Está en la página 1de 78

JOHN D.

BARROW

¿Por qué el mundo es matemático?

Traducción de Javier García Sanz


Título original:
WHY IS THE WORLD MATHEMATICAL?
Este texto se editó por primera vez en italiano con el título Perché il mondo é matemático?
(Laterza, 1992); esta traducción castellana ha sido realizada a partir del texto original en
inglés.
Cubierta: Jordi Solé

Edición digital: Sargont (2018)

© 1992, Gius. Laterza & Figli Spa, Roma-Bari


© 1997 de la traducción castellana para España y América:
GRIJALBO MONDADORI, S.A. Aragó, 385, Barcelona
Este libro es fruto de la cooperación entre editorial Laterza
y la Fundación Sigma Tau en la colección «Lezioni Italiane».
Primera edición
ISBN: 84-253-3123-4
Depósito legal: B. 6.189-1997
Impreso en Hurope, S. L., Recared, 2, Barcelona
PREFACIO
Este libro es el resultado de una iniciativa de la Fundación Sigma-Tau y
de la editorial Laterza, consistente en una serie de breves ciclos de
conferencias dictadas en alguna universidad italiana con objeto de presentar
a un amplio público algunos temas de gran interés en el ámbito de la cultura
contemporánea. Algunas de estas Lezioni Italiane están dedicadas a la
ciencia, otras a las humanidades, y algunas otras, como la mía, intentan
conciliar aspectos de ambas disciplinas.
Las tres conferencias dictadas en Milán en diciembre de 1991 trataban de
la naturaleza y el significado de las matemáticas. Al darles forma escrita he
tratado de atenerme fielmente al material allí presentado para hacer la
exposición breve y accesible a aquellos lectores que no poseen
necesariamente una educación especializada en matemáticas o ciencias. Por
ello, aunque voy a exponer algunos desarrollos novedosos en el estudio de
sistemas complejos y caóticos, trataré antes del primitivo desarrollo de los
sistemas de numeración y de los términos numerales en el mundo antiguo y
en las culturas primitivas, y también de las diversas posturas filosóficas que
se han adoptado para comprender la naturaleza, ubicuidad y utilidad de las
matemáticas.
Quisiera dar las gracias a quienes colaboraron en la organización de mis
conferencias en la Universidad de Milán y en la preparación del material
para su publicación. En particular quiero expresar mi agradecimiento a
Lorena Preta, Pino Donghi, Cario Lauretti, Alessandra Papi y Antonia Di
Girolamo, de la Fundación Sigma-Tau; a Enrico Mistretta y Alessandro de
Lachenal, de Laterza; al profesor Paolo Mantegazza, rector de la
Universidad de Milán, que apoyó con entusiasmo esta iniciativa, y al
profesor Giulio Giorello, que llevó magistralmente toda la organización a
nivel local. Finalmente, debo dar las gracias a todos aquellos que asistieron
a las conferencias y que con sus preguntas y discusiones ampliaron mi
propio conocimiento de este tema.
J. D. B.
1
ORIENTACIONES Y REFLEXIONES

La metafísica es un restaurante que ofrece un menú de treinta mil páginas


pero nada de comer.
ROBERT PIRSIG

Uno de los más grandes misterios del universo es el hecho de que no sea
un misterio. Somos capaces de entender y predecir su funcionamiento hasta
tal punto que si un hombre normal de la Edad Media fuese transportado a
nuestros días pensaría que éramos magos. La razón de que hayamos tenido
tanto éxito en desvelar el funcionamiento interno del universo es que hemos
descubierto el lenguaje en el que parece estar escrito el libro de la naturaleza.
Dicho lenguaje, como Galileo proclamó fervientemente hace más de
trescientos años, es el lenguaje de la «matemática». En cualquier aspecto del
mundo material que tomemos en consideración, vemos que el lenguaje de la
matemática se adapta maravillosamente a la naturaleza del mundo y a su
funcionamiento. No se ha encontrado ningún fenómeno que escape a su
poder descriptivo. Es verdad que existen campos en los que su utilización
resulta inadecuada —quién sería tan estúpido para considerar que una
sinfonía de Beethoven no es nada más que una variación matemática
particular, o una combinación de presión de aire y tiempo—, pero no existe
ninguno donde sea imposible. Este estado de cosas es tan familiar para el
científico que apenas se detiene a pensar por qué es así. ¿Por qué funcionan
las matemáticas? ¿Por qué describen de forma tan precisa, tan completa y tan
universal el modo en que el mundo marcha? Más de una vez hemos podido
ver cómo alguna abstrusa fórmula matemática, inventada hace cientos de
años por puro placer intelectual, resulta describir exactamente los más
recientes descubrimientos en las fronteras de nuestra investigación de la
estructura del espacio interno de las partículas elementales de la naturaleza o
del espacio exterior de las estrellas y las galaxias. ¿Cómo es posible que estas
matemáticas fantasiosas resulten ser tan irrazonablemente eficaces para la
descripción del mundo? Estas son algunas de las cuestiones que espero poder
discutir en esta breve serie de conferencias. Para desvelar el misterio y ver
qué tipo de respuestas pudiesen estar a nuestro alcance tenemos que llegar a
una comprensión más clara y más profunda de lo que son las matemáticas. A
este respecto las matemáticas son algo singular. Si paramos en la calle a un
historiador o a un biólogo y le preguntamos cuál es su objeto de estudio,
ninguno de ellos tendrá dificultad en responder. Si usted no encuentra uno,
eche una ojeada a cualquier libro introductorio de historia o biología y verá
de qué trata ya desde la primera página. Pero paremos a un matemático en la
calle y él no será capaz de decir qué son las matemáticas. Leamos cualquier
libro de texto de matemáticas, vayamos a cualquier clase de matemáticas en
la universidad y no aprenderemos lo que es la matemática.
Cuando empezamos a preguntar cuáles son las diferentes formas de
conocimiento humano y cómo llegamos a adquirirlas nos encontramos
morando en áreas de la filosofía cuya aplicación no se limita a los problemas
del conocimiento matemático. Casi inmediatamente encontramos una
división especial: se trata de la división entre quienes creen que las
matemáticas proceden del interior de la mente y quienes creen que proceden
del exterior. Los primeros creen que inventamos las matemáticas como un
instrumento útil para describir los sucesos que vemos a nuestro alrededor, y
que esto es simplemente lo que hacen los matemáticos; los segundos creen
que descubrimos las matemáticas, que están «ahí fuera» de algún modo y
estarían allí incluso si no hubiera matemáticos. En el tercer capítulo
exploraremos estas y otras filosofías de las matemáticas con más detalle. Pero
antes de empezar a encajar el mundo de las matemáticas modernas en los
esquemas filosóficos disponibles, será bueno tener una idea del origen de las
matemáticas. ¿Cuál es la fuente de nuestra intuición del concepto de
«número»? ¿Es un concepto universal entre las sociedades humanas? ¿Surgió
espontáneamente en muchos lugares diferentes, o fue una creación profunda
y difícil de sólo unos pocos que transmitieron su sabiduría a los demás? Las
respuestas a preguntas como estas son importantes para evaluar hasta qué
punto la mente humana se adapta naturalmente a las ideas matemáticas, tal
como han mantenido algunos psicólogos y filósofos.
Si volvemos a la imagen galileana de las matemáticas como un lenguaje,
pronto encontramos que se trata de un lenguaje bastante insólito. No se
parece a ningún otro lenguaje humano que conozcamos. Es más parecido a un
lenguaje de ordenador que a un lenguaje como el español o el inglés. Pero,
sobre todo, es un lenguaje con una lógica incorporada. Sabemos que podemos
utilizar el lenguaje ordinario con cierto descuido, rompiendo quizá las reglas
de la gramática y la sintaxis, y esto no nos impide entendernos. Pero
rompamos las reglas del lenguaje matemático y nada tendrá sentido. En
efecto, si en cualquier sistema lógico se admite tan sólo un elemento ilógico,
su presencia nos permite demostrar la verdad de cualquier proposición.
Otra característica fascinante del lenguaje matemático es su capacidad de
pensar por sí mismo. A menudo se les habla a los estudiantes de la
importancia que tiene reflexionar sobre las cosas para entenderlas y
progresar. Sin embargo, en cierta medida los mayores avances en el
entendimiento humano han sido el resultado de haber ideado maneras de
hacer cosas sin pensar en ellas. Adoptamos un procedimiento que tiene
ciertas características necesariamente incorporadas, de modo que cuando
quiera que lo apliquemos no tengamos que preocuparnos de si se satisfacen
estos presupuestos. Las matemáticas son precisamente así. Mediante su
utilización podemos estar seguros de que todo tipo de operaciones
complicadas se están realizando automáticamente. Es una ayuda para el
pensamiento: una ampliación de nuestra capacidad mental.
Si comparamos las matemáticas con otras actividades humanas en el
campo de las artes o las humanidades, advertimos varios contrastes
sorprendentes. En matemáticas encontramos con frecuencia ejemplos de
descubrimiento múltiple. Es decir, encontramos matemáticos diferentes,
separados en el espacio y en el tiempo y educados en sistemas económicos y
políticos completamente diferentes, que hacen los mismos descubrimientos.
Semejante duplicación resulta inconcebible en las artes. ¿Cómo podrían dos
escritores diferentes producir idénticos Hamlet o idénticas óperas de Verdi?
Además, encontramos con frecuencia ejemplos de colaboración en campos de
investigación matemáticos y científicos. La mayoría de los artículos de
investigación publicados en estos campos son fruto de la colaboración de
varios autores. Por el contrario, la colaboración es más bien rara en las artes.
Cuando ocurre, como en la composición de las operetas de Gilbert y Sullivan,
hay una demarcación de actividades muy estricta —uno compone la música,
y otro el libreto. Todo esto sirve para reforzar la impresión de que las
matemáticas tienen alguna base objetiva que es total o parcialmente
independiente de la mente humana. Las artes, por el contrario, se valen de la
esencial unicidad que brota de su subjetividad. Las encontramos fascinantes y
encantadoras debido al modo en que reflejan la individualidad de la
creatividad humana.
Si repasamos nuestros libros de historia en busca de los orígenes del
número encontramos muy poco que nos sirva de ayuda. Como el propio
lenguaje, el uso del número se desarrolló antes que el uso de la escritura y sus
verdaderos orígenes se han perdido en una época de la que no tenemos
testimonios escritos. Nuestra investigación se hace todavía más difícil por la
presencia de algunas ideas peculiares pero persistentes. La historia del uso y
apreciación del número por parte de la Humanidad ha evolucionado desde
una fascinación por la numerología a una fascinación por la numeración. Para
los numerólogos, algunos de los cuales aún pueden encontrarse hoy día, los
números son una forma de representación simbólica del universo dentro del
cual tienen un significado que sólo puede revelarse por su correcta
interpretación. Algunos números dan «suerte», otros son «aciagos», otros
tienen significados religiosos, y así sucesivamente. Pero el matemático se
distingue del numerólogo en que él no asocia ninguna importancia o
significado profundo a los propios números, sino sólo a sus interrelaciones.
Por esta razón, si examinamos el currículum moderno de las matemáticas lo
encontramos lleno de conceptos como «transformaciones», «funciones»,
«aplicaciones», «programas», «simetrías» y «algoritmos»: todos ellos
incorporan la noción de cambio e interrelación entre números y símbolos
diversos. Este cambio de enfoque, de lo numerológico a lo numérico, marca
la evolución desde la antigua concepción hermética del universo, que lo veía
como un conjunto de signos arcanos que había que descifrar, hasta la
concepción causal en la que el «significado» de las cosas tenía que
encontrarse sólo en su interrelación con otras cosas dentro de pautas
ordenadas y predecibles.
Si bien en los tiempos modernos el enfoque numerológico de las
matemáticas ha desaparecido de las actividades de los matemáticos, aunque
no completamente de las ideas de algunas personas, quedan aún ejemplos
interesantes de la conexión entre las ideas matemáticas y nuestra imagen más
general del mundo. A comienzos del siglo xix se creía que la geometría plana
de Euclides, que aprendemos en la escuela, no era meramente un ejercicio
lógico o una invención humana: era la descripción real del mundo. Durante
siglos los filósofos y los apologetas religiosos habían considerado nuestro
conocimiento de la geometría de Euclides como prueba de que podíamos
conocer algo de la verdad absoluta: que podíamos vislumbrar, al menos en
parte, la mente de Dios. De este modo la geometría euclidiana era un
fundamento sutil de la creencia en todo tipo de valores absolutos. Luego, en
el curso del siglo XIX, matemáticos como Lobachevski, Gauss y Bolyai
comprendieron que era posible crear otras geometrías lógicamente
autoconsistentes pero que diferían de la de Euclides en un aspecto crucial:
abandonaban su famoso «quinto postulado» sobre las paralelas. Éste afirmaba
que, dada una línea recta y un punto exterior a ella, existe sólo una recta que
pasa por dicho punto y no corta a la primera: ésta es la línea paralela a
aquélla. Sobre una superficie curva, el análogo de una línea recta es la
distancia más corta entre dos puntos y el «quinto postulado» de Euclides no
es válido. El descubrimiento de que la geometría clásica de Euclides era
solamente una entre muchas posibilidades produjo una conmoción. Al
principio, muchos filósofos, e incluso algunos matemáticos, se resistieron a
aceptarlo sobre la base de que sólo la versión euclidiana de la geometría se
encontraba realmente en el mundo real. Pero ¿era eso realmente cierto? La
geometría de la superficie curva de la Tierra era ciertamente no euclidiana. Y,
para colmo de ironía, en 1915 Einstein iba a mostrar que la geometría del
Universo es no euclidiana y solamente parece euclidiana cuando se mira
localmente, de la misma forma que la superficie de la Tierra parece plana en
distancias muy pequeñas.
El descubrimiento de las geometrías no euclidianas tuvo un papel
fundamental en la erosión de la creencia en la verdad absoluta. Ya no podía
citarse la geometría euclidiana como un ejemplo de verdad absoluta con la
que la mente humana había sido capaz de sintonizar. Poco a poco, el término
no euclidianismo vino a utilizarse como sinónimo de relativismo. Existen
libros sobre «economías no euclidianas» y «antropología no euclidiana» en
los que se sostiene que las democracias liberales y la civilización occidental
son formas culturales simplemente diferentes de las demás y no
necesariamente superiores. Más tarde, este relativismo recibió un impulso
posterior del descubrimiento de la posibilidad de una nueva lógica. Como
había sucedido con la geometría, la lógica clásica, codificada por Aristóteles,
era considerada una descripción de las «leyes del pensamiento humano»: las
cosas no podían ser de otra forma. Pero el estudio sistemático de esta lógica
clásica mostró que era posible crear otras lógicas en las que, por ejemplo, una
proposición no tenía necesariamente sólo dos valores de verdad: verdadera o
falsa. Podía, por el contrario, tener tres —verdadera, falsa o ni verdadera ni
falsa— o añadir un número infinito de condiciones diversas. Como sucedió
con el descubrimiento de las geometrías no euclidianas, esta evolución de la
matemática favoreció una gradual erosión de la fe que se tenía antiguamente
en la naturaleza absoluta del conocimiento humano.
El problema de la eficacia de las matemáticas es un problema que deja
perplejo. Por una parte teníamos una imagen del mundo real hecho de cosas
particulares, y por otra, la imagen de un reino de estructuras matemáticas
(véase la figura 1).
Existen relaciones tras las dos cosas, en el sentido de que ciertas
estructuras y ciertos objetos del mundo «real» pueden ser representados
mediante una abstracción matemática. Recíprocamente, el mundo matemático
contiene nociones abstractas de cantidad y nociones geométricas que
encuentran ejemplos en el mundo «real». Esta imagen plantea muchas
preguntas. ¿Son efectivamente comparables los dos mundos? ¿Son en verdad
distintos? Y si lo son, ¿existen elementos del mundo real que no puedan ser
representados mediante una abstracción matemática y, recíprocamente,
elementos del mundo matemático que no encuentran un correlato específico
en el mundo físico que nos rodea o que está dentro de nosotros?

1. La misteriosa interrelación entre el mundo material de las cosas particulares y el mundo


matemático de las relaciones abstractas, las geometrías, los números y las lógicas. Las
cosas que vemos a nuestro alrededor en el mundo material pueden actuar como fuente de
estructuras que pueden ser abstraídas en el mundo matemático. Las estructuras y las
relaciones matemáticas en el mundo matemático pueden concretarse en ejemplos
particulares de cosas y sucesos del mundo real. Resulta tentador preguntar si existen cosas
en el mundo físico que no puedan ser abstraídas en el mundo matemático y,
recíprocamente, si no puede haber habitantes del mundo matemático que no tengan
manifestaciones concretas en nuestro universo físico.

