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Con la publicación de El reino de este mundo (1949) de Alejo Carpentier, surgió una nueva novela

histórica de la América Latina, caracterizada por ser “carnavalesca, paródica y heteroglósica, por
dinamitar el discurso oficial de la historia a través de los anacronismos; por la presencia de la
intertextualidad; y por ficcionar las figuras históricas”,9 en la que “la historia está plenamente al
servicio de la ficción, a diferencia de la clásica en la que la historia es respetada de manera
milimétrica por la ficción”.10 El escritor se toma licencias: un mismo acontecimiento se aborda de
manera distinta mediante voces polifónicas, con diferentes enfoques, permitiendo una mayor
recreación. En Colombia esa tendencia tuvo sus primeros síntomas con La Casa Grande (1962) de
Álvaro Cepeda Zamudio, y se consolidó de modo definitivo en 1970 con Los Cortejos del diablo de
Germán Espinosa, para luego tomar un nuevo aliento con la celebración del quinto centenario del
Descubrimiento de América, y últimamente con la del Bicentenario de la Independencia.

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