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Marc Auge

P O R U N A A N T R O P O L O G ÍA

1)H L A M O V I L I D A D

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O Mjtc AagL 200?

Djicño de U colección: Sylvía Sarw

l*nro«a cátodo: ocrubre d t 20Cl~. Bonrflreu

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09022 BxrocUmj (España)
Tel. 93 253 09<M
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ISBN: 9 ? S ^ 4 -9 IR*-¿?5-8
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liuprvsj pee K uauny» ViUs

Í>1 I Dkspxú»
l'nwrd Ul Splio
VisiónoX
Serie afíh'ersarh 3 0 años

Visión 3 X CS una serie conmemorativa de X X X años <!e


edición coutiuiuida. De crecimiento en la elaboniciótt de Con­
tenidos y su expaiuióti a lo largo v ancho de la geografía espa­
ñola y por supuesto de coda América l^rina.
V 3 X es también mirar hacia dentro, atravesar la pid y ver
los huesos de nuestras estructuras y marcas mfc sólidas.
También es una lonua de la minada, es alzar la vísta mientras nos
damos la vuelta y oteamos nuestros orígenes para entenderlos. A
su vez, esre artilugio nos pennite girar sobre nosotros mismos,
levantar de nuevo Ir* ojos y mirar el futuro a través de la pala­
bra que explora y especula. Muestro artefacto es Iimitaik>, SU
capacidad está dada por las huellas de su historia. Permite ver el
inrerioc pero cieñe un límite en SUS aumenros: treinta anos hacia
atrás y rreinta años hacia delante, y, sin embargo, creemos since­
ramente que los selortos invitados que han hecho uso de él te
han sacado SUS máximas potencialidad».
Gedisa. orgulloso de sí misma y de sus autores, invira a fes­
tejar este 30 aniversario con rodo el mundo lector que esté dis-
puesro a ser sacudido por la mirada crítica que los autores de
V 3X nos proponen: Marc Augé. Manuel Cruz» Roger Chartier.
Néstor García Canclini, Ferran Mascare!!. Josep Ramoneda y
George Yúdice.

Editorial CreJiia, 200 ?


índice

Nota p r e v ia .............................................................. II

1. F.1 concepto de frontera................................. 17


IT. La urbanización del m u nd o.......................... 25
III. La distorsión de la percepción..................... 41
IV. El escándalo dei tu rism o ............................... 57
V. 1:1 desplazamiento de la utopía ................... 73
VI. Plantearse el concepto de movilidad .......... 85
Nota previa

La historia J e Gedisa se sitúa en el tiempo uniendo dos


períodos que no coinciden exactamente con el final del
siglo XX y el inicio del XXI; fue al principio de los 80
cuando en algunos países -entre ellos Francia- empe­
zaron a notar los problemas originados por una falta de
reflexión acerca del fenómeno migratorio. Casi en el
mismo período se pudo ver cómo se sustituyó el len­
guaje de ia caridad internacional por arrebatos de opti­
mismo en los discursos de la política de desarrollo- Fue
necesario esperar hasta los años 90 para oír hablar de
«nct cconomy* y sólo a partir de entonces se empeza­
ron a p la n te a r todos los trastornos provocados por la
revolución de la comunicación y a percibir, en la prác­
tica, el significado de las expresiones «globalización»
o «urbanización del planeta*. IX* la misma manera, a
lo largo de los años ÍX), las consecuencias de la guerra

— tí —
Pvr vtm antropología J é ¡a moftltdad

*xfo
fría dibujaron, a ojos dé un extenso público, una nueva

C
imagen del mundo que. progresivainmte, »ba adop-
íando unos nuevos |*>los de desarrollo planetario.
También el terrorismo internacional es anterior a los
años 8 0. pero ci auge del terrorismo religioso supone,
-sobre todo con la coma del poder de Irán f>or parce de
JKhomeiny-, indiscuciblemence. el comienzo de una
nueva etapa en la historia mundial que, anceriormen-
re, no podía imaginarse en absoluto y que dista de
estar finalizada.
Todas las contradicciones contra las que nos debati­
mos ahora surgieron en el período de los 7 0 y los 80.
Sin embargo, hoy en día somos m is capaces de definir
los difcrences aspeccos y de cratar de relacionarlos- Mi
itinerario como antropólogo resulta, desde este punto
de vista, significativo: durante los años 6 0 , poco des­
pués de las Independencias, la observación ecnológica
seguía siendo tradicional, aunque empezara a suponer
el tener en cuenca la política de modernización y de
desarrollo. Este relativo optimismo, demasiado sim­
ple, tuvo una escasa duración, desde el momento en
que se tuvo que comprender que el mundo desarrolla­
do y el conjunto de los llamados mundos «subdesarro-
llados» estaban comprendidos en una misma historia,

— 12 —
Marx Akgt

«!P* <
en una misma lógica económica y en un mismo proce­
so de aceleración tecnológica, los cuales, evidentemen­
3 XFA

te, no tenían los mismos efectos en todos los lugares y


multiplicaban las contradicciones, a pesar del optimis­
mo infantil de los defensores de la teoría del «fin de la
historia». Sin lugar a dudas, lia llegado el momento de
volver atrás, a cravés de todos estos cambios, pora tra­
tar de comprenderlos, así como de analizar esta cues­
tión para intentar situarnos. ¿Adónde vamos? Es difícil
dar una respuesta con seguridad, pero «situamos» —es
decir, partir de una medida de tipo espacial para ima­
ginar el porvenir y el camino que deberá seguirse en el
tiempo-, de ahora en adelante, no sólo será posible sino
también indiscutiblemente necesario. F.n nuestro
mundo, que se encuentra en movimiento, el antropólo­
go puede participar de este esfuerzo necesario, al refle­
xionar acerca de lo que, hoy en día, podría ser una
nueva antropología del espacio y de la movilidad.

Parts, septiembre dt 2 0 0 1
Los estudios tradicionales de etnología señalaban que
los nómadas tenían sentido del lugar, del territorio y
del tiempo, así tom o del regreso. Por tanto, esta idea
de nomadismo es distinta del concepto actual, que
emplea el mismo nombre, a modo de metáfora, a
la hora de hablar de la movilidad «sobremodema*. La
partícula iobrt en este adjetivo debe ser entendida con
el sentido que le confieren Freud y Althusser en la
expresión «sobredeterminación*, o bien en el sentido
del término inglés oitr. Se refiere a la existencia de
una superabundancia de causas, que hace que el aná­
lisis de sus efectos sea complejo.
La movilidad sobremodema se refleja en el movi­
miento de la |>oblación {migraciones, turismo, movili­
dad profesional), en la comunicación general instantá­
nea y en la circulac ión de los productos, de las imáge­

— 15 —
F ffw w griirvp0¿(,¿¿jjkJajmiltdad

nes y de la información. Animismo, señala la parado­


ja de un mundo en el que, teóricamente, se puede
hacer codo sin moverse y en el que, sin embargo, 1»
población se desplaza.
Esta movilidad sobremoderna se debe a una sene
de valores (como la desterritorialización y el indivi­
dualismo) que los grandes deportistas y artistas -e n ­
tre otros- ejemplifican. Sin embargo, existen nume­
rosas excepciones: por un lado, cuenta con ejemplos
de sedemarismo for/ado y, por otro, de reivindicacio­
nes de territorialidad. Nuestro mundo, pues, está
lleno de barreras territoriales o ideológicas.
Es preciso añadir que la movilidad sobremoderna
responde en gran medida a la ideología del sistema de
la globalización: una ideología de la apariencia, de la
evidencia y del presente, dispuesta incluso a volver a
captar a todos los que tratan de analizarla o criticarla.
Así pues, aquí se tratara de presentar algunos aspec­
tos mediante el examen de algunos conceptos clave,
como frontera, migración, viaje y utopía.

— 16 —
I

El concepto de frontera

Si pensar en el concepto de frontera resulta útil es por­


que constituye el centro de la actividad simbólica que
-según tas teorías de I^vi-Strauss- se ha utilizado,
desde la ajxirición del lenguaje, para dar un significa­
do al universo y un sentido al mundo, a fin de que sea
posible vivir en ellos. Sin embargo, esta actividad, por
su propia naturaleza, ha consistido en oponer las dife­
rentes categorías -com o lo masculino y lo femenino,
lo caliente y lo frío, la tierra y el cielo, lo seco y lo
húm edo- y, de esta manera, dividir el espacio en sec­
ciones a las que se concede el carácter de símbolos.
Es evidente que en el períodn histórico que atrave­
samos hoy en día, ya no resulta tan necesario dividir
el espacio, el mundo o al ser vivo para poder llegar a
comprenderlos. Asimismo, el pensamiento científico
ya no se basa en oposiciones binarias, sino que se

— 17 —
Por una antropología de la motUidad

0 XV,\
esfuerza en actualizar la continuidad tjue existe bajo
la aparente discontinuidad: |>or ejemplo, se centra en
comprender y, quizás, en reconstruir el paso de mate­
ria a vida. De la misma manera, el pensamiento
democrático exige la igualdad entre sexos pero, más
allá de esta igualdad, lo que se pide -y a que lo que se
privilegia es la idea de individuo humano es identi­
ficar las funciones, los roles y las definiciones.
Finalmente, la historia política del planeta también
parece poner en tela de juicio las fronteras tradiciona­
les, puesto que, por un lado, se ha instalado un mer­
cado laboral mundial y, por otro, la tecnología de la
comunicación parece borrar cada día más los obstácu­
los relacionados con el tiemj>o y el espacio.
Sin embargo, somos perfectamente conscientes de
que la apariencia que pretenden dar la universaliza­
ción y la globalización esconde numerosas desigual­
dades. Asimismo» presenciamos cómo resurgen las
fronteras, hecho que refuta la teoría del final dé la his­
toria. La oposición Norte/Sur sustituye a la antigua
diferenciación entre países colonizadores y países
colonizados. Las grandes metrópolis del mundo están
divididas en barrios ricos y «conflictivos» y, en ellas,
se concentra roda la diversidad y las desigualdades del

— 18 —
More Auqt

mundo. Incluso llega a haber, en cienos continentes,


ciudades y barrios privados. El modo de emigración
de los países pobres hacia los países ricos suele ser
Ixisrante trágico, ai mismo tiempo que los países ricos
erigen muros para protegerse de los inmigrantes clan­
destinos. Así pues, se están trazando nuevas fronteras
-O, más bien, nuevas barreras- que canco distinguen
a los países pobres de los países ricos, como diferen­
cian, en el interior de los países subdcsarrollados o de
los países emergentes, a los sectores ricos - que forman
parte de la red de globdizadón tecnológica- de los
demás. Por otro lado, aquellos que sueñan con que
La humanidad forme una única sociedad y que consi­
deran que su patria es el mundo Lampoco pueden
ignorar el fuerte hermetismo de las comunidades, las
naciones, las etnias y demás que quieren volver a
alzar las fronteras-, m la expansión dei prosclitismo
de ciertas religiones, que sueñan con conquistar el
planeta derrumbando la totalidad de las fronteras.
En el mundo «sobremoderno», en el que la veloci­
dad del conocimiento, las tecnologías y el mercado se
ha triplicado, cada día es mayor la distancia que sepa­
ra la representación de una globalidad sin fronteras
<jue permitiría que los bienes, los hombres, las imá-

— 79 —
Por ufu ¿tntropo/ofía de ¡a movilidad

genes y los mensajes circulasen sin ningún tipo de


lim itación- de la realidad del planeta, que se encuen­
tra fragmentado, sometido a distintas divisiones, las
cuales, si bien la ideología del sistema se esfuerza en
negar, constituyen el centro del mismo. Por ello, se
podría 0[*>ner la imagen de la ciudad mundial - o
«metaciudad virtual», según la expresión de Paul
Virilio—a las duras realidades de la ciudad-mundo: la
primera está constituida por las vías de circulación y
ios medios de comunicación, los cuales encierran al
planeta entre sus redes y difunden una imagen del
mundo cada vez más homogénea; en la segunda, en
cambio, la población se condensa y, a veces, se produ­
cen enfrentamientos originados por las diferencias y
las desigualdades.
La urbanización del mundo consisce en extender el
tejido urbano a lo largo de los ríos, así como en el inter­
minable crecimiento de las megalópolis, que está más
acentuado en el Tercer Mundo. Fste fenómeno consti­
tuye la realidad sociológica y geográfica de lo que se
conoce como tmiversaiizaám o g/ohafhaciáa, in fin ira-
mente más compleja que la imagen de la globalidad
sin fronteras que representa, para algunos, una coarta­
da y, para otros, una quimera.