La utilidad de la matemática es un rasgo característico de la investigación


científica del mundo; por lo tanto, se identifica con ella. En definitiva, las
descripciones científicas del mundo no son otra cosa que descripciones
matemáticas. Cuanto más se alejan nuestras investigaciones del ámbito de la
experiencia humana directa, descubrimos que las descripciones matemáticas
que nos son útiles son cada vez más abstractas pero también más precisas,
más abstrusas pero también más exactas; y si observamos más de cerca la
relación entre la matemática y una ciencia exacta como la física, encontramos
que se trata de una relación simbiótica. Existen ejemplos sorprendentes de
cómo algunos estudiosos han descubierto estructuras matemáticas intrincadas
sin tomar mínimamente en consideración la posibilidad de una aplicación
práctica en el ámbito de otra ciencia, para descubrir más tarde que sus
creaciones correspondían exactamente a lo que servía para explicar algún
extraño fenómeno que se da en el mundo y, a continuación, para predecir
otros nuevos. Algunos de estos ejemplos más representativos del uso de
fórmulas matemáticas vienen inmediatamente a la mente: la utilización que
hizo Kepler de la teoría de Apolonio sobre la geometría de la elipse para
describir el movimiento de los planetas; la utilización por parte de Einstein de
la geometría no euclidiana y de la teoría matemática de tensores en el
desarrollo de la teoría de la relatividad general; el uso de los espacios de
Hilbert como base para la teoría cuántica; el uso de la teoría de grupos en la
física de las partículas elementales y, más recientemente, la aplicación de
algunos aspectos abstrusos de la estructura de las variedades complejas en el
estudio de las «supercuerdas», siempre dentro del ámbito de la física de
partículas. Estos son algunos ejemplos de nueva física hecha posible por la
preexistencia de matemáticas apropiadas. Pero existen ejemplos en sentido
contrario, en donde encontramos nuevas estructuras y conceptos matemáticos
que emergen del estudio de la ciencia física. Éstos son igualmente notables:
el desarrollo del cálculo por parte de Newton, que estaba motivado por un
deseo de describir cambios continuos y la velocidad instantánea de un cuerpo
en movimiento; la creación de las series de Fourier a partir del estudio de la
óptica ondulatoria; la invención de las funciones generalizadas de Heaviside
y Dirac como resultado de su deseo de describir fuerzas impulsivas
instantáneas; la idea de un «atractor extraño» caótico a partir del deseo de
comprender los fluidos turbulentos; y finalmente, el modo sorprendente en
que el deseo de avanzar en el estudio de las supercuerdas ha desplazado las
fronteras de la matemática pura. El último ejemplo es un caso actual e
importante en el que los físicos han ido más allá de las matemáticas
existentes. De hecho, Ed Witten, uno de los pioneros en el desarrollo de la
teoría de supercuerdas, ha conjeturado que quizá sea esta una idea que, por
puro azar, ha sido descubierta veinte o treinta años antes de lo que hubiera
sido normal y, como resultado, todavía no se dispone de las ideas
matemáticas necesarias para su implementación. Sin embargo, en todo esto
vemos el modo fascinante en el que los requisitos de una teoría física están
dictando las direcciones en las que se mueve la investigación matemática,
aunque estas investigaciones matemáticas no se hacen solamente para
resolver las ecuaciones de la teoría de supercuerdas. Los matemáticos han
descubierto que los requisitos de simetría y consistencia matemática que dan
lugar a la forma única de la teoría de supercuerdas les lleva a contemplar
nuevas estructuras matemáticas que tienen un interés matemático intrínseco
debido a su novedad y sus conexiones inesperadas con otras áreas complejas
de las matemáticas hasta ahora carentes de aplicaciones.
Todos estos ejemplos confirman la íntima relación entre las matemáticas y
el funcionamiento del mundo natural. Las matemáticas funcionan. Ya sea en
el estudio de las más minúsculas partículas elementales de la materia o los
más lejanos confines del espacio intergaláctico, las descripciones y
predicciones matemáticas que hacemos con simples garabatos en hojas de
papel parecen habernos proporcionado una clave para descifrar los secretos
del universo, una clave que es más potente de lo que cualquier numerólogo
de la antigüedad pudiera haber soñado.
2
DE LA NATURALEZA AL NÚMERO

Encontramos distintos tipos de pensamiento matemático: indio, árabe,


clásico u occidental y, en correspondencia con cada uno de ellos, un distinto
tipo de número; cada uno de estos tipos es característico y singular, una
expresión de un sentido particular del mundo, un símbolo con una validez
específica que es incluso susceptible de definición científica... En
consecuencia, existe más de una matemática.
OSWALD SPENGLER

El hecho de que las matemáticas funcionen de forma tan precisa, tan


universal y útil les permite introducirse en nuestra vida cotidiana en mil
formas diferentes. Todos los dispositivos mecánicos y electrónicos que nos
rodean están construidos sobre indicaciones matemáticas precisas, y el buen
rendimiento escolar de nuestros hijos en matemáticas nos parece de vital
importancia porque abre muchas oportunidades. Visto a esta luz parece
fundamental que tengamos una comprensión de lo que es la matemática y de
por qué funciona. Pues si se trata sólo de otra construcción humana sujeta a
error, necesitamos saber dónde puede fallar.
Una buena guía para el estudio de la naturaleza de cualquier cosa consiste
normalmente en considerar sus orígenes, de modo que trataremos de ver
dónde están las raíces del pensamiento matemático. Si examinamos
brevemente los orígenes de las prácticas de recuento y numeración humanas
podremos obtener una imagen de la procedencia de las ideas matemáticas y la
facilidad con que se pueden alcanzar.
Los seres humanos, e incluso algunos animales, parecen poseer un sentido
natural del número que les permite detectar la presencia o ausencia de
cantidades pequeñas. En nuestro caso sabemos que, si echamos una rápida
ojeada a una imagen que contiene un conjunto de objetos en número no
mayor de cinco aproximadamente, podemos captar inmediatamente el
número de objetos presentes; pero si el conjunto es mayor, tenemos que
contar conscientemente sus miembros. Existe una historia divertida a este
respecto. Un granjero quería matar un cuervo que continuamente se posaba
en una torre de su granja para comerse su grano. En cuanto el granjero
llegaba a la torre con su escopeta, el pájaro emprendía el vuelo; pero apenas
salía el granjero, el cuervo regresaba. Frustrado en sus intentos de atrapar al
cuervo ladrón, el granjero decidió engañarle para que volviera a la torre
mientras él estuviera todavía allí. Fue a la torre con un amigo, y el cuervo
partió; entonces, el amigo salió pero el granjero se quedó dentro. El cuervo
no volvió. El granjero repitió el truco llevando con él dos amigos que salieron
uno después del otro. El cuervo seguía sin volver. El granjero probó con tres
amigos. El cuervo seguía sin volver. Luego probó a ir a la torre con cuatro
amigos que, una vez más, salieron de uno en uno. Pero esta vez el cuervo
regresó y el granjero logró cazarlo. El sentido de número del cuervo le
permitía llevar la cuenta de la cantidad sólo hasta cuatro, pero a partir de aquí
el sentido de número se difuminaba en una vaga sensación de muchos.
Buscando en las sociedades humanas primitivas encontramos también
ejemplos de un sentido de número muy simplificado. Hay varios ejemplos de
tribus africanas, suramericanas y australianas en donde sólo existen los
conceptos de «uno», «dos» y «muchos». Esta restricción a números muy
pequeños ha dejado vestigios en muchas lenguas europeas en las que existen
adjetivos para indicar «primero» y «segundo» que son etimológicamente
diferentes de las palabras uno y dos, mientras que «tercero», «cuarto»,
«quinto», «sexto» y así sucesivamente, están relacionadas obviamente con los
numerales tres, cuatro, cinco y seis. Esto implica que las palabras que
expresan los números uno y dos son mucho más antiguas y reflejan un
concepto más primitivo y limitado de recuento. Además, en la mayoría de las
lenguas europeas encontramos una tendencia a utilizar palabras numerales
específicas para describir la misma cantidad pequeña de objetos diferentes.
En inglés, por ejemplo, existen muchas palabras para indicar conjuntos de
objetos que se dan de dos en dos, y el uso de estas palabras está fuertemente
ligado a la identidad de los objetos en cuestión. Hablamos de un par de
zapatos, un dueto musical, una yunta de bueyes. Esto pone de manifiesto la
carencia de cualquier noción abstracta de número en algún estadio temprano
del desarrollo humano. La misma tendencia se encuentra mucho más
amplificada en muchas tribus primitivas. Existen varias palabras para cada
uno de los números en uso: palabras diferentes para indicar tres pescados, tres
canoas, tres personas, tres piedras, tres lanzas. El factor común de «trinidad»
no era evidente.
Es posible contar sin tener ningún sentido del número en absoluto. Esto se
consigue generalmente mediante marcas. Si un pastor guarda un conjunto de
piedras en su morral, una por cada una de sus ovejas, puede comprobar al
término del día que todas sus ovejas están presentes sacando una piedra de su
morral por cada oveja que entra en el redil. Si no queda ninguna piedra una
vez que ha entrado la última oveja, ello indica que todas están presentes. Se
conoce un bonito ejemplo de este tipo que fue descubierto durante las
excavaciones arqueológicas en Nuzi, en el Irak moderno. Se encontró un
pequeño recipiente de arcilla con una inscripción que, una vez traducida,
decía:
Total de ovejas y cabras:
21 ovejas que han parido corderos
6 ovejas
8 carneros
4 corderos
6 cabras
1 macho cabrío
2 cabritos
En total son 48 animales. Más tarde se rompió el sello del recipiente y en
su interior se encontraron 48 bolitas de arcilla. Durante una expedición
posterior a la región, el arqueólogo que había encontrado el recipiente
descubrió que muchos granjeros analfabetos encargados de vender los
animales de su dueño en el mercado aún tenían la costumbre de llevar un
conjunto de cuentas junto con una lista escrita del número de animales. El
significado del recipiente de arcilla y su contenido estaba ahora claro. El
dueño o su contable dejaron 48 animales a cargo de alguien. Para su propia
contabilidad estos detalles se escribían en el exterior del recipiente. Pero para
los pastores analfabetos el dueño colocaba dentro una señal por cada animal,
de modo que ellos pudieran asegurarse de que todos estaban presentes
comparando los animales uno a uno con las cuentas.
Hacer marcas es la forma más antigua conocida del sentido de número en
el hombre. La reliquia más antigua con muescas forma parte de un hueso de
babuino, encontrado en las montañas de Swazilandia, que data
aproximadamente del 35.000 a.C. Presenta
29 muescas y probablemente se trata de un arma en la que el cazador
anotaba sus piezas. En Vestonice, Checoslovaquia, se ha encontrado un hueso
de lobo, de unos 18 centímetros de longitud, que data aproximadamente del
30.000 a.C. Presenta una hilera de 25 muescas, luego dos marcas mayores,
seguidas de otras
30 muescas, y muestra algún indicio de agolpamiento de las muescas de
cinco en cinco (lo que quizá está asociado a los dedos de la mano). Resulta
interesante que este objeto fuera encontrado cerca de una escultura en marfil
de una cabeza de mujer que tiene una antigüedad similar, lo que prueba la
presencia de una cultura más amplia que la de los cazadores y recolectores.
Otra reliquia famosa de este antiguo sistema es el «Hueso de los ishongo».
Se trata de un mango de hueso que originalmente estaba unido a una
herramienta de cuarzo para grabar, que data de aproximadamente el 9000
a.C., y que se encontró en Ishongo a orillas del lago Eduardo en los límites
del actual Zaire. La sociedad que lo fabricó dejó otras huellas de su existencia
basada en la caza y la pesca en las orillas del lago antes de su repentina
extinción a causa de una erupción volcánica.
El mango del hueso es aproximadamente cilíndrico y está petrificado, pero
presenta tres hileras de muescas, como se ve en la figura 2. Las muescas
están agrupadas de una forma sorprendente que ha dado lugar a hipótesis
fantasiosas. Las dos hileras superiores suman 60 muescas en total. La tercera
hilera suma 48 (aunque algunos han sostenido que un análisis microscópico
revela marcas adicionales), pero contiene indicios de duplicación con grupos
adyacentes de 10 y 5, 8 y 4, 6 y 3 marcas. Además, la primera hilera presenta
la secuencia 9, 19, 21, 11; es decir, 10 – 1, 20 – 1, 20 + l y l0 + l. La segunda
y tercera hileras presentan una lista de números primos, 5, 7, 11, 13, 17 y 19.
Es probable que nunca sepamos si todo esto es fantasía numerológica o si los
ishongo tenían un sistema de numeración de base 10 que reconocía los
números primos y la duplicación. La conjetura más interesante sugiere que el
total de 60 representa dos meses lunares y que las marcas llevaban la cuenta
del paso del tiempo. Sabemos que un método aproximado de representar los
cambios estacionales debía ser importante para los ishongo, ya que los
cambios severos de clima en su región les obligaban a migrar a las montañas
desde las orillas del lago cuando llegaban las lluvias y las aguas subían.
2. Vistas de ambos lados de la herramienta de hueso encontrada por Jean de Heinzelin en
Ishongo cerca del lago Eduardo en África. El extremo derecho habría sostenido
originalmente una herramienta de cuarzo más grande. Se encuentran marcas en grupos
sugerentes en tres hileras. Fueron hechas alrededor del 9000 a.C.

Si nos trasladamos a los tiempos modernos podemos hacer un mapa con la


distribución de los sistemas de numeración más simples. En la figura 3 se
muestra la distribución de los sistemas puros de base 2, que poseen palabras
sólo para uno y dos y luego utilizan compuestos de estos dos numerales para
representar las combinaciones 2 + 1, 2 + 2, 2 + 2 + 1, 2 + 2 + 2, 2 + 2 + 2 + 1.
También se conocen los sistemas de numeración «neo-2» más sofisticados en
los que no sólo hay numerales para «uno» y «dos», sino también para 2 + 2, 2
+ 3, 3 + 3, l + 3 + 3 y así sucesivamente hasta totales pequeños comprendidos
entre ocho y diez. Es interesante notar que los pueblos con sistema neo-2 se
encuentran normalmente en la periferia de las regiones donde se utiliza el
sistema de base 2 puro. Además, los sistemas de base 2 puros se encuentran
en los extremos de la civilización humana.
3. Distribución de los sistemas puros de recuento con base 2 existentes y que contienen
términos numerales sólo para «uno» y «dos».

Es razonable suponer, y puede argumentarse con más detalle, que el


sistema de base 2 estuvo en tiempos mucho más extendido y que fue
generalmente superado por sistemas de numeración más eficientes, quedando
en uso solamente en los grupos sociales más primitivos que carecían de las
motivaciones internas necesarias para pasar a sistemas más avanzados.
Una de las características interesantes de estos sistemas de numeración
muy primitivos en los que sólo hay palabras numerales para uno, dos o tres,
mientras que los números mayores, hasta aproximadamente diez, se
construyen a base de componer los primeros, es que no hay ningún indicio de
que esta estructura haya surgido a partir de la práctica de contar con los
dedos. Más bien parece derivar de intuiciones primarias y de experiencias de
emparejamiento. En consecuencia, se han propuesto hipótesis interesantes
que sugieren que el recuento tiene un origen ritual; que deriva de
procedimientos seguidos en rituales religiosos en las culturas primitivas. Una
forma ubicua de rito de fertilidad implica el emparejamiento de machos y
hembras, y esto no sólo puede ser la fuente de la numeración elemental, sino
que también puede estar en la raíz de muchas tradiciones curiosas que
comparten muchas culturas diferentes: las creencias en que los números
impares son machos, los números pares son hembras o que algunos números
traen mala suerte.
Hay que tener cuidado en no confundir la inexistencia de palabras
numerales con la inexistencia del sentido de número. Al igual que los
lenguajes humanos, el sentido de número habría surgido antes de que
apareciese una forma de escritura. Existen culturas primitivas que poseen
pocas palabras numerales pero que cuentan mediante gestos. El contar con
los dedos es un primer paso obvio en esta dirección. Partes del cuerpo
humano se utilizan como marcas. Esto tiene la ventaja de que dichas marcas
son las mismas para todos. Después de agotar los dedos algunos pueblos
continúan contando alrededor del cuerpo, numerando otras extremidades
como se muestra en la figura 4.
Una vez más, existe un posible residuo de un origen ritual. Los números
se asocian con diferentes partes del cuerpo y es posible expresar la noción de
un número particular sin hacer mención explícita de dicho número. Quizá
esto tenga alguna relación con los curiosos tabúes universales que parecen
existir en los pueblos que hacen recuentos. En muchas culturas, antiguas y
modernas, existen vestigios de este tabú del censo, según el cual trae mala
suerte contar a los hijos, o contar el dinero, o los súbditos del reino.
4. Una ilustración típica de cómo se amplía el recuento con los dedos para incluir todo el
cuerpo, tomado de un dibujo de Georges Ifrah.

La existencia de estos sistemas primitivos nos enseña que la noción básica


de recuento no es tan fácil de adquirir y no pasa necesariamente a la forma de
un sistema matemático. En la mayoría de las culturas primitivas hay sólo una
colección de adjetivos que describen cantidades de cosas. Algunas culturas
fueron claramente más allá, y las que interaccionaron con ellas con fines
comerciales tuvieron un incentivo para aprender su lenguaje y su sistema de
numeración. De este modo, los sistemas de numeración más sofisticados y
efectivos, que utilizaban menos palabras numerales y cuya utilización no
exigía prodigiosas hazañas de memoria, tendieron a difundirse desde las
culturas superiores a las inferiores. Esta imagen general buscará entonces en
los principales centros de cultura en el mundo antiguo la fuente de las
intuiciones más desarrolladas sobre los números. Además, tales culturas
muestran otros rasgos de civilización: tienen grandes comunidades
encargadas de construir y planificar; participan en intercambios que llegan
hasta la compra y venta con señales; hay necesidad de registros de propiedad
y símbolos para identificar pertenencias individuales. La moneda fue uno de
los desarrollos que sirvieron para facilitar esta estructura social. También
sirve como una representación concreta de una cantidad que es transferible y
no está ligada a ejemplos particulares. El hecho de que con una moneda se
puedan comprar cantidades de cosas diferentes ayuda a establecer la idea de
que pueden existir factores comunes tras objetos diversos. El número pudo
haberse convertido eventualmente en uno de estos factores, pero la idea de
una noción abstracta de «dualidad» o «trinidad», separada de ejemplos
concretos de dos piedras o tres personas, no surgió nunca en las civilizaciones
antiguas anteriores a la Grecia clásica del siglo V a.C. Sin ese paso
venturoso, el recuento nunca se hubiese transformado en matemáticas. La
libélula nunca hubiera dejado su crisálida para emprender el vuelo.
La práctica de contar con los dedos está muy extendida pero presenta
variantes sutiles que hacen de ella un controlador muy interesante de cómo se
difundieron las prácticas de recuento de una cultura a otra. El método más
común de contar con los dedos que encontramos hoy en la Europa occidental
empieza con la mano izquierda cerrada y extiende los dedos de uno en uno
empezando por el pulgar izquierdo antes de pasar a la otra mano. Pero en
otros lugares el procedimiento es totalmente diferente. Esta variación viene
muy bien ilustrada por la curiosa historia de un oficial del ejército inglés en la
India durante la segunda guerra mundial a quien le fue presentada una
muchacha de la que él sospechaba que era japonesa. Ella le dijo que era china
y él le pidió que contase hasta diez con sus dedos. Cuando, sorprendida, ella
comenzó a hacerlo, empezando con la mano abierta y doblando un dedo tras
otro, el oficial supo inmediatamente que era japonesa. Él sabía que los chinos
cuentan con sus dedos estirándolos.
En la figura 5 se muestra la distribución de las diferentes formas de contar
con los dedos, según sea el dedo con el que se empieza a contar. En algunos
raros casos se encuentran grupos que cuentan los huecos entre los dedos y no
los propios dedos; como resultado tienen un sistema con el cuatro o el ocho
como elementos de base. Resulta sorprendente encontrar que, prácticamente
en todos los casos donde el contar con los dedos empieza tomando el pulgar
como «uno», existe un sistema de numeración que utiliza una base 20,
derivado de cuatro conjuntos de cinco en las manos y los pies.
La cuestión de la «base» utilizada para el cálculo aritmético es crucial. Su
elección determina la complejidad del sistema de numeración y su
adecuación para convertirse en un vehículo más sofisticado para expresar las
intuiciones matemáticas. La práctica de contar con los dedos impulsó la
evolución desde los sistemas de numeración simples, construidos a partir de
intuiciones sobre emparejamientos y oposiciones, hasta sistemas con una
base de 5 y, con ello, la introducción de nuevas palabras para llevar la cuenta
del número de cincos que se había contado. Por ejemplo, algunos pueblos con
sistemas de base 5 utilizaban los dedos de una mano para llevar la cuenta de
cuántos grupos de cinco dedos contaban con la otra. Con un uso sensato de
los dedos de las manos y de los pies se puede recorrer cierta distancia con la
ayuda de semejante gimnasia digital. Pero todos los sistemas de base 5
evolucionaron hasta convertirse en sistemas de numeración que utilizan una
base 10 (es decir, un sistema «decimal») o una base 20 (es decir, un sistema
«vigesimal»). Las sociedades occidentales modernas utilizan hoy el sistema
decimal que, junto con el sistema de numerales que emplea, permite afirmar
que es lo más cercano que tenemos a un lenguaje universal. Es mucho más
universal que las letras del alfabeto, de origen fenicio, que utilizan las lenguas
europeas.
◄ 5. Distribución de las técnicas de contar con los dedos basada en los primeros datos
recopilados por Abraham Seidenberg a partir de fuentes históricas y antropológicas. Los
diferentes símbolos indican las áreas que utilizan el pulgar o diferentes dedos para
comenzar a contar por el número «uno». También se muestran las culturas que emplean el
recuento de los dedos de una mano para contar hasta cuatro, y de las dos manos para contar
hasta ocho. Asimismo se muestra la extensión de la práctica de contar con los dedos
empleando otras partes del cuerpo para contar más allá de diez.

