudo asistir al retiro, porque tocaba el saxofón en un restaurante
los fines de semana. Aunque fue a una reunión de oración en Duquesne después del fin de semana, lo
apagó todo el “emocionalismo”. Un ex seminarista y buen católico, como era él, sintió que no tenía
necesidad de eso.

Debido a que Lenny no estaba interesado en ir a las reuniones de oración, tuve que escoger entre ir
sola o pasar las tardes del viernes con él. Escogí pasar el tiempo con Lenny. Esta no era una cuestión de
rechazo intencional a Dios o a la experiencia Pentecostal, pero a pesar de mis buenas intenciones, pron-
to me encontré alejándome. No había establecido el hábito de la oración aun cuando no me sentía con
ganas o cuando no era conveniente. Dejé de ir a las reuniones de oración a principios de 1968, y nos
cambiamos en septiembre de 1969.

Ocasionalmente en los años siguientes, tuve oportunidad de hablar con alguien acerca de aquel fin de
semana y me volvía a dar cuenta de qué tan importante y poderosa había sido esa experiencia. Pero
también me vi forzada a reconocer que mientras mis ideas eran considerablemente diferentes como
resultado de dicha experiencia, mi forma de vida no había cambiado realmente. Y debido a que no estaba
siguiendo con la oración y caminando con el Espíritu, la experiencia me parece ahora muy lejana.

En nuestra vida de recién casados, Lenny y yo nos interesamos en la filosofía oriental, en comidas
saludables y en vegetarianismo, en la astrología, meditación y otras prácticas ocultas. Estábamos espiri-

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tualmente hambrientos y debido a que no teníamos raíces profundas en una vida de oración y en el cami-
no en el Espíritu de Jesús, nos hundimos más y más en la arena movediza del ocultismo.

A pesar de todo esto, nunca tuvimos una decisión consciente para alejarnos de la cristiandad. Nos
mantuvimos mezclando otras cosas. Pero no nos dimos cuenta de lo insidioso que es satanás; en verdad
se disfraza como un “ángel de luz”. Pensamos en verdad que éramos capaces de discernir el bien del mal
porque éramos personas inteligentes y que seguramente reconoceríamos el mal cuando lo viéramos.
¡Qué equivocación! La única forma en la que podemos discernir el mal es por el patrón que se da en la
Palabra de Dios. Si yo hubiera juzgado el valor de esos estudios psíquicos de acuerdo con las Escrituras,
nunca me hubiera metido en ellos.

Por otro lado, mi experiencia con Dios aquel fin de semana era tan poderosa que sirvió como base
para algunas cosas; yo sabía que Dios era una persona no una “fuerza” impresionante. También sabía
que, Dios escuchaba y respondía a la oración. Y finalmente eso fue lo que hizo la diferencia para noso-
tros.

A través de las oraciones de nuestros amigos cristianos y de parientes, el Espíritu Santo penetró en
nuestra confusión, y nos dirigió a la oración, “Señor, muéstranos Tu verdad, no importa el costo. Si esta-
mos equivocados, queremos cambiar”. Y el Señor se nos mostró. Para marzo de 1972 Lenny se conven-
ció no sólo de que no había respuestas en Edgar Cayce, sino de que después de todo, sí había algo para
él en el Bautismo en el Espíritu Santo, aunque él expresó una preocupación: ¿qué pasaría si el plan de
Dios para su vida era diferente del plan en el que él tan cuidadosamente había trabajado? Un día des-
pués de que Lenny oró para recibir el Bautizo en el Espíritu sucedieron dos cosas: él se levantó alabando
a Dios, y se dio cuenta de que un gran problema se estaba dando en la escuela Montessori donde él
enseñaba, que finalmente le costó su trabajo. Pero en medio de toda la tormenta de las siguientes sema-
nas, Dios le dio a Lenny la paz y el reconocimiento de que Él estaba a cargo de todo lo que estaba suce-
diendo.

Decir todo lo que el Señor ha hecho por nosotros en los 20 años que siguieron tomaría un libro com-
pleto, así que solo diré que el Bautizo en el Espíritu Santo fue realmente el punto central o eje de mi vida.
Conocí al Señor Jesucristo y nada ha sido igual.

He visto la mano de Dios en mi vida en muchas formas específicas: curación de cáncer, esperanza
renovada y un propósito en vez de depresión paralizante; compromiso renovado de matrimonio en vez de
un divorcio que parecía inminente; hijos comprometidos con Jesús en lugar de estar mezclados en el va-
cío del mundo, un trabajo que en realidad disfruto en una gran compañía. Sé que Dios tenía un propósito
en mi vida. Me entregué a Él, Él me tomó y no me dejó ir. Aun cuando no soy fiel, Él siempre es fiel. Dios
ha hecho grandes cosas y yo nunca hice nada para merecerlo. Todo es gracia. Recuerdo las Escrituras,
“Él me da belleza a cambio de cenizas, el ungüento de la dicha por aflicciones, la vestimenta de alabanza
por el espíritu de opresión” Is 61,3. Él lo hace realmente.

DINAMITA
Un testimonio de David Mangan
David Mangan se graduó en la Universidad de Duquesne con un título en matemáticas y un grado en
física en 1966. David y su esposa Barbara viven en Ann Arbor, Michigan, con sus 5 hijos. Es coautor de
un libro junto con Ken Wilson titulado, La Vida en el Espíritu para sus Hijos. (El Servidor, 1990). Este
testimonio se dio originalmente en 1987 en el Día de la Renovación en Pittsburgh.

Lo primero que quisiera hacer es quitarme crédito con respecto a mi participación en el comienzo de la
Renovación Carismática en Duquesne; siempre me siento como que estoy demandando algo a lo que no
tengo derecho. Hay una regla en el beisbol de que si un corredor entre bases es tocado por una pelota
bateada, él está automáticamente afuera. El jugador de campo más cercano a él obtiene el crédito por
sacarlo, aun cuando ni siquiera haya tocado la bola. Así es como me siento. Yo estaba en un lugar en el
que Dios se movió. Sucedió que yo estaba parado cerca y por eso obtuve algo de crédito, aun cuando sé
que no lo merecía.

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También es importante destacar que esta no fue la primera vez que el Espíritu Santo actuó entre los
católicos individuales bautizados en el Espíritu mucho antes del fin de semana en Duquesne. Pero, en
verdad, lo significante es que Dios decidió usar este evento para una obra específica.

Ya me había graduado en la Universidad de Duquesne en el tiempo en que se dio el fin de semana,


pero fui invitado a regresar como un estudiante graduado. Yo tenía 22 años en ese tiempo. Fui invitado a
dar una de las predicaciones acerca del Espíritu Santo. Y a pesar de que yo era participante activo en mi
parroquia, enseñando catecismo en esas fechas, rechacé la invitación para enseñar en el Retiro. Me di
cuenta que no sabía mucho acerca del Espíritu Santo. De hecho, podría hacer todo lo que sé del Espíritu
Santo en 3 oraciones y todas ellas provenían del catecismo de Baltimore. Yo mismo tenía muchas dudas
acerca del Espíritu Santo hasta que pasara el retiro, esperando con esto poder aprender más durante el
fin de semana.

Hice una lectura requerida de Hechos de los Apóstoles, y La Cruz y el puñal, de David Wilkerson. Ten-
go que ser muy honesto. Aun cuando La Cruz y el puñal tienen muchas referencias acerca del Espíritu
Santo y de los dones espirituales, todo giró en mi cabeza. Después de leerlo, todavía no tenía idea de lo
significaba hablar en lenguas.

Es importante hacer notar que algunas de las personas que estaban acudiendo al fin de semana de
Duquesne, estaban en tiempos de crisis. Como yo recuerdo, algunos estaban pensando en abandonar la
Iglesia y alejarse de Dios. Yo no me di cuenta de esto en ese tiempo. Para mí mismo, sentí que sólo me
estaba perdiendo de algunas cosas y estaba abierto a recibirlas de Dios. Tenía una fe muy simple.

De pequeño ya había tenido una experiencia con Dios. Después de Misa, usualmente conocía la pre-
sencia de Dios de una manera muy real. Pensé que todos crecieron con experiencias como esas: nunca
hablé de ello, porque realmente uno no habla de esas cosas. Me sorprendió en el fin de semana en
Duquesne, que algunas personas pudieran considerar el alejarse de Cristo. No tenía sentido para mí.
Cristo es más real que cualquier otra cosa. De pequeño yo le había dado mi vida a Dios. Y había tomado
varios compromisos como católico en el camino. Pensé que si no entendía al Espíritu Santo, o que si el
poder de Dios estaba ausente en mi vida, era mi problema. No era el problema de Dios. Yo era el que
necesitaba corregir algo. Esa fue la actitud que llevé al retiro. Necesitaba descubrir cuál era el problema y
dejar que Dios hiciera algo al respecto.

Comenzamos cada sesión durante el fin de semana, cantando el mismo himno al Espíritu Santo. Lo
cantamos en el estilo del viejo canto gregoriano, que me gusta y que todavía canto a veces en mi tiempo
de oración.

Tuvimos 4 pláticas durante el retiro, una sobre cada uno de los primeros 4 capítulos de los Hechos de
los Apóstoles. La primera plática en realidad me impresionó. Esta era la plática que se me había pedido
que diera. Recibí mucho conocimiento de la persona que la dio, pero la cosa que distintivamente recuer-
do más, fue su comentario de Hechos 1,8; “Sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros”.

El se refirió a la palabra griega “dínamis”, (poder), que es la misma que se utilizaba en inglés para decir
“dinamita”. En otras palabras, la “dinamita” del Espíritu Santo vendría sobre nosotros. Esto era lo que él
estaba diciendo. ¡Dinamita! Ahora, yo amaba a Dios y trataba de amar a los demás , pero difícilmente po-
dría caracterizar mi vida como “dinamita”. De nuevo llegué a la conclusión de que el problema se encon-
traba en mí. Estoy seguro que Dios estaba actuando.

La segunda plática de Hechos 2, fue un recuento de Pentecostés. Ustedes pensarán que esta sería
particularmente una plática emocionante, pero yo pensé que el predicador fue muy plano. Ella era una
dama que conocía a algún consejero de la Facultad. Para nosotros ella era una forastera. Todo lo que
recuerdo es que ella leyó los Hechos 2 y dijo: “esto todavía está pasando ahora”. Ella habló 15 o 20 minu-
tos. Cuando uno es estudiante universitario, está acostumbrado a clases largas. Esto fue muy poco para
mí. Yo estaba pensando: “debe haber más acerca de todo esto que lo que ella está diciendo”.

Estábamos tomando notas durante las pláticas. Esto es lo que yo escribí en mi libreta, casi desafiando
lo que ella estaba diciendo, “quiero escuchar a alguien hablar en lenguas... ¡yo!”, luego la siguiente línea
dice: “sé un tonto en el Señor”. ¡Ambas cosas estaban a punto de suceder muy rápidamente!

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Ya no tengo más notas del fin de semana en Duquesne. Hubo 2 pláticas más, pero ya no estaba escri-
biendo. Después de la plática de Hechos 2, hicimos grupos de reflexión y fui a mi grupo tratando de
entender porqué yo no tenía “dinamita”; todavía estaba ocupado con esta idea de “dinamita”, cuando lle-
gué a esta conclusión. Razoné que siendo católico recibí al Espíritu Santo en el Sacramento de la Confir-
mación. Habiendo sido entrenado como matemático y físico, yo tendía a ser muy analítico. Sabía que
para que trabajara un Sacramento, debe haber 3 factores: 1—Tiene que ser un Sacramento válido. 2—
Necesita ser administrado por un ministro de ley. 3—Necesita ser recibido con fe. El último punto pareció
ser el problema... yo, mi falta de fe expectante. Pensé que por eso yo no tenía “dinamita”.

Por esto hice una proposición a nuestro grupo de discusión. Les dije: “ustedes saben, cada año en
pascua, renovamos nuestros votos de bautismo porque fuimos bautizados de niños y necesitamos hacer
propios esos compromisos mientras maduramos”. Cuando en sexto grado yo fui confirmado, ni siquiera
supe qué estaba sucediendo. Tomé la preparación necesaria y respondí a todas las preguntas, pero de
alguna forma recuerdo que estaba más preocupado por el regalo de confirmación que iba a recibir de mi
padrino, que los regalos y dones que podría recibir de Dios. Le dije a los demás, “creo que debemos
renovar nuestra confirmación”. De hecho yo estaba determinado a hacerlo. Recuerdo que nunca había
escuchado del Bautismo en el Espíritu Santo o del don de lenguas, no sabía cómo pedir por cualquiera
de ellos. Simplemente dije: “quiero renovar mi confirmación”. Pensé que fue una brillante idea. Cuando
regresamos al grupo mayor a compartir el fruto de nuestra discusión, se propuso mi idea. Algunos pensa-
ron que yo podría estar tomando las cosas muy seriamente. Recuerdo que me sentí decepcionado de
que mi idea no fuera realmente aceptada por los demás.

Después del descanso caminé con Patti Gallagher, que había estado en mi grupo de discusión. Habla-
mos acerca de mi propuesta y de qué tan pocos parecían haberla aceptado. La conclusión a la que llegué
después fue que aunque ninguno quisiera renovar su Confirmación, yo sí lo haría. Pensé que debería
acercarme al capellán y preguntarle cómo hacerlo. Tomé esa decisión en mi corazón, pero nunca tuve
tiempo de realizarla. Ustedes saben, Dios es tan rápido, Él siempre está actuando antes que uno tenga
oportunidad.

De regreso a la casa de retiros, me encontré con algunas noticias. Uno de los líderes estaba reuniendo
varias personas cuando yo entré. La bomba del agua que abastecía a las instalaciones de nuestro retiro
se había roto; no había agua. El nos pidió que fuéramos a la capilla a orar. Esto fue algo peligroso para
mí. A pesar de que yo oraba bastante, creo que nunca había orado por algo específico, en lo que necesi-
tara de una respuesta inmediata. Podría orar por la conversión de Rusia. Eso era fácil, uno no tiene que
enfrentarse con el hecho de que tal vez no suceda mañana. Uno puede ser paciente con este tipo de ora-
ciones. Esta era una oración del tipo de ahora o nunca. Algunos de nosotros nos reunimos en la capilla y
estábamos orando, cuando tuve una experiencia interesante.

¡Comencé a agradecer a Dios por su respuesta!, nadie me había dicho nada de eso en teología. La
enseñanza llegó después en la Renovación Carismática. Yo simplemente tenía esta convicción interna de
que nuestra oración había sido respondida. Al pensar en esto, fue como si yo me viera a mí mismo, refle-
xionando en cuán extraño era sentirse tan convencido. Después de que terminamos de orar, estaba tan
seguro de que el agua estaba ahí, que corrí a la cocina y abrí la llave del grifo. Surgió con una fuerza que
no tenía antes. Después del fin de semana, se me dijo que mientras estábamos orando, se apareció un
plomero que la arregló. Sin embargo, se nos había dicho al irnos a la oración, en términos no muy certe-
ros, que un plomero sólo podría venir hasta el lunes. El hecho de que el agua estaba ahí después de que
oramos, obviamente me causó una gran impresión. Cuando vi el agua surgir, hice algo que nunca antes
había hecho. Decidí que necesitaba dar las gracias. Mi agradecimiento debería ser tan intenso como mi
sorpresa. Regresé a la capilla y le di gracias al Señor por lo que Él había hecho.

Cuando entré a la capilla fue como estar caminando en una pared de ladrillos. Recién había estado ahí
y no había sentido la presencia de Dios en una forma tan fuera de lo común. Pero esta vez, cuando abrí
la puerta, hubo algo significativamente diferente. Hasta ese día, todavía no estoy seguro cómo terminé en
el piso, pero lo hice. No sé si fui yo postrándome ante el Señor, o fue el Señor postrándome con su pre-
sencia. Lo único que puedo decir es que la presencia de Dios era tan poderosa y manifiesta, que el único
lugar sensible en el que se podía estar era postrado; y ahí estaba. Para un calmado, tranquilo y reserva-
do matemático, yo estaba teniendo una experiencia bastante extraña. No tenía palabras, no tenía tecno-
logía, lo único que podía decir, era “esto es DINAMITA, esto es”.

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Me levanté y abandoné la capilla, vacilante y con gesto estúpido en mi rostro y me dirigí escaleras aba-
jo. Fue el 18 de febrero de 1967, el cumpleaños de mi hermano. Se supone que habría una fiesta de
cumpleaños aquella noche para varias personas que cumplían años. Tomi no estaba ahí; estaba en Tur-
quía en la Corporación de Paz. Pero todos en el retiro lo conocían y él estaba incluido también entre los
agasajados. Todos estaban tratando de adquirir ganas para festejar, pero yo ciertamente no podía des-
pués de mi experiencia en la capilla. Mientras todos andaban dando vueltas, yo me recargué en la pared,
tratando de no caerme, porque todavía me sentía realmente vacilante. Me encontraba pensando, “Man-
gan, ahora sí te alocaste, los matemáticos no actúan así; buena la has hecho, has perdido todo”.

Todos continuaron platicando, pero yo no supe lo que estaba diciendo. Estaba teniendo esta experien-
cia interior, y sólo sonreía. Entonces comencé a dudar de todo. Dije, “esto no es real, sólo me equivo-
qué”. Siendo matemático, lo más natural para mí era regresar al laboratorio y volverlo a intentar. “Veamos
si este experimento es válido”.

Me pegué a la pared, todavía vacilante, y comencé a dirigirme de regreso escaleras arriba, hacia la ca-
pilla. Entré de nuevo en la capilla y ¡Zas!, volví a golpear el piso. Dije: “Esta es, definitivamente, la res-
puesta a mi oración”. Ahí me encontraba yo en la presencia del Señor. Después de poco volví a dejar la
capilla, caminé escaleras abajo, recargándome en la pared, sonriendo a todas las personas y volviendo a
dudar. Me quedé parado pensando, “oh, esto no está bien, hay algo que no checa”. Volví a subir y entré a
la capilla y... “Zas”, todo volvió a suceder.

Entonces me sucedió algo interesante. No sé nada del don de lenguas, pero necesitaba expresar algo.
Estaba sentado ahí, en el suelo, pensando cómo responder. No estaba seguro de cómo hacerlo, así que
salió un grito rebelde desde mis pulmones. Emití otro grito y los gruñidos más fuertes que ustedes no de-
searían escuchar nunca. Después supe que se escuchó en toda la casa de retiros y que todos pensaron
que estaba mal de la cabeza. Alguien vino corriendo a la capilla, buscando saber qué estaba mal conmi-
go. Solamente yo tenía expresión de paz en mi rostro. Todo lo que pude decir fue: “Está tan bien, es tan
bueno y esto es, esto es a lo que yo vine y esta es la verdad”.

Tal vez mi teología era débil, pero la experiencia era válida. Ya no dudaba de que fuera real. Pero me
comencé a preguntar, ¿la tuve sólo yo?, ¿soy raro?, ¿podría sólo yo presenciar a Dios? Parecía como si
todos los demás estuvieran en crisis. Al estar caminando en la casa de retiros, vi a Patti Gallagher bajan-
do las escaleras. Iba a intentar decirle lo que había pasado, pero al vernos los 2, vi la misma mirada en
su rostro. Le pregunté ¿a ti también?, a lo que ella respondió: “Sí, yo también”. Eso fue todo lo que ocu-
rrió entre nosotros, pero entendimos completamente lo que nos había sucedido. Y al menos me sentía
descansado al saber que no estaba solo.

Fui con los líderes del retiro y compartí mi experiencia. Uno de ellos preguntó: “¿Intentaste hablar en
lenguas?” ¿Qué era eso?, respondí yo. Mencioné que si comencé a decir algo anterior a mi rebelde grito,
no era inglés. Pero al no saber qué era lo detuve. El me dijo que la oración en lenguas era escritural, y
que si me volvía a suceder, la dejara surgir. Esas no fueron sus palabras, pero eso fue lo que yo entendí.
Así que la próxima vez que sucediera, dejaría que surgiera.

Quiero compartir algunos hechos acerca del fin de semana en Duquesne ahora, porque a veces cuan-
do un evento del pasado se describe, se puede describir de una forma más romántica y emotiva de lo que
en realidad fue. Lo que aquí recuento es lo que puramente preciso en términos de mi experiencia
personal. De los 30 que estuvimos ese fin de semana, casi la mitad fuimos bautizados en el Espíritu.
Hubo algunos en el retiro que pensaron que estábamos locos y otros que abandonaron la Renovación
Carismática poco después. Fue en realidad una experiencia difícil. Pero, el Señor hizo un poderoso tra-
bajo entre nosotros.

Después de que se es bautizado en el Espíritu, uno se siente elevado por algún tiempo. Esta sensa-
ción duró en mi alma al menos 9 meses más. No pensé que alguna vez me bajaría. Pero cuando descen-
dí, lo hice como nadie. Tal vez el Señor me permitió ese tiempo porque fue el comienzo de la Renovación
y porque Él estaba siendo gentil conmigo, llevándome junto con Él. Cuando descendí, estaba muy con-
vencido de que había tenido un encuentro verdadero con Dios. Ya no podía dudar nunca más. Realmente
se quedó dentro de mí. Yo pude dedicarme a mí mismo, a una vida de oración y a una vida de servicio,
tuve la posibilidad de profundizar y abrazar a la cristiandad y seguir avanzando. Creo que necesité esos 9
meses simplemente para estar preparado.

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Inmediatamente después del fin de semana, yo tuve 3 temores básicos con los que todavía que tratar.
El primero ya lo mencioné, pero todavía estaba ahí. “¿Estaba yo solo?”. El segundo fue una gran pregun-
ta para mí, “¿Seguiría siendo católico?”. La tercera pregunta fue, “¿Qué pensará la gente de mí?”. Yo no
era tan fuerte como para no dejarme influenciar por la opinión de los demás. Así fue como manejé esas
cosas.

La primera fue fácil de manejar con la ayuda de Dios. Yo descubrí que había más personas como yo.
Tal vez hayan sido un número pequeño en ese entonces, pero yo estaba satisfecho. Ahora hay más per-
sonas que son como yo con las que puedo contar. Son como las arenas de la costa marina. Dios se en-
cargó de mi problema de soledad rápidamente.

La segunda pregunta fue una muy crucial. “¿Seguiría siendo católico?”. En ese tiempo no era popular
ser carismático y era menos popular ser católico en ciertos círculos. Yo crecí en una buena familia cató-
lica. Descubrí al moverme en círculos pentecostales, como se llamaba entonces, que estaba ante un reto.
Era muy común que la gente dijera: “¿Has recibido el bautizo en el Espíritu?, qué bien. ¿Cuándo abando-
nas la Iglesia Católica?”. Era una pregunta temible, especialmente cuando recién acababa de decir,
“Dios, haré todo lo que Tú quieres que yo haga”. Abandonar la Iglesia sería casi como romperme el cora-
zón. Fue una pregunta muy difícil de manejar para mí.

Pero aún en la crisis, sucedieron algunas cosas muy buenas. Yo me di cuenta de que Dios no me
estaba pidiendo nada de eso y esto me hizo sentir lleno de paz. La Iglesia Católica fue donde yo había
experimentado al Señor desde niño, y ahí experimenté al Señor actuando con poder. Cuando me di cuen-
ta de eso, creo que finalmente me hice un católico adulto. Fue un día importante para mí. Yo me convertí
por elección y no sólo de nacimiento. Está bien ser católico de nacimiento, pero lo que debería suceder
en la confirmación es que nos hiciéramos católicos por elección. Yo me establecí como soldado de Cristo
después de atravesar por este periodo en el que se probó mi compromiso como católico. Algo importante
se había completado. Era la renovación de mi Confirmación, y la experiencia temible fue parte de ella. Yo
me paré como adulto y dije, “Este soy yo en el Señor y estoy orgulloso de serlo”.

