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4 CAPÍTULO

EL ARTE DE ESCUCHAR: ATENCIÓN Y MEMORIA

La música requiere atención y memoria. Nada más. La sensibilidad se


forma con el paso del tiempo, el tiempo modela la experiencia y esta
última nos educa el oído. Al final, este engranaje sin fin funciona si se
alimenta con el motor de la atención y se engrasa con la memoria.
Sin atención la música deja de ser un arte organizado a base de sonidos y
pasa a convertirse en simple discurrir de ruidos. Ya no es arte ni es nada,
es una ristra de espectros sonoros vagabundos sin emoción ni forma; un
run-run molesto, una contaminación innecesaria. El contenido artístico de
la música se vacía si no está presente aquella que lo sabe reconocer: su
majestad la atención. Sin nadie que escuche (escuchar es oír + atender) la
música es ruido, es rollo de papel, es chorro amorfo. Sin oídos atentos, los
sonidos brotan unos tras otros en perfecto anonimato. Sin cerebros que
deparen en ellos, les reconozcan la cara, los identifiquen, los sitúen, los
distingan y los amen, los sonidos, al no saberse organizados, mueren
neonatos sin haber cumplido su función: llegar a las mentes y corazones
a través de los oídos y la atención. Porque es la atención quien organiza
los sonidos en el tiempo y los distribuye en nuestra memoria, es ella
quien da sentido al orden. Puede haber música sin sonidos (de silencios,
de ruidos), pero jamás música desatenta.
La memoria es el armario donde nuestra atención acude para almacenar
los sonidos y averiguar su sentido. La memoria nos señala las repeticiones,
las alturas, las referencias, nos describe la forma del tiempo. Sin memoria
no es posible escuchar una melodía, percibir el efecto del paso de un
acorde a otro, no existe el ritmo (¿cómo, si nada más oír un golpe ya lo
olvidamos?), y, ya no digamos, una forma. Es la única herramienta de que
disponemos para detener el tiempo; gracias a ella podemos tomar pers-
pectiva y observar el pasado, el presente y la promesa de futuro de forma
simultánea, como quien mira un cuadro; la memoria congela el tiempo, lo
solidifica, lo convierte en escultura. La memoria hace que el paso inexora-
ble del tiempo sea goma elástica, pues en música no queda nada claro lo
que ha pasado, lo que está pasando y lo que pasará: ese es el mundo
mareante en el que los compositores ejercen su juego, allí donde crean
mecanismos de tira y afloja del tiempo que después arrebatarán nuestro
ánimo.
En efecto, la atención y la memoria trabajan en ese eje tan esquivo que
es el tiempo. Es necesario, por tanto, cuidarlas bien, mantenerlas ágiles y
limpias, sin ellas no hay posibilidad de disfrutar del arte abstracto de los
sonidos. Hay que animarlas a trabajar, rehabilitarlas, revisarlas cada cierto
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tiempo (como quien va al dentista), pasarlas por la UCI cuando enveje-
cen... Con este tandem remando a la vez nos aseguramos un aprovecha-
miento total de la música. Porque la música, como la lectura y el teatro,
requieren de toda nuestra atención. ¿Es posible leer con aprovechamiento
y escuchar una sinfonía a la vez? No sé si existen personas capaces de
realizar este desdoblamiento, lo normal es que no se pueda. Lo que sí es
posible es mantener un fondo sonoro (para muchos agradable) que acom-
pañe y no disturbe la lectura, pero a eso no lo llamamos escuchar música,
eso es simplemente oír; en todo caso lo podríamos llamar ”escucha des-
atenta”, pero no ESCUCHA con mayúsculas, porque para escuchar de ver-
dad necesitamos todos los sentidos concentrados en el oído. Es entonces
cuando la atención detecta los acontecimientos musicales, los degusta, los
estruja, los archiva en diversos apartados de la memoria (la instantánea,
la cercana, la lejana...) y los deja listos para relacionarlos con el resto de
los compañeros. En estas relaciones entre sonidos, en el reconocimiento
de los acontecimientos sonoros, radica ”el arte de escuchar”.
Otro asunto que tenemos que tener en cuenta cuando decidimos escuchar
música es que ni todas las músicas son igual de exigentes con nosotros,
ni nosotros nos ponemos siempre igual de exigentes con ellas. Algunas
obras reclaman mayor concentración en su escucha, nos solicitan mayor
dedicación: bien porque las relaciones entre sus sonidos son más comple-
jas y/o sus formas más laberínticas, o bien porque su duración es exage-
rada. Otras obras, sin embargo, más livianas, están construidas a base de
juegos temporales más sencillos de percibir, son más directas en su men-
saje y no requieren especiales trabajos.
Por otra parte, hay que considerar que no siempre estamos dispuestos a
dedicar el mismo esfuerzo a la escucha: unas veces apetece que nos asal-
te, que la música nos inunde sin tener que hacer nada; otras buscamos la
aventura de zambullirnos en obras de largo desarrollo. Hay músicas que
conectan directamente a la primera escucha; pero las obras de grandes
dimensiones son una invitación al viaje, en ellas tenemos que volcar toda
nuestra atención y memoria. La recompensa es tan grande que merece
con creces ese esfuerzo.
En la presente selección, nuestros oyentes van a encontrar músicas de
todo tipo: fáciles y complicadas; cortas y largas; desarrolladas y concre-
tas... todas igualmente maravillosas. Las hay más famosas y menos, más
cotidianas y más especiales; pero, eso sí, todas ellas se encuentran entre
lo mejor que han hecho los compositores de varios continentes a lo largo
de los siglos. Todo lo que aquí podemos escuchar ha sido cribado y disfru-
tado por generaciones anteriores, y ahí nosotros nos sumamos portando
la misma antorcha olímpica. Si millones de personas no se han equivoca-
do, este monumento al sonido y al arrebato que está contenido aquí va a
producirnos muchas horas de felicidad, nos va a ayudar a conocer mejor
el mundo.
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Los oyentes, como los intérpretes, también tenemos más o menos defini-
do nuestro repertorio musical: canciones que hemos cantado en el seno
familiar o en la escuela; melodías disfrutadas en directo en bailes y plazas;
sintonías y bandas sonoras escuchadas en la radio, en la tele, en el cine;
conciertos que alguien nos ha descubierto; discos que hemos comprado...
Este repertorio ha conformado nuestro oído y esculpido la sensibilidad: es
hora de ampliarlo. La presente colección de música aspira a completar
nuestra colección de ”momentos de dicha”; si la recibimos con la atención
y la memoria dispuestas, no cabe duda de que el círculo iniciado por los
compositores, continuado por los intérpretes y prolongado por esta edición
habrá cumplido su objetivo: convertirnos a todos en catadores del verda-
dero ”arte de escuchar”.

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