La característica de un sistema de numeración 5-10 es que representa un


número tal como «setenta» como «siete veces diez» (de la forma que indica
la palabra inglesa «seven ten»). Por el contrario, los sistemas 5-20 consideran
setenta como «tres veintes y diez». Este tipo de uso está presente en el inglés
antiguo; por ejemplo en la forma en que la versión de la Biblia del rey Jacobo
se refiere a la esperanza de vida de un hombre como «tres-score años y diez».
El score es una palabra inglesa con un espectro de significados intrigante.
Significa el número veinte, como en nuestro texto bíblico; significa llevar la
cuenta, como por ejemplo cuando se lleva la cuenta de los puntos en un
partido de tenis; pero también significa hacer una muesca en algo. Estos
significados no son inconexos; reflejan la primitiva tradición de llevar un
registro de cantidades particulares (de veinte en veinte) haciendo marcas en
varas de registro, un proceso llamado scoring.
En francés también encontramos un vestigio del sistema de base 20 con 80
expresado como 4 × 20, o «cuatro-veintes». Existe todavía en París un
hospital de origen medieval dedicado a trescientos veteranos de guerra del
siglo XIII que lleva el nombre de L’Hôpital des Quinze-Vingts, es decir,
«Hospital de los Quince Veintes». Además, vemos que tanto en latín como en
francés no hay relación entre las palabras para veinte (viginti y vingt,
respectivamente) y las palabras para dos o diez (duo y decim en latín, y deux
y dix en francés).
Las culturas antiguas más notables que utilizaron un sistema de
numeración completo de base 20 fueron las de los mayas y los aztecas. Los
mayas, en particular, lo desarrollaron hasta conseguir niveles de sofisticación
notables, motivados por su creencia en la calendariología y las convicciones
religiosas asociadas a ella relativas a la importancia de medir el tiempo con
precisión. Parece que su año de calendario se aproximaba más al verdadero
año astronómico que el que hoy utilizamos.
6. Distribución de los sistemas de numeración de base 5 y los sistemas de base 10, junto
con aquellos basados en el sistema 5 y 20.

Si miramos la figura 6, que muestra la distribución actual de sistemas de


recuento entre los pueblos indígenas americanos, africanos y australianos,
podemos ver que hay tres sistemas principales en uso: el sistema primitivo de
base 2, el sistema de base 20 y el sistema de base 10; y existe una extendida
tendencia evolucionista, favorecida por la difusión y el contacto, para que los
sistemas de numeración recorran esta secuencia de bases hasta culminar en el
uso contemporáneo ampliamente extendido del sistema decimal.
Existe una notable excepción a la ubicuidad de los sistemas decimal y
vigesimal entre las culturas avanzadas del mundo antiguo. En los babilonios,
quienes heredaron sus símbolos numéricos de los antiguos súmenos cuyo uso
de un recuento sistemático puede rastrearse hasta el 3000 a.C., encontramos
una curiosidad única: el uso de un sistema de base 60 o sexagesimal. Los
babilonios contaban utilizando palabras y signos numerales que recorrían una
escala de cantidades:
1, 2, 3, 4, 5, 5 + 1, ..., 10, ..., 20, 10 × 3, 20 × 2, 20 × 2 + 10
A primera vista parece que estamos en otro sistema de numeración de
base 10-20; pero no continúa con un numeral que signifique «20x3». En su
lugar, introduce la palabra gesh, que se utilizaba para «1», para indicar un
nuevo comienzo: una unidad de sesenta. A partir de esto el sistema emplea
una base 60, en la que los números mayores tales como 600 se representan
como 60 × 10, y 3.600 se representa como 60 × 60.
Nosotros hemos heredado muchas reliquias de este sistema. Medimos el
tiempo y damos las coordenadas náuticas utilizando el sistema babilonio de
base 60 con sesenta segundos en un minuto y sesenta minutos en una hora o
un grado. En francés, las palabras para veinte (vingt), treinta (trente),
cuarenta (quarante), cincuenta (cinquante) y sesenta (soixante) son palabras
simples; pero por encima de sesenta la estructura cambia hasta formar
compuestos para setenta (soixante-dix), ochenta (quatre-vingí) y noventa
(<quatre-vingt-dix). Esta discontinuidad de estructura refleja la presencia de
un residuo de un sistema de numeración de base 60 en la raíz del lenguaje.
No parece haber una explicación convincente para la adopción de la base
60 por parte de los babilonios. Se ha especulado con que la causa era de tipo
astronómico con un año representado como 6 × 60 días; con que era el
resultado de la fusión de dos sistemas de numeración diferentes; o, lo que es
más probable, que se tomó de un sistema de pesas y medidas que era de uso
común y que correspondía a sesenta unidades. Esto plantea la cuestión de por
qué estaba en uso un sistema de pesos y medidas de base 60, a menos que
dichos sistemas aparecieran simplemente por accidente histórico, de modo
que alguna medida estándar fuera representada por un objeto particular
elegido originalmente por conveniencia. Ciertamente 60 es una cantidad
conveniente para propósitos comerciales. Tiene muchos divisores (2, 3, 4, 5,
6, 10, 12, 15, 20, 30) y por ello puede utilizarse para dividir las medidas en
partes sin necesidad de inventar la noción de números fraccionarios como un
medio o tres cuartos.
El hecho de que el sistema decimal haya llegado a dominar puede deberse
a varios factores. Era un tamaño conveniente para una base de numeración: ni
demasiado grande ni demasiado pequeño. Esto significa que había que
manejar un número limitado de palabras numerales diferentes que fácilmente
podían ser aprendidas de memoria. Su difusión fue también facilitada por la
difusión de las lenguas indoeuropeas que parecen haber derivado de una
lengua «madre» en torno al 3000 a.C. La distribución de las lenguas
indoeuropeas se muestra en la figura 7.
Todas las lenguas indoeuropeas utilizan el mismo sistema de numeración
básico y conjuntos muy similares de términos numerales. Presumiblemente,
la lengua «madre» que estaba en la raíz de estas lenguas también poseía algún
tipo de sistema de numeración decimal, derivado probablemente de la
práctica de contar con los dedos. Los orígenes de esta lengua y el sistema de
numeración que llevaba implícito se han perdido para nosotros, aunque sólo
sea porque su estructura se habría originado de forma oral y sólo se habría
utilizado para escritura algún tiempo después de que se desarrollase en forma
y contenido. A primera vista cabría esperar que hubiéramos podido aprender
algo de las fuentes de las palabras y conceptos numerales examinando las
etimologías de los numerales en las lenguas indoeuropeas. Por desgracia, esto
no es muy revelador.
7. Distribución actual de las lenguas indoeuropeas.

Aunque existen fuertes similitudes entre los numerales utilizados en las


diferentes lenguas indoeuropeas modernas, lo que indica que las palabras han
permanecido bastante fieles a su forma original durante miles de años (de
otro modo hubieran derivado de formas no relacionadas en diferentes
culturas), en general no parece haber ninguna relación lingüística con alguna
medida de cantidad. En vista de la estabilidad de los numerales a lo largo del
tiempo, esta falta de relación lingüística podría explicarse por el hecho de que
las palabras que han derivado de forma independiente no son las propias
palabras numerales, sino aquellas palabras que designaban los objetos a los
que los numerales se referían originalmente.
Si bien una elección acertada de la base es necesaria para el desarrollo con
éxito de un sistema de numeración, no es ni mucho menos suficiente. Es una
vía muerta evolucionista a menos que se incorporen otras características. La
primera fue desarrollada inicialmente por los babilonios alrededor del 2000
a.C., y de forma aparentemente independiente por los mayas en el período
comprendido entre el 300 y el 900 d.C. Se denomina sistema posicional.
Si se tiene un sistema de numeración basado en un número grande tal
como 20 o 60, entonces son necesarios muchos símbolos diferentes para
representar todos los números por encima de 20 y 60, una vez que la cantidad
base se ha alcanzado. Cierto día, un humilde contable babilonio introdujo una
de las innovaciones más importantes en la historia del género humano. Quizá
como forma de taquigrafía privada desarrolló un modo de representar
números en el que la posición de un símbolo numérico determinaba en parte
la cantidad que representa. Esto es algo completamente natural para nosotros.
Cuando vemos el número 123 sabemos que esto significa 1 × 100 + 2 × 10 +
3. Si un escriba babilonio grababa la secuencia de marcas que simboliza
«123» en una tablilla cuneiforme, ello significaba 1 × 60 × 60 + 2 × 60 + 3.
La forma más fácil de pensar en ello es considerarlo como si fuera un tiempo,
puesto que éste tiene un sistema de base 60: 123 equivale a una hora, dos
minutos y tres segundos; es decir, 3.723 segundos en el sistema decimal.
La adopción del sistema posicional reduce el número de símbolos
necesarios para representar todos los números. En nuestro propio sistema son
diez símbolos, 0, 1, 2, ..., 8, 9, todo lo que se necesita para representar
cualquier número. Sin tal artificio el sistema de numeración no sería mucho
más que una forma de taquigrafía. Un ejemplo familiar es el de los numerales
romanos, donde la posición de los símbolos no tiene significado absoluto.
Consideremos el problema de hacer una simple suma, por ejemplo de los
números 365 y 651. La potencia de nuestro sistema posicional queda
inmediatamente de manifiesto; la notación «piensa» por nosotros y sumamos
primero la columna de las unidades, luego la de las decenas, luego la de las
centenas, llevando los restos mayores que diez a la columna de la izquierda.
365 ― CCCLXV
651 DCLI
1.016 MXVI
Tratemos, por el contrario, de hacer la suma con números romanos. Es
extraordinariamente difícil y lo único que podemos hacer es convertirlos a la
forma decimal moderna, hacer la suma y convertir de nuevo la respuesta a la
forma romana. La multiplicación y la división son muchísimo más
complicadas, a pesar de ser operaciones bastante simples para los niveles de
la matemática moderna. Este defecto del sistema romano significa que nunca
podría ser la base de unas matemáticas eficaces y completas.
Hay una innovación final que es la joya de la corona del sistema
posicional. Se necesita tener un modo de denotar un espacio en blanco.
Fueron necesarios alrededor de 1.500 años para que los babilonios
introdujeran en el sistema posicional el uso sistemático de un símbolo en
blanco —que hoy llamamos «cero». Sin esta sencilla notación el sistema
posicional presenta ambigüedades. Al principio, en torno al 2000-1800 a.C.,
una entrada en blanco se especificaba simplemente dejando un espacio vacío,
pero esto podría ser fácilmente malinterpretado por alguien poco
familiarizado con la caligrafía del escriba original. Más tarde, en torno al 300
a.C., se introdujo una señal definida de puntuación, pero no llevaba toda la
gama de significados que hoy tiene para nosotros. Para los babilonios, el
símbolo cero significaba simplemente una entrada en blanco en su sistema de
numeración; no era ni la respuesta a una suma como «dos menos dos» ni el
equivalente a «nada».
Los sacerdotes de los olmecas y los mayas de América Central también
idearon independientemente, en torno al 400-300 a.C., una notación
posicional que incorporaba un símbolo «cero». Una curiosidad de este
sistema vigesimal consistía en que los símbolos pictóricos para los números
se integraban en un collage que formaba el pictograma del número
compuesto. Así, una entrada en blanco habría creado un espacio vacío
invisible en la figura; en consecuencia, la invención de un símbolo cero
resultaba estéticamente necesaria.
Todos estos factores —una elección de base razonable, la adopción de una
notación posicional y la invención del cero— pueden verse como pasos
críticos en la evolución de nuestros sistemas de numeración. Hubiera sido
fácil que algunos o todos estos pasos no se hubiesen dado; de hecho, en la
inmensa mayoría de las culturas antiguas no se dieron, y como resultado sus
primitivos sentido de número y sistemas de numeración quedaron estancados,
sin transformarse nunca en un sistema apropiado para el desarrollo de una
matemática que fuera algo más que el simple recuento. Pero esto no significa
que no hubieran podido llegar a lo que son siguiendo otra vía. La secuencia
histórica de descubrimientos fue suficiente para el desarrollo eventual de
matemáticas abstractas, pero no podemos decir si fue también necesaria.
La historia nos muestra que estos tres elementos críticos sólo se dieron
juntos en la India. La cultura hindú creó símbolos únicos para los números 1,
2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9, adoptó un sistema completo de base 10 que avanzaba
regularmente pasando por 1, 10, 100 y 1.000, y así sucesivamente. Cada paso
en esta escala venía indicado por el uso del sistema posicional, exactamente
de la misma forma que lo hacemos hoy. Los indios también adoptaron la
forma de leer un número tal como «123» como «uno-dos-tres», igual que
nosotros lo hacemos. Finalmente, añadieron el símbolo cero para dar lugar a
un sistema decimal que es esencialmente el que se utiliza hoy en Occidente.
Con la difusión y desarrollo de la cultura india en las culturas árabes tuvo
lugar la evolución gradual de los símbolos numéricos, transformando los
símbolos indios originales en los que utilizamos hoy que, por esta razón,
llamamos sistema indoarábigo de números. Es virtualmente un lenguaje
universal entre las culturas desarrolladas.

UN RESUMEN SIMBÓLICO DE LOS SISTEMAS DE NUMERACIÓN


Si la base del sistema de numeración es B, un sistema cifrado de símbolos
como el sistema aditivo utilizado en el antiguo Egipto o en la Grecia arcaica
utiliza símbolos diferentes para denotar los números
1,2,3,...B–1,2B,3B,...,B(B–1); B2,2B2,3B2,...,B2(B–1);
Un sistema multiplicativo como el utilizado por los chinos es más económico
y sólo requiere símbolos independientes para los números
1,2,3,…,(B–l); B, B2, B3,...
El sistema posicional adoptado por los indios es todavía más económico y
requiere sólo B símbolos independientes incluyendo ahora el cero
0,1,2,3,...(B–l)
Cualquier número N se expresa como una fórmula
N = anBn + an–1Bn–1 + ... + a2B2 + a1B + a0
y se escribe en notación posicional simplemente como la cadena de símbolos
an an–1 … a2 a1 a0

El sistema binario utilizado en la programación de ordenadores tiene B igual


a 2 y utiliza los símbolos 0 y 1 con un sistema posicional.