— 20 —
Marc Au fí

Así pues, hoy en día sería necesario reconsiderar el


concepco de frontera, esta realidad que no deja de
negarse por un lado y, por el otro, de reafirmarse,
aunque adopeando formas radicalizadas, consideradas
como prohibidas y que conllevan la exclusión. Por
canto, para llegar a comprender las contradicciones
que afcccan a la historia contemj>oránea, la noción de­
frontera debe ser replanteada.
Una froncera no es una barrera, sino un paso, ya
que señala, al mismo tiempo, la presencia del otro y
la posibilidad de reunirse con el. Una gran cantidad
de mitos señalan tanto la necesidad como los peligros
que se encuentran en este tipo de zonas de paso:
muchas culturas han tomado el lím ite y la encrucija­
da como símbolos, como lugares concretos en los que
se decide algo de 1a aventura humana, cuando uno
parte en busca del otro. Hay fronteras nacurales (mon­
tañas, ríos, estrechos), fronteras lingüísticas y fronte­
ras culturales o políticas, y lo que señalan es, en pri­
mer lugar, la necesidad de aprender para comprender.
Parciendo de este principio, queda claro que lo que
han hecho ciertos grupos, movidos por su expansio­
nismo, ha sido violar las fronteras para imponer su
propia ley a otros grupos, aunque incluso esce tipo de

— 21 —
Par una anirotoioíía dt la -tildad

«ip* <x xí a
franqueamiento de las fronteras ha supuesto una serie
de consecuencias para los que lo han cometido:
Grecia, tras la derroca, civilizó Roma y contribuyó a
su expansión intelectual; en África, tradicional mente,
ios conquistadores adoptaban a los dioses de los pue­
blos a los que habían vencido.
Las fronteras nunca llegan a lx>rrarse, sino que
vuelven a trazarse; es lo que nos enseña el avance del
conocimiento científico, que desplaza, rada ve2 más,
las fronteras de lo desconocido. Así pues, el saber
científico - a diferencia de las cosmologías y las ideo-
logias- nunca se concibe como absoluto, sino como
un horizonte en el que se impondrán nuevas fronce-
ras. Por tanco, en este sentido» la frontera responde a
una dimensión temporal: es, quizás, la forma del por­
venir, de la esperanza. He aquí lo que los ideólogos
del mundo contemporáneo -lo s unos, demasiado
optimistas; los otros, demasiado pesimiscas y, que en
cualquier caso, se exceden en su arrogancia- nunca
deberían olvidar. No vivimos en un mundo concluido
en el que tan sólo nos queda celebrar su perfección,
peto tampoco se trata de un mundo irremediable­
mente abandonado a la ley del m is fuerce o del más
jjercurbado: vivimos en un mundo en el que, en pri­

— 22 —
mer lugar, aún existe la frontera entre democracia y
O XV,\

totalitarismo. Sin embargo, la misma idea de demo­


cracia aún se encuentra inacabada, aún la tenemos
que conquistar. Al igual que ocurrc con la ciencia, lo
que confiere su grandeza a la política de la democra­
cia es que se basa en rechazar la idea de totalidad aca­
bilda y en fijar nuevas fronteras para que sean explo­
radas y franqueadas.
Tamo en el concepto de global i/ación como en los
planteamientos de aquellos que se apoyan en él, se
encierra la idea de acabamiento del mundo y de para­
lización del tiem jjo, que revelan una total falta J e
imaginación y una adherencia ai presente, profunda­
mente contrarias al espíritu científico y a la moral
política.

— 23 —
II
La urbanización del mundo

La urbanización del mundo es un fenómeno que los


demógrafos pueden comparar con el paso a la agricultu­
ra, es decir, con di paso del nomadismo y la caza al seden*
tarismo. Sin emlxirjjo, resulta paradójico, ya que se trata
de un fenómeno que no conlleva un nuevo modo de
sedentarismo, sino nuevas formas de movilidad.
Presenta dos aspectos, distinros pero complementarios:

a) El crecimiento de los grandes centros urbanos.


b) La aparición de filamentos urbanos —tal y como lo
expresa el demógrafo liervc Le Bras-, que fusionan
entre sí a las ciudades situadas a lo largo de las vías de
circulación, de los ríos o de las costas marítimas.

Este fenómeno traduce, en términos espaciales, lo


que recibe el nombre de unií*ríainación, término que

— 25 —
Por una antmpaiwM d t ¡a mwtluiad

«T* O X£A
comprende canto la globalización -la cual se caracte­
riza por la extensión del mercado liberal y por el des­
arrollo de los medios de circulación y de comunica­
c ió n - como la planetarización -u n tipo de conciencia
de índole ecológica y social -. Cada día somos más
conscientes de que el planeta en el que vivimos es un
cuerpo físico que se encuentra en peligro, de la misma
manera que conocemos las desigualdades, ya sean eco­
nómicas o de cualquier otro tipo, que originan dife­
rencias cada vez más insalvables entre los habitantes
del mismo planeta. Por tanto, la conciencia planeta­
ria puede definirse como desafortunada, en la medida
en que percibe, por un lado, el modo en que el ser
humano contribuye al mal estado del planeta y, por el
otro, los riesgos que éste corre, canto sociales como
políticos, a causa de los conflictos relacionados con la
situación de desigualdad.
El crecimiento y los filamentos urbanos producen
cambios en el paisaje (cambios que también forman
parce del concepto que se evoca al hablar de urbaniza­
ción del mundo), aunque estemos más acostumbrados
a la ucilización de términos más tradicionales y a las
imágenes a las que éstos il>an ligados. Así pues, al
hablar de urbanización del mundo nos referimos a

— 26 —
Man A*i¿

l'VXOptb»
dichas ideas de un modo un tanru automático, sobre
todo cuando tratamos ei tema tic la violencia en las
ciudades, los problemas de los jóvenes o la cuestión
de la inmigración. En las descripciones que llevamos
a cabo al tratar dichas cuestiones, la oposición ciu­
dad/afueras - o , utilizando un lenguaje más geométri­
co, centro/periferia ocupa un lugar esencial. De esta
manera, situamos en la «periferia)* todos los proble­
mas de la ciudad: pobreza, paro, deterioro del entor­
no, delincuencia o violencia.
Sin embargo, las palabras nunca se empican de un
modo inocente, por lo que es necesario prestarles
atención. La palabra periferia sólo puede tener sentido
por estar relacionada con el «centro». Así pues, sole­
mos asociar este término con las imágenes de miseria
y de dificultades de las ciudades jjero, comúnmente,
solemos utilizar también el término plural afueras
(«das afueras de la ciudad»), como si quisiéramos
señalar que el tejido urbano recibe este nombre en su
totalidad; como si -a l contrario de lo que afirmaba
Pascal- todo fuera la circunferencia y el centro no se
encontrara en ninguna parte.
Las periferias son zonas que rodean la ciudad, que
se encuentran en oposición y enfrentadas las unas con

— 27 —
Por uttd anirt&Qlotid de la movilidad

las otras, en una situación de rivalidad continua y ale­


jadas entre sí por una distancia can grande como la
que iu$ separa de esc centro imaginario, en relación al
cual se definen como «periferias».
Así pues, el vocabulario que se emplea al hablar de
estas cuestiones no tarree de importancia. £ i bulevar
fjeriférico de París desempeña, de alguna manera, el
papel de las antiguas murallas, puesto íjue define
el París «mura periférico», basándose en el modelo del
París «intra muros». De esta manera, lo que se está
definiendo es un centro que -p o r tratarse también de
una entidad plural- se mantiene inalcanzable, aunque
para los jóvenes de la periferia lo que mejor represen­
taría el centro son la estación del R E R (red de trenes
de cercanías de París) de Chácele c Les Halles o los
Campos Elíseos. Por tanto, las afueras -co m o térm i­
no en plural— se definen por oposición a un centro
imaginario, inexistente y fantasmáricamence desea­
do. De la misma manera, la palabra integración
-em pleada, con demasiada frecuencia, como el
Leitmotiv que señala que dicha «integración» es aíín
insuficiente- alude a un conjunto demasiado indefi­
nido en el que, precisamente, es necesario integrarse,
pero que, al mismo tiempo, sólo existe como una

— 2H
Aíarc Aug¿

entidad abstracta y sólo puede definirse de un modo


O XÉA

negativo, es decir, por ío que no es. El centro geográ­


fico al que se refiere el término periferia y el conjunto
sociológico que designa la palabra integración existen,
principalmente, como negación -com o lo que no
son-, a través de las críticas que condenan y denun­
cian los guetos, la marginalidad o la exclusión, así
como para aquellos que se consideran excluidos y
periféricos, p an quienes dicho colectivo -a l que no se
niegan a pertenecer- y dicho centro -d el que les gus­
taría sentirse m is cercanas- son elementos tan lejanos
como inalcanzables. En resumen, $e está utilizando
un vocabulario antiguo para designar realidades nue­
vas. El «cinturón rojo* de París designaba, hasta la
década de 1960, a las periferias obreras que votaban a
la izquierda y que sostenían al Partido Comunista.
Renault y Boulogne-Biliancourt constituían el
em plazam iento de una «cindadela obrera».
Asimismo, la geografía social [>odía definirse en tér­
minos simples, demasiado simples sin lugar a dudas.
Pero, sea como fuere, hoy en día ya se encuentran
obsoletos.
La periferia tiene un sentido geogcáfko. pero tam­
bién político y social: así pues, periferia no es sinóni-

— 29
Por una antropología d t la tmnilidaJ

O XÍA
mo ílc afueras, ya que, en las afueras, hay barrios ele­
gantes, de la misma manera que, en los antiguos cen­
tros de las ciudades -com o ocurre en Chicago,
Marsella o París— hay barrios que podrían ser propios
de la periferia. F.n las ciudades del Tercer Mundo, los
barrios expuestos a la precariedad y a la pobreza -y a
se erare de las favelas o de cualquier otro ti|>o— sue­
len infiltrarse en el centro de la ciudad para derruir
los impedimentos que, como si se tratase de acanci*
lados, les impiden entrar en los barrios ricos - donde
el acceso está reservado- y acaban por inundarlos,
avanzando entre los monumentos de la riqueza y del
[joder como si de un océano de miseria se tratase. Sin
embargo, este tipo de formas * periféricas» no son
propias únicamente del Tercer Mundo: el problema
de h vivienda y de la pobreza urbana existe incluso en
el corazón de las megalópolis occidentales más impre­
sionantes: así como en África o en América Latina hay
barrios privilegiados, directamente conectados a las
redes mundiales, también hay algunas zonas no cua­
lificadas y descalificadas, en las que los individuos del
Cuarto M unJo -q u e se encuentran cu un estado de
perdición cada vez mayor— se refugian de ía clandes­
tinidad y de la precariedad. Por tanto, lo que se pone
Jü ítn r Auge

2
"ic n cela de juicio es lo que Paul Virilio, ya en 19&4,
% llamaba «una degradación de lo urbano* en su libro
2*
¿7 espacio critico. Esta degradación va ligada al paro, a
la política de deslocalización de cieñas empresas y a
la inestabilidad económica, social y geográfica que se
deriva de la desestabilización general del enromo, ya
que los sobresal eos de la ciudad y de la sociedad urba­
na actuales reflejan una revolución que crata de gene­
ralizarse (y, en esce sentido, de «concluir la historia»),
pero de la que, a diario, percibimos la desestabili/.a-
ción que provoca. La inestabilidad es el lado negativo
de la movilidad, a la que se suele relacionar con los
as|>ectos má$ dinámicos de la economía.
Philippe Valsee es un geógrafo francés que locali­
zó, en algunas ciudades y sus periferias, ciertas zonas
que el Instituto Geográfico Nacional había marcarlo
como suelo rúscico, y se dispuso a explorarlas. Esto le
llevó a recorrer eriales, zonas vacías y zonas destinadas
a futuras construcciones pero que, en aquel momen­
to, estaban habitadas de un modo incivilizado, listos
espacios, abandonados pero sin recuerdos y a la espe­
ta, sin proyecto conocido, reflejan la universalización
del vacío, la cual ha dejado $u marca por todas partes:
son, al igual que todos los terrenos cuya función aún

