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Christie, K. (1986). Oligarcas, Campesinos y Política en Colombia.

Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia.

Resumen

En este libro, el autor intenta establecer las razones por las cuales el entendimiento
del desarrollo político en Colombia pasa necesariamente por la comprensión
preliminar de sus regiones, de la dinámica política en ellas y de cómo se fue
construyendo una política nacional a lo largo del siglo XX. Para Christie, Colombia
fue un país de regiones fuertemente diferenciadas en lo cultural, político, social y
económico hasta mediados del siglo XX, momento cuando logra imponerse
finalmente la centralización administrativa desde Bogotá. Aduce como razones para
la dificultad de superar el regionalismo la baja población del país en el siglo XIX,
particularmente en las ciudades, la vocación rural de sus habitantes, las
particularidades geográficas del territorio y sus dificultades inherentes, las
precarias vías de comunicación, y la herencia de la Colonización Española,
fragmentaria y administrativamente dispersa. Dicha regionalización fue uno de los
motivantes de las numerosas guerras civiles de este siglo. Estos aspectos se van
superando a partir del periodo de la Regeneración en 1886, hasta lograr una
consolidación nacional a mediados de la centuria siguiente.

El desarrollo de esta tesis parte de un estudio de caso centrado en la región del Viejo
Caldas; allí observa todos los elementos constituyentes del desarrollo político
regional hasta cuando se consolida un proyecto de nación. El libro se divide en dos
partes: en la primera hace énfasis en la emergencia de los sectores oligarca y
campesino en el viejo Caldas, en la segunda profundiza en la política regional y
expone los orígenes de la Violencia de mediados del siglo XX.

En el primer capítulo define el concepto de oligarquía como un grupo pequeño de


individuos, perteneciente a las mejores familias de la ciudad, que controla la
administración pública y las principales actividades económicas locales. A partir de
esta definición, ilustra cómo en Manizales se formó una oligarquía desde el mismo
momento de su fundación, y que mantuvo el control político durante largo tiempo.
Los orígenes de esta oligarquía los ubica en el proceso mismo de fundación, en la
Colonización Antioqueña, de la que dice además que sus características no fueron
tan democráticas como suele decirse: a Manizales llegaron en buena medida grupos
familiares acomodados de Medellín y otras latitudes de Antioquia, algunos de ellos
incluso presumiendo de linaje español noble. Claro que con ellos también llegaron
negros, mulatos, mestizos e indígenas, pero todos ellos en condición de servidumbre
e incluso esclavitud. La repartición de tierras, pilar económico de esta primera etapa
de la ciudad, se hizo con base en los privilegios de clase anteriormente descritos, con
lo que las asimetrías sociales existentes en Antioquia se importaron a la nueva
comarca.

Detalla cómo este estamento acomodado pasa de ser latifundista a convertirse en


comerciante agrario, por medio de actividades de especulación con tierras
consistentes en introducir mejoras, generalmente a partir de colonos o aparceros,
para luego vender los predios cuando el precio fuera conveniente. Con los capitales
acumulados por esta actividad y la propiamente agropecuaria, la oligarquía local se
aventura en empresas comerciales de mayor envergadura, convirtiendo a Caldas en
nodo de este tipo de actividades durante las guerras civiles de las décadas del 60 y
70 del siglo XIX. Con la llegada del café, Caldas va a lograr uno de los ingresos per
cápita más altos del país, paralelo al aumento de los propietarios de la tierra. Estos
hechos han servido como argumento para suponer que en este departamento operó
una igualdad de propiedad sobre la tierra que redundó en mejores condiciones para
todos los campesinos, razón por la cual su estructura económica rural fue modelo
nacional. Sin embargo, el autor se esfuerza por demostrar que, si bien es cierto que
el número de propietarios de terrenos aumenta y que los ingresos promedio
también, esto no es sinónimo de un desarrollo económico democrático, toda vez que
la mayoría de propiedades son de cinco hectáreas o menos, con un promedio de
tres, y que si bien los ingresos sí son superiores a los del resto de departamentos
cafeteros del país, no necesariamente son suficientes para mantener una numerosa
familia como la que normalmente existía en una finca caldense.

En lo que respecta al control administrativo sobre el departamento por parte de la


llamada oligarquía local, el autor apela al diseño de un cuadro donde aparecen los
apellidos que más se repiten entre los funcionarios públicos de las instituciones
departamentales a partir de la fundación de Caldas en 1905 y hasta mediados del
siglo XX. Se encuentra con que la mayoría de estos apellidos se repiten
sistemáticamente durante estos años en los cargos públicos, y encuentra una
relación con los principales comerciantes y terratenientes de la región, desde la
fundación de Manizales y otros municipios del centro occidente.

