Está en la página 1de 20

Milo vio como el grupo se acercó de manera francamente torpe a la casa.

El reloj marcaba las dos


y media de la mañana y Milo no sabía que más hacer, no quería llamar a Ignacia, no luego de
aquello y no estaba en buenos términos con los otros conocidos, el “No” estaba inubicable, igual
que los hombres de negro de la pastelería y llamar a emergencias era lo mismo que cometer
suicidio. Milo no tenía madera de héroe, sus habilidades solamente sobresalían en términos de
buen enfoque, momento, ángulo y la luz necesaria, siquiera su don de la palabra era bueno,
menos contra gente fanática probablemente armada, todo lo que pudo hacer fue esperar y, cómo
no, sacar registrar todo con su cámara. No fue difícil entender el gran plan de los cinco,
probablemente ninguno de ellos era un buen estratega, todo se basaba en patear la puerta,
pegarle a todo lo que se moviera y salir corriendo, según ellos simple y rápido, aunque sabía por
experiencia propia que las cosas no solían ser así. Sin embargo saber el lugar del ataque fue harina
de otro costal, cuando trabajaba con ella no tuvo jamás la necesidad de involucrarse con nadie
más, los pocos contactos que tenía eran los de ella y armar ese tipo de redes es algo que lleva
tiempo, cosa que en estos momentos no tenía, en otras palabras no tenía a quien preguntarle. La
información la pilló sólo por error y cuando notó quien era el objetivo el corazón le llegó a la
garganta. Sabía que no podía hacer nada, sin embargo ahí estaba, sin ninguna otra arma que su
lente ni otra armadura que su raída chaqueta.

Todo fue como esperaba: dos autos, un sedán y un deportivo, cinco sujetos, ningún arma a la
vista. Milo cambió el enfoque para obtener una mejor imagen y se movió con cuidado tras los
arbustos para no hacer ruido. Las piernas comenzaron a dormírsele, comenzó a flexionarlas tanto
como podía en aquel espacio y estaba pensando en que posición ponerse cuando un fuerte ruido
tras él rompió su hilo de pensamientos. Toda clase de cosas pasaron por su mente, desde que era
la dueña de la casa que iba a ser asaltada, hasta que los tipos nunca fueron cinco, sino seis y que
de alguna manera descubrieron que él estaba allí, sin embargo toda duda se despejó al ver la cola
blanca de un gato saliendo del contenedor de basura y saltando nuevamente a la pared. Fue en
ese intertanto, en girar la cabeza, en que uno de los tipos salió de su visión. Milo se tiró
definitivamente al suelo y comenzó a retroceder, las posibilidades eran dos: que ya lo habían
descubierto gracias al maldito gato o que uno de ellos fue a revisar que había sido aquello que
había sonado, en cualquiera de los dos casos solamente podía escapar. Se arrastró hacía los
contenedores esperando ver la punta de una pistola, un machete, un fierro o cualquier arma
cortomachacante, sin que ninguna de ellas apareciese ni en su línea de visión, ni la sintiese sobre
su cuerpo, una vez tras los contenedores, se agazapó y con mucho cuidado fue ocultándose auto
tras auto hasta estar a unos seguros cien metros del lugar. Fue en ese momento en que pensó que
quizás el tipo que salió de su visión no había ido a revisar, sino que había entrado a la casona
saltando el muro. Ahí fue cuando vio los resplandores.

Los tipos se metieron rápidamente a los automóviles y, en otra muestra de lo novatos que eran, se
fueron demasiado rápidos como para pasar desapercibidos, si es que hubiese habido alguien
despierto a esas horas. Corrió hacia a vieja casona buscando sin éxito su teléfono celular, el cual
no estaba en ninguno de sus bolsillos. Saltó la pared después de tres intentos, sólo para encontrar
las entradas encadenadas, gritó con todas sus fuerzas para intentar despertar a la gente de dentro,
su intento de entrar fue infructuoso y le dejo una fea herida en la mano, aún seguía gritando
cuando los bomberos lo sacaron, llorando, con los gritos de los niños muriendo calcinados en sus
oídos.

Su rostro se puso lívido y su mano temblorosa después de abrir el sobre, se dejó caer sobre la silla,
y se quitó los anteojos Armani.

-No sabía que habían niños.-Dijo.

-¿Y si lo hubieses sabido?-Pregunté en tono frío.

-No lo sé, yo sólo los llevaba.-Contestó, recobrando la compostura.- ¿Cuánto quieres por las fotos?

-Por favor.-Dije, sentándome al otro lado del escritorio.-No seas estúpido. Sólo quiero entender
que pasó esa noche.

- ¿Y después qué, se las dará a la prensa?-Preguntó mientras abría un cajón y sacaba una
chequera.- Lo que le puedan ofrecer lo puedo doblar.

- Señor Sandoval, creo que todavía no entiende. Sé lo que “ES”, sé lo que ve y lo que siente.-
Respondí mientras me aguantaba las ganas de pegarle un puñetazo y lanzarlo por la ventana, cosa
que probablemente no podría hacer, de todos modos.-Porque yo también lo “SOY”, lo veo y lo
siento.

Si antes se había puesto pálido ahora llegó a ser casi transparente, su semblante se encogió y se
hundió aún más en la silla de cuero, dejó su chequera encima del escritorio, por segunda vez
desde que comencé a hablar con él vi como se quebraba esa actitud arrogante, me puse de pie y
recorrí la consulta del psiquiatra dándole tiempo para que asumiera la idea, dentro de la cual cabía
mi departamento con baño y cocina incluidos. Probablemente sólo con lo que valían las sillas, el
escritorio y las dos estanterías podría comprarme un auto y dar el pie para una casa, aun así daba
una sensación de familiaridad y acogimiento, lo que encontré curioso.

-¿Por qué fueron contra ella?-Pregunté después de un par de minutos.

-Porque nadie hacía nada, o eso me dijeron. Nunca he estado muy pendiente, intento evitar los
problemas.

-Excepto esa noche.

-Esa fue la última vez. Y sólo fui transporte y vigilancia.

-No muy buena.


-Así parece.-Sandoval se acomodó los lentes con actitud abatida.- La fuente dijo que usaba niños
como bolsas de sangre. Uno de ellos, “Moreno” creo que le decían, confirmó la información, no sé
como. Le debía un favor a “Gatonegro”, sólo por eso acepté unirme.- Intentó excusarse.