En el resumen del recuadro hemos mostrado una descripción general de


los diferentes grados de sofisticación en el desarrollo de los sistemas de
numeración compuestos de cifras. Cada uno de ellos se caracteriza por una
base, llamada B, y podemos ver que eran necesarios muchos símbolos
diferentes independientes para representar todos los números posibles.
Idealmente, la base B tiene que ser un número, tal como 10, que no sea ni
demasiado grande ni demasiado pequeño. Si fuera demasiado grande
terminaríamos por tener que introducir un conjunto innecesariamente grande
de numerales y símbolos hasta el número B. Si fuera demasiado pequeño
terminaríamos con representaciones demasiado largas incluso para cantidades
muy pequeñas. No hay por qué pensar que 10 es la mejor elección posible de
base. De hecho, ha habido intentos ocasionales de reemplazarlo por un
sistema de base 12, incluso en tiempos modernos. George Bernard Shaw y H.
G. Wells eran abogados entusiastas de un sistema duodecimal e incluso hoy
existe una Sociedad Duodecimal de América empeñada en la sustitución del
sistema decimal. Utilizan símbolos nuevos como X, o dek, para 11 y un 3
invertido, o el, para 11. Hay buenas razones para sostener que 12 es una base
mejor que 10: tiene muchos más divisores que 10 —2, 3, 4 y 6 frente a 2 y 5
—, lo que la hace ventajosa para el comercio y para pesos y medidas;
podemos dividir en partes sin necesidad de inventar fracciones. Esta es la
razón de que aún conservemos muchos sistemas de medidas basados en el
sistema duodecimal. El «pie» inglés consta de doce pulgadas, la docena y la
gruesa (12 × 12) aún se utilizan ampliamente con fines comerciales en
Inglaterra y Norteamérica. Antes de la conversión británica al sistema
decimal, la divisa británica tenía doce peniques por cada chelín (que equivale
a un veinteavo de libra) y, de hecho, muchos adversarios de la decimalización
apelaron a la conveniencia de los muchos divisores de doce. Sin embargo,
semejante sistema tiene un defecto que dio origen en siglos pasados a una
campaña a favor de la adopción de un número primo, tal como 11, como base
de numeración. La razón es que si existen divisores de la base, existirán
expresiones fraccionarias que son diferentes en apariencia pero que, sin
embargo, poseen el mismo valor numérico. Por ejemplo, en nuestro sistema
decimal tenemos 1/2, 2/4, 3/6, y así sucesivamente, todos los cuales denotan
la misma cantidad. Con un número primo como base esta duplicación no
podría ocurrir.
Existe una base distinta de 10 que es de amplio uso actualmente y esta
base es 2. El mundo de la informática emplea el sistema «binario» o de base
2. Sin embargo, debemos ser cuidadosos al distinguir este sistema de los
sistemas de numeración primitivos de base 2 que discutimos al principio de
este capítulo. Éstos eran meramente esquemas de recuento que sólo tenían
palabras para los números «uno» y «dos». El sistema binario moderno, por el
contrario, es un sistema posicional que difiere de nuestro sistema decimal
cotidiano solamente en su elección de base.
Antes de dejar los frutos de la imaginación india deberíamos echar una
mirada a algunos de los aspectos más chocantes de su cultura que muestran
un conocimiento profundo de la geometría y las matemáticas alcanzado por
razones religiosas. A menudo oímos hablar de las motivaciones científicas de
los astrónomos babilonios, o de los grandes diseños arquitectónicos de los
egipcios; pero de la misma forma que vimos que existía un argumento
sugerente para el origen del recuento como parte del ritual religioso, así
también encontramos en la India antigua imperativos similares pero mucho
más sofisticados.
En la religión védica en cada casa familiar debían realizarse prácticas de
meditación todos los días. Para este fin se construían altares especiales que
debían ajustarse a prescripciones geométricas muy especiales. Algunos eran
bastante sencillos, cuadrados o semicirculares, pero los más elaborados,
utilizados en sacrificios y cultos colectivos en nombre de toda la comunidad,
podían ser tremendamente elaborados.
Un ejemplo típico de un altar con forma de halcón se muestra en la figura
8.
Las instrucciones para construir altares de este tipo se codificaron en una
serie de libros denominados los Sulva Sufras, que describen las tradiciones
que surgieron entre el 1000 y el 500 a.C. aproximadamente. Sulva Sufra
significa el «Libro de la Cuerda», una referencia al modo en que los
arquitectos medían las formas de las capas de ladrillo clavando cuerdas en el
suelo, igual que lo hacen hoy los albañiles. Esto ya parece un desafío
suficiente pero aún queda lo más difícil. Cuando era necesario aplacar la ira
de los dioses, se requería alguna ofrenda para apaciguarlos. Esto exigía un
sacrificio mayor que se conseguía incrementando el área del altar sacrifical.
Normalmente se ordenaba que el área del altar fuese duplicada. Este es un
problema geométrico muy difícil. Para conseguir estas construcciones los
sacerdotes védicos tenían que aprender a ejecutar una gran variedad de
construcciones geométricas que fueron posteriormente descubiertas varios
cientos de años más tarde. La construcción más famosa descubierta era la hoy
conocida (aunque ya era conocida, mucho antes, por los babilonios) como
teorema de Pitágoras. No parece que sea una transferencia de ideas
geométricas de los griegos: la matemática hindú no utiliza ningún sistema de
axiomas y postulados en la forma que lo hacía la tradición griega. Pero para
conseguir estos cambios de área en altares con forma de halcón como el
mostrado en la figura 8, tenían que saber que la diagonal del rectángulo
divide su área en partes iguales; que la perpendicular trazada desde la base al
vértice de un triángulo isósceles divide su área por la mitad; que un
rectángulo y un paralelogramo con la misma base y comprendidos entre las
mismas líneas paralelas tienen la misma área; y, finalmente, el propio
teorema de Pitágoras. Este conjunto de resultados es muy similar al que se
encuentra en el sexto libro de Euclides.

8. Un altar en forma de halcón construido con conjuntos de ladrillos con un pequeño


número de formas básicas. Habría cinco capas de ladrillos en el altar aquí mostrado. Cada
capa contendría doscientos ladrillos. En la religión védica, las casas familiares debían
mantener altares de diseños especiales para diferentes tipos de culto. Su construcción
requería un gran cuidado para ajustarse a las especificaciones detalladas relativas a formas
y áreas. Muchos eran cuadrados o semicirculares, pero los altares ceremoniales más
grandes, como el mostrado aquí, presentan problemas matemáticos más desafiantes para su
construcción y transformación ritual en estructuras de forma similar pero con un área
doble.
9. El Sriyantra es una construcción geométrica utilizada para meditación en diversos
lugares de la tradición tántrica india. Las primeras descripciones y ejemplos conocidos
datan del siglo VII d.C., pero existen escritos védicos tan antiguos como del siglo XII a.C.
que están dedicados a la contemplación de yantras geométricos que son amalgamas de
nueve triángulos. El Sriyantra consiste en un intrincado esquema de polígonos, triángulos,
círculos y líneas que rodean al punto central (hindú). El problema matemático más difícil
es la construcción del sistema de triángulos dentro del círculo más interno. Esto se
denomina el «sello». Casi todos los sellos conocidos tienen la misma estructura que el
mostrado aquí, con sólo pequeñas modificaciones, aunque existen algunos pocos ejemplos
de estructuras aún más exóticas, como la mostrada en la figura 10 (P. Rawson, ed., Tantra,
Thames and Hudson, Londres, 1981, fig. 99).
10. La estructura aquí mostrada utiliza arcos de óvalos, en lugar de líneas rectas, para
construir figuras triangulares con lados curvos. Estas imágenes resultan fascinantes para el
matemático moderno porque se parecen a los «triángulos» de las geometrías no
euclidianas. De hecho, se sabe que algunos de los dibujos originales de este tipo se
construían sobre una superficie sólida curvada. Los ejemplos más antiguos que conocemos
datan del siglo XVII, pero son muy sofisticados y obviamente no señalan el punto de
partida de esta forma de sello. Estos y antros se hacían originalmente con pastas o polvos
coloreados sobre el suelo o la tierra, pero se realizaban copias más permanentes sobre
muchos materiales, papel, metal, tela y, más simbólicamente, sobre cristal de roca, que se
veía como la representación de una realidad omnicomprensiva porque podía ser tallado
para concentrar la luz incidente en un simple punto dentro de su frontera. Aún no está claro
si la matemática india era suficientemente sofisticada para construir estas figuras
sistemáticamente: quizá estaba entremezclada con una imaginación geométrica altamente
desarrollada muy parecida a la que mostró en tiempos modernos el grabador holandés
Marius Escher (catálogo de la exposición Tantra, Londres, 1971, Thames and Hudson,
Londres, 1971).

Una construcción matemática adicional y más intrincada aparece en el


culto indio tántrico. Varios libros sánscritos conocidos como Tantras se
remontan al siglo vi d.C., pero son reflejo de una tradición más antigua. Parte
de sus ejercicios de meditación implican la contemplación de yantras
intrincados que guían la mente a través de la complejidad desde la
simplicidad o viceversa. El ejemplo más elaborado de este tipo es el
Sriyantra, o «Gran Objeto», de los que se muestran ejemplos en las figuras 9
y 10.
Estos dibujos se hacían sobre el suelo con tizas de colores; posteriormente
se hicieron sobre tela, piedra o metal, pero los más refinados se hacían sobre
cristal transparente, puesto que podía dársele una forma para que concentrase
la luz incidente en cualquier parte del dibujo. La figura muestra algunas
versiones del siglo XVIII. Una de ellas, la más común, es una red entrecruzada
de nueve triángulos isósceles que dan lugar a cuarenta y tres triángulos más
pequeños. Este «sello» central del dibujo está rodeado de círculos
concéntricos y pétalos de loto, antes de enmarcarse en un cuadrado con
cuatro puertas que conducen al mundo exterior del caos. En el centro de los
triángulos hay un punto simple hacia el cual, o desde el cual, se medita según
uno esté contemplando la creación del orden a partir del caos, o la evolución
del mundo desde sus comienzos simples hasta un estado de complejidad.
El otro ejemplo mostrado en la figura 10 es mucho más raro y muestra la
misma construcción pero ahora en una superficie curva. Las curvas son en
realidad partes de elipses y a menudo se dibujaban sobre una superficie
curva. Evidentemente, los creadores de tales «triángulos» curvos no se
hubieran sorprendido al conocer las geometrías no euclidianas cuando fueron
descubiertas cientos de años más tarde en Europa. Si se estudia la
construcción de estas figuras queda claro que deben ser ejecutadas con una
precisión muy grande si se quiere que los lados de los triángulos se corten en
puntos simples como lo hacen casi todos ellos.
De esta ojeada a los tortuosos orígenes de nuestros sistemas de
numeración y los esquemas para representar números podemos sacar varias
lecciones saludables. La intuición matemática no es ni mucho menos ubicua
entre las civilizaciones antiguas y primitivas. Parece haberse originado en
muy pocos lugares y difundido luego con el lenguaje, el intercambio y el
comercio. Los pasos críticos que hicieron posible que el mero sentido de
número y la descripción de la cantidad evolucionaran hasta un sistema con la
capacidad potencial de llevar a cabo operaciones numéricas se dieron sólo en
una o dos de las culturas más avanzadas. No parece que estos pasos hayan
sido ni mucho menos inevitables. Aunque la mente humana pudiera contener
alguna propensión latente hacia la intuición matemática, el registro escrito
proporciona escasa evidencia para apoyar tal afirmación. Antes de los
antiguos griegos no se encuentra ninguna huella de un concepto abstracto de
número.
3
¿QUÉ SON LAS MATEMÁTICAS?

La fórmula «dos más dos son cinco» no carece de atractivo.