Con respecto a lo que las personas pensaron de mí, por gracia de Dios, llegué a la conclusión de que
no me importaba mientras yo estuviera obedeciendo a Dios. Yo no llegué a la conclusión por mí mismo.
Tomó mucha gracia; es algo que todavía estoy descubriendo y en lo que estoy creciendo. Estoy apren-
diendo a no dejarme intimidar por lo que la gente piense de mí, aprendiendo a ser fuerte en el Señor,
siguiendo lo que Él dice, hallando lo que Dios está haciendo y siguiéndolo. Así es como quiero vivir mi
vida.

En el primer año tuvimos la situación de que todos nuestros líderes se cambiaron fuera de la ciudad.
Necesitábamos un nuevo líder y yo estaba ansioso ante una persona sabia y aprender. Al estar orando y
pidiendo para que alguien fuera líder en las reuniones de oración, escuché al Señor decirme, “Eres tú”. Mi
respuesta fue, “No, de ninguna manera, no este chico. ¿No te das cuenta lo inmaduro y lo tonto que soy?
Pero seguí sintiendo al Señor decir, “Eres tú”. Entonces hice algo que ahora no me atrevería a hacer. Dije
“Señor, no esperes que yo diga algo acerca de ser líder. Si Tú quieres que suceda, es Tu voluntad, no la
mía”. Cuando nos reunimos todo el grupo de oración para compartir nuestro discernimiento, todos me
señalaron y dijeron, “Dios quiere que David sea nuestro líder”. Yo lo acepté como la voluntad de Dios.

Yo pasé el verano de 1967 en Monte Vernon, Nueva York, en una casa con otros estudiantes de Du-
quesne. Fue una experiencia muy formativa en mi vida, tanto la de estar en la casa de Nueva York, como
la de ser un tonto para Cristo. Recuerdo como fuimos a las calles a evangelizar sin siquiera saber lo que
iríamos a decir. Decidimos que teníamos que regresar, orar, y descubrir cuál sería la predicación, al me-
nos una sencilla, para hablarle a la gente. Después de algunas reuniones, regresamos y pudimos dar una
predicación de una forma simple y clara.

Hubo varias fases de aprendizaje por las que tuvimos que pasar en las primeras etapas de la Renova-
ción Carismática. La primera fase podría describirse como la fascinación con los dones espirituales. Pare-
cían juguetes nuevos. Por ejemplo, era fascinante hablar en lenguas. Yo recuerdo estar orando por al-
guien que era lingüista de París, Francia. El me dijo, “Tu estás orando en un francés arcaico, que ya no
se utiliza”. Yo pensé, “¡Oh, qué divertido!, quisiera hacerlo de nuevo”. El hecho de que se suponía era
para glorificar al Señor de alguna manera se me olvidó, por el momento. Alguien oró en lenguas en voz
alta en alguna reunión, entonces otra persona se levantó y lo interpretó. Finalmente, una tercera persona
que no conocía a ninguna de las 2 anteriores, dijo: “Esto es grandioso”, y “Volvamos a repetirlo pero, ¿me
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pueden decir cuál fue el mensaje?”. Me tomó tiempo el aprender a no fascinarme con esas cosas, sino a
estar fascinado con el Señor.

Cuando superamos la fascinación de los dones, creo que el peligro fue tratar a los dones espirituales
como comunes. Por ejemplo, hay una profecía sencilla que yo he escuchado varias veces. Es, “Mi gente,
los amo”. La gente tiende a olvidar estas palabras proféticas y eso es una tragedia. ¡Dios te ama!, esa es
la profecía más común que yo he escuchado en casi todas las reuniones a las que acudí. Y nunca pien-
sen que ésta no es una palabra preciosa de Dios. ¿Saben ustedes el porqué Él nos dice eso todo el tiem-
po? Es porque nosotros no lo creemos. No desdeñen las profecías, aun las más simples.

Dios renovó nuestra conciencia de los dones espirituales porque nosotros necesitábamos de ellos para
poder crecer en nuestras vidas cristianas, no son adornos o atracciones. Si los apóstoles y María en el
cuarto de más arriba, necesitaron discernimiento y dones espirituales, yo también los necesito. Si ustedes
piensan que no, lo que ustedes básicamente están diciendo es, “yo soy mejor que ellos. Tal vez Pedro los
necesitó, tal vez María los necesitó, pero yo no los necesito”. ¿Qué tan tontos pueden ser? Ellos los
necesitaron. Yo los necesito. Ustedes los necesitan.

Para cerrar este testimonio, quiero decir que es importante ver a la Renovación Carismática como un
trabajo de Dios. Eso no quiere decir que todo lo que ha pasado ha sido la voluntad de Dios. Gracias a
Dios que Él no nos checa cuando nos alejamos de Él. Él es muy paciente, muy amable, muy amoroso.
Todos somos testimonios de eso. Si significa que Dios pacientemente nos está dirigiendo, gentilmente,
amorosamente. Por esta razón no hay que desdeñar lo que Dios ha hecho o cómo lo ha hecho.

Yo veo hacia el pasado y lo atesoro, pero no podemos vivir en el pasado. Debemos estar en contacto
con Dios ahora, en el momento presente. Yo valoro las cosas que Dios hizo en los comienzos de la
Renovación Carismática, aun cuando hubo muchas lecciones dolorosas, pero no tengo deseos de regre-
sar. Los viejos buenos tiempos son ahora, los buenos tiempos; cuando Dios está actuando, no cuando Él
actuó. Él está actuando ahora. Dios es un Dios dinámico, siempre moviéndose, y yo quiero estar con Él.
Yo oro para estar con Él.

En el análisis final, nuestro criterio para evaluar a la Renovación Carismática es el mismo que utiliza-
mos para evaluar cualquier cosa. Ama a Dios y ama a tu prójimo. ¿Está la Renovación Carismática ayu-
dando a amar a Dios? ¿Está ayudando al amar al prójimo? Creo que esto es lo que Dios quiere construir
en nosotros. Está tratando de construir gente que lo ama y que se ame entre sí. Así es como se gana el
mundo.
PARTE TRES
NOSOTROS TAMBIÉN LO HEMOS VISTO

“Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la


verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros
daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio”

(Jn 15, 26-27)

NO POR FUERZA O POR PODER, PERO POR MI ESPÍRITU


Un testimonio de Peter Collins
Peter Collins se graduó en la Universidad de Notre Dame con un título en estudios siderales; tiene una
licenciatura en ecología de la Universidad de Michigan. Peter, un nativo de Toronto, Canadá, ahora vive

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en Ann Arbor, Michigan, con su esposa Linda y dos hijas. El es socio de la compañía Ciencias Aplicadas
y Tecnología Incorporada y de la compañía Ciencias e Ingeniería del Medio Ambiente.

Este recuento tiene que ver con los eventos de 1966 y 1967, en los que yo directamente participé.
Aunque fue escrito años después de que los acontecimientos ocurrieron es, estoy convencido, muy pre-
ciso. Aunque la memoria ciertamente se debilita con el paso de los años, yo recuerdo esos eventos como
si hubieran ocurrido el último mes. El que esto sea así, pienso, es debido a la naturaleza de los mismos
eventos. Ellos influenciaron inmediatamente la dirección de mi vida profundamente, y aún actualmente
continúan conformando mi vida; más aún, yo reconocí en 1968, que esos eventos fueron muy especiales
debido a la tremenda liberación del Espíritu de Jesús a través de la Iglesia Católica, que sirvió de tronco
en parte de ellos; así que, como muchos, muchos seguidores de Jesús a través de los últimos 2000 años,
yo también atesoré esas cosas en mi corazón.

¿Pero qué son exactamente esos eventos? Fueron encuentros con otros cristianos; encuentros guia-
dos con un sentimiento de que tenemos buenas noticias para cada quien, las buenas noticias eran acer-
ca de lo que el Espíritu Santo quería hacer en nuestra vida y acerca de cómo los dones del Espíritu Santo
estaban diseñados para crear una comunidad cristiana. Todo esto era muy emocionante, lo suficiente-
mente emocionante para cambiar la dirección de mi vida y la vida de mis amigos; para mí, las experien-
cias que cambian vidas como esas no son fácilmente olvidadas, aún después de 25 años, detalles de
conversaciones, los cuartos en las que se dieron lugar, lo que se dijo generalmente y se hizo, todavía
permanecen muy claros para mí; pero dejemos que el lector también, así como el estudiante serio de
historia decidan por ellos mismos.

En junio de 1966 yo regresé a Toronto, Ontario, después de mi graduación en la Universidad de Notre


Dame; también regresé a mi trabajo de verano en el departamento de la ingeniería de tráfico en la ciudad
de Toronto; este fue mi segundo verano trabajando como un analista de tráfico urbano; este verano, sin
embargo yo planeé trabajar sólo de 6 a 8 semanas, debido a que en julio iba a comenzar a trabajar como
un voluntario en la Sociedad de Extensión de la Iglesia Católica.

Michael Fitzgerald, un compañero de clases de Notre Dame y yo habíamos sido aceptados por la
Sociedad Extensión en Chicago como voluntarios; nosotros habíamos solicitado un cargo juntos como
trabajadores en el campus; pero lo que sabíamos era que teníamos que acudir a varias semanas de
meditación en San Antonio y de que nuestros cargos serían en la Universidad de Colorado, en Denver;
también sabíamos una que otra cosa acerca de la orientación; parte del programa sería presentado por
Steve Clark y Ralph Martin, dos hombres que Michael y yo conocíamos de Notre Dame y que estimá-
bamos como hermanos mayores en el Señor.

Mi trabajo de verano iba a ser muy rutinario, rutina rayana en el aburrimiento; lo único que realmente
esperaba era los pagos de los cheques de salario; sin embargo poco después del comienzo del trabajo
algo sucedió que hizo imposible para mí el siquiera ayudar aquel verano.

Un día Bruce Robertson, que era el encargado del programa de los contadores de tráfico automático
me llevó a mí y a otro trabajador de verano para checar algunos contadores de tráfico; él había planeado
el trabajo para que nosotros pudiéramos comer nuestros lonches justamente a un lado de los terrenos de
las exhibiciones nacionales canadienses. En la hora del lunch, el tráfico se movía lentamente mientras
nos aproximábamos al parque, esto se debía principalmente a una convención exterior de los Testigos de
Jehová que llenaba el estadio completo en los terrenos de exhibición. Encontramos un lugar para estacio-
narnos y poder tomar nuestro lunch y pronto la conversación se dirigió a la convención que estaba cerca.

El otro trabajador de verano, que acudía a la Universidad de Indiana, comenzó a criticar a los Testigos
de Jehová por algunas de sus prácticas y de sus creencias; particularmente menospreció la posición de
ellos con respecto al servicio militar. Los Testigos clamaban de que ellos estaban calificados para opo-
nerse oficialmente en el ministerio del destacamento de los servicios armados de los Estados Unidos.
Debido a que la guerra de Vietnam estaba escalando rápidamente esto era de gran importancia para él y
por lo tanto, para él, los Testigos de Jehová y sus creencias no eran correctas.

Yo le expliqué que muchos de los cristianos leían porciones del Nuevo Testamento, para denotar que
todos los seguidores de Jesús estaban confiados con algún tipo de trabajo ministerial y que para mí, un
cristiano, la posición de los Testigos acerca de su religión tenía un algo de sentido. Si la religión de al-

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guien es importante como ese alguien clama, le dije, entonces es lógico que le tomaría bastante tiempo
en un servicio urbanizado y en trabajo proporcional.

El vigorosamente no estuvo de acuerdo; después del lunch caminamos hacia el muelle; sin embargo;
en alguna forma la explicación que yo le di trabajó; como resultado de ella, Bruce supo que, como yo, él
era un cristiano; así que inmediatamente después comenzó a preguntarme acerca de mi creencia en
Jesús; al regresar al trabajo, él me invitó para que yo me le uniera junto con su esposa en la Iglesia, el
domingo.

Yo creo que Bruce se dio cuenta que yo era un católico cristiano romano y que ciertamente había
aceptado a Jesús como mi Señor y Salvador y debido a esto yo iba a servir en el ministerio del campus
haciendo evangelización y construyendo a la comunidad cristiana. Esto no era lo que él había esperado
de los católicos. Bruce, más aún a través de su Iglesia, la iglesia Stone Church, en Davenport Road,
pensó que tal vez a mí me pudiera interesar.

Aquel domingo, la adoración llena del Espíritu Santo, especialmente los campus, me impresionaron
grandemente y el sermón fue muy bueno; claro y dirigido al Poder de Dios en nuestros días. Lo que
particularmente me impresionó fue una inscripción en el arco de madera blanca que separaba al san-
tuario de la congregación, la escritura de Zacarías 4,6, “No por poder ni por fuerza, pero por mi Espíritu,
dice el Señor”. Al final del servicio, el ministro indicó que un hombre en la congregación cerraba el ser-
vicio con una oración; una oración somera, pero ferviente, vino fuertemente de él; era confiada y clara.

Mi impresión entonces, fue que el nivel de relación de cada uno de los presentes en el servicio era muy
alto. Esto fue evidente en el rostro de aquellos que estaban escuchando el sermón, los cantos practica-
dos de cada una de las personas en la congregación (que para un católico romano podrían sonar que
surgían del corazón, muy buenas) y la experiencia obvia de las oraciones públicas mezcladas por el
ministro y por los demás en el servicio, esas eran las cosas que renovaban a los grupos y que el movi-
miento litúrgico y el cursillo, por ejemplo, estaban tratando de infundir en los católicos. Para mí, la escri-
tura en el arco destacó lo que yo sentí ahí.

Después del servicio, Bruce y yo platicamos con el pastor Vaters, y al abandonar la Iglesia él me dio
una libro que, me dijo, acababa de salir; Bruce añadió que él mismo todavía no lo leía; él puso en mis
manos el libro Ellos hablan con otras lenguas, de John Sherrill. Recuerdo que mi reacción no fue muy
entusiasta, más bien de curiosidad, me dije interiormente: ¡sé condescendiente!, acéptalo con educación.
Cerca de las 10 de la noche aquel mismo domingo, yo estaba aburrido, pero no había nada en la casa
que fuera interesante para mí y que yo pudiera leer y recordé el libro de Sherrill; me pregunté de que se
trataría, me parecía que no era un libro muy pesado simplemente porque era un libro pequeño, así que lo
encontré y lo comencé a leer.

Como muchos otros que comenzaron a leer “Ellos hablan con otras lenguas”, encontré que no pude
soltarlo; después de algunos capítulos tengo que admitir que supe que había muchos cristianos todavía
vivos, que estaban experimentando los dones del Espíritu Santo y que se encontraban en todas las igle-
sias cristianas concebibles, y todo esto era nuevo para mí.

Por la noche, mi curiosidad se había transformado en emoción. Este libro me habló de cómo Dios cam-
bió las vidas de las personas y cómo su Espíritu estaba haciendo a los discípulos de Jesús apóstoles
efectivos; pastores, evangelistas, y sirvientes en su Iglesia. Y también de una forma que yo no conocía,
ya sea por la lectura o por experiencia personal. A pesar de que yo soy teólogo, no podía encontrar algún
razonamiento en el libro que fuera diferente de lo que yo sabía de la enseñanza católica. Después de
todo, la mayoría de ellos estaban experimentando al Espíritu Santo en su vida; finalmente terminé el libro
aproximadamente entre las 2 y las 3 de la madrugada y me fui a dormir pero mi mente todavía estaba
dándole vueltas a la emocionante historia de Sherrill.

Tuve que ir a trabajar el lunes por la mañana e inmediatamente después le dije a Bruce que había
terminado el libro. En un descanso al tomar café compartí con él nuestros conocimientos acerca de los
dones del Espíritu. Recuerdo que él me hizo esta pregunta: ¿Es esto algo que quieres para ti mismo? Yo
le respondí que sí.

Sin embargo, en ese tiempo a mí sólo me quedaban 2 o 3 semanas en Toronto antes de que me fuera
a San Antonio para entrenamiento; durante ese tiempo acudí una vez más a la iglesia Stone Church. Se-
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gún supe después, era parte de las asambleas pentecostales de Canadá. Justo antes de abandonar To-
ronto, acudí a un picnic organizado por la iglesia un miércoles por la noche en un parque de la ciudad;
hay 2 cosas que yo recuerdo acerca de esa noche: a Bruce, su esposa, al pastor Vaters y a mí discu-
tiendo acerca de la vida en el Espíritu Santo y también mi interés de que yo realmente quería lo que ellos
tenían.

Así que, en julio de 1966, ya dirigiéndome a San Antonio, lleno de emoción por el entrenamiento, como
voluntario en Extensión y sabiendo yo mismo que el ministerio en el campus era el lugar donde yo estaba
deseoso de servir, también llevé conmigo el libro “Ellos hablan con otras lenguas”. Yo deseaba dárselo a
Steve Clark y a Ralph Martin cuando los encontrara en San Antonio. Yo quería saber acerca de lo que
ellos pensaban de él y me preguntaba qué pensarían ellos de todo esto.

Poco tiempo después, Steve y Ralph llegaron a San Antonio, Michael Fitzgerald y yo nos encontramos
en el dormitorio de Steve en el colegio donde el entrenamiento se iba a llevar a cabo. Teníamos muchas
cosas que compartir y Michael y yo estábamos muy interesados en las experiencias que él y Ralph ha-
bían tenido en el campus en la Universidad Estatal de Michigan en East Lansing. Yo llevé el libro “Ellos
hablan con otras lenguas” a este cuarto.

Steve también tenía un libro para mí y para Michael. Cuando yo le di el libro, él me dio “La Cruz y el
puñal”; al momento nos dimos cuenta que ambos libros eran hechos por el mismo autor. Michael hojeó el
libro “La Cruz y el puñal” y lo llevamos con nosotros a Boulder, Colorado, para finalizar nuestro entrena-
miento como voluntarios.

En Boulder nos profundizamos en el ministerio del campus en el Centro Newman, y el tiempo voló para
nosotros. Llegamos a mediados de abril de 1967. Recibimos una carta de Steve Clark, quien nunca nos
había escrito sin tener una buena razón. Recuerdo la carta, escrita a máquina en una hoja de papel blan-
co, con unas pocas frases; Steve escribió acerca de que él y otras personas habían sido bautizadas en el
Espíritu Santo, y firmaba la carta, ¡Aleluya, Steve!

Michael y yo nos preguntamos, ¿en qué estarán involucrados Steve y Ralph? Pero pensé que ya lo
sabía, semejaban los eventos que se describen en “Ellos hablan con otras lenguas”. Aún así, ambos
estábamos preguntándonos qué sucedería.

Unos pocos días después supe que el Pastor Larry Christerson iba a hablar en un domingo pentecostal
en una iglesia local luterana. Por aquel tiempo me enteré que él estaba adentrado en el Movimiento de
Renovación, el cual se centraba en la experiencia del Bautismo en el Espíritu Santo. Cuando supe que
hablaría en el campus aquella tarde del domingo, inmediatamente resolví que quería escucharlo.

La noche del domingo de Pentecostés, 15 de mayo, llegó rápidamente. Acudí para escuchar a Larry
Christerson. Yo diría que Michael no puedo asistir. Aquella noche, por primera vez, escuché una teología
básica en el Espíritu Santo. Me sonó muy lógica y algo deseable; después de la plática de Larry Christer-
son, permanecí en el lugar para escuchar sus respuestas a las preguntas de la audiencia. Cuando todos
se fueron, nosotros nos quedamos para discutir el Bautismo en el Espíritu Santo. El me preguntó si yo
deseaba que él orara para que yo pudiera recibir el Bautismo en el Espíritu Santo y le dije que sí.

Inmediatamente después de la oración de Larry Christerson, tuve una intensa conciencia de la pre-
sencia de Dios; podría ser descrita como estar cerca de Él, pero también con un sentimiento de delicia,
que fue marcada con una conciencia de un conocimiento personal de Él, un gran poder que proviene de
Él y reverencia para Él. Después de orar por mí, Larry Christerson me preguntó lo que yo había experi-
mentado y le contesté. Entonces me preguntó que si yo deseaba saber cómo orar en lenguas y le dije
que no estaba seguro, así que él sugirió que yo comenzara solamente repitiendo frases que él orara.

Estaba muy autoconsciente para que esto trabajara; Larry entonces sugirió que me fuera a un campo
que estaba adyacente y que orara ahí mismo. Fui hacia fuera todavía presente y consciente de la presen-
cia de Dios y me puse a orar. Era una noche muy clara, las estrellas estaban visibles y bajo su manto era
un lugar perfecto para orar. Un torrente de sonidos, sílabas, palabras que no entendí, pero que sin em-
bargo deseaba decir, surgieron: estuve orando afuera por un tiempo y entonces regresé para ver a Larry
Christerson. Después de algunos consejos y ayuda de Larry, nos despedimos y me fui hacia mi
apartamento.

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En los siguientes días Michael y yo hablamos de lo que había sucedido aquella noche. El supo que yo
había tenido una experiencia con Dios aquella noche. Para mí había sido el convertirse en una continua
conciencia de la presencia de Dios. El me preguntó sí había orado en lenguas y le dije que sí lo había
hecho.

Michael se conmovió profundamente con este tipo de oraciones y el avance en el don de lenguas.
Michael comenzó a orar pidiendo el don de lenguas y un par de semanas después espontáneamente él lo
recibió durante un tiempo de oración que compartía conmigo; Michael entonces compartió su experiencia
con una estudiante, Ardell Bell (Fitzgerald), con la que se casaría al año siguiente. Inmediatamente des-
pués de su conversación, Ardell también recibió el don de lenguas mientras manejaba cuando se dirigía a
sus clases.

Aquellos eventos, junto con la reflexión y la discusión de ellos, convencieron a Michael y a mí, de que
tenemos que hablar con los estudiantes acerca del poder del Espíritu Santo y darles conciencia acerca
del poder de Dios y de los dones de Dios para ellos. Sin embargo, el año escolar estaba cerca de termi-
nar y nos íbamos a dirigir a nuestro entrenamiento en Chicago para el segundo año de trabajo en Boul-
der. Estábamos buscando de primera mano lo que los amigos en Chicago y East Lansing estaban expe-
rimentando y para decirles a ellos acerca de los eventos en Colorado.

Así que el verano de 1967, fue la primera vez en que 2 de nosotros tuvimos la oportunidad de compar-
tir nuestra experiencia con otros católicos, algunos de ellos con una formación considerablemente más
teológica y con la experiencia práctica en el trabajo pastoral, así que nosotros aprendimos mucho de
ellos. Así que fue para septiembre de 1967 que Michael y yo habíamos desarrollado una conciencia de
nuestro trabajo y de las metas que habían cambiado grandemente en sólo 12 meses.

Claro, eso no fue el final, fue solo una parte de una historia muy grande, la historia de los hermanos
católicos a través del mundo; la parte de la historia que yo dejo que otros cuenten.

UNA EXPERIENCIA EN EL ESPÍRITU SANTO


Un testimonio del Dr. Patrick Bourgeois
El doctor Patrick Bourgeois fue uno de los consejeros de la Facultad de Duquesne que recibieron el
Bautismo en el Espíritu Santo en el grupo de oración de la capilla Hills en enero de 1967, que
inmediatamente después fue precedido por el fin de semana en Duquesne. El recibió un título en filosofía
y una licenciatura en religión en el Seminario de Notre Dame en Nueva Orleáns, Louisiana. También
recibió un segundo en teología litúrgica de Notre Dame y un título de Duquesne. El Dr. Bourgeois es
profesor de filosofía de la Universidad de Loyola, en Nueva Orleáns, donde vive con su esposa y 2 hijos.
El fue el instrumento de la Renovación Carismática Católica cuando ésta comenzó en Nueva Orleáns.

