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ué hay en unas pelotas de metal pulido y una bolsa de polvo blancuzco para que sean capaces de

aniquilar una gran ciudad?

La gente suele tener dos reacciones cuando observa por primera vez las tripas de un arma
termonuclear, no necesariamente excluyentes entre sí. La primera es el sobrecogimiento: hasta el
más zoquete intuye que no se halla ante una cosa corriente, sino ante un poder inquietante,
asombroso y letal. La segunda es la decepción, porque aquello tiene las pintas de una poca
chatarrería como la que podrías encontrar en cualquier garaje. Cuencos, tubos y aros de metal
pulido. Moldes de una especie de gel amarillento, que recuerdan vagamente a las formas de un
balón de fútbol. Otros, de poliestireno (sí, poliestireno común). Y los consabidos cables y circuititos
electrónicos. Todo lo cual cabe perfectamente encima de una mesa cualquiera.

Entonces, el cachondo de tu guía podría decirte: "no, no, lo que explota es eso de ahí". Y tú
mirarías, claro. Ahí, dentro de unos contenedores similares a neveras de camping, verías tres tipos
de objetos. El primero, unas esferas metálicas pulidas muy parecidas a bolas de petanca. El
segundo, una bolsa de polvo blanco. El tercero, una especie de termo de café pequeño.

–¿Eso es todo? –preguntarías, quizás.


–Eso es todo –te contestarían.
–¿Con eso puedo matar a cinco millones de personas?
–Como si jamás hubieran existido.
Si eres del tipo valiente o al menos curioso, a lo mejor te daba por acercarte al primero de los
objetos. Descubrirías que es sólo lo que parece: pelotas de metal muy pesado, tibio al tacto. Y a lo
mejor preguntabas con algún escalofrío en la voz:

–¿Esto es...?
–Sí. Eso es plutonio. Aunque envuelto en berilio.
–¿Y por qué está caliente?
–Porque es radioactivo. Pero no te preocupes: ahora está en fase alfa, no pasa nada.

A menos que seas del tipo especialmente valiente, lo más normal es que apartes la mano en ese
mismo instante, claro. Entonces, puede que el graciosillo que te hace de guía te lance a los brazos la
bolsa de polvo blanco. Igual te asustas y esperas un golpe, pero cuando te cae en las manos
descubres que no pesa nada. Es sólo un polvo tenue, muy fino, muy blanco, inocente. Ni frío, ni
caliente, ni fresco, ni tibio. Neutro. Seco. Tu acompañante levanta en su mano el pequeño termo de
café y lo pone ante tus ojos.

–¿Y esto qué es? –te atreves a preguntar, aunque con un temblor indefinible desde la coronilla hasta
la horcajadura.
–Esto es la materia de la que están hechas las estrellas –te contestan.
–No j*das.
–Lo que oyes. Eso que tienes en las manos es deuteruro de litio. Lo llamamos liddy. Y lo que hay
aquí dentro es tritio: un gas. Todo son isótopos del hidrógeno y del litio. Con esto puedes encender
una estrella sobre una ciudad.
–Ah.

Es posible que sientas la tentación de dejarlo todo en su sitio y salir corriendo de allí dando
educadamente las gracias pero tan deprisa como te permitan tus piernas. O igual te puede la
curiosidad –o el morbo, vamos– y te quedas un poquito más. Sólo un poquito más, ¿eh? Por interés
cultural. Científico. ¡Nadie lo duda! Tu guía, que seguramente llevará un uniforme militar o una
bata blanca, sonríe. Ya eres de los nuestros, piensa. Pero sólo dice:

–¿Te gustaría saber cómo funciona?

Fisión.

El corazón de un arma nuclear moderna es tan solo una esfera hueca de plutonio-239 supergrade al
99% o más, normalmente envuelta en otra concéntrica de berilio. Si es un arma muy avanzada,
contendrá menos de tres kilos de plutonio; con lo denso que es, eso te cabe en el puño aunque seas
de manos pequeñas. Hueca y todo, no es más grande que una bola de petanca. Si fuera de mediana
tecnología, serán unos cuatro o cinco kilos y un poco mayor, como una pelota de voleibol. La
bomba de Nagasaki usó 6,2 kg.

Todas estas cifras son inferiores a la masa crítica del plutonio-239 a temperatura y densidad
corrientes, que es de aproximadamente diez kilos. Recuerda esto de la temperatura y densidad,
porque va a ser importante. ¿Y qué es esto de la masa crítica? La masa crítica es la cantidad de
material fisible –normalmente uranio-235 o plutonio-239– necesaria para que éste inicie una
reacción en cadena espontánea. Vamos a ver qué es esto de la reacción en cadena.

Todas las sustancias radioactivas son inestables. Esto quiere decir que sus átomos tienden a emitir
energía –la radioactividad propiamente dicha– en forma de ondas y partículas (¿recuerdas los
fundamentos de mecánica cuántica?). Algunas sustancias, además de radioactivas, son fisionables.
Es decir, que los núcleos de sus átomos son tan grandes e inestables que pueden partirse con
facilidad y de hecho lo hacen; por ejemplo, el uranio-238 o el plutonio-240. Cuando el núcleo de un
átomo se parte, se convierte en núcleos más pequeños y libera energía como estas ondas y
partículas.

¿Qué es lo que hace que un núcleo fisione, es decir, se rompa? No gran cosa. Ocurre
constantemente en la naturaleza, por simple probabilidad cuántica o cualquier estímulo exterior. Los
núcleos grandes e inestables tienden a romperse y, según una determinada probabilidad, lo hacen a
todas horas. Por ejemplo, la mayor parte del uranio existente en la naturaleza ha fisionado ya a lo
largo de los últimos miles de millones de años, y por eso es tan raro en la actualidad. Esto se llama
fisión espontánea, y va ocurriendo a su ritmo. En la imagen de la derecha, un núcleo de uranio-235
absorbe un neutrón, se convierte en uranio-236 altamente inestable y fisiona en dos elementos
nuevos, kriptón-92 y bario-141 (sí, como en la transmutación de los alquimistas). Al hacerlo, libera
varios neutrones más y una cantidad importante de energía en forma de radiación.

Algunas sustancias en particular, además de radioactivas y fisionables, son fisibles. Fisible significa
que fisionan intensamente y además de una manera especial. Lo hacen fragmentándose en núcleos
mucho más pequeños y emitiendo neutrones rápidos, muy energéticos (como el núcleo de U-235 de
la imagen). Tan energéticos, que desestabilizan rápidamente los demás átomos que haya alrededor.
Entonces, estos resultan estimulados para fisionar también, y así una y otra vez, en una reacción en
cadena que se va amplificando cada vez más. Los dos elementos más fisibles del universo conocido
son el uranio-235 y el plutonio-239. Por eso son los que se usan como combustible en las centrales
nucleares. Y como explosivo en las armas atómicas.
Sin embargo, la reacción en cadena se interrumpe rápidamente si no hay bastante material
alrededor. Esto se debe al sencillo hecho de que los átomos de la materia están enormemente
separados entre sí –la inmensa mayoría de lo que ven tus ojos y tocan tus manos es espacio vacío,
aunque no lo parezca–. Por ello, la mayor parte de los neutrones que surgen en estas fisiones
espontáneas no llegan a alcanzar otros núcleos fisibles y se pierden hacia el exterior en forma de
radiación neutrónica. Es preciso acumular una cierta cantidad de material para que haya muchos
núcleos fisibles por todas partes, la probabilidad de que los neutrones alcancen alguno de ellos
aumente y la reacción se mantenga a sí misma.

Esto es la masa crítica: la cantidad de material fisible que necesitas acumular para que se produzca
una reacción en cadena sostenida. Cuando usas uranio-235, esta cantidad es de 52 kilos. Usando
plutonio-239, es de sólo diez kilos. Por eso, las bombas de plutonio son mucho más pequeñas y
ligeras que las de uranio, lo que facilita su uso militar práctico. A la izquierda, vemos una masa
subcrítica (arriba) donde la mayor parte de los neutrones escapan; una masa crítica (al medio) donde
hay reacción en cadena sostenida; y una masa también crítica (abajo) que, a pesar de ser tan
pequeña como la primera, está envuelta en un reflector neutrónico (como el berilio) y eso le permite
alcanzar criticidad.

Porque, ¡un momento! Hemos dicho que una bomba de plutonio usa 6,2 kg en sus versiones más
primitivas y menos de tres en las modernas. Entonces, ¿cómo puede producir una de estas
reacciones en cadena? ¡No hay material suficiente!

Aquí radica, precisamente, la genialidad de un arma de fisión. Sí, es genialidad, qué demonio. Por
no contener suficiente material para producir una reacción en cadena sostenida, la bomba es segura
por completo en condiciones ambientales normales. Puedes usar la pelota de plutonio como bala de
cañón y no pasará gran cosa; sólo causarás un poco de contaminación por los alrededores, más
tóxica que radioactiva (el plutonio es muy venenoso).

El plutonio es mejor que el uranio por otra razón. Aunque su procesado metalúrgico resulta mucho
más difícil que el del uranio –lo que requiere el uso de tecnologías industriales más avanzadas–, su
emisión de neutrones por fisión espontánea es baja. Esto significa que tarda más en iniciar la
reacción en cadena, pero cuando lo hace, lo hace más de golpe. Más explosivamente, como si
dijéramos.
La pequeña explosión, la gran explosión.

En primer lugar, tomamos la esfera hueca de plutonio-239 y la envolvemos en otra concéntrica de


berilio. El berilio no es fisionable, ni fisible, ni siquiera radioactivo. Está ahí porque constituye un
reflector neutrónico de primera. Es decir: cuando recibe los neutrones rápidos del plutonio que hay
dentro, tiende a devolvérselos e incluso añadir unos cuantos más. Esto ayuda a sostener la reacción
en cadena, pues los neutrones que escapan de la misma al exterior resultan rebotados de vuelta al
interior.

Entonces, tomamos esta esfera hueca de plutonio-berilio y la rodeamos a su vez con un explosivo
convencional en una disposición muy similar a las costuras de un balón de fútbol. Hoy por hoy, este
explosivo es habitualmente TATB, por tres razones: resulta extremadamente estable –lo que reduce
el riesgo de detonación accidental–, la onda de choque que produce es muy simétrica (va a avanzar
como una esfera perfecta hacia fuera y hacia adentro; recuerda esto de hacia adentro), y su
velocidad de detonación es alta, para completar el proceso muy deprisa. Por lo demás, es un
explosivo corriente de la familia de los nitrobencenos / nitrotoluenos (como el TNT).