FEDOR DOSTOYEVSKI

Existe una amplia gama de puntos de vista acerca de la naturaleza y


adquisición del conocimiento humano en general y del conocimiento
matemático en particular. Los puntos de vista filosóficos más comunes acerca
de la naturaleza de las cosas son cuatro. En primer lugar está la posición
empirista, que mantiene que adquirimos todos nuestros conceptos a través de
la experiencia. Para los empiristas no hay verdades necesarias. Luego están
los idealistas, quienes creen en la existencia de un mundo exterior a nuestras
mentes en el que las cosas existen independientemente de nosotros: nuestro
conocimiento es el resultado de un proceso de descubrimiento. Un añadido
más reciente a la lista de alternativas es la filosofía operacionalista, que gozó
de gran popularidad en los primeros años de este siglo. Trataba de definir el
signifieado de las cosas mediante la secuencia de pasos u «operaciones» que
teníamos que seguir para medirlas. Finalmente, existe una tradición logicista
con la misma mentalidad limitativa que trata de codificar todo nuestro
conocimiento en un sistema de axiomas y reglas de inferencia, de modo que
el conocimiento puede ser definido como el conjunto de todas las posibles
secuencias deductivas a partir de todas las posibles hipótesis iniciales
lógicamente consistentes.
A cada una de estas grandiosas visiones del mundo le corresponde un
modo de delimitar e interpretar las matemáticas. Del campo empirista emerge
el credo del invencionismo, que ve las matemáticas como ni más ni menos lo
hacen los matemáticos. Se trata de una invención de la mente humana con
fines concretos, que pueden ser de carácter práctico o estético. Las entidades
matemáticas tales como «conjuntos» o «triángulos» no existirían si no
hubiera matemáticos. Nosotros inventamos las matemáticas, no las
descubrimos. Según este punto de vista, la razón de que encontremos las
matemáticas tan útiles está en que las hemos construido precisamente con ese
objetivo. De hecho, tal vez la utilidad de las matemáticas sea sólo un reflejo
de lo poco que sabemos del mundo: los aspectos matemáticos del mundo son
los únicos con los que hemos sido capaces de llegar a algo.
Esta idea de las matemáticas es la que mantienen normalmente los
«consumidores» de matemáticas —científicos sociales o economistas, por
ejemplo— más que los propios matemáticos. Se puede ver su influencia en la
profusión de textos modernos con títulos como «Modelización matemática de
fenómenos sónicos», cuando hace cien años habríamos encontrado un título
más confiado y absolutista tal como «La teoría del sonido». Este énfasis
sobre el papel desempeñado por la intervención de la mente humana está
estrechamente asociado al punto de vista filosófico kantiano. Aunque quizá
exista una realidad última, nosotros no podemos aprehenderla si no es
filtrando nuestras observaciones y nuestra experiencia a través de ciertas
categorías mentales que la ordenan para hacerla comprensible. Así, aunque
veamos que el universo es matemático, esto no significa que realmente sea
matemático, del mismo modo que el cielo no es rosa aunque así nos lo
parezca cuando llevamos gafas con cristales de color rosa.
Sin embargo, si las matemáticas fueran enteramente una invención
humana y fueran utilizadas por los científicos simplemente porque son útiles
y están a nuestra disposición, deberíamos esperar diferencias culturales
importantes dentro de su ámbito. En lugar de ello, y aunque se pueden
discernir estilos diversos en la presentación de las matemáticas y en el tipo de
matemáticas investigadas en culturas diferentes, estas diferencias son
superficiales. El descubrimiento independiente de los mismos teoremas
matemáticos por parte de matemáticos diferentes en ambientes económicos,
culturales y políticos totalmente diferentes, y en diferentes tiempos a lo largo
de la historia, es un argumento en contra de semejante idea. Además, este
fenómeno anormal de la invención múltiple independiente de la misma
verdad matemática marca una diferencia entre las matemáticas creativas y la
música ó las artes. El teorema de Pitágoras fue descubierto
independientemente muchas veces por pensadores diferentes, lo que apoya la
idea de que los fundamentos de las matemáticas yacen fuera de la mente
humana y no son enteramente un producto de nuestra forma de pensar.
Quienes apoyan este enfoque minimalista de la efectividad de las
matemáticas podrían tratar de ir un paso más allá que Kant y argumentar que,
aunque podamos tener muy bien categorías mentales que filtran nuestro
conocimiento en bruto del mundo, éstas tienen un efecto distorsionador
insignificante sobre las cosas. En efecto, nuestras facultades mentales son
resultado de un proceso de selección natural que debe seleccionar aquellas
representaciones del mundo que son más fiables respecto a la verdadera
naturaleza del mundo exterior. Nuestros ojos nos hablan de la naturaleza real
de la luz; nuestros oídos de la naturaleza real del sonido. Si nuestra mente
fabricase representaciones del mundo que se apartasen de forma significativa
de la verdadera naturaleza de las cosas, tales representaciones hubieran tenido
un valor de supervivencia menor que las representaciones más fieles. En
realidad, este argumento hace algo más que asegurarnos que las distorsiones
mentales debidas a las categorías kantianas podrían ser inocuas: explica el
origen de dichas categorías y por qué categorías similares son compartidas
por diferentes mentes humanas. Pero en este argumento también hay algo que
no encaja en el enfoque directo y realista de las cosas. Aunque parece
asegurar que nuestra idea del mundo, incluidos los aspectos matemáticos y
todo lo demás, es precisa en la medida que una concepción precisa es
necesaria para nuestra supervivencia en el proceso evolucionista, no hay
ninguna razón por la que nuestras representaciones de las partes más
abstrusas del universo, que no jugaban ningún papel en nuestra evolución,
debieran ser concebidas correctamente. Pese a todo, y muy a menudo, es
precisamente en estas áreas de la ciencia más alejadas de las que
desempeñaron un papel importante en nuestra propia evolución en donde las
matemáticas se muestran más fiables y eficaces.
El punto de vista logicista se encuentra representado por el credo del
formalismo matemático que surgió a finales del siglo xix. En esta época los
matemáticos se enfrentaban a varios problemas complicados que habían
minado su confianza. Paradojas lógicas como la del Barbero («El Barbero
afeita a todos los individuos que no se afeitan a sí mismos. ¿Quién afeita al
barbero?»); la paradoja de Epiménides («Esta afirmación es falsa»), que cita
el apóstol Pablo cuando escribe a Tito que «todos los cretenses son
mentirosos, uno de sus propios poetas lo ha dicho»; o el dilema del conjunto
de todos los conjuntos (¿Es miembro de sí mismo?) amenazaban con minar el
edificio entero. En efecto, ¿quién podría prever dónde aparecería la siguiente
paradoja?
Frente a tales dilemas David Hilbert, el matemático más destacado del
momento, propuso que deberíamos dejar de preocuparnos por el significado
de las matemáticas. En lugar de ello debíamos definir las matemáticas como
ni más ni menos que el mosaico de fórmulas que pueden crearse a partir de
cualquier conjunto de axiomas iniciales manipulando los símbolos
implicados de acuerdo con reglas específicas. Este procedimiento, en su
opinión, no podía crear ni tolerar paradojas. El vasto encaje de conexiones
lógicas entretejidas que resultaba de la manipulación de todos los posibles
axiomas de partida de acuerdo con todos los posibles conjuntos de reglas no
contradictorias «es» lo que constituye las matemáticas. Esto es el formalismo.
Evidentemente, para Hilbert y sus discípulos la milagrosa aplicabilidad de
las matemáticas a la naturaleza es algo sobre lo que no había que tratar de
ofrecer ninguna explicación. Las matemáticas no tienen significado. A este
respecto, son la antítesis de la numerología: los axiomas y reglas para la
manipulación de símbolos no guardan ninguna relación necesaria con la
realidad observada. Las fórmulas existen en fragmentos de papel pero las
entidades matemáticas no tienen ninguna otra reivindicación de existencia.
Los formalistas no ofrecían más explicación para el carácter matemático
de la física que tratar de explicar por qué los fenómenos físicos no obedecen
las reglas del póquer o del black-jack.
Hilbert pensaba que esta estrategia protegería por definición las
matemáticas de todas sus áreas problemáticas. De hecho, él quería hacer algo
más que eliminar meramente las paradojas lógicas; quería demostrar la
consistencia de las matemáticas. Dado cualquier enunciado matemático sería
posible en principio determinar si era una conclusión verdadera o falsa a
partir de cualquier conjunto concreto de hipótesis de partida sin más que
recorrer el camino lógico de relaciones desde los axiomas hasta el enunciado
en cuestión. Hilbert y sus discípulos se pusieron a la obra confiados en que
podrían encerrar todas las consecuencias de las matemáticas conocidas y
desconocidas dentro de esta camisa de fuerza. En su famosa alocución en el
Congreso Internacional de Matemáticos en Bolonia en 1900, donde él expuso
los que pensaba que eran los mayores problemas de la matemática aún no
resueltos, su «segundo problema» no era otro que «demostrar la consistencia
de la aritmética».
El propio Hilbert inició la búsqueda de esta demostración. Su estrategia
era clara. Empezó con sistemas lógicos muy sencillos (mucho más sencillos
que la aritmética —por ejemplo, la aritmética sin la operación de la
sustracción) y demostró que eran consistentes mediante la técnica de mostrar
que necesariamente contienen alguna proposición que no puede ser
demostrada. La proposición utilizada era «0 = 1». ¿Por qué hizo esto? Él
estaba explotando el hecho bien conocido de que si un sistema lógico
contiene un enunciado falso (y por lo tanto es inconsistente), entonces es
posible utilizar este enunciado falso para demostrar la verdad de cualquier
enunciado. De este modo, si existe algún enunciado que no se puede
demostrar verdadero, no puede existir ninguna inconsistencia lógica. Cuando
Bertrand Russell hizo en cierta ocasión esta afirmación en una conferencia
pública, fue retado por un oyente escéptico a demostrar que el cuestionador
era el papa partiendo de la base de que 2 más 2 eran 5. Russell replicó al
momento que «Si 2 y 2 son 5, entonces 4 es igual a 5 y, restando 3, 1 es igual
a 2. Pero usted y el papa son 2; así pues, usted y el papa son uno».
Hilbert hizo buenos progresos con este método; demostró la consistencia
de sistemas axiomáticos cada vez mayores, incluyendo la geometría
euclidiana, y demostró de paso que la elección de axiomas que hizo Euclides
había sido inspirada: eran a la vez consistentes y lógicamente independientes
unos de otros. Él esperaba poder añadir los pocos axiomas extra que
ampliarían el sistema para incluir el conjunto de la aritmética y completar su
tarea sin complicaciones. Las matemáticas quedarían encerradas dentro de
esta malla de certeza. Habría demostrado que los axiomas de la aritmética
eran consistentes y que la verdad o falsedad de los enunciados de la
aritmética sería decidible siguiendo un procedimiento bien definido. Por
desgracia, y de forma totalmente inesperada, su empresa se vino abajo casi de
la noche a la mañana. En 1931, Kurt Gödel, un joven y desconocido
matemático de la Universidad de Viena, demostró que el objetivo de Hilbert
era inalcanzable. Cualquiera que sea el conjunto de axiomas de partida
consistentes que uno escoja, cualquiera que sea el conjunto de reglas
consistentes que se adopte para manipular los signos matemáticos
implicados, incluso tan numerosos como para que sean suficientemente ricos
para contener la aritmética, siempre debe existir alguna proposición que
pueda ser enmarcada en el lenguaje de dichos símbolos y cuya verdad o
falsedad no pueda ser decidida utilizando dichos axiomas y reglas. La verdad
matemática está más allá de los axiomas y las reglas. Tratar de demostrar el
problema añadiendo una nueva regla o un nuevo axioma sólo sirve para crear
nuevas proposiciones indecidibles. Jaque mate: el programa de Hilbert no
puede funcionar. Para entender por completo las matemáticas hay que salir de
las matemáticas.
Gödel llegó a esta demostración mediante una reformulación sofisticada
de una vieja idea de Leibniz. Encontró una manera de asociar de forma
unívoca números con proposiciones lógicas de modo que cualquier
proposición acerca de las matemáticas podía representarse de una única
forma mediante un número (ahora denominado su número de Gödel); y
recíprocamente, dado cualquier número puede encontrarse la proposición a la
que corresponde. Se establece una cuidadosa distinción entre proposiciones
matemáticas (que son proposiciones de matemáticas) y proposiciones
metamatemáticas (es decir, proposiciones acerca de las matemáticas). Por
ejemplo, «2 + 2 = 4» es una proposición de matemáticas, mientras que «2 + 2
= 5 es falso» es una proposición metamatemática. Mediante este proceso de
«numeración de Gödel», el joven matemático austriaco había establecido una
correspondencia directa entre aritmética y proposiciones acerca de la
aritmética. Consideremos ahora la siguiente proposición:
«El teorema que tiene el número de Gödel X es indecidible»
Su número de Gödel puede calcularse; llamémoslo G, por ejemplo. Ahora
sustituimos X por el valor G en el enunciado y tenemos un teorema que
demuestra su propia indemostrabilidad. Gödel había explotado la existencia
de las famosas paradojas metamatemáticas de la lógica para demostrar la
indecidibilidad de la aritmética por medio de su correspondencia uno a uno
entre la matemática y la metamatemática.
El programa de investigación de Hilbert, y con él las esperanzas de
encerrar las matemáticas dentro de la camisa de fuerza formalista, había
fracasado. Un conjunto de axiomas suficientemente rico para incluir la
aritmética es necesariamente incompleto; es decir, existen proposiciones de la
aritmética cuya verdad o falsedad no puede ser demostrada utilizando los
axiomas y las reglas de la deducción aritmética. Posteriormente Gödel fue
aún más lejos y demostró que no puede probarse la autoconsistencia de
ningún sistema lógico que contenga la aritmética. Si se define una «religión»
como un sistema de ideas que contiene enunciados indemostrables, entonces
Gödel nos ha enseñado que la matemática no es sólo una religión, sino que es
la única religión que puede demostrar por sí misma que lo es.
La demostración de Gödel de la inevitabilidad de la indecidibilidad ha
sido el acicate para muchas aplicaciones en otras áreas del pensamiento. Se
han discutido sus consecuencias para cualquier comprensión completa del
universo físico por medios matemáticos; se ha afirmado que, puesto que
podemos «ver» la verdad de la sentencia de Gödel, esto significa que la
mente humana no puede ser un sistema formal, y que por lo tanto los intentos
de algunos representantes extremos de la inteligencia artificial para reducir el
funcionamiento de la mente humana al funcionamiento de un solo algoritmo
no pueden tener éxito. Y, como veremos más tarde, han surgido nuevas
formas del teorema de Gödel que lo relacionan con las ideas de complejidad
y aleatoriedad.
Antes de dejar el teorema de Gödel es interesante dar un ejemplo de una
proposición matemática muy sencillo que es indecidible. Diremos que un
conjunto de números es grande si contiene más números que el valor de su
miembro más pequeño. Si un conjunto no es grande, entonces diremos que es
pequeño. Así {3, 6, 9, 46, 78} es un conjunto grande porque tiene más de tres
miembros, mientras que {21, 23, 45, 100} es un conjunto pequeño porque
tiene menos de veintiún miembros. Si ahora tomamos cualquier colección
suficientemente grande de números y la dividimos en dos grupos de cualquier
forma, entonces una parte será siempre un conjunto grande. Pero la cuestión
de cómo de grande es «suficientemente grande» es una cuestión indecidible.
Incluso si no se hubiese demostrado que los objetivos del formalismo eran
inalcanzables, hubiera resultado una filosofía de las matemáticas
insatisfactoria, puesto que cualquier proposición es verdadera en algún
sistema axiomático. Además, si ampliamos un sistema axiomático de alguna
forma añadiendo axiomas extra, debemos considerar todas las estructuras
dentro del sistema ampliado como distintas de las estructuras internas del
sistema antiguo. Desde el punto de vista técnico los triángulos en el nuevo
sistema no son lo mismo que los triángulos en el viejo sistema, pero tenemos
la sensación de que en cierto sentido sí lo son. Peor aún, sabemos que el
formalismo no capta lo que hacen realmente casi todos los matemáticos. Las
matemáticas crecieron y florecieron durante miles de años antes de la llegada
del formalismo. En este sentido, el formalismo parece la recapitulación tardía
de un tenedor de libros.
Pese al descubrimiento inesperado de sus puntos débiles, la doctrina del
formalismo no desapareció por completo. Muchos matemáticos puros aún se
sentían a gusto en su trabajo, pese a la posibilidad de que la aritmética (o las
estructuras lógicas más sofisticadas) pudieran ser realmente inconsistentes,
dado que es imposible demostrar que sean consistentes. La aritmética había
estado funcionando durante miles de años sin desastres espectaculares, y por
ello los matemáticos se sentían a gusto perseverando en la piadosa esperanza
de que ninguna inconsistencia iba a aparecer en el futuro.
Una consecuencia de esta actitud fue que se continuara practicando una
versión neutra del formalismo, que aún puede encontrarse como un modo de
ver las matemáticas que evita enredarse en cuestiones filosóficas acerca de su
significado. Esta versión atrae a quienes ponen gran énfasis en la técnica y
quienes desean trazar una clara distinción entre matemáticas puras y
aplicadas. El estandarte maltrecho del formalismo ha sido recogido sobre
todo por un consorcio de matemáticos franceses conocido por el pseudónimo
de «Nicolás Bourbaki», quienes en los últimos cincuenta años han sido
coautores de una serie de libros sobre las estructuras fundamentales de las
matemáticas, de las que la geometría y la aritmética son ejemplos
particulares. Este grupo personifica la última esperanza de los formalistas;
triunfan la axiomática, el rigor y la elegancia sin alma; se rechazan los
diagramas, ejemplos y casos concretos en favor de lo abstracto y lo general.
El objetivo del proyecto Bourbaki no es tanto el descubrimiento de nuevos
resultados como la codificación de los ya conocidos en formas nuevas, más
sucintas y abstractas. Son los libros de texto definitivos para los entendidos.
Jean Dieudonné, el propagandista principal de esta tendencia, cree que
esta aproximación formal ejemplifica aquello a lo que toda ciencia debería
aspirar, pues
el estudio científico de toda una clase de objetos presupone que las peculiaridades
que distinguen dichos objetos entre sí se olvidan deliberadamente y sólo se retienen
sus características comunes. Lo que singulariza a las matemáticas desde este punto
de vista es su insistencia poco común en seguir dicho programa hasta sus últimas
consecuencias. Los objetos matemáticos se consideran completamente definidos
por los axiomas que se utilizan en la teoría de dichos objetos; o, en palabras de
Poincaré, los axiomas son «definiciones disfrazadas» de los objetos con los que
trabajan.

El proyecto Bourbaki se inició en 1939 y tiene una historia singular. Nadie


parecía saber por qué el grupo de matemáticos franceses que comenzó el
proyecto escogió el nombre de un francés inexistente. Presumiblemente se
inspiraron en el recuerdo de un excéntrico oficial del ejército francés, el
general Charles Denis Sauter Bourbaki, que se distinguió en la guerra franco-
prusiana y que al parecer rechazó una oferta para ocupar el trono de Grecia en
1862. Diez años más tarde su fortuna se había invertido y le encontramos con
sus soldados confinado en Suiza, en donde intentó suicidarse sin conseguirlo.
Existe una estatua suya en la ciudad de Nancy, y muchos de los
colaboradores del grupo Bourbaki han estado relacionados con la
Universidad de Nancy en el inicio de sus carreras. Existen otras muchas
historias curiosas sobre el Bourbaki real, muchas de ellas creadas sin duda
por el grupo Bourbaki para seguir dando vida a la leyenda.
A pesar de los límites impuestos por los descubrimientos de Gödel, el
grupo Bourbaki trató de codificar la parte decidióle de las matemáticas de una
forma unificada, concentrándose en las estructuras algebraicas constituidas
por los diferentes conjuntos de axiomas y reglas apropiados para las
diferentes ramas de la disciplina. Estaban ansiosos por organizar las piezas
dispares del conocimiento matemático en un corpus único, de modo que
quedaran de manifiesto las similitudes entre estructuras superficialmente
diferentes y fuesen explotadas en el dominio completo de los estudios. Las
matemáticas, para Bourbaki, son simplemente el producto del trabajo de los
matemáticos: son «una creación humana y no una revelación divina». Las
matemáticas se ven así como una estructura viva y creciente que requiere que
se le imponga una organización para evitar un futuro de caos y
fragmentación.
No obstante, el programa de Bourbaki de organizar las matemáticas en
una red clara de relaciones lógicas está siempre amenazado por la falta de una
demostración de autoconsistencia. Este fantasma es afrontado
pragmáticamente mediante la apelación a la experiencia, y confiando en que
la carencia de una prueba definitiva de consistencia no tendrá consecuencias
irreparables. Sólo hay que vivir algo peligrosamente:
Creemos que las matemáticas están destinadas a sobrevivir, y que las partes
esenciales del majestuoso edificio nunca colapsarán como resultado de la aparición
repentina de una contradicción; pero no podemos afirmar que esta opinión descanse
en otra cosa que no sea la experiencia. Esto no es mucho, se podrá decir. Pero
durante veinticinco siglos los matemáticos han estado corrigiendo sus errores y
viendo cómo su ciencia se enriquecía y no se empobrecía como consecuencia; y
esto les da el derecho a contemplar el futuro con serenidad.

Irónicamente, pese al deseo de separar las matemáticas de cualquier huella


de una conexión con el mundo real, la apelación al mundo real como tan sólo
una más entre todas las posibles estructuras autoconsistentes hace de las
matemáticas de Bourbaki, con su consistencia indemostrable, una ciencia
como otra cualquiera.
La hostilidad que se manifiesta a menudo entre los matemáticos aplicados
hacia la filosofía de Bourbaki nace de su sensación de que se produce un
divorcio entre la práctica de las matemáticas y los problemas físicos y el
mundo real de las cosas que inspira nuevas ideas. En cualquier caso, la
influencia del proyecto Bourbaki se ha dejado sentir en muchos campos. En
los años sesenta y setenta parece haber sido el estímulo para la enseñanza de
las llamadas «nuevas matemáticas» en los centros de Enseñanza Media en
muchos países. Este enfoque de la enseñanza de las matemáticas se apartaba
de forma significativa del modelo tradicional que hacía énfasis en la
manipulación y resolución de problemas. El antiguo énfasis en la aritmética,
el cálculo de tipos de interés, la utilización de logaritmos, geometría y
cálculo, se sustituía por el estudio de los conjuntos, grupos y otras estructuras
matemáticas abstractas. Parece que este experimento no tuvo mucho éxito y
actualmente las matemáticas que se enseñan a los niños son mucho menos
abstractas. Muchas de las críticas que hacían los padres contra los textos de
«nuevas matemáticas» se debían indudablemente al hecho de que se sentían
frustrados al ver que sus hijos eran incapaces de utilizar con provecho las
matemáticas tradicionales. A esto se unía su propia incomprensión del tipo de
matemáticas que se estaba enseñando, y la consiguiente imposibilidad de
ayudar a sus hijos cuando éstos tenían dificultades.
Hace diez años una encuesta realizada entre matemáticos en activo
revelaba que un 30 por 100 de ellos eran formalistas al modo bourbakiano.
Una razón para esto es que gran parte del trabajo matemático está lejos de su
imagen popular de «descubrimiento»; más bien está dominado por el proceso
de refinamiento mediante el que las demostraciones difíciles y complicadas
se hacen más cortas y más sencillas hasta que se pueda afirmar que su cadena
argumental es «obvia» o «trivial», por lo que los matemáticos entienden
simplemente que no apela a ningún tipo nuevo de argumento: se trata
meramente de rodar un conjunto bien establecido de operaciones. Para hacer
algo de este tipo es probablemente más expeditivo actuar como si uno fuera
un formalista, incluso si pudiera encontrar las implicaciones de semejante
perspectiva bastante menos atractivas cuando reflexiona sobre ello en su
sillón durante el fin de semana.
Bourbaki debe responder también al desafío de explicar, en palabras de
Einstein,
¿Cómo es posible que las matemáticas, siendo después de todo un producto del
pensamiento humano independiente de la existencia, se adapten de forma tan
admirable a los objetos de la realidad?
«Él» considera que el verdadero trabajo del matemático consiste en
elucidar las estructuras básicas de la lógica. Si se exploran al completo, éstas
englobarán todas las interrelaciones sancionadas por la lógica. El mundo que
nos rodea se ve como una especialización de algunas de estas estructuras, de
modo que puedan ser ejemplificadas o modeladas por las interrelaciones
particulares que conectan los objetos materiales. El hecho de que las
estructuras matemáticas formales carezcan de significado puede ser vuelto
del revés: en lugar de mantener que no se aplican a nada, se puede mantener
que se aplican a todas las posibilidades. El universo observado es sólo una de
ellas. Escribe Bourbaki:
[Con respecto] al gran problema de las relaciones entre el mundo empírico y el
mundo matemático, [observamos] que existe una relación íntima entre fenómenos
experimentales y estructuras matemáticas, que parece confirmarse completamente
de la forma más inesperada por los recientes descubrimientos de la física moderna.
Somos completamente ignorantes, sin embargo, de las razones subyacentes a este
hecho (siempre que se pudiera atribuir un significado a estas palabras) ... Pero, por
una parte, la física cuántica ha demostrado que esta intuición macroscópica de la
realidad [«a partir de las intuiciones espaciales inmediatas»] cubría los fenómenos
microscópicos de una naturaleza totalmente diferente, relacionada con las áreas de
las matemáticas que no habían sido ciertamente consideradas para sus aplicaciones
a la ciencia experimental. El método axiomático, por otra parte, ha mostrado que las
«verdades» a partir de las que se esperaba desarrollar las matemáticas sólo eran
aspectos particulares de conceptos generales, cuya importancia no estaba limitada a
estos campos. De aquí resultó ... que esta conexión íntima, cuya armoniosa
necesidad interna esperábamos admirar en alguna ocasión, era simplemente un
contacto fortuito entre dos disciplinas cuyas relaciones reales estaban mucho más
profundamente ocultas de lo que podía haberse supuesto a priori.