En el segundo capítulo se hace una exposición de las actitudes políticas del


campesino caldense, al que define como el poseedor de menos de cinco hectáreas en
una zona rural. Dice que los campesinos, junto con los demás sectores sociales del
campo que viven en condiciones económicas bajas, han mantenido una histórica
falta de unidad política y ausencia de lucha por sus reivindicaciones propias, a pesar
de las condiciones materiales bajo las que viven. Con base en la realización de un
cuestionario, el autor afirma que entre las circunstancias que influyen en este hecho
se encuentran la afiliación religiosa, el clientelismo electoral, la veneración
tradicional hacia las fuerzas armadas y la falta de organización del campesinado. A
los labriegos los califica como personas individualistas, con muy poco interés por los
asuntos políticos y con una muy baja conciencia de clase.

Aparte de esto, el autor hace una presentación de los principales hechos de violencia
relacionados con el conflicto de tierras en Caldas, en la que resalta algunos casos de
tomas de predios por parte de campesinos e indígenas, seguidas de la respectiva
represión oficial. En este caso es importante el papel desempeñado por la ANUC.
También menciona el impacto de los intentos de reforma agraria en los gobiernos
de López Pumarejo (1936) y Lleras Restrepo (1961); el primero de ellos no tuvo
mayores repercusiones en las condiciones de tenencia de la tierra en Caldas,
mientras que el segundo llevó a un aumento de los reclamos ante el INCORA y las ya
citadas medidas de hecho.

La segunda parte del libro comienza con el tercer capítulo dedicado a un bosquejo
de la política regional en el Viejo Caldas. Resalta cómo el ritmo de la política
caldense marchaba paralela a los acontecimientos nacionales en lo que respecta a
las principales decisiones económicas: la búsqueda de un producto base de
exportación, el auge del café, los gravámenes al grano que se utilizaron para dar un
impulso a la industrialización y al desarrollo de la infraestructura, la sustitución de
importaciones del periodo entre guerras, la creación de la Federación Nacional de
Cafeteros entre otros. En materia política, el predominio de uno u otro partido
también dependía de los acontecimientos nacionales: dominio conservador durante
la República Conservadora, auge liberal en los años de la República Liberal, retorno
del partido azul con la victoria de Mariano Ospina Pérez. Estos cambios fueron
principalmente administrativos y no afectaron el desempeño de la oligarquía
regional. Esto también fue notorio en el papel de la iglesia y el manejo electoral. No
obstante, los cambios abruptos en la conformación burocrática de Caldas fueron
acumulando los odios que se desencadenarían luego en el periodo de la Violencia,
que para el autor tiene explicación fundamentalmente en las tensiones bipartidistas.
Dedica unas líneas a hablar del bandolerismo en Caldas, particularmente en el actual
Quindío, en épocas incluso posteriores a 1953.

Los dos últimos capítulos se dedican a mencionar dos casos concretos de


gamonalismo en las regiones: el caso de Carlos Barrera Uribe en Armenia y el de
Silvio Villegas en Manizales. Define el gamonal como un personaje local,
generalmente relacionado con las zonas rurales, que responde a directivas políticas
nacionales, y que se caracteriza por tener ascendiente en una zona de influencia, el
cual utiliza para movilizar políticamente a la población a favor de determinada
causa. El gamonal es característico de un país de regiones, que va desapareciendo
cuando la política se va tornando más nacional, como fue el caso de Colombia. El
ejemplo de Carlos Barrera es el del clásico gamonal, cuya influencia fue muy fuerte
en su época (década del 30 del siglo XX) a favor del Partido Liberal. El perfil de Silvio
Villegas no encaja tan bien con el de un gamonal, toda vez que este personaje no
pudo utilizar su influencia para aventajar electoral ni políticamente al Partido
Conservador; más bien estuvo enfrentado con éste. Además, su arraigo es
básicamente urbano, de corte académico, si bien con características regionales.

En las conclusiones reafirma la tesis del giro hacia una política nacional en Colombia
después de la década del 50, la pérdida de importancia de los gamonales por esta
misma causa, y la explicación de la Violencia bipartidista por los odios entre ambas
facciones, desestimando de paso otras tesis que buscan explicaciones de este
episodio de la historia en causas como la pugna entre modernismo y tradición, la
descampesinización entre otras. Agrega como conclusión el papel que para la
industrialización de Antioquia tuvo el auge cafetero caldense.
Comentarios al resumen

El trabajo de este libro es el desarrollo de la tesis de grado del autor, que se


especializa en el Viejo Caldas y sus características políticas. Eso es lo que
fundamentalmente muestra el capítulo 1. Ahora bien, la pretensión de este trabajo
es identificar el carácter regional de la política colombiana antes de 1950. Para ello
apela al estudio del Viejo Caldas como ejemplo paradigmático que demostraría la
generalidad. Sólo menciona algunos casos de otras regiones en la introducción, y lo
hace de pasada, sin mucha profundidad. No se ve con claridad que el autor logre el
objetivo propuesto; no parece plausible que a partir de la exposición de la política
regional en el viejo Caldas se demuestre que haya habido desarrollos semejantes en
el resto de regiones del país, más aún si se tiene en cuenta que los desarrollos
económicos y políticos de otras latitudes son diversos e incluso más importantes
que lo que haya ocurrido en Caldas. No parece comparable el peso específico de la
región cafetera con la de Antioquia, la Costa Caribe, el Valle del Cauca y la misma
Bogotá, aun cuando se reconoce la importancia del café para la economía nacional
en la época de impulso del capitalismo en el país. Además, en la introducción el
autor hace el planteamiento del objetivo de manera explícita, pero éste no se
desarrolla en el resto del texto.