Antiguamente, pondríamos en el centro de la esfera hueca una bolita de polonio-berilio o algo así,
como fuente neutrónica; hoy en día, se usa gas de deuterio/tritio, dos isótopos del hidrógeno. Lo que
estamos intentando es, en esencia, ultracomprimir bruscamente la esfera hueca de plutonio de tal
modo que quede atrapada entre una fuente neutrónica –la bolita de polonio o el gas– y un reflector
de neutrones –la funda de berilio–; de tal modo que aumente enormemente su densidad, su
temperatura y su flujo neutrónico. Porque entonces la masa crítica efectiva se reduce de golpe y
cae de los diez kilos en condiciones normales a mucho menos de tres kilos, con lo que se volverá
supercrítica instantáneamente. ¡Ojo, que esta es la clave! Vamos a explicarlo un poquito mejor:
Dijimos que la masa crítica del plutonio es de unos diez kilos en condiciones normales de densidad
y temperatura. Pero resulta que la masa crítica es inversamente proporcional a la densidad, la
temperatura y la cantidad de neutrones rápidos que haya circulando por dentro. Cuanto mayor es la
densidad, la temperatura y el flujo neutrónico, menor es la masa crítica. Si conseguimos comprimir
muy deprisa la esfera hueca de plutonio en forma de una esfera compacta a alta temperatura,
presión y flujo neutrónico, el plutonio saltará rápidamente de ser muy subcrítico a ser muy
supercrítico, lo que iniciará una reacción en cadena sostenida e instantánea de alta energía hasta
que el material se agote o disperse por la propia explosión resultante. Como además –dijimos más
arriba– al plutonio le cuesta un poquito empezar a emitir neutrones, cuando empiece a suceder
sucederá de golpe, en avalancha, formando un pico de energía más breve pero más intenso que el
del uranio. (En la imagen de la izquierda, 5,3 kg de plutonio-239 militar supergrade al 99,96%,
antes de su procesado metalúrgico; suficiente para volar una ciudad).

Evidentemente, la manera más práctica de comprimir deprisa un material es rodeándolo con un


explosivo de detonación rápida y haciéndolo estallar. Estos eran los moldes de material amarillento
que vimos encima de la mesa al principio. Dispuestos alrededor de la esfera de plutonio-berilio y
detonados con mucha precisión –para eso eran los cables y circuitos electrónicos– van a provocar
una onda de choque esférica y muy rápida que avanzará hacia el exterior –como en cualquier otra
explosión– pero también hacia el interior, en lo que denominamos una implosión. De hecho, a toda
esta clase de armas se las llama de detonación por implosión.
¿Estamos listos para volar algo serio? Pues vamos allá. Atención, porque va a ocurrir todo en pocos
microsegundos:

1. Nosotros nos limitamos a activar los detonadores exteriores del explosivo


convencional, y ya no tenemos que hacer nada más. De lo único que tenemos que
asegurarnos es de que la detonación sea muy precisa, pues de lo contrario la onda de
choque será asimétrica y el material no implosionará perfectamente hacia el centro.
2. El explosivo convencional que envuelve la esfera de plutonio-berilio estalla. La parte
de la onda de choque que viaja hacia el interior comprime violentamente la esfera hueca
hacia su centro geométrico, aumentando su densidad y temperatura a alta velocidad.
3. El hueco interior desaparece. La esfera es ahora sólida y se está ultracomprimiendo
contra la fuente neutrónica interior.
4. Si la bomba está bien diseñada y ejecutada, ocurren cinco fenómenos
simultáneamente en menos de un microsegundo:

• El plutonio se vuelve supercrítico, con lo que ya puede iniciar la reacción en cadena.


• La fuente neutrónica del centro se activa por temperatura/presión e inunda instantáneamente
el plutonio con neutrones rápidos que lanzan la reacción en cadena por todas partes a la vez.
• La reacción en cadena del plutonio se inicia en avalancha. Comienza a producirse energía.
• La esfera exterior de berilio rebota los neutrones que intentan escapar de nuevo hacia el
interior.
• Todo esto coincide con el pico máximo de presión ocasionado por la onda de choque del
explosivo convencional, con lo que la reacción, en vez de disgregarse, se concentra cada vez
más.
5. Se produce una reacción en cadena instantánea de alta energía durante un cuarto de
microsegundo. El centro geométrico del arma salta de golpe a estado plasmático, con
una temperatura equivalente a cientos de miles de grados centígrados, con lo que la
reacción se embala aún más.

6. Estas reacciones producen una violenta oleada de radiación fotónica electromagnética


–luz visible, radiofrecuencia, infrarrojos, gamma, rayos X– que escapan al aire
circundante a la velocidad de la luz. Se inicia el destello más brillante que un sol.
Conforme la funda de berilio termina de desintegrarse durante otro cuarto de
microsegundo, se le unen los neutrones rápidos que escapan de las reacciones en cadena
en forma de radiación neutrónica.

7. La energía así generada comienza a disgregar el material y supera por muchos


órdenes de magnitud la "energía implosiva" producida por el explosivo convencional,
que se torna irrelevante en comparación. El plutonio que no ha fisionado todavía se
vuelve de nuevo subcrítico y la reacción en cadena se interrumpe.

En menos de cinco microsegundos, el fenómeno ha finalizado y tenemos un cogollo de alta energía


ultraconcentrada que se irradia velozmente en todas direcciones; la mayor parte, a la velocidad de la
luz. Cuando esto ocurre dentro de la atmósfera, lo que hay en todas direcciones es,
fundamentalmente, aire. Este aire absorbe parte de la radiación ultravioleta, parte de la gamma y
casi todos los rayos X.

Como consecuencia, el aire se calienta en forma de una burbuja que se expande a varias decenas de
millones de grados centígrados; esto se conoce como esfera isotérmica y brilla como cientos de
millones de soles, desintegrando súbitamente todo lo que esté a su alcance. Cualquier persona que
mire en su dirección quedará ciega al instante. Unos cien microsegundos después, su temperatura ha
descendido a 300.000 ºC y ya sólo brilla como diez millones de soles; entonces, comienza a
formarse una onda de choque en su superficie. Esto es la separación hidrodinámica. Esta onda de
choque, que echa a correr a cien veces la velocidad del sonido (sí, Mach 100), no sólo transporta
una brutal energía cinética sino que calienta por compresión las capas de aire de alrededor hasta
unos 30.000 ºC: cinco veces la que hay en la superficie del sol. Todo lo que quede dentro de esta
región (unos 220 metros para una bomba de 20 kilotones, menos que Nagasaki) resulta reventado y
vaporizado sin importar de qué material estuviera hecho. No existe materia bariónica en el universo
conocido capaz de resistir estas temperaturas ni muy remotamente. Estamos en la llamada área de
aniquilación.

En este punto, la temperatura va cayendo a unos 3.000 ºC. Esta primera bola de fuego deja de brillar
y se vuelve transparente, fenómeno conocido como la ruptura (breakaway). Pero entonces la esfera
isotérmica aparece de nuevo por detrás, aún a 8.000 ºC; impacta contra la onda de choque que ha
ido perdiendo velocidad y la realimenta violentamente, provocando así una tormenta ígnea en todas
direcciones a miles de grados de temperatura y velocidades supersónicas. Es la onda de choque
termocinética o segundo pulso, causante de la destrucción extensa típica de las armas nucleares, que
en las más potentes puede llegar a decenas de kilómetros. Las personas mueren abrasadas,
reventadas y por efecto del colapso de los edificios y el impacto de los proyectiles que vuelan a gran
velocidad hacia todas partes (notoriamente, los cristales). Conforme aumenta la distancia, poco a
poco, la onda de choque se va disipando (las colinas y otras irregularidades del terreno pueden
proteger a lo que haya inmediatamente al otro lado). La cosa no acaba aquí; qué va.

Volvamos al principio. Teníamos un cogollo de alta energía irradiando a su alrededor. Hemos visto
lo que ocurre con la parte de esta energía que interactúa con el aire, pero resulta que el aire es
transparente al resto. El resto de la energía, pues, viaja libremente a su través hasta chocar con otras
cosas sin que nada la pare por el camino, decreciendo sólo con el cuadrado de la distancia (por
teoría de campos). Hay una parte de los rayos gamma, por ejemplo, que atraviesa el aire sin más e
irradia lo que haya alrededor, incluyendo por supuesto a los seres vivos. A los seres vivos, la
radiación gamma masiva les sienta fatal, pero fatal de veras: la tierra se vuelve estéril y la gente y
los animales mueren al momento o más tarde, de síndrome radioactivo agudo. Esta es la irradiación
directa de un arma nuclear.
¿Te acuerdas de todos esos neutrones que escaparon cuando finalizaba la reacción en cadena?
Bueno, pues esos también llegan detrás, y la radiación neutrónica es extremadamente penetrante. La
más penetrante de todas, capaz de atravesar metros de hormigón armado. Bien es cierto que estos
interactúan un poco más con el aire... para producir más radiación gamma. Pero los neutrones hacen
algo que no hacen las otras formas de radiación: cuando alcanzan los átomos circundantes, los
desestabilizan y los vuelven radioactivos también. Y a continuación viene la onda de choque, para
pulverizarlos y esparcirlos por todas partes: es la primera fase de la contaminación radiológica, a la
que pronto se sumarán los restos de la bomba y los isótopos radioactivos formados al paso de la
esfera isotérmica. Cuando la onda de choque cese, la nube en hongo y los vientos terminarán de
esparcirlos por todas partes.