El modo más simple de ver las matemáticas consiste en mantener que el


mundo es matemático en cierto sentido profundo: los conceptos matemáticos
existen y son descubiertos, no inventados, por los matemáticos. «Pi» está
realmente en el cielo1 Las matemáticas existen haya o no matemáticos. Son
un lenguaje universal que podría utilizarse para comunicar con seres de otros
planetas que se hubieran desarrollado independientemente de nosotros (es
interesante que esta idea parece estar asumida implícitamente por todos los
exponentes actuales de la «Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre», que
emiten al espacio información sobre nuestra ciencia y nuestras matemáticas
humanas). Para el realista, el número «siete» existe como una idea inmaterial
que vemos realizada en ejemplos concretos como siete enanitos, siete novias
o siete hermanos. Este punto de vista se califica a veces de platonismo
matemático porque supone la existencia de algún otro mundo de formas
matemáticas perfectas que son los troqueles de los que deriva nuestra
experiencia imperfecta. Además, se supone que nuestro procesamiento
mental de datos sensoriales tiene un efecto inocuo sobre la naturaleza
matemática de la realidad. Creencias de este tipo parecen implicar la idea de
que Dios es un matemático. Y de hecho, si el universo material entero se
describe mediante las matemáticas (como supone la cosmología moderna),
entonces debe existir alguna lógica inmaterial que sea más amplia que el
universo material.
La introducción de una interpretación platónica de las matemáticas da
lugar a un sorprendente paralelismo entre las matemáticas y la filosofía
teológica. Toda la panoplia de propiedades y atributos divinos desarrollada
por los primitivos filósofos religiosos neoplatónicos puede ser adoptada casi
palabra por palabra para describir las matemáticas con tal de reemplazar la
palabra «Dios» por la palabra «matemáticas». Las matemáticas del platónico
trascienden el mundo y se consideran existentes antes de la creación del
mundo material, y persistentes tras su desaparición.
Cuando los filósofos antiguos trataron de integrar conceptos tales como
las leyes de la naturaleza dentro de una imagen teológica del universo
pudieron hacerlo sin gran dificultad. Además, fueron capaces de incorporar
de modo conveniente la posibilidad de suspender las leyes de la naturaleza, es
decir, los milagros. Pero la omnipotencia de Dios se compagina difícilmente
con las matemáticas. Podemos imaginar una suspensión o una ruptura de una
ley de la naturaleza (especialmente porque lo que observamos son los
resultados de las leyes, y no las propias leyes), pero ¿qué pasa con una
ruptura de una ley de la lógica o de las matemáticas? El pensamiento
teológico medieval estaba profundamente dividido respecto a la cuestión de
si la omnipotencia de Dios era compatible con su creación de un mundo en el
que existen imposibilidades matemáticas. Spinoza creía que esta libertad
existía, pero contra él estaban los defensores de la idea de que Dios no tenía
semejante libertad de movimientos porque no existía tal posibilidad. Esto
parece hacer a la deidad esclava de las leyes de la matemática y de la lógica.
La realidad matemática platónica se oponía a la idea de una deidad
omnipotente y omnipresente. Se puede llevar más lejos este argumento y
descubrir otros aspectos del dilema, como el problema del mal e incluso la
cuestión de la revelación frente a la razón en el descubrimiento matemático.
Pero esto nos apartaría demasiado de nuestro camino.
Los realistas consideran la irrazonable efectividad de las matemáticas en
la descripción de la naturaleza como evidencia crucial en su apoyo. La
mayoría de los científicos y matemáticos realizan su trabajo cotidiano como
si el realismo fuera correcto, incluso aunque no estén dispuestos a defenderlo
con mucha fuerza durante el fin de semana. Pero este tipo de realismo tiene
una consecuencia extraordinaria. Si podemos concebir un esquema
matemático para la evolución del universo en el que puedan existir
observadores como nosotros (y evidentemente podemos imaginar un
escenario semejante), entonces este escenario existe en cualquier sentido de
la palabra. En definitiva, los observadores inteligentes deben existir.
Pero el platonismo no está exento de dificultades. Está impregnado de
vaguedad. ¿Dónde está este otro mundo de objetos matemáticos que
descubrimos? ¿Cómo entramos en contacto con él? Si las entidades
matemáticas existen realmente más allá del mundo físico de los particulares
que experimentamos directamente, entonces parece que sólo podemos entrar
en contacto con dicho mundo mediante algún tipo de experiencia mística que
es más afín a la videncia que a la ciencia. No podemos tratar la adquisición
del conocimiento matemático de la misma forma que tratamos otras formas
de conocimiento del mundo físico. Tratamos estas últimas como
conocimiento significativo porque los objetos que llegamos a conocer son
capaces de interaccionar con nosotros de alguna forma causal, mientras que
las entidades matemáticas no tienen ningún medio semejante de afectarnos.
La visión platónica de las matemáticas nos lleva a profundos problemas de
metafísica. Gödel era un gran defensor de esta idea y mantenía que existe
alguna realidad inmaterial con la que podíamos tener «otro tipo de relación».
Roger Penrose ha señalado que la comprensión de la sentencia de Gödel, que
demuestra su propia indemostrabilidad, es la marca de la consciencia
humana. Esto es bastante peculiar: implica que cualquiera que no pueda
captar el significado y verdad de la sentencia de Gödel no es en cierto sentido
completamente consciente. ¿Qué pasa con los niños? ¿O con los no
matemáticos?
La última respuesta al fermento de incertidumbre relativo a las paradojas
lógicas que afectó al formalismo en los primeros años de este siglo fue el
constructivismo, una versión matemática de la doctrina del operacionalismo.
Su punto de partida, según Leopold Kronecker, uno de sus creadores, era el
reconocimiento de que «Dios hizo los números enteros, todo lo demás es obra
del hombre». Lo que él quería decir con esto era que deberíamos aceptar sólo
las nociones matemáticas más sencillas —la de los números enteros 1, 2, 3,
4,... y la de numeración— como punto de partida, y luego derivar todo lo
demás paso a paso a partir de estas nociones intuitivamente obvias. Al
adoptar esta postura conservadora los constructivistas pretendían evitar el
encontrarse o manipular entidades, tales como conjuntos infinitos, de las que
no podríamos tener ninguna experiencia concreta y que poseen propiedades
contraintuitivas (un infinito menos otro infinito puede seguir siendo infinito,
por ejemplo, como puede verse restando todos los números pares de todos los
números naturales, lo que nos deja los números impares). Como
consecuencia, el constructivismo se conoce también como intuicionismo para
resaltar su apelación a las raíces de la intuición humana.
Para los constructivistas las matemáticas consisten simplemente en la
colección de proposiciones que pueden construirse en un número finito de
pasos deductivos a partir de los números naturales. El «significado» de una
fórmula matemática es simplemente la cadena finita de cálculos que se ha
seguido para construirla. Esta idea puede parecer bastante inocente pero tiene
profundas consecuencias: crea una nueva categoría de proposiciones
matemáticas. En efecto, el estatus de cualquier proposición puede ahora ser
triple: verdadera o falsa o indecidible. Una proposición cuya verdad no puede
ser decidida en un número finito de pasos constructivos queda en una especie
de limbo. La consecuencia más importante de esta política es que una
proposición ya no es o verdadera o falsa. Esta tricotomía recuerda las salas de
justicia escocesas, donde puede emitirse un veredicto de culpabilidad, no
culpabilidad o «no probado» (el último permite un nuevo juicio del acusado
por el mismo cargo), mientras que en las salas inglesas o norteamericanas se
requiere un veredicto de culpabilidad o no culpabilidad.
Los matemáticos preconstructivistas habían desarrollado todo tipo de
maneras de demostrar la verdad de fórmulas que no responden al criterio de
un número finito de pasos constructivos. Un método famoso muy estimado
por los antiguos griegos era la reductio ad absurdum. Para demostrar que
algo es falso suponemos que es verdadero y de esta hipótesis deducimos algo
contradictorio (tal como 2 = 1). De esto concluimos que nuestra hipótesis
original era falsa. Este argumento se basa en la presunción de que una
proposición es o verdadera o falsa. Por consiguiente, no es válido según las
reglas de los constructivistas. Una proposición sólo se considera verdadera si
se demuestra explícitamente en un número finito de pasos deductivos. Los
teoremas matemáticos que demuestran que algo existe, pero no construyen un
ejemplo de ello explícitamente, son declarados fuera de la ley.
Esta filosofía de las matemáticas tendría consecuencias interesantes, pero
básicamente inexploradas, si se adoptase en física, puesto que muchas teorías
físicas importantes como la relatividad general de Einstein o la mecánica
cuántica de Bohr hacen amplio uso de razonamientos no constructivos para
deducir las propiedades del universo. Para la mayoría de los matemáticos
semejante estrategia resulta bastante deprimente, algo parecido a luchar con
una mano atada a la espalda. Los famosos teoremas de singularidad
cosmológica de Hawking y Penrose son de este tipo: proporcionan
condiciones suficientes para la existencia de un principio del tiempo
deduciendo una contradicción a partir de la hipótesis de que no existe
semejante principio. No construyen explícitamente el principio singular
(aunque existen varias soluciones cosmológicas exactas de la relatividad
general que poseen una singularidad constructiva en un tiempo propio pasado
finito) y por ello no son «verdaderas» según las matemáticas constructivistas.
En general, todos los físicos utilizan argumentos matemáticos no
constructivos sin pensárselo dos veces. La única área de la física donde la
restricción a métodos constructivos y su lógica trivalente acompañante ha
sido estrechamente investigada es el problema de la medida cuántica, en
donde se ha propuesto como una forma de acomodar las cuestiones
planteadas por la paradoja de Einstein-Podolsky-Rosen. Pero si una visión
constructivista está realmente en la raíz, dicha visión afecta radicalmente a
nuestros intentos de deducir una Teoría de Todo.
La interpretación constructivista de las matemáticas ha tenido siempre
algunos defensores apasionados. Un defensor especialmente dogmático fue el
destacado matemático holandés Luitzen Brouwer quien, cuando era editor de
la revista alemana Mathematische Annalen (la revista matemática más
importante de la época) declaró la guerra a los matemáticos no
constructivistas rechazando cualquier artículo enviado para publicación que
utilizase métodos no constructivos, infinitos o la reductio ad absurdum. Esto
creó bastante animosidad entre los matemáticos, especialmente entre
Brouwer y Hilbert, que era el editor jefe de los Annalen. A Hilbert le
disgustaba Brouwer, un individuo extraño, catatónico y desequilibrado, y se
sentía amenazado por la popularidad que estaba alcanzando esta nueva
filosofía de las matemáticas. Hilbert pensaba que sería un desastre para el
futuro de las matemáticas: algo parecido a un retroceso a las épocas oscuras.
Él sabía que su salud se estaba deteriorando y temía por el futuro tanto de los
Annalen como de las matemáticas después de su muerte, de modo que
decidió apartar a Brouwer de su posición de influencia entre los editores de la
revista. Tras una batalla larga y amarga, que parecía cada vez más ridícula a
quienes eran ajenos a ella (Einstein, otro miembro del consejo editor, la llamó
«la gran batalla entre ranas y ratones), Hilbert consiguió su propósito. El
consejo editorial fue disuelto y reconstituido, sin Brouwer. Como resultado,
Brouwer se retiró del mundo de las matemáticas y los matemáticos, sólo para
volver posteriormente a reanudar su campaña a favor de las doctrinas
intuicionistas. Pero entonces, como había sucedido antes, su paranoia y el
disgusto general de sus colegas hicieron de él una figura aislada y amargada.
Si echamos una mirada atenta al constructivismo, éste se presenta como
una doctrina realmente peculiar. Define las matemáticas de una forma
antropocéntrica como la suma total de todas las deducciones finitas paso a
paso a partir de la base de la intuición humana: los números naturales. No hay
existencia matemática antes de que tenga lugar este proceso de construcción.
Aparte de su postura anticopernicana, ya hemos visto que la noción de que
existe una «intuición» humana universal de los números naturales no tiene
realmente un apoyo histórico. Los constructivistas nunca pueden decir si mi
intuición es la misma que la suya, o si la intuición humana ha evolucionado o
si evolucionará en el futuro. Las matemáticas que se crean a partir de la
intuición humana son un fenómeno dependiente del tiempo y dependiente del
matemático implicado en su construcción. Las matemáticas constructivas
están cerca de ser una rama de la psicología. ¿Por qué deberíamos empezar
con los números naturales? ¿Qué cuenta como un posible paso constructivo?
¿Por qué hay algunas construcciones más útiles y aplicables al mundo real
que otras? ¿Por qué no tenemos intuiciones acerca de colecciones infinitas?
¿Cómo se explica la utilidad de conceptos no constructivos en el estudio del
mundo físico? Después de todo, los conjuntos infinitos surgieron de la
intuición humana.
Pero el constructivismo tiene algo que enseñarnos sobre el carácter
matemático de la naturaleza. Podemos ver que ha heredado algo del programa
formalista de Hilbert después de que fuera devastado por el descubrimiento
de Gödel. Hemos aprendido que siempre existirán proposiciones cuya verdad
no podemos demostrar ni refutar; pero ¿qué pasa con todas aquellas
proposiciones cuya verdad podemos decidir por los métodos tradicionales de
las matemáticas? ¿Cuántas de ellas podrían demostrar los constructivistas?
¿Podemos construir, al menos en principio, un ordenador que lea unos datos
de entrada, muestre el estado actual de la máquina y posea un procesador para
determinar un nuevo estado a partir del actual, y luego utilizarlo para decidir
si una proposición dada es verdadera o falsa al cabo de un tiempo finito?
¿Existe una especificación para una «máquina» que decida por nosotros si
todas las proposiciones decidióles de las matemáticas son o verdaderas o
falsas?
Contrariamente a las expectativas de muchos matemáticos, la respuesta
fue una vez más no. Alan Tu- ring en Cambridge, y Emil Post y Alonzo
Church en Princeton, demostraron que existían proposiciones tales que sería
necesario un tiempo infinito para decidir su verdad. Estas son, en efecto,
infinitamente más profundas que lo pueda ser la lógica de la computación
paso a paso. El ordenador idealizado que hemos esbozado se denomina
máquina de Turing; es la esencia de cualquier ordenador. Ningún ordenador
real posee una capacidad mayor para la solución de problemas.
Las operaciones matemáticas que una máquina de Turing no puede
ejecutar en un tiempo finito se denominan no computadles. Se conocen
muchos ejemplos y su misma existencia plantea muchas cuestiones físicas
interesantes. No sabemos si la naturaleza incorpora cosas no computables en
su tejido. Si, por ejemplo, la acción de la mente humana o el fenómeno de la
consciencia humana involucran operaciones no computables, entonces la
búsqueda de inteligencia artificial no puede tener éxito en producir un
ordenador capaz de imitar por completo la complejidad de la consciencia
humana. El que una restricción semejante sea de interés práctico depende por
supuesto de hasta qué punto sean cruciales los aspectos no computables en la
función cerebral. Por el momento parece poco probable que sea esta la
situación.
Si volvemos al enigma de la aplicabilidad de las matemáticas a la
naturaleza, podemos formularlo como un enunciado interesante acerca de la
computabilidad. Si una operación es computable, ello significa que podemos
fabricar un dispositivo material cuyo comportamiento imita dicha operación.
Dispositivos típicos podrían ser péndulos oscilantes o impulsos eléctricos.
Recíprocamente, dispositivos físicos como estos pueden describirse
perfectamente mediante operaciones matemáticas computables. El hecho de
que la naturaleza esté bien descrita por las matemáticas es equivalente al
hecho de que las operaciones matemáticas más simples, como la suma y la
multiplicación, junto con las operaciones más complicadas utilizadas en
ciencia de forma tan efectiva, son funciones computables. Si no lo fueran, no
podrían ser equivalentes a ningún proceso natural y no estaríamos
tremendamente impresionados por la utilidad práctica de las matemáticas.
Incluso si reconociéramos cualidades matemáticas en estos procesos, no
encontraríamos en las matemáticas un lenguaje tremendamente fructífero
para predecir o describir su funcionamiento.
Resulta fascinante preguntarse si las leyes de la naturaleza contienen o no
elementos no computables. Los intentos de crear una teoría cuántica del
universo entero han sugerido ya esta posibilidad. Existen atributos
potencialmente observables del universo definidos por sumas infinitas de
términos que no poseen un listado computable. No pueden ser listados por
ningún cálculo sistemático que se limite a aplicar los mismos principios una y
otra vez. Cada entrada requiere que se utilicen principios nuevos y
cualitativamente diferentes para su computación. Por desgracia, nunca
podemos saber si sería posible determinar el valor de estos observables de
alguna forma diferente pero computable.
Hemos distinguido entre operaciones que son computables y las que no lo
son. Pero en la vida real, el ser computable quizá no sea muy útil si el
programa que efectúa la computación requerida necesita un millón de años
para llevarla a cabo. El mundo podría ser matemático, e incluso estar lleno de
funciones computables, y aun así podría ser de una profundidad y
complejidad tal que seamos incapaces de encontrarlas en nuestros
ordenadores más rápidos incluso si estuvieran funcionando durante miles de
años. De hecho, la existencia de problemas tan «difíciles» se explota en gran
medida en el mundo moderno. Muchos códigos sofisticados utilizados para
proteger secretos militares o comerciales se basan en codificaciones que son
indescifrables en la práctica aunque no lo son en principio. Con esto
queremos decir que sería necesario utilizar los ordenadores más rápidos
durante miles de años para explorar todas las posibilidades de acceso al
código (que para entonces, obviamente, ya habría sido cambiado).
Códigos como este explotan la existencia de operaciones matemáticas
llamadas funciones «trampilla», que son muy fáciles de ejecutar en una
dirección pero prácticamente imposibles de ejecutar a la inversa, igual que es
fácil caer por una trampilla pero no es tan fácil salir de nuevo. Por ejemplo, si
tomamos dos números primos muy grandes, cada uno de ellos con cientos de
cifras, y los multiplicamos entre sí, entonces esta es una operación sencilla
que un ordenador puede realizar en una fracción de segundo. Pero demos a
un ordenador de cualquier tipo el número resultante de doscientos dígitos y
pidámosle que encuentre los dos números primos en que se factoriza: podría
ser necesario el tiempo de toda una vida para llegar a la respuesta.
Consideremos la lección de este ejemplo; la naturaleza podría estar
codificada de algún modo por las matemáticas y la codificación equivaldría
quizá a alguna ley de la naturaleza. Sería posible que descubriésemos esta
codificación utilizando solamente algunos principios de simetría, consistencia
y simplicidad, y aún seríamos incapaces en la práctica de aplicarla al revés
para determinar la verdadera naturaleza de las cosas a partir de las apariencias
codificadas.
Podemos ilustrar de qué forma se utilizan las funciones trampilla para
codificación con un ejemplo sencillo. Supongamos que yo quiero enviarle un
mensaje secreto. Mi «codificación» es bastante primitiva y consiste en
colocarlo en un cofre metálico y poner un candado. La «decodificación»
corresponde a abrir el cofre. ¿Cómo puedo hacerle llegar el mensaje sin
enviarle la llave de alguna forma y hacerlo así vulnerable a terceras personas
que están tratando de robarlo? A primera vista parece imposible, pero no lo
es; yo cierro la caja con el candado y se la envío a usted, guardándome mi
llave. Usted coloca también su propio candado en la caja, lo cierra, conserva
su llave y me devuelve la caja con los dos candados. Yo retiro mi candado
con mi llave y le devuelvo a usted la caja, y entonces usted quita su candado
y saca el mensaje. ¡Y ninguno de los dos necesita saber nada sobre la llave
del otro! En la vida real se utilizan números en lugar de llaves. Codifique su
mensaje en algún número grande, N, y multiplíquelo por su número primo
grande secreto p para obtener el número Np. Transmítame Np y yo lo
multiplico por mi número primo secreto q para obtener el nuevo número Npq.
Yo le devuelvo a usted Npq y usted lo divide por p para obtener Nq que luego
me devuelve. Yo lo divido por q y obtengo N que es el mensaje. En ninguna
etapa necesito conocer p ni usted necesita conocer q, y si cualquier otro
intercepta los números compuestos que nos estamos enviando de ida y vuelta,
se enfrentaría con la tarea de encontrar los divisores primos de cierto número
gigantesco, lo que le llevaría decenas o centenas de años. Para evitar dicha
posibilidad cambiamos simplemente nuestros números p y q con cierta
frecuencia. Aunque esta idea es brillante y sencilla, sólo se viene utilizando
desde hace menos de veinte años.
4
LAS MATEMÁTICAS DE LA NUEVA ERA

