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J. M A R T Í N E Z RUIZ
L.A
DEL A U T O R
MADRID
. LIBRERÍA DE F E R N A N D O FÉ
Carrera de San Jerónimo, 2
M a d r i d , 12 de Junio d e 1899.
C a m i n a m o s todos á la realización de
un ideal r e m o t o : conviene prevenirnos
para que en el camino no muramos. Sin
perder de vista el ideal, t r a b a j e m o s p o r
ir reformando las v i e j a s instituciones. ¿Qué
no ganaríamos si por de p r o n t o pudiése-
m o s suprimir el grillete y el verdugo,
trasformar en casas de corrección los pre-
sidios y levantar al c a í d o , en v e z de
ahondar la sima á que le precipitóel delito?
l e ne c h e r c h e a u x livres q u ' à m ' y donner
d u plaisir p a r u n h o n n e s t e a m u s e m e n t . . . Si
ie m ' y p l a n t o i s , ie m ' y p e r d r o i s , e t le t e m p s ;
c a r i ' a y u n e s p r i t p r i m s a u l t i e r : c e q u e ie n e
veois de la première charge, ie l e veois
moins en m ' y obstinant.
MONTAIGNE
(Essais, liv. n , c h a p . 1 0 . )
E s costumbre ponderar previamente la
importancia de la materia y e x p o n e r el
plan y el método del libro: c o m o si el lec-
tor no lo hubiera de ver l u e g o á luego y
j u z g a r por sí m i s m o del método y del
plan... Y es que no s a b e m o s decir verda-
des sin ponernos espetados; ni acertamos
á tratar de graves doctrinas sin ser bas-
cosos y difusos. P u e s del mismo modo
q u e los antiguos hidalgos se ponían mi-
g a j a s en las b a r b a s por aparentar que
habían comido; estos hidalgos escribido-
res de ahora, ponen en sus discursos pe-
sado aparato de g r a v e y prolija dialéctica
por parecer que son sabios. Q u i z á s , des-
pués de todo, la tal calamidad esté en la
misma Naturaleza en q u e vivimos; pero el
hecho no es m e n o s cierto y lamentable.
« ¿ N o te parece», dice el maestro Gracián
• •
d e p l u m a d e e s t e l i c e n c i a d o ó aquel o p o -
sitor á c á t e d r a s ; es la p l u m a l i g e r a y d e s - I. DESCARTES.—II. SPINOZA.-III. LOS FILÓSO-
EL SENTIMIENTO
I. B E C C A R I A — I I . LARDIZÀBAL.
III. HUMANITARISMO.—IV. LAS PRISIONES.
: I
IiA E S C U E L A I T A M A N A
I. L O M B R O S O . — I I . FERRI.—HI. GAROFALO.
DOCTRINA » E T A R D E
DOCTRINA DE D O R A D O
10
N o forma, así, grupo con los demás; forma Preocupados con que el crimen es falta de
grupo aparte. adaptación, olvidan que tal adaptación pue-
L a individualización del tratamiento, no de lograrse, no sólo modificando el indivi-
sólo con relación á cada delincuente, sino duo, «sino modificando el ambiente social
con relación á cada estado singular de cada en que vive» ese individuo. ¿ A qué, sino á
delincuente, es la meta á q u e debe aspirarse. esto, el prolijo y terrorífico catálogo penal
L a aspiración ha comenzado á realizarse; la de la Criminología? ¿Cómo si no Ferri ha-
patología dejó de considerar la enfermedad bría de incluir entre los modos de defensa
y estudió el e n f e r m o ; el D e r e c h o penal cesó los medios represivos y los medios elimina-
de examinar el delito para examinar el de- tivos? ¿ Sería posible que Garofalo pidiera,
lincuente. como en su libro parece pedir, la elimina-
ción del reo para dar cumplida satisfacción
Las diferentes clasificaciones de los delin-
al «desiderio della vendetta»? ¿ E n qué, sino
cuentes que los criminalistas han hecho,
en la pena mal, mal correlativo del delito,
representan el p r i m e r paso hacia ese ideal.
pueden fundarse los que atacan á los discí-
N o desembarazado y franco, ciertamente;
pulos de Beccaria, á los continuadores de
pero de indudable trascendencia. Con él se
Howard? Si para ellos la pena no es indivisa
realiza el primer acto de diferenciación.
del delito, ¿cómo satisfacer las contradicto-
A n t e s , con la doctrina clásica del libre albe-
rias afirmaciones de la ineficacia de la pena,
drío, todos eran iguales, y á todos los que
y de que las tendencias humanitarias de la
de su libre albedrío disponían en mal, se les
escuela clásica son indefendibles y mal-
trataba del mismo modo. A h o r a la distin-
sanas?
ción se ha iniciado. Y tras este primer paso
vendrán otros. N o ; este rigorismo desentona del sentido
general de la doctrina. N o es justo, no es
IV
humano, no es científico. L a tradición y el
progreso exigían otra cosa; exigían no sólo
L o repetimos: los penalistas italianos
la ratificación de las conquistas de los Bec-
no han sabido sustraerse al viejo prejuicio
caria y de los Howard, reclamaban también
de que la pena es inseparable del delito.