¡Volvamos otra vez al principio! Una vez más, sólo una vez más: te lo prometo. La bomba ha
emitido también grandes cantidades de energía fotónica/electromagnética en forma de
radiofrecuencia, a las que hay que sumar las emisiones de los átomos excitados de la esfera
isotérmica. Esto produce varios fenómenos curiosos, que eran en su mayor parte secretos hasta hace
poco tiempo. Para empezar, por ejemplo, tenemos los pulsos electromagnéticos; no obstante,
cuando la explosión se produce dentro de la atmósfera estos pulsos no llegan muy lejos y sus
efectos sobre los equipos eléctricos y electrónicos resultan indistinguibles de la misma destrucción
ocasionada por el arma. Sin embargo, también se producen otros más extraños como el
oscurecimiento (blackout), que bloquea las ondas hertzianas (y con ellas las transmisiones de radio
o televisión, el rádar y demás). Este oscurecimiento radioeléctrico es todavía muy poco conocido a
nivel público, pero se sabe que se origina al menos de tres maneras diferentes y puede durar horas o
días (hasta que se disipa el aire altamente ionizado).

Así funciona una bomba de fisión como la de Nagasaki y en general las primeras que hicieron los
EEUU, la URSS o cualquier otro país. Su principal problema es que existe un límite práctico a la
potencia que pueden liberar, directamente dependiente de la cantidad de plutonio que cargue y tu
pericia científico-técnica a la hora de extraerle una eficiencia máxima. En el mundo real, resulta
impráctico hacer armas de fisión pura con más de quinientos kilotones; y sale antieconómico
superar los ochenta o cien (cuatro veces Nagasaki). Además, son muy poco flexibles.
Te dejamos en el post anterior entre un montón de esferas de metal tibio, con una bolsa de polvo
blanco en las manos y un tipo de uniforme o bata blanca sujetando un termo de café pequeño en tu
cara. Ya aprendiste la manera de hacer una bomba de fisión, como la de Nagasaki, o en general las
primeras que ha realizado cualquier país. Sin embargo, tu acompañante habló de un tipo de arma
increíblemente más poderosa. Habló de encender una estrella sobre una ciudad.
–Esa no me la voy a creer tan fácil –dijiste, o algo así.
–¿Y para qué te crees que es ese polvo blanco que tienes ahí y este termo que tengo yo aquí? –te
contestó– Ese polvo es deuteruro de litio, que llamamos liddy. Y en este envase tengo un poquito de
tritio.
–¿Y eso qué es? –preguntaste.
–La materia de la que están hechas las estrellas.
–No j*das.
–Ajá. Y las pesadillas, también.
La materia de la que están hechas las estrellas.
Las estrellas son, fundamentalmente, grandes cantidades de hidrógeno comprimido en un solo lugar
por atracción gravitatoria entre sus átomos. Cualquier aglomeración de hidrógeno lo bastante
grande terminará encendiéndose en forma de un sol, aunque sea un sol muy pequeñito y débil, como
las enanas marrones. AB Doradus C lo hace con sólo 93 veces la masa de Júpiter.
¿Y esto a qué se debe? ¿Por qué se encendieron y se encienden las estrellas?
El hidrógeno es el elemento más antiguo y común que hay en este universo, por la sencilla razón de
que es el más simple de todos: un solo protón con un electrón dando vueltas alrededor. La inmensa
mayoría de la materia que se formó durante el Big Bang era hidrógeno –el Big Bang fue demasiado
primario para producir nada más complejo–, y ahí sigue desde entonces. Como el hidrógeno es muy
reactivo, a menudo se presenta combinado con otras cosas; por ejemplo, formando agua junto al
oxígeno –que apareció junto al resto de elementos dentro de las mismas estrellas–. En realidad,
todo y todos somos una mezcla del hidrógeno primigenio y polvo de estrellas, en palabras de Carl
Sagan.
Dado que lo que distingue a cada elemento de la materia es el número de protones en su núcleo, con
independencia de los neutrones o electrones que contenga, la tabla periódica de los elementos está
ordenada secuencialmente por esta cifra: el número atómico. Todo lo que tiene un solo protón en su
núcleo es hidrógeno, todo lo que tiene dos es helio, y así sucesivamente hasta las más remotas islas
de estabilidad de la materia.
Por otra parte, los elementos de este universo existen bajo la forma de distintos isótopos. Lo que
define qué es una cosa es su número de protones: toda materia con un protón en su núcleo es
hidrógeno, si tiene dos es helio, si tiene tres es litio y así sucesivamente. Sin embargo, el número de
neutrones puede variar dentro de un cierto rango y no por eso deja de ser el mismo elemento.
Normalmente existe una combinación más común de protones y neutrones, que constituye cada uno
de los elementos básicos que conocemos, y otras más raras hasta que el núcleo se vuelve totalmente
inestable y transmuta en otra cosa. Estas variantes del mismo elemento que tienen idéntico número
de protones pero un número variable de neutrones se llaman isótopos.
Por eso ordenamos la tabla periódica de los elementos según el número de protones (número
atómico), ya que el número de neutrones puede variar para el mismo elemento. Como hemos
apuntado, un núcleo con un solo protón es siempre hidrógeno; pero si lleva dos es helio, y si carga
tres será litio, sea cual sea su número de neutrones. Un núcleo con seis protones es siempre
carbono. Setenta y nueve protones, y será oro. Noventa y dos protones, y tenemos uranio. Noventa
y cuatro es plutonio. Y así con todos. Así existen en la naturaleza, así los organizamos en la tabla
periódica y sobre esa base creamos elementos nuevos. Como querían –y nunca lograron– los
alquimistas.
Para distinguir unos isótopos de otros, les añadimos un numerito detrás (o, más técnicamente, un
superíndice antes de su símbolo). Este numerito representa la suma total de protones y neutrones en
su núcleo. Por ejemplo, el uranio-235 (o 235U) se llama así porque contiene 92 protones y 143
neutrones: total, 235. El uranio-238 (238U) tiene 92 protones (esto no puede cambiar o dejaría de ser
uranio) y 146 neutrones: total, 238. Así sabemos a qué isótopo nos estamos refiriendo. Los isótopos
del mismo elemento tienen un comportamiento químico muy parecido, pero el físico puede llegar a
variar bastante.

Otro isótopo muy conocido es el carbono-14 (14C), ampliamente usado en datación, con seis
protones y ocho neutrones. La mayor parte del carbono natural es carbono-12 (12C), cuyo núcleo
posee seis protones y seis neutrones. Comparando la presencia de uno y otro, podemos descubrir la
antigüedad de las cosas (ya hablaremos más a fondo de este asunto). Esto ocurre con todos los
elementos de este universo, con todo lo que somos.
Los tres isótopos naturales del carbono: carbono-12 (6 protones y 6 neutrones), carbono-13 (6
protones y 7 neutrones) y carbono-14 (6 protones y 8 neutrones). En los tres casos es carbono, tiene
el aspecto de carbono y se comporta químicamente como carbono, por tener seis protones (y forma
parte de nuestro organismo, por ejemplo). Sin embargo, sus propiedades físicas varían. Por ejemplo,
mientras que el carbono-12 y el carbono-13 son estables, el carbono-14 es inestable y radioactivo:
emite radiación beta, uno de sus neutrones "extras" se transforma así en un protón y el núcleo se
convierte en nitrógeno-14 (que tiene 7 protones y 7 neutrones), con el aspecto y las propiedades del
nitrógeno (por tener 7 protones). Dado que la mitad de la masa del carbono-14 pasa a ser nitrógeno-
14 cada 5.730 años aproximadamente (más o menos lo que llevamos de civilización humana), la
presencia de este isótopo natural resulta especialmente útil para la datación precisa de objetos
históricos.
El hidrógeno no constituye una excepción a todas estas reglas; sólo que, por razones históricas, le
pusimos nombres propios a sus distintos isótopos. Con mucha diferencia, el isótopo más común del
universo es hidrógeno-1 (1H), históricamente denominado protio. Esto es, un protón y ningún
neutrón en su núcleo: si 1 + 0 = 1, pues estamos ante hidrógeno-1. Sin embargo, una muy pequeñita
parte del hidrógeno que existe tiene un neutrón junto a su protón. Como 1 + 1 = 2, lo denominamos
hidrógeno-2 (2H) e históricamente le pusimos el nombre deuterio y el símbolo D; una práctica
antigua cada vez más abandonada por poco sistemática.
Los tres isótopos del hidrógeno. El protio y el deuterio son estables, pero el tritio no: uno de sus
neutrones emite pronto una partícula beta y se convierte en un protón, dando lugar al helio-3 (2
protones, 1 neutrón). El hidrógeno-4, aunque existe, es en extremo inestable y pierde rápidamente
su tercer neutrón para convertirse de nuevo en tritio.
Debido a sus características químicas, la mayoría del hidrógeno del universo está en forma de
moléculas de dos átomos juntos (H2). Cuando uno de estos átomos es de hidrógeno-1 y otro de
hidrógeno-2, se le llama hidruro de deuterio y se representa como 1H2H o HD. En la Tierra, en
cambio, la mayor parte de este deuterio está combinado con otras cosas, como el resto del
hidrógeno. Una de las más comunes es el agua: H2O. La inmensa mayor parte del agua natural es
1H con el hidrógeno corriente. Sin embargo, una minúscula proporción es 1H2HO (óxido de
2O,
deuterio-protio, a veces representado HDO) o bien 2H2O (óxido de deuterio, también representado
como D2O). A estas formas de agua que tienen algún hidrógeno distinto del hidrógeno-1 se les
llama agua pesada (porque la pesencia de los neutrones adicionales la hace pesar un pelín más por
cada unidad de volumen).
Existe aún otro isótopo natural del hidrógeno, en proporciones aún mucho más pequeñas: el
hidrógeno-3 (3H), llamado tritio y simbolizado T. Siguiendo la misma lógica, su núcleo continúa
teniendo un protón (o dejaría de ser hidrógeno) y dos neutrones; 1 + 2 = 3. Resulta extremadamente
raro y, a diferencia de sus hermanos, ya no es estable: uno de sus neutrones tiende a
desestabilizarse, emitir un rayo beta y convertirse en un nuevo protón. ¿Dos protones en el mismo
núcleo? Entonces ya no es hidrógeno: ahora es helio. Para ser exactos, helio-3 (3He).
El tritio es tan raro que incluso el producido en centrales nucleares vale unas mil veces más que el
oro. Su suministro está estrictamente controlado y un particular sólo puede adquirirlo en cantidades
minúsculas; casi siempre, para iluminadores por fosforescencia o experimentos científicos. Si
intentas comprar algo más que microgramos, aunque tengas el dinero para pagarlo, algunas
personas de humor muy esaborío van a hacerte una visita y preguntar por tu rollo. El deuterio, en
cambio, es de venta casi libre y su precio a peso sólo duplica el del oro y anda cerca del rodio; tiene
variadas aplicaciones industriales y científicas.
¿Y todo esto qué tiene que ver con las estrellas y con las armas termonucleares? ¡Todo! Porque el
hidrógeno-2 (deuterio) y el hidrógeno-3 (tritio) son los dos isótopos del universo conocido que
fusionan con más facilidad. ¿Y qué es fusionar?
Núcleos atómicos maniáticos.
Los núcleos pequeñitos pueden fusionar entre sí. Bueno, en realidad podría hacerlo cualquier
núcleo, pero la cantidad de energía necesaria para lograrlo a partir de determinado tamaño no se
concentra en el mismo punto en ningún lugar del universo conocido. Porque esa es una pega
esencial de la fusión: hay que aportar mucha energía inicial para que llegue a producirse; lo que
pasa es que cuando se produce, entrega un montón de energía aún mayor.
La razón de que haya que aportar tanta energía para que se produzca la fusión es bastante sencilla:
simple repulsión electromagnética. Dijimos más arriba que los núcleos de los átomos están
formados por protones (que tienen carga eléctrica positiva) y neutrones (que no tienen carga
eléctrica, y por eso se llaman así); los electrones de carga negativa, por su parte, no están en el
núcleo sino en orbitales cuánticos a bastante distancia del mismo.
Esto quiere decir que todos los núcleos tienen carga eléctrica positiva (la de sus protones); y cuanto
más grandes sean, más (porque tienen más protones). ¿Recuerdas aquello de que polos opuestos se
atraen y polos iguales se repelen? Pues eso: a los núcleos no les gusta mucho acercarse entre sí y se
mantienen a una respetable distancia, los muy dignos. Para que se animen a arrimarse, hay que
ponerlos ciegos de energía. Cuando se ponen bien calientes, se les quitan las manías. Lo que pasa es
que eso requiere mucha calentura.
Más técnicamente, es preciso acelerarlos a temperaturas termonucleares para que se produzca la
unión (y por eso la fusión fría no cuadra… ya hablaremos). Entonces los dos átomos se fusionan en
uno solo, liberan un neutrón y con él una cantidad enorme de energía. En realidad, si contamos
átomo a átomo, menos que con la fisión que vimos en el post anterior; pero la densidad energética
de la fusión es muy superior, lo que se transforma en una liberación de energía mucho más grande
por unidad de masa (por cada gramo de material “fusible” empleado, vamos). Si un kilogramo de
uranio-235 military grade puede soltar 88 terajulios cuando fisiona, un kilogramo de deuterio-tritio
(2H+3H) entrega 337 terajulios: casi cuatro veces más (ah, sí… la reacción materia-antimateria
podría producir cerca de noventa mil terajulios por kilo). Por comparación, los explosivos
convencionales más poderosos como el octanitrocubano generan una energía de 0,0000085
terajulios por kilogramo y el tradicional TNT, poco más que la mitad de este último; y nunca
podrían hacerlo con una eficacia, instantaneidad y variedad energética tan grandes, por muchos
órdenes de magnitud.
Polos opuestos se atraen, polos iguales se repelen. Los núcleos atómicos están compuestos por
neutrones (sin carga) y protones (con carga positiva); como resultado, los núcleos en su conjunto
son fuertemente positivos y por tanto se repelen con fuerza entre sí. En condiciones normales, esta
repulsión los mantiene separados e impide que puedan llegar a fusionar. Sin embargo, a
temperaturas termonucleares (millones de grados), los núcleos vibran violentamente y la inercia de
estos movimientos es capaz de vencer a la repulsión electrostática, haciéndolos colisionar y fusionar
entre sí con alta liberación de energía. En la imagen, dos núcleos de deuterio (hidrógeno-2) y tritio
(hidrógeno-3) colisionan, fusionan y liberan un núcleo de helio-4 y un neutrón altamente
energéticos.