En lo que respecta a la manera como determina el peso específico de la oligarquía


caldense en la dinámica política de la región en la primera mitad del siglo XX, el
autor parte de datos incompletos y encuestas dudosas, hechos reconocidos por él
mismo. Éste recurre a estrategias para llenar los vacíos y completar la información,
los cuales resultan en el mejor de los casos cuestionables. Hace una serie de
suposiciones y tendencias imposibles de verificar empíricamente, y a partir de éstas
saca las conclusiones del estudio sobre la mencionada oligarquía. Esto torna las
conclusiones de este estudio por lo menos sospechosas. A tal punto llegan estas
sospechas que el autor tiene que incluir un apéndice al capítulo 2 para argumentar
las razones por las cuales realizó los ajustes citados a la información mencionada.

La explicación que el autor da en el capítulo 3 y en la conclusión sobre los orígenes


de la Violencia en Colombia es, como él mismo lo reconoce, simplista. Si bien hace un
esfuerzo por desestimar otras causas que considera exóticas, la que entrega no
parece satisfacer las preguntas que se han hecho históricamente sobre las razones
por las cuales el enfrentamiento se desbordó de la forma como lo hizo. No hay nada
nuevo en lo que este autor expresa al respecto, y se desconocen las dudas sobre una
explicación que ha sido tradicional en este suceso nacional. De manera llamativa, no
aparece referenciado el trabajo clásico sobre la Violencia en Colombia de Guzmán,
Fals Borda y Umaña, una omisión que no es excusable para un trabajo de la
magnitud del presentado y con las pretensiones propuestas.

Es comprensible que un autor angloparlante apele principalmente a fuentes


bibliográficas en su idioma. También es sabido que varias universidades de Estados
Unidos y Europa se han dedicado a estudiar a Latinoamérica, y en ese sentido han
hecho importantes aportes al esclarecimiento de muchos aspectos de esta parte del
mundo. Más aún, Christie tuvo lazos de filiación con Colombia, y llevó a cabo trabajo
de campo en el territorio. A pesar de todo esto, en todo el texto se nota el tono
extranjero en las conclusiones que aporta, y si bien hace uso de fuentes
bibliográficas en español y de producción colombiana, las omisiones (además de la
ya señalada sobre la Violencia en Colombia) son significativas, y en algunos casos se
da la impresión de que hay un desconocimiento de elementos que no se ignorarían
si se tratara de un investigador familiarizado con el territorio.

Una de las preguntas que pueden hacerse al autor es por qué no apeló, en términos
metodológicos, a la comparación entre las diferentes regiones del país para
sustentar su tesis y mostrar de manera más clara el papel determinante del
regionalismo como dinamizador político en la primera mitad del siglo XX. Los
argumentos entregados frente a la panorámica nacional en relación con el
regionalismo son verídicos y claros, pero no logran afianzarse empíricamente en
todo el territorio, o por lo menos en las regiones más importantes. Puede suponerse
que una investigación de esas dimensiones sería demasiado extensa, pero también
se supone que la elección metodológica resulta forzada por el hecho de contar con
un trabajo previo ubicado de forma específica en el Viejo Caldas.

No termina de quedar claro cómo aumenta la tenencia de la tierra por parte de


pequeños propietarios minifundistas en el periodo estudiado, al tiempo que creció
el latifundio, la tecnificación y la población urbana. En este punto, este autor
contrasta con Ocampo y su estudio sobre la dominación de clase en la ciudad de
Manizales, en el que sostiene que en la medida que el modo de producción
capitalista hacía mayor presencia en el campo aumentaba el desplazamiento hacia la
ciudad y por ende las haciendas de más de 200 hectáreas. Aun así, Christie coincide
con Ocampo en que el carácter democrático de la colonización antioqueña, que ha
hecho carrera en la historiografía oficial sobre este tema, es más un mito que un
hecho demostrado.

A pesar de lo anteriormente mencionado, este libro hace uso de una copiosa


bibliografía y realiza un esfuerzo denodado por desarrollar las tesis que se propone.
Particularmente, resulta pertinente para la investigación que se pretende realizar en
la medida que destaca aspectos de la clase política caldense durante el siglo XX, uno
de los elementos más fuertes del libro, toda vez que se sustenta en un estudio previo
por parte del autor. Así pues, la mayor pertinencia se centra en los capítulos 1 y 5.

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