N o forma, así, grupo con los demás; forma Preocupados con que el crimen es falta de
grupo aparte. adaptación, olvidan que tal adaptación pue-
L a individualización del tratamiento, no de lograrse, no sólo modificando el indivi-
sólo con relación á cada delincuente, sino duo, «sino modificando el ambiente social
con relación á cada estado singular de cada en que vive» ese individuo. ¿ A qué, sino á
delincuente, es la meta á q u e debe aspirarse. esto, el prolijo y terrorífico catálogo penal
L a aspiración ha comenzado á realizarse; la de la Criminología? ¿Cómo si no Ferri ha-
patología dejó de considerar la enfermedad bría de incluir entre los modos de defensa
y estudió el e n f e r m o ; el D e r e c h o penal cesó los medios represivos y los medios elimina-
de examinar el delito para examinar el de- tivos? ¿Sería posible que Garofalo pidiera,
lincuente. como en su libro parece pedir, la elimina-
ción del reo para dar cumplida satisfacción
Las diferentes clasificaciones de los delin-
al «desiderio della vendetta»? ¿ E n qué, sino
cuentes que los criminalistas han hecho,
en la pena mal, mal correlativo del delito,
representan el p r i m e r paso hacia ese ideal.
pueden fundarse los que atacan á los discí-
N o desembarazado y franco, ciertamente;
pulos de Beccaria, á los continuadores de
pero de indudable trascendencia. Con él se
Howard? Si para ellos la pena no es indivisa
realiza el primer acto de diferenciación.
del delito, ¿cómo satisfacer las contradicto-
A n t e s , con la doctrina clásica del libre albe-
rias afirmaciones de la ineficacia de la pena,
drío, todos eran iguales, y á todos los que
y de que las tendencias humanitarias de la
de su libre albedrío disponían en mal, se les
escuela clásica son indefendibles y mal-
trataba del mismo modo. A h o r a la distin-
sanas?
ción se ha iniciado. Y tras este primer paso
vendrán otros. N o ; este rigorismo desentona del sentido
general de la doctrina. N o es justo, no es
IV
humano, no es científico. L a tradición y el
progreso exigían otra cosa; exigían no sólo
L o repetimos: los penalistas italianos
la ratificación de las conquistas de los Bec-
no han sabido sustraerse al viejo prejuicio
caria y de los Howard, reclamaban también
de que la pena es inseparable del delito.
la abolición de toda pena en la salud social. el vestido y el sustento, son superiores á
E s o pedían tan gloriosas tradiciones: «que los que el miserable pueda lograr fuera de
la pena como medio represivo debe abolirse ella. N o mejora al recluso; le corrompe.
totalmente, y q u e si en algún caso se con- Casas de corrección se llaman; casas de co-
serva, ha de tener el carácter de medio rrupción debieran titularse. N o sirven á
preventivo». impedir los delitos; fomentan y hacen nacer
otros nuevos y diversos.
Pero la humanidad avanza, y la evolución
Esto es notorio; esto lo repite todo el
se realiza á pesar de todas las momentáneas
mundo. A p e n a s queda penalista de buena
regresiones. Desapareció la bárbara penali-
fe que no repruebe la pena de privación de
dad de otros tiempos; desaparecerá la pena
libertad. N o h a y , singularmente, quien de-
única preconizada en estos días, desapare-
fienda en nuestros días las penas cortas de
cerá la privación de libertad, se acabarán
esta clase. U n á n i m e m e n t e se reconoce que
las prisiones.