Nuestras categorías de pensamiento se ven a menudo influidas por ciertas


tendencias culturales. Nuestras imágenes del universo suelen hacer uso de
conceptos de moda que se han mostrado útiles en circunstancias más
mundanas. Si en los tiempos antiguos encontramos la imagen del universo
como un organismo o como la expresión de una armonía geométrica estática,
en la época de Newton y de los usuarios del recién inventado reloj de péndulo
dominaba la imagen del universo como un reloj. Para los Victorianos de la
Revolución industrial, el paradigma dominante era la máquina de vapor. Hoy
día, son el ordenador y el microchip los que gobiernan nuestra vida cotidiana.
Sería ingenuo esperar que el paradigma del ordenador fuese ignorado en el
intento de comprender el universo.
El ordenador nos invita a abstraer su esencia. Una vez despojado de sus
componentes materiales y de sus programas específicos para tareas concretas,
no es otra cosa que una máquina de Turing, un procesador de información:
una aplicación de una cadena finita de números enteros sobre otra.
Deberíamos tomar esta imagen con un grano de sal kuhniano como la última
en una secuencia inacabable de modas que son descartadas en el instante en
que tiene lugar la siguiente revolución tecnológica. Conscientes de esta
posibilidad, aceptemos de todas formas que la computación tiene una
importancia que no es efímera. Podemos entonces preguntarnos si es más
esencial considerar la evolución y la estructura del universo como una
computación o como la consecuencia de las leyes de la naturaleza. O,
uniendo los dos conceptos, si deberíamos tratar las leyes de la naturaleza
como si fueran una especie de programa que se está ejecutando en el
contenido material de nuestro universo. Mientras que la imagen de las leyes
de la naturaleza como simetrías e invariancias, tan querida por los físicos,
encaja de modo natural en la visión platónica de la realidad matemática, la
imagen computacional parece apuntar de modo más natural a la más limitada
visión constructivista.
El resultado más fructífero de una imagen computacional de la naturaleza
es que nos revela los motivos profundos por los que la naturaleza resulta
inteligible para nosotros, por los que la ciencia es posible, y por los que las
matemáticas son tan efectivas para la descripción del mundo físico.
Si se nos presenta una secuencia de números o símbolos, quizá sea posible
reemplazar la lista por una proposición abreviada que tenga un contenido
idéntico de información. Así por ejemplo, la secuencia infinita de números 2,
4, 6, 8, 10,... podría ser reemplazada por la fórmula para generar los números
pares. En este caso decimos que nuestra secuencia es algorítmicamente
compresible. Una secuencia aleatoria se caracteriza por el hecho de que no se
puede resumir en una fórmula más corta que ella misma. Las secuencias
verdaderamente aleatorias no pueden ser comprimidas en fórmulas
simplificadas. Son algorítmicamente incompresibles: no se pueden definir de
ninguna otra forma que no sea su propio listado completo.
Otro aspecto muy interesante del teorema de Gödel es su relación con la
idea de aleatoriedad. En una visión superficial esta relación es bastante
sorprendente, pero resulta ser bastante profunda. No sólo pone de manifiesto
que la cuestión de si una secuencia de números es o no aleatoria es
lógicamente indecidible, sino que plantear esta cuestión de la forma correcta
conduce a una demostración iluminadora del teorema de Gödel que arroja luz
sobre las limitaciones de los sistemas axiomáticos.
Supongamos que se nos presentan dos listas de números, cuyas primeras
entradas son:
{3, 56, 6, 23, 78, ...} y {2, 4, 6, 8, 10, ...}
¿Cómo podemos calibrar en qué medida estas secuencias son aleatorias?
En primer lugar, por conveniencia, traduzcamos los números a la aritmética
binaria utilizada por los ordenadores de modo que las nuevas secuencias
correspondan a series de ceros y unos. Preguntemos ahora cuál es la longitud
del programa de ordenador más corto que puede generar cada secuencia. A la
longitud, medida en bits de ordenador, de este programa más corto se le
denomina complejidad de la secuencia. Si una secuencia es aleatoria y no
contiene ninguna regla especial para generar una entrada a partir de otra
(como en nuestro primer ejemplo), entonces el programa más corto no puede
ser otro que el listado de la propia secuencia. Pero si la secuencia está
ordenada, el programa requerido puede ser mucho más breve que la
secuencia infinitamente larga que se había dado. En el segundo de nuestros
ejemplos el programa daría simplemente la lista de los números pares:
{PRINT 2N, N = 1, 2, 3, ... etc.}
Una secuencia es aleatoria si su complejidad es igual a la longitud de la
propia secuencia. En este caso es necesario el listado entero para
especificarla. Así, dadas dos secuencias aleatorias cualesquiera de diferente
longitud, la secuencia más larga se considera más compleja. Si escogemos
una gran cantidad de secuencias de números, por ejemplo números de
teléfono, encontraremos que la mayoría tienen una complejidad bastante alta
y es bastante raro dar con cadenas de números que tengan baja complejidad.
Utilizando esta noción de complejidad, imaginemos que se le da a un
ordenador, cuyos programas incluyen todos los símbolos y operaciones de la
aritmética, la siguiente instrucción:
Imprimir una secuencia de la que se pueda demostrar que su complejidad excede la
de este programa.