Hidruro de litio. En su variante isotópica deuteruro de litio ("liddy") constituye el combustible de


fusión de las armas termonucleares.
El hidrógeno-1 fusiona mal, porque sólo tiene protones que tienden a repelerse fuertemente entre sí
y carece de neutrones que hagan de mediadores. Sin embargo, el hidrógeno-2 (deuterio) y el
hidrógeno-3 (tritio) lo hacen mucho mejor, precisamente porque poseen neutrones. La fusión más
fácil de lograr, la que más pronto se produce, es la de deuterio + tritio para transformarse en helio-4
(helio común), un neutrón libre y 17,59 MeV de energía total.
–¿El tritio es lo que tienes en esa especie de termo de café? –preguntas entonces a tu guía.
–Exacto.
–¿Y el deuterio es lo que tengo yo aquí en las manos?
–Ajá. Pero combinado con otro elemento: el litio. Específicamente, en su isótopo litio-6.
–¿Y eso? ¿Litio, para qué?
De todas las reacciones de fusión posibles, la que une deuterio con litio-6 es la más energética de
todas: genera dos átomos de helio y 22,4 MeV de energía. Se da la circunstancia de que el hidruro
de litio es un viejo conocido de la química; esto es, una molécula compuesta por un átomo de
hidrógeno y otro de litio. Sustituyendo el hidrógeno corriente por su isótopo hidrógeno-2 (deuterio)
y el litio corriente (litio-7) por su isótopo litio-6, obtenemos una variante isotópica del hidruro de
litio convencional que se llama deuteruro de litio-6 cuyo descubridor Igor Kurchatov denominó
liddy. Al igual que el hidruro de litio, es un polvo blancuzco y un poco cristalino, no radioactivo,
muy tenue y ligero; barato, estable y fácil de manipular.
Entonces miras con algún escepticismo la bolsa de polvo terrible al que llaman liddy, apartándotela
quizá un poquito de la barriga, y apuntas:
–Pues no parece gran cosa.
–Eso es porque no lo has magreado bien –te contesta tu guía, con una risita.
Fusión.
En las estrellas, la energía para superar la repulsión electrostática viene dada por la gravedad, que
atrae entre sí grandes masas de hidrógeno con su correspondiente porcentaje de deuterio y tritio. La
gravedad va comprimiendo unos átomos contra otros hasta que la temperatura aumenta de tal modo
debido al incremento de la presión que sus núcleos –cada vez más próximos y con mayor inercia–
comienzan a fusionar y liberar energía. Entonces la estrella se enciende: ha nacido un sol. Y quiere
estallar, pues la energía generada es mucha; pero la inmensa gravedad contiene su explosión hasta
que alcanza un punto de equilibrio durante los siguientes millones de años (hasta que se va
consumiendo el material fusionable).
Para encender una estrella con una ínfima fracción de esa masa, teníamos que encontrar una manera
de sustituir la gravedad por otra fuerza igualmente capaz de superar la repulsión electrostática entre
núcleos, aunque fuera durante un instante; y también de contener la reacción por un momentín
mientras se completa. El problema es que la cantidad de energía necesaria para conseguirlo tiene
que calentar el material fusionable a unas temperaturas equivalentes a varios cientos de millones de
grados centígrados. Pero no hay ningún explosivo ni combustible en este mundo capaz de lograr
algo así, por muchísimo.
Los Pilares de la Creación, un criadero de estrellas en la Nebulosa del Águila. La materia molecular
de la nebulosa va colapsando sobre sí misma por atracción gravitatoria, formando discos de
acreción en torno a esferas de gas, de donde surgen respectivamente los planetas y las estrellas. La
esfera central, si es lo bastante grande, seguirá comprimiéndose hasta alcanzar temperaturas
termonucleares, permitiendo así la fusión del hidrógeno que contiene. Ha nacido un sol.
Un momento… ¿cómo que no?
Pues claro que sí. Tenemos bombas atómicas, ¿no? ¡Lo vimos en el post anterior! Si recuerdas,
cuando la energía emitida por la fisión del uranio-235 o el plutonio-239 pasa a la materia
circundante, la calienta a temperaturas equivalentes a trescientos millones de grados o más.
Tenemos una fuente de energía instantánea capaz de generar esa clase de calentón y transferírselo a
un contenedor de materiales fusionables situado en las proximidades.
Así pues, sólo tenemos que encontrar una manera de mantener una cierta cantidad de materiales
fusionables quieta en un sitio mientras le estalla una bomba atómica al lado. Lamentablemente, la
explosión de una bomba atómica no es la clase de suceso que deja las cosas quietas y tranquilitas a
su alrededor, y menos aún dentro del radio de aniquilación. Si pones algo al lado de un arma nuclear
mientras detona, pasará a estado plasmático y se desintegrará sin importar de qué material esté
hecho. Eso incluye al liddy este y a cualquier otra materia del universo conocido. ¿Cómo lo
resolveremos?
La genialidad diabólica de Teller, Ulam y Sakharov.
Las primeras ideas consistieron en inyectar una mezcla de gases deuterio y tritio (que forman el
combustible de fusión idóneo) en el centro de la esfera de implosión de un arma nuclear clásica.
Esto tiene dos virtudes: la primera, sirve como estupenda fuente neutrónica para iniciar la reacción
de fisión, en sustitución de las bolitas anteriores de polonio/berilio y cosas por el estilo. La segunda
es que, cuando la fisión del plutonio se produce, va a fusionar una pequeña cantidad de este deuterio
y tritio generando una cantidad aún mayor de neutrones y energía. Sin embargo, esta aproximación
tiene enormes limitaciones.
Una de ellas es que, como vimos más arriba, el tritio sale enormemente caro: mil veces más que el
oro. Un arma que use mucho tritio cuesta una fortuna, mucho más de lo que resulta prudente cuando
tienes la intención de hacerte un arsenal con esta clase de dispositivos. Otra de ellas es que el tritio
es inestable y decae naturalmente en forma de helio-3: si almacenas un kilo de tritio, en doce años y
pico se habrá convertido en medio kilo de tritio y otro medio kilo de helio-3, que no nos sirve. Esto
es indeseable y obliga a constantes mantenimientos y purificaciones del tritio del arma. Por otra
parte, esta disposición básica no permite que las reacciones de fusión se completen eficazmente,
pues el material resulta disgregado demasiado pronto.
Las armas nucleares en las que se ha inyectado deuterio + tritio en su centro, y/o se ha dispuesto a
su alrededor en distintas formas, no son verdaderas armas termonucleares por el sencillo motivo de
que la mayor parte de la energía no procede de las reacciones de fusión, sino todavía de las de
fisión. Se llaman armas aceleradas por fusión (fusion-boosted), y pueden incrementar hasta un 20%
la potencia original del arma de fisión hasta un máximo teórico de un megatón aproximadamente.
Vamos, que nos hemos quedado como estábamos. Tenemos un arma sólo un poco más potente,
mucho más cara, igualmente limitada por debajo del megatón y aún más complicada y menos
flexible. Sobre todo, aún no hemos aprendido a hacer estrellas. No mola.
Resulta fascinante descubrir cómo el equipo norteamericano y soviético dieron casi los mismos
pasos, sin que hubiera mucho espionaje efectivo entre ambos para el proyecto termonuclear (a
diferencia del nuclear). Ya se sabe que los equipos de similar cualificación, enfrentados al mismo
problema, suelen alcanzar soluciones muy parecidas. Al final, la solución la encontró primero el
equipo estadounidense encabezado por Edward Teller y Stanislaw Ulam: iban más avanzados por
haber echado a andar antes por el camino de las armas atómicas, ya con el Proyecto Manhattan
durante la Segunda Guerra Mundial, lo que se saldó con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.
Diseño básico de Teller-Ulam. La radiación generada por un primario de fisión comprime una etapa
secundaria concebida para ultracomprimir y calentar a temperaturas termonucleares un combustible
de fusión.
Hay que decirlo: es una genialidad. Diabólica, terrible, lo que quieras, pero una genialidad. Se llama
el diseño Teller-Ulam de fusión por etapas, y resuelve elegantemente de un plumazo todos los
problemas anteriores (en la URSS fue redescubierto independientemente poco después, y allí se
llamó la tercera idea de Sakharov). La idea consiste en situar los elementos de fisión y de fusión en
etapas consecutivas, separadas entre sí, de modo que cada una active a la siguiente. Para lograrlo sin
que todo resulte destruido antes de llegar a funcionar, se basa en un hecho simple: la energía
generada por una bomba atómica está compuesta en gran medida por rayos X avanzando a la
velocidad de la luz; mientras que el núcleo se expande a sólo unos mil kilómetros por segundo o
