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PITÀGORAS

Nueva tradición en filosofía, claramente diferenciada en cuanto a finalidad y


doctrina, así como en su organización externa. Los pitagóricos combinaron la
reflexión progresiva con un inmenso respeto por la tradición.

Con Pitágoras la filosofía deja de ser principalmente, la curiosidad o el progreso


técnico como lo inducían los jonios, y se convierte en la búsqueda de un modo de
vida mediante el cual pueda establecerse una relación correcta entre el filósofo y
el universo.

La mayor parte de sus descubrimientos más importantes fueron matemáticos, y en


el pensamiento griego existió siempre una relación estrecha entre la especulación
matemática, la astronómica y la religiosa.

En contraste con la tradición milesia, emprendió investigaciones filosóficas con la


consciente finalidad de usarlas como una base de la religión. Las matemáticas
eran una ocupación religiosa y la Década un símbolo santo.

Pitágoras ha sido considerado por algunos especialistas como el mero fundador


de una secta religiosa, de descubrimientos matemáticos, el misticismo del número,
el aspecto racional y científico de su pensamiento. Las doctrinas religiosas de la
inmortalidad y transmigración se atribuyen a Pitágoras.

Los motivos religiosos y morales eran dominantes, sostener una concepción


particular de la vida recta y de colmar una serie de aspiraciones espirituales. La
base de un modo vida, más aún, de una forma de salvación eterna. Para los
pitagóricos la parte más importante de la filosofía era la que meditaba sobre el
hombre, sobre la naturaleza del alma humana y sus relaciones con otras formas
de vida y con el todo.

Todo el que investiga sobre la línea divisoria de la filosofía y la religión entre los
griegos, se percata en seguida de una característica típica general de su
pensamiento: se trata de una destacable capacidad para conservar, como base de
sus especulaciones, una gran cantidad de ideas arcaicas y tradicionales, a fin de
construir sobre ellas algunas de las investigaciones más profundas y de mayor
influjo sobre la vida y el destino humano.

HERÀCLITO

Predicó su mensaje como una verdad eterna “No fue discípulo de nadie, escribe
Diógenes, sino que dijo que se había investigado a sí mismo y que todo lo había
aprendido por sí mismo.

El Logos:

El logos determina el curso de todo lo que acontece. El logos es a) algo que uno
oye, b) lo que regula todos los acontecimientos, una especie de ley universal del
devenir, c) algo con una existencia independiente de él y dotado de expresión
verbal.

“Hay que seguir lo que es común, pero, aunque el Logos es común, la mayoría de
los hombres viven como si tuviesen una inteligencia propia particular”. Puesto que
el Logos es común, es una virtud captar lo común y una equivocación exigir una
sabiduría peculiar para uno mismo. Heráclito proclama que es el único, o
prácticamente el único, que ha comprendido este Logos común, pero que el
defecto reside en los demás, porque la verdad está a la vista de todos.

El Logos es común a todos, y lo que es común es inteligencia o intuición. El


Logos es tanto el pensamiento humano como el principio rector del Universo.
Representa, de hecho, lo más cerca que Heráclito se situó respecto a una archè
como la de sus predecesores.

El aspecto material del Logos es el fuego. De aquí se desprende que la razón


divina en toda su pureza sea caliente y seca. Representa la forma más elevada y
pura de la materia, el vehículo que conduce al alma y a la inteligencia, o, más
bien, el alma y la inteligencia en sí, que en un pensador más avanzado se habría
distinguido de cualquier clase de materia.

Todo está en cambio continuo y cíclico, y el alma participa de un modo totalmente


natural en las mutuas transformaciones de los elementos. “La muerte para las
almas consiste en convertirse en agua, la muerte para el agua es convertirse en
tierra, pero de la tierra se origina el agua y del agua el alma”. Al sustituir el
esperado fuego por almas, Heráclito ha resaltado la identidad sustancial de
ambos.

En resumen, el Logos es, ante todo, la verdad eterna a la que él está dando
expresión verbal, pero que es independiente de sus palabras. El tema de esta
verdad, el Uno que lo es todo. Y este Uno es el principio divino e inteligente que
nos rodea y causa la ordenación del cosmos y, a la vez, aquello ínsito en nosotros
a lo que debemos cualquier clase de inteligencia que poseemos. Al mismo tiempo,
es el fuego, lo caliente y lo seco; en nosotros lo que corrompe es su contacto con
la humedad y lo frío.

Tres modos de explicar la misma verdad:

a) La armonía es siempre el producto de los contrarios, por ello, el hecho básico


del mundo natural es la lucha: la armonía es el producto de los contrarios. Siempre
implica una tensión o lucha entre los contrarios. La tensión nunca desaparece. La
paz y la guerra no se suceden entre sí por turno: en el mundo existen siempre la
paz y la guerra. El cese de la contienda significaría la desintegración del cosmos.

Todo es producto de los contrarios y, por ello, está sujeto a una tensión interna, los
contrarios son idénticos, la guerra es la fuerza dominante y creadora y el estado
adecuado y propio de los acontecimientos.

b) Todo está en continuo movimiento y cambio: “Nadie puede meterse dos veces
en los mismo ríos”. La doctrina del cambio continuo de los objetos físicos está
estrechamente relacionada con la de la identidad de los contrarios. Esto es debido
a que el cambio es cíclico, de a hacia b, de b hacia a, y que, para la mente de
Heráclito lo que cambia aparentemente en otra cosa distinta y luego vuelve a lo
que era antes tiene que haber sido en cierto modo lo mismo todo el tiempo.

c) El mundo es un fuego vivo y eterno: la archè de los milesios fue siempre algo
intermedio entre dos contrarios, debido a su suposición de que contenía y
encerraba a los dos miembros de cada pareja de contrarios, que, posteriormente,
podían surgir, por ello, de él, y desarrollarse en direcciones opuestas. Tales fueron
el agua y el aire, y el àpeiron de Anaximandro lo describieron escritores tardíos
como algo más ligero que el agua pero más denso que el aire. Si él pensó o no en
el àpeiron en este sentido tiene que ser cierto que Anaximandro consideró el
estado inicial de las cosas como algo neutro, y, por ello, mediato: parece que él
vio, incluso, con más claridad que otros en realidad no se le podría calificar por
ninguno de los contrarios.

El fuego, por otra parte, es un opuesto en sí, un extremo que no contiene su


propio contrario y no podría dividirse en dos contrarios, incluso en el caso de que
alguna vez hubiera existido en la forma de fuego físico. Aquí nuestras
suposiciones de lo que Heráclito puedo o no haber pensado se ven reforzadas por
sus propias afirmaciones sobre la coexistencia inevitable de los contrarios.

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