— 31 —
Por una jutrotrolm a J e ja motiltdad

o xr.v
está por definir y todas las zona* de chabolas, los
lugares en los que reina la sombra de la universaliza­
ción, cuya gloria, por ocro laclo» se manifiesta en los
edificios y en las sedes de las empresas, en los salones
V ÍP de los aeropuertos y de los hoteles de lujo. De
alguna manera, constituyen la forma desnuda del
«no-lugar*, puesto que se trata de espacios en los que
no se puede establecer ningún tipo de relación social
y en los que nada indica un pasado en común y que
además —a diferencia de lo que sucede en los no-luga­
res en los que se erige el triunfo de la modernidad- no
están caracterizados por la comunicación, ni por la
circulación, ni por el consumo. Vasset finaliza su obra
Un libro blanco (Payard, 2007) con esta conclusión:
«Todas las megalópolis coinciden en los márgenes y
en las zonas de suelo rústico, que son las vanguardias
de esta transformación; los puntos a craves de los que
París, Lagos y Río anuncian la llegada de dicha trans­
formación, como agua que aún estuviera contenida en
la esclusa».
Así pues, lo que finalmente se pone en tela de jui­
cio -ta l y como demuestran las diferencias que pue­
den observarse en el espacio urbano, las diferenciacio­
nes que dividen el cejido social y las disfunciones que

— 32
Mari Auge

«T*»* OXM
se dan en la ciudad- es el cambio en la escala de la
actividad humana y la descentralización de los luga­
res en los que se lleva a cabo. Hoy en día, ya no se
pueden analizar las ciudades más importantes sin
tener en cuenta los equipamientos tecnológicos que
las conectan a la red mundial de comunicación y de
circulación, de las que dependen. Los proyectos urba­
nísticos se concillen cada vez más en relac ión con la
necesidad de volver a definir las relaciones entre el
interior y el exterior; es decir, que la nueva actividad
urbanística también se encarga de las relaciones que
se establecen con otras zonas. La red de autopistas que
encuadra, rodea y, a veces, atraviesa las ciudades se
traza de modo que facilite el acceso al aeropuerto y
que permita que la circulación, incluso en el interior
de la zona urbana y en el sentido longitudinal, pueda
ser fluida. Además, suele estar reforzado por una red
ferroviaria que responde a los mismos objetivos. En
una ciudad como París, la red del R ER (red de trenes
de cercanías) -que debe garantizar que el servicio de
comunicaciones sea satisfactorio en la totalidad de la
gran región parisina- ha sabido cumplir con esta
misión de unir el «centro» con la « periferia». Por
otro lado, el metro parisino -creado a principios del

— 33 —
Por una aniropofozíg Jt }g nuAtliúad

V'.IX O
siglo X X y cuyo recorrido se ha ido extendiendo» a lo
largo del siglo, más allá de las puertas de París ha
realizado una función notable y ahora contribuye, en
lo referente al número de pasajeros -q u e ha aumenea­
do de uu modo extraordinario-, al recorrido del 1U:R.
En 1 la línea 14 del metro, la Météor - l a última
que se lia construido-, moderna, automática y sin
conductor, se creó, entre otros servicios, como alter­
nativa para una pane de los pasajeros del RF.R A.
Aquellos que toman la línea Météor viven, en un 70% .
en las afueras. Y así, de manera significativa, la línea
1 del metro -la primera en ser construida, la más anti­
gua y que, inicialmente, unía Porte de Vincennes con
Porte M ailíot- se prolongó hasta la Defensa en 1992,
contribuyendo, de esta manera, a reducir el número
de |>asajero$ del R üR A. En el futuro, esta línea tam­
bién será automatizada. La zona de París-La Defensa,
que recibe este nombre aunque abarque tres munici­
pios situados fuera de la ciudad, es el centro de nego­
cio de mayor importancia en toda Europa: en él se
encuentran las empresas más relevantes, instaladas en
una serie de edificios, de los que los más recientes fue­
ron construidos, siguiendo el modelo de sus homolo­
gas americanas, [>or arquitectos que gomaban de

— 34 —
Marc Augi

renombre a nivel mundial. El punto que se escogió


para la edificación del afro de la Defensa corresponde
a la prolongación del eje histórico que pasa por el
Louvre, la Concordia y UÉcoile: de esta manera, rei­
vindica la historia de Francia y de París. Asimismo, el
cencro económico de París estará, de ahora en adelan­
te, «extramuros», aunque conserve el nombre tle
París. Así pues, la ciudad cambia su escala, y el metro,
su función; la ciudad se descentraliza y eí metro se
incorpora a otras redes de transporte.
De esta manera, la organización de los transporces
urbanos revela una doble tensión y una doble dificul­
tad: |>or un lado, la gran metrópolis únicamente
merece recibir este nombre si jjertenece a las distintas
redes mundiales <jue adoptan el tipo de vida económi­
ca, artística, cultural y científica que se da en la tota­
lidad del planeta; |>or ello, la vida que se desarrolla en
ella se valorará en función del flujo tpie entre y salga
de la ciudad. Así pues, las transformaciones por las
que ésta atraviesa estánclest inadas a asegurar este tipu
de circulación y a dar una imagen acogedora y presrT-
giosa, una imagen fundamentalmente concebida para
el exterior, para atraer el capital, las inversiones y los
turistas. Sin embargo, por otru lado, desde un punco

- 3 5 —
Por una ¿intropolofia J t la mottitdaJ

tic vista geográfico, la ciudad se_alarga y se disloca:


los «centros históricos*» habilitados para seducir
tanto a los visitantes que vienen desde lejos como a
los telesj>ectadurcs, sólo están habitados por una élite
internacional. A su vez, la densidad de la jjoblación
de las aiueras es cada vez mayor y aparecen ciudades
satélite. A veces, como ocurre en Brasilia, la reparti­
ción del terreno se puede apreciar con total claridad,
ya que se puede diferenciar la ciudad inicial -donde
se encuentran las oficinas y donde residen las clases
superioa-s—, las ciudades satélite -e n las que vive la
clase m edia- y la zona de las chabola* y de instalacio­
nes de tipo precario, situada entre las otras dos y pro­
gresivamente oc upada por las clases pobres.
La urbanización, pues, pone de manifiesto todas las
contradicciones del sistema de la globaÜ 2ación, cuyo
ideal acerca de la circulación de bienes, ideas, mensa­
jes y humanos está sometido, como bien se sabe, a
relaciones determinadas por el grado de poder que se
dan en el ámbito mundial. Paul Vi ribo analiza esta
cuestión en bomba informática, obra en la que
demuestra que, para el Pentágono, lo global corres­
ponde a lo que se halla en el interior del sistema mun­
dial de la economía y de la comunicación y, lo local,

— 36
M an Augé

V« * etJ.
lo que no forma parte de dicho sistema. Por canto, se
trata de un sistema idea! que se asimila a lo que
Fnkuyama da el nombre de *acabamienco de la histo­
ria», período que se Caracteriza [>or combinar la
democracia represen tari va y el mercado liberal. Sin
embargo, como observó Derrida en Espectros de Al/vrx,
no podemos saber con seguridad si lo que b’ukuyama
entendía por «acabamiento de la historia» era un aca­
bamiento total o una simple tendencia a ello. La urba­
nización del mundo, en términos de descripción etno­
gráfica. evoca diferentes fenómenos posibles: la exten­
sión de las megalópolis, algunos arquitectos de
renombre acaparando codos los proyectos arquitectó­
nicos del planeta de manera exclusiva, la transforma­
ción acelerada y espectacular del paisaje urbano de
ciertos continentes (y en países como China o los
Emiratos Árabes Unidos), pero también distimos
tipos de desplazamiento de la población (por ejemplo,
los «desplazados» de Colombia, que sé ven obligados
a abandonar sus tierras en el campo y a inscalarse en
la |grifería de los grandes espacios urbanos), la apari­
ción de grandes campos de alojamiento en zonas
como África, el abandono del campo, la creación de
espacios urbanos ex ttibifo en China, eí aumento de la

3 7
Por una aMrotoioír/a <ü la m otil¡dad ___ ___ ___

0 XVA
población inmigrante, que conlleva la migración de
los países |>obre$ a los países ricos y que supondría una
situación de tensión en las periferias que acabaría
dando lugar a la formación de gu etos...
Partiendo de estas hipótesis, la urbanización res­
ponde a dos as|>ectos contradictorios, pero indisocia-
bles, como las dos caras de una misma moneda: por
un lado, el mundo constituye una ciudad (la metaciu-
dad virtual a la que se refiere Virilio), una inmensa
ciudad en la que sólo trabajan los mismos arquirectos
y en la que existen, de forma única, algunas empresas
económicas y financieras, los mismos productos...
Por otro lado, esta gran ciudad constituye un mundo
que reúne todas las contradicciones y conflictos del
planeta, las coasecuencias de un distanciamiento cada
vez mayor entre los más ricos y los más pobres, el
Tercer y el Cuarto Mundos y las diversidades como,
por ejemplo, las de tipo étnico o religioso. Esta dife­
renciación entre la población supone la aparición de
desigualdades cada vez más acentuadas que se reflejan
én la organización del espacio, como ocurre, desde El
Cairo hasta Caracas, con una serie de barrios privados
en los que sólo se puede penetrar si se da a conocer la
identidad o en algunas ciudades de Estados Unidos,

— .18
M jrc Aüf¿

ti concebidas para la tranquilidad de algunos poseedo­


vw c

res de grandes fortunas que ya se han rerirado del


mundo empresarial. Por tanto, la metatiudad virtual
supone, }*>r un lado, la uniformidad y, por el utro, la
desigualdad. Asimismo, la ciudad-mundo y 1» ciudad
mundial parecen esrrcchamente ligadas la una a la
oirá, aunque de manera contradictoria: la ciudad
mundial representa el ideal y la ideología del sistema
de la globalización, mientras que en la ciudad-mundo
se manifiestan las contradicciones —o, dicho de otro
modo, las tensiones históricas— que ha engendrado
este sistema. Asimismo, la unión de la ciudad-mundo
y de la ctudad-mundial provoca ia aparición de las
zonas vacías y p rosas que trata Philippc Vassct, que
no son sino el lado oculto de la universalización o, al
menos, el lado que ni podemos, ni queremos, ni sabe­
mos ver.

— 39 —
III
La distorsión de la percepción

Las nuevas formas de urbanización han conllevado


que sé multipliquen los aspectos ocultos o, dicho de
otro modo, ha manipulado la |>ercepción de los ciuda­
danos. Vivimos en un mundo en el que la imagen se
encarga de sancionar o favorecer a la realidad de lo reai.
Así pues, la coexistencia de la ciudad mundial y de la
ciudad-mundo supone, en primer lugar, que se mez­
clen las imágenes, como sucede cuando la unión de
ambas realidades da lugar a zonas de vacío, totalmente
inaceptables extensiones desuñadas a la industria pero
que no son más que eriales, terrenos cuya función está
aún por definir y que, f*>r el momento, se siguen
encontrando vacíos o están ocupados ilegalmente
q u c,¿in embargo, lindan con las instalaciones desti­
nadas a la universalización de la ciudad: autopistas,
vías férreas o aeropuertos. Este fenómeno, que asocia

41 —
Por una antropolwía dt b *w\ ilidiid

xca
ambas realidades, puede detectarse en la aparición de

o
nuevos términos que, sin ser sinónimos, se concami­
nan entre sí: el significado del uno influye en el del
otro y originan nuevos miedos y conflictos en poten­
cia. Sí examinamos algunos de esios términos vere­
mos que tienen un punto en común, y es que conce­
den la mayor importancia al lenguaje espacial: de esta
manera, erran una metáfora que, inevitablemente,
engloba a todos los análisis y descripciones que se lle­
ven a cabo.
El primer término es mlustótt, por el que, lógica­
mente, se sobrentiende que hay un interior y un exte­
rior; una escisión y una frontera. Dicha escisión y dicha
frontera son de índole física cuando se trata de los con­
troles que se llevan a cabo en las fronteras nacionales,
como respuesta a la presión que ejercen los inmigran­
tes de los países pobres, los cuales, al tratar de acceder
a las regiones ricas del mundo, llegan a arriesgar su
vida. Asimismo, existen otras fronteras y escisiones, de
tipo sociológico, en lo que se refiere a aquellos que, aun
viviendo en los países ricas, no gozan de esta riqueza
-o , si lo hacen, es en cantidades m ínim as-, sector social
en el que se encuentra una parte de los que huyeron de
las zonas más pobres del mundo.