Al final de 1966 yo tomé un cursillo. Fue una experiencia enriquecedora de una comunidad cristiana,
pero para mí fue uno de los pasos en un crecimiento mayor. Poco tiempo después de eso, un colega y
amigo cercano, me invitó a que yo leyera 2 libros: “La Cruz y el Puñal”, de David Wilkerson y “Ellos ha-
blan con otras lenguas”, de John Sherrill. Encontré la profundidad de fe expectante y personal expresada
en esos libros de gran interés.

Después que hube terminado de leer los libros, este mismo colega y otro amigo me invitaron a que los
acompañara a una reunión de oración carismática en la casa de la señorita Flo Dodge, en North Hills, en
Pittsburgh. Ellos habían conocido a uno de sus miembros y habían sido invitados para que acudieran. Yo
fui a la primera reunión, a pesar de que tenía un horario muy cerrado como profesor de tiempo completo
de teología y como estudiante de tiempo completo de filosofía, debido a que sentí que de alguna manera
esta sería una ocasión para algo importante y no me lo iba a perder. Recuerdo haber sentido la importan-
cia al haber acompañado a esos 2 colegas. Al acudir a la primera reunión, la encontré muy interesante.
Yo había tenido una mínima experiencia en oraciones espontáneas un poco antes en Notre Dame y que-
dé profundamente impresionado con esta experiencia.

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La primera visita a North Hills, me dejó con la impresión de que aquellas personas habían probado algo
único en la vida cristiana. Era difícil enfocarlo con precisión, no sabía lo que era, pero parecía que tenía
que ver con el libro de David Wilkerson, no recuerdo ninguna cosa espectacular durante la primera
reunión en North Hills, pero recuerdo haber hablado con uno de los colegas en su casa por un par de
horas después y otra ocasión una semana antes de la siguiente reunión. Su experiencia con protestantes
en su juventud se había convertido en un tipo de obstáculo psicológico que no se había superado antes
de que él pudiera regresar al evento de oración la siguiente semana. Debido a que yo tenía bases estric-
tamente católicas, esto no era problema para mí. Una vez que hubimos trabajado sobre sus reservas,
ambos estábamos más receptivos para la reunión que se llevaría a cabo la próxima semana.

El tema principal que se mantuvo en la reunión siguiente a la cual sólo fuimos 2 de 4, fue nuestra peti-
ción para el bautismo en el Espíritu. Los miembros del grupo de oración oraron profundamente sobre
nosotros. Aquella intensa oración hecha por una comunidad fuertemente amistosa, originó una respuesta
íntima muy intensa. El efecto de este acontecimiento, para mí y para mi colega es ahora bien conocido.

El efecto inmediato personal no fue muy notable, pero me di cuenta de que surgió algún tipo de expe-
riencia fijadora de las profundidades de mi ser y que se vio gradualmente durante los siguientes días.
Estaba muy consciente de que sería muy superficial llamarle a esto una experiencia emocional, a menos
de que se quiera dar el significado de emoción espiritual profundamente personal.

Fue una buena experiencia, de una unidad total de las profundidades de mi ser, casi sublime. Supe
que algunos sicólogos naturalistas pudieran tener explicación para esta experiencia, pero también estaba
consciente de que tendrían una gran dificultad en explicar sus orígenes. De cualquier forma, uno de los
resultados fue que si tomaba las Escrituras para leer o comenzaba a orar, era difícil que me detuviera.

Dos reflexiones permanecen aun después de 25 años. Primero, este fue un grupo de oración interde-
nominacional. Cuando un personaje antiintelectual surgió en una de las dos reuniones a las que acudi-
mos, alguien gentil pero firmemente lo hizo callar por impropio. Más aún, uno de los puntos teológicos
que siempre me ha impresionado desde el principio, es la experiencia intensa de la liberación del Espíritu
Santo que ocurre dentro de experiencias vividas de tal forma, que no se limitan a una sola teología. Esto
siempre me ha impresionado y se me parece que es extremadamente importante porque muestra que, en
determinados minutos, la experiencia permite un pluralismo de teologías y en un segundo nivel de refle-
xión. Para mí esto indica que la experiencia equivocadamente dirige a una teología fundamentalista. Uno
puede decir que el nivel de experiencia es preteológica, pero nadie, aun en el nivel básico, preteórico, se
encuentra fuera de las suposiciones teológicas aun cuando ellos están implícitos y subliminales. El hecho
es que la experiencia sucede dentro de suposiciones teológicas diferentes y en un nivel básico y preteo-
lógico.

El segundo punto a indicar del cual hablé arriba, es el rol de este colega que al principio había tenido
muchas dificultades para superar su resistencia emocional que había tenido con no católicos. El obvia-
mente se convirtió en el líder ungido del grupo de católicos de Pittsburgh por medio año hasta que se
tuvo que retirar para continuar con sus estudios. Después del fin de semana en Duquesne, nosotros acu-
dimos a más reuniones de oración en North Hills. Entonces, en respuesta a algunas necesidades obvias,
este colega comenzó a hacer reuniones de oración en su propia casa todos los viernes por la noche, has-
ta que se cambió de ciudad. Su rol en mi vida, en la vida de la comunidad de Duquesne, y en la Renova-
ción Carismática en la tradición católica, fueron de significado muy importante.

Tal vez deba comentar el que yo no fui al fin de semana en Duquesne. Mientras recuerdo haber senti-
do una necesidad para acudir a la reunión en North Hills, mi posición como maestro de tiempo completo,
y como graduado de tiempo completo mientras seguía estudiando, no me daban mucho tiempo libre. No
tuve la oportunidad de tomarme tiempo para acudir al retiro; más aún, no estaba muy relacionado con los
estudiantes de Chi Rho como lo estaban los dos colegas a los que ya me referí previamente. Sin embar-
go, yo me involucré mucho con el grupo después que se comenzó a dar todos los viernes por la noche,
en las reuniones de oración en la casa de mi compañero, que para nosotros se di el lugar de las reunio-
nes que semana a semana se daban en North Hills.

De hecho, mi relación se hizo tal que como estudiante y aspirante escolar me di cuenta de la necesi-
dad de detenerme y de reafirmar mis compromisos y mis prioridades. ¿Debería continuar con mis estu-
dios? ¿Debería seguir con el trabajo del Espíritu Santo, o debería de tratar de unirlos a ambos? Yo no era
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del tipo de los que toman compromisos a la mitad y para mí era imposible continuar becado y estar tan
adentrado. Yo deseaba dejar mis estudios, pero todos los signos y señales parecían indicar que yo los
continuara. Regresé a Nueva Orleáns para estudiar y después tomé un puesto en la Universidad de Lo-
yola, donde me he mantenido. Desde entonces a través de los años; los signos de que yo debería ser un
escolar, han sido ampliamente confirmados.

El Señor ha continuado su trabajo en mi vida y en mi familia. Me puedo alegrar de que escuché su lla-
mado entonces, y me alegro cada día al escuchar su llamado más y más para que continúe con Él en
este trabajo.

VISITADA POR EL ESPÍRITU SANTO


Un testimonio de Eileen Karl
Eileen Karl, hermana del fraile Edward O’Connor, C.S.C., estaba activamente adentrada junto con su
esposo en el Movimiento sobre la Familia Cristiana y en el Cursillo en Pittsburgh, antes de que
comenzara la Renovación Carismática. Ella comparte aquí con la gente de Duquesne, que la originó a
dirigirse hacia el Bautismo en el Espíritu.

Mi esposo y yo conocimos otra pareja en Pittsburgh, a mediados de los años 50, que tuvo un gran
impacto en nuestra vida.

El hombre era profesor de historia en la Universidad de Duquesne y su esposa estaba ocupada aten-
diendo a su familia. Nosotros estábamos involucrados en el MCF (Movimiento Familiar Cristiano). Nuestro
profesor y amigo nos alentó, junto con otras parejas de MCF a que leyéramos los libros de la liturgia.
También nos persuadió a mi esposo y a todos los demás hombres de nuestro grupo para que hicieran el
Cursillo. De este grupo de parejas, junto con otras personas y sacerdotes del área, que hiciéramos pla-
nes para dar cursillos en Pittsburgh.

Yo fui rectora del primer Cursillo para mujeres en Pittsburgh. Recuerdo cómo mi amigo el profesor me
dijo acerca del fin de semana en Duquesne, que simplemente se había llevado una semana antes de
nuestro Cursillo. El y yo estábamos manejando el Cursillo, mientras me describía el fin de semana en
Duquesne. Me dijo que pensaba que yo debería saber todo esto solamente en caso de que sucediera
cualquier cosa en el Cursillo.

Yo me emocioné al escuchar acerca de eso, porque sólo unos meses antes había sido visitada por el
Espíritu Santo. Yo estaba deseosa de platicar con alguien acerca de eso, pero no sabía cómo acercarme.
No estaba absolutamente cierta si él y yo estábamos platicando de la misma cosa, así que le pedí que
orara con imposición de manos sobre mí un tiempo después. Ahí fue cuando yo recibí el don de lenguas.

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Pero la experiencia en el Espíritu, la experiencia emocionante y desbordante en el Espíritu Santo, vino
durante un tiempo de oración establecido de media hora, que yo tuve cuando mis hijos estaban en la
escuela.

Yo asocio esta gracia del Espíritu Santo, con nuestro profesor y amigo de Duquesne, porque él de
alguna manera nos inspiró a todos en el grupo. Fue su inspiración, la inspiración de los libros y de la gen-
te que nos dirigió, la que me causó que hiciera las cosas que hice, las cosas que me prepararon para
recibir al Espíritu Santo. Estoy enormemente agradecida e él como lo deben estar agradecidas las demás
personas de Pittsburgh y de South Bend.

Frecuentemente, los domingos por la mañana, nuestros amigos de Duquesne se sentaban enfrente de
nosotros en la iglesia. Al ver la parte trasera de sus cabezas, oraba varias veces y por domingos conse-
cutivos para que mi amigo recibiera y se llenara con el Espíritu Santo. En nuestros grupos de discusión
su deseo por el Espíritu era aparente. También esperé que todo esto fuera visible y que lo viera la comu-
nidad completa de la iglesia, como si fueran lenguas de fuego. Yo estuve enormemente feliz de escuchar
la gran belleza que significa el Bautismo en el Espíritu, especialmente porque esto también se desbordó a
otras muchas vidas.

Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu


Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho.

(Jn 14,25-26)

MI TODO EN TODO
Un testimonio de Christine Heller Rossmiller
Christine Heller Rossmiller fue estudiante de la Universidad de Duquesne y miembro de Chi Rho. Ella
recibió el Bautismo en el Espíritu Santo un día después del fin de semana en Duquesne y fue parte de los
comienzos de la Renovación Carismática Católica en el campus. Ella está casada con John Rossmiller y
es la madre de nueve hijos.

“Lejos de Mí, ustedes no pueden hacer nada” Jn 15,5. Esa es la línea importante. Me ha tomado mu-
cho tiempo aprender esto. Como muchos jóvenes católicos hace 30 años, yo recibí los sacramentos y
traté de amar a Dios. Había una reverencia por el Padre Dios y por la tendencia y el amor en Jesucristo.
El Espíritu Santo era para mí una persona desconocida de la Santísima Trinidad.

Yo estaba tratando de seguir al Señor en mi vida.

Durante la preparatoria creció mi deseo por seguir a Cristo. Dios es bueno para mí; sin embargo,
durante mi primer año sufrí un trauma que me dejó un desgarre físico y emocional y un miedo descono-
cido. Cuando yo comencé mis estudios en la Universidad de Duquesne, estaba estudiando periodismo; al
pasar el tiempo me interesé bastante en el profesorado de Montessori y pude haber cambiado mis estu-
dios si hubiera permanecido hasta la graduación.

Mientras estaba en Duquesne fui a misa varias veces a la semana, pero en realidad no había llevado
una vida personal de oración. Durante mi segundo año en Duquesne, me uní a la Asociación Chi Rho.
Todavía era nueva en ese tiempo cuando se dio el fin de semana en Duquesne en febrero de 1967. No
acudí al retiro, pero escuché todo lo que había pasado en él cuando mis amigos de Chi Rho regresaron.

El lunes, después del retiro, el 20 de febrero, Patti Gallagher, me dijo acerca de los dones que el Espí-
ritu Santo había derramado sobre el grupo en el curso durante el fin de semana. Patti y yo estábamos
platicando en una pequeña cocina, al lado del cuarto de recreación del dormitorio de San Ann. Ella co-

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menzó a explicar un poco acerca de la oración para pedir llenarse del Espíritu Santo y cómo utilizar el
don de lenguas. Ella me impuso las manos y el Espíritu Santo me dio la gracia de su paz, de su dicha y
un sentido creciente de la presencia de Dios y un amor personal de Él para mí —el mismo amor que Él
desea manifestar para todos sus hijos—. Yo recibí el don de lenguas ahí mismo en la cocina. Patti toda-
vía no había orado en lenguas.

Hubo cambios notables en los miembros de Chi Rho que fueron bautizados en el Espíritu Santo. ¡Ellos
estaban FELICES! Parecía que compartían un secreto, una dicha, sonrisas. Una de las chicas se refería
a nosotros como los “O.G.Ch.” o “La Orden de los Gestos Chistosos” porque todos nosotros resplande-
cíamos en un tipo de felicidad. Nosotros disfrutábamos el estar vivos, el leer la Biblia, el amar a Dios. Lo
que quiero decir es que ¡NOSOTROS DISFRUTÁBAMOS EL AMAR A DIOS! Qué maravilla para lo que
fuimos creados.

Si mi memoria funciona correctamente, creo que nos aconsejaron algunos clérigos que no comentára-
mos acerca de nuestra experiencia. Tengo la impresión de que los padres del Espíritu Santo en Duques-
ne no querían abrazar este trabajo desbordante de Dios. También unos miembros de Chi Rho que no
habían sido tocados personalmente por la gracia desbordante del Espíritu Santo; sin embargo siendo yo
una nueva en el grupo, no me di muy bien cuenta de lo que estaba sucediendo.

Después del fin de semana en Duquesne yo abandoné el colegio; mi relación con John Rossmiller se
estaba haciendo más seria y estábamos pensando en casarnos. John se graduaría en diciembre y yo
estaba buscando trabajo. En el tiempo que siguió al fin de semana en Duquesne, yo me interesé en las
Escrituras. De hecho yo leí la Biblia mucho y realmente la disfruté. La oración ya no era un esfuerzo para
mí, venía fácil, natural y regularmente, como el respirar.

Una vez que un amigo me dio buenas noticias, yo comencé a orar en lenguas. De otra forma, el don de
lenguas era más controlable. Nosotros no nos preocupábamos acerca del discernimiento de los dones.
Todo parecía una nueva y buena aventura con Dios y confiábamos en Él. Las reuniones de oración eran
una buena ocasión para usar los dones del Espíritu Santo. La misa se convirtió más significativa para mí
al escuchar las oraciones de la liturgia y al entender de una manera más precisa el significado del Sacri-
ficio de Jesús en el Altar.

Después de pasar varias semanas con el Rev. Harald Bredesen en Monte Vernon, Nueva York. John y
yo nos casamos en agosto de 1967. vivimos en Pittsburgh hasta junio siguiente. En ese tiempo nos cam-
biamos a Canonsburg, donde estuvimos 6 años y donde hicimos el Cursillo y enseñamos catecismo. Yo
ocasionalmente cubría reuniones de oración católica carismática, usualmente dándole de comer a mi be-
bé, que estaba recién nacido. Ahora tenemos 9 hijos, así que normalmente siempre ha habido un bebé a
mi lado.

Posteriormente regresamos a Pittsburgh y formamos una comunidad con otras parejas, y con gente
soltera que estaba relacionada con la Renovación Carismática Católica. La comunidad posteriormente se
desbandó y terminaron las reuniones de oración.

Ahora volvimos a vivir en Canonsburg, donde ambos, John y yo somos activos en nuestra parroquia.
Yo soy ministro eucarístico y John ha enseñado catecismo y da predicaciones. Mucha de mi energía per-
sonal está dedicada a trabajar en una granja ovejera y a seguir criando a mi gran familia, que también es
un gran reto y una gran bendición para nosotros.

El Señor me ha enseñado, al criar a nuestros hijos, en la preciosidad de los pequeños que son tan vul-
nerables, me ha enseñado a conocer a los jóvenes mientras ellos buscan el significado a sus vidas, eva-
luando el mundo donde viven y ponderando cómo pueden ellos hacer una diferencia. Ellos son agrada-
bles y están llenos de humor, aun cuando me exasperan con sus cuartos todos revueltos. Tengo una pro-
funda satisfacción al saber que mis hijos están tomando un lugar en el mundo como cristianos —¡mejor
de lo yo soy! Nosotros podemos ayunar y orar por nuestras familias pidiendo la sanación y la guía. Algu-
nas veces Él responde dramáticamente para enseñar Él mismo su persona a ellos.

Siempre va a haber pruebas y problemas en la vida. Los niños pueden a veces romperte el corazón.
Pero la paz de Dios no depende en qué día haya tenido lugar. Cuando estoy en Misa, estoy orando. Todo
viene en perspectiva, la eterna perspectiva.

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Algunas veces yo miro al Tabernáculo y oro en silencio con cada una de las fibras de mi ser, “Eres Tú,
Eres Tú, Tú Eres mi Todo en Todo”.

Si yo pudiera establecer todos los cambios que ha habido en mi vida debido al Bautismo en el Espíritu
Santo, yo diría esto: Dios me ha enseñado a depender de Él, no en mis propias fuerzas que no me pue-
den ayudar de cualquier forma. Pero Él si me ha ayudado, Él realmente es el guerrero, nuestra Provisión,
nuestro Camino, y lo Único que vale la pena. El dinero, el talento, las capacidades, el status y aun el tra-
bajo difícil no pueden satisfacer el alma con ese sentimiento profundo y con esa paz perdurable que una
relación personal con Nuestro Padre puede darnos. Todo eso termina pronto de cualquier forma.

El Bautismo en el Espíritu Santo es la liberación del poder, no solamente la dicha y la paz en el amor
de Dios. Es Poder Real, es el Poder que nos dirige fuera de la oscuridad de nuestras vidas y que nos
reemplaza con la Luz Gloriosa de Dios, que es perdurable y es verdadera. Jesús es mi más profundo y
más amado Amigo. Muchas, muchas veces Él me ha consolado. Él siempre se encuentra a mi lado, a
pesar de que a veces lo he abandonado. Él no es un débil o poderoso amigo. A su vez, como nosotros
decimos al orar, “Él es el Hijo del más Alto, del Altísimo, es Hijo también de la Virgen Pura”, Él guía y
orienta, Él quita (o al menos eso pensamos en ese tiempo) y da vida.

Él es más que uno mismo, es una paradoja, un misterio para mí al estudiar la Cruz. Él es un bello reto.
Él es una bella invitación al cambio. Él me ha sanado de la oscuridad de mi vida. En algún tiempo en los
últimos 6 años Él sacó la espina de mi lado. Él me ha liberado del miedo que sentía después de todo este
tiempo.

¿Qué puedo decir después de 25 años del fin de semana en Duquesne? Cualquiera que sea el costo
de venir a conocer a Jesús más profundamente, Él vale la pena. Él no quiere un sacrificio de una sola
vez. ¡Él quiere todo! Cada día es un llamado profundo, que invita a un rendimiento más total. Él nos ense-
ña cómo hacer ese rendimiento, y Él nunca nos abandonará.
GRACIA PRÓDIGA
Un testimonio de Irene Primeau
Irene Primeau se graduó en la Universidad de Duquesne en 1968 con un título en filosofía. Ella fue
miembro de Chi Rho y recibió el Bautismo en el Espíritu Santo después del fin de semana en Duquesne.
Irene vive en Bristol, Rhode Island. Ella ha servido en la Renovación Carismática en una gran variedad
de actividades a través de los años. Su apostolado principal es a través de la educación.

De niña yo tuve experiencia del amor de Dios. En tercero o cuarto grado, me di cuenta que yo era una
niña de Dios, que fue un maravilloso descubrimiento. Iba a misa diariamente con mi madre mientras estu-
ve en la escuela primaria aun durante el verano. Después de la escuela visitaba la iglesia simplemente
para platicar con Dios. Al dejar la iglesia, todavía estaba consciente de la presencia de Dios. Sabía que Él
siempre estaba conmigo. Como resultado de todo esto, tuve la atracción tremenda de todo lo que era
bueno.

Cuando estaba en séptimo grado, tuve una experiencia en la que escuché que el Señor me habló.
Esta fue la única vez durante mi niñez que recuerdo haber escuchado al Señor en una forma específica.
Una de las hermanas de la escuela me acusó de haber robado, y yo era inocente. Me sentía muy indig-
nada y apenada debido a que ella me acusó enfrente de todos los compañeros de clase. Estaba muy
preocupada acerca de esto. Después de clases fui corriendo a la iglesia, como siempre y le dije al Señor
lo que esta monja había hecho, la persona terrible que era ella y cómo había roto todos sus compromisos
y mandatos. Además de eso ella era de Dios. Nunca olvidaré lo que sentí. Dios me dijo: “¿Te dejaría que
pasaras por algo que no pudieras manejar?”. Me sentí muy impresionada por eso, nunca lo olvidaré.
Estas palabras las recuerdo toda mi vida. El Señor siempre nos sostiene, no importa lo que tengamos
que enfrentar.

En noveno grado, estuve consciente que el Señor me estaba llamando más profundamente hacia Él.
Pero como muchos chicos católicos, yo tenía miedo de que Él quisiera que fuera una monja, así que co-
mencé a alejarme. Aun así seguía asistiendo diariamente a Misa pero emocionalmente comencé a sepa-
rarme del Señor. Primeramente comencé a pedir y a clamar una cosa sobre la otra, como si fuera una
niña. Decía “Esto es mío. Aquello es mío”. Y así continué, lo que empezó como una brecha entre el Señor

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y yo, creció para hacerse como un gran abismo. Así que la presencia que tuve alguna vez con el Señor,
gradualmente desapareció.

Después de 2 años en el colegio de María, me cambié a Duquesne para estudiar una carrera en filoso-
fía con título en teología. No estaba muy activa mi relación con el Señor, pero seguía asistiendo a Misa
diario. Fui miembro de Chi Rho durante mis primeros años de estudio y también durante los últimos años
antes de graduarme. Debido a que acababa de tener un retiro, no acudí al fin de semana en Duquesne.
Cuando escuché los testimonios de la gente que fue bautizada en el Espíritu, me di cuenta que ellos
estaban hablando de un tipo de relación con Dios como la que yo había tenido de niña.

Patti Gallagher y algunos de los otros miembros de Chi Rho compartieron conmigo lo que había suce-
dido el fin de semana en Duquesne. Decidí renovar mi Confirmación. Cuando volví a comprometerme con
el Señor, la intimidad con Él de mi niñez regresó y pronto me volví de nuevo a Él y comencé a experimen-
tar su presencia conmigo otra vez.

Después que fui bautizada en el Espíritu, tuve muchas experiencias del amor de Dios. Una experiencia
que recuerdo es cuando estaba abriendo el buzón de mi casa. En el interfón se escuchaba la canción
“Cherish”, que significa acariciar. Escuché que el Señor me decía, “Yo te acaricio”. Tal vez parezca poca
cosa, pero es una palabra que nunca olvidaré. Yo sabía que era preciosa para el Señor.

Durante el año que tomé el curso de teología en ortodoxia, fue otra experiencia del amor de Dios que
vino a mi vida. Al asistir a este curso, sentí como que Dios me estaba dando de comer. La bella teología
en el Espíritu Santo que se presentó ahí ayudó a que mi nueva vida se incitara dentro de Él. Fue una
experiencia memorable.