--La ignorancia nunca ha sido excusa, Sandoval.-Caminé rodeando el escritorio, el mientras lo


miraba fijamente.-¿No investigaron más allá?

-Yo no estaba a carg…-

-¡PARA CON ESO!-Grité

No pasaron ni cinco segundos cuando comenzó a brillar un botón en el teléfono, Sandoval


presionó el botón sin quitarme la vista de encima.

-Todo bien, Margarita.-Dijo, y luego apretó el botón para colgar.-¿Qué pasará ahora? Sé que los
otros están muertos o desaparecidos.

-¿Quieres saber por qué?- Pregunté poniendo mi mejor tono de maldad.

-No realmente.- Al parecer debía mejorar mi tono,

-Si hubiesen investigado un poco, sólo un poco.-Comencé a volver a la silla del “paciente”
ignorando completamente su falta de interés.- Habrían descubierto que los niños estaban allí por
gusto, porque los trataban bien. Ella no los obligaba, mierda, no había matado en años, nada, ni
una mosca. Habíamos llegado a un acuerdo. Ella los sacaba de las calles, los vestía, los cuidaba,
pensaba que eran sus hijos, si hasta iban al colegio. Ellos sabían lo que era ella y aún así estaban
con ella, obvio, mejor una cama caliente y tres comidas al día que estar a la orilla del Mapocho.

-Pero…

-Déjame terminar.-Lo interrumpí.-Aunque nada de eso te importase, mal que mal mueren más en
Somalía, Josefina era uno de los pocos nexos entre los chupasangres y la querida BOE. –El
semblante de Sandoval se puso lívido. Metí la mano al bolso y saqué la carpeta con las fotos y la
información que le había sacado a Delpiano.- Dos de tus compañeros de esa noche están muertos,
“Moreno” por inhalación de monóxido del calefont, “Skater” por atropello. Los otros dos salieron
del país cuando supieron lo que habían hecho, “Gatonegro” murió en Mendoza de una sobredosis
y “Centinela” está en un psiquiátrico en Perú, lo último que supe es que se cortó la lengua. No
creo que te extrañe.

-------------------------------------------------------------------------------------------

Extendí la mano que contenía el sobre con la foto del conductor que no era otro que Sandoval y él
guardó la pistola, agarró el sobre con manos temblorosas, y vi un par de lágrimas asomarse
mientras abría el paquete. Sabía que yo sabía que él había estado esa noche ahí, no sólo eso, sabía
que yo tenía fotos de su presencia esa noche.
-Estoy muerto.- Dijo, mientras se dejaba caer en su sillón.-No sabíamos que tenía niños
encerrados, si lo hubiésemos sabido no habríamos quemado la casa, los hubiésemos rescatado.

-¡Sandoval, eres un hijo de puta increíblemente hueón!-Le grité no pudiendo contener mi rabia.-
Los niños estaban ahí porque querían, ella no los obligaba, mierda, no había matado en años,
nada, ni un puto perro.

-¿Qué?-Me miró con los ojos bañados en lágrimas.

-Eso, ya habíamos hecho un arreglo con ella. Los niños eran humanos, ella los sacó de las calles, los
vestía, los cuidaba, hasta iban al colegio. Pensaba que eran sus hijos, ellos sabían lo que era y aún
así la protegían. Ella sólo tomaba sangre de bolsa, nada más.- Le solté bajando un poco la voz, si el
fósil escuchaba esto, entonces ahí si que estaríamos jodidos.

Sandoval no dijo nada, me miró con cara de perro apaleado y se hundió más en su sillón. Dejé
pasar unos diez minutos mientras él procesaba toda esa información. Finalmente salió de su
sopor, pero ya no era el psiquiatra altanero que había visto salir, era un estropajo viviente. Tomó
el teléfono y le dijo a su secretaría que podía irse, seguimos en silencio hasta que oímos la puerta.

-¿Por qué ahora, después de todo este tiempo?- Habían pasado casi siete meses de aquello.

-Porque me costó encontrarte, sólo tenía una foto tuya, nada más.- Respondí.- Traté de seguirte
por el foro, pero no has entrado desde ese día, te retiraste. ¿Cierto?

-Sí.- Respondió.- ¿Vas a matarme como a los demás?

-No, yo no mato a nadie.

-¿Y el resto de mi grupo?

-Murió por su propia estupidez y por la culpa, nada más.-Mentí descaradamente, en verdad dos de
ellos ni siquiera se había inmutado con la muerte de los niños, así que me preocupé de que
viviesen solos y envié sus direcciones a un par de cosas.

-¿Qué quieres entonces?-Preguntó

-Necesito tu ayuda, a cambio te quedas con las fotos y todas sus copias.- Respondí.- Nadie más se
entera de esto, tú sigues con tu vida, no te suicidas ni nada. Tienes bastante que redimir y puedes
partir conmigo.

Sandoval se levantó, sacó una caja de pastillas de un cajón, se tomó un par y salió de la oficina. Lo
seguí pensando en que quizás me había pasado, quizás este hueón se iba a matar y, además de
volverme un sospechoso (la maldita secretaria), me quedaría sin la ayuda que necesitaba. Pero no,
sólo fue a hacer un par de cafés, me tendió una taza de porcelana tan fina que parecía
transparente.

-¿Qué necesitas?-Preguntó, ya no con la voz de un tipo demacrado.


-Terapia.-Respondí bajando la cabeza.-Esto es mucho y me está pasando la cuenta.

-¿Sólo eso?

-No, además tratarás a todos los que te mande. Tú eres uno de nosotros, te guste o no, y podemos
hablar sin tapujos. Estarás evitando que tipos como tú o como yo cometan errores y estarán mejor
preparados. Eso no revivirá a los niños, pero puede evitar que algún otro hueón se mande ese tipo
de cagadas.- Esperaba que este argumento fuese lo suficientemente fuerte para hacerlo aceptar
mi propuesta, con esto le daba dos cosas, una razón de seguir y una forma de expiación, tan solo
esperaba que aceptara.

-Muy bien.- Respondió después de otros cinco minutos.-Dame tiempo para reponerme y para
preparar una consulta en mi casa.

-¿Cuánto?

-Un mes.-Me pasó una tarjeta.- Llámame.