— 42 —
M an Auge

Clandt&únM y sin paptles son palabras u expresiones


que designan las circunstancias pa rúen lares fn las
que viven ciercas categorías de inmigrantes. Su exis­
tencia, al contrario de lo que dan a entender estos tér­
minos, se conoce de manera oficial; sin embargo, no
está reconocida: si ios clandestinos se diferencian de
los otros inmigrantes es, en primer lugar, porque se les
deniega la existencia. No obstante, este tif>o de defi­
ciencia en io referente a la identidad se da entre todos
los inmigrantes: ser un inmigrante «oficial» no
garantiza completamente no caer en la clandestini­
dad: tanto los visados de turista como los permisos de
residencia son limitados; asimismo, las leyes concer­
nientes a la inmigración pueden cambiar en función
de la coyuntura j>olícica o económica.
Kn Francia, los jóvenes que son «fruto de la inmi­
gración» son, generalmente, franceses, aunque buena
liarte de ellos pertenece a la segunda categoría de
excluidos los excluidos por rabones sociológicas, como
son una enseñanza defectuosa o el paro. liste aspecto
crea una contradicción entre ios principios que se rei­
vindican y la realidad social: la mayoría de estos jóve­
nes son franceses que, aunque hijos de inmigrantes,
nacieron en Francia y, por tanto, a los 18 años son ciu-

— 13 —
Por una antro&JpiLÍa <U la m oiiliJaJ

3 XIA
dadanos de pleno derecho. Asimismo, emre los 17

<
años y medio y los 19 pueden rechazar la nacionali­
dad francesa o, de la misma manera, pedirla de modo
anticipado enta- los 1$ y los 16 años, ron el consen­
tim iento de sus padres, o entre los l<i y los 18, sin
dicho consentimiento. Patrie k W eil, en su libro
Francia y tus extranjera. hace mención J e la cifras del
Ministerio de Ju sticia, que indican que una gran
mayoría la adquiere de manera voluntaria antes de los
18 y que sólo una pequeña mayoría la rechaza. En este
aspecto, el «modelo social» francés cumple correcta­
mente su función.
Sin embargo, la mayoría de los franceses que son
«hijos de la inmigración» pertenecen geográficamen­
te a los barrios «desfavorecidos», lo que da a entender
que los pobres, tanto en la ciudad como en sus «afue­
ras», escán reunidos, formando una masa, un grupo y,
para algunos, una posible amenaza. En Francia, el sig­
nificado de la expresión núcleo urbano contiene estos
aspectos y parece condensar el fracaso del urbanismo
llevado a cabo por la política económica y el sistema
escolar.
A esca situación se une el examen de ciercos fenó­
menos antiguos como la delincuencia a pequeña esca­

— 44 —
A te n - Auné

■|w
la y el tráfico de diferentes tipos (lo que, en el siglo
¡>a xca

XIX, se atribuía a las llamadas «clases peligrosas») y


que hoy en día refleja la palabra margina!idatlttérm i-
no de índole espacial que designa, |?or defecto, un
lugar central, un centro de referencia). Este término
cambien supone un nesgo de contaminación verbal,
puesto que en el «margen* de los pueblos se sicúan
las periferias y las ajueras.
Así pues, c$ imporcance medir las palabras que se
emplean -teniendo en cuenca su significado- al tratar
el cema de los conflictos y las crisis urbanas, como
ocurrió con los incidences que marcaron lo que en
Francia recibió el nombre de «crisis de las periferias».
Algunas observaciones sobre el tema pueden ayudar­
nos a definir el fenómeno y a tratar de comprender
qué aspcccos fueron propios de Francia y cuáles fueron
más generales.

]. El incendiar coches ios fines de semana es una acti­


vidad que se da de modo habitual, desde hace algunos
años, enere algunas pandillas de jóvenes de cierros
barrios de ias afueras. También desde hace anos, el
número de este cipo de incidences aumenta en ciertas
ocasiones y en cienos lugares (por ejemplo, en las af'ue-

— 45 —
Por una antropología<U la movilidad

O XfA
ras de Estrasburgo el día de Año Nuevo). Duran ce la
«crisis de las afueras», el movimienco aumentó de
manera considerable, pe ro no se craraba de algo nuevo.
2. También es cierto que en este tipo de movi­
mientos interviene en gran medida, una vez tras otra,
ia rivalidad enere los diferentes barrios’ y las discincas
periferias; incluso entre aquellas que no mantienen
ningún tipo de contacto, pero que se ven en la televi­
sión y se comparan a travcS de la pantalla. La com pe-
tirividad referente a la violencia y, sobre todo, lo
espectacular de su actuación se asimila a lo que
Erwing Goffman llamaba la acción en su libro acerca
de los ritos de interacción.
3. Querer figurar en la pancalla es, de alguna
manera, querer alcanzar el centro; ese cencro descen­
trado y múltiple que puede encontrarse en cada hogar
a través de la televisión y las imágenes que presenta a
diano, en las que muestra un cenrro ideal en el que se
encuencran los personajes famosos de la sociedad de
consumo, ya sean políticos, deportiscas o artistas, o
estén relacionados con los medios de comunicación.
Durante la crisis de las periferias, la dimensión tele­
visiva también estuvo presente: las proezas de los
«sublevados» salían por la televisión.

— 46 —
Man Auíí
VJX O (rnili

4. Sin emlrargo, los acontecí míen eos que tuvieron


lugar en este período no se pueden simplificar a un
juego en el que se competía j>or los roles o j>or obte­
ner las miradas, ya que, si se trató de acontecimientos
graves, fue, precisamente, f>orque reflejaban el senti­
miento de exclusión de una parte de la juventud, aun­
que la forma que tomó fue la de una protesta sin un
contenido ideológico en concreto.
5. No se deben confundir estos estallidos de vio­
lencia - y los incendios que supusieron- con otro tipo
de fenómenos violentos, ya que se sitúan a otra escala
y con otras perspectivas. Dicho de otro modo, no creo
que haya que relacionarlas con la acción proselitista
de la parte política del islam. Llegado el momento,
dichos movimientos proselitistas jxxlrían llegar a
explotarlas, por ejemplo, como una contribución al
restablecimiento del orden pero, en todo caso, no son
la causa que los desencadenan, ya que utilizan otros
medias de presión c intervención.
6. Los jóvenes, al revelarse, no están luchando por
una petición subversiva: simplemente, quieren partici­
par de la revuelta, consumir como los demás, t i hecho
de que incendien escuelas u otros lugares públicos no
tiene más significado «revolucionario* que incendiar

— 47
Por una amrobelonía <U la moi tltdaJ

«'M axíA
el coche de los vecinos del barrio: lo que quieren es,
principalmente, ser visibles, existir de un modo visir
ble.
7. Los jóvenes «nacidos de la inmigración» proce­
den de orígenes completamente diversos. Sólo en lo
que se refiere a Africa, lógicamente, ya existen grandes
diferencias entre el Magrcb y el África negra, así como
otras diferencias considerables en el interior de estas
dos zonas: por ejemplo, no todas las familias que pro­
vienen del África negra son musulmanas. En la mayo­
ría de los casos, los jóvenes cuyas familias son de pro­
cedencia africana tienen pocos o ningún contacto con
el país de origen de sus padres o sus abuelos, lin estas
condiciones, su «cultura-», en el sentido antropológico
del término, consiste, más bien, en la que ellos mis­
mos elaboran y que adaptan a distintos tipos de expre­
sión (me refiero al rap)y los cuales han alcanzado un
gran éxito en la producción artística contemporánea.
8. Al emplear el término multiculturalismo se corre
un gran riesgo de estar utilizando una palabra equi­
vocada, puesto que el contenido conceptual inherente
al vocablo cultura es débil. La razón es que los inmi­
grantes no eran ni los que mejor informados escaban
ni, }jor tanto, los mejores representantes de la culcura

— 48 —
A U n A sft

\ tradicional de sus países de origen: denrro de la


o xtw

población había grandes desigualdades respecto al


dominio que rada individuo poseía de los conoci­
mientos de las culturas tradicionales (incluso en este
aspecto hay individuos m is cultos que otros) y, en lo
que se refiere a las nuevas generaciones, no se trata de
un aspecto que les concierna. En cuanto a la religión,
especialmente el islam, se manifiesta de una forma
muy cotí temporánea y muy prosel i tista que ya nada
tiene que ver con la transmisión de una herencia cul­
tural. Así pues, el lenguaje de la tradición y de los orí­
genes no es el más indicado para analizar las periferias
y las ciudades actuales.
A lo largo del siglo XX se ha descubierto ia rique­
za de las culcuras llamadas «orales» o «sin escritura».
Los etnólogos demostraron que dichas culturas pudie­
ron desarrollar modos de conocimiento y de adapta­
ción al medio de una gran sutileza. Parce de la proble­
mática de nuestra época viene dada porque, a causa de
la colonización ia globalizaciún, el éxodo rural, las
guerras, las hambrunas y la ittmigración, una gran
cantidad de individuos ha sido desposeída de su saber
tradicional, aunque sin tener la |>osibilidad de acceder
a las formas, modernas de conocimiento. Se a|ieloto-

— 49
Por una a ntronoloeía de la mw tildad

nan en los barrios de chabolas y en los suburbios de


las ciudades del Tercer Mundo, en los campos de refu­
giados o, cuando han tenido la suerte de poder emi­
grar, en los harrios pobres de los países desarrollados.
También puede darse el caso de que las primeras de
estas situaciones den lugar a la última que se ha cita­
do y, de esta manera, muchos de los inmigrantes que
llegan a Europa ya se encontraban, cuando vivían en
su país de origen, en un estado literal de *desculturi-
zacíón».
Las consecuencias de esta situación son graves: por
un lado, impide que una gran parte de la población
forme parte del movimiento que favorece el progreso
en cienos sectores de su país de origen y, asimismo,
los condena, en el país al que han emigrado, al paro o
a la realización de las tareas peor pagadas y con menor
csrabiiidad laboral. Por otro lado, genera un distan-
tiam tem o e-mre las diferentes generaciones: la figura
simbólica que representan los (madres de cara a sus
hijos se debilita cuando éstos los perciben como per­
sonas completamente extrañas al mundo de la comu­
nicación y el consumo que tanto les fascina. Hsto
sucede esj>ecialmentc en los países en los que los hijos
de la segunda generación de inmigrantes asisten a la

— 5 0 —
M an A u ji

VVXC ¿rviiu
escuda y viven una exj>erienda radicalmente opuesta
a la de sus padres, induw en los casos en que atravie­
san por dificultades escolares.
Hoy en día se habla mucho de cultura y de identi­
dad, pero se trata de dos términos que conllevan una
serie de problemas cuando se combinan las conse­
cuencias de la desculcurización y del analfabetismo.
Sin saber dominar la lectura ni la escritura, los niños
de hoy en día no pueden llegar a comprender de
dónde vienen, donde viven ni quiénes son. Por ello,
están expuestos a roda clase de peligros, a la invasión
de las imágenes de los medios de comunicación y a la
corrupción de los mensajes de los ideólogos, a todas
las corrientes, modos de alienación y de captación de
cualquier movimiento.
Esta situación resulta aún m is preocupante cuando
se tiene en cuenta que, incluso en los países más des­
arrollados del mundo, el analfabetismo y la ignoran­
cia afectan a gran pane de la población, tal y como
demuestran diversas encuestas que se realizaron en los
listados Unidos, como la que llevó a cabo la National
Scieucc Foundation, que reveló que la mitad de los
norteamericanos no sabía que la Tierra da la vuelta al
Sol en un año. Seguramente, si se realizase en Europa,

— .5/ —
Por una antropología cit la mw tluLtd

n.fua o xfA
las cifras no serían muy distintas, y lo peor es que
reflejan la indiferencia de los |*xleres públicos ton
relación al atentado contra los fundamentos del ideal
democrático que supone e$ta realidad.
9. F.n todos los campos y desde cualquier pumo de
vista, se debe desconfiar del modo imprudente con el
que se emplean estos términos actuales y, aún más,
cuando se utilizan deliberadamente, puesto que lo
que hacen es crear la realidad que pretenden designar
0 describir. A*>í pues, una de las tareas principales de
la educación nacional debería ser la de acabar con las
barreras de la sociedad que impiden la instrucción de
los individuos. Gracias al sistema democrático (en el
que la educación es uno de los pilares principales)
debería permitirse que cualquier individuo, indepen­
dientemente de sus orígenes y su sexo, perteneciera a
la República, ia cual se define como «una e indivisi­
b le».. . aunque aún deba convertirse en un lugar acce­
sible para rodos.

