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Comentario al evangelio del miércoles, 16 de enero de 2019

Queridos hermanos:

Algún estudioso ha cuestionado la salud mental de Jesús. Su autoridad personal en la exposición de la


Escritura (sin citar a especialistas reconocidos) y sus órdenes taxativas a las fuerzas del mal admiten en
teoría más de una explicación. ¿Sería realmente un gran profeta, un verdadero taumaturgo, el Mesías e
Hijo de Dios? ¿O sería un “iluminado” más, un megalómano que se atribuía a sí mismo todas esas
características?

A tales cuestionamientos no es difícil responder. El megalómano necesita aplauso y aceptación; actúa


con solemnidad y da el espectáculo. En cambio Jesús realiza las curaciones con suma simplicidad, casi
ocultándose; incluso alguna vez da orden de que no se cuenten a nadie; y se escabulle ante el riesgo de
aclamación popular, se oculta: “sabiendo que vendrían a tomarle por la fuerza y hacerle rey, se retiró
de nuevo al monte, él solo” (Jn 6,15). Hay en Jesús cualquier cosa excepto megalomanía; nunca tanta
majestad actuó con tanta simplicidad, y a cambio de nada.

Los evangelistas se mueven en un cierto dilema. Por un lado se les impone el dato histórico de un Jesús
que rehúye cualquier glorificación popular, pues no busca su gloria, sino la del Padre (Jn 8,50), y el
bien del hombre: “se marchó a un lugar solitario”. Por otro, quieren mostrar ya en la vida de Jesús una
especie de pre-iglesia, una multitud reunida en torno a él (“la población entera se agolpaba a la
puerta”), que lo espera todo de él (“todo el mundo te busca”), que de él recibe salud (“curó a muchos
enfermos de diversos males”). La suegra de Pedro es para la Iglesia el ejemplo de la persona agraciada
por Jesús: se pone al servicio de la comunidad.
De nuevo el ilustrado autor de la carta a los Hebreos nos ayuda a contemplar en profundidad la acción
de Jesús. Es el encarnado (¡acabamos de celebrar la Navidad!), en todo semejante a nosotros, incluso
en haber pasado por la prueba de la tentación y del dolor; nos toca en suerte el privilegio de ser sus
hermanos. Como hermano nuestro, “nos tiende una mano”.

Siendo hermanos suyos, nos toca a nosotros tener también sus comportamientos, como tender la mano
a los postrados, retirarnos de vez en cuando a orar en soledad y ser conscientes –sin ansiedad– del
ancho mundo, las “otras aldeas”, a que somos enviados.

Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf

Publicado en Ciudad Redonda


www.ciudadredonda.org

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