-Okey.-Dije, apuré el café y dejé la taza sobre la mesa de la secretaria.- Voy a confiar en que no te
vas a matar, ni que vas a salir del país, ni nada por el estilo, pero si después de un mes no me
contestas o desapareces, esto llegará tanto al foro como a los pacos. Y no creo que no te vayan a
buscar, estés donde estés. ¿De acuerdo?

-De acuerdo.

Me di la vuelta, respiré aliviado y salí de la consulta, lo último que vi al cerrar la puerta, fue a
Sandoval, de espaldas, bebiendo su taza de café mirando la ciudad desde su ventana.

Llegué una hora tarde, el tráfico y las vueltas que me tuve que dar (pasar de una micro a otra,
tomar un taxi, cambiarme de taxi en una luz roja, devolverme, subirme a otra micro, colectivo y
otro taxi) para que nada ni nadie pudiese seguirme hasta la dirección, hicieron que me tardase casi
el doble de lo que había presupuestado, pero conociendo la ciudad (y yo la conozco bastante poco
en comparación a otros, entre cosas y cosos) es preferible llegar tarde y ofender un poco a mi
anfitrión, que mostrarles su casa, refugio o lo que sea. Sandoval abrió la puerta con cara de pocos
amigos y un café en la mano, el lugar era mucho más acogedor que su oficina y también bastante
más lujoso: sillones de cuero genuino, un par de sables cruzados sobre la chimenea, bueno,
chimenea, un gato birmano acostado sobre un diván, estanterías y estanterías de, si no me
equivoco, caoba con libros y libros, cosa de ya por si lujosa, en fin. Sólo queda por decir que una
casa así yo no me la podría costear ni con mil años de trabajo, aunque algo le faltaba, pero no
podría decir bien qué.

-Una hora tarde, Bertolini.-Dijo mientras me estrechaba la mano.

-Si, era eso o venirme directo.


-En ese caso se perdona. ¿Quieres algo de beber?

-¿Nada de alcohol?

-No, nada de alcohol..

-Entonces un café, por favor, no he dormido casi nada.

-Ok, vuelvo en seguida.

Sandoval cruzó el departamento y salió al poco rato con una taza de café.

-Siéntate, por favor.- Dijo mientras me señalaba uno de los sillones, después de que me senté y
dejé la taza sobre la mesa de centro, fue, tomo el gato y se sentó frente mío mientras lo
acariciaba. Si no le hubiese podido ver la cara hubiese sido lo mismo que estar frente al Doctor
Garra.-Te escucho.

-Este…bueno…

-Entiendo, partamos por el principio, dime, porque te hiciste periodista.

-¿Quién te dijo que soy periodista?-Le dije con el ceño fruncido.

-Tu página, tu blog y la página del colegio de periodistas.-Me contestó calmadamente.

-Ahhh, bueno, si…- Respondí sintiéndome como un imbécil.-¿Por qué quieres saberlo?

-Porque leí todas las entradas, tanto en tu página como en el blog, y tu forma de escribir ha ido
cambiando, pasaste del entusiasmo a la apatía, casi a la rabia. Estas cerca de insultar a tus
lectores, se nota el cansancio en las palabras, da la sensación de que escribes ya no por gusto, sino
que por obligación. Eso, sumado al trabajo extra me hace pensar en un estado de estrés profundo
y decepción laboral. Además, el hecho de que cada día haya una entrada nueva en tu blog a horas
tan cómodas para publicar como son las tres, las ocho y las cinco de la mañana, me da a pensar de
que, a pesar de todo, sientes la necesidad de decir las cosas que te sucede. Así que sumémosle al
pre diagnóstico crisis de ansiedad por soledad.

-¿Todo eso revisando mis páginas?-Pregunté con una mezcla de temor y escepticismo, si este tipo
era capaz de leer todo eso sólo leyendo lo que escribo, entonces cualquiera podría hacerlo.

-Si, no en vano cobro tanto.- Dijo sonriendo.

-Mierda.

-¿Y bien?

-¿Quieres que te cuente la historia de mi vida?

-No, sólo el por qué eres periodista.


-Este…

Todo partió viendo a Tony Camo en la tele. ¡Diablos! ¿Qué no podría hacer si sabía hipnotizar a la
gente?! Debo haber tenido como 5 o 6 años y estuve tratando de hacerlo con mis viejos y
hermanos durante meses, mis compañeros de colegio se cansaron de que tratara de que se
comiesen una cebolla y tenía aburrida a mi pobre abuela con lo del “DUERMETE”. Luego fue David
Cooperfield y sus ilusiones maravillosas, aunque para mí eso era simple y pura magia, ahora no
quería hipnotizar a la gente, quería ser mago. Imaginen la desilusión cuando para una navidad mis
pobres viejos me regalaron aquel set de magia para iniciados, con su baraja de cartas, su sombrero
de copa de doble fondo y su conejo de felpa, fue como decirle a un niño de cuatro años que el
viejo pascuero no existe. Descubrir que todo eran trucos, juegos de manos y desconcentrar a la
gente, que hasta el boing y la estatua de la libertad no había desaparecido, que no era magia de
verdad, fue un golpe duro. Pero lo dominé, principalmente porque ya que la magia de verdad no
existía, entonces por lo menos sería bueno en la de mentira.

Y así pasó el tiempo, entre trucos de manos, monedas en las orejas y bolitas dentro de vasos. En
verdad pasó mucho tiempo, debo haber tenido unos catorce o quince cuando descubrí a Phil
Hine, Aleister Crowley, John Dee y todos los magos modernos (y otros no tanto), aquellos que
teorizaban sobre el poder del hombre y su capacidad para influenciar su entorno. Tal cual con lo
del hipnotismo y con los juegos de manos me puse a leer y a practicar, además era la era del
comienzo de internet y ya habían algunas páginas al respecto. Hice contactos, chatie con gente
hasta que finalmente entré de lleno en ese mundo…y nada pasó. Nunca resultó un hechizo, nunca
logré nada tangible, sólo palabras, nada más que palabras. Creo que fue entonces, algo así como a
los diecisiete años que me di cuenta: Palabras. Las palabras tienen poder, las palabras convencen a
la gente, lo mío deben ser las palabras. A mis 18, entre a estudiar periodismo.