Fn la década de 1970 los barrios obreros de Francia


aún representaban el resultado de una política de
modernización de la situación de la vivienda que ase­
guraba la obtención de unas condiciones de igualdad

— 52
A lan Anee
V3X V pnliw

en la elase obrera: en este período se aprobó una polí­


tica de carácter familiar que permitía que las familias
de los inmigrantes con permiso de residencia fueran a
vivir a Francia- con el objetivo de estabilizar la situa­
ción de los llamados «trabajadores inmigrantes», a)
facilitar que sus familias pudieran vivir en Francia y,
asimismo, que se «integrasen» en la categoría de obre­
ros franceses. Sin embargo, la situación de paro que se
inició a finales de la década de 1970 cambió el orden
de las cosas y afectó, en primer lugar, a los trabajado­
res inmigrantes no capacitados. F.l miedo al paro
alcanzó a la clase obrera, j*>r lo que, en el interior de
los barrios obreros, la mayoría de los inmigrantes
representaron el «polo negativo» -al que se refirió el
antropólogo Gérard AJthabe que dio lugar a la apa­
rición de una nueva forma de racismo originada por el
miedo de ser incluido en dicho polo.
Hay aún otra dase de inmigrantes: los llamados
«clandestinos», es decir, los que trabajan sin estar
declarados y que representan todos los [>eligros de la
dcslocalización <aunquc, para los empresarios -si no
todos, ■algunos-, supongan todo tipo de ventajas). Así
pues, para los rralmjadores clandestinos, el paro tan
sólo está a un paso. D r esta manera vemos que la mez-

— 53
Pur una animboloíú] dt la mot tltdad

"ir^oxvA
cía de las dife rentes categorías se da con mayor fre­
cuencia a medida que cada uno de los diferente* estra­
tos de la población va resultando más extraño para los
demás, a pesar de que coincidan en los grandes cen­
tros comerciales o los transjjortes públicos de las
mcgalópolis occidentales.
A estas observaciones deben añadirse algunos ele­
mentos im a n a n te s que aumentan las consecuencias
y contribuyen a distorsionar la percepción: son, entre
otros, la demografía, las rupturas generacionales, el
contraste entre campo y ciudad -q u e , a pesar de la
urbanización, aún $u[>one una importante diferencia
en el imaginario francés y en el de otros países (por
ejemplo, se relaciona la violencia con la ciudad y sus
periferias)-, el terrorismo internacional y el incre­
mento del islamismo extremista (se ha hallado en
Afganistán y en Irak a algunos franceses procedentes
de las periferias, como Moussaoui, y se ha descubier­
to que algunos terroriscas se camuflaban en cicrcos
barrios tranquilos situados a las afueras de Londres).
Tras el paisaje del nuevo urbanismo, como si fuera un
decorado de fondo, se perfilan algunos espectros, pero
también ciertas amenazas reales.
En este contexto, ajielar al respeto o al diálogo

5 4 —
Man A x¡e

entre culturas no resulta en absoluto adecuado, ya


que. de hecho, no concierne ni al movimiento extre­
mista ni a las nuevas generaciones de orígenes diver­
sos que han creado o participado en. la creación de cul­
turas urbanas, carentes de cualquier tipo de referencia
a una tradición anterior.

— 55 —
IV
El escándalo del turismo

Ün t i en ruinas intenté demostrar que el espec­


táculo de )a$ ruinas nos ofrecía una visión del tiempo,
pero no de la historia propiamente dicha. Y así es,
puesto que las ruinas de las distintas é|*>cas se acu­
mulan y dan lugar a lo que hoy en día llamamos rui­
nas o campos de ruinas. Los constructores, por lo gene­
ral, casi siempre han edificado, uno eras otro, sobre las
ruinas de sus ancestros y, en el momento en que han
dejado de construir, la naturaleza ha vuelto a ejercer
SuS derechos, la vegetación se ha apoderado de las pie­
dras y las ha modelado, originando excéntricas estruc­
turas, como las que podemos ver en Camboya, México
o Guatemala, ün dichos lugares, et bosque, eras haber
sufrido.una cala total de sus árlales, se ha retirado,
vencido, a otro lugar. Pero lo que aquí se descubre es
un paisaje inédito, en el que ninguno de nuestros
Por una anrrapolotia de la mmilid a J

VAX Oicnluu
antepasados ha podido vivir ni ha podido ver. Es un
paisaje que ha emergido de la noche de los tiempos,
pero que sólo ha podido existir, en su forma actual,
para nosotros. En este sentido» es una visión del tiem­
po «puro*.
Este esj>ectáculo suscita la curiosidad y la fascina­
ción, |V>r lo que no resulta sorprendente que las ruinas
constituyan uno de los destinos predilectos del turis­
mo de masas. Durante el pasado siglo, la alta burgue­
sía, los poetas y los pensadores contaban con el privi­
legio de poder visitar las ruinas (generalmente, se tra­
taba de las de la antigüedad grecolatina) paro meditar
acerca del paso del tiempo y de la fragilidad del desti­
no humano e, inmediatamente, sentían que el esjjec-
táculo de las ruinas les hablaba mas de la humanidad
que de la historia. Aquellos en los que el sentimiento
de superioridad era mayor, como Chateaubriand, halla­
ban en ello una ocasión de ver reflejado, en las civiliza­
ciones que habían desajxirecido, lo efímero de su pro­
pia existencia. De alguna manera, iban más allá de la
historia, la trascendían para meditar sobre el hombre
en general, sobre el hombre genérico, con el que,
durante un instante a lo largo de su meditación, caían
sentirse identificados.

— 58 —
Aixin A utf

ViX O Fc¿M

Hoy en día, esta experiencia se ha «democratiza­


do*, en el sentido de que está al alcance de la clase
media de los [países más desarrollados. Pero el hecho
de que esta experiencia sea posible para un mayor
número de personas se suma al balance de una reali­
dad que favorece la ubicuidad y lo instantáneo y en la
que ya no queda lugar para el largo viaje hacia las rui­
nas de las civilizaciones perdidas, ni para vagar por el
pensamiento. En los programas que ofrecen las agen­
cias de viajes, los países parecen estar en línea recta,
uno tras otro, por lo que resulta completamente posi­
ble visitarlos. Así pues, los futuros turistas dudan
entre las cataratas del Niágara, la Acró|>olis, la isla de
Pascua o Angkor. Así es como todas las jjosibilidades
de desplanarse en el espacio y el tiempo se reúnen en
una especie de museo de imágenes en el que, si bien
todo es evidente, nada es más necesario.
Ix>s paisajes (incluidas las ruinas) se han convenido
en un producto más y se amontonan, unos sobre
otros, en los catálogos o en las pantallas de las a g e n ­
cias de viajes. Por otra parte» esta acumulación va
ligada a la que he empleado para tratar de definir las
ruinas, aunque no concierne al mismo tipo de tempo­
ralidad. fX* hecho, el tiempo que queda reflejado en
Por una antr»iwlot£a Je la movilidad

"M^axíA
las ruinas no informa acerca de la historia, pero hace
alusión a ella; su encanto se debe, quizás, al hecho de
que lo incierto de esta referencia se asimilaba a un
recuerdo que pondría en contacto a cada individuo
consigo mismo y con las regiones desconocidas en las
que la memoria se pierde. En cuanto al trabajo
exhaustivo que las agencias de viajes aparentan real i-
zar, el sentimiento genera! es, por el contrario, el de
una lista desordenada, en la que lo que se impone ya
no es el lento trabajo del tiempo, sino la tiranía de un
espacio planetario que ha sido recorrido de punta a
punta y de cuyos lugares se ha hecho una simple enu­
meración. Más que las ruinas, lo que representarían
las agencias de viajes son terrenos destinados a la
construcción, pero carentes de cualquier proyecto y
de coda idea de exploración espacial o temporal: da lo
mismo lo que se construya en ellos, lo importante es
que se haga enseguida. La idea de viaje sí que refleja­
ría las ruinas, pero unas ruinas que, tejos de evocar un
tiem[>o en estado «puro», estarían conectadas con la
historia contemporánea, en (a que ya no se cree en el
tiempo, ilo y en día es imj*>sible que existan las rui­
nas, ya que lo que muera no dejará huella alguna, sino
grabaciones, imágenes o imitaciones.

60
M an ' Auec

VJXOjfi*»
En este punto, se podría trazar una comparación
entre el turista y el etnólogo: ambos pcrtcncccn a la
parte Je t mundo más favorecida, en la que es posible
organizar viajes de placer o ron el objetivo de estudiar
el entorno de un país extranjero. Fl que todos los
hombres pudieran ser turistas o etnólogos no resulta­
ría un hecho chocante si el desplazamiento de unos no
fuera un lujo, mientras que el de otros es producto del
destino o de la fatalidad. Tampoco supondría ningún
tipo de escándalo si todos los hombres, sin diferencia
alguna, pudieran ejercer como sus propios espectado­
res. Pero éste es el escándalo que supone la etnología,
puesto que, por ejemplo, hay etnólogos japoneses en
África, |>ero no etnólogos africanos en Japón. Sin
embargo, el tif>o de etnólogo al que aquí me refiero,
en el futuro, visitará cada vez menos los países exóti­
cos, puesto que el exotismo está d e sa ire e iendo y por­
que, después de todo, tampoco constituye -s in lugar
a dudas- el objeto del estudio de la etnología. Ésta le
sobrevivirá; ya le sobrevive.
En cuanto a los turistas, nunca han sido tantosuya
que nos encontramos en la época del turismo en masa.
En pocas palabras, se podría decir que la cla.se media y
superior de los países ricos realiza viajes cada vez más

— 61 —
Par nnú a*tmx>}/>tta ja

d|Xí,\
alejados de sus fronteras. Por íu pane, los p a ito _dcl
sur ven en el turj$mo una fuenie de ingresos puesto
cpie favorecen *u desarrollo, aunejue los beneficiarios
directos de) turismo en estas zonas suelan ser cieñas
organizaciones e individuos de los países desarrolla­
dos. Desde este punto de vista, nuestra época se carar-
teriza por un contraste tan sorprendente como terri­
ble, ya que los turistas suelen visitar ios países de los
que los inmigrantes se ven obligados a irse, en condi­
ciones difíciles y» a veces, llegando a arriesgar su vida.
Estos dos movimientos en sentido contrario son uno
de los posibles síml>olas de la global i/ación liberal, de
la que ya salamos que no se facilitan de la misma
manera todas las formas de circulación.
Al comparar al etnólogo con el turista, traro de
mostrar a grandes rasgos, y |>or contraste, la origina­
lidad de la postura del etnólogo, aunque sin llegar a
reducir al turista a la caricatura que se Miele hacer de
é\ con tanta facilidad ya que. si bien suele ser suscep­
tible de ser caricaturizado, como individuo no se
reduce, sin lugar a dudas, a la imagen que da de sí
nmmo.
F.l aspecto en el que el etnólogo tradicional (y con
ello me refiero al que viaja para estudiar la sociedades

62 —
«"P*
___________________________________________________________________________________ _ M an A ufé

que considera exóticas) coincide con el turista actual


<5 Xf A

es el hecho de ir a otro lugar, de alejarse de sus raíces.