cosa así (es decir, una tricentésima parte).
Vamos a aprovechar esa diferencia de velocidades para utilizar la energía del arma nuclear antes de
que ésta destruya el contenedor de productos de fusión. Trataremos de crear un delicadísimo
mecanismo de relojería que sólo empieza a funcionar cuando ya ha comenzado a dejar de existir y
tiene que funcionar del todo antes de que termine de dejar de existir. Una tontería de nada, vaya.
La gran explosión, la gigantesca explosión.
Así pues, vamos a situar varios elementos en nuestra arma termonuclear. A un lado, colocaremos
una pequeña bomba atómica: se llama el primario, porque es quien lo va a poner en marcha todo. Al
otro lado, situamos el contenedor de productos de fusión, que está compuesto fundamentalmente
por cilindros o esferas concéntricas de uranio-235 o plutonio-239 rellenas con este polvo que hemos
bautizado como liddy –deuterio y litio–; este contenedor es el secundario. Entre ambos colocaremos
espuma de poliestireno o un aerogel del tipo del FOGBANK, un disco de metal pesado
(frecuentemente uranio-238) y un par de cosillas más que me temo que siguen siendo bastante
secretas.
La idea es sencilla: lograr que la explosión de la bomba atómica normal (el primario) transfiera un
porcentaje importante de su energía al contenedor de liddy cebado con plutonio (el secundario); de
tal modo que el liddy se vea atrapado entre las reacciones de fisión del primario y las de las esferas
de uranio y plutonio que lo contienen. Así se producirá un pico inmenso de energía, suficiente para
que el deuterio y el litio que lo forman no sólo estén combinados químicamente sino que pasen a
fusionarse físicamente. Pues, al hacerlo, liberarán una inmensa, una monumental cantidad de
energía. La energía de las estrellas.
Disposición de las cabezas MIRV/MaRV y la carga termonuclear en un ICBM avanzado (en la
fotografía, un RS-24 Yars ruso). El esquema interior del MIRV/MaRV es una estimación a partir de
la información pública disponible al respecto. (Clic para ampliar)
Una vez organizado el montaje, la manera de ponerlo en marcha es muy simple. Sólo hay que hacer
detonar la bomba atómica del primario y todo lo demás ocurrirá en cadena sin necesidad de ninguna
otra intervención. Las fases van como sigue:
1. El primario de fisión detona como vimos en el post anterior. Al hacerlo, emite grandes
cantidades de rayos X y radiación gamma muy energéticos en todas direcciones. Una parte
de este frente fotónico comienza a avanzar hacia la etapa secundaria.
2. Entre el primario y el secundario se encuentra un sistema denominado etapa interetapas. La
naturaleza exacta de este sistema es uno de los secretos mejor guardados de la historia, y
después de medio siglo sigue sin llegar al público. Su función es participar en la contención
de la detonación del primario pero, sobre todo, enfocar la energía del frente fotónico hacia el
secundario de una manera específica exacta. La idea es que esta radiación caliente la cavidad
interior de la bomba (“hohlraum”) de forma homogénea e incida sobre el secundario desde
todos los ángulos a la vez.
3. Toda esta energía viaja a la velocidad de la luz, y el equilibrio térmico en el interior del
hohlraum se alcanza rápidamente. El material que contiene –espuma de poliestireno,
FOGBANK o similar– pasa de golpe a estado plasmático. Ahora la carcasa del secundario se
encuentra bombardeada desde todos los ángulos por la radiación que emite el primario, y
además está sumergida en un plasma que aumenta su temperatura a gran velocidad.
4. Debido a la elevada temperatura del plasma circundante, se inicia un fenómeno conocido
como ablación en la superficie exterior del secundario. Los materiales sometidos a ablación
van perdiendo partículas de fuera hacia adentro, lo que provoca una fuerza expansiva-
compresiva por acción-reacción. Básicamente, cuando la cantidad de energía es muy alta –y
con una bomba atómica estallando a pocos centímetros, la energía es muy alta– la ablación
es muy rápida y esta fuerza adquiere todas las características de una explosión que
comprime violentamente el combustible de fusión y el núcleo de plutonio-239 que hay en su
interior.
5. Cuando el núcleo de plutonio-239 del secundario (la “bujía”, sparkplug) se ve
ultracomprimido por las fuerzas de ablación procedentes del exterior… pues se convierte
exactamente en el núcleo de plutonio de una bomba atómica de fisión. O sea que fisiona y
empieza a estallar como si fuera un segundo primario. Ahora el liddy está atrapado entre dos
bombas atómicas detonando a la vez: la del primario y el plutonio fisionando en el núcleo
del secundario.
6. La carcasa del secundario (en ablación) suele estar fabricada de uranio-238. El uranio-238
no es fisible en condiciones normales, pero en situaciones de alta temperatura, presión y
densidad neutrónica fisiona estupendamente. Y en estos momentos está comprimiéndose y
desintegrándose entre el plasma de muy alta temperatura generado por la detonación del
primario y la avalancha neutrónica procedente de la fisión del núcleo del secundario. Ya te
puedes imaginar lo que pasa a continuación: fisiona a su vez, y además muy
energéticamente.
7. Con esto, el combustible de fusión está atrapado entre tres bombas atómicas estallando a la
vez: dos concéntricas, que lo ultracomprimen, lo calientan a cientos de millones de grados y
lo bañan en neutrones de alta energía; y la del primario que sigue suministrando grandes
cantidades de energía a todo el conjunto para mantener el proceso.
8. Entonces, ocurre una brujería de estas a las que los físicos son tan aficionados. Resulta que
el liddy sería un magnífico combustible de fusión (la fusión deuterio-litio es la segunda
reacción más energética de todo el universo, sólo por detrás de la materia-antimateria). Pero
presenta dos problemas: su sección eficaz es relativamente pobre y además no produce
neutrones. Esto significa que la probabilidad de que suceda es relativamente baja y encima
no nos aporta neutrones para algo que va a venir después: tendríamos una bomba
termonuclear flojucha. Sin embargo, esto no es problema: las avalanchas neutrónicas que
proceden de las dos bombas atómicas entre las cuales el liddy está atrapado ahora fisionan
sus átomos de litio y forman tritio. Rápidamente, el liddy –deuteruro de litio– se transforma
en triddy –deuteruro de tritio– y eso es deuterio y tritio: exactamente la materia con la que
fusionan las estrellas, también muy energética pero además con una sección eficaz altísima y
abundante emisión neutrónica. La bomba está fabricando ahora su combustible sobre la
marcha, incluyendo el costosísimo tritio, y en el proceso se está convirtiendo en una estrella
pequeñita autocontenida por ablación.
9. Fusión. Conforme el litio transmuta en tritio, la sección eficaz aumenta bruscamente y, a
cientos de millones de grados y millones de atmósferas de presión, los núcleos de deuterio y
tritio fusionan de repente. Eso provoca un rápido embalamiento energético y neutrónico, que
dispara hasta otras cinco reacciones de fusión adicionales mediante distintas combinaciones
de deuterio, tritio, litio y el helio-3 que se va formando en el proceso también. La estrella
acaba de encenderse.
10.La masiva andanada neutrónica instantánea producida por estas reacciones de fusión alcanza
rápidamente al resto de metales pesados que aún se encuentran pulverizados en su entorno:
el plutonio-239 de los núcleos del primario y el secundario, el uranio-235 o -238 de la
carcasa del secundario y el uranio-238 de la funda exterior. Al hacerlo, realimenta
enormemente sus reacciones de fisión, aumentando aún más la energía total del dispositivo
termonuclear. La bomba Zar llegó a producir el 1,4% de la potencia de salida del Sol durante
39 nanosegundos.
11.Detonación termonuclear. Las fuerzas de compresión y ablación ya no son capaces de
contener este pico de energía monumental por más tiempo. Surge una densa esfera de
radiación fotónica que se expande a la velocidad de la luz y otra sólo un poco más lenta de
neutrones muy energéticos. La radiación fotónica (fundamentalmente en forma de luz, rayos
X y radiación gamma) se transfiere velozmente al aire circundante, calentándolo y
dilatándolo de manera explosiva. Los neutrones irradian y vuelven radioactiva la materia
circundante. Se produce una gigantesca explosión, que a diferencia de las de fisión no tiene
límite teórico. Con las más potentes que se llegaron a construir, no queda nada en decenas de
kilómetros a la redonda.