La universidad la pasé sin mucho brillo, no hubo cosas muy interesantes como para contar, bueno,
salvo un par de pololas y cosas por el estilo. Creo que lo importante es que mis aficiones no
cambiaron con el paso de los años, aunque con variaciones, ya no me interesaba tanto (nótese el
tanto) la magia, sino que pasó a ser todo lo oculto: fantasmas, cuentos de hadas, leyendas
urbanas, etc. Así que al salir lo primero que hice fue, además de mantener mi página, conversar en
foros y mostrar el material que había recolectado (desde escritos antiguos en la biblioteca
nacional hasta videos francamente malos de recorridos en casas encantadas), enviar mi currículo
(casi vacío) a “Mundos Desconocidos”, la revista chilena sobre casos chilenos extraños.

Fue una nueva decepción: “El chupacabras se comió mis pollos”, “Alienigenas en isla Friendship”,
“La Thule en Colonia Dignidad”, “Un elfo se comió a mi perro”, etc… ¡PURA MIERDA! Nada
tangible, nada real, suposiciones sobre suposiciones, el amigo de un amigo, mi abuelita contaba y
demases. Creo que duré unos tres meses, cuando mucho. Las historias eran malas, mi editor era
un hijo de la gran y soberana puta, mis compañeros de trabajo eran unos idiotas que inventaban la
mitad de las historias, etc…

Y volví como el perro arrepentido, con el rabo entre las piernas y toda esa mierda. ¿Dije que mis
viejos son de plata?¿Que mi viejo casi me crucifica cuando le dije que iba a ser periodista y no
ingeniero comercial como él?¿Que me fui de la casa a penas terminé la carrera? En fin, todo lo que
conseguí, aparte del ojo morado, cortesía de mi hermano mayor por contestarle a mi madre, y el
labio partido, cortesía de mi padre por, bueno, por nada, fue un departamento de estos enanos en
el centro, un módico sueldo de unas setecientas lucas mensuales, la promesa de no aparecerme
más por la casa y llamar a mi madre los fines de semana. Nada mal para un ojo morado y un labio
partido.

Supongo que eso hizo que después todo fuese más fácil.

-Al final me terminaste por contar la historia de tu vida.- Gruñó Sandoval por lo bajo.

-Si, lo siento, creo que necesitaba hablar con alguien.

-¿Y los amigos, polola, esposa, perro?

-No, nada, sabes como es esto…bueno, está la Gaby.

-¿Amiga, amiga con cover?

-Ninguna de las anteriores. Digamos que es algo así como mi maestra.

-¿Una de nosotros?

-Sip.

-Mmmm…¿Quieres hablar de ella?

-¿Por qué? No creo que ella tenga algo que ver con la… ¿Cómo era? Ahhh, si, Decepción laboral y
estrés.

-Pero puede que tenga algo que ver con la crisis de ansiedad.

-No entiendo.

-No importa, dime. ¿Cómo la conociste?

-Ok, la cosa fue así…

La página ya estaba corriendo y, aunque no era muy visitada, igual tenía algunos asiduos a las
conspiraciones y varios debates en el foro. Recorriendo lugares y recopilando historias, grabando y
sacando fotos. No había conseguido mucho, pero lo que había era real, o tan real como podía
serlo, en esos entonces no sabía lo que realmente había detrás. De todas formas estaba muy
orgulloso de lo que había logrado. Cada historia era, o un relato oral o tenía alguna base
documentada. Cada foto la había tomado yo mismo, al igual que cada grabación. No habían
mentiras, no había photoshop. Así que me lancé con uno de los proyectos grandes que tenía en
mente: Una serie de documentales, uno por ciudad. Y el primero sería Santiago.
Ya había recorrido el Fernández Concha, los cementerios, las ruinas Mujica, el Museo Histórico
Nacional, el de Historia Natural y el ex-San José. Hasta ese momento tenía un par de sombras y
muchas historias de los cuidadores y vecinos, algunos documentos que me conseguí en la
Biblioteca Nacional (que también tenía algunas historias jugosas) y había encontrado a la familia
de una conocida animita del Cementerio General, por lo tanto, tenía la “primicia” de la verdadera
historia. Aún me quedaban unos cuantos lugares por recorrer, había escuchado el rumor de que
en el Hospital del Salvador se aparecía una familia que había muerto en un accidente de tráfico y
la otra era la vieja chica que, se supone, aparecía en la Estación Mapocho. En verdad, la historia de
la vieja chica ya la había oído unas cientos de veces antes y siempre era lo mismo: Mi tío-vecino-
amigo-lechero vio como una vieja de unos 80 años cruzaba la calle echando chuchadas y cruzaba
una pared así como si nada…Ok, nunca dije que fuese una buena historia, así que la opción era el
Salvador.

Llegué a media mañana al hospital y fui directo a pedir la autorización para grabar. Ahhh, hermosa
burocracia, creo que como a las dos de la tarde fui nuevamente a preguntar y ahí, recién ahí, me
avisaron que mi autorización estaba pendiente porque el encargado de relaciones públicas del
hospital había pedido día administrativo. Así que reclamé, reclamé y reclamé y el conducto regular
me salté. A las tres de la tarde ya estaba entrando a la oficina del director.

La entrevista fue compleja, el director, un tal Donoso, pareció interesado en un comienzo, con
saludo cordial, palmadas en el hombro, una sobredosis de disculpas por las inconveniencias y
hasta una taza de un buen café colombiano, todo iba a pedir de boca hasta que el Donoso
preguntó de qué se trataba el documental. Cuando le dije que estaba realizando un mapa
sobrenatural de la cuidad la cordialidad pasó a ser algo remoto, lejano, algo así como la distancia
de aquí a alfa centauro. Sin embargo y después de utilizar todas y cada una de las estrategias que
conocía logre la jodida autorización, eso si, sólo a los espacios públicos, pero bueno, era mejor que
nada.

Me pasé el resto de la tarde entrevistando pacientes, enfermeras y hasta uno que otro doctor en
la cafetería. Y, diablos, si creía en cada cosa que me decían, entonces este hospital era mejor que
un puto campo de batalla: enfermeras sin cabeza, guaguas que lloraban en el ex piso de
maternidad, la mencionada familia del accidente, el baleado, el decapitado, el mendigo que pedía
café y hasta una operación completa que se repetía una y otra vez. Así que, después de anotar
todo, empecé a tratar de comprobar los datos.