son en absoluto nocivas. T é n g a s e en cuenta
Todas las consideraciones de justicia que
después de esto, que las penas cortas de
bastaron á proscribir una á una las crueles
cárcel son donde quiera las más usadas,
penas de antaño, son alegables y pueden
enormemente usadas, infinitamente más
encaminarse á condenar las penas de pri-
que las largas y que los demás medios pe-
sión. Sus más entusiastas defensores lo com-
nales, hasta el punto de que, como escribía
prenden así; van perdiendo poco á poco la
K i r c h e n h e i m en su ponencia al Congreso
confianza que en ellas tuvieran; van mirán-
penitenciario de París de 1895, parece que
dolas con suspicacia; van convirtiéndose en
la mayor parte de las naciones se ha pro-
sus celados enemigos. L a experiencia ha
puesto «enviar á la cárcel el mayor número
demostrado que no producen resultado al-
posible de hombres con la mayor frecuencia
g u n o beneficioso. L a cárcel no intimida;
posible y por el menor tiempo posible»;
alienta y estimula á entrar en ella al des-
téngase en cuenta también que la marcha
amparado. Alienta, sobre, todo, desde que
misma de las cosas en este sentido, ó sea la
el progreso penitenciario ha hecho de ellas
constante dulcificación de la penalidad, va
confortables alojamientos, donde el trato,
haciendo cada vez más grande la cifra de solidarista y determinista, llevan derecha-
tales penas c o r t a s ; — y dígase francamente mente á la idea de una responsabilidad (si
si no hay motivos para creer que una de se quiere conservar la palabra, que bueno
las mayores fuentes del malestar social, es sería suprimir), colectiva y difusa — según
esa institución llamada justicia criminal, la venimos llamando con denominación que
tan respetable, tan beneficiosa, tan sagrada. tenemos por e x a c t a , — y por consiguiente,
á la proscripción completa del presente sis-
A nuestro j u i c i o , las causas que vienen
tema penal represivo, reemplazado por otro
determinando la abolición de toda pena
protector.
(pena mal y castigo; no curación y tutela,
y por eso convendría abandonar el antiguo Pero, se dirá: «suprimida la pena, ¿qué
vocabulario), son múltiples, pero singular- hacer con los delincuentes? ¿Qué hacer con
mente estas dos, consecuencia y condición aquellos individuos que no se adapten á las
indispensable una d e otra: i." la mutua soli- condiciones exigidas en determinado mo-
daridad y correspondencia de los seres y mento histórico; que se rebelen contra esas
fenómenos de la naturaleza; de tal suerte, condiciones; que se aparten del c o m ú n
que cada uno contribuye á causar el obrar pensar y sentir de los hombres reputados
de los otros y q u e su hacer sea un resultado por honestos?»
del hacer de los demás; 2.a el d e t e r n i n i s m o Para K r o p o t k i n e y sus radicales partida-
de todos los fenómenos, de los llamados por rios, la cuestión es sencilla: rechazan toda
antonomasia «naturales», como de los hu- reclusión, toda privación de libertad. Nada
manos y sociales, de las pretendidas libérri- de reformatorios, de casas de salud, de ma-
mas «acciones». nicomios penales. Libertad, absoluta liber-
tad, solicitud, cuidado fraternal, cariño; esa
Por muy extraña é inconsecuente tene-
es la panacea. Y es buena, ciertamente; lo
mos la conducta de aquellos pensadores que
malo es que no dan detalles del programa.
aceptando los anteriores postulados, conti-
¿Se fundarán asociaciones adecuadas? ¿Se
núan, sin embargo, preconizando la pena
dejará que cada cual haga por su semejante
mal y la consiguiente responsabilidad indi-
enfermo lo que desee? ¿Se abandonará á
vidual. Y entendemos q u e las afirmaciones
esos enfermos para que hagan lo que quie- coacción. Todavía no se puede «ahogar el
ran por su cuenta?
mal con la abundancia del bien», como de-
Acaso lleguemos, y llegaremos induda- cía Balmes. Y mientras tanto, nosotros nos
blemente, al ideal del publicista ruso. Pero atenemos al sistema higiénico y tutelar ex-
querer hoy implantar en redondo tal siste- presado repetidamente en estas páginas.
ma, es un poco aventurado. Vigente, por
desgracia, está aún en todas partes el siste-
ma de la pena castigo. N o han podido
hacerse sino mezquinos ensayos de las ins-
tituciones protectoras que defendemos. N o
ha podido verse prácticamente el resultado
de las instituciones para niños y jóvenes
delincuentes, para alcohólicos, para vagos,
para mendigos... ¿Con qué derecho conde-
narlas tan rotundamente? Además, el autor
de Las Prisiones se deja llevar de su gene-
rosidad al creer que todos han de vivir la
propia vida ejemplar que él vive. Sabrá él
vivir en plena libertad y respetar la libertad
ajena; pero, ¿vivirían y la respetarían todos
lo mismo? ¿La respetaría por lo menos la
mayor parte? H o y , no; la gran mayoría de
los habitantes de los países «civilizados»,
v i v e aún, interiormente al menos, en la
edad arqueolítica, y son muy poco de fiar
ciertamente sus buenas cualidades nativas.
E s posible que transcurra mucho tiempo
aún hasta vivir en un ambiente social sin
VII
DOCTRINA DE (iIRARI)IX