Hubo cambios memorables en mi vida después del bautismo en el Espíritu Santo, mi oración se pro-
fundizó, redescubrí una intimidad con Jesús y me hice consciente del hecho de que es a través de la gra-
cia del Espíritu Santo de que podía relacionarme con Jesús de esta manera. Utilicé las Escrituras mucho
más que antes y ahora la Misa es una experiencia llena de riquezas. Un grupo de nosotros se reunía no-
che a noche en el dormitorio de San Ann para orar el Divino Bautismo y para ayudarse unos a otros. Y a
pesar de que no recibí ningún don carismático como el don de lenguas hasta tiempo después, el Bautis-
mo en el Espíritu Santo definitivamente revitalizó mi relación con Dios.

Acudí a la reunión de oración carismática semanal que se celebró después del fin de semana. Pero no
se nos permitió permanecer en el campus por mucho tiempo. Recuerdo que varios miembros de la Fa-
cultad, algunos del Departamento de filosofía, habían tenido problemas con la dimensión carismática
sobre Chi Rho. Y había tantas cosas que hacer en esta experiencia en el Bautismo en el Espíritu Santo.
Como una organización Chi Rho se dividió en dos. Recuerdo que recibíamos críticas y que había ciertas
hostilidades en contra de nosotros. Nuestras reuniones de oración se tenían que celebrar en el aparta-
mento de alguien.

Estoy muy agradecida por el tiempo que pasé en Duquesne. Ni siquiera puedo decir todas las gracias
que Dios me ha prodigado. Tuve la gran experiencia del amor de Dios. Era como si yo fuera un recipiente
vacío y Él me llenara. Mi recuerdo principal es el derramamiento pródigo de la gracia de Dios, que no fue
simplemente una experiencia ocasional de su amor. Pero que día a día, semana a semana, mes a mes.
Él estaba enseñándome a través de su amor.

No tuve planes especiales después de mi graduación. Le escribí al fraile John Randall, un sacerdote
que conocía de Providence, Rhode Island, y le comenté acerca de lo que nos había sucedido en Duques-
ne. El padre Randall me contestó comentándonos acerca del libro de David Wilkerson, “La Cruz y el Pu-
ñal”. El también había sido dirigido a la dimensión carismática. Después que abandoné Duquesne, traba-
jé durante el verano en el apostolado laico en la ciudad interna de Providence. En otoño de 1968, comen-
cé a enseñar en una escuela pública durante un año. Entonces, un grupo de nosotros que fuimos Bauti-
zados en el Espíritu nos cambiamos a Federal Hill para trabajar de tiempo completo en la Renovación
Carismática. Continúe involucrada por muchos años en la escuela de San Patrick como maestra. Mi tra-
bajo principal ha sido en el campo de la educación y ha desarrollado algunos materiales concernientes a
los medios y a los niños. Actualmente aún continúo enseñando.

Si tuviera que identificar el beneficio del Bautismo en el Espíritu Santo después de 25 años, yo diría
que este me ha traído a un compromiso adulto de mi vida con Jesús. Él me ha prodigado su gracia. Para
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conocer al Señor, para tener un sentimiento de intimidad con Él. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que
es un don extraordinario. Estoy muy agradecida por toda la gracia de Dios que se me ha dado a través de
mi vida. Nunca olvidaré todo lo que Jesús hizo por mí en Duquesne. Y nunca podré darle gracias sufi-
cientes por todo lo que ha hecho Él por mi desde entonces. Aun a través de retos y dificultades, el Señor
me ha sostenido. Él siempre ha sido fiel.

ORACIÓN DE SAN AGUSTÍN AL


ESPÍRITU SANTO

Respira en mí, oh Espíritu Santo,


Para que mis pensamientos sean
santos;
Actúa en mí, oh Espíritu Santo,
Para que mi trabajo también sea santo;
Guía mi corazón, oh Espíritu Santo,
Para que yo ame todo lo que sea santo;
Dame fuerzas, oh Espíritu Santo,
Para defender todo lo que sea santo;
Guárdame entonces, oh Espíritu Santo,
Para que yo siempre sea un santo.

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Rey celestial, Confortador, Espíritu de verdad,


Que estás en todos lados presente y llenas todas las
cosas,
Tesoro de bendiciones y dador de vida,
ven y habita entre nosotros, límpianos de toda
mancha,
y salva nuestras almas, oh Señor lleno de gracia.

Liturgia Bizantina

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VEN ESPÍRITU SANTO

Ven, Espíritu Santo, oh Creador,


Y en nuestros corazones descansa.
Ven oh gracia y ayuda celestial
A llenar los corazones de los que has
hecho
A llenar los corazones de los que has
hecho.

Oh Confortador, a Ti pedimos,
Tú don celestial de Dios el más alto
Tu fuente de vida y fuego de amor
Y dulce unción del cielo
Y dulce unción del cielo.

Alabado seas Padre, e Hijo


Y Espíritu Santo, que son uno
Y que Tu Hijo sobre nosotros derrame
Los dones que fluyen del Espíritu
Los dones que fluyen del Espíritu.

AGUA VIVIENTE
Un testimonio del Fraile Jim Spontak
El fraile Jim Spontak se graduó en la Universidad de Duquesne en 1971 con un título en teología. Se
ordenó como Sacerdote en la Iglesia Católica Bizantina en 1975 y obtuvo el título en teología bíblica en
1984 del Angélico en Roma. El fraile Spontak es capellán de San Basil el Grande en Uniontown,
Pennsylvania, y enseña las Escrituras en el Seminario de San Cyril y en el Seminario Metodista Bizantino
Católico en Pittsburgh.

“Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes y siempre que rezo por todos ustedes lo
hago con alegría, no puedo olvidar la cooperación que me han prestado en el servicio del Evangelio des-
de el primer día hasta ahora” Fil 1,3.

Yo ofrezco esta oración de vida ante la gente que formó la Sociedad de Chi Rho, realmente fueron
socios y compañeros en la palabra de Dios que vino hacia mí y continúo agradecido a ellos. Cuando lle-
gué a Duquesne en septiembre de 1967, fue un tiempo excitante en mi vida; tuve contacto con el equipo
de ministerio del campus y acudí a las liturgias en el mismo. Estaba descubriendo mi vocación al sacer-
docio así que estaba muy interesado en involucrarme en los programas patrocinados por el ministerio del
campus. Supe de un fin de semana en Antioch que se iba a dar del 1 al 3 de diciembre de 1967. Hasta la
fecha todavía tengo notas de las predicaciones que escuché aquel fin de semana. De hecho, el fin de
semana en Antioch fue un momento importante en mi vida. Me permitió encontrar al Señor de una mane-
ra que fue básica en toda mi experiencia cristiana.

La gente que formó parte del equipo que dio el fin de semana en Antioch fueron gente que había acu-
dido al fin de semana en Duquesne en febrero de 1967. Debido a eso siento que los participantes de
nuestro fin de semana en Antioch estaban sólo a un paso del fin de semana inicial. Todos los miembros
del equipo mostraban evidencia de que ellos habían tenido una profunda experiencia con el Señor. Y
aunque ellos no hablaron acerca de ello específicamente, fue evidente de que había una gracia especial
en todos ellos que compartían. Después comencé a saber más acerca de eso.

El fin de semana en Antioch incluía en su equipo a Pat Bourgeois, Marybeth Mutmansky, Jerry Cafardi,
David Mangan, Patti Gallagher, Tom Verner, Karin Sefcik y a nuestro capellán del campus.

Ese fin de semana tuvo una intensidad tal en la que Jesús se hizo muy personal para mí. En algunas
ocasiones la palabra de Dios fue tangible, concreta y personal, como nunca antes se había igualado en

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mi vida. Fue un momento único de gracia. Cada una de las pláticas tuvo un impacto en mí. Pat Bour-
geois, uno de los instructores de Duquesne, llevó una presentación que contuvo ideas básicas que forma-
ron elementos importantes del fin de semana en Antioch tuvieron que ser afinadas, balanceadas y clarifi-
cadas, pero todavía me ayudaron para responder al llamado de Dios.

Otra predicación que dio Marybeth Mutmansky, fue más significativa para mí, me dejó la impresión de
estar frente con el Señor de una manera sorprendente, santa, dichosa y también que me asustó; todo al
mismo tiempo.

La plática que dio Patti Gallagher también me ayudó a ponerme en la presencia del Señor.

Ella contó la historia de una familia que iba a tomar un viaje en un crucero; ellos no se dieron cuenta
que las comidas estaban incluidas en el precio del viaje, así que llevaron sus propios sandwiches. Perma-
necieron en la cabina comiendo sandwiches, sin darse cuenta que había un maravilloso banquete al que
pudieron asistir ellos cada día. Diariamente trataban de estar contentos con su comida hasta que uno de
los niños se dio cuenta del banquete; les dijo “Vamos arriba y comamos. Después de todo nosotros tene-
mos derecho a esta comida”. Usualmente utilizó esta historia para ilustrar cómo andamos por ahí dando
vueltas con nuestras propias provisiones, cuando Dios nos ha dado provisiones más generosas. Hay una
profundidad de vida en el Espíritu, que Él hace disponible para nosotros que ya ha sido comparada, que
nos está esperando, pero debido a que no nos damos cuenta nos privamos de ella. Esto simplemente
explica cómo lo del fin de semana en Antioch ha permanecido en todos estos años.

Más importante que cualquier idea que obtuve de las pláticas, fue la experiencia de estar frente a fren-
te con el Señor. La culminación de todo fue la noche de sábado, cuando tuve un sentimiento profundo y
una necesidad de orar en la capilla con intensidad, con atención y conciencia, que fue muy profunda. Mu-
chos del equipo se mantuvieron ahí orando, hasta las primeras horas de la mañana. Recuerdo un senti-
miento sorprendente acerca del deseo de ofrecerme a mí mismo al Señor, que fue lo que hice. Me volví
hacia el Salmo 37 y a las palabras que surgieron en mí. El Salmo se ha convertido en la piedra angular
de mi espiritualidad... una explosión de mi propio sentimiento de seguir a Cristo. “Confía en el Señor y
haz bien para que tú puedas hablar en la tierra y disfrutar de seguridad. Deléitate en el Señor y Él te dará
los deseos de tu corazón... Espera al Señor y mantente en su camino...” Sal 37,3-4.

Después del fin de semana en Antioch, comencé a asistir a las reuniones de oración en un tiempo
regular y me hice más consciente del Bautismo en el Espíritu Santo, fue una experiencia envolvente en
mi vida... un tiempo de una nueva dicha y un entusiasmo por Cristo, por la oración y por las Escrituras.
También fue un tiempo de una lucha fuera de lo común, me estaba haciendo más consciente de la pre-
sencia del Señor en mi vida y las reuniones de oración me ayudaron a aprender acerca de la experiencia
del Bautismo en el Espíritu.

Al ver hacia atrás, me hubiera gustado una ayuda para balancear todos los elementos en mi vida.
Necesitaba dirección y guía que me ayudara a mantener una perspectiva que no podía tener por mí
mismo.

Continué asistiendo a las reuniones de oración hasta el otoño de 1968, pero me mantuve en contacto
con la gente en el grupo de oración. Al pasar el tiempo, la experiencia del Bautismo también comenzó a
crecer en mi vida. Comencé a descubrir que había algo muy importante en mis propias bases como cató-
lico que creció en una iglesia bizantina.

Esta fue una parte muy importante de mi espiritualidad y de toda mi experiencia en la iglesia y en el
culto. Muchos de mis últimos años en el colegio los pasé tratando de mantener contacto con eso, y de
integrar mejor lo que había experimentado en el fin de semana en Antioch y en el grupo de oración caris-
mático. No fue una integración fácil de hacer. De alguna manera, hacer esa integración ha sido un proce-
so que se ha dado a través de los años.

Me gustaría cerrar haciendo uso de unas de las palabras que se leen en la Iglesia Bizantina el cuarto
domingo después de Pascua. Es la palabra de la mujer samaritana. La veo como una historia maravillosa
de evangelización. También encuentro en ella algo que me ayuda a identificar y a expresar la experiencia
de aquel retiro, de las reuniones de oración y de todas las experiencias de aquel primer año en
Duquesne.

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Jesús habló acerca del culto al Padre en Espíritu y Verdad y que el Padre busca a tales gentes para
que le rindan culto. La experiencia que tuve con los participantes del fin de semana en Duquesne me
ayudó a saber lo que significaba tener culto al Padre en Espíritu y en Verdad. La historia de la mujer
samaritana es una historia de evangelización, de compartir la Palabra. Veo dos escenas paralelas. A los
discípulos, ir al pueblo y regresar a Jesús con comida, con provisiones, con alimentos. Aun cuando Jesús
intenta decirles a ellos que hay algo más, ellos se mantienen preocupados por el pan. Paralelo a eso, veo
a la mujer samaritana ir al pueblo y regresar a Jesús con discípulos... hombres y mujeres que han venido
a conocerlo y a comprenderlo. Entonces esos nuevos discípulos continúan en su propio trabajo para
encontrar acerca de algo más... la nueva vida que Jesús trae.

Esas dos imágenes contrastantes ayudan al evangelista a decir algo acerca de la Iglesia.

Tal vez haya deseado recordar a la gente que está por internarse en las obras de la Iglesia, que algu-
nas veces falla para apreciar lo que realmente Jesús desea. Algunas veces la gente que menos espera
uno en respuesta a Jesús descubre lo que Él realmente desea. Esta clase de contrastes tal vez haya sido
un recordatorio de mucha ayuda para la Iglesia de hoy en día. Es una ayuda para nosotros también en la
actualidad. Nosotros que estamos por trabajar en la Iglesia, nos mantenemos preocupados e insensibles
a lo que Jesús realmente busca.

Tal vez el trabajo del Espíritu en el fin de semana en Duquesne, y en la Renovación Carismática que
resultó del mismo, fue incrementar una conciencia del hambre y de la sed de Jesús. Es de una manera
muy sencilla, el trabajo de evangelización, el trabajo de compartir fe, de dirigir a la gente a que venga y
escuche la experiencia de la palabra de Dios de una manera más personal y más llena.

Es el trabajo de ayudar a la gente a que aprenda a tenerle culto al Padre en Espíritu y en Verdad y
beber de la fuente de agua viva... la vida que Jesús vino a compartir con nosotros.

Ofrezco mi propia oración y doy gracias por el trabajo de la gracia de Dios y por el derramamiento del
Espíritu en mi vida a través de las oraciones del grupo de Duquesne. Cierro con esta oración de una carta
a los Efesios que ofrezco para todos aquellos que fueron parte de mi vida en Duquesne, y para todos
aquellos que lean este trabajo:

Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia
en el cielo y la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que
seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo
habite por la fe en vuestros corazo-nes, para que, arraigados y cimentados en el
amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud,
la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios.

A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente
mejor de lo que podamos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en
nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y
todos los tiempos. Amén.

(Ef 3,14-21).

Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, tú le


habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva.

(Jn 4,10)

94
EL UMBRAL
Un testimonio de Jack Flanagan
Jack Flanagan se graduó en la Universidad de Duquesne en 1969 con un título de sicología. El participó
en la primera reunión carismática de oración en Pittsburgh en 1967. Jack tiene una licenciatura en la
Universidad del este de Michigan y trabaja para la compañía AT&T en ventas. El y su esposa Terry viven
en Ypsilantis, Michigan, con sus 6 hijos y son miembros de la comunidad La Palabra de Dios.

Vine a la Universidad de Duquesne mi primer año en el otoño de 1967. Había pasado 2 años en el
seminario, y aunque había dejado de estudiar para el sacerdocio, no dejé de desear a Dios. Hice un pac-
to con el Señor de que trataría de asistir a la liturgia en el campus tan frecuentemente como pudiera. Fue
en aquellas celebraciones de la Eucaristía por la tarde en que conocí a alguna gente de Chi Rho que tuvo
mucho impacto en mi vida.

A pesar de que nunca había sido un miembro de Chi Rho, me impresionaron aquellos miembros que
estuvieron en el fin de semana en Duquesne. En diciembre de 1967 la oficina del capellán estaba siendo
responsable del fin de semana en Antioch, a uno de los varios retiros que fueron programados para el
año escolar. Sentí que fue significante, que mi fin de semana en particular en Antioch se llevara a cabo
durante el fin de semana en que se celebraba el Primer Domingo de Adviento. En el año de la Iglesia, el
Adviento es una época en la que se prepara la venida del Señor Jesús. El fin de semana en Antioch para
mí ciertamente, era —una experiencia de adviento— un tiempo en que el Señor Jesús y el Espíritu Santo
vinieron a mí en una forma personal.

El equipo que daba el fin de semana en Antioch estaba formado por la gente del equipo del capellán,
también por gente del equipo de Chi Rho que habían estado bautizados en el Espíritu Santo. Conocía a
algunos de los jóvenes, hombres y mujeres que estaban bautizados en el Espíritu del campus. El sábado
por la noche del fin de semana en Antioch, estaba en la capilla orando, cuando comencé a temblar. Lue-
go comencé a llorar. Yo no supe lo que me estaba sucediendo. Me pregunté si yo estaba experimentando
lo que la gente había encontrado el fin de semana en Duquesne en febrero de 1967.

Al escuchar la predicación aquel fin de semana y conversar con los miembros del equipo que estaban
bautizados en el Espíritu, varias cosas me impresionaron. Para mí era muy claro el escuchar a gente co-
mo Marybeth Mutmansky, David Mangan y Patti Gallagher, que Dios no era una conclusión ni una deduc-
ción para ellos; Él era una persona. Dios era real. Él no era algo surgido de su razonamiento. Él era al-
guien, cercano, que se estaba revelando a Sí mismo. Y a pesar de que yo había estado en el seminario
por 2 años con otros jóvenes que seriamente estaban buscando el sacerdocio, no había experimentado
aquel nivel de encuentro personal con Dios anteriormente. Estaba consciente aquel fin de semana que

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proclamaban a Dios como una persona viva y presente. Ellos hablaban de Él, como si actualmente lo
conocieran.

En segundo lugar, pude ver que para ellos Dios no solamente era una persona viva y presente. Él
estaba activo. La gente del fin de semana en Duquesne esperaba que Dios actuara. Que Él hablara a
través de las Escrituras. Ahora, yo siempre había esperado que fuera de esa manera y tenía algún tipo de
expectativa, pero esto no iba de acuerdo con el grado de expectación que había en este grupo.

Estaba esperando que las Escrituras tomaran vida. Que Dios nos diera ideas, sabiduría, claridad y guía
a través de su palabra. Leemos que “la Palabra de Dios está viva y activa y que es más filosa que
cualquier espada de doble filo” (Heb 4,12). Comencé a experimentar qué tan viva y poderosa puede ser
su palabra.

Recuerdo que un semana antes del fin de semana en Antioch, Patti Gallagher vino hacia mí y me pre-
guntó, “Jack, ¿has leído alguna vez 1ª. de Corintios 12?” De hecho, yo había abierto mi Biblia esa misma
mañana y la había abierto en ese mismo pasaje de Corintios 12, ¡que habla de los dones del Espíritu
Santo! “Oh”, dijo ella, “yo pensé que el Señor te iba a dar esa lectura”.

Y a pesar de que había estudiado las Escrituras en el seminario, había sido más del tipo de un ejerci-
cio académico. Me encontré a mí mismo deseando que Dios se revelara de una forma a través de su
palabra. Un día oré, Señor háblame tal y como hablas con Patti. Abrí la Biblia al azar y surgió este verso
de Salmos 145,18, “El Señor está cerca de todos aquellos que lo llaman, a todos aquellos que lo llaman
en verdad”. Así que comencé a responder a aquella palabra diciendo, “Gracias Señor. Yo llamo en Tu
nombre. En verdad yo llamo en Tu nombre. Sé que Tú estás cerca de mí, tal y como lo dice tu Palabra.
En oración recurrí a la revelación que había recibido de la Palabra de Dios. Y al hacerlo, mi relación con
Él creció.

Recuerdo que otra vez hice al Señor una pregunta en oración. Le dije, “Señor, ¿por qué vienes Tú?”.
De nuevo abrí las Escrituras al azar y leí Juan 10,10. “Yo vengo para que todos tengan vida, y la tengan
en abundancia”. De nuevo Dios me estaba hablando directamente —personalmente— revelándose Él
mismo al tratar de alcanzarlo.

Esta expectación de que Dios me hablara a través de su Palabra fue muy evidente en las reuniones
carismáticas de oración a las que comencé a acudir después del fin de semana en Antioch. La gente
llevaba sus Biblias esperando usarlas, y Dios habló.

Una tercera cosa que me impresionó acerca de los tipos del fin de semana en Duquesne fue que pude
ver evidencias del llamado de Dios. Ellos creían que Dios tenía planes para nuestra vida, de que Él revela
sus planes mientras nosotros lo buscamos, y de que podemos seguir adelante, en respuesta a la volun-
tad de Dios. Algunos de aquellos jóvenes y mujeres habían estado viviendo en Monte Vernon, Nueva
York, el verano anterior. Escuché testimonios acerca de la guía y la provisión de Dios para ellos cuando
estaban allí. Estaba claro que el Señor estaba haciendo un trabajo poderoso derramando su Espíritu en
la Iglesia. Sentí un deseo profundo de ser una parte de todas esas obras al escuchar sus testimonios.

Una cuarta cosa que me impresionó acerca de mis amigos, fue su dicha. Conociendo a Dios, respon-
diendo al llamado de Dios, era una experiencia llena de dicha. En las reuniones de oración, en los cantos,
en la oración y en el culto, había un sentimiento de emoción. Como estudiantes de colegio, podíamos es-
tar haciendo una gran variedad de cosas con nuestro tiempo; obviamente había una gran variedad de
actividades en el campus, incluyendo vida en fraternidad y paseos. Pero estar en la presencia del Señor
nos trajo tanta dicha y vida que fue lo que nosotros escogimos.

La quinta cosa que me enseñó aquel grupo del fin de semana en Duquesne fue la importancia y el
lugar de la comunidad. Pude ver en aquellas primeras reuniones de oración que existía un espíritu de
hermandad y amor. No me di cuenta de que existiera ningún tipo de ambición o rivalidad. Eramos un gru-
po de cristianos que tenían una experiencia mutua en el Señor, cada uno contribuyendo con su don para
el bien común. Después como mi apartamento se utilizó para las reuniones de oración, un deseo real de
comunidad nació en mí como resultado de aquellas experiencias. En los años que siguieron, hasta yo
volví a dar lugar a otras comunidades en Erie, Pennsylvania; Steubenville, Ohio y finalmente en Ann
Arbor, Michigan, donde mi familia y yo vivimos ahora como miembros de la Comunidad la Palabra de
Dios.
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Otra cosa que me impresionó en aquel fin de semana en Antioch fue la autenticidad de los testimonios
que se dieron. Aquellos tipos eran genuinos y honestos con lo que hablaban acerca del Señor. Ellos no
estaban tratando de imponer su experiencia en nosotros. Simplemente estaban dando testimonio a la
realidad del amor de Dios. Sentí que lo que ellos compartían se dijo para glorificar al Señor, no para glo-
rificar a los que estaban dando el testimonio. Ellos realmente querían elevar a Jesús tan alto para que Él
pudiera jalarlos a todos ellos (ver Jn 12,32). Ellos no estaban allí para ganar conversos para ellos mis-
mos, en su lugar, yo después escuché que ellos habían sido imprudentes en algunos de sus testimonios
después del fin de semana en Duquesne. Pero para diciembre de 1967 cuando los conocí, ellos estaban
más sensibles para compartir sus experiencias del Señor.

Y finalmente a mí me impresionó la realidad de la oración. Siempre se me había enseñado que la ora-


ción era una forma de comunicarse de 2 maneras. Pero mi experiencia hasta ahora, a excepción de raros
momentos, había sido con una comunicación de un solo sentido. Había gente que actualmente encontra-
ba a Dios en la oración. Era una comunicación en 2 sentidos. Y tenía una cualidad casi contemplativa.
Era un profundo encuentro con Dios.