Ahí fue cuando la conocí.

Milo estaba sentado en la cafetería, ya eran como las tres de la mañana y, hasta el momento, no
había logrado conseguir nada salvo los relatos, todas las comprobaciones habían resultado un
completo y descomunal fracaso, principalmente, porque una gran mayoría de las historias
ocurrían en lugares en los que el público general no estaba autorizado. Ya estaba pensando
seriamente en dejarse atropellar cuando la vio.
Ella pasó al lado de su mesa, era claramente una enfermera, alta, bonita, de unos veintitantos. No
era una practicante, dada la hora y , además, tenía un aire de suficiencia que no se encuentra en
una primeriza. Probablemente, pensó Milo, había entrado en el turno nocturno, porque no la
había visto antes.

La enfermera fue hacia la máquina de café, sacó uno y se sentó en una esquina con cara de
cansancio y frustración. Milo la quedó mirando, más que nada porque se salía del estereotipo de
las enfermeras que había visto. En verdad era muy bonita, aunque parecía cansada, muy cansada.
Se restregaba los ojos con frecuencia y cabeceo un par de veces. Milo pensó que no debía dejar
pasar la oportunidad de por lo menos tomarle una foto, así que, para no ser tan obvio sacando la
cámara, sacó su celular. Simuló revisar algo mientras apuntaba a la enfermera. Toda su discreción
desapareció cuando sonó el obturador falso. La enfermera lo miró con cara de odio, él le
respondió con una sonrisa de disculpa, se puso de pie y se acercó, aún con el celular en mano.

-Hola. ¿Te molesta si…?

-Sí.

-¿Ah?-Milo la quedó mirando con cara de pasmado.

-Sí, me molesta. No estoy de humor, voy por el segundo turno seguido y me acaban de putear. Ya
tengo un café, no tengo hambre, no tengo facebook ni nada que se le parezca, no doy mi número
ni tampoco quiero el tuyo, así que guarda tu teléfono, déjame descansar y piérdete.

-Ehhh…Ok.- Nunca en su vida había oído una negativa tan categórica.- Soy Milo y quería hacerte
una pregunta.

La mujer lo miró con unos ojos café de infarto, preciosos de no ser por esa mirada asesina. Fue
entonces cuando lo notó: Había un exceso de maquillaje, estaba bien puesto y si hubiese habido
otro tipo de luz y el no hubiese sido fotógrafo no lo hubiese notado. Usaba manga larga a pesar del
calor y las manos mostraban el mismo tono opaco del rostro. La mirada se hizo más dura aún y la
mujer apuró el café, se puso de pie y pasó al lado del atónito Milo que tuvo que correr para
alcanzarla.

-Perdona. ¿Sabes si ha pasado algo extraño en el hospital?- Dijo a la desesperada. Ella se detuvo
bruscamente y lo miró, ya no con unos preciosos ojos asesinos, sino que con una mezcla de
asombro y preocupación.

-¿Cómo qué?-Preguntó.

-No, es que en la red encontré información que me pareció fidedigna y estoy investigando.-
Contestó rápidamente, nervioso, mientras buscaba en bolso la maldita autorización.

La enfermera lo miró en silencio, luego miró a las cuatro personas que estaban en la cafetería que
los miraban con curiosidad, sus ojos se tiñeron de preocupación y lo tomó del brazo sin dejar que
Milo sacase el papel.
-No aquí.- Dijo en tono duro.

-Lo que pasa es que soy pe…

-Vamos.-Dijo tirándolo del brazo.-Después me lo cuentas, pero rápido.

Milo comenzó a seguirla sin saber que esperar, cruzaron la sala de espera y se internaron en el
hospital, el guardia le hizo una venia a la enfermera y ella le hizo un gesto, el tipo no dijo
absolutamente nada cuando Milo pasó. Luego de cruzar la puerta la mujer lo tomó nuevamente
del brazo y se puso a correr, llegaron a unas escaleras, subieron un par de pisos y se internaron en
un pasillo con poca luz, la muchacha miró a ambos lados, abrió una puerta, entró y salió tirándole
un delantal, luego lo agarró de la muñeca, avanzó un par de puertas más, la abrió, miró y lo
empujó dentro. El lugar estaba oscuro, la poca luz que entraba por la ventana mostraba una cama
y lo que parecía ser un velador. Si no hubiese sido por la cara de preocupación que le vio a la
muchacha y la loca carrera por el hospital que lo tenía sin aliento, Milo habría estado pensando en
una película porno.

-Cuéntame.- La voz de la enfermera sonaba tensa.-Rápido.

-Ehhh…

-¡Rápido por la cresta!

-U-u-un grupo…-Dijo Milo mientras trataba de meter aire a los pulmones.

-¿De qué?

-Espectros…

-¿Quién es la fuente?

-Ehhh…

-¿¡QUIÉN ES LA FUENTE?!-Dijo alzando la voz, pero no lo suficiente como para que fuese un grito.

-A-a-aldrox15 creo.

-A ese no lo conozco. ¿De cuándo es?

-D-d-dos días.

-Mierda. ¿Me estabas esperando en la cafetería?

-N-n-no, le pregunté a algunas personas. No sabía a qui…-La muchacha, por muy linda que fuera,
estaba cagá del mate, pensó Milo.

-¡Por la cresta, novato estúpido!- Pareció recobrar un poco la compostura.-¿Dónde?


-Ehhh…

-¿DÓNDE?-Dijo mientras lo zamarreaba.

-En pediatría.- Milo contestó la primera cosa que se le cruzó por la cabeza.

-¡Vamos!

La muchacha lo tomo de la mano y lo llevó a la carrera mientras Milo intentaba ponerse el


delantal. Cruzaron el pasillo, pasaron por unas cuantas puertas y subieron otra escalera, casi al
llegar la mujer se detuvo, tomó aire y terminó de subir con paso rápido. Milo la siguió,
definitivamente esto era lo más surrealista que le había pasado en la vida y, a pesar de tener
miedo, estaba intrigado. La enfermera se detuvo frente a un mesón en donde otras dos
enfermeras leían unas revistas y Milo, se quedó atrás, a una distancia más que prudente.

-Hola Señora Gertrudis. ¿Me podría ayudar?.-Escuchó que la loca decía rápidamente.

