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Fue ante la invasión de estas formas que tragedia y comedia empezaron a competir
multiplicando los efectos escénicos. Se enriquecieron los escenarios, el vestuario, el
aparato escénico buscando pompa y realismo. Esto para satisfacer al público que
gustaba de escenas fuertes, con sangre y torturas, con escenas sexuales. Este,
entregado a los placeres del presente, inmerso en una realidad apolítica, sólo estaba en
condiciones de disfrutar de los temas cotidianos que fueron decayendo cada vez más; no
había el ambiente de libertad o responsabilidad colectiva ni siquiera el orgullo de
pertenecer al imperio más grande del mundo conocido, nada era propicio para la
presentación de dramas. Por eso, se produjo la decadencia del género dramático del que
sólo sobrevivieron las formas más elementales, entre ellas el mimo. Sus actores
ambulantes habían tomado todo lo que quedaba de una larga tradición. Transmitieron
como pudieron su habilidad a sus sucesores de la Edad Media. Cuando aparecen los
estados primitivos de Europa, aparece de nuevo el drama, heredero del de Roma.
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conflictos entre las fuerzas antagónicas del bien y del mal, junto con el sufrimiento del
protagonista.
Habiendo definido la tragedia y sus partes, da Aristóteles posibles argumentos
que no servirían para una tragedia: 1) un hombre bueno no puede pasar de la felicidad a
la tragedia ni 2) un malvado de la miseria a la felicidad ni 3)el muy perverso debe caer
de la dicha en desgracia; el 1) porque sería odioso, no podría ser que alguien sin culpa
cayera miserablemente, sería sentido como injusticia; el 2) no entraría en el concepto de
tragedia; el 3) no moverá a piedad ni a temor, sería sentido como justo. La piedad la
ocasiona la desdicha inmerecida y el temor la de un personaje que se parezca algo a
nosotros. Así llega a definir al héroe: un hombre que no se destaque demasiado en
virtudes y justicia, pero cuyas desgracias le sobrevengan no por causa de vicios o
depravación sino por algún error de juicio y que pertenezca al grupo de los que gozan
de gran reputación y prosperidad. Es decir, el héroe trágico no debe ser una mera
víctima de las circunstancias externas sino que ha de haber contribuido él mismo a su
propia caída; esa contribución será la de haber cometido algún error, pues en todo lo
demás seguirá siendo un hombre bueno, un tipo con el que podamos simpatizar e
identificarnos y al cual compadezcamos en su desdicha, sintiéndola como
desproporcionada a su error inicial.
Aristóteles destaca dos elementos necesarios en la fábula trágica:1) el carácter
del héroe, que deberá ser un hombre predominantemente bueno pero con defectos, no
un dechado de virtudes y 2) el incidente de la trama que precipita la caída del héroe,
incidente que deberá ser un error. El héroe tiene defectos que contribuyen a su error
pero la ironía trágica consiste en que esos defectos de por sí solos no le habrían
provocado la desgracia de no haber cometido él ese error.
El héroe debe ser bueno como para ganar nuestra simpatía y movernos a
conmiseración, debe ser considerado superior por el espectador. La grandeza de la
tragedia estriba precisamente en que un hombre tan bueno tenga, sin embargo, que
cometer un error. Sus faltas han de ser sólo las necesarias para que veamos en él a un
ser ce nuestra misma naturaleza. De esta posibilidad de identificación de destinos
proviene el efecto catártico de la tragedia.
Bibliografía: