Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Structure et théologie des récits de la Passion dans les évangiles synoptiques, Nouvelle
Revue Théologique, 89 (1967) 135-163
Los evangelios han sido redactados por quienes se sentían, ante todo, "testigos de la
resurrección". De ahí que resulte extraña la insistencia que se hace en la pasión. ¿No
hubiera sido mejor dejarla en la penumbra e insistir en los aspectos positivos de la
existencia de Jesús? La fe pascual, sin embargo, no ha conducido a una religión de
evasión. Y la importancia atribuida a la pasión caracteriza la revelación de Cristo y le da
autenticidad divina: el mensaje cristiano no es una construcción mítica que permita
olvidar lo real. En los relatos de la pasión Dios se nos manifiesta como Aquel que no
escamotea las realidades de nuestra existenc ia -por más duras que sean- y nos enseña,
así, a adherirnos plenamente a ellas.
El relato de la pasión difiere bastante del resto del evangelio. Frente a los episodios de
la vida pública de Jesús, que fácilmente se pueden desligar unos de otros, la pasión
forma un conjunto coherente e íntimamente articulado. Esto hace suponer que, desde un
principio, el relato de la pasión ha sido objeto de una atención especial y ha sido
considerado como un todo orgánico.
La comparación de los sinópticos con Juan confirma esta suposición: aunque el cuarto
evangelio difiere considerablemente de los sinópticos los relatos de la pasión coinciden
tanto en la elección de los episodios como en el orden general de la narración a partir de
Jn 11, 47. La conformidad se hace aún más sustancial a partir del prendimiento de Jesús
(Jn 18, 3). Parece, pues, que en la tradición de la Iglesia primitiva se formó muy pronto
un relato que comenzaba con el prendimiento; o, al menos, un esquema que fijaba las
líneas esenciales. Los distintos grupos apostólicos completaron de modo diverso este
primer esquema según las fuentes particulares de que disponían y las necesidades de
aquellos a quienes iba destinado.
Omitiendo los preludios de la pasión (complot, unción en Betania, última cena, agonía)
analizaremos el relato a partir del prendimiento, primer episodio de la pasión
propiamente dicha. Nuestro examen comenzará siempre por el evangelio de Marcos,
actualmente tenido por anterior a la redacción actual de Mateo y Lucas. El esquema
ALBERT VANHOYE, S. I.
general se puede establecer así: prendimiento (Mc 14, 43-52), proceso judío (Me 14,53-
15,1) y romano (Mc 15, 2-20), ejecución por el suplicio de la cruz (Mc 15, 20-41) y
sepultura (Mc 15, 42-47). En este esquema coinciden todos los evangelistas, pero
difieren en la organización interior de cada parte.
EL PRENDIMIENTO DE JESÚS
Preocupado por expresarse bien, Mt en su narración mantiene un tono más igual, digno
y claro. En lugar de emplear un simple pronombre (cfr. Mc 14, 45-46) designa a Jesús
con más respeto por su nombre (26, 49-51) cuatro veces. Evita los descuidos de estilo,
frecuentes en Me y las ambigüedades: la expresión "uno de los presentes" (Me 14, 47)
no precisa si se trata de un amigo o de un enemigo; Mt dice: "uno de los que estaban
con Jesús" (26, 51). Me 14, 50 puede dar la impresión de que son los enemigos quienes
huyen, ya que Jesús acaba de dirigirse a ellos; Mt 26, 56 precisa que se trata de sus
discípulos.
El evangelista ilumina los hechos por medio de palabras. Jesús habla a Judas (26, 50) y
en sus palabras se puede captar una reveladora alusión al salmo 55 (vv 13, 14, 21, 22).
Habla al discípulo que ha herido con la espada y le explica extensamente la táctica
divina (26, 52-54). Habla, por fin, a la multitud. Asimismo, Mt ilumina el sentido
teológico de la escena del prendimiento mostrándonos a Jesús que elige con pleno
conocimiento de causa y con toda libertad el camino de la humillación. Jesús rehúsa
oponerse a la violencia con la violencia, pues esta táctica, lejos de salvar a los hombres,
los encierra en un círculo infernal (26, 52). Jesús no busca una intervención milagrosa
del poder divino -aunque no duda poder obtenerla (26, 53)- pues sabe que ese no es su
camino: ha llegado la hora en que deben cumplirse las escrituras (26, 54.56).
Lo más notable es el modo que L tiene de hablar de Jesús. Como se le hace duro decir
que el traidor le besó, usa una fórmula indirecta: "se acercó a Jesús para besarle" (22,
47). En cambio, una palabra de Jesús revela su clarividencia y subraya, al mismo
tiempo, la odiosidad del proceder de Judas: "¡Con un beso entregas al Hijo del hombre!"
(22, 48). Aviso extensivo a cada cristiano ante las infidelidades para con su Señor. Le
evita insistir sobre el hecho del prendimiento. Sólo lo menciona de pasada (22, 54).
Atenúa toda brutal afrenta a la dignidad humana de Jesús, al mismo tiempo que tiende a
mostrar su grandeza moral.
EL DOBLE PROCESO
Los sinópticos no pretenden narrarnos todo el desarrollo del proceso. Escogen los
elementos que, a la luz de la resurrección, han sido comprendidos por la primitiva
tradición como los más importantes y que, por este motivo, han sido incluidos en la
catequesis.
El proceso judío
Me distingue dos tiempos: la instrucción del proceso (14, 53-64) y la sesión del consejo,
para la cual usa un término jurídico: "habiendo formado un consejo" (15, 1). Sin
embargo, relata las acusaciones contra Jesús a partir de la instrucción del proceso, por lo
que esta perícopa se convierte en la principal del conjunto. Mt insiste aún más en la
misma perspectiva dando a la pregunta del sumo sacerdote la forma de conjuración
solemne (26, 63). Lc se interesa sólo por la presencia de Jesús ante el tribunal al día
siguiente y no por el interrogatorio de la noche anterior cuyo valor jurídico le parece
dudoso.
ALBERT VANHOYE, S. I.
La composición de Mc está basada en el contraste: se busca darle muerte (cfr. 14, 55),
pero no se hallan cargos contra él. De las múltiples acusaciones el evangelista retiene
únicamente la concerniente a la destrucción del templo, haciendo notar que tanto en este
punto como en los otros, los testimonios no se ponían de acuerdo. Finalmente tras la
pregunta del sumo sacerdote, Jesús declara solemnemente su mesianismo trascendente.
La instrucción del proceso conduce a revelar la suprema dignidad del acusado en lugar
de mostrar su culpabilidad. Además, la revelación de la personalidad de Jesús no
encuentra ningún eco positivo ni suscita la menor adhesión. Al contrario, se le llama
blasfemo, se le declara "reo de muerte", se le maltrata y ultraja. El más apasionado de
sus discípulos le niega, sus enemigos le atan como a un malhechor para entregarle a
Pilato. La afirmación que Jesús hace de su dignidad y los malos tratos que recibe
forman un contraste paradójico que Mc tiene interés en poner de relieve.
El proceso romano
La pregunta de Pilato nos dice que el proceso romano es el proceso del "Rey de los
judíos". Este título aparecerá más de una vez en los labios del jerarca (15, 9.12) y será
usado también por los soldados romanos (15, 18). En este extraño proceso son los
judíos quienes se encarnizan contra su propio rey, que no responde nada (15, 3-5).
La intención doctrinal y eclesial aparece clara: se trata, una vez más, de las relaciones
entre Cristo y el pueblo de Israel. Cuando la mujer del pagano intercede por el "justo",
la hija de Sión exige a gritos la muerte del Mesías, de su Cristo. La responsabilidad que
Pilato rehúsa la toma sobre sí "todo el pueblo" de la antigua alianza. Este hecho marca
un giro en la historia de la salvación: en adelante, para entrar en el Reino de Dios cada
israelita deberá convertirse y agregarse a la nueva alianza fundada en la sangre de Jesús
(26, 28).
Esta descripción de la actitud de Pilato refleja, sin duda, la lealtad de Le hacia Roma;
pero, sobre todo, le sirve de ocasión para subrayar vigorosamente la total ausencia de
culpabilidad en Jesús. El discípulo fiel no se cansa de insistir sobre este punto, base de
su veneración por el Cristo sufriente. Lc sabe también que existe ahí una importante
lección para los cristianos: si son conducidos ante los tribunales lo serán a ejemplo de su
maestro, únicamente por fidelidad a la voluntad de Dios.
1) Requerimiento de Simón de Cirene (15, 21) : aunque por el lugar que ocupa podría
sugerir la idea de asociación a los sufrimientos de Jesús, las precisiones que aporta Mc -
citando los nombres de los hijos de Simón- nos dicen que su intención es la de presentar
unos testigos que puedan ser interrogados y garantiza r la realidad de los hechos. Para el
evangelista, los acontecimientos desconcertantes de la historia de la salvación están
inscritos objetivamente en la historia humana.
3) Burlas (15, 29-32) : no se relacionan con el proceso romano sino con el judío, del que
se toman casi todos los elementos. El primer grupo de insultantes - los que pasan por
allí- corresponde al desfile de los falsos testigos e insisten en la misma acusación: Jesús
ha pretendido destruir el templo y reconstruirlo en tres días. Los del segundo grupo -
sumos sacerdotes y escribas- vuelven al tema de la declaración mesiánica de Jesús, "el
Cristo, el Rey de Israel". Sin embargo, no se menciona la filiación divina pues Mc ha
reservado para el final (15, 39 este elemento decisivo. En este contexto de irrisión, los
hechos no cuadran con las pretensiones de Jesús.
Desde el punto de vista humano, sería necesario que descendiera de su cruz (15, 30.32)
y, escapando de la muerte, construyera un templo nuevo y venciera a sus adversarios
ALBERT VANHOYE, S. I.
manifestando sus poderes de Mesías. El evangelista sabe que esta moda de ver es falso.
Con Mc sufrimos el impacto de la realidad y nos sumimos en la oscuridad del misterio.
4) Tinieblas (15, 33-36): es la hora del juicio de Dios. En esa atmósfera abrumadora el
grito de Jesús parece dar la razón a los que le insultan. Dios no abandona al templo de
Jerusalén, sino a Jesús. La humanidad de Jesús es víctima como de una execración, lo
opuesto a una consagración. Es el misterio del paroxismo de la prueba que condiciona la
perfección del don. Esta execración conduce, de hecho, a la plena manifestación del
Hijo de Dios que cumple la voluntad del Padre. La entrega de Jesús al Padre, del Padre
a Jesús y de Dios a los hombres se cumple en este acontecimiento tenebroso: "Yahvé
quiere habitar en densa nube" (1 Re 8, 12; 2 Par 6, 1). Los que asisten a la escena no
comprenden nada. La última posibilidad de salvación, irónicamente sugerida, tampoco
se realiza: Elías "designado para calmar la ira" (Ecli 48, 10), no interviene. Jesús ha de
beber el cáliz hasta las heces.
5) Muerte de Jesús (15, 3739) : tras expirar parece que todo haya terminado
negativamente. En realidad, todo se ha cumplido. Dos signos dan testimonio de ello. El
primero concierne al templo: el velo del mismo se rasga en dos ( 15, 38); el segundo
consiste en una profesión de fe que la muerte de Jesús hace brotar de los labios del
centurión: "verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (15, 39). Estos signos fijan,
de manera inesperada, el sentido del acontecimiento.
6) Mención de las mujeres (15, 40-41): al igual que Alejandro y Rufo las mujeres tienen
el valor de testigos que pueden ser interrogadas sobre lo acontecido.
1) La persona de Jesús
La pregunta del sumo sacerdote -si Jesús era "el Cristo, el Hijo del Bendito"- se refería a
las promesas mesiánicas ("Cristo" y "Mesías" son sinónimos). Jesús se afirma Mesías,
Hijo de Dios, pero en un sentido que es juzgado blasfemo por el sanedrín. La razón está
en que Jesús une las expresiones del salmo 110 -que conciernen al Mesías- y las de
Daniel -que evocan un Hijo de ho mbre- y así su respuesta cobra, de hecho, una plenitud
inusitada que no se halla en cada uno de los pasajes citados.
El salmo 110 se sitúa en la línea del mesianismo davídico. Invita al rey de Sión a
sentarse a la derecha de Dios; pero esta expresión podría comprenderse como una
ALBERT VANHOYE, S. I.
participación terrestre del poder de Dios: el rey establecido en Sión ocupa "el trono del
reino de Yahvé sobre Israel" (1 Par 28, 5). Aunque la tradición mesiánica tendía a
relacionar cada vez más al rey-Mesías con Dios mismo, ningún texto del AT confería al
Mesías una igualdad real con Dios en el plano celeste.
2) La obra de Cristo
imprevista, la acusación sobre la destrucción del templo (14, 58). Muestra, al mismo
tiempo, que esta destrucción está relacionada con la muerte de Jesús. Entre el cuerpo
mortal de Jesús y el "santuario hecho por hombres" (14, 58) existe una misteriosa
solidaridad: porque el templo - manchado por el pecado de los hombres (11, 17)- estaba
destinado a la destrucción, la naturaleza humana de Jesús ha sufrido la muerte; e
inversamente, ya que el pecado de los hombres ha conducido a la muerte a Jesús, el
templo terrestre no podrá subsistir en adelante y el antiguo orden de cosas perecerá con
él. El antiguo templo será reemplazado por "otro no hecho por hombres" (14, 58). La
palabra del centurión prefigura la adhesión de los paganos a la fe y su entrada en el
nuevo templo, "casa de oración para todas las gentes" (Mc 11, 17, citando a Is 56, 7). La
predicción prevé una demora de tres días en la que se evoca el misterio de la
resurrección: el templo no hecho por mano humana es el cuerpo de Cristo resucitado.
Mc nos hace comprender que la muerte de Jesús -como acto supremo de obediencia
filial- realiza la unión perfecta de su humanidad con Dios y conduce a la formación del
hombre nuevo. La resurrección fundamenta positivamente el nuevo templo al que se
entra por la fe.
El tema del templo está en conexión con el oráculo mesiánico de Natán: no será David
quien construya una casa a Yahvé, sino que será Dios quien le suscitará un descendiente
que edificará el templo de Dios (2 Sam 7, 2-17). La relación establecida desde entonces
entre el Hijo de David y el templo de Dios no cesa de estar presente en la tradición de
Israel. A pesar de la catástrofe del año 587, la promesa de Dios conserva su validez
como lo atestiguan Jeremías (33, 14-22) y Ezequiel (37, 25-28). A la vuelta del exilio,
es un descendiente de David, Zorobabel, quien inicia la reconstrucción del templo; y
cuando el Cronista reinterpreta la historia de Israel lo hace centrándola en la
descendencia davídica y en el templo de Jerusalén. El relato de la pasión constituye el
testimonio de esta larga tradición sintetizando todos sus elementos. El tema del templo
es inseparable del mesiánico.
La muerte de Jesús no es concebida por el evangelista como punto final, sino como
punto de partida. La mención de las mujeres (15, 4041) sugiere ya la cercanía de la
resurrección; sus mismos nombres aparecerán al comienzo del relato de Pascua (16, 1).
El relato de la sepultura confirma el mismo nexo entre muerte y resurrección. En efecto,
atestigua formalmente la realidad de la muerte -confirmada ante Pilato por el centurión
y subrayada por el empleo, en griego, del término "cadáver" (15, 4445)- y nos conduce
a la tumba: volviendo entonces a nombrar a las dos Marías (15, 47) nos prepara para la
mañana de Pascua.
La composic ión de Mt difiere muy poco de la de Mc, y en ella se hallan las mismas
correspondencias internas. En la mención de Simón de Cirene, Mt es más sobrio. Pero,
ALBERT VANHOYE, S. I.