-¿Qué pasó, Mijita?-preguntó la enfermera de más edad, parecía tener unos cincuentaimuchos.

-La Yasna tuvo un accidente y yo tuve un problema familiar y no he dormido mucho, pensé que iba
a aguantar bien, pero me está pasando la cuenta. ¿No podrían ir a hacer el reemplazo? Felipe y yo
hacemos las rondas de los niños.

-¿Dejaste sólo allá?

-El nuevo me pilló haciendo mal una sutura y me mandó a descansar y a buscar a alguien que me
pudiera reemplazar, dijo que no le servía en este estado.- Dijo la loca con voz ultra tensa. Señaló
hacia Milo- Felipe es nuevo y no se maneja mucho, me lo dejaron a cargo, así que pensé en usted y
María. ¿Nos hacen la paleteada?

-Ya, pero nos debes una.-Contestó la otra enfermera. Esta era más joven, de unos treintaitantos

-Un reemplazo a cada una. Turno de noche.

-Hecho.-Dijo la mayor, mientras las dos enfermeras se paraban y salían rápidamente.

-Listo.-Dijo la muchacha cuando las otras dos se fueron.-Vamos a ver a los niños, rápido.

-¿Por qué?-Preguntó inocentemente Milo

-No seas hueón.- Dijo la muchacha giñándole un ojo y sonriendo por primera vez.-No hay ningún
Felipe. Tú te quedas aquí y vigilas, cualquier cosa me gritas, yo voy a revisar las salas.

Milo asintió con la cabeza y se quedó de pie. Fue sólo cuando la chica se perdió de vista cuando se
puso a pensar. No sabía que tenía que vigilar, bueno, los niños, obvio, pero ¿vigilarlos de qué?
Fantasmas, claro, pero el sólo había mezclado las historias, nunca había escuchado nada de
fantasmas en pediatría, salvo lo de la enfermera sin cabeza y eso era una reverenda estupidez.
Cada hospital, colegio, convento, iglesia, regimiento, etc. tenía a alguien sin cabeza, como si
hubiese habido una oferta de guillotinas. Había investigado un poco al respecto y todas esas
historias se remitían a la revolución francesa y posteriormente se habían repartido por todo el
mundo, tal como lo de la autoestopista fantasma que decía “Yo morí en esa curva”.

Fue ahí cuando se dio cuenta de lo irrisorio de la situación: nunca lo habían tomado en cuenta, no
a él, específicamente, sino que a su línea de trabajo. Sus ex compañeros en “Mundos
Desconocidos” estaban allí porque eran pésimos reporteros, él había sido el único que trabajaba
allí por un genuino interés, siquiera el director creía lo que publicaba. Y ahora, una bella enfermera
excesivamente maquillada lo había hecho correr por medio hospital, disfrazarse, violar quizás
cuantas leyes y vigilar la recepción de la sala de pediatría sólo porque él dijo la palabra fantasma.
No pudo evitar reírse hasta que cayó en cuenta de que estaba en un hospital viejo en la
madrugada y sintió algo de ese temor primitivo que tiene el ser humano a lo desconocido.

-Bueno, ya que estamos aquí.-Dijo a la nada mientras sacaba la cámara de uno de los bolsillos de la
chaquetilla debajo del delantal.-Vamos a tomar unas cuantas fotos.

Quitó el flash y se puso a probar los objetivos y modos de obturación, finalmente decantó por el
de visión nocturna aunque en el lugar había una tenue luz y obturación lenta, le daría a las fotos
un aspecto aún más tétrico al viejo edificio. Trató de tomar un par de fotos, pero los nervios y el
miedo que sentía hicieron que le temblaran las manos, así que caminó un poco, respiró profundo y
lo intentó de nuevo.

Milo llevaba unas cinco fotos cuando sintió el típico ruido de la escoba al caer. Intrigado se dirigió
hacia el lugar tomando otro par de fotografías. Según se podía ver el sonido provenía de lo que
parecía ser uno de los típicos armarios para las cosas de limpieza, por el lente alcanzaba a ver una
escoba en la puerta entreabierta y otra en el suelo. Ratones o algo mal puesto, pensó. Sin
embargo la curiosidad venció y estaba a un par de pasos cuando vio el brillo de los ojos.

El chillido no le salió de la garganta. Milo corrió hacia las escaleras tratando de escapar, escuchó la
puerta abrirse y golpearse contra la muralla y luego los pasos de la cosa detrás de él intentando
alcanzarlo. Intentó bajar y tropezó, la cámara cayó al piso y sus partes salieron desperdigadas.
Milo quedó desparramado en el descansillo de la escalera. Intentó ponerse de pie, pero un dolor
agudo en el tobillo se lo impidió. Escucho una risa y vio la silueta del deforme ser se contrastaba
con la luz del pasillo.

Debía medir como un metro cincuenta, achaparrado con las piernas cortas. Los brazos casi eran
largos y anchos, tan largos que sus manos casi tocaban el suelo y tan anchos como un árbol de
mediana edad, arrastraba un cuchillo de hoja ancha que hacía un sonido chirriante en el suelo.

Milo se acurrucó en la esquina del rellano de la escalera, temblando y la criatura comenzó a bajar
mientras reía.

-Ven cossssita, cosssita. Que papi tiene hambre. Veeen cosssita, cosssita. Ven a conossser al
ssseñor filo. Sssierto, ssseñor filo, que quiere conossser a la cosssita.
Cuando estaba a eso de un metro de Milo la criatura puso cara de asombro y comenzó a mirar a
ambos lados. La nariz de Milo captó un olor como a óxido mientras la criatura se acercaba
olisqueando y mirando desconcertada. Quedó tan cerca de ella que logro al fin verla bien. Su cara
era alargada y vestía con harapos, sus orejas terminaban en punta y de ellas colgaban un par de
pendientes, al parecer de oro. En su cabeza llevaba una especie de pañuelo rojo, desteñido en
algunas partes. Sus ojos eran pequeños y redondos y su nariz parecía la de un cerdo. La criatura
pasó por el lado de Milo, siseando y olisqueando y cuando comenzó siguió bajando, Milo respiró
otra vez.