Animación con el funcionamiento y efectos de un arma termonuclear


No obstante, la ventaja más significativa de las armas termonucleares sobre las nucleares no es sólo
su enorme potencia, sino su coste mucho más bajo y su mayor flexibilidad. ¿Coste bajo, con todos
estos materiales exóticos? Sí: como la energía producida por unidad de masa es mucho mayor, la
cantidad de material necesaria para hacer la misma bomba es significativamente menor. Una bomba
de fisión de medio megatón, cerca de su máximo teórico, es un trasto inmenso atiborrado de costoso
plutonio que necesita un bombardero pesado para transportarla; la misma bomba, pero en fusión,
sale mucho más barata y además caben seis en la punta de cualquier ICBM. Y encima cuesta menos
de mantener.
También, como hemos dicho, son más flexibles. Aumentar o reducir la potencia de un arma
termonuclear es sencillo, lo que ha dado lugar a las armas de potencia variable o dial a yield.
Mediante un mando analógico o digital que modifica algunas particularidades de la activación del
secundario, es posible modificar la energía producida por el mismo entre la máxima permitida por
el diseño y ninguna en absoluto (cerrando el secundario y dejando la detonación del primario a
pelo). Otra flexibilidad de los explosivos termonucleares es que se puede variar su diseño para
producir armas de propósito especial: bombas de neutrones, bombas exoatmosféricas de pulso
electromagnético incrementado, bombas de radiación residual reducida o aumentada (la bomba del
juicio final de Szilard) y un largo etcétera.
¿Por qué es tan difícil?
Pergeñar un precario petardo nuclear es relativamente fácil; no deja de ser una tecnología con 65
años de antigüedad. Cualquier doctorando en física nuclear de cualquier universidad del mundo
debería ser capaz de parir un diseño básico con mayor o menor esfuerzo; cualquier país provisto de
centrales nucleares y alguna industria debería poder construirlo con algún tiempo y gasto –mucho
tiempo y mucho gasto si se quiere mantener la discreción–. Lo que ocurre es que acabas con un
trasto monumental de poca potencia, menor eficiencia y casi nula utilidad militar en el mundo
moderno. Es poco más que un juguete físico, a lo mejor capaz de lograr que a tu sector más
patriotero y militarista se le ponga durísima, pero cuyas posibilidades prácticas son sumamente
limitadas.
Lanzamiento de un SLBM norteamericano Trident II D-5 desde un submarino en inmersión
En realidad, tú no quieres una bomba nuclear. Tú quieres una fuerza nuclear, compuesta por armas
nucleares. Y, amigo mío, amiga mía, eso es una liga completamente distinta. Es como querer jugar
la final de la Champions con el bravo y mítico Alcoyano C.D. Este es el momento en que la cosa
comienza a complicarse. Para empezar, ahora ya no necesitas una cosa, sino dos: un vector –es
decir: una manera de llevarla hasta su blanco– y un arma lo bastante pequeña y ligera como para
que quepa en tu vector. Ops. Esto empieza a complicarse.
Como no vas a ponerte a trastear con ICBMs avanzados desde el primer día –más que nada, porque
para eso necesitas un programa espacial de envergadura, o su equivalente– tendrás que apañarte con
aviones. Siempre podrías lanzar tu trasto físico del tamaño de un turismo desde un Hércules o cosa
parecida. Lo que pasa es que, por menos pasta de la que te va a costar todo el proyecto, podrías
hincharte a comprar Eurofighters Tranche Sopotocientos y armamento aire-superficie con una
potencia explosiva equivalente a muchas unidades de tu primitiva bomba atómica; lo cual, por
cierto, sería bastante más flexible y adaptativo en una guerra real.
Quien empieza a adentrarse por el camino de las armas nucleares, debe saber que ese es un camino
muy largo, con muchas bifurcaciones sin salida y con un coste inmenso. Para empezar, necesitas un
enemigo; es una estupidez meterte en un lío semejante sin un enemigo claro, una estrategia definida
y unos usos específicos. Este enemigo debe ser lo bastante poderoso como para que no puedas
derrotarlo sin recurrir a las armas atómicas, pero al mismo tiempo no tan poderoso que su represalia
te convierta a ti y a tu país entero en contaminación ambiental (a menos que pretendas jugar en la
liga de la Guerra Termonuclear Total, claro; en tal caso, te sugiero ingresarte en un psiquiátrico
porque tienes algún problema de percepción de la realidad).
El caso clásico de entrada tardía razonable en el mundo del armamento nuclear es el de India y
Pakistán. India y Pakistán son dos países con muchos motivos para odiarse y muy pocos para
quererse, centrados en un severo conflicto sobre partes importantes de su territorio; entre ellas,
Bengala, Cachemira y el Punjab. En sesenta años han tenido cuatro guerras y cinco broncas serias.
Más o menos desde 1971 India suele ganar estas trifulcas –a pesar del apoyo chino y
estadounidense a Pakistán–, pero ambos saben que el día menos pensado el otro les da una sorpresa;
mientras que, por otra parte, la victoria final resulta muy poco probable (e incluso indeseable: ¿qué
haces tú mañana con ciento setenta y cinco millones de pakistaníes o mil doscientos millones de
indios?). Este es el caso paradigmático que justifica un programa nuclear militar: enemigo claro,
invencible –en el sentido de levantar la bandera sobre su Parlamento mientras sus últimas tropas
huyen– y potencial de conflicto nítido y constante. “Potencial de conflicto” del tipo de cuatro
guerras recientes y a la espera de la quinta, no meras paranoias patrioteras o simplemente racistas y
xenófobas.
Sólo en una situación así, el inmenso coste y esfuerzo de poner en marcha un programa nuclear
militar tiene algún sentido razonable. Al principio, porque pueden decantar a tu favor una guerra
que de otro modo tendría un resultado incierto; después, porque disuaden al oponente de
comenzarlas. En el proceso, porque te otorga palancas negociadoras que no podrías obtener de
ninguna otra manera. Eso sí, prepárate a adoptar en tu país la filosofía del pakistaní Zulfikar Ali
Bhutto: “comeremos hierba, pero haremos una bomba nuclear”. Si no tienes razones muy buenas
(y recursos igualmente buenos) para implantar semejante política, más vale que lo dejes estar.
Este es un poder grande, duro y fuerte; quienes lo adquirieron, lo hicieron con presupuestos
prácticamente ilimitados y porque temían a otros hombres más que al mismísimo demonio. En
cuanto ese miedo cedió un poco, los esfuerzos para reducirlo han sido constantes. Muchos países se
han declarado a sí mismos zonas libres de armas nucleares. Ellas siguen ahí, en sus guaridas,
acechando día y noche la vida de todos y los destinos de la Humanidad; pero quizá hayamos
aprendido algo de tanto miedo y necedad. Las armas termonucleares no se pueden desinventar, y
quizás ni siquiera sería juicioso prescindir completamente de la tecnología por si las moscas. Siendo
realistas, proporcionan una garantía de seguridad tan inmensa que difícilmente desaparecerán en su
totalidad, y hasta es posible que aparezcan nuevos usuarios. Sin embargo, todo avance que reduzca
el riesgo de exterminarnos a nosotros mismos será un progreso de la Humanidad; y quizá, en
algún futuro hacia el que merecería la pena empujar, no necesitemos de estas ni de ninguna otra
clase de armas. Ojalá.
or su singularidad, en todos los sentidos, los agujeros negros constituyen uno de los objetos
astronómicos que más han cautivado la imaginación del público. Y se oye muchas veces la
pregunta: ¿qué sucedería si una de estas rarezas cósmicas se aproximara a nuestro sistema solar, o
incluso penetrara en él? Muchos piensan que se nos tragaría sin remisión, ñam. Y sin embargo, no
tienen razón. ¿Cómo es eso posible?

Agujeros negros.

Un agujero negro es una región del espacio de donde nada, ni siquiera la luz, puede escapar; los
causa una deformación del espaciotiempo debido al colapso gravitacional de una masa.
Teóricamente, cualquier cantidad de masa formará un agujero negro si su propia gravedad es capaz
de comprimirla sobre sí misma hasta que se vuelva tan pequeña como su radio de Schwarzschild; en
el caso del Sol esto serían unos tres kilómetros y, en el de la Tierra, de unos nueve milímetros. En
principio, cualquier masa mayor que una masa de Planck podría formar uno; una masa de Planck
equivale a unos pocos microgramos.

Sin embargo, los agujeros negros pequeños (llamados microagujeros negros o agujeros negros
mecanocuánticos), en caso de existir, tienden a perder materia en vez de capturarla. Este fenómeno
se conoce como evaporación de Hawking o radiación de Hawking-Bekenstein (y este es uno de los
muchos motivos por los que quienes creían que el LHC iba a destruirnos están equivocados).
Alimentar un microagujero negro es como querer llenar una bañera sin fondo: si abrimos el grifo lo
bastante, por un momento parecerá que está llena de agua, pero al instante ya no se hallará allí.
Para que un agujero negro llegue a formarse y ser estable, hace falta una masa implicada
equivalente más o menos al triple que nuestro Sol, con un mínimo absoluto en una vez y media (en
la práctica, si no llega a 2,7 veces el Sol se convertirá en una estrella de neutrones, no un agujero
negro). Este es el límite TOV (Tolman-Oppenheimer-Volkoff), que se deriva directamente del
Principio de Exclusión de Pauli y del límite de Chandrasekhar para la formación de materia
degenerada. Dicho en pocas palabras: ni siquiera toda la masa del sistema solar junta es suficiente
como para que llegue a producir un agujero negro estable. El candidato más pequeño a agujero
negro que conocemos en la actualidad, XTE J1650-500 en la constelación del Altar, es casi cuatro
veces más masivo que el Sol (y el sistema solar).

