La música requiere atención y memoria. Nada más. La sensibilidad se
forma con el paso del tiempo, el tiempo modela la experiencia y esta última nos educa el oído. Al final, este engranaje sin fin funciona si se alimenta con el motor de la atención y se engrasa con la memoria. Sin atención la música deja de ser un arte organizado a base de sonidos y pasa a convertirse en simple discurrir de ruidos. Ya no es arte ni es nada, es una ristra de espectros sonoros vagabundos sin emoción ni forma; un run-run molesto, una contaminación innecesaria. El contenido artístico de la música se vacía si no está presente aquella que lo sabe reconocer: su majestad la atención. Sin nadie que escuche (escuchar es oír + atender) la música es ruido, es rollo de papel, es chorro amorfo. Sin oídos atentos, los sonidos brotan unos tras otros en perfecto anonimato. Sin cerebros que deparen en ellos, les reconozcan la cara, los identifiquen, los sitúen, los distingan y los amen, los sonidos, al no saberse organizados, mueren neonatos sin haber cumplido su función: llegar a las mentes y corazones a través de los oídos y la atención. Porque es la atención quien organiza los sonidos en el tiempo y los distribuye en nuestra memoria, es ella quien da sentido al orden. Puede haber música sin sonidos (de silencios, de ruidos), pero jamás música desatenta. La memoria es el armario donde nuestra atención acude para almacenar los sonidos y averiguar su sentido. La memoria nos señala las repeticiones, las alturas, las referencias, nos describe la forma del tiempo. Sin memoria no es posible escuchar una melodía, percibir el efecto del paso de un acorde a otro, no existe el ritmo (¿cómo, si nada más oír un golpe ya lo olvidamos?), y, ya no digamos, una forma. Es la única herramienta de que disponemos para detener el tiempo; gracias a ella podemos tomar pers- pectiva y observar el pasado, el presente y la promesa de futuro de forma simultánea, como quien mira un cuadro; la memoria congela el tiempo, lo solidifica, lo convierte en escultura. La memoria hace que el paso inexora- ble del tiempo sea goma elástica, pues en música no queda nada claro lo que ha pasado, lo que está pasando y lo que pasará: ese es el mundo mareante en el que los compositores ejercen su juego, allí donde crean mecanismos de tira y afloja del tiempo que después arrebatarán nuestro ánimo. En efecto, la atención y la memoria trabajan en ese eje tan esquivo que es el tiempo. Es necesario, por tanto, cuidarlas bien, mantenerlas ágiles y limpias, sin ellas no hay posibilidad de disfrutar del arte abstracto de los sonidos. Hay que animarlas a trabajar, rehabilitarlas, revisarlas cada cierto 39 tiempo (como quien va al dentista), pasarlas por la UCI cuando enveje- cen... Con este tandem remando a la vez nos aseguramos un aprovecha- miento total de la música. Porque la música, como la lectura y el teatro, requieren de toda nuestra atención. ¿Es posible leer con aprovechamiento y escuchar una sinfonía a la vez? No sé si existen personas capaces de realizar este desdoblamiento, lo normal es que no se pueda. Lo que sí es posible es mantener un fondo sonoro (para muchos agradable) que acom- pañe y no disturbe la lectura, pero a eso no lo llamamos escuchar música, eso es simplemente oír; en todo caso lo podríamos llamar ”escucha des- atenta”, pero no ESCUCHA con mayúsculas, porque para escuchar de ver- dad necesitamos todos los sentidos concentrados en el oído. Es entonces cuando la atención detecta los acontecimientos musicales, los degusta, los estruja, los archiva en diversos apartados de la memoria (la instantánea, la cercana, la lejana...) y los deja listos para relacionarlos con el resto de los compañeros. En estas relaciones entre sonidos, en el reconocimiento de los acontecimientos sonoros, radica ”el arte de escuchar”. Otro asunto que tenemos que tener en cuenta cuando decidimos escuchar música es que ni todas las músicas son igual de exigentes con nosotros, ni nosotros nos ponemos siempre igual de exigentes con ellas. Algunas obras reclaman mayor concentración en su escucha, nos solicitan mayor dedicación: bien porque las relaciones entre sus sonidos son más comple- jas y/o sus formas más laberínticas, o bien porque su duración es exage- rada. Otras obras, sin embargo, más livianas, están construidas a base de juegos temporales más sencillos de percibir, son más directas en su men- saje y no requieren especiales trabajos. Por otra parte, hay que considerar que no siempre estamos dispuestos a dedicar el mismo esfuerzo a la escucha: unas veces apetece que nos asal- te, que la música nos inunde sin tener que hacer nada; otras buscamos la aventura de zambullirnos en obras de largo desarrollo. Hay músicas que conectan directamente a la primera escucha; pero las obras de grandes dimensiones son una invitación al viaje, en ellas tenemos que volcar toda nuestra atención y memoria. La recompensa es tan grande que merece con creces ese esfuerzo. En la presente selección, nuestros oyentes van a encontrar músicas de todo tipo: fáciles y complicadas; cortas y largas; desarrolladas y concre- tas... todas igualmente maravillosas. Las hay más famosas y menos, más cotidianas y más especiales; pero, eso sí, todas ellas se encuentran entre lo mejor que han hecho los compositores de varios continentes a lo largo de los siglos. Todo lo que aquí podemos escuchar ha sido cribado y disfru- tado por generaciones anteriores, y ahí nosotros nos sumamos portando la misma antorcha olímpica. Si millones de personas no se han equivoca- do, este monumento al sonido y al arrebato que está contenido aquí va a producirnos muchas horas de felicidad, nos va a ayudar a conocer mejor el mundo. 40 Los oyentes, como los intérpretes, también tenemos más o menos defini- do nuestro repertorio musical: canciones que hemos cantado en el seno familiar o en la escuela; melodías disfrutadas en directo en bailes y plazas; sintonías y bandas sonoras escuchadas en la radio, en la tele, en el cine; conciertos que alguien nos ha descubierto; discos que hemos comprado... Este repertorio ha conformado nuestro oído y esculpido la sensibilidad: es hora de ampliarlo. La presente colección de música aspira a completar nuestra colección de ”momentos de dicha”; si la recibimos con la atención y la memoria dispuestas, no cabe duda de que el círculo iniciado por los compositores, continuado por los intérpretes y prolongado por esta edición habrá cumplido su objetivo: convertirnos a todos en catadores del verda- dero ”arte de escuchar”.