Pensó en salir corriendo, pero el dolor en el tobillo hizo que se lo pensara de nuevo, luego pensó
en llamar a la enfermera, pero esa cosa tenía un cuchillo, así que hizo lo que mejor sabía, comenzó
a recoger las partes de su cámara y a ensamblarla rápidamente, cambió el lente de visión nocturna
por uno normal, ensambló el flash de mayor potencia que tenía y cambió el obturador por uno
rápido. Se apoyó en la baranda y se puso de pie, miró por el borde del rellano y vio a la cosa
parada al final de la escalera. Rogando porque en verdad el sonido de ruptura hubiese sido
solamente la cámara desarmándose subió un par de escalones y trató de enfocar a la criatura.

-¿Dónde te metissste, cosssita?-Escuchó que decía.-¿Dónde essstasss metida, cosssita?

-¡ACÁ!-Gritó fuerte. Esperando que alguien lo escuchara. Mientras renqueando subía las escaleras
sin dejar de enfocar al tipo.

La criatura miró hacia arriba y vio a la figura de Milo subiendo, con un siseo de alegría comenzó a
subir las escaleras de dos en dos. A Milo le faltaban aún unos cuatro peldaños cuando la criatura
ya estaba en el rellano. Aguantando el miedo Milo se detuvo, aún enfocando al ser.

-Terminó el essscondite, cosssita. Ahora papi va a comer. ¿Qué vasss a hassser con esssa cosssita,
cosssita?

La cosa comenzó a subir despacio, disfrutando del momento mientras comenzaron a escucharse
unos llantos a la lejanía. Milo esperó a que la criatura estuviese a unos dos metros cuando apretó
el botón de disparo. Una potente luz salió de la cámara cegando al ser, que dio un grito de dolor
tapándose los ojos. Milo aprovechó la ocasión para subir un par de peldaños más cuando vio a la
enfermera con un cuchillo en su mano arriba de la escalera. Fue una visión entre aterradora y
esperanzadora. La mujer parecía una valkiria con su delantal blanco y su cuchillo de caza a
contraluz. Sin decir palabra saltó los escalones de tres en tres, tomó a la criatura que aún chillaba
con una mano del cuello, la levantó y la estampó contra la pared.

-¿Así que te estabas escondiendo?-Preguntó con voz seca.-¿Cuántos niños iban a ser, una par más
las enfermeras?

-No, ellosss me llamaron, ellosss me llamaron.

-Si. Quizás.-Dijo la muchacha y le enterró tres veces el cuchillo en el pecho.


El monstruo lanzó un chillido agudo y quedó quieto. Sólo entonces la muchacha lo soltó. El ser no
alcanzó a caer al suelo, simplemente se desvaneció dejando atrás un olor repugnante y la pañoleta
roja. La enfermera la recogió con cara de asco y se dejó caer en el primer peldaño de la escalera.

-¿Estás bien, Milo?

-¿QUÉ MIERDA ERA ESO?

-Baja la voz. ¿Puedes caminar?

La enfermera no obtuvo respuesta, porque en ese momento la cabeza de Milo decidió que lo
mejor para ella en esos momentos era irse a negro.

Despertó. La habitación estaba a oscuras. Debía estar muy borrado como para no haberse quitado
siquiera los pantalones y la cabeza todavía le daba vueltas. Trató de prender la lámpara de su
velador antes de bajarse de la cama y estuvo a punto de caer. Su pie dolía montones y lo tenía
vendado, al igual que la cabeza. Entonces recordó y reconoció la habitación como una pieza de
hospital. Aterrado, intentó prender la luz, pero la pared quedaba demasiado lejos. Finalmente su
pie decidió que no resistía tanto peso y, a pesar de los esfuerzos por mantenerse de pie, cayó al
suelo. En ese momento la puerta se abrió.

-Estas despierto. Deberías haberme avisado.- Dijo la enfermera del cuchillo mientras lo ayudaba a
pararse y lo llevaba a la cama.-Tienes un esguince en el pie derecho, debería estar listo mañana y
sufriste un golpe en la cabeza cuando te desmayaste. Te revisé, pero no vi ninguna otra herida.
Tienes suerte.

Milo la quedó mirando completamente helado. Tenía miles de preguntas que hacer, pero el miedo
le impedía hablar. La miró fijamente y se largó a llorar. En cualquier otra ocasión Milo hubiese
estado feliz de ser consolado por una bonita enfermera, pero había visto como esta levantaba a un
robusto monstruo con una sola mano, mientras con la otra le enterraba un cuchillo de caza entre
las costillas. La escena había sido literalmente sacada de una película de serie B. Intentó alejarla,
pero la mujer lo apretó con fuerza hasta que él finalmente se rindió. Sollozando dejó que lo
tendieran en la cama y, después de prometerle que lo iría a ver en cinco minutos, la mujer salió.
Eso si, ahora dejó la luz encendida. Milo no se dio cuenta cuando, entre sollozo y sollozo, cayó
dormido.

La mujer lo despertó con un leve movimiento en el hombro, le tendió un vaso de café y le pasó sus
cosas. El pie ya no le dolía y siguió a la muchacha que avanzaba con paso rápido.

-Vamos, es la mejor hora para salir. Es el cambio de turno y todos andan medio despistados a esta
hora.

Milo la seguía en silencio, dieron unas cuantas vueltas por lugares que no habían recorrido la
noche pasada. Probablemente la enfermera no quería que pudiese toparse con alguien que ya lo
hubiese visto. La mujer se detuvo al lado de una salida de emergencias.
-Por aquí vas a salir al estacionamiento trasero. Sale por allí y espérame en el quiosco de Salvador.
Llego en unos diez minutos. ¿Ok?

-Ok.- Respondió Milo con un hilo de voz.

La salida fue fácil, el guardia del estacionamiento estaba dormitando. Dio la vuelta a la cuadra y
llegó al quiosco. Compró una barra de chocolate y se puso a leer los titulares de los diarios. Hasta
que uno de ellos comenzó a distorsionarse y formo una frase totalmente distinta al “Complejo
divorcio de Martín Cárcamo”. Se quedó mirándolo fijamente hasta que una bocina hizo que mirase
hacia atrás. La bonita enfermera, ya no con delantal, lo apuraba desde un Volkswagen rojo
bastante abollado. Milo dudó un momento. La mujer había demostrado ser peligrosa y lo que
había pasado en la noche no tenía ningún sentido. Había caído por unas escaleras, una cosa lo
había perseguido y esta chica lo había despachado en un dos por tres…por otro lado era bastante
bonita y probablemente tendría algunas respuestas. Finalmente la curiosidad terminó por
imponerse. Milo se acercó y con un suspiro de resignación subió al auto.