Los agujeros negros se forman cuando una estrella lo bastante masiva se queda sin combustible y
muere. Las estrellas, como nuestro Sol, son fundamentalmente grandes acumulaciones del
hidrógeno primigenio concentradas por atracción gravitatoria en una esfera cada vez más compacta
y densa. Hay un punto en que la presión (y con ella la temperatura) es capaz de superar la repulsión
electrostática entre los núcleos atómicos, y entonces puede comenzar la fusión del hidrógeno y el
deuterio primordial. En ese momento la estrella se enciende y equilibra; dicho muy burdamente, la
explosión termonuclear constante que padece contrarresta el colapso gravitatorio que la formó. Así,
permanece estable durante cientos, miles o decenas de miles de millones de años en forma de una
esfera energética; tal cosa es una estrella, un sol. El nuestro se formó junto con la Tierra y el resto
de los planetas hace unos 4.500 millones de años, y durará otros tantos.

Durante este proceso, las estrellas más antiguas (llamadas la población III) comenzaron a producir
por fusión núcleos atómicos más pesados; todos los elementos hasta el 26 (hierro), incluyendo
grandes cantidades de helio que vino a sumarse a su contenido en helio primordial. Conforme las
estrellas van consumiendo su hidrógeno, la fusión se debilita. Entonces, la fuerza gravitatoria
vuelve a ser más intensa que la explosión sostenida, y comprime el sol hasta un nuevo punto en el
que es posible la fusión del helio. A continuación pueden ocurrir tres cosas distintas, dependiendo
de su masa.
Las pequeñas (menos de la mitad del Sol, con mucho las más comunes del universo) no tienen masa
suficiente como para provocar tanta presión que el helio llegue a encenderse (la fusión del helio
sólo se produce a presiones y temperaturas muy altas). Entonces se convierten lentamente en enanas
rojas, fusionando lentamente su hidrógeno residual durante billones de años. Algunas pasarán por
una fase de enana blanca (con nova o sin nova) y finalmente, dentro de muchísimo tiempo, todas
ellas esencialmente se apagarán en forma de enanas negras.

Las de mediano tamaño (más o menos como nuestro Sol) sí pueden causar compresión gravitatoria
suficiente como para que el helio fusione. Esto embala la fusión del hidrógeno residual, y entonces
la estrella crece y se expande hasta convertirse en una gigante roja. Cuando eso le ocurra a nuestro
Sol dentro de cinco mil millones de años, se tragará a Mercurio y Venus y no está claro si también a
la Tierra, pero en todo caso ésta resultará abrasada por completo (en realidad el proceso empezará
mucho antes: en tres mil millones de años el agua terrestre se habrá evaporado y con ella la vida).
Las gigantes rojas consumen su combustible muy rápidamente y además expulsan sus capas
exteriores de materia, formando nebulosas, por lo que sólo duran unos millones de años antes de
convertirse también en enanas blancas y finalmente apagándose como enanas negras dentro de
cantidades abismales de tiempo.

Pero las grandes comienzan a fusionar helio masivamente y entonces se pueden convertir en una
diversidad de monstruos cósmicos que normalmente culminan con alguna clase de fenómeno
catastrófico. Consumen a toda velocidad el helio y el hidrógeno residual, y las más gigantescas
empiezan a hacerlo también con el carbono, el neón, el oxígeno e incluso el silicio que han
producido durante las reacciones anteriores; resulta complicado imaginar la clase de densidad y
temperatura precisas para fusionar núcleos de elementos como el silicio. Algunas se transforman en
subgigantes o gigantes, pero las verdaderamente enormes llegan a formar supergigantes e incluso
hipergigantes como VV Cephei A o VY Canis Majoris; si nuestro Sol fuera una de estas, su esfera
llegaría casi hasta Saturno.
Se consumen tan deprisa que no viven mucho: unos pocos millones de años (y, cuando empiezan a
fusionar silicio, ya sólo les quedan cinco días). Suelen acabar en forma de supernovas: lo que viene
siendo una explosión termonuclear de calibre cósmico, más brillante que una galaxia entera. Y
cuando lo hacen como una supernova por colapso nuclear, el núcleo residual evoluciona hasta
transformarse en una estrella compacta: enanas blancas, estrellas de neutrones, estrellas exóticas o
la forma extrema de colapso gravitacional que forma un agujero negro. Otras, las absurdamente
gigantescas, pueden implosionar directamente hacia este mismo final.

El candidato claro más cercano para sufrir uno de estos procesos de manera inminente (si es que no
ha ocurrido ya y el frente fotónico está en camino) es nuestra vieja amiga Betelgeuse, alfa de Orión.
Betelgeuse es una supergigante roja a entre 500 y 640 años luz de distancia, con veinte veces la
masa del sol: justo en el borde que le permitiría mantener un núcleo por encima del límite TOV y
llegar a convertirse en un agujero negro. Presenta un fenómeno de contracción rápida (el 15% en 17
años, y acelerándose) compatible con el colapso nuclear que conduce a una supernova de tipo II.
Pero no nos hagamos ilusiones aún: podría deberse a cualquier otra razón.

¿He dicho hacernos ilusiones? ¿Estoy loco o qué? ¿Una estrella de neutrones o un agujero negro ahí
al lado en términos cósmicos y el Yuri se hace ilusiones?

Sí. :-D ¡Sería extraordinario! Lo peor que puede pasar es un brote de rayos gamma, que de todas
formas no nos alcanzaría significativamente porque el eje rotacional de Betelgeuse no apunta hacia
nosotros. Tendríamos una buena ducha de neutrinos y rayos cósmicos que quizá pudieran llegar a
deteriorar algún satélite, un objeto en el cielo tan brillante como la Luna llena durante algún tiempo,
y una nueva nebulosa durante una temporada más. Y un montón de respuestas sobre el origen y
evolución del universo, junto a otras tantas preguntas nuevas y mejores más. Por lo demás, no te
acuestes muy tarde que mañana se trabaja. No pensarás que te ibas a librar sólo porque haya
estallado una supernova y se esté formando un posible agujero negro aquí al lado como quien dice,
¿no?

De las fuerzas elementales.

De hecho, ha ocurrido muchas veces. Lo del agujero negro no (¡lástima!), pero lo de las supernovas,
sí. Hace 2.800.000 años, cuando nuestros antepasados australopitecos ya andaban por aquí, una
detonó lo bastante cerca como para dejar el planeta perdido de hierro-60. En tiempos históricos han
estallado muchas.
¿Y con el agujero negro qué hacemos? Mira: a pesar de su aura tenebrosa, un agujero negro es un
objeto físico como cualquier otro en este universo. Del horizonte de eventos para fuera, las leyes
habituales de la física no se ven afectadas: su comportamiento sigue siendo como el de cualquier
otra estrella de similar masa. ¿Y qué es esto del horizonte de eventos?

Cuando un agujero negro se forma y estabiliza por cualquiera de las vías que hemos visto antes, el
núcleo colapsado se comprime hasta alcanzar volumen cero y densidad infinita: la singularidad.
Esto es difícil de visualizar con la percepción clásica y requiere de la Relatividad; pero es posible,
ya lo creo que sí. Se ha hablado mucho de las extrañas anomalías espaciotemporales que un
monstruo tan extraño produce o puede producir (en realidad, no lo sabremos verdaderamente hasta
que no logremos la teoría de la gravedad cuántica), pero ninguna de ellas sale del horizonte de
eventos. De hecho, nada de lo que ocurra dentro del horizonte de eventos puede alcanzar a un
observador exterior, ni siquiera la luz: por eso es un agujero negro.

El horizonte de eventos (que a grandes rasgos coincide con el radio de Schwarzschild) es el punto a
partir del cual la velocidad necesaria para escapar del agujero negro es superior a la velocidad de la
luz; como nada que tenga masa o transporte información puede ir más rápido que la velocidad de la
luz, nada en este universo puede escapar de un agujero negro más allá del horizonte de eventos. Sin
embargo, más acá, no es más que un astro como otro cualquiera, con su masa original (la densidad
es infinita en la singularidad, pero no la masa). Se puede orbitar y existir en general alrededor de un
agujero negro. De hecho, es como si la estrella que lo formó siguiera estando allí, sólo que en una
forma diferente.

¿Y hasta dónde llega este horizonte de eventos? En los agujeros negros estelares que conocemos,
los mayores horizontes de eventos tienen... unos trescientos kilómetros de circunferencia, que
vienen a ser cincuenta de radio.

¿Cómo? ¿Sólo cincuenta kilómetros?


Sí, sí, cincuenta kilómetros. Si hubiera un agujero negro como quince soles en el Ayuntamiento de
Valencia, estarías fuera del horizonte de eventos llegando a Castellón. Si estuviera en la Puerta del
Sol de Madrid, seguirías pudiendo escapar desde Toledo. Si se hubiese establecido en la Plaça de les
Glòries Catalanes, te librarías situándote un poquito más allá de Vilanova i la Geltrú. Si nos lo
encontráramos formándose en el estadio del Boca Juniors de Buenos Aires, nos situaríamos fuera
del horizonte de eventos más o menos por General Rodríguez.

Incluso en el caso de agujeros negros supermasivos como los que se encuentran en el centro de las
galaxias, con cientos y miles de millones de masas solares, la distancia de seguridad tras del
horizonte de eventos no está mucho más lejos que la órbita de Plutón, y bastante más cerca que
Sedna. Si te alejas unos cuantos sistemas solares, es prácticamente irrelevante.

Lo que sí deberías hacer para no caer hacia él, claro, es orbitar a su alrededor igual que orbitarías
alrededor de cualquier otro astro de masa similar. Si el agujero negro se deriva (como toca) de una
estrella con masa en similar orden de magnitud, entonces el resto del universo más allá de ese
pequeñísimo horizonte de eventos, esencialmente, ni se inmuta.

Y entonces, ¿qué pasaría si un agujero negro entrara en el sistema solar?


Pues lo mismo que si se paseara por aquí cerca cualquier otro objeto de masa similar.

Como hemos visto, no hay nada en nuestro sistema solar ni en unos quinientos años-luz a la
redonda que pueda convertirse en un agujero negro. La única posibilidad de enfrentarnos a uno de
ellos es que se tratara de un agujero negro errante circulando por nuestro brazo galáctico (o, más
bien, con nosotros circulando hacia él). La probabilidad de que tal cosa suceda es extremadamente
baja, una montaña de ceros después de la coma y antes del uno, pero aún así supondremos que
ocurriera, para dar respuesta a la preguntita de marras.