Aquellos no solamente eran percepciones de lo que le estaba sucediendo a la gente del fin de semana
en Duquesne. Aquellas cosas estaban siendo muy reales en mi propia vida. Para un corazón hambriento,
aquellas realidades atraían e impulsaban. Es tremendo el saber que Dios es Real, personal y activo; que
Él habla a través de su Palabra y nos revela su plan: el saber que en Su presencia hay una dicha que lle-
na; el saber la compañía de los hermanos y hermana en Cristo; el saber la paz y el poder de la oración
personal. Yo estaba atraído por todas aquellas realidades.

Cuando pude acudir en diciembre al fin de semana en Antioch, traje un libro que había adquirido una
semana anterior, el libro de Teilhard de Chardin “Cartas de un Viajero”. Había esperado tener tiempo en
algún retiro para poder leer una de las cartas que yo había usado en un seminario un año antes para al-
gún reporte y para reflexionar en él. Había una declaración en estas cartas haciendo referencia a que hay
un umbral que debe ser cruzado, y que cuando uno cruza este umbral nos dejará saber la libertad de ser
hijos de Dios. Yo debía identificar aquel umbral durante ese fin de semana y poder cruzarlo. Sin em-
bargo, el fin de semana en Antioch fue programado y estaba lleno, nunca tuve tiempo siquiera para abrir
el libro, mucho menos para buscar esta carta en particular. Yo recuerdo estar haciendo mis maletas el
sábado por la noche y haber puesto el libro en el fondo de mi maleta. Era una edición de pasta dura, así
que la puse en el fondo, y después puse ropa y después papeles, incluyendo una postal del retiro en la
parte de arriba. Cuando regresé al dormitorio aquella noche y saqué todo el contenido de mi bolsa que
servía de maleta, para mi sorpresa la carta estaba en el libro. Me pregunté “¿Será éste uno de los mila-
gros de Patti?” Cuidadosamente abrí el libro donde estaba la tarjeta ahora localizada, y suficiente es decir
que la página donde estaba era la página donde estaba la carta que quería leer. El umbral a la libertad de
los hijos de Dios para mí fue el haber recibido el Bautismo en el Espíritu Santo. Un nuevo nivel del en-
cuentro con Dios y con su gracia que se abrió para mí.

Después del fin de semana en Antioch, comencé a asistir a reuniones de oración los viernes en la no-
che, donde el Señor continuó manifestándose en unas formas muy emocionantes. Recuerdo que la ma-
ñana de mi segunda reunión de oración tuve un pensamiento interesante. Me dije: “¿No sería gracioso si
yo pudiera hablar en lenguas esta noche?” Entonces me dije, “Hey, el Señor escucha este tipo de pensa-
mientos”. Y tuve una doble reacción. Una fue de miedo... “¿Qué es lo que va a suceder esta noche?” La
otra fue de expectación y de emoción... “¿Qué es lo que va a suceder esta noche?”.

Sucedió de que ahí había 3 ministros que vinieron a nuestra reunión de oración aquella noche, que
habían escuchado acerca del derramamiento del Espíritu entre los católicos y querían verlo por ellos mis-
mos. Cuando se terminó la reunión de oración y yo todavía no había hablado en lenguas, me sentí algo
decepcionado y me preguntaba si Dios realmente había escuchado mi oración aquella mañana. Al estar
pensando estas cosas uno de los ministros me preguntó si yo había sido bautizado en el Espíritu Santo.
Le respondí, “Creo que sí”. Entonces él me preguntó si ya había orado en lenguas. Y supe que en ese
momento Dios estaba respondiendo a mi oración. Cuando le dije a él que no, él me preguntó si lo desea-
ba. Supe que Dios me estaba dando una oportunidad. Mi respuesta fue, “Sí”.

Fuimos a un cuarto trasero donde pedí por el don de lenguas. Pude sentir una rara sensación en mi
boca y en mi lengua, pero también me sentí apenado porque todo lo que decía eran dos sílabas. Las sí-

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labas eran “Ah” y “ba”, “Ah-ba”. Y comencé a decirlas, y al hacerlo los ministros se emocionaron mucho y
le dieron gracias al Señor por su don.

Después me di cuenta de que estaba orando “Abba, Abba”, que en arameo significa “Padre, Padre”,
entonces recordé el pasaje en Gálatas 4,6, donde San Pablo dice, “Y porque ustedes son hijos, Dios ha
enviado al Espíritu a sus hijos, para que vayan a sus corazones, diciendo ‘¡Abba! ¡Padre!’ Así que a tra-
vés de Dios ustedes ya no son esclavos sino hijos, y si son hijos entonces son herederos”. Y también el
pasaje de Romanos 8,15-16 “En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de
Dios. Pues no recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre! El Espíritu
mismo que une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios...”

Dios me cruzó a través de aquel umbral para que conociera la libertad de ser su hijo. Cuando conocí a
los compañeros de la Universidad de Duquesne y recibí el Bautismo en el Espíritu Santo. Cuando Dios
me dio el don de lenguas. Él lo había planeado de que yo fuera su hijo y de que Él me dirigiera, ¡Abba!
¡Padre! Yo pedí y alabé al Señor por todas las bondades en mi vida.

El Bautismo en el Espíritu Santo y mi crecimiento del Espíritu desde entonces no han solucionado to-
dos mis problemas. Todavía lucho contra las tentaciones y me arrepiento por mis pecados. Pero esa
experiencia me ha dado una relación más cercana con el Señor, y en esto, coraje, esperanza y una base
que me permite aproximarme al Señor diariamente y ofrecerme a Él y a recibirlo a Él. Dichosa la gente de
la que Dios es el Señor. Él continúa satisfaciendo profundamente mis necesidades de Él. También conti-
núo experimentando las maravillas que el Señor me da y considero la palabra básica como una realidad:
que Él murió y resucitó por mí, que Él pagó mi deuda. Que Él tomó mis pecados y que me liberó y me dio
vida. Que Él derramó su sangre para limpiar y liberarme al confesar mis pecados. Que su amor y su fe se
da para todas las generaciones. Esas son las verdades y realidades en las que hay que basar nuestras
vidas. Le doy gracias y alabo al Señor por todas las maravillas y por la misericordia que Él me ha ense-
ñado.

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“BÚSQUENME”, DICE EL SEÑOR
Un testimonio de Jim Cavnar
Jim Cavnar se graduó en la Universidad de Notre Dame en 1967. El ha servido en el liderazgo en la
Renovación Carismática y actualmente trabaja como director de desarrollo de los Ministerios de Servicio
en Ann Arbor, Michigan. Está casado con Betsy, y tiene cinco hijos.

Cuando escuché por primera vez acerca del ahora histórico fin de semana en Duquesne, estaba estu-
diando el último año en la Universidad de Notre Dame a sólo 4 meses de mi graduación para recibir un
título en teología. Había esperado que pronto estuviera comprometido en una carrera de tiempo completo
dedicada a la evangelización. Nunca hubiera sospechado que los eventos que se dieron a cientos de
millas, lejos de donde yo estaba iban a hacer este sueño realidad, una realidad como nunca me había
imaginado.

Sorprendentemente para mí, estaba a punto de abandonar Notre Dame sin ninguna fe, la única fe que
había convertido en la realidad central de mi vida. Solamente 2 años antes, me hubiera descrito como un
agnóstico que no tenía convicciones en el catolicismo, que creía que no añadía nada de consecuencias al
sentido humano común.

Había venido a Notre Dame de una familia católica y de 12 años de educación católica. Había escogi-
do a esta escuela precisamente porque era una institución católica. Vine buscando algún sentido en la
cristiandad para que ésta fuera una prioridad en mi vida. Pero al verme envuelto en los movimientos so-
ciales de comienzos de los 60, me plagué con la pregunta fundamental: “¿Hay una diferencia entre el
cristianismo y el humanismo?” En los Derechos Civiles había encontrado que tanto los cristianos como
los no cristianos que estaban en ese movimiento parecían compartir las mismas convicciones y actuar de
la misma manera. ¿Entonces el ser cristiano añadía algo más que una alternativa terminológica al huma-
nismo progresivo? Cuando hacía esta pregunta a monjas y sacerdotes se me decía que no. Por lo que
eventualmente yo me quité la etiqueta de cristiano.

Al principio este paso pareció liberal, como un barco que ha soltado sus anclas y está libre para andar
en el mar hacia un horizonte sin límites. Pero posteriormente esta falta de anclaje produjo una desespera-
ción opresiva —si no existe ya más una verdad última y un significado, entonces parece que ya no hay
ningún propósito final en la vida.

Me involucré en un movimiento de trabajo académico y de política estudiantil. Pero, atrás de todos los
negocios surgió en mí una soledad y un sentimiento de vacío insidioso que se estaba robando mi vida. El
síntoma visible fue un cinismo sin compromisos.

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Entonces, casi al final de mi segundo año en Notre Dame, un amigo me invitó a que yo acudiera a un
cursillo. Todo lo que sabía acerca del cursillo era que la gente clamaba que la experiencia de aquel fin de
semana había cambiado su vida. Ese era el reto que necesitaba: me gustaría tomar el cursillo y probar
que sus clamores eran vacíos. ¡Nada cambiaría mi vida!

Durante los 3 días que estuve en el cursillo escuché a los laicos del área local predicar acerca de la
vida cristiana y acerca de su propia vida. Casi desde el primer momento del fin de semana mi corazón se
cautivó por la visión que ellos comunicaron. Al principio no pude explicarlo. Pero en el transcurso de
aquel fin de semana de repente vi, de una forma dominante y quebrantadora, lo que significaba ser un
cristiano y lo que hacía diferente a un cristiano. ¡Era Cristo!

Ser un cristiano significaba tener una relación personal con otra persona: Jesucristo, Él mismo. Signi-
ficaba vivir en unión con Él y en unión con los demás que compartían esta relación. Lo que la cristiandad
me ofrecía no era otra filosofía, no era algo ideal, ético o doctrina, era a Jesús de Nazaret viviente.

Mi vida cambió radicalmente de una día para otro. La desesperación se desvaneció y me dejó dicha y
un sentimiento de conocer a Cristo. Comencé a orar nuevamente, a leer las Escrituras, y a tomar cual-
quier oportunidad para compartir a Cristo con los demás.

Relacioné mi vida con otros en el campus que tuvieran experiencias similares y juntos trabajamos para
atraer a otras personas a una relación más profunda con el Señor. Después de mucha oración y apoyo
de mis consejeros de la escuela, cambié mi materia de licenciatura de física a teología y me preparé para
lo que esperaba sería una vida dedicada al apostolado cristiano.

A pesar de esta reorientación dramática, cuando al principio escuché acerca del fin de semana en
Duquesne y acerca del Bautismo en el Espíritu Santo, en marzo de mi último año en Notre Dame, no
quería hacer nada al respecto. Esto tal vez parece una reacción extraña de alguien que estaba tan ham-
briento de servir a Dios y que ya había estado involucrado en un Movimiento de Renovación no tan con-
vencional. Parece dudoso cuando recuerdo que previamente había aceptado las noticias del nuevo Movi-
miento Pentecostal, pero luego comencé a infiltrarme a través de las iglesias pentecostales.

En el verano previo de 1966, viví con Steve Clark y Ralph Martin en East Lansing, Michigan. Steve y
Ralph estaban en el Secretariado del Cursillo Nacional, que tenía sus oficinas cerca. Ambos habían sido
estudiantes en Notre Dame y los conocía a través del Movimiento del Cursillo. Ellos seguían en el equipo
de la parroquia local de estudiantes universitarios y esperaba trabajar con ellos después de la gradua-
ción.

Aquel verano Steve visitó, junto con otro alumno de Notre Dame, un cursillista llamado Peter Collins.
Peter describe este notable encuentro en una pequeña iglesia pentecostal en Toronto. Hoy describe es-
tas visitas a la iglesia donde él había presenciado vívidamente los cultos y había escuchado historias de
sanaciones milagrosas. En su maleta cargaba un libro que se llamaba “Ellos hablan con otras lenguas”.
Leímos el libro rápidamente y nuestras dudas y escepticismos, de primer mano acerca de las historias
que un amigo de confianza me decía, se fueron corroborando las historias en el libro. Tales cosas habían
pasado en la vida de los santos, yo pensé, ¿por qué no ahora? Parecía posible que aquellas historias
fueran reales, estaba preparado para aceptarlas y esperaba que alguien más las investigara.

Para un católico de larga vida, con un grado en teología, la idea de visitar una iglesia pentecostal era
intimidante, ya había escuchado ciertas historias de ciertos cultos que existían en las fronteras vitales.
¿Cómo podría encontrar la manera de hacer contacto con este mundo recién descubierto sin enrolarme
en algún tipo de culto bizarro o raro? Esperaba que alguien pudiera investigar y me hiciera saber lo que
había encontrado. En los pocos meses esto sucedió.

En la convención nacional del Cursillo, en agosto, Steve y Ralph dieron copias del libro a 2 profesores
de la Universidad de Duquesne. Ellos estaban más deseosos que yo. Después de leer el libro les hicieron
juntarse con un grupo de oración en Pittsburgh, al cual acudían presbiterianos y otros protestantes. Ellos
acudieron por un tiempo y entonces pidieron ser bautizados en el Espíritu.

Pronto las noticias se habían filtrado a través de nuestros amigos en Notre Dame, de que algo dramáti-
co había sucedido a ellos en su contacto con ese grupo. Nosotros tuvimos noticias de sucesos notables
en el retiro que habían tenido en Duquesne. En una carta uno de ellos escribió, espero que todo esto no
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suene muy enigmático, pero la experiencia completa ha sido más como, para que no queden sospechas
de que la verdad de Cristo se ha confirmado. Nosotros estuvimos intrigados. Uno de los cambios iba a
venir en nuestro campus en poco tiempo, dijo. Así que él nos contaría la historia completa entonces.

Cuando él llegó, casi 20 de nosotros nos reunimos en la sala de la casa de Kevin y Dorothy Ranaghan,
no muy lejos del campus de Notre Dame. Ahí escuchamos sorprendidos las historias extraordinarias que
habían sucedido el fin de semana en Duquesne. Los estudiantes habían sido bautizados en el Espíritu,
algunos habían hablado en lenguas; habían orado por horas, por días, con ferviente ardor; se habían
dado sanaciones y también respuestas milagrosas en las oraciones. El hombre que contó todos esos
eventos, estaba obviamente en juego con el Espíritu y en fe.

Me senté en una alfombra en el cuarto, enfrente de él y pensé para mis adentros, “esto es realidad”. Mi
siguiente pensamiento fue: “sáquenme de aquí”. No sabía si quería hacer algo con eso. Así que me senté
en silencio. Y tomado por un intenso sentimiento, creí en lo que estaba escuchando y deseaba poder
compartir la fe y el poder que nos estaba siendo descrito. Al mismo tiempo sentí una inmensa resisten-
cia. Una plena resistencia provocada por este encuentro, pensé. Era una plena resistencia que me esta-
ba acosando por meses. De hecho en los 2 meses previos, había sentido una carga creciente, un desa-
liento y una sequedad en mi vida cristiana. Aun cuando había perseverado en los esfuerzos de oración
diaria y durante mi evangelización, dije a mi director espiritual que me sentía sin ayuda para poder sobre-
llevar este obstáculo interior. Ahora volvía a luchar con esto de nuevo y me sentí tan desmotivado, así
como rechazado por los recuerdos vividos que los visitantes estaban contando acerca de aquel fin de
semana en Duquesne. Al final de la tarde se cerró la reunión con oración para nosotros. Ahí fue donde fui
golpeado por el poder y convicción de su oración. Aquí, pensé, está un hombre que habla con autoridad.
Éste es el tipo de gente de calidad que se ve con Jesús, respondí. Al estar orando él, respondía a cada
una de sus palabras en mi mente, lenta y deliberadamente. El pidió por 2 cosas: primero que todos noso-
tros estuviéramos libres de la influencia de satanás y segundo, que todos nosotros nos llenáramos con el
Espíritu Santo. No nos tomó más de 2 minutos.

Me levanté la siguiente mañana sintiéndome una persona diferente. La carga de los 2 meses anterio-
res se había retirado completamente. Me sentía alegre, lleno de la fe en Dios. Los sentimientos de con-
flicto de la noche anterior se habían ido y estaba disponible para poder seguir adelante en esta experien-
cia del Espíritu Santo. Sobre todo había sentido que algún cambio se había dado en mí a través de al-
guna acción de Dios. Después de aquella tarde, supe qué es lo que había sucedido.

Nueve de nosotros nos reunimos de nuevo con un profesor de Duquesne, para preguntarle y pedirle
oración. El envió votos alrededor del campo con cada una de las personas, imponiendo las manos a cada
uno y orando para que fuéramos ayudados por el Espíritu Santo. Nadie dijo una sola palabra. Cada uno
pareció hundirse en silencio y en oración profunda. No hubo sonidos más que el sonido de su voz. Yo fui
el último. El se paró enfrente de mí como lo había hecho 8 meses antes, pidió en nombre de Jesús que
cualquier espíritu maligno se fuera de mí. Entonces sentí un movimiento, como una descarga por todo mi
cuerpo e inmediatamente después percibí el olor distintivo de sulfuro quemándose; lo reconocí inmediata-
mente como la experiencia que había tenido en el laboratorio de química.

Instantáneamente supe que era una señal de que Dios estaba apareciendo otra vez por medio de la
oración de este hombre. Había sido liberado de la opresión de un espíritu maligno. Este era el obstáculo
contra el que había luchado en vano por tanto tiempo. Tuve una gran sensación de liberación y de grati-
tud. Cuando él impuso las manos en mi cabeza y oró para que fuera llenado del Espíritu Santo, traté de
concentrarme para tener fe en Dios. No hablé en lenguas, pero tuve la sensación de una gran experien-
cia. Pero no estaba preocupado, había entendido que la llave para el Bautismo en el Espíritu Santo era
pedir con fe y que no estaba teniendo una experiencia dramática. Además la experiencia del exorcismo
fue suficientemente sorprendente. Concluimos hablando someramente acerca de lo que habíamos expe-
rimentado. Ninguno había hablado en lenguas, pero parecía que todos estábamos convencidos de que
Dios había hecho algo. Y esperaríamos para ver cuál era el efecto que tendría.

Al salir de aquella reunión de marzo, estaba haciendo frío, la noche era clara y había un poco de nieve
en el suelo. Algunas personas comenzaron a subirse en los árboles y a colgarse de las ramas, aventán-
dose bolas de nieve unos a otros, generalmente actuando como un grupo de estudiantes excitados. Nos
reímos mientras nos dirigíamos a nuestros coches, e hicimos bromas acerca de los discípulos del primer
Pentecostés. ¿Qué a poco ellos tampoco se habían comportado como si estuvieran borrachos con un
nuevo vino?
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Los días que continuaron, nosotros checamos unos con otros acerca de lo que había sucedido. “¿Te
pasó algo? ¿Escuchaste de alguien en tu grupo?” Me levanté por la mañana para encontrarme que Gerry
Rauch, mi compañero de cuarto estaba sentado en la orilla de su cama, todavía en pijama, leyendo la Bi-
blia. “¡Wow!”, me dijo. “Esto es fantástico, voy a leer todo esto completo”. En unas pocas semanas sí lo
hizo. Otros reportaron el mismo fenómeno. Las Escrituras parecían vivir para ellos. No podían tener sufi-
ciente. El mismo comentario, “¿Escuchaste que Tom estuvo en la capilla orando por 5 horas’”, me pre-
guntaron. “No quiere irse”. Tuve la misma experiencia cuando fui a orar. Se me fueron las horas. El sen-
tido de la presencia de Dios era envolvente. Un visitante a la capilla se habría preguntado qué sucedía
con un tipo que parece solamente sentarse allí con una gran sonrisa en su rostro. Fui con Bert Ghezzi al
bar que se encuentra en el sótano de la biblioteca. “¿Experimentaste algo?”, preguntó. “No”, le contesté,
“pero siento como si mi vida completa hubiera sido cambiada”.

Más impresionante para mí fue la experiencia de platicar con unos amigos que había tratado de evan-
gelizar aquel año. Habíamos platicado bastante por la noche acerca de sus dudas de la cristiandad. Aho-
ra estaba con temor de encontrarme a mí mismo testimoniándoles y pareciendo decirles las cosas correc-
tas. Terminamos orando juntos. acaso no nos dice Jesús que no nos platiquemos lo que hay que decir,
que el Espíritu Santo nos dirá las palabras? Otras personas estaban teniendo la misma experiencia. Una
semana después nos reuniríamos con un grupo de pentecostales y tendríamos nuestra primera experien-
cia de oración en lenguas. Pronto ofreceríamos nuestras primeras profecías y después nuestras sanacio-
nes. Pero por ahora era claro que el Espíritu Santo de hecho había venido en respuesta a nuestras ora-
ciones. Nuestros corazones estaban en fuego y nuestras vidas transformadas.

Entonces, y ahora, dos y media décadas después, a mí me parece que la transformación más signifi-
cante en nuestra vida traída por el Bautismo en el Espíritu Santo fue fundamentalmente una ola de dina-
mismo. Antes de esta experiencia del Espíritu Santo yo podría decir que nuestra vida cristiana estaba ca-
racterizada por una dedicación dinámica de idealismo. Dios nos había tocado y nos dio una gran visión
de su llamado. Hicimos lo mejor para dedicar nuestra vida para llenarlo completamente. Lo único malo de
esta aproximación es la tentación de la autoconfianza. Uno fácilmente puede deslizarse a la actitud in-
consciente de que debemos trabajar como si todo dependiera de nosotros y debemos orar como si todo
dependiera de nosotros. Una revolución se llevó a cabo con el Bautismo en el Espíritu. De repente está-
bamos experimentando la acción de Dios como una dinámica principal. Estábamos ahora en la posición
de cooperar y de responder.

Steve Clark una vez comparó este cambio con la experiencia de empujar un carro colina arriba. Mien-
tras tú te mantienes empujando, el carro se mantendrá moviéndose, pero tan pronto como uno deje de
empujar por un momento, el carro se irá de regreso hasta la posición inicial. Esa fue nuestra experiencia
del ministerio cristiano. El momento de nosotros para ir hacia delante parecía depender de nuestro es-
fuerzo continuo. Ahora parecía que el coche estaba rodando colina abajo por sí mismo. Ganando veloci-
dad al moverse. Nosotros ya no empujábamos, estábamos siendo elevados junto con estas alas elevado-
ras. El Espíritu Santo era ahora la fuente de dinamismo más aguda que hayamos experimentado antes.

De hecho rápidamente se hizo claro de que teníamos que imprimir mucha fuerza de esta al Espíritu
Santo, en vez de simplemente perseguir nuestra visión y agenda. Yo recuerdo vívidamente una lección
temprana que el Señor me dio y que me impresionó este nuevo principio.

Steve, Ralph, Gerry Rauch y yo pasamos el verano de 1967 juntos en East Lansing. Habíamos sido
bautizados en el Espíritu Santo 3 meses antes, pero nuestra reunión había sido planeada por 2 años an-
tes. Nuestra intención era trabajar juntos en el ministerio del campus. El problema era que no teníamos
algún campus en el cual trabajar. Además de esto, de pasar el verano en oración y con varios proyectos
de estructura, teníamos otro problema mayor, el darnos cuenta a dónde iríamos en el otoño.