Sin embarco, lo que de entrada diferencia al etnólogo
del turista —y siempre lo hará—son dos características:
que viaja solo y que permanece en el lugar durante un
largo período de tiempo. Por supuesto, viaja con la
intención de trasladarse cerca de aquellos con los que
va a convivir y a los que va a estudiar, lo cual podría
constituir la principal diferencia con el turista. No
obstante, tampoco se puede negar que ciertos curiscas
posean cambien la curiosidad, el deseo de observar y
de aprender aunque, sin duda alguna, es un caso que
se da muy rara vez y tan sólo entre una minoría. Lo
que verdaderamente diferencia al etnólogo es más
bien el método que emplea: la observación sistemáti­
ca, de manera sol i cari a y prolongada.
Profundizando todavía más, aún existe otra dife­
rencia más entre ambos que es, al mismo tiempo, más
radical y sutil.
F.1 turista, en las formas más recientes y lujosas de
turismo, exige tanto su comodidad física como su
tranquilidad psicológica, aun cuando tiene el espíritu
de un viajero al que cambien le gustaría definirse
como aventurero. Ls un consumidor de exotismo, de

— ó? —
Por una antropofagia de ¡a mottltdad

arena, de mar, de sol y de paisajes (por no hablar de


otros eventuales ti|>os de consumo) pero, aunque se
encuentre en otro lugar, siempre seguirá estando en
su }>aís, ya que codo le conduce a ello: Sus compañe­
ros, los comentarios que intercambian, la comodidad
que se le ofrece, la naturaleza estereotipada de las
cadenas hoteleras, las películas que graba para ver más
tarde, a la vuelca, y la brevedad de su estancia o de su
travesía en barco. En úlcicna instancia, se queda en
casa o cerca de su casa y se las arregla para reducir a
los demás a una simple imagen: sólo necesita encen­
der la celevisión o visitar un parque temático.
El etnólogo, }>or su parte, vive una experiencia
(ocalmente distinta: para él, el perder el contacto con
sus raíces no se limita a buscar un paisaje, sino que
llega a poner a prueba su propia identidad con las
demás o, en otras palabras, viaja fuera de sí mismo.
Por otro lado, siempre se mantiene en un punto de
vista externo a aquellos que se dispone a observar (ya
sea un pueblo, algunas familias, el barrio de una ciu­
dad o una empresa), puesto que siempre debe, en pri­
mer lugar, justificar y explicar su presencia, negociar
su estatus de otro, de extranjero. Asimismo, debe ser
consciente del paj>el que se le atribuye y que le hacen

64 —
A L m A *g ¿
"'T ” * O Xt'A

desempeñar: en este sencido, sólo podrá emj>e;íar a


comprender a los demás una vez haya reconocido el
lugar que le asignan, puesro que, a diferencia del
turista, no tiene el estatus extraterritorial que el nom­
bre de su club J e vacaciones o de su cadena hotelera
le confieren. De esta manera, se enfrenta a una doble
exterioridad: necesariamente externo al grupo que
observa, trata de acercarle a él intelectual mente, abs­
trayéndose todo lo que puede de s í mismo. Así pues,
ejerce lo que Levi-Strauss llamaba «la capacidad del
sujeto para objetivarse indefinidamente» y, así, de
alguna manera, no se sitúa entre lo cultural y lo psi­
cológico. postura que marca, de alguna manera, el
final de su viaje o, más bien, la penúltima etapa del
mismo, ya que la última consiste en escribir sobre el
viaje.
Sin embargo, incluso en este punco la diferencia
entre ambas posturas es más f?equeña y sutil de lo que
puede parecer, al menos en el ámbito psicológico. A
veces, el turista, aunque casi siempre de manera invo­
luntaria, también se encuentra en situaciones psicoló*
gicamente incómodas: basta con pensar en el síndro­
me de Stendhal (el malestar provocado por una abusi­
va visita cotidiana a las obras de arce italianas) o en los

6 5 —
P$r una afttrofxJtx'/a de la mniltdad

trastornos psicológicos que suelen padecer los turistas


occidentales que visitan un país como la India y que
se ven obligados a (a repatriación por motivos sanita­
rios. Evidentemente, el turista no redacta un estudio
acerca de la población que ha conocido pero, a veces,
sus fotos, sus películas y sus postales constituyen, en
su conjunto, una especie de uhra o, por lo menos, un
balance de su experiencia. Por supuesto, me refiero a
las experiencias turísticas cuya intensidad es |>oco
habitual, puesto que la media de los turistas está ale­
jada de esta incomodidad psicológica y de este interés
por crear un cestimonio de su viajes: para muchos,
éste se simplifica a algunas fotos un tanto narcisiscas.
Para terminar, es necesario añadir que el etnólogo,
al final de su primer viaje, elabora un modelo de refle­
xión que le servirá para las siguientes experiencias (el
terreno de la primera experiencia nunca se olvida) y
que orientará sus futuros estudios, ya conciernan al
primer terreno visitado o a otro completamente dis­
tinto. En cualquier caso, es una especie de viaje inter­
no que continúa, aunque pase por una observación
minuciosa de las diferencias y los aspectos en común
similares, de los contrastes y las similitudes. Llegado
a e ste punto, el etnólogo se convierce en antropólogo,

66 —
M iin Auqt
*®*'Psa o XfA

ya que amplía su rdlexión, pero siempre dentro de un


recorrido. F.sta ¡►ituación, por raneo, está muy lejos
del turista que se limita a ir sumando a su lista los
viajes que ha realizado, como si no fueran más que
una serie de trofeos de caza, y que, cada año, ve acer­
carse e! período vacacional con el mismo entusiasmo
que el año anterior. La reflexión antropológica, en
cambio, es cada vez más profunda y puede llegar a
sarisfarerse realizando desplazamientos cortos; es el
caso de algunos de mis colegas que, al principio, han
trabajado en un lugar lejano y que, m is tarde, han rea­
lizado estudios en una zona más cercana a su lugar de
origen, no por cansancio o porque no tuvieran la posi­
bilidad de viajar, sino {>orquc se dieron cuenta de que
éste era, realmente, el tema de sus investigaciones inte-
lectual(?s.
Por supuesto, al antropólogo también le puede
gustar irse y viajar pero, entonces, forzosamente, no es
su pane de etnólogo la que le induce a actuar, ya que
el etnólogo, como tal. es hogareño, puesro que sabe
que persigue a una irrealidad: la de un conocimiento
impasible. ¿Podemos llegar a conocemos a nosotros
mismos? ¿Tiene sentido esta pregunta? ¿(Conocemos a
los demás? ¿Realmente podremos llegar a conocer a

— 67 —
f V utu antropología di ¡a movilidad

aquellos a los que queremos o que nos rodean;* El


etnólogo cedió un día a la tentación de creer que lie- _
m , 1 *
gana a conocer a cierras personas, a algunas personas,
a una emia, a una cultura. Y algo lia aprendido de
ellos, ya que los conoce un poco mejor que al princi­
pio, aunque continúa sin saber cuál es exactamente la
Habilidad de esce conocimienco, lo que dice de él, de
los demás y de la relación recíproca que mantienen.
Un día se da cuenca de que se ha pasado la vida
haciéndose las mismas preguncas y de que ningún
otro desplazamiento en el espacio podrá aporcarle una
respuesta más clara; llega a la conclusión de que no es
un explorador. Ya sólo le queda establecer un balance
de las conclusiones que lia podido establecer pero, al
concrario que el viajero nostálgico, las aplica al futu­
ro: a aquellos que realizarán ocros viajes y que, de un
modo u ocro, las proseguirán, las modificarán y pro­
longarán su propio recorrido.
Ijt primera parte de Triste trópicos lleva por título
«El fin de los viajes*: todo el mundo recuerda la afir­
mación enere desengañada e irritada con la que se ini­
cia: «Odio a los viajeros y a los exploradores». Esta
frase, provocadora, continúa con la enumeración de las
mil situaciones penosas y las dificuicadcs que marcan

— 68 —
Marc A ufé

Vflt P gcdúi
la estancia en el territorio ( |>odemos encontrar una
versión aún más negra en el diario de Malinowski) y
con la de los viajeros profesionales de la década de
1950 que proyectaron sus fotos en la sala Plcycl de
París, al tiempo que contaban banalidades. Sin
embargo, Lívi-Strauss escribió Tristes trópico*' como
Micheí Leiris, Georges Balandier u otros, se sabe un
escritor que f>ertenece a un género particular, que
relata los hechos, describe las situaciones, analiza los
comportamientos e informa de una experiencia en la
que participa al mismo nivel que aquellos a los que
observa. Éstos no constituyen una simple especie ani­
mal, sino que son hombres como él, cuya presencia les
supone un problema —puesto que actuaría como lo
que en el dominio químico lleva el nombre de reacti­
vo- y acalcaría trastornando el medio, aunque este
trastorno puede resultar instructivo. Cuando el etnó­
logo se va, ni él, ni aquellos con los que ha convivido
son los mismos de antes, puesto que el trabajo del etnó­
logo no consiste en una simple observación, sino que
tiene una dimensión ex|jerimental. N o se hmita a
observar la historia, sino que actúa en ella, aunque sólo
sea al defenderse. Por otro lado, le interesa darse cuenca
del cambio que él supone en el terreno en cuestión: la

— m
}*or una atttnfniai¡Í4 Je la monitdad

V5X £>RC.I
presencia del ccnólogo siempre influye en el medio
observado, aunque sólo sea por tratarse de un individuo, _
^ *
solo, que reflexiona sobre la cultura de los demás, la
cual, precisamente, es completamente natural para
aquellos y aquellas que están sumidos en ella, £sre es el
centro de la experiencia qué vive el etnólogo, pero no
podrá tratar de transmitirla hasta que la haya descrito y
escrito. Por ello, el proceso de redacción constituye el
linal del viaje, su objetivo y su acabamiento. El etnólo­
go se encuentra siempre de viaje, aunque trabaje en las
afueras de una dudad de su país, en la medida que es un
viajero de lo interno, que viaja entre dos estados aními­
cos. entre dos maneras de pensar» entre el futuro texto y
el texto ya redactado, entre un antes y un después.
Al contrario que el turista moderno, que es un con­
sumidor que se cree viajero, el etnólogo es un seden­
tario que se ve obligado a viajar: el turista espera que
vuelvan las vacaciones para irse, mientras que el etnó­
logo sabe1 que su estancia, por larga que resulte a
veces, sólo tendrá tem ido a la vuelta, momento en el
que tratará de transmitirla. Si hay un punto común
que comjyarten es, quizás, el encanto inherente ai
hecho de conocer nuevos paisajes e individuos, aun­
que este encanto procede de una doble ilusión: la de

-7 0 —
M arc A u fé

V.IXO|k4i< guardar fidelidad a la realidad y la de recomenzar el


viaje, el Cual, al referirse, no es sino una especie de
expresión metafórica.
F.n e<te punto, estamos alcanzando nuestro ob jeti­
vo, puesto que el objeto de observación del etnólogo,
así como de su reflexión de antropólogo, que acos­
tumbra a comparar y a aunar el aquí y el allí, lo
mismo y lo otro, es el viaje en sí. Para él etnólogo todo
sufjone un objeto de observación, incluidas las emo­
ciones que siente o el turista con él que se encuentra
cerca de su «terreno» y que, quizás, experimenta emo­
ciones análogas. Fsto constituye un privilegio
y una responsabilidad que sólo le incumben a él y
que no comparte con nadie. En este sentido, esté
donde esté, no dejará de viajar y de mantener la misma
distancia frente a los demás que Irente a
sí mismo. Y esto es lo que le hace más moderno, lo
que aporra a su capacidad de observación una eficacia
especial para descifrar el mundo actual. Su manera de
existir, diferente a la habitual y con un sistema de
referencia distinto, quizás haga que. a él, el mundo de
hoy le resulte más familiar que a los demás, si, como
ya hemos visto, en el mundo actual los conceptos de
centro, periferias o fronteras están en crisis.