Con tal propósito vamos a utilizar una aplicación llamada PPNCGS (Parameterized Post
Newtonian Collisionless Gravity Simulator), desarrollada por el amigo indonesio, otaku y
matemático Fendy Sutandio (Orichalc) sobre este estudio de la NASA. Funciona notablemente
bien, y nos permite simular con bastante exactitud la interacción gravitatoria entre astros (o
cualquier otra masa).

Por simplicidad (y porque si quieres un paper detallado en vez de un post divulgativo, yo necesito
dos meses y tú necesitas un talonario de cheques :-D ) cargaremos únicamente los datos del Sol y
los nueve planetas tradicionales en una alineación convencional y sin tener en cuenta rarezas
orbitales como las de Plutón. Resulta suficiente para una buena aproximación, y he hecho un par de
pruebas que me sugieren la conjetura de que los resultados son muy parecidos aunque no
incorporemos todos esos detalles.
Ponemos en marcha el simulador y, así, pronto obtenemos las órbitas esquemáticas convencionales
de nuestro sistema solar (en la realidad, las de Marte y Mercurio serían un poquito más excéntricas,
y la de Plutón notablemente más excéntrica, hasta cruzarse con la de Neptuno; además de inclinada
17º con respecto a la eclíptica). En una proyección a cien años, los planetas más lejanos no tienen
tiempo de describir una órbita completa alrededor del Sol:

Muy bien: ya tenemos un modelo gravitacional simplificado de nuestro sistema. Ahora vamos a
añadir un agujero negro estelar típico de diez masas solares, al que bautizaremos como Abaddón: el
ángel exterminador. Haremos que apunte más o menos hacia la posición actual de la órbita de
Saturno, desplazándose a sesenta kilómetros por segundo, procedente del sur celeste para cruzar la
eclíptica en ángulo más o menos recto:
Ejecutamos el simulador y...

Oops. Parece que al sistema solar no le ha sentado muy bien. Pero no porque Abaddón haya
"succionado" nada en particular, sino debido a la atracción gravitatoria de una masa tan inmensa.
Lo mismo habría sucedido si se hubiese tratado de cualquier otro objeto con una masa parecida en
vez de un agujero negro. Observamos que el Sol ha salido propulsado hacia el agujero negro,
arrastrando a todos los planetas interiores (incluída la Tierra). La perspectiva (y el tamaño que le he
puesto a Abaddón) engaña, pues parece que el Sol y los planetas interiores hayan caído
directamente en él, con lo que habrían sido absorbidos. Pero en realidad, está pasando por "encima"
y se cruzan a millones de kilómetros de distancia en el eje norte-sur:
Por su parte, los planetas exteriores han resultado despedidos lejos del sistema solar originario; en
el caso de Júpiter, después de hacer un extraño quiebro alrededor del Sol y cerca de la Tierra.
Saturno se aleja a velocidades enormes. Plutón ha invertido su sentido de traslación.

No obstante, la estabilidad de las órbitas interiores es sorprendente. Veamos con más detalle cómo
han quedado durante y después del paso de Abbadón:

Puede verse que las órbitas de Mercurio y Venus han quedado prácticamente incólumes. La de la
Tierra es ahora más excéntrica, aproximándose mucho a Venus por uno de sus extremos;
aparentemente, sigue dentro de la zona de habitabilidad, por lo que la vida en la Tierra podría
proseguir. Incluso la vida humana.
Eso sí, no iba a ser divertido. Grandes mareas provocarían gigantescas inundaciones durante el paso
de Abaddón y, en menor medida, de Júpiter; es muy probable que estas mareas afectaran al núcleo,
manto y corteza terrestre, provocando intensos fenómenos de vulcanismo. Habría importantes
tormentas de meteoritos y asteroides hasta que volvieran a estabilizarse. Los veranos pasarían a ser
más calientes y los inviernos más fríos, con los subsiguientes cambios climatológicos, evolutivos y
ecológicos. Seguramente, el tiempo sería mucho más severo que en la actualidad. Este resultaría un
lugar más inhóspito, pero con bastante probabilidad nada que la vida terrestre no haya enfrentado
anteriormente.

Más preocupante es la órbita de Marte, que como vemos ha quedado en trayectoria de colisión con
Venus, la Tierra y, sobre todo, Mercurio. Cada año marciano conllevaría una posibilidad de impacto
planetario, una especie de ruleta rusa cósmica. Y el problema con Júpiter es muy grave. Se ha
quedado "flotando" después de la primera pasada, prácticamente desprovisto de velocidad orbital,
por lo que durante los siguientes años caería en una órbita muy elíptica que le llevaría una y otra
vez al interior del sistema solar, con un periodo de unos 37-50 años. Veamos lo que ocurre durante
el siglo siguiente:

Además de las posibilidades de colisión, sólo podemos especular sobre los efectos de este
"martilleo gravitacional" repetitivo sobre los planetas interiores, y los efectos que podría tener sobre
la rotación solar (que de todas formas variaría significativamente). También deberíamos considerar
los problemas causados por su intensa magnetosfera. Curiosamente, la ausencia de los demás
planetas exteriores no tendría mucha importancia (a menos que hagamos caso a los astrólogos). Su
influencia real sobre la Tierra y los que estamos en ella es prácticamente irrelevante en la actualidad
(y lo ha sido a lo largo de toda la existencia humana), por lo que su desaparición no se notaría de
manera significativa más que por la pérdida del escudo anti-cometas que suponen debido a su
atracción gravitatoria.

Por supuesto, este no es más que uno de los escenarios potenciales. La gravedad es una fuerza muy
débil, la más débil de todas por muchos órdenes de magnitud, y en cuanto su fuente se aleja un poco
sus efectos se reducen mucho. Si en vez de apuntar hacia la órbita de Saturno, Abaddón apuntase
hacia la de Plutón, sólo se notaría su efecto sensiblemente a partir de Saturno (proyección a cien
años):
Puede observarse que las órbitas de Saturno y Urano se han vuelto excéntricas; y las de Neptuno y
Plutón, además, elípticas hasta el punto de que el primero llega a aproximarse más al Sol que
Júpiter, lo que apunta un riesgo bajo de colisión con este último. Por el contrario, las órbitas de los
planetas interiores (Mercurio, Venus, Tierra, Marte) y de Júpiter han quedado intactas pese al
tránsito del agujero negro. En este escenario, el principal inconveniente para nuestro planeta podría
ser la desestabilización del cinturón de asteroides y las acumulaciones transneptunianas, con el
consiguiente riesgo de impactos de meteoritos y cometas. Pero eso sería todo, y a eso hemos
sobrevivido muchísimas veces.

Si, por el contrario, Abbadón se dirigiera hacia algún punto entre Marte y Júpiter, el sistema solar
está perdido por completo (proyección a un año):

En este escenario extremo, la mayor parte de planetas salen despedidos del sistema solar a alta
velocidad. Venus quiere hacerlo, pero se queda sin energía y cae hacia el Sol. Lo mismo le ocurre a
la Tierra, congelándose primero en un breve viaje hasta más allá de la (antigua) órbita de Saturno.
Llama poderosamente la atención la curiosa estabilidad de la órbita de Mercurio, que apenas se
altera un poco con un agujero negro de diez masas solares a menos de ochocientos millones de
kilómetros; Mercurio está verdaderamente blocado al Sol.

En todo caso, la probabilidad de que un agujero negro se acerque a nuestro sistema solar es
extraordinariamente baja. En el mundo real, no hay tantos Abaddones y los más cercanos se hallan a
miles de años-luz de distancia: miles de billones de kilómetros. Además, con los instrumentos
actuales detectaríamos las anomalías gravitacionales y relativistas de un "errante" en aproximación
cientos, seguramente miles de años antes de que llegara al sistema solar (qué hacer después con tal
información es un problema distinto...). Lo cierto es que no ha sucedido desde que la Tierra está
aquí (eso es un tercio de la edad del universo), y las probabilidades de que ocurra alguna vez son
casi cero. Al menos, mientras aún estas cosas le importen a una especie llamada humanidad.

Plan 1 for Parameterized Post Newtonian Collision less Gravity Simulator


During the experiment “The effect of black hole passing by our solar” using NCGS, I was advised
to include relativistic effect into the simulator, to see if something can be different. Therefore this
blog is intended as a starting plan to make a new simulator called PPNCGS. Just to make sure I get
the meaning of equation [8-1] from http://iau-comm4.jpl.nasa.gov/XSChap8.pdf right.

Parameterized Post Newtonian Collision less Gravity Simulator (PPNCGS), is an upgrade planned
for simple Newtonian Collision less Gravity Simulator. By including the Parameterized Post
Newtonian into the equation, the relativistic effect can be included into the n-body interaction in an
NCGS. So, instead of only the value of G like in NCGS, the other cosmological constant, c will also
be included in the simulator.
The original equation [8-1] from http://iau-comm4.jpl.nasa.gov/XSChap8.pdf is this :

Equation 8.1 from

Then we remove the asteroid calculation,


Equation A1. Asteroid removed

From here on this equation will be called equation A1

First we will need to make the equation, more computer friendly. Even if mathematically a*b+a*c =
a*(b+c) , these two are not the same computationally. Multiplication need more time to process than
addition, so a*b+a*c will need more time to process than a(b+c). Therefore, we simplify this
equation to become equation A2, by collecting c from equation A1.

Equation A2

Then we by using the law of distribution, we simplify the red boxed part of equation A2, to become
equation A3.
Equation A3

Equation A3 can further be simplified to become Equation A4.

Equation A4

In order to find the derivative of the function, we might need to use software called, Maple. In order
to make the equation Maple readable, we must turn Equation A4 into Equation A5. Since Equation
A5, is really complex (but Maple readable), I put some color on it to denote relationships between
equation A4 and A5. (click image for detail)
Equation A5

After equation A5 have been checked for their compatibility with Equation A1, we will go further to
the next step of making calculation network design (required to minimize the number of calculation
required).

The other thing that must be done is to find the derivative of acceleration, as the numerical method
used in the PPNCGS is Taylor Second Order.

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