Estuvimos orando juntos y pedimos al Señor que nos dijera hacia cuál campus quería que nos dirigié-
ramos. Hubo una profecía, “Búsquenme. Ténganme sobre todas las cosas. Hagan a un lado cualquier
preocupación y búsquenme sobre todas las cosas”. Por 5 minutos todos estuvimos orando, tratando de
buscar al Señor y entonces de nuevo fuimos a pedirle su guía. Y de nuevo el Señor nos diría “Busquen-
me, ténganme primero”. Una semana después o algún tiempo después volvimos a intentarlo. “¿Señor,
adónde quieres que vayamos nosotros? ¿cuál es el siguiente paso? No podemos quedarnos aquí mas
tiempo, el arrendamiento de nuestro departamento se termina en el verano. ¿A dónde vamos a ir?”. Y el
Señor nos habría de responder “Búsquenme”.
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Finalmente parecía que entendíamos el mensaje. Nosotros siempre buscábamos ver a Dios acercan-
donos a Él en oración, como si con esto fuéramos a encontrar lo que íbamos a hacer. Pero Dios nos es-
taba diciendo que la cosa más importante era acercarnos realmente a Él. Comenzamos a tomar al Señor
más seriamente y nos concentramos en poner nuestra relación con Él primero y nuestro servicio a Él en
segundo lugar. Cuando terminó el verano todavía no teníamos una decisión para el futuro. Se terminó
nuestro contrato de arrendamiento. Empacamos nuestras maletas y manejamos hacia Notre Dame para
hacer una conferencia en el ministerio del campus. Cuando terminó la conferencia ayudamos a los de-
más que cargaran sus coches y nos despedimos. Cuando todos se hubieron alejado, cerramos la puerta
del retiro, pusimos nuestras maletas en el coche, y entonces nos detuvimos en seco. “¡Hey, esperen un
momento! ¿A dónde vamos a ir?”. Nos acordamos que no teníamos un lugar a dónde debíamos ir, ni si-
quiera un plan y que no teníamos una llave para el centro de retiro. Así que nos tuvimos que saltar por
una ventana para poder encontrar un lugar para sentarnos y orar.

“Señor, ¿a dónde debemos ir?” Y de nuevo vino la palabra profética, “Búsquenme primero. No se preo-
cupen de nada. Simplemente búsquenme”. Esta aproximación estaba creando crisis.

Fuimos a visitar a algunos amigos en Michigan la semana siguiente. Para poder obtener cuarto y comi-
da, les ayudamos a excavar para una nueva línea de tubería. Continuamos nuestras reflexiones y oracio-
nes durante toda la semana y finalmente culminamos en una vigilia de toda la noche en ese lugar donde
estuvimos. Se llegó el amanecer mientras nosotros estábamos sentados en el piso, hablando acerca de
lo que Dios deseaba para nosotros. Al fin estaba haciendo nuestros planes. Él nos estaba diciendo, “Está
bien que aceptemos la invitación para la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Es un buen lugar para ir,
pero no importa adónde vayan a ir, lo que más me importa es que ustedes me busquen sobre todas las
cosas. Que me pongan primero sobre sus trabajos, sobre sus decisiones, sobre su futuro.”

Comencé a comprender que Dios no solamente nos estaba dando una palabra por corto tiempo; Él nos
estaba dando un mandamiento para nuestra vida. Es la experiencia del Bautismo en el Espíritu Santo. Y
también habíamos visto lo poco que puede hacer un hombre a través de su propio esfuerzo, aun cuando
esté dedicado a un esfuerzo realista, si la gracia de Dios y el poder de Dios no está dado a través de su
Espíritu Santo. Sin la gracia de Dios, ninguna acción humana puede introducir al Espíritu Santo. Nosotros
podemos recibirlo y recibir su poder sólo por acercarnos al Señor en persona. De hecho, cuando nosotros
caemos en la tentación de confiar en nuestro propio esfuerzo y poder, Dios nos permitirá experimentar
fallas y frustraciones hasta que nosotros nos volvamos de nuevo a Él y busquemos su Espíritu.

En los años que siguieron al fin de semana en Duquesne y al desbordamiento del Espíritu Santo en
Notre Dame, se desarrolló un movimiento a nivel mundial. Yo viajé a través del país testificando la acción
de Dios e introduciendo a los demás en el Bautismo en el Espíritu Santo. La carrera que yo había espera-
do tener en el colegio —de dedicarme a mí mismo a la evangelización— se materializó en la forma de mi-
nisterios que crecieron y surgieron del movimiento de la Renovación Carismática.

Yo conocí a mi esposa a través de un grupo carismático y mi vida entera como adulto había sido con-
formada por una profunda experiencia del Espíritu Santo que comenzó en 1967. Y sí, todavía lucho con la
tendencia de “tomar la pelota y correr con ella”, en vez de seguir la guía del Espíritu Santo y confiar en su
poder.

Poco después de mi encuentro inicial con el Espíritu Santo y con sus llamas espirituales, encontré una
manera de describirle a los demás el enorme impacto que esto había tenido en mi fe cristiana. Yo les so-
lía decir entonces, y todavía lo hago ahora, “Yo no nada más creo en Pentecostés. Yo lo he visto”.

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EMPAPADO CON DELEITE
Un testimonio del Dr. Bert Ghezzi
El Dr. Bert Ghezzi se graduó en la Universidad de Duquesne y él fue presidente fundador de Chi Rho
años antes del fin de semana en Duquesne. El obtuvo su título de Notre Dame en Historia y es el
presidente del Comité al Servicio Nacional de la Renovación Carismática católica. Bert fue el editor de la
revista Un Nuevo Mandamiento y fue el director editorial de Publicaciones Servant de 1974 a 1985. el es
autor de 9 libros, incluyendo Manteniendo a Nuestros Hijos Católicos. Bert y su esposa Mary Lou, viven
en Winter Park, Florida, donde están criando a 7 hijos. Su testimonio apareció originalmente en Carisma,
en marzo de 1987.

La Renovación Carismática Católica ha sido llamada “una sorpresa del Espíritu Santo”... Yo estuve
entre los primeros que nos sorprendimos. Mi esposa, Mary Lou, y yo fuimos parte del equipo original de
estudiantes que fuimos bautizados en el Espíritu Santo en marzo de 1967, en la Universidad de Notre
Dame. La emoción de aquellos días está tan fresca en mi mente, tal como lo está la nueva nieve que cae
y pisan mis pies. Kevin y Dorothy Ranaghan y yo recibimos una carta que nos informó acerca de 20 estu-
diantes y maestros de la Universidad de Duquesne en Pittsburgh que habían sido bautizados en el Espí-
ritu Santo durante el ahora famoso retiro de fin de semana. Pudimos haber rechazado el evento comple-
to. Pero no lo hicimos. En su lugar, nuestra fe se expandió y comenzamos a esperar que el Espíritu Santo
hiciera lo mismo por nosotros.

No tuvimos que esperar mucho tiempo. La primera semana de marzo, uno de los profesores de Du-
quesne, que había sido bautizado en el Espíritu, visitó Notre Dame. En una reunión de oración de apertu-
ra que se dio una tarde el 4 de marzo, él leyó la descripción de los dones espirituales de 1ª. Corintios 12,
y declaró que él no tenía que seguir creyendo en el poder de Pentecostés porque ahora una parte de
experiencia personal. Muchos de los que escuchamos lo que él estaba diciendo lo tomamos como si fue-
ra algo extraño. Sin embargo, con anticipación 9 de nosotros arreglamos encontrarnos con él la siguiente
tarde en mi apartamento.

Aquella noche, Kevin y Dorothy Ranaghan, Jim Cavnar, Gerry Rauch y otros 3 se nos unieron a Mary
Lou y a mí en nuestra pequeña sala. Escuchamos con atención mientras él hablaba de la maravillosa
experiencia que había cambiado vidas y que se estaba dando entre nuestros amigos de Pittsburgh. Mi
segundo hijo, Paul —de sólo una semana de edad— lloró esporádicamente, distrayéndonos ocasional-
mente. Cuando nuestro amigo terminó de hablar hubo una discusión breve y algunas preguntas antes de
que nosotros le pidiéramos que él orara por nosotros. El fue de persona a persona, imponiendo las ma-
nos, ordenando a los espíritus malignos que se fueran y pidiendo a Jesús que nos bautizara en el Espíritu
Santo.

Y así lo hizo él, aunque de alguna manera más sencilla, callada y con más decoro de lo que yo había
esperado. Aquella noche, incluyendo a Kevin, Jim, Gerry y Mary Lou, experimentamos al Espíritu Santo
de una forma personal dramática. Mi propio Bautismo en el Espíritu Santo vino poco a poco. Me sucedie-
ron muy pocas cosas al principio; y hubiera sentido que no recibí nada si mi profesor y amigo no me hu-
biera alentado, para que al siguiente día esperara que el Espíritu Santo actuara en áreas donde sentía
que tenía necesidades personales más importantes. En una semana, sin embargo, el Señor había corta-
do las raíces de mi batalla de mucho tiempo que mantenía con mi baja autoestima y con las depresiones,
que supe junto con los demás que el Espíritu Santo estaba trabajando en mí de una nueva forma.

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La primera semana todos nosotros estábamos esperando experimentar dones espirituales, pero no
sabíamos qué es lo que estábamos esperando. Antes de aquel tiempo, 9 de nosotros ni siquiera había-
mos hablado y escuchado de la oración en lenguas, mucho menos soñamos que lo podríamos hacer. Así
que nos dirigimos a pentecostales para que nos ayudaran. Llamamos por teléfono a Ray Bullard, el presi-
dente del grupo de Amistad Internacional de Hombres de Negocios de la Palabra de Dios y al diácono del
templo del Calvario. Le explicamos que algunos estudiantes de Notre Dame, incluyendo estudiantes gra-
duados en teología, habían sido bautizados en el Espíritu y que querían aprender acerca de los dones
espirituales. Sin dudar, Bullard nos invitó a que fuéramos a su casa.

Cuando llegamos, la tarde del 13 de marzo, fuimos recibidos por 11 ministros pentecostales y sus es-
posas, que venían de todas partes de Indiana. Bullard no iba a tratar sólo con nosotros intelectualmente.
El nos dijo después, que había orado, por los estudiantes de Notre Dame por muchos años. El también
creía que el Señor le había hecho el llamado para que él remodelara el piso de su sótano justamente an-
tes de nuestra visita. Aquella noche sus oraciones fueron respondidas porque este cuarto fue muy bien
utilizado.

Por muchas horas discutimos acerca del don de lenguas. Supimos que estábamos bautizados en el
Espíritu y estábamos abiertos a recibir dones espirituales; los ministros deseaban que nosotros recibié-
ramos el don de lenguas porque ellos creían que eso sería evidencia de que nosotros habíamos sido
bautizados en el Espíritu. El debate terminó en un empate: Nosotros estábamos abiertos a recibir el don
de lenguas si lo entendíamos en nuestros propios términos; y los ministros deseaban orar por nosotros y
ellos lo entenderían en sus propios términos.

Así que cerca de la media noche oramos. Los católicos nos alineamos en un lado del cuarto. Uno de los
ministros dio una explicación acerca de cómo cedernos al don de lenguas, y entonces los ministros se ali-
nearon quedando frente a nosotros, dándonos la cara. Al volvernos todos al Señor, los ministros comen-
zaron a caminar hacia nosotros estirando sus brazos y orando en lenguas; el sonido me impresionó como
algo maravillosamente extraño. Antes de que nuestros amigos pentecostales llegaran a la mitad del cuar-
to, nosotros comenzamos a orar en lenguas. Mi esposa Mary Lou comenzó a cantar en un lenguaje orien-
tal y Kevin Ranaghan comenzó a hablar en un lenguaje gutural muy fluido. Yo solamente dije algunas sí-
labas que comenzaban con “ab ba la...”.

Algunas veces sonrío al acordarme de los toques humorísticos de este evento, pero en esa época yo
estaba sorprendido, ahí estábamos un grupo de católicos romanos del siglo XX, orando en lenguas tal
como lo hicieron los discípulos en Pentecostés.

Al ir a abandonar la casa de Ray Bullard en las primeras horas de la mañana, una de las esposas de
los ministros nos preguntó que cuándo nos uniríamos a la Iglesia Pentecostal. Yo me sorprendí por su
pregunta y le pregunté qué es lo que quería decir. Ella explicó que en su experiencia cuando los católicos
estaban bautizados en el Espíritu tenían que abandonar la Iglesia. Si ella no hubiera hecho esa pregunta,
aquel pensamiento nunca hubiera cruzado mi mente. No, le dije amablemente, nosotros no vamos a dejar
la Iglesia Católica. Yo estaba seguro de que nuestra experiencia en el Espíritu Santo no solamente no
contradecía a la ortodoxia católica, sino que estaba en el corazón de la misma.

Aquella noche, en la casa de Ray Bullard fue para mí un paradigma acerca de los beneficios mutuos
que se desarrollaron generalmente entre católicos y pentecostales. Nosotros venimos buscando y reci-
bimos los dones espirituales que trajimos de regreso y que ayudamos a distribuir a nuestros hermanos y
hermanas católicos. Y nuestros anfitriones aprendieron acerca de los católicos y se impresionaron por
nuestra lealtad y se inspiraron por la forma en que el Espíritu Santo había trabajado entre nosotros. Des-
pués cuando ellos compartieron estas noticias entre sus hermanos y hermanas, esto esparció nueva vida
entre ellos.

Cuando Mary Lou y yo llegamos a casa, yo me senté por mucho tiempo en mi mecedora y oré en len-
guas. Yo estaba empapado con un deleite. Un poder maravilloso que estaba atravesándome, una ener-
gía que yo de alguna manera supe estaría durante toda mi vida. Yo había adorado al Señor desde que
era niño, pero nunca de esta manera, el ser bautizado en el Espíritu cerró la distancia que existía entre el
Señor y entre mí —yo estaba adorando a alguien que yo conocía íntimamente.

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Recientemente yo le pregunté a 6 líderes de la Renovación Católica Carismática que vinieron de varias
partes de Estados Unidos, ¿Cuál creían que era la principal contribución que el movimiento había dado?
Cada uno dijo que pensaba que era permitir a los católicos el conocer a Jesús de una forma personal. Lo
que ha sucedido para nosotros, los pioneros católicos pentecostales, ha sucedido para muchos más. Al
ver atrás en estos más de 20 años de la Renovación Católica Carismática, en la que han sido bautizados
millones en el Espíritu, yo aprecio como un privilegio el haber sido parte de sus comienzos.

PARTE CUATRO
RENUEVA LA FAZ DE LA TIERRA

“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego
de tu amor. Envía Señor, tu Espíritu y todo será creado, y se renovará la faz de la
tierra”

La necesidad más grande de la Iglesia


Ustedes acaban de leer los testimonios de la gente que dice que ha experimentado un Pentecostés
personal. El Espíritu Santo dramáticamente ha tocado su vida, dándoles un nuevo amor y un nuevo
poder. Ustedes han de concluir que esta gracia pentecostal, este derramamiento del Espíritu Santo es
solamente reservado para algunas almas privilegiadas, quiero que quede muy claro: El don y los dones
del Espíritu santo son para la Iglesia totalmente, la Iglesia necesita al Espíritu Santo también. Veamos lo
que el Papa Pulo VI describe como la necesidad más grande de la Iglesia en la Audiencia General que se
dio en noviembre 29 de 1972.
En varias ocasiones se nos ha preguntado acerca de las necesidades más grandes de
la Iglesia... ¿Qué es lo que nosotros sentimos, es lo primero y lo último que necesita esta
Iglesia amada y bendita de nosotros?

Hemos de decir casi temblando de rogación, como ustedes saben muy bien que es
una Iglesia de misterio y de vida: el Espíritu, el Espíritu Santo. Él es el que anima y
santifica a la Iglesia; Él es su aliento divino, el viento de sus velas, el principio de su
unidad, la fuente interna de su luz y fuerza, es el soporte y el consuelo, la fuente de
carismas y cantos, su paz y su lucha, su petición y preludio para una vida bendita y
eterna.

La Iglesia necesita un Pentecostés sereno, necesita fuego en su corazón, palabras en


sus labios, profecía en su mirada. Necesita ser el templo del Espíritu Santo, esto es, una
pureza completa y una vida interior...

Hombres vivientes, jóvenes hombres, almas consagradas y hermanos en el


sacerdocio, ¿nos están escuchando? Esto es lo que la Iglesia necesita. ¡Ella necesita al
Espíritu Santo! El Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de los hombres que somos la
Iglesia... ¡Es Él entonces, lo que la Iglesia necesita ahora, sobre de todas las cosas! Para
que todos ustedes le digan a Él: “¡Ven!”.
El Papa Paulo VI pone en claro que la necesidad más grande de la Iglesia, que la necesidad primera,
es “vivir un Pentecostés”. Todos nosotros debemos ponernos en sus palabras “bajo la protección y el
aliento del Espíritu Santo”. El recordó a los que le escucharon alguna ocasión, qué tan frecuentemente el
Concilio Vaticano II hizo mención del Espíritu Santo —¡Doscientas cincuentas y ocho veces ha sido men-
cionado! Con qué insistencia debemos invocar al Espíritu Santo, sabiendo que nunca lo vamos a hacer
en vano. El Papa Paulo VI, que bien pudo haber sido llamado El Papa del Espíritu Santo, alentó a la Igle-
sia a orar, “Ven Espíritu Santo; ven Espíritu Creador; ven Espíritu Consolador”.

¿Qué es el Bautismo del Espíritu Santo?

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Pocas personas han de discutir la necesidad que todos los cristianos tenemos por el Espíritu Santo,
especialmente cuando la enseñanza de la Iglesia es tan clara en este punto. ¿Pero qué hay acerca del
Bautismo en el Espíritu Santo? Cada uno de los testimonios en este libro, y el testimonio de cada perso-
na que ha sido participante en la Renovación Carismática, se refiere a una experiencia particular que
tiene que ver con este nombre espiritual. Pero ¿qué es el Bautismo en el Espíritu y cómo habremos de
comprenderlo? Mientras que está más allá de este libro dar una explicación teológica, o aun escritural,
me gustaría expresar los siguientes pensamientos.

El Bautismo en el Espíritu Santo significa una experiencia de la presencia de Dios que cambia vidas.
Mi gran amigo, el fraile Jim Ferry, me dijo una vez acerca de uno de los más poderosos y de los más
cortos testimonios que él ha escuchado acerca del Bautismo en el Espíritu Santo. Vino de los labios del
fraile Rainiero Cantalamessa, O.F.M., Orador de la Casa de Oración Papal. El fraile Cantalamessa dijo
simplemente esto: “Yo tengo dos vidas, una antes del Bautismo en el Espíritu Santo y otra después”. Tal
y como lo dijo el fraile Harold Cohen, S.J.: “A la edad de 40, yo no arrodillé bajo ustedes a un chico de la
universidad que oraba sobre mí para que me diera el Bautismo en el Espíritu Santo. Yo lo sentí tanto en
ese tiempo, pero mi vida ya no ha sido igual. La vida comienza a los 40, me lo describió él”.

Escuché la historia de un profesor de teología que riéndose le dijo a sus estudiantes que les iba a dar
una descripción muy sofisticada de lo que era el Bautismo en el Espíritu Santo. Les dijo: “Saquen sus plu-
mas y escriban esto. ¡Es una inmensa gracia!”. Mientras que sí hay descripciones reales y teológicas de
esta inmensa gracia, la mayoría de nosotros que haya sido bautizado en el Espíritu Santo, no estamos
equipados para darla. Lo que sí tenemos es una experiencia y un conocimiento de un nuevo amor, una
nueva paz, una nueva luz en el Señor... poder que viene de las alturas. La vida católica es diferente de lo
que había sido antes.

Mis amigos, A.P. y Pat Guizerix, resultaron tener una analogía maravillosa para describir al Espíritu
Santo, resultante de una experiencia reciente en su vida. Por años, ellos se habían dado cuenta que las
partes de su carro usado no eran muy caras. Pero un día ellos se dieron cuenta que este vehículo tenía
dentro de él una máquina interceptora de policía, más poderosa de lo que ellos pudieran imaginar. Unas
pocas semanas después, Pat iba sola en su coche cuando un personaje extraño en un camión se le
emparejó con su carro; por millas este tipo se le estuvo acercando y emparejándosele, molestándola con
su carro. Pat se sintió incómoda y amenazada, hasta que se acordó que en su coche, en el interior de su
coche estaba un poder que en ese momento necesitaba; todo lo que tenía que hacer era usarlo. Pat
entonces abrió el pedal del gas y el interceptor de policía la dirigió a la seguridad. El camión amenazador
se convirtió en un pequeño punto en el espejo retrovisor en muy poco tiempo. Cuando llegó a su casa le
contó a su esposo A.P., lo que había sucedido y él le contestó, “Es la misma cosa que nosotros experi-
mentamos con el Bautismo en el Espíritu Santo. El poder siempre ha estado ahí. Simplemente tenemos
que creer en Él y utilizarlo”. Y tenía razón.

El fraile Cohen utiliza con frecuencia la siguiente historia, para ilustrar lo que sucede en el Bautismo en
el Espíritu. Una noche él estaba preparando un vaso de chocolate caliente para sí mismo y para un ami-
go Jesuita. El fraile Cohen vació un poco de jarabe de chocolate en la leche, que directamente se fue al
fondo del vaso de vidrio; él le dio a su amigo una cuchara y le dijo “tienes que mezclarlo”. Inmediatamen-
te se dio cuenta de que lo que recién había hecho, ¡era solamente una demostración de lo que es el Bau-
tismo en el Espíritu Santo! El Bautismo en el Espíritu Santo ya está presente, ya está derramado, para
decirlo de alguna manera, pero necesitamos “mezclarlo”. Si el jarabe de chocolate no es mezclado se
mantiene en el fondo del vaso y parece que no hay ninguna diferencia en el sabor. Pero si lo mezclamos,
entonces se permeabiliza y fraterna todo. Lo mismo sucede con el poder del Espíritu Santo en nosotros.

La comprensión más común del Bautismo en el Espíritu Santo entre los católicos es que es una libe-
ración de las gracias que ya han sido recibidas en el Bautismo y en la Confirmación. Cuando una persona
ha sido bautizada en el Espíritu, decisivamente tiene una nueva conciencia de toda la poderosa presen-
cia de Dios, que usualmente involucra uno o más de los dones carismáticos. Para aquellos que deseen
referirse a los pasajes de la Escritura que tienen que ver con el Espíritu Santo, por favor vean Mt 3,11; Mc
1,8; Lc 3,16; Jn 1,33; He 1,5.11,16. También 1ª. de Corintios 12-14.

¿Cuáles son los efectos?


Cada testimonio en este libro, detalla los efectos del Espíritu Santo. Siendo los principales:

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• una profunda conciencia de la presencia del amor de Dios y del señorío de Jesucristo
• un crecimiento de intimidad en oración con Dios
• un hambre por la Palabra de Dios y los Sacramentos
• un amor por la Iglesia
• un nuevo poder para y un deseo de ser testigo
• un crecimiento de los frutos del Espíritu... paz, amor y dicha
• manifestaciones de dones carismáticos como el don de lenguas
• una experiencia de los llamados y la vida del Espíritu Santo
• una conciencia de una realidad acerca de la guerra espiritual
• un llamado para purificación y santificación
• un deseo para la unidad cristiana
• y un llamado para servir a las necesidades de los demás.

En una palabra, esta es una vida cristiana normal, ¡que se hace posible por el poder del Espíritu Santo!
Este es el tipo de vida que Jesús quiere que todos nosotros tengamos como sus discípulos. En una pláti-
ca el Cardenal Suenens, en Milwaukee, Wisconsin, en 1973, dijo lo siguiente:
Todos somos cristianos promedio, pero eso no significa que seamos cristianos
normales. Somos cristianos anormales, somos hijos de Dios minusválidos, porque no nos
permitimos que el Espíritu Santo haga su trabajo completo en nosotros.

No con fiamos en Él lo suficiente. Decimos, “Sí, Espíritu Santo, estamos abiertos hacia
ti”, pero no para todo. No me des esta gracia, o no me des aquello, o yo escojo las
gracias que quiero que Tu me des... Nosotros queremos ser abiertos y entonces
ponemos nuestro Bautismo y todo lo que significa... en un congelador... Pero si
queremos vivir una vida normal, una vida cristiana completa, el poder que hemos
recibido del Bautismo tiene que sacarse del refrigerador. Necesitamos una liberación del
Espíritu dentro de nosotros. Necesitamos decir, “Señor, si Tu deseas hacer algo de
trabajo, nosotros lo aceptamos, que se haga según tu voluntad, Señor”.