El tercer evangelista se aparta considerablemente del esquema de Mc, pues quiere poner
de relie ve otros aspectos. El marco del relato es revelador ya que Lc no presenta a
Simón de Cirene ni a las mujeres corno testigos, sino como ejemplos que entusiasman al
cristiano a asociarse de cerca a la pasión de su salvador. Así, diciéndonos que le
ALBERT VANHOYE, S. I.
"cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús" (23, 26), la imagen de Simón
constituye para cada discípulo un recuerdo de su vocación de seguir a Cristo. En cuanto
a las mujeres, la atención no se centra en su identidad - no se mencionan sus nombres-
sino en su actitud. Las palabras que Jesús dirige al grupo de las que se lamentan
contienen una llamada a la verdadera conversión: "No lloréis por mí, llorad más bien
por vosotras" (23, 28), al mismo tiempo que una puesta en guardia ante los castigos de
Dios: "Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?".
Jesús da en la cruz ejemplo del perdón de las ofensas (23, 34) empezando a cumplir Él
mismo su precepto de amor a los enemigos. Lc dispone las burlas (23, 35-39) en un
orden diferente y consigue una nueva perspectiva. Hay una gradación descendente en la
dignidad de los personajes. En primer lugar, vienen los "jefes" que evocan la
declaración del proceso judío: "Si Él es el Cristo de Dios, el elegido". Después se
acercan los soldados que utilizan los cargos del proceso romano: "Si tú eres el Rey de
los judíos...". Por fin, los insultos de uno de los malhechores. Pero la situación
experimenta un cambio: uno de los malhechores rehúsa asociarse a los ultrajes del otro,
confiesa su culpabilidad y, reconociendo la inocencia de Jesús, expresa en una humilde
petición su actitud de fe. Lc atestigua así la eficacia del sacrificio de Jesús que
transforma al mundo produciendo la conversión. Cada cristiano es invitado a considerar
los sufrimientos de Jesús y hacer un examen de conciencia: "Nosotros... nos lo hemos
merecido... pero Éste nada malo ha hecho" (23, 41). La cruz de Jesús hace surgir de
nuevo una confianza de niño: "Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino". Y la
respuesta de Jesús muestra que esta confianza está plenamente fundada: el Crucificado
abre las puertas de la misericordia y realiza en un plano distinto lo que el primer ladrón
le desafiaba a hacer: "¡Sálvate a ti y a nosotros!" (23, 39).
Le no insiste -como Mc y Mt- en que Jesús es el Hijo de Dios pero muestra más
claramente que ellos la actitud filial de Jesús que muere invocando el nombre del
"Padre" (23, 46). La exclamación del centurión no hace sino constatar que "este hombre
era justo" (23, 47). En los últimos versículos, Lc pone el acento en las repercusiones
interiores de los acontecimientos y en todo lo que concierne a las relaciones personales
con Cristo. Por eso termina sugiriendo una actitud de contemplación e insiste en la
eficacia de la cruz para la conversión de los corazones (23, 48-49). En el relato de la
sepultura Le subraya la integridad moral de José de Arimatea y la devoción de las
mujeres. Este último detalle prepara inmediatamente el relato de la resurrección.
Conclusión
Los tres sinópticos, elaborando cada uno a su manera los materiales que les transmitió la
tradición, han sabido desentrañar admirablemente sus riquezas. M insiste en el contraste
de los hechos, Mt muestra a Cristo a la luz de la fe y define la situación de la Iglesia, Lc
ALBERT VANHOYE, S. I.
considera especialmente la relación personal con el Señor Jesús. En cada uno de ellos el
relato de la pasión y muerte de Jesús constituye una realización positiva que, según las
escrituras, revela la persona y termina la obra de Jesús. Los evangelistas, a la luz de la
resurrección, han visto en la muerte de Jesús el hecho que transforma nuestro mundo y
lo abre a la irrupción de la gloria de Dios (Me lo reconoce en dos signos, Mt
describiendo las repercusiones cósmicas y Lc evocando las conversiones).