— 71 —
V
El desplazamiento de la utopía

l a humanidad ha necesitado su tiempo para descubrir


que la Tierra era redonda pero, a pan ir del momento
en que este hecho hie oficialmente reconocido, pudo
plantearse el dar la vuelta al mundo. Sin embargo, «la
vuelta al mundo* es algo mucho m is antiguo: si se
acepta la hipótesis de que el único origen de la huma»
nidad se encontraba en África, los hombres ya habrían
comenzado a dar la vuelta al mundo y a |>oblarlo
mucho antes de que pudieran siquiera imaginar que
era redondo. Por otro lado, se trata de una historia
corta si se la compara con la revolución copernicana y
con lus progresos que se han llevado a cabo en astro­
nomía a lo largo de citt<x> siglos.
La realidad de este mundo que podemos recorrer se
actualiza con el tema de la globalización y de la uni­
versalización, aunque el tema en SÍ ya muestre la plas­

— 73
Por una antrvlxdwia dt la mouticLui

V JX C
ticidad (leí falso concepto de «mundo», que puede
corresponder tanto a la idea de totalidad acabada 1.
f f E'
como a la de pluralidad irreductible <el mundo está
hecho de mundos). Hoy en día, esta tensión entre lo
unitario y la pluralidad es más evidente que nunca.
Por el término ^lol>ait2¿u¡4» se entiende, como ya
hemos visto, dos fenómenos distintos: por un lado, la
globalización referente a la unidad del mercado eco­
nómico y de las redes tecnológicas de comunicación y,
por el oteo, la planetarización o conciencia planetaria,
que constituye una forma de conciencia desafortuna­
da, puesto que da constancia de la situación crítica de
la ecología del planeta y de las desigualdades sociales
de todo tipo que dividen a b humanidad.
Hoy en día se trata de expresar esta tensión entre
lo unitario y lo plural y de resolverla por medio de la
oposición global/local, |>ero lo único que se obtiene
mediante esta expresión es reproducirla o amplificar­
la. Así pues, o bien se concibe lo local a imagen de lo
global y como una expresión del sistema económico y
tecnológico, o bien se concibe como una excefx'ión,
como algo accidental o como una consecuencia de un
distanciamicnto del sistema que rige el conjunto, por
lo que debe ser llamado y conducido de nuevo al

-7 4 —
tWan A u n

gpdisj
orden. Los análisis que propone Paul Virilio acerca de
VjX®

la visión estratégica del Pentágono recobran todo su


sentido en este punto, ya que, de hecho, corresj>onden
a la visión glolwi de un sistema mundial o, más bien,
de un mundo sistematizado, de momento controlado,
en materia política, económica y tecnológica, por los
Estados Unidos, aunque también otras potencias
aspiren a dirigirlo.
Y así es, ya que en el interior mismo del sistema
aparecen otros candidatos que pretenden volver a
definir el mundo y a hacerse con el control, aun cuan­
do aparentan oponerse al sistema. Estos candidatos se
definen a sí mismos como pertenecientes a los «mun­
dos*, mundos que se definen en un primer momento
romo particulares y como una parte única del plane­
ta, pero que, posiblemente, aspiren a la unidad o a la
hegemonía. Por ello se habla del mundo musulmán o
del mudo árabe como si se estuviera tratando del fra­
caso del mundo comunista.
Así pues, el término ntumfay debido a su ambiva­
lencia (ya que designa a la vez la totalidad y la dife­
rencia), refleja algo de nuestra actualidad, la cual
aúna ia realidad de la globalización (es decir, las dos
formas q u e adopta la universalización), las extremas

— 7 .5 —
Por una anirtíMtioiiM de La movilidad

diferencias con las que nuestras antiguas ideas (cla­


ses, ideologías, alienación) recobran sentido y un sis­
tema de símbolos cuya crisis se mantiene, aunque las
tecnologías de comunicación (Internet, las imágenes
de vídeo y la televisión) traten de disimularlo. E!
personaje de Verne Phileas Fogg podría, de vivir hoy
en día, dar la vuelca al mundo en mucho menos de
ochenta días, sin que cambiase el decorado (ya que se
alojaría en las mismas cadenas de hoteles, de una
punta a ia otra del mundo), siguiendo las mismas
series de televisión, viendo y escuchando en di recto
ilivt) las noticias de su país a través de la BB C News
y manteniéndose permanentemente en contacto con
sus amigos, ya fuera por teléfono o por internet.
Podría atravesar, aun sin verlos, los mundos más
diversos y más perturbados j>or la historia, puesto
que la uniíbrmización de los esj>acios de consumo
turístico es, desde este punto de vista, la consecuen­
cia directa de la aceleración del tiem^*).
Así pues, partiendo de estas condiciones, ¿cómo
imaginar la ciudad del mañana?
Es cosa conocida que, hoy en día, ya no es posible
imaginar una ciudad que no esté conectada con la red
de las otras ciudades. Se puede decir que la «metaciu-

— 7 6 —
M an Auvt

0 ffytv
dad» a la que Paul Viriiio se refiere es esta misma red.
VíX <

El espacio urbano, formado por el mundo-ciudad y la


ciudad-mundo, los filamentos urbanos, las vías de
circulación y los medios de comunicación, resulca hoy
en día un espacio complejo, enmarañado, un conjun­
to de rupeuras en un fondo de continuidad, un espa­
cio en extensión en el que las fronteras se desplazan.
¿Cómo imaginarse la ciudad sin imaginarse el
mundo.'
La ciudad siempre ha ceñido una existencia tem ­
poral que aumentaba el valor de su existencia espa­
cial y le confería su relieve. Cuando pensamos en las
grandes metrópolis de hoy en día se nos vienen diver­
sas imágenes a la cabeza, sobre todo las de las series
americanas o las de algunas películas bollywooditnscs
en las que se multiplican los planos aéreos y los pla­
nos de conjunto (de vistas, luces o transparencias)
que nos transmiten un sentimiento de estupefacción
ante el imponente esplendor del presente. Sin embar­
go, durante mucho tiempo, la ciudad ha sido una
esperanza y un proyecto, un lugar que significaba,
para muchos, la posibilidad de un porvenir y, al
mismo tiempo, un espacio en construcción perma­
nente. Aún hoy se pueden encontrar en el cine diver-

— 77 —
<V gntn>i>ol<>i.ta Jt L¡ moiilidad

O X(A
sas señales de esta dimensión prospectiva; en el cine,
tanto en el caso de Nfurnau como en los utsfem s. la
ciudad suele ser concebida y presentada como un
lugar que aún está |*>r descubrirse- En cuanto a la
ciudad-recuerdo, a la que recordamos o que despicr-
ra la memoria, sufre las más distintas variaciones y
resulta esencial, como sabemos por experiencia, en la
relación afectiva que los ciudadanos mantienen con
el lugar en el que viven. Sin embargo, la ciudad-
recuerdo también responde a unas características his­
tóricas y (jolíticas: por un lado, cuenca con centros
históricos y monumentos; por el otro, con los itine­
rarios de ia memoria individua) y el vagar por las
calles: esta mezcla hace de la ciudad un arquetipo de
Iugar en eJ que se mezclan los punros de referencia
colectivos y las marcas individuales, la historia y la
memoria.
Así pues, la ciudad es una figura espacial del tiem­
po en la que se aúnan presente, pasado y fucuro. Es, a
veces, la causa de la estupefacción y, otras, el del
recuerdo o la espera, aunque, como siempre hemos
sabido, en materia de ciudad y de urbanismo, la espe­
ra y el recuerdo concernían a la colectividad, al indi­
viduo y a las relaciones que los unen. El proceso de

— 7tf —
M/trc£u£f

conscrucción por el que pasan las ciudades de los tw -


;m?,( es paralelo ai nacimiento de una nación: es, por
canco, una ciudad política. Este pleonasmo dice lo
esencial de la ciudad: desde que nace, es la forma polí­
tica del provenir, Asimismo, la ciudad de los utsttms
es aquella cu la que, tal y como muestran los innume­
rables planos de la película, no dejan de llegar indivi­
duos de diversa índole que la descubren p a n conocer
la aventura, que no es sino otra forma de porvenir,
liste tema se aplica al espacio cuando el aspecto que se
considera como principal es el viaje o los espacios que
rodean a la ciudad y la anuncian. Si pensamos en un
poeta como Jacques Reda veremos que siempre pare­
ce buscar el presentimiento de la ciudad en los solares
de la periferia.
Desde este punto de vista, la ciudad es a la vez una
ilusión y una alusión, de la misma manera que ocurre
con la arquitectura, que edifica los monumentos más
representativos de la ciudad.
Hoy en día coexisten o se mezclan dos realidades
urbanas: los centros colosales en los que se pone de
manifiesto la arquitectura contemporánea (cuyo pro­
totipo es la prestigiosa arquiteccura de las ciudades
americanas; las ciudades «verticales* que sedujeron a

— 79
/V una antropñlQtfa Je ¡a motiltdatl

xv a
Ccline y fascinaron a Léger) y lo urbano sin ciudad
que coloniza el mundo, es decir, la presencia ilim ita­
da, pero cambien la ausencia infinita. En la película
de W im Wenders Usbon Story. el protagonista viaja de
Alemania a Portugal sin salir nunca de la red de auto­
pistas —que se extiende de un lado a otro de Europa—,
atravesando un paisaje fantasmal que va-riaba depen­
diendo da la hora del día o de la noche: un paisaje
urbano al lina! del mal descubriría la ciudad que lleva
el nombre de Lisboa o, más concretamente, los solares
de sus periferias.
Lo que se pone en tela de juicio, en el total de los
trastornos que tienen lugar en la actualidad, es el
cambio en la utopía. Aunque, desde un punro de
vista histórico, ambos movimientos se superpongan,
se puede decir que la migración mundial sustituye al
éxodo rural hacia las ciudades y que la oposición
Norte/Sur ha ocupado el lugar de la oposición ciu-
dacL'campo. Sin embargo, el resultado de este nuevo
ripo de migración es la megalójiolis de carácter g lo ­
bal, que aspira a representar la utopía de la economía
liberal, incluso en el caso de un régimen {>olítico que
no sea liberal. I.» megalópoiis donde reina la gran
arquitectura de las empresas y de los monumencos

— HO
Mure Augf

«•n^axíA
resume la culcura histórica, geográfica y cultural del
mundo. Sin embargo, la paradoja de la éf>oca actual
es que la ciudad, al desarrollarse, parece desaparecer:
sentimos que hemos jíerdido la ciudad, cuando es
ella la que sigue escando...
El itleal de la ciudad griega, xrgún el helenista Jcan-
Pierre Vemanc. aunaba el espacio privado -prote­
gido |>or Hestia, diosa del hogar— con el espacio
público, protegido desde el umbral de la puerta por
Hcrmes, dios del umbral, de los 1ónices, de las
encrucijadas, de los mercaderes y de los encuentros.
Hoy en día, lo público se introduce en lo privado o,
en otras palabras, Hermcs ha ocupado el lugar de
Hestia: podría simbolizar tanto la celevisión -q u e es,
sin embargo, el nuevo centro de la vivienda- como el
ordenador o el celéfnno móvil. Lsca suscicución se
debe a lo que el filósofo Jean-T.uc Nancy Uamó «cri­
sis de la «comunidad». Sin lugar a dudas, se podría
hablar acerca de este «descencramiento*: al dcscen-
rramiento del mundo se unen (con la aparición de las
nuevas megalópolis y de los nuevos polos de referen­
cia)* en efecto, el descencramienco de la ciudad (enfo­
cada hacia lo exterior), el descencramienco de la
vivienda (donde el ordenador y la televisión ocuj>an

8 Í —
Por una aatnpoloita Je la m m jhJaJ

el lugar del hogar) y el descentramicnto del mismo


individuo (originado por el conjunto de instrumentos
de comunicación de los que dispone -auriculares, tele­
tonos móviles y que le mantienen en permanente
relación con el exterior y, j*>r así decirlo, hiera de sí
mismo).
Desde este punto de visca, la ciudad constituye una
total ilusión: como utopía realizada (pie es, no existe
en ninguna parte. Sin embargo, lo$ términos propios
de e$ia ilusión (trans|>arencia, luz, circulación) hacen
alusión a lo que quizás pudiera existir algún día (un
mundo unificado y plural que resulte transparente a
sí mismo, que hoy en día no existe ni puede ser con­
cebido, aunque su hipótesis dé un sentido -aunque
quizás ilusorio- al sentido de nuestra historia). De
esta manera, lo que se está perfilando ante nuestros
ojos, con la urbanización del mundo, parece ser el
desplazamiento de la utopía, la aparición de un
mundo del presentimiento a nivel de todo el globo
terráqueo, de todo el planeta, al igual que la ciudad,
que fue el motivo de presentimientos y de proyectos.
Fn este sentido, la historia está empezando o reempe-
zando, aunque en otra escala. N o obstante, como ya se
sabe, nunca se ha asemejado a un río largo y tranqui­
Mure Ak&¿

lo y. además, el ser comientes deJ fina) de este perío­


do* por excitan té- que pueda resultar, traspala los
límites de la imaginación humana y puede llegar a
adelantarla e. incluso, a aterrorizarla.