Muchas personas han adaptado la analogía del Cardenal de esta manera: Hay 2 hombres que tienen
la misma clase de bistec, pero si un bistec está en el congelador y el otro está en el fuego, ¡hay mucha
diferencia! El bistec que está en el fuego atrae la atención por su aroma, pero el bistec que está en el
congelador permanece olvidado, y se mantiene como una promesa que ha de venir... fuera del congela-
dor y hacia el fuego, eso es lo que el Bautismo en el Espíritu Santo ha hecho a la experiencia de millones
de católicos en todo el mundo en estos 25 años que han pasado desde el fin de semana en Duquesne.

Para nosotros no hay temor en el amor


¿Por qué entonces, si los efectos del Bautismo en el Espíritu Santo son tan deseables, cualquier cató-
lico falla en buscarlos? Buena pregunta. Después de 25 años de Renovación Carismática en la Iglesia,
todavía hay un gran número de católicos que ni siquiera se han dado cuenta que existe tal experiencia
del Espíritu Santo y que está disponible para ellos. Mi esperanza es que este libro abra los corazones
inmensos de muchos más católicos hacia la maravillosa gracia de Dios del Bautismo en el Espíritu Santo.

Algunas personas no buscan una liberación del Espíritu porque no se sienten cómodas con lo que ellos
perciben como algo no muy común y como una muestra de emociones en las reuniones de oración. En
su libro “¿Un Nuevo Pentecostés?”, el Cardenal Suenens remarca que tal vez sea la cualidad profunda-
mente personal de la oración lo que realmente amenaza a alguien que pone estas objeciones. El descri-
be que las oraciones profundamente personales pueden presentar un reto para nuestras inhibiciones. Los
Carismáticos fíen, aplauden, levantan sus brazos en alabanza, oran en voz fuerte espontáneamente y en
opinión de algunos observadores, hacen algo excesivamente extraño, el orar en lenguas.

Mientras que es verdad que tales cosas son nuevas para la mayoría de los católicos, todas éstas se
encuentran en las Escrituras. Uno simplemente tiene que leer los Salmos para ver evidencias de risas, de
lágrimas, de oración con brazos levantados, oración en voz alta y aun en danzas. Y en la palabra de Dios
vemos a Jesús “regocijarse en el Espíritu Santo”, llorando sobre Jerusalén y postrado Él mismo mientras
oraba en Getsemaní. Una muestra de emoción y de gestos corporales en oración es claramente apropia-
da y muy profundamente humana.

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Habiendo visto todo esto debo añadir que el Espíritu Santo respeta grandemente a las personas. Él
no se manifestará a Sí mismo de tal forma que viole las formas especiales de comportamiento de las per-
sonas. Yo conozco a carismáticos de cualquier temperamento posible que han sido bautizados en el
Espíritu. El gentil pero poderoso Espíritu Santo puede adaptarse fácilmente a Él mismo para trabajar en
cualquiera de nosotros, en cualquier forma particular si nosotros le damos permiso. Ustedes pueden ser
bautizados en el Espíritu y no aplaudir... pero probablemente lo deseen. Ustedes pueden ser bautizados
en el Espíritu y no levantar sus brazos en oración... pero probablemente lo deseen. Ustedes pueden ser
bautizados en el Espíritu y no orar en lenguas... pero probablemente lo deseen. Al menos ustedes que-
rrán alabar y dar culto al Señor más de lo que habían hecho antes.

Con respecto al don de lenguas, los católicos generalmente no se apegan a la idea y teoría pentecos-
tal que establece que a menos que una persona ore en lenguas, él no está realmente bautizado en el
Espíritu; sin embargo este don particular carismático es tan comúnmente recibido por aquellos que están
bautizados en el Espíritu, que es como si fuera una puerta para otros dones carismáticos.

Es una gran ayuda para entrar en una vida profunda en el Espíritu Santo. Como lo estableció el fraile
Cohen, S.J., en la homilía pentecostal el 19 de mayo de 1991, en Nueva Orleáns, “Nuestra pregunta no
debe ser si nos gustan los dones carismáticos, sino si a Dios le gustan los dones carismáticos y que si Él
los está ahora utilizando en abundancia para evangelizar un mundo pagano y secular”.

Un miedo de la dimensión carismática que aunque se comprende, puede ser superado si nos damos
cuenta en esta vida de los frutos del poder del Espíritu Santo. Los dones carismáticos se dan para cons-
truir la Iglesia, no son adornos o “títulos espirituales al mérito”; son herramientas para construir el reino de
Dios.

Ellos le pertenecen a Dios y Él nos permite que seamos sus instrumentos al entregarnos a la acción
del Espíritu Santo. En 1974, el Papa Paulo VI dijo, “¿Qué tan maravilloso sería si el Señor derramara de
nuevo los carismas con una ganancia incrementada para poder hacer a la Iglesia fructífera?”.

El Señor ha hecho justamente eso. Él ha dado esta gracia a la Iglesia actual, como una proliferación de
dones carismáticos que nos ayudan a experimentar su gran amor y su preocupación por su gente.

Para revitalizar todos los ministerios


La Renovación Carismática Católica ha llevado a conocerse muy bien por su énfasis en la oración y en
la evangelización. Sin embargo algunas personas buscan esto como excusa para no buscar el Bautismo
en el Espíritu. Ellos concluyen que si ellos sienten un llamado al apostolado social, entonces la Renova-
ción no tiene nada que ofrecerles; por el contrario, la gracia del Bautismo en el Espíritu es el punto central
a la Renovación Carismática y puede aumentar todos los ministerios enormemente. Un ejemplo de esto
es el trabajo del fraile Rick Thomas, S. J., con los pobres de El Paso, Texas, y de Ciudad Juárez, México.
El fraile René Laurentin ha escrito acerca del ministerio del fraile Thomas en su libro, “¿Milagros en El
Paso?” (Libros Servidores, 1982). Casi no hay ninguna área de la Iglesia que no haya sido revitalizada
por este movimiento del Espíritu Santo. Aquellos bautizados en el Espíritu se han convertido en personas
activas, en trabajos pro vida, en servicio al público, en educación, en el ministerio de la prisión, en diaco-
nado permanente, en curar a los enfermos, solamente para nombrar algunos ministerios.

Desafortunadamente hay católicos que han llegado a la conclusión errónea de que el Bautismo en el
Espíritu es simplemente cuestión personal. Ellos sienten que es una opción, no una necesidad. Un traba-
jo importante teológico del fraile George Montagne, S.M., y del fraile Kilian McDonnell, O.S.B., presentan
una conclusión diferente, su investigación extensiva a las Escrituras en las Patrísticas han enseñado que
el Bautismo en el Espíritu Santo pertenece no a la actividad personal, sino a la liturgia pública de la Igle-
sia. Ellos han escrito dos libros: Iniciación Cristiana y Bautismo en el Espíritu: la Evidencia de los prime-
ros ocho siglos, que es un trabajo escolar, junto con éste hay otro libro pequeño titulado Encendiendo la
Flama, lo que el Bautismo en el Espíritu Santo tiene que ver con la Iniciación Cristiana. Esos libros han de
ser de mucha ayuda para poner al Bautismo en el Espíritu Santo donde pertenece, en el corazón de la
Iglesia.

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El Señor está cerca
Hasta ahora yo he estado tratando con obstáculos intelectuales que la gente levanta cuando se les
confronta con el Bautismo en el Espíritu. Pero si vamos a meternos a la aventura de adivinar cuál es el
obstáculo más grande para la mayoría de los católicos, yo diría que es el miedo. Tenemos miedo de que
Dios se nos acerque. El Cardenal Suenens lo describe en su libro, “¿Un Nuevo Pentecostés?”:
Tenemos un miedo instintivo hacia Dios, que Él se meta en nuestros asuntos, aun
cuando éstos vayan mal. Nosotros inflexibles ante cualquier interferencia que venga de
afuera; lo consideramos un extraño, y nos da miedo la sabiduría que no obedece
nuestras leyes. La sola idea de una intervención de Dios nos hace sentir molestos.
Usualmente nos mantenemos fuera de los pasajes de la Biblia que no van de acuerdo
con nuestras categorías. La cercanía de Dios nos hace sentir mal. Hacemos excepción
cuando sus acciones se acercan tanto que molestan nuestra rutina diaria. Nuestro miedo
real, sin embargo, debería ser no reconocer a tiempo cuando Dios viene y que no
estemos ahí cuando Él toca a la puerta.

He puesto en itálicas la última sentencia del Cardenal, porque yo siento que es crucial. Es completa-
mente posible para muchas personas buenas el perderse la visitación de Dios, debido a que ellos tienen
miedo cuando Él viene... Como Él realmente es... Dejarlo Ser a Él Dios (Lc 19,41-44). El Bautismo en el
Espíritu es una experiencia del amor de Dios y no hay nada que temer de su amor. Él solamente tiene
cosas buenas en mente para nosotros. San Juan lo expresó de una bella manera: “No hay miedo en el
amor porque el perfecto amor expulsa al miedo, porque el miedo tiene que ver con el castigo y aquel que
tiene miedo no es perfecto en el amor. Nosotros amamos porque Él primero nos amo” 1 Jn 4,18-19. La
persona que recibe el Bautismo en el Espíritu Santo experimenta una inmersión en el amor de Dios que
es incondicional... Está lleno de misericordia y amor. Sí, esto es verdad. Se tiene miedo a caer en las
manos del Dios viviente (He 10,31). Pero mientras nuestros corazones estén arrepentidos, el acercarnos
a Dios causa miedo solamente en el sentido de que es un sentimiento maravilloso inspirador.

Viviendo en el Espíritu
Todo lo que yo he experimentado del Señor desde el Bautismo en el Espíritu Santo, hace 25 años,
corrobora esto. ¡Dios es Amor! Él es la fuente de todo lo que es bueno, y para aquellos que lo aman. Él
hace todo en su vida bueno para que trabaje bien, aun cuando se den tiempos de pruebas y sufrimientos
(Rom 8,28). Vivir en el poder del Espíritu Santo es una aventura magnífica. No todos nuestros problemas
se van a resolver automáticamente. Hay tiempos en los que se siente vacío, en los que tengamos que
dar, en los que tengamos dificultades con otras personas, en los que nos sintamos decepcionados y ten-
gamos sueños rotos, aun tragedias severas. Pero la diferencia es que ahora nosotros tenemos la capaci-
dad de rendirnos más conscientemente al culto a Jesús a través de nuestras vidas y confiar en el poder
de su Espíritu para que nos lleve a través de lo que venga.

Crecer en el Espíritu significa encontrar la dicha en hacer la voluntad de Dios. En cierto sentido, ya no
importa mucho el que nosotros seamos consolados o seamos disciplinados por el Señor en un momento
particular. El hecho es que Él es el Único que está tratando con nosotros y se revela a nosotros suficien-
temente como San Pablo escribe, “Nada puede suceder que supere a la suprema ventaja de conocer a
Cristo Jesús, mi Dios y Señor” (Fil 3,8). El Señor en Sí mismo se convierte en nuestro tesoro... nuestra
“porción y nuestra copa”, como el salmista expresó en Sal 16,5.

Yo comparto en más detalle las experiencias de caminar en el Espíritu en el libro “Más de Dios” (de la
Prensa Universitaria Franciscana,1991). Es una colección de columnas que he escrito para la revista des-
de 1985. La mayoría de las lecciones que el Espíritu Santo me ha enseñado son sacadas de mi vida
como esposa, como madre, moviéndome a través de rutina diaria, de actividades y preocupaciones. Una
de las bendiciones más maravillosas del Bautismo en el Espíritu Santo es que cualquier persona normal,
como usted o como yo, pueda llegar a conocer la presencia de Dios en medio de la vida diaria. Algunas
veces bromeando le digo al Señor en oración que si Él está seguro que se detuvo en la dirección correcta
cuando Él se comunica conmigo. Siempre pensé que una vida de intimidad con Dios estaba reservada
para los contemplativos. Pero mi vida está muy lejos de ser contemplativa, preocupándome por un espo-
so, criando a nuestros hijos, trabajando en mi hogar y también con un trabajo. Pero el Señor es tan humil-
de que Él deseoso comparte la alegría de su presencia con cualquiera que lo reciba. Como Jesús nos
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dice en su palabra, “Yo me paro en la puerta y toco y si alguien escucha mi voz y abre la puerta Yo entra-
ré y comeré con él y él Conmigo” (Ap 3,20). Crecer en una intimidad con Jesús a través de su Espíritu
puede ser una realidad para la vida de cualquiera que le abre la puerta. Si me ha sucedido a mí, le puede
suceder a usted.

Lo siguiente tal vez me ayude a ilustrar lo que significa caminar en el Espíritu y moverse en una dimen-
sión de dones carismáticos. En junio de 1991, mientras estaba haciendo investigaciones para este libro,
llamé telefónicamente a la señorita Flo Dodge, en cuya casa se dieron lugar las reuniones de oración In-
terdenominacionales en Pittsburgh, hace 25 años. Yo solamente acudí a una de esas reuniones en mar-
zo de 1967, por lo que nunca anticipé que Flo pudiera recordarme. No solamente me recordó, sino que
me hizo una pregunta que me sorprendió, “¿Qué has estado haciendo últimamente, Patti? El Señor te
puso en mi corazón y he estado orando por ti”. El Espíritu Santo había despertado en ella mi necesidad
de oración mientras yo trabajaba en este libro, ¡aun cuando no había tenido contacto personal con ella en
25 años! ¡Para mí, esto es una gracia sorprendente! Tal y como Flo estaba orando por el trabajo que yo
hacía por los católicos en 1967, ella de nuevo estaba siendo llamada para interceder por lo que Él quería
que se viera a través de decirle a los demás la historia del fin de semana en Duquesne. ¡El Espíritu Santo
trabaja en una forma maravillosa y misteriosa!

Sólo es un Prefacio
En el transcurso de nuestra maravillosa comunicación por teléfono, Flo compartió algo que resonó pro-
fundamente dentro de mí. Después de recordar el prominente trabajo del Espíritu Santo en 1967, Flo me
dijo, “Patti el prefacio no es nada comparado con lo que viene, pero todavía no estamos preparados”. El
prefacio es nada comparado con lo que viene. Me recordó una cita que se le atribuye a Katheryn Kuhl-
mann que se usa tan poderosamente en el don carismático de la sanación. Después de testificar los mila-
gros de Dios por muchos años, ella dijo “Hay más, todavía hay mucho más”.

Yo creo firmemente que el Señor desea derramar su Espíritu de una forma aún más desmedida de lo
que hemos testificado hasta ahora, pero no estamos preparados. Me he hecho esta pregunta a mí mis-
ma, “Si todavía no estamos preparados para recibirlo, ¿Cómo podemos estar preparados? ¿Qué es lo
que tomará, que es lo que Dios desea de nosotros? Yo creo que una de las cosas que Él busca es la
pureza. Las palabras del Salmo 24 describen a aquellos que han hecho una preparación para que entre
el Reino de Gloria.

¿Quién subirá hasta el monte del Señor?


¿Quién entrará en su recinto santo?
El que tiene manos inocentes y puro el
corazón,
El que no pone su alma en cosas vanas
y usura con engaño.
La bendición divina,
él logrará justicia de Dios su Salvador.
Ésta es la raza de los que buscan,
que anhelan ver el rostro santo.
Oh puertas, levanten sus dinteles,
que se le abran las puertas eternas
para que pase el Rey de la Gloria.

(Sal 24,3-7)

Yo sé que Dios está buscando por la pureza de corazón, de mente, de cuerpo. Él quiere que nosotros
nos purifiquemos a nosotros mismos para que podamos ser como Pablo escribe a Timoteo: “En una casa
grande no hay solamente utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro, y unos son
para usos nobles y otros para usos viles. Si, pues, alguno se mantiene limpio de estas faltas, será un
utensilio para uso noble, santificado y útil para su Dueño, dispuesto para toda obra buena” (2 Tim 2,20-
21).

¿Cómo podemos prepararnos para un nuevo tiempo de visitación? Estando disponibles a renunciar a
nuestros propios planes, a seguir su plan... a dejarnos ir a Él... y a dejar cualquier cosa que es obstáculo
al trabajo del Espíritu Santo. “Los ojos del Señor vayan sobre toda la tierra para alentar a todos los que

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están devotos a Él de todo corazón” (2 Cr 16,9). ¿Qué es lo que Dios desea? Él quiere que nos entregue-
mos de todo corazón; Él desea pureza.

Una Nueva Ola


No pretendo comprender completamente, pero creo que el Señor está preparando a su gente para una
nueva onda del Espíritu Santo. El fraile George Kosicki, C.S.B., y el fraile Gerald Farell, M.M., han escrito
un libro lleno de ideas acerca de esta nueva ola del Espíritu, titulado “El Espíritu y la Novia Dicen Ven”.
En este libro ellos discuten el rol de María en el Nuevo Pentecostés. Mi propia comprensión de lo que
Dios está llamando, ha sido profundamente influenciada por estas reflexiones.

En la conclusión de este libro compartiré lo que el Señor me ha estado enseñando personalmente


acerca de la preparación para una visitación fresca del Espíritu Santo. Al intentar responder a aquellas
lecciones Dios me ha bañado con gracia no solamente es para mí sola, tal y como fue la experiencia en
Duquesne, que fue una bendición para la Iglesia completa creo que lo que el Señor está revelándome
ahora puede traer mucha renovación entre su gente.

En julio de 1987, me sentía mal por el estado de la Renovación Carismática en los Estados Unidos,
que en mi opinión tenía una gran necesidad de purificación, de unidad interna y de poder. Pedí para que
el Señor respondiera de alguna manera para traer renovación a la Renovación Carismática. El Señor res-
pondió a mi oración de una forma que yo no esperaba. En vez de enseñarme lo que debería de hacer
para motivar a otros, para que cambiara su comportamiento, Él me permitió llegar bajo un espíritu de
convicción acerca de mis propios pecados y orgullo. Fui llevada a través de un período de arrepenti-
miento profundo de muchas maneras, por lo que le había fallado al Señor a través de los años. El Salmo
51 expresa muy bellamente mis sentimientos al orar, “Crea en mí un corazón limpio, oh Señor y pon un
nuevo espíritu correcto dentro de mí, no me alejes de Tu presencia y no me quites a tu Espíritu Santo”
(Sal 51,10-11). Antes de que pudiera siquiera esperar interceder por las necesidades que yo veía en la
Renovación Carismática y en la Iglesia, tuve que tener y continúo teniendo, responsabilidad de mis pro-
pios pecados... y verme en un espíritu de arrepentimiento... sacar el madero de mi propio ojo, antes que
nada.

Algunas veces después de esto tuve la imagen mental de mi misma parada bajo una sábana blanca
suspendida en el aire. Al alcanzarla con un palo largo, sin jalar la sábana, de ella cayeron una gran canti-
dad de objetos. Yo no sabía qué eran, pero al estar cayendo en cascada, en lugar de golpearme o acu-
mularse en mis pies, parecían pasar a través de mí. Era como si yo fuera un tipo de canal viviente a tra-
vés del cual esas cosas estaban pasando. Al reflexionar en esta imagen comprendí que el palo largo de-
bería ser la oración de fe y las buenas cosas que pasaban a través de mí, son las lecciones que ahora
estoy por compartir. Yo no digo que he aprendido completamente estas lecciones, pero oro para que al
compartirlas con ustedes, ellas se hagan presentes en todos nosotros, que deseamos vivir en la gracia de
Pentecostés en la actualidad, para que podamos invitar y recibir a la fresca visitación del Espíritu Santo
en el futuro.

Humildad
El Señor me está enseñando que la mejor manera en que nos podemos preparar para recibirlo es
haciéndonos humildes. La humildad da entrada a Dios como nada más lo hace. Parece ser una de las
cosas que Él encuentra irresistibles. “La oración del humilde atraviesa las nubes y él no será consolado
hasta que alcance al Señor; él no desistirá hasta que el Altísimo lo visite...” (Sal 35,17). Hasta que el Altí-
simo lo visite. Eso es lo que queremos, ¿no es así? Una oración humilde y llena de fe, provoca una res-
puesta de Dios.

Si nosotros queremos estar preparados para esta nueva ola del Espíritu, debemos hacernos humildes
a nosotros mismos frente al Señor y hacernos humildes significa abandonar nuestra autoconfianza, que
es un tipo de orgullo, y volvernos a Dios en rendimiento completo, reconociendo que no somos nada ante
Él. Significa reconocer nuestros pecados, aceptar su perdón y misericordia, dar la paz a los demás her-
manos y hermanas. “No nos está permitido llenamos de amargura para que ésta nos haga llagas... no
sea que muchos sean profanados” (He 12,15). ¿Cómo podemos ser instrumentos de su amor y paz,
mientras nos estamos despedazando los unos a los otros? Para mí como católica, una expresión com-
pleta de humildad, es el uso frecuente de la reconciliación.
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Santa Teresa de Avila nos enseña en su autobiografía que mientras más se hace pequeña un alma en
la oración, Dios más la eleva. San Pedro hace esta lección clara en su Epístola:
De igual manera, jóvenes, sed sumisos a los ancianos; revestíos todos de humildad en
vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los
humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión,
os ensalcé; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros.

(1 P 5,5-7)

El Señor ha estado enseñándome que el que es humilde siempre está preparado para ser enseñado,
ser corregido, ser disciplinado por el maestro. Cuánta atención le damos a nuestras propias opiniones.
Dios desea que nosotros nos preocupemos más acerca de su opinión, sus perspectivas, su evaluación,
más que la opinión del mundo, o más que la opinión de nuestros amigos. Si vamos a prepararnos para
una nueva ola del Espíritu Santo necesitamos inclinarnos humildemente bajo la mano poderosa de Dios...
aprender a temerle, esto es a tenerle un miedo reverencial ante su amor celoso.

Al leer Otra Ola que Llega, el recuento de la revitalización de la Calle Azuza de 1906, yo fui impresio-
nada por la fuerza con la que Frank Bartleman escribe acerca de la necesidad de una oración humilde.
Aquellos que son instrumento para el nacimiento del derramamiento del Espíritu Santo al cambio de siglo
pasaron mucho tiempo ante Dios, literalmente gimiendo bajo una carga de oración, para revitalización.
Dios recibió de Bartleman y de aquellos que estaban con él un profundo espíritu de arrepentimiento. El
escribió, “Debemos de mantenernos humildes y pequeños ante nuestros propios ojos. Dejémonos cons-
truir por un sentido de nuestra propia importancia y estamos perdidos. La profundidad de cualquier revita-
lización será determinada exactamente por el espíritu de arrepentimiento que se obtiene”.

Hambre
En su Magnificat, María proclama, “A los hambrientos se les han dado todas las buenas cosas, mien-
tras que a los ricos se les ha quitado todo” (Lc 1,53). Dios promete llenar a aquellos que están hambrien-
tos y que son humildes ante Él. El derramamiento del Espíritu Santo ha sido profundo por un período in-
tenso de deseo y hambre de oración desde el primer Pentecostés al presente día. Piensen en todos los
eventos relatados en el comienzo de este libro —los ciudadanos en Checoslovaquia, la Bendita Elena
Guerra, los estudiantes de la Escuela Bíblica de Tethel, los profesores de Duquesne—. En cada caso hay
una gran hambre de Dios expresada a través de oraciones fervientes.