El ordenador no puede responder. Cualquier secuencia que genere debe,


por definición, tener una complejidad menor que la suya propia: un
ordenador sólo puede producir una secuencia aleatoria que sea menos
compleja que su propio programa. Ahora podemos explotar esta paradoja
para demostrar que deben existir proposiciones indecidibles. Simplemente
escojamos una secuencia aleatoria, llamémosla R, cuya complejidad exceda a
la del ordenador. Una pregunta como
«¿Es R una secuencia aleatoria?»
es indecidible para el ordenador. La complejidad de las proposiciones «R es
aleatoria» y «R no es aleatoria» es en cualquier caso demasiado grande para
que sean traducidas por el sistema del ordenador: ninguna de ellas puede ser
demostrada ni refutada. El teorema de Gödel queda demostrado.
Hasta muy recientemente la cadena de descubrimientos que inició Gödel
parecía haber llegado a un final. El pozo de la indecibilidad parecía haberse
secado dejando sus grandes descubrimientos brillando como un pináculo
mientras la corriente de las matemáticas tomaba otra dirección. Pero a finales
de los años ochenta se descubrieron formas nuevas y más simples de
demostrar y expresar teoremas de Gödel, que los reformulan en forma de
proposiciones sobre información y aleatoriedad.
Podemos asociar una cierta cantidad de información con los axiomas y
reglas de razonamiento que definen un sistema axiomático particular, y
definir su contenido de información como el tamaño del programa de
ordenador que recorre todas las cadenas posibles de deducción y demuestra
todos los teoremas posibles. Este enfoque lleva a la conclusión de que no
puede probarse que sea aleatorio ningún número cuya complejidad es mayor
que la del sistema axiomático. Si se trata de remediar esta deficiencia
añadiendo axiomas o reglas de inferencia adicionales para incrementar el
contenido de información del sistema, entonces seguirán existiendo números
aún mayores cuya aleatoriedad no puede ser demostrada: existe un límite real
al poder de las matemáticas.
Aún hay algo más sorprendente: el matemático norteamericano Gregory
Chaitin ha explorado las consecuencias de esta línea de pensamiento dentro
del contexto de un famoso problema matemático. Si escribimos una ecuación
que liga dos (o más) cantidades X e Y, por ejemplo
X + Y2 = 1,
y si no limitamos los valores de X e Y a los números enteros, existen infinitos
pares (X,Y) que la resuelven (por ejemplo, X = 3/4 e Y = 1/2). Pero
supongamos que estamos interesados en buscar soluciones en las que X e Y
son ambos números enteros positivos. Esto recibe el nombre de «problema
diofántico» en honor de Diofanto de Alejandría, el mayor algebrista de la
Antigüedad que fue el primero en embarcarse en el uso sistemático de
símbolos algebraicos, utilizando símbolos especiales para las incógnitas, los
recíprocos y las potencias de los números. Estos problemas tienen más de una
solución posible. En nuestro ejemplo elemental de una ecuación diofántica
las únicas soluciones posibles son
(X, Y) = (1, 0) o (0, 1).
Podemos crear otra ecuación diofántica que contenga un número variable,
Q, que podría tomar cualquier valor entero 1, 2, 3, 4,... y así sucesivamente;
por ejemplo,
X + Y2 = Q,
que se reduce al ejemplo anterior cuando Q = 1. Supongamos ahora que
creamos una ecuación diofántica más elaborada que contiene N variables
diferentes X1, X2, X3, ... XN en lugar de sólo dos (X e Y) además del número
fijo Q. Chaitin se preguntaba si una ecuación de esta forma típica tiene un
número finito o infinito de soluciones dentro de los números enteros cuando
dejamos que Q recorra todos sus valores posibles: Q = 1, 2, 3, ... y así
sucesivamente.
A primera vista esto parece una variante menor respecto a la exigencia
más tradicional de que esta ecuación tenga una solución constituida por
números enteros para cada valor de Q. Pero la cuestión es infinitamente más
difícil de resolver: tan difícil que parecía no haber ningún modo de
determinar la respuesta. Esta última es aleatoria en el sentido de que para
resolverla se necesita una cantidad mayor de información que la contenida en
el problema, y no es posible calcularla reduciéndola a otros hechos y axiomas
matemáticos. Chaitin representa la situación formando un número omega
cuyas cifras están constituidas por una secuencia de números binarios 0 o 1
elegidos con el siguiente criterio: se toman los valores de Q uno detrás de
otro y se escribe 0 si la ecuación diofántica tiene un número finito de
soluciones y 1 si tiene un número infinito. El resultado es una cadena binaria
constituida por una serie de unos y ceros, por ejemplo,
omega = 0010010101001011010...
(hasta el infinito) que especifica un número real. Chaitin ha demostrado que
omega es una verdadera nube de incógnitas: su valor no se puede calcular en
ningún ordenador; ningún programa, por complejo que sea, puede hacer nada
mejor que determinar una parte finita del número infinito necesario para
especificar omega. Estas limitaciones surgen porque cada una de las cifras de
la especificación de omega nace de un modo que desde el punto de vista
lógico es completamente independiente de todas las demás. Ninguna máquina
que se limite a seguir una regla dada o un programa dado posee el ingrediente
de novedad necesario para crear la cifra siguiente. Finalmente Chaitin escribe
este número poniendo una coma al principio:
omega = 0,0010010101001011010...
de modo que el número ofrece la probabilidad de que un programa para
resolver un caso en el que se han insertado datos aleatorios se cierre después
de un número finito de pasos. Su valor es siempre un número comprendido
entre (pero no igual a) 0 y 1. Con el valor 0 todos los programas se
terminarán, mientras que en el otro extremo, con el valor 1, ningún programa
se termina.
La consecuencia interesante de estos cambios es que, si elegimos un
número entero muy grande para los valores de Q en una ecuación diofántica
tal como la que hemos puesto de ejemplo, no hay modo de decidir si la q-
ésima cifra binaria del número omega será 0 o 1. La misma situación se repite
hasta el infinito cualquiera que sea el valor de Q elegido. La mente humana
nunca podrá encontrar la respuesta a esta pregunta. Es una pregunta cuya
respuesta no corresponde a ningún teorema incluido dentro de algún sistema
formal. Cada una de las infinitas cifras de la cadena que define omega
corresponden a un hecho aritmético indecidible.
Por lo tanto, la aritmética contiene el azar. Algunas de sus verdades sólo
pueden ser aseguradas a través de la investigación experimental. Vista a esta
luz comienza a parecer una ciencia experimental.
La inevitable indecidibilidad de ciertas proposiciones demuestra que estos
ejemplos nacen del hecho de que el sistema lógico del ordenador, basado en
la aritmética, no es suficientemente complejo para tratar toda la gama de
proposiciones que se pueden obtener utilizando su alfabeto. Como
consecuencia no hay modo de decidir si el programa que se está utilizando
para resolver un problema particular es el más breve que se pueda utilizar.
Resultados como estos imponen restricciones al alcance de cualquier
enfoque de las leyes de la naturaleza basado solamente en la simplicidad. El
análogo científico de la metodología formalista en matemáticas es la idea de
que, dada una secuencia cualquiera de observaciones en la naturaleza,
tratamos de describirlas mediante alguna ley matemática global. Puede haber
todo tipo de leyes posibles que generen realmente la secuencia de datos, pero
algunas serán extremadamente artificiosas y poco naturales. A los científicos
les gusta aceptar leyes que tengan la mínima complejidad en el sentido
descrito más arriba; es decir, la más sucinta codificación de la información en
un algoritmo. Este prejuicio recibe a veces el nombre de «navaja de
Ockham». Podemos ver que este enfoque nunca nos permitirá demostrar que
una ley particular que hayamos formulado sea una descripción completa de la
naturaleza. Siempre existirán proposiciones indecidibles que pueden
construirse en su lenguaje. En otras palabras, nunca puede demostrarse que
sea la codificación más económica de los hechos. Por desgracia, nunca se
puede saber si se ha descubierto o no el secreto del universo o si la
compresión restante requerida es algo trivial o una empresa titánica.
La ciencia existe porque el mundo natural parece ser algorítmicamente
compresible. Las fórmulas matemáticas que llamamos leyes de la naturaleza
son compresiones económicas de enormes secuencias de datos acerca de
cómo cambian los estados del mundo. Esto es lo que entendemos al decir que
el mundo es inteligible. Podemos imaginar un mundo en el que todos los
fenómenos sean caóticamente aleatorios (precisamente como algunos de ellos
se ven). Sus propiedades sólo podrían describirse haciendo la lista de
innumerables secuencias temporales de fenómenos observados. La ciencia se
convertiría en algo muy parecido a observar el paso de un tren. Los
fenómenos observados tendrían esa unicidad que encontramos en el mundo
del arte creativo. Si el universo es una entidad única y necesaria no podremos
sorprendernos si encontramos que el universo como un todo es una entidad
algorítmicamente incompresible: en definitiva, que no es reducible a ninguna
fórmula abreviada y su definición más sencilla no es otra que su completa
secuencia desarrollada de sucesos. La búsqueda de una Teoría de Todo es la
expresión última de nuestra fe en la compresibilidad algorítmica de la
naturaleza.
Sabemos que el mundo muestra procesos caóticos particulares que no son
algorítmicamente compresibles, precisamente en tanto que existen
operaciones matemáticas que son no computables. Y es este atisbo de
aleatoriedad el que nos da algún indicio de la apariencia que tendría un
mundo totalmente incompresible. Sus científicos serían bibliotecarios, más
que matemáticos, que catalogan un hecho tras otro sin ninguna relación; y el
problema con los hechos, como alguien comentó en cierta ocasión, es que
existan en un número desmesurado.
Vemos la ciencia como un intento de compresión algorítmica del mundo
de la experiencia, y vemos la búsqueda de una única Teoría de Todo como la
expresión última de la fe profunda de algunos científicos en que la estructura
esencial del universo, en su conjunto, puede ser comprimida
algorítmicamente. Pero reconocemos que la mente humana no desempeña un
papel trivial en esta evaluación. Unida inextricablemente a la aparente
compresibilidad algorítmica del mundo está la capacidad de la mente humana
para realizar compresiones. Nuestra mente ha evolucionado a partir de los
elementos del mundo físico y ha sido llevada, al menos parcialmente, hacia
su estado actual por el proceso continuo de la selección natural. Su
efectividad como sensor del entorno, y su valor de supervivencia, están
obviamente relacionados con su capacidad como compresor algorítmico.
Cuanto más eficientemente pueda un organismo almacenar y codificar la
experiencia que tiene del mundo natural, más eficazmente puede contrarrestar
dicho organismo los peligros que presenta un entorno por lo demás
impredecible. En nuestra más reciente fase de la historia como Homo sapiens
esta capacidad ha alcanzado nuevos niveles de sofisticación. Somos capaces
de pensar sobre el propio pensamiento. En lugar de aprender simplemente de
la experiencia como parte del proceso evolucionista, tenemos suficiente
capacidad mental para poder simular o imaginar los resultados probables de
nuestras acciones. De este modo, nuestra mente está generando simulaciones
de experiencias pasadas insertadas en nuevas situaciones. Pero para hacer
esto con efectividad es necesario que el cerebro esté ajustado de un modo
muy preciso: es obvio que la capacidad mental debe estar por encima de
algún valor umbral para conseguir una compresión algorítmica efectiva.
Nuestros sentidos tienen que ser receptores bastante sensibles para recoger
una importante cantidad de información del entorno, pero es fácil comprender
por qué no hemos llegado a ser demasiado buenos en esto. Si nuestros
sentidos fueran tan precisos que recogiéramos cualquier fragmento de
información posible acerca de las cosas que vemos y oímos —todos los
minuciosos detalles de las configuraciones atómicas—, entonces nuestra
mente estaría sobrecargada de información. El procesamiento sería más lento,
los tiempos de reacción, mayores, y se requeriría todo tipo de circuitería
adicional para traducir la información en imágenes de niveles de intensidad y
profundidad diferentes.
El hecho de que nuestra mente no sea demasiado ambiciosa en sus
actividades de recogida y procesado de información significa que el cerebro
realizará una compresión algorítmica del universo independientemente de que
éste sea o no intrínsecamente compresible. En la práctica el cerebro hace esto
mediante truncación. Nuestros sentidos desnudos sólo son capaces, en el
mejor de los casos, de recoger cierta cantidad de información sobre el mundo
por debajo de cierto nivel de resolución y sensibilidad. Incluso cuando
recurrimos a la ayuda de sensores artificiales como microscopios y
telescopios para ampliar el alcance de nuestras facultades, siguen existiendo
límites fundamentales al grado de dicha extensión. A menudo este proceso de
truncamiento se hace bastante formalizado hasta convertirse en una rama de
la ciencia aplicada. Un buen ejemplo es la estadística. Cuando estudiamos un
fenómeno amplio o muy complicado, tratamos de comprimir
algorítmicamente la información disponible haciendo algún tipo de muestreo
selectivo. Por ejemplo, los encuestadores que tratan de predecir el voto antes
de unas elecciones generales deberían preguntar realmente a todos los
individuos del país a quién iban a votar. En la práctica preguntan a un
subconjunto representativo de la población e invariablemente obtienen una
predicción sorprendentemente buena de los resultados de la votación global.
Las matemáticas son útiles en la descripción del mundo físico porque el
mundo es algorítmicamente compresible: constituyen el lenguaje de la
abreviación de secuencias. La mente humana nos permite entrar en contacto
con dicho mundo porque el cerebro posee la capacidad de comprimir
secuencias complejas de datos sensoriales en una forma abreviada. Estas
abreviaciones permiten la existencia del pensamiento y la memoria. Los
límites naturales de sensibilidad que impone la naturaleza sobre nuestros
órganos sensoriales evitan que estemos sobrecargados de información acerca
del mundo. Estos límites actúan como una válvula de seguridad para la
mente. Pero seguimos debiendo todo a la notable capacidad del cerebro para
explotar la compresibilidad algorítmica del mundo. Y lo más notable de todo,
el cerebro es un estado complejo evolucionado del propio mundo cuya
complejidad trata de comprimir, aunque un estado que todavía tiene que
reconocer su propia complejidad.
Nuestra visión de las matemáticas y del mundo se ha mezclado de forma
cada vez más íntima con el paradigma computacional. El crecimiento de la
industria de los ordenadores y la amplia disponibilidad de ordenadores de
mesa pequeños y económicos con potente capacidad de representación
gráfica ha desempeñado claramente un papel fundamental en la imagen
global que tenemos del mundo. Pero también ha cambiado el rango de los
problemas que somos capaces de investigar. Durante casi mil años los
científicos han utilizado las matemáticas de forma muy eficaz para estudiar
un subconjunto particular de propiedades del universo: las regularidades y
uniformidades de la naturaleza. En efecto, éstas admiten descripciones
matemáticas muy simples: vienen descritas por ecuaciones matemáticas que
son resolubles y pueden estudiarse con simple papel y lápiz, y pensamiento.
Este sesgo hacia los aspectos simétricos y predecibles del mundo impregna
nuestros programas educativos en ciencias matemáticas. A los estudiantes se
les muestran los problemas lineales de la física, las ecuaciones resolubles de
las matemáticas; y pronto adquieren la idea de que todas las ecuaciones son
resolubles. Esto está muy lejos de la verdad. Aunque las leyes de la
naturaleza que hemos descubierto son realmente simples en muchos aspectos,
y están basadas en la conservación de alguna simetría profunda, sus
resultados no necesitan en general manifestar estas mismas simetrías. Y esta
es la razón de que sea posible que un mundo tan evidentemente complejo
como el nuestro, con toda su diversidad de acontecimientos, esté gobernado
por un pequeño número de leyes simples y simétricas. Consideremos a modo
de ejemplo un lápiz que está en equilibrio sobre su punta. Las leyes que
gobiernan su movimiento no favorecen ninguna dirección particular en el
universo —son perfectamente simétricas a este respecto— pero, una vez
liberado o perturbado, el lápiz caerá siempre en alguna dirección. En esta
actuación de la ley de la gravedad su simetría intrínseca se rompe. Es esta
ruptura de simetría la responsable de la complejidad del mundo que nos
rodea.
Cuando los científicos no disponían de sencillos ordenadores interactivos
tendían a estudiar las consecuencias simples, simétricas y resolubles de las
leyes de la naturaleza porque las propiedades de los resultados asimétricos
son generalmente demasiado complicadas de tratar. Pero los ordenadores
permiten que estos resultados «barrocos» sean simulados y estudiados
experimentalmente. Un foco de atención típico de estos estudios
experimentales ha sido el aspecto de la complejidad desorganizada que se ha
llegado a conocer como «teoría del caos». Los sistemas caóticos son
simplemente aquellos que presentan gran sensibilidad a cambios pequeños. Si
se altera muy ligeramente el estado actual de un sistema caótico, éste se
comportará, al cabo de un breve período de tiempo, de una manera
completamente diferente de cómo se hubiera comportado si no hubiera sido
perturbado. Muchas cosas familiares presentan este comportamiento: el
tiempo atmosférico, los sistemas económicos, los equilibrios ambientales y
las relaciones humanas. Y puesto que nunca podemos conocer exactamente
cuál es el estado actual de cualquier sistema físico, en cualquier parte, esta
ambigüedad inevitable pronto se amplifica hasta transformarse en una vasta
incertidumbre global. Así pues, aunque pudiéramos estar en posesión de las
leyes exactas de la naturaleza que gobiernan la evolución de los sistemas
climáticos, somos incapaces de predecir el tiempo meteorológico, incluso el
de mañana, con una precisión del cien por cien porque no conocemos el
estado del tiempo exactamente ahora. Sólo sabemos cuál es éste en las
estaciones meteorológicas que están situadas a unos 50 o 100 kilómetros de
distancia unas de otras. Las variaciones posibles entre las estaciones
meteorológicas, compatibles con las lecturas en dichas estaciones, dejan lugar
para predicciones enormemente diferentes incluso con sólo un día de
anticipación.
Durante los últimos diez años hemos visto florecer el estudio de los
sistemas caóticos debido a la disponibilidad de pequeños ordenadores
interactivos. Estos sistemas no pueden estudiarse en sus más mínimos
detalles utilizando simplemente ecuaciones resolubles y el puro pensamiento.
Son demasiado difíciles. Como resultado vemos la emergencia de una nueva
disciplina, «la matemática experimental», en la que el comportamiento de los
sistemas complejos se observa por medio de simulaciones en ordenador. Creo
que en el futuro su influencia se difundirá cada vez más por todos los campos
de las matemáticas, incluso a áreas de las matemáticas puras que parecen
estar muy alejadas.
Si imaginamos todas las verdades matemáticas representadas en un mapa
ante nosotros, con las más fáciles, cuyas pruebas son cortas, en primer lugar y
seguidas a distancia de las difíciles, cuyas demostraciones son largas,
entonces las matemáticas humanas desnudas sólo pueden alcanzar una
pequeña fracción de dichas verdades. Las verdades matemáticas más
profundas, y quizá por ello las más interesantes, pueden ser aquellas que
están más allá del alcance de los cálculos humanos, aunque éstos continúen
incluso durante cientos o miles o miles de millones de años. Ya se han dado
algunos ejemplos, donde los matemáticos han utilizado los ordenadores para
ayudarse a explorar la estructura del mundo abstracto de las matemáticas de
formas nuevas y poco usuales, que muestran cómo se ha introducido la
tecnología de ordenadores en el ámbito de las simulaciones en vídeo y las
realidades artificiales. Para establecer si alguna creación matemática posee
una propiedad particular se crea una realidad virtual basada en ordenador, una
simulación del aspecto que tendría para así experimentar la geometría y la
lógica de un mundo semejante; luego se explora dicho mundo para establecer
mediante la observación si posee las propiedades matemáticas que uno está
interesado en descubrir. Este curso de acontecimientos conturbará
probablemente la sensibilidad de muchos matemáticos, pero ¿sería una
situación diferente de las que se encuentran en la ciencia? No podemos
demostrar que se cumple la ley de la gravedad. Simplemente incrementamos
nuestra confianza en ella al confirmar sus predicciones cada vez con más
frecuencia. Las manzanas parecen seguir cayendo de los árboles de acuerdo
con la ley de gravitación de Newton, pero esto no nos permite asegurar que
un día pudieran hacer alguna otra cosa y nos dejen contemplando la ley de
levitación de Newton en su lugar.
Para terminar, volvamos a la imagen del universo como un enorme
ordenador. Podríamos imaginar las leyes de la naturaleza como una especie
de programa que se está ejecutando en la máquina concreta de partículas
elementales y energía que constituye nuestro mundo material. Esta imagen es
completamente diferente del modo de ver las cosas que inspira la visión del
mundo dominante por parte de los físicos. Durante más de quince años los
físicos de partículas han estado haciendo grandes progresos al adoptar la
imagen del universo como una gran simetría —un caleidoscopio— de
estructuras abstractas entremezcladas cuya conservación es equivalente al
enunciado de las leyes de la naturaleza. La búsqueda de una «Teoría de
Todo» es la búsqueda de una única simetría global dentro de la cual puedan
insertarse como piezas constituyentes aquellas que corresponden a todas las
leyes conocidas de la naturaleza. Esta visión del universo tiene dos
fundamentos: la creencia en la primacía de leyes simétricas (que en cualquier
caso permiten resultados asimétricos) y la continuidad del substrato
subyacente del espacio y el tiempo.
El paradigma computacional es completamente diferente. Éste no apela a
la simetría como una consideración primaria y, al centrarse en el
procesamiento de «bits» de información, adopta una imagen discontinua y
discreta del substrato del mundo. En el pasado casi toda la ciencia física
centraba su interés en los cambios continuos, pero puede muy bien suceder
que al nivel más microscópico los substratos del espacio y el tiempo no
formen un continuo. Si así fuera, creo que se destapará toda una caja de
Pandora de complejidad insospechada respecto a la constitución matemática
del mundo. Pues, sorprendentemente, los mundos discontinuos no son sólo
más complejos que los continuos, sino que son infinitamente más complejos.
Si preguntamos cuántas transformaciones matemáticas hay entre todos los
números reales y todos los números reales encontramos que hay un infinito
de orden superior al del número de funciones continuas. La continuidad es
una imposición enormemente restrictiva sobre el espectro de posibilidades de
cambio. Esta simplificación tendría quizá que ser desechada si aceptamos la
imagen del universo como un enorme «programa» antes que como una gran
«estructura». Finalmente, la distinción se traducirá en si las leyes de la física
ponen restricciones a la capacidad final de cualquier proceso computacional
en cuanto a velocidad, alcance y precisión; o si las leyes de la física, así
llamadas, son simplemente vagas extrapolaciones de las reglas de
computación generales que gobiernan un universo fundamentalmente
discontinuo.
BIBLIOGRAFÍA
Barrow, J. D., The World Within the World, Oxford University Press, Oxford,
1988.
—, «The Mathematical Universe», The World and I, mayo de 1989, pp. 306-
311.
—, Theories of Everything: The Quest for Ultímate Explanaron, Oxford
University Press, Oxford, 1991 (hay traducción castellana: Teorías del
Todo, Crítica, Barcelona, 1994).
—, Pi in the Sky: Counting, Thinking and Being, Oxford University Press,
Oxford, 1992 (hay traducción castellana: La trama oculta del universo,
Crítica, Barcelona, 1996).
—, y F. J. Tipler, The Anthropic Cosmological Principie, Oxford University
Press, Oxford, 1986.
Benacerraf, P., y H. Putman, eds., Philosophy of Mathe- matics: Selected
Readings, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, NJ, 1964.
Bennett, C. H., «The Thermodynamic of Computation — A Review»,
International Journal of Theoretical Physics, 21 (1982), p. 905.
Bennett, C. H., y R. Landauer, «The Fundamental Physical Limits of
Computation», Scientific American, 253 (hay traducción castellana en
Investigación y Ciencia, marzo de 1985).
Birkhoff, G., «The Mathematical Nature of Physical Theories», American
Scientist, 31 (1943), pp. 281-310.
Bolton, N. J., y D. N. Macleod, «The Geometry of “Sriyantra”», Religión, 7
(1977), p. 66.
Bourbaki, N., «The Architecture of Mathematics», trad. ingl. de A. Dresden,
American Mathematical Monthly, 57 (1950), p. 221.
Boyer, C. B., A History of Mathematics, Wiley, Nueva York, 1968 (hay
traducción castellana: Historia de la matemática, Alianza Editorial,
Madrid, 1987).
Brouwer, L. E. J., «Intuitionism and Formalism», trad. ingl. de A. Dresden,
Bulletin of the American Mathematical Society, 30 (1913), pp. 81-96.
Chaitin, G., Algorithmic Complexity, Cambridge University Press,
Cambridge, 1988.
—, «Randomness in Arithmetic», Scientific American (julio de 1988), pp. 80-
85 (hay traducción castellana en Investigación y Ciencia, septiembre de
1988).
Dantzig, T., Number, The Language of Science, Macmillan, Nueva York,
1937.
Davies, P. C. W., «Why is the Universe Knowable?», en Maths and Science,
ed. R. E. Mickens, Oxford University Press, Nueva York, 1989.
Davis, P. J., y R. Hersh, The Mathematical Experience, Birkhäuser, Boston,
MA, 1981 (hay traducción castellana: Experiencia matemática, Labor,
Barcelona, 1989).
Deutsch, D., «Quantum Theory, the Church-Turing Principie, and the
Universal Quantum Computer», Proceedings of the Royal Society, A/400
(1985), p. 97.
Flegg, G., Numbers: Their History and Meaning, André Deutsch, Londres,
1983.
Godel, K., On Undecidable Propositions of Formal Mathematical Systems,
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1943.
—, «What Is Cantor’s Continuum Problem?», American Mathematical
Monthly, 54 (1947), p. 515. Una versión posterior y ampliada de este
artículo puede encontrarse en la colección editada por Benacerraf and
Putnam citada más arriba.
Hadamard, J., The Psychology of Invention in the Mathematical Field,
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1945, reeditado en Dover,
Nueva York, 1954.
Hardy, G. H., «Mathematical Proof», Mind, 30 (1929), pp. 1-25.
Harel, D., Algorithmics: The Spirit of Computing, Addi- son-Wesley, Nueva
York, 1987.
Heinzelin, J. de, «Ishango», Scientific American (junio de 1962), pp. 105-
116.
Hofstadter, D., Godel, Escher, Bach: The Eternal Golden Braid, Harper &
Row, Nueva York, 1979 (hay traducción castellana: Gödel, Escher, Bach,
Tusquets, Barcelona, 1989).
Ifrah, G., From One to Zero, Viking, Londres, 1985.
Kitcher, P., The Nature of Mathematical Knowledge, Oxford University
Press, Oxford, 1984.
Kline, M., Mathematics in Western Culture, Oxford University Press, Nueva
York, 1953.
Kneebone, G. T., Mathematical Logic and Foundations of Mathematics: An
Introductory Survey, Van Nostrand, Londres, 1963.
Kramer, E. E., The Nature and Growth of Modern Mathematics, Princeton
University Press, Princeton, 1981.
Kulaichev, A. P., «“Sriyantra” and its Mathematical Pro- perties», Indian
Journal for the History of Science, 19 (1984), p. 279.
Kulkarni, R. P., Geometry According to Sulba Sutra, Vaidika Samsodhana
Mandala, Pune, 1983.
Landauer, R., «Computation and Physics», en W. H. Zurek, A. van der
Merwe y W. A. Miller, eds., Between Quantum and Cosmos, pp. 568-582
(Princeton UP, Princeton NJ, 1988).
Maddy, P., Realism in Mathematics, Oxford University Press, Oxford, 1990.
Mandelbrot, B. B., The Fractal Geometry of Nature, Freeman, San Francisco,
1982.
Menninger, K., Number Words and Number Symbols, trad. ingl. de P.
Broneer, MIT Press, Boston, MA, 1970.
Neugebauer, O., The Exact Sciences in Antiquity, 2.a ed., Harper, Nueva
York, 1962; reeditado en Dover, Nueva York, 1969.
Penrose, R., The Emperor’s New Mind: Concerning Computers, Minds, and
the Laws of Physics, Oxford University Press, Oxford, 1989 (hay
traducción castellana: La nueva mente del emperador, Mondadori,
Madrid, 1992; Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996).
Richards, J., «The Reception of a Mathematical Theory: Non-Euclidean
Geometry in England 1868-1883», en B. Barnes y S. Shapin, eds., Natural
Order: Historical Studies of Scientific Culture, Sage Publications, Beverly
Hills, 1979.
Seidenberg, A., «The Diffusion of Counting Practices», University of
California Publications in Mathematics, 3 (1960), pp. 215-299.
—, «The Ritual Origin of Counting», Archive for the History of Exact
Sciences, 2 (1962), pp. 1-40.
Sigt, W. P. van, Brouwer’s Intuitionism, Elsevier North-Holland, Amsterdam,
1990.
Srinivasiengar, C. N., The History of Ancient Indian Mathematics, The World
Press, Calcuta, 1967.
Stewart, I., Concepts of Modern Mathematics, Penguin, Londres, 1981 (hay
traducción castellana: Conceptos de matemáticas modernas, Alianza
Editorial, Madrid, 1988).
Turing, A., «On Computable Numbers, With an Application to the
Entscheidungs-problem», Proceedings of the London Mathematical
Society, 42 (1937), pp. 230-265, y fe de erratas en 43 (1937), pp. 544-546.
Tymoczko, T., «The Four-Colour Problem and its Philosophical
Significance», Journal of Philosophy, 76 (1979), pp. 57-83.
Waerden, B. L. van der, Science Awakening, Oxford University Press,
Oxford, 1961; orig. publ. Noordhoff, Groninga, 1954.
Wang, H., Reflections on Kurt Gödel, MIT Press, Cambridge, MA, 1988 (hay
traducción castellana: Reflexiones sobre Kurt Gödel, Alianza Editorial,
Madrid, 1991).
Wigner, E., «The Unreasonable Effectiveness of Mathematics in the Natural
Sciences», Communications in Pure and Applied Mathematics, 13 (1960),
p. 1.
Wilder, R. L., Evolution of Mathematical Concepts: An Elementary Study,
Wiley, Nueva York, 1968.
—, Introduction to the Foundations of Mathematics, 2.a ed., Wiley, Nueva
York, 1967.
Yates, F., Giordano Bruno and the Hermetic Tradition, University of
Chicago Press, Chicago, 1964 (hay traducción castellana: Giordano Bruno
y la tradición hermética, Ariel, Barcelona, 1983).
Zasvlasky, C., Africa Counts: Number and Pattern in African Culture,
Prindle, Weber & Schmidt, Boston, MA, 1973.
Zurek, W., ed., Complexity, Entropy and the Physics of Information,
Addison-Wesley, Redwood City, 1990.
ÍNDICE
Prefacio
1. Orientaciones y reflexiones
2. De la naturaleza al número
3. ¿Qué son las matemáticas?
4. Las matemáticas de la nueva era
Bibliografía
Esta obra, publicada por GRIJALBO MONDADORI, S.A., se terminó de
imprimir en los talleres de Hurope, S. L., de Barcelona, el día 15 de abril de
1997
1
Juego de palabras con la expresión pie in the sky (fonéticamente similar a pi in the sky),
que significa literalmente «un pastel en el cielo», y se utiliza como referencia a un
hipotético premio o recompensa que puede llegar en el futuro. (N. del t.)

También podría gustarte