— 81
VI
Plantearse
el concepto de movilidad

A |>esar de la realidad del mundo-ciudad, en gran


parte de F.uropa aún somos prisioneros de una con­
cepción establecida e inmóvil de la utopía. Antes ya
se ha mencionado que las grandes quimeras de la
arquitectura urbana de la década de 1960 formaban
parte del mito de una ciudad radiante, es decir, del
supuesto deseo de convivir» en el mismo lugar, sin
necesidad de desplanarse, lia esa década, y sobre codo
después del 6 8, se favorecía a una residencia de tipo
íntimo en la que uno se sintiera en su casa. Tji ciudad
radiante de Le Corbusier, de 1‘/ 32, corres|>ondía al
ideal de un modo de vida sedentario, en el que todos
los bienes se encontraban al alcance de la mano. Se
trata de un modelo que se pudo encontrar en Europa
durante los años siguientes y del que podemos tener
una idea con, por ejemplo, algunas panorámicas de las

— 8 5 —
Por una antrotolouta de La motili<kul

afueras de Roma de La DoUe Vita de Fcllini (1960).


Así pues, el ideal de la época era el de una felicidad
basada en sí misma, aun<|ue, paradojas de la historia,
durante la década de 1^70, como consecuencia de la
política, de cipo familiar que se adopró en Francia
-q u e permic/a que los familiares de los inmigrantes
vivieran en el país-, quien ocupó los lugares idealiza­
dos como un sím1.x>lo de vivir en casa y entre sí fue la
gente procedente del extranjero.
La aparición del [>aro a gran escala, al final de la
década de 1^70, agravó, como ya se ha visto, esta con­
tradicción.
Uno de los problemas de los barrios en los que vive
hoy en día la mayoría tle los inmigrantes o descen­
dientes de inmigrantes es que cuando se cerraron los
comercios, cuyos consumidores eran esta jjoblación
inmigrante, entre la que se encontraban también sus
propietarios —es decir, que vivían de ellos y, al mismo
tiempo, Ies f?ermirían vivir—, dejaron en el lugar una
especie de contradicción espacial. La de 1970 era aún
la época en la que el ideal que aún se mantenía
podía resumirse cu la fórmula ««trabajar en el país»*.
Sin embargo, paradójicamente, este ideal de arraiga­
miento se profjonía -o im ponía- a la pane de la

— 86 —
ViX O KnlbU
población cuyos orígenes eran, precisamente, exterio­
res, en un momento en el que aquellos para ios que
dicho ideal debería haber estado destinado y deberían
habee sido sus principales beneficiarios, ya no se reco­
nocían como tales. F.l esfuerzo que se necesitaba para
mejorar la relación, por un lado, entre los inmigran­
tes y los que no lo eran y. por el otro, entre los inm i­
grantes y sus hijos, no se llevó a cabo o se realizó de
una manera insuficiente Obligar a los extranjeros a
vivir en un lugar determinado originó la segregación
entre los inmigrances y los que no lo eran, así como
una doble escisión: el ciempo, por un lado, fue distan­
ciando cada vez más a las distintas generaciones: el
espacio, }>or el otro, supuso otra escisión, en la que se
distinguió a los «jóvenes descendientes de la inmigra­
ción», convertidos en los jóvenes de las periferias.
El ejemplo francés rienc su historia concreta, pero de
él pueden sacarse algunas lecciones que lo trascienden.
Plantearse el concepto de movilidad significa ana­
lizarla a diferentes escalas para tratar de comprender
ías contradicciones que perjudican a nuestra historia,
las cuales están siempre relacionadas con la movili­
dad. Los listados Unidos favorecen la creación de un
mercado común americano y, sin embargo, aban un

— H7 —
Por una antropología de la wat t¡tetad

P* O XÉA
muro en la frontera con México. Europa parvee estar
por fin tomando conciencia de que la integración en
ir
los países de acogida sólo tiene sentido si, al mismo
iiem|>o, se proporciona una ayuda a los países de los
que proceden los inmigrantes. Volver a definir la
(eolítica de migración empieza a ser urgente, en un
momento en el que la evolución del contexto global
(auge del ímegrismo, terrorismo, resurgimiento de
las ideología1;) revela el carácter aproxirmtivo de los
distintos «modelos de integración*.
Asimismo, plantearse el concepto de movilidad es
volver a plantearse el concepto de tiempo: cuando la
ideología occidental trató el tema del final de los
grandes discursos y del final de la historia, ya llegaba
tarde respecto al acontecimiento, puesto que hablaba
de una época, sin darse cuenta de que ya hacía tiem ­
po que nos encontrábamos en un nuevo período. Así
pues, trataba ios nuevos tiempos con palabras anti­
guas y medios obsoletos. Hoy en día, los políticos
hablan de un mundo multipolar, pero deberían reco­
nocer que los «nuevos polos»» dej>enden de la expe­
riencia histórica original, la cual, en la actualidad, no
se puede clasificar, simplemente, con la etiqueta «fin
de la historia», lil acuerdo unánime tío existe ni en la

— 8 8 -
«"IW# O XfA A Une A ufí

democracia representativa ni en el mercado liberal; es


decir, que el tema del fin de la historia se presenta,
desde ahora, como otro «gran discurso*. Por otro
lado, los agrandes discursos•», en general, tienen una
vida dura: los fundamental is tas más agresivos (para
empezar, las diferentes formas del islam que, actual­
mente, Occidente etiqueta como ^islamismo*) con­
llevan, como su nombre Índica, una reinterpretación
del pasado, aunque también se presentan con una
forma proselictsta. que, de manera evidente, implica
una visión de futuro. A decir verdad, se trata cié for­
mas híbridas que escapan, en gran medida, a las Cate­
gorías elaboradas por Lyotard, puesto que proyectan
en el futuro el modelo de un pagado fantasma: ante
todo» representan un esfuerzo desesperado por escapar
a la categoría del tiempo y, en este sentido, constitu­
yen una de las expresiones más caricaturales de la cri­
sis de la conciencia contemporánea y de su incapaci­
dad de dominar el tiempo.
Concebir la movilidad en el espacio pero ser inca­
paz de concebirla en el tiempo es, finalmente, la
característica que define al pensamiento contemporá­
neo, atrapado en un» aceleración que lo sorprende y lo
paraliza. Sin embargo, por esta misma razón, su debi­

— 89 —
Por una a nSropúiofía de la mw tltdad

<3 X lA
lidad la traiciona en el espacio: ante la aparición de un
mundo humano cjiie es consciente de ocupar todo el
planeta en su extensión, codo ocurre como si, ante la
necesidad de organizado, nos situásemos a una cierta
distancia con res¡>ecto a él, refugiándonos tras las
antiguas divisiones espaciales (fronteras, culturas,
identidades), las cuales, hasta el momento, han sido
siempre el fermento activo que ha originado los
enfrentamientos y la violencia. Ante los progresos de
la ciencia y el cambio de escala que implica el progre­
so de las ciencias físicas y de las ciencias de la vida,
todo ocurre como si, poseída por un vértigo pascalia-
no, una parte de la humanidad se asustase de las con­
quistas llevadas a cabo en su nombre y se refugiase en
las antiguas cosmologías. Sin embargo, a nuestro
pesar, nosotros avanzamos (en la medida en que este
«nosotros» existe y se refiere a la parce genérica de la
humanidad que todos los seres humanos comparten)
V un día nos será completamente necesario tomar con­
ciencia de que el valor político y el espíritu científico
están hechos de la misma pasta.
F.n la historia ha habido algunos momentos, aun­
que raros, en los que la utopía o, al menos, una parre
de la utopía, parece realizarse. Éste fue eJ caso tle

9 0 -
M an A u tf

Francia en 1936, cuando se crearon las vacaciones


VJX o

pagadas, lo cual permitió a mucho» franceses descu­


brir algunos paisajes de su país. Pero no hay que con­
formarse enn las palabras: sin cesar, mencionamos la
globaliüación y su ideal de movilidad, pero son nume­
rosos los franceses -sobre codo, los más jóvenes—que
no siempre se van de vacaciones. Así pues, la movili­
dad en el espacio sigue siendo un ideal inaccesible
para muchos, al mismo tiempo en que constieuye la
primera condición para una educación real y una
aprehensión concreta de la vida social. En cuanto a la
movilidad en el cieni|>o, cieñe, a primera vista, dos
dimensiones muy discintas, pero escrcchamence com­
plementarias: por lado, aprender a desplazarse en el
ciempo -e s decir, aprender historia— es educar a la
mirada para analizar el presente, darle unas herra-
miencas, volverla menos ingenua o menos crédula,
volverla libre. Por el otro, escapar, en la medida de lo
posible, a las barreras de la ¿pota en la que se vive es el
modo nías aucéncico de libertad. Por canco, una vez
más, la educación es la mejor garantía de que se cum­
plan cscos objetivos. Un coda verdadera democracia,
la movilidad de la rnenrr debería ser el ideal absolu­
to, la obligación principal. Cuando la lógica eoonómi-

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Por mu qntrntnltixúi Jt ¡a movttidaJ

ca habla de la movilidad, es [»ara definir un ideal téc­


nico de productividad; sin embargo, la práctica
democrática debería inspirar el sentido contrario: ase­
gurar la movilidad de los cuerpos y de las mentes
desde la más temprana edad y durante el mayor perí­
odo de tiempo podría sujxmer, además, la prosperidad
material.
Necesitamos la utopía, no para soñar con realizar­
la, sino para tender hacia ella y obtener, así, los
medios de reinventar lo cotidiano. La educación debe,
en primer lugar, enseñar a todo el mundo a mover las
barreras del tiempo, para salir del eterno presente,
fijado por la espiral de imágenes, así como a mover las
barreras del espacio, es decir, a moverse en el espacio,
a ir al lugar para poder ver más de cerca y a no ali­
mentarse exclusivamente de imágenes y de mensajes-
Hay que aprender a salir de uno mismo, del propio
entorno, a comprender que es la exigencia de lo uni­
versal la que convierte a las culturas en relativas y no
al revés. Hay que salir del hábito que tienen las cul­
turas al referirlo todo a sí mismas y promover el éxito
del individuo transcultural; aquel que, al interesarse
por todas las culturas del mundo, no se aliena en nin­
guna de ellas. Ha llegado el momento para una nueva

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V J X O rcOui

movilidad planetaria y una nueva utopía de la educa­


ción. Pero nos encontramos tan «Slo al comienzo de
esta nueva historia, que será larga y, como siempre,
dnlorosa.

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