Un día, mientras que estaba orando ante el Santísimo Sacramento, sentí que el Señor me habló en las
profundidades de mi corazón. Me sorprendí por sus palabras, Él parecía decirme, “Suplícame, ruégame
por más de mi Espíritu, suplícame por más de mi Espíritu”. Me desconcerté ante el significado de sus
palabras, “Suplícame, ruégame”. ¿Qué es lo que debo suplicar, me pregunté, qué no nos dijo Jesús en
Lucas 11,9-11 que el Padre en los cielos se deleita al dar su Espíritu a cualquiera que se lo pida? Él dice
claramente, “Pidan y recibirán”. Entonces me di cuenta que la palabra suplicar, rogar, resalta nuestra ver-
dadera condición. Él lo tiene todo, estamos en una profunda necesidad y Él tiene riquezas inconmensu-
rables. El suplicarle a Él significa que yo reconozco quién soy ante Él: un pecador, que no merece nada
por mi condición, que recibe todo a través de los méritos de Jesucristo.

Dios desea a la gente que es humilde y hambrienta, aquellos que orarán con insistencia, con perseve-
rancia, con deseo, con búsqueda. Sigo impresionada con la importancia de la oración con grandes de-
seos... esperando la venida del reino de Dios... la salvación del mundo... el derramamiento del Espíritu
Santo sobre toda carne.

Nuestras oraciones no cambian la mente de Dios; nos cambian a nosotros. Al nosotros ser hambrien-
tos de las cosas de Dios, al pedir por un incremento del Espíritu Santo, nuestra disposición interior se
prepara más para recibir cada venida de bendiciones que Dios en persona quiere dar a nosotros. Es
como si nuestros corazones se expandieran por la oración; se nos estira para contener todos Sus teso-
ros. En el diálogo de Santa Catarina, el Señor le asegura que Él se mueve constantemente por la humil-
dad, por la oración santa... que Él es atraído por la cadena de deseos santos... porque Él en persona ha
dado esta cadena. Es algo maravilloso y misterioso. Dios nos llama a que trabajemos en las oraciones

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para poder traer todo lo que Él ya ha preparado y desea darnos. Él nos dirige hacia este deseo de bende-
cir a la humanidad, de poner en nuestros corazones una petición de misericordia, para que nosotros reci-
bamos más del Espíritu Santo.

Recientemente yo he sido cautivada por los versos de la Escritura: “Todos los ojos de las criaturas te
ven así, y Tú les das su comida a su debido tiempo. Te abres y extiendes Tu mano y les das los deseos
para todos aquellos que viven” (Sal 145,14-16). ¡Tú extiendes toda tu mano! Dios no nos da miserias
cuando trata con nosotros. Su generosidad es grandiosa, más allá de toda comprensión. En Juan 3,34,
leemos que “no da con medida su Espíritu”. Hay una cualidad limitada de su amor que es la dificultad que
nosotros tenemos para obtenerla, porque nosotros somos los que estamos limitados. Pero los santos nos
han hablado de ella. Todos aquellos que han estado cerca de la experiencia que Dios les ha dado.

“Ellos festejan la abundancia de Tu casa y Tú les llevas bebida del río de tus delicias. Porque Tú eres
la fuente de vida y Tu luz es la que vale” (Sal 36,8-9). Santa Teresa de Avila escribió en su autobiografía,
“Él nunca se cansa de dar, ni se puede cansar su misericordia. No nos cansemos nosotros de recibirla”.

Hay un poder tremendo en nuestra oración. No solamente la gracia de Dios cambia a nosotros cuando
oramos, sino que los planes de satán también son deshechos. Corrie ten Boom, sobreviviente de un cam-
po de concentración nazi y maravilloso vagabundo del Señor, escribió una vez, “El diablo también conoce
mis planes. Se ríe cuando nosotros estamos muy ocupados. Pero se estremece cuando oramos, espe-
cialmente cuando oramos juntos”.

La oración nos hace victoriosos sobre el poder del mal. Libera la gracia. Le quita la llave y el cerrojo a
cada corazón. En la oración Dios se revela a nosotros y nos revela su propósito; nosotros agarramos de
la gloria que está por venir. Un espíritu de oración y de intercesión está siendo despertado en la gente de
Dios para que nos preparemos para su pronta visitación.

¡Ven Espíritu Santo!


¿Y para qué tenemos que orar después de que tenemos que estar hambrientos? Debemos orar por el
Espíritu Santo, ¡el más grande de todos los dones de Dios! Para aquellos que aún no han sido bautizados
en el Espíritu, yo les hago una petición: Pidan a Dios que les otorgue su gracia. Búsquenla. Encuentren a
otros que oren con ustedes para que se dé la donación del Espíritu Santo y de los dones carismáticos en
su vida. Y para que aquellos que ya han sido bautizados en el Espíritu, yo diría: el Señor está llamando
por una sensibilidad más grande, una docilidad más grande a los llamados de su Espíritu Santo. Creo
que mientras más nos hacemos humildes y deseosos del Señor en oración, habremos de experimentar
los dones carismáticos que surgen a través de nosotros con una naturalidad que no hemos conocido
antes.

Estoy comenzando a experimentar esto en mi propia vida. Hay una nueva gentileza en la forma en que
estoy recibiendo la dirección del Espíritu Santo estos días. Si no estoy escuchando muy cercanamente,
fácilmente podría perderme sus inspiraciones. Pero cuando escucho su charla gentil, yo veo un fruto es-
piritual más fuerte, que nos ayuda, que es un llamado del Espíritu y no solamente mi imaginación traba-
jando.

Dios quiere que nos pongamos en tono con el sonido de Su voz, que nos acostumbremos a que Él se
cierre en ti. ¿Recuerdan lo que dice 1ª. de Reyes 19 cuando Elías estaba esperando escuchar la voz del
Señor? Que no vino de un viento violento, que no vino moviendo las montañas y rompiendo las rocas, no
vino en terremoto ni en fuego. Fue un susurro gentil, un viento gentil, un sonido que el Señor visitó a
Elías. Y Elías con sorpresa escondió su rostro bajo su manto. Al presenciar al Espíritu Santo de nuevo en
un fresco derramamiento, continuamente me siento a veces con la necesidad de esconderme. De lite-
ralmente inclinarme ante Su presencia, de quedarme quieta y de saber que Él es Dios, ver Sal 46,11.

La analogía dice que puedo pensar que para lo que yo estoy escribiendo es para lo del matrimonio.
Cuando una pareja se ha casado y vive felizmente por muchos años, llegan a un tipo especial de amor.
Todo lo que tienen que hacer es una mirada, un movimiento, un toque con el codo, para que una persona
entienda la intención de la otra persona. Es esa clase de docilidad a la que el Señor nos está llevando.
Necesitamos ser muy fieles y muy obedientes a cada inspiración del Espíritu Santo... estar dispuestos
para hacer el bien y para dar gloria a Dios. Esto significará obedecer la voluntad de Dios y no nuestra

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voluntad, buscar su gloria y no nuestra gloria. Construir su reino y no el nuestro. Para terminar, dejarlo
reinar y que tenga sus reglas, que nosotros seamos sus instrumentos.

María, Esposa del Espíritu Santo


Al estar el Señor imprimiendo todas estas lecciones en mí, ha sido natural que mis pensamientos se
vuelvan hacia María, Su Madre... la única que ha vivido una vida de total rendimiento a Dios. Nosotros
cristianos nos podemos regocijar, de que podemos tener a alguien que es un ejemplo de santidad, humil-
dad, oración ardiente y docilidad al Espíritu, y disposición para los dones del Espíritu. Tenemos a María.

Desde la Cruz, Jesús confió a María el cuidado de San Juan con las palabras, “Mujer, he aquí a tu
hijo”. Entonces Él confió a Su Madre María, diciéndole, “He aquí a tu Madre” (ver Jn 19,26-27). Juan, el
discípulo amado, recibió a María en su hogar, la recibió como un don de Jesús y amó a María con devo-
ción filial.

Nosotros católicos vemos en esta escena un llamado para confiarnos nosotros mismos al maternal cui-
dado de María, la recibimos como uno de los regalos preciosos que Jesús nos ha dado y pedimos para
que ella tenga intercesión poderosa. Tal y como lo hizo María en Canaán, habló a Jesús para interceder
por aquellos que estaban en necesidad, creemos que ella continúa intercediendo por la Iglesia en la
actualidad.

Pocos cristianos habrán de negar el hecho de que María es un modelo para todos aquellos que buscan
al Señor. Pero Ella es mucho más que eso. Desde la Cruz Jesús no dijo, “¡Contemplen a su modelo!”. Él
dijo “Contemplen a su Madre”. María ha continuado el rol como madre de todos los hijos de Dios. Madre
de la Iglesia. Y su maternidad espiritual está íntimamente ligada al trabajo del Espíritu Santo.

El Papa Juan Pablo II, en su Homilía en Fátima, en mayo 13 de 1982, hizo clara esta relación. “María
nos abraza a todos con especial solicitud en el Espíritu Santo. Porque mientras nosotros profesemos
nuestro credo, Él es ‘dador de vida’, Él es el que llena nuestra vida, la abre hacia la eternidad. La mater-
nidad espiritual de María es entonces el compartir el Espíritu Santo, el compartir el poder del ‘dador de
vida’.”

En mi propia vida en el Espíritu estos 25 años que han pasado, María ha sido tanto un modelo como
una madre para mí, enseñándome a rendirme ante el Señor... a decir “sí”. No importa la medida en la que
yo haya sido fiel al Señor, ha sido gracias a su ejemplo y a sus oraciones. Yo creo que un elemento
importante que se tiene que tomar en cuenta para prepararse para un fresco derramamiento del Espíritu
Santo, es nuestra relación con María como Madre. Necesitamos hacer caso a las palabras de Jesús
nuestro Maestro: “Contemplen a su Madre”. Y debemos confiarnos nosotros mismos al corazón de María,
que ella nos dirigirá fielmente al corazón de Jesús, su Hijo, la fuente de toda misericordia.

Una Corriente de Gracia


Fue al pie de la Cruz que el Señor Jesucristo primero nos confió a nosotros a María como nuestra
Madre. Cuando le permitimos a ella ser nuestra Madre, ella de nuevo nos va a dirigir al privilegiado lugar
de gracia... a la Cruz. Ahí en la Cruz podemos contemplar más claramente sobre el Hijo de Dios que fue
muerto por nuestros pecados y por los pecados del mundo.

Para mí, el llamado a la humildad, al arrepentimiento, a la pureza de corazón, al hambre por más del
Espíritu Santo, es una llamada para ir a la Cruz de Jesús en compañía de Maria mi Madre. Reforzado por
su oración y su presencia, yo puedo entrar en el misterio de la Cruz... unirme a Jesús más completamen-
te... aprender la verdad de las palabras de San Pablo, “Yo he sido crucificado con Cristo; ya no soy yo
quien vive, sino Cristo el que vive en mí; y la vida que tengo ahora en la carne, la vivo con fe en el Hijo de
Dios, que me amó y se dio a Sí mismo” (Gál 2,20).

Debo testificar el hecho de que esa confianza a María como mi Madre ha profundizado mi conserva-
ción a Dios... al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Confiarme a mí misma al Corazón de María me ha
puesto junto al atravesado corazón de Cristo y me ha abierto una puerta para una mayor intimidad con
Dios. Deseo traer a otros conmigo a través de esa puerta.

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Ahora vemos claramente que es el atravesado costado de Cristo del que surgió agua y sangre en el
que encontramos misericordia y podemos pedir más del Espíritu Santo. Como católicos vemos en el agua
y en la sangre de Cristo una referencia a los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía. El atravesado
corazón de Jesús es la fuente de ese sacramento y otras riquezas inconmensurables espirituales tam-
bién.

En una bellísima oración Anima Christi (Alma de Cristo), nosotros decimos a Jesús, “En tus heridas
escóndeme, que nunca nos aparten de tu lado”. Esto es más que poesía, es una realidad espiritual;
esconderse en las heridas de Cristo, ser bañado por su sangre nos da paz e inspira confianza. Es el ir a
la Cruz mediante la pasión y su muerte, examinando el amor de su corazón, el que nos ha abierto a
nuestra salvación en lo que encontramos vida. Las palabras de un maravilloso himno protestante también
lo expresan de otra manera:
Roca de los tiempos, sé mi refugio,
Déjame esconderme en Ti;
Deja que el agua y la sangre de tu costado
herido,
Sean la doble cura para mis pecados,
Sálvame de la ira y hazme puro.

Hay un pasaje en el libro del Profeta Zacarías, que también habla acerca de las bendiciones que
vendrán a la gente de Dios mientras ellos vean al Crucificado:
Yo derramaré en la casa de David y en los habitantes de Jerusalén mi espíritu de gracia y
un espíritu de petición; y ellos lo verán porque han confiado en Él...
(Zac 12,10).

Yo creo que mientras veo al Hijo Único de Dios que tomó la forma de un esclavo, “un espíritu de gracia
de petición” que viene sobre mí y deseo para que todos los hombres y mujeres conozcan su salvación. Al
ver a Jesús que ha sido atravesado por nuestros pecados, mi confianza en el amor de Dios crece y pue-
do interceder con más fe por la salvación del mundo. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Úni-
co Hijo, y aquel que cree en Él no perecerá porque tiene vida eterna” (Jn 3,16).

Cuando Jesús murió en la Cruz, Él cedió su Espíritu. Ahora en día, es en la Cruz de nuevo donde
Jesús imparte su Espíritu; si deseamos más del Espíritu Santo debemos de venir hasta su corazón. Lo
que estoy experimentando es esto: Al acercarme a la roca de la que surge agua viviente me siento atra-
pada en este movimiento. Es el movimiento del Espíritu Santo. En la Cruz de Jesús experimento lo que
se podría describir como movimiento de gracia y misericordia que me acerca a Dios. Jesús dijo, “Y Yo,
cuando Yo sea elevado de la tierra atraeré a todos los hombres hacia mí” (Jn 12,32). Esto sucede no por-
que somos buenos, sino porque Él es bueno... no porque nosotros seamos valiosos, sino porque Él es
valioso. Es un don de pureza. Uno lo único que debe hacer es desear cada día, en cualquier lado acer-
carse a esta fuente de vida. Al atravesado corazón de Jesús el Señor, ser arrastrado junto con esta
corriente de gracia y misericordia.

Si yo diría algo a los demás, que han sido bautizados en el Espíritu Santo sería esto: no somos noso-
tros la fuente de vida espiritual en renovación. Él es en persona la salvación y la sanación, la misericordia
para todo el mundo. El Espíritu Santo es propiedad porque te da posesión. No debemos intentar ser
maestros de esta acción del Espíritu Santo. Más bien tenemos que acercarnos a Él y ser agarrados en
este veloz movimiento de corriente de gracia y de misericordia destinadas a renovar la faz de la tierra.

Mientras describo la gracia y misericordia del derramamiento del Espíritu Santo, me recuerdan las
palabras del Cardenal Suenens en su libro Guía Espiritual:
Para interpretar a la Renovación Carismática como movimiento entre otros
movimientos, es no entender bien su naturaleza: es un movimiento de su Espíritu que se
ofrece en la Iglesia completa, y está destinado a rejuvenecer cada faceta de la vida de la
Iglesia. El alma de la Renovación, el “Bau-
tismo en el Espíritu”, es una gracia pentecostal que da frescura y que se ofrece a todos
los cristianos... No estamos hablando de una corriente marítima que aquí y allá llega a
las cosas, sino de una corriente poderosa destinada a penetrar al mismo corazón de
cada país.

Y para mis amigos de la Renovación en 11 todo el mundo me gustaría decir que la


Renovación está destinada para la Iglesia 6 completa y que su preocupación constante
podría ser que las aguas del río subieran al mar en lealtad a su fuente.
¡Mándanos tu Espíritu!
Al terminar este libro en su conclusión, me recuerdan las palabras del Papa Paulo VI, que dijo, “Igual-
mente amamos a la Iglesia, lo primero que debemos hacer es verter en ella un derramamiento de vida del
Espíritu Santo”. En su propia manera, yo oro porque lo que está escrito aquí haga lo que debe de ser...
nutrir un derramamiento del Señor, en Verdad de Vida, del Espíritu Santo. Quiero que los testimonios en
este libro los hayan convencido a ustedes que el Bautismo en el Espíritu Santo está disponible para cada
persona que lo desee. El Señor Jesús desea mandar su Espíritu Santo a que renueve su vida personal
pero también desea mucho más que eso. ¡Desea renovar a la Iglesia completa! ¡Desea renovar a todos
los hombres y a todas las mujeres en cualquier lado! ¡Desea renovar la faz de la tierra! Dios nos está
preparando para una nueva evangelización. Esto es un tema constante para el Santo Padre, el Papa
Juan Pablo II. En Redemptoris Missio, ha escrito:

Dios se está abriendo ante la Iglesia y está abriendo horizontes de una humanidad
más preparada para la Palabra de Dios. Yo siento que este momento ha venido para
comprometer todas las energías de la Iglesia a una nueva evangelización y a una nueva
misión “ad gentes...”.

Al acercarse el tercer milenio de la redención, Dios nos está preparando un gran


tiempo de primavera para la cristiandad, y ya podemos ver sus primeros signos.
Nuestro Padre del Cielo, con gran confianza al orar por un fresco derramamiento del Espíritu Santo,
recuerda la promesa del Señor Jesús:
Pidan y se les dará, busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todos los que
piden reciben, todos los que buscan encuentran y a todos los que tocan se les abre.
¿Qué padre de ustedes, si su hijo les pide un pez le dará a cambio una serpiente; o si
pide un huevo le dará a cambio un escorpión? Si ustedes entonces, que son malos saben
cómo darles buenos regalos a sus hijos, ¡qué mucho más hará el Padre Celestial al darles
el Espíritu Santo a aquellos que se lo piden!
(Lc 11,9-13).

AMEN

EPÍLOGO
Lo que Dios hizo el 18 de febrero de 1967, en la vida de 25 jóvenes adultos en el Centro de Retiros el
Arca y la Paloma es la continuación de su plan de salvación y santificación, de evangelización y de misi-
ón. Una vez más Dios desbordantemente proclamó que Jesús murió por todos y que reconcilió todo a tra-
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vés de su sangre. El Padre manifestó su amor de nuevo a través del poder del Espíritu Santo. Y al hacer-
lo, Él reveló de nuevo que esta gracia de Pentecostés es para todos, no solamente para un ciento o para
los 20 que estuvieron en el cuarto de más arriba, no solamente para el primer siglo y para los primeros
cristianos, no solamente para aquellos santos hombres y mujeres reconocidos.

Las vidas fueron cambiadas por el poder del Espíritu Santo aquel fin de semana en Duquesne para
que se llenara el plan de Dios ahora en su Iglesia. Los signos y maravillas que se leen en los pasajes de
las Escrituras y en diferentes épocas en la historia de la Iglesia son experiencias que son realidades en la
vida de gente ordinaria y a veces en gente que no pareciera serlo. Buenas noticias como éstas no se de-
ben mantener en secreto. Tal y como se hizo en el primer Pentecostés, estos nuevos, más llenos del
Espíritu Santo, cristianos católicos, compartieron lo que Dios había hecho en su vida con los demás. Ese
mensaje ha sido escuchado a través del mundo. Como resultado, las lenguas de fuego de Pentecostés y
el fuego del Espíritu de Duquesne literalmente han encendido los corazones de millones dentro de la Igle-
sia.

Patti Gallagher Mansfield ha compartido de una forma conmovedora los eventos de aquel fin de sema-
na significante que sucedió hace 25 años. Ella diligentemente ha reunido todos los testimonios de aque-
llos que formaron parte de aquel momento lleno de gracia. En una forma concisa ella, históricamente, ha
enraizado el ahora famoso fin de semana en Duquesne en la oración, en la vida, en la Iglesia Católica
desde el cambio de siglo.

¿Ahora a dónde vamos? Al ver nuestro pasado, al ponernos en contacto con nuestras raíces y con
nuestra herencia, no solamente se hace por nostalgia. Al leer este libro, necesitamos hacernos a noso-
tros mismos algunas preguntas serias. ¿Cuál fue la visión que Dios le dio a la Iglesia en aquel primer
Pentecostés hace 2000 años? ¿cuál fue la visión que Él ha dado muchas veces desde entonces, inclu-
yendo el fin de semana en Duquesne?

Aquella visión se revela claramente en las palabras de Jesús:


“...qué tanto dará el Padre Celestial el Espíritu Santo a aquellos que se los pidan” (Lc
11,13).
“Yo solemnemente les aseguro que nadie puede entrar al reino de Dios sin haber estado
lleno de agua y de Espíritu” (Jn 3,5).
“Yo solemnemente les aseguro que el hombre que tiene fe en Mí hará las obras que yo
hago y hará muchas más que éstas” (Jn 14,12).
“Cuando venga el Paráclito... Él dará testimonio en Mi nombre. Ustedes deben de dar
testimonio también” (Jn 15,26-27).
“Ustedes recibirán el poder cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes; entonces
ustedes serán mis testigos en Jerusalén, a través de Judea y en Samaria, sí, y hasta los
confines de la tierra” (He 1,38).
Aquella visión fue pronunciada por Pedro y Pablo a través del poder del Espíritu:
“Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo,
para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (He 2,38).
“...el amor de Dios ha sido derramado en sus corazones a través del Espíritu Santo que
se nos ha dado” (Rom 5,5).
“Para cada persona la manifestación del Espíritu Santo será para un bien común” (1 Cor
12,7).
“Debido a que nosotros vivimos el Espíritu, sigamos la guía del Espíritu” (Ga 5,25).
“Sean llenos con el Espíritu, volviéndose unos y otros a los salmos y a los himnos y
cantos inspirados” (Ef 5,18-19).
¿Esas visiones todavía tiene lugar actualmente? ¿Se dan en lugares aislados, pero no universalmen-
“No rechacen
te? ¿Estamos al Espíritu,
viviendo aquellasno rechacen
visiones las profecías.
en nuestra Hagan prueba de
vida individualmente todo;Iglesia?
o como y retengan lo
¿Algunas son,
pero no todas? Necesitamos escuchar y actuar en las palabras de Pablo que dijo a Timoteo: “Te reco-
miendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos
dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza” (2 Tim 1,6-7).

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¿Estamos pastoreando adecuadamente aquella visión para que las generaciones que vienen experi-
menten esta gracia de Pentecostés de acuerdo al plan revelado de Dios? “Curad enfermos, resucitad
muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (Mt 10,8). “...pues la
Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el
Señor Dios nuestro.” (He 2,39).

El poder del Espíritu Santo fue la base de la espiritualidad de Jesús y tiene que ser entonces la fuente
de toda la espiritualidad de los cristianos. El poder del Espíritu Santo fue el contexto en el que Jesús dio
ministerio y tiene que ser el mismo para todos aquellos que somos discípulos de Jesús hoy en día. Lo
que se ha revelado en las Escrituras, reafirmado por muchos Padres de la Iglesia, tanto del este como del
oeste en los primeros cinco siglos, experimentado en las vidas de muchos santos y restablecido por la
Iglesia en sus documentos, necesita llenarse apropiadamente por sus miembros actuales.
El Bautismo en el Espíritu Santo es cautivo, aunque sea liberado conservativo. No se
identifica con el movimiento de alguien, ni con algún estilo en particular de oración, de
culto o de comunidad. Por el contrario, creemos que es un don del Espíritu Santo que
pertenece a la herencia cristiana para todos aquellos iniciados sacramentalmente dentro
de la Iglesia (Alentando la Flama, p. 10).
La celebración del 25 aniversario del fin de semana en Duquesne debería ser un tiempo para volver a
enfocar nuestra vida de acuerdo al plan de Dios, para recapturar la visión que ya se nos ha dado clara-
mente; un tiempo de renovación de nuestros esfuerzos para que esa visión sea una realidad a través del
pastoreo creativo y de la implementación de la fe en las parroquias, en las comunidades en cada parte
del mundo; un tiempo para reconocer una vez más que vivir esta visión es realmente lo que significa estar
en el corazón de la Iglesia.

Altísimo Reverendo Sam G. Jacobs, D.D.


Al Obispo de Alejandría, Louisiana
Presidente del Comité Nacional al
Servicio de la Renovación Católica Carismática

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