-¿Cómo estás?- Preguntó la joven.

-Confundido. Asustado, cagado de miedo.

-¿Primera caza?

-¿Caza? No sé de qué mierda estás hablando.

-¿Ah?

-Soy periodista, Milo Bertolini. Medio independiente. Estaba tratando de hacer un documental
gráfico sobre posibles avistamientos sobrenaturales en Santiago. No, no sé nada de caza.

La mujer frenó bruscamente. Si no se hubiese puesto el cinturón Milo hubiese estampado su


cráneo contra el parabrisas.

-Espera. Pero tu me dijiste…

-No, no alcancé a decirte nada. Mira.- Dijo Milo sacando finalmente el papel con la autorización
del director.- Aquí está la prueba.

-Cresta. Pensé que eras uno de nosotros.-Dijo la mujer después de leer el papel.

El silencio se vio roto sólo por los bocinazos que comenzaron a sonar detrás del auto.

-¿Qué fue eso que vimos anoche?-Preguntó finalmente Milo.

-Creo que fue una pesadilla. La adolescencia es un periodo difícil, más si estás enfermo. No se me
ocurre ninguna otra forma de que una de esas cosas haya llegado hasta allí.

-O sea fue verdad.


-Mira la bolsa del asiento de atrás.

Milo tomó la bolsa y sacó lo que llevaba el ser en la cabeza. Una pañoleta de lo que parecía
algodón de un rojo desigual. Tenía un olor entre metálico y podrido.

-Sangre.-Respondió la joven a la pregunta no formulada.-Quizás algún rito o que se yo.

Milo metió la pañoleta rápidamente de vuelta a su bolsa y la lanzó al asiento trasero.

-Cuando eso me perseguía pasó por al lado mío y no me vio.-Dijo Milo con un hilo de voz.- Y en el
quiosco el titular cambio de forma y…

La segunda frenada fuerte de la mañana.

-¿Nunca habías visto nada como esto, cierto?

-No.

-¿De verdad?

-Te lo juro. O sea siempre creí que podría haber algo más allá, pero yo esperaba sombras,
psicofonías. No una maldita pesadilla persiguiéndome con un cuchillo y un pañuelo bañado en
sangre.- Dijo Milo gruñendo.

-Si, te entiendo.- Respondió la chica ignorando lo que le gritaban los otros conductores.

-Oye…¿quién eres?¿Eres del gobierno?

La risa fue refrescante y sirvió para alivianar la tensión que se había acumulado en el aire, la
muchacha comenzó a andar de nuevo.

-Me llamo Gabriela, pero puedes decirme Gaby. Y no, no soy del gobierno, esos son otros, ya te
contaré. ¿Quieres un café? Yo muero por uno y probablemente me quede dormida si no me tomo
unos cuantos.-Dijo Gaby guiñando un ojo con una sonrisa, la que desapareció rápidamente.-Tengo
mucho que decirte, no todo es fácil de comprender y va a ser peligroso, lo quieras o no. Después
lo que hagas es decisión tuya, pero una cosa te tiene que quedar clara: No va a parar. Nunca. Ni
aunque lo trates de evitar, te hagas ermitaño y te vayas a vivir al Himalaya. ¿Entendido?

Milo la miró con cara de preocupación. ¿Peligroso?¿No va a parar?¿Himalaya? Quiso bajarse del
auto en ese mismo instante, pero una vocecita en la cabeza le dijo “¿Y no vas a seguir leyendo?¿Te
vas a quedar con la duda?”.

-Vamos.-Dijo.-Conozco donde hacen el mejor café colombiano de Santiago.

La curiosidad había ganado.


-¿Y cómo llevan ahora esa relación?-Preguntó Sandoval.

-Pésimo, no la he visto en unos tres meses. Tuvimos una pelea de las grandes.

-¿Por qué?

-Diferentes puntos de vista, creo.

-¿Cómo es eso?

-A ella le interesa salvar a todos los que pueda, sean bichos o no. Pero principalmente si no lo son.
Le preocupa salvar vidas.

-¿Y tú?

-Yo sólo quiero entender el por qué. No el por qué básico, o sea entiendo que Drácula tenga que
tomar sangre o que los perros cacen, es lo que hacen los perros y es lo que hacen las sanguijuelas,
pero no entiendo todo lo que va detrás, toda esa parafernalia. Entiendo que uno que otro hueón
se levante de la tumba y vaya a buscar a su asesino como en “El Cuervo”, pero no me cabe en la
cabeza que un hueón se levante de la tumba para ir a trabajar a la oficina. He seguido por semanas
a un tipo está más muerto que Prat, el maldito hijo de puta va a su departamento, va a comprar el
pan al supermercado, toma un taxi, se baja en otro departamento, se queda ahí sentado toda la
tarde, toma otro taxi y se devuelve. Ya tiene como treinta kilos de pan sobre la mesa y no entiendo
por qué. Los perros corretean a las sanguijuelas, la Gaby me contó que hace mucho se echaron a
casi todas las de Santiago y no sé por qué. Sólo quiero saber por qué hacen todas esas cosas, nada
más.

Sandoval lo quedo mirando pensativo. Tomó la cafetera que, en pro a la comodidad, había llevado
a la mesa, preguntó con una venia a Milo si se servía más y rellenó su taza. Tomó un sorbo.

-Entonces, si este zombie, matase o hiriese a alguien en el trayecto a sus departamentos. ¿Lo
detendrías?

Milo abrió la boca para responder y se quedó pensativo durante algunos minutos, largos minutos.

-No lo sé, quizás. Si es un niño y si estuviese cerca. O si…no lo sé. Lo he hecho, pero también me he
quedado mirando.

-Entiendo. ¿Entonces el saber por qué es más importante que la vida de las personas?

-No, ni cagando. Pero si podemos entender el por qué, quizás podríamos detener toda esta mierda
de una vez por todas. He conocido sanguijuelas que sólo comen animales y otros que viven a base
de bancos de sangre. He conocido cambiacosas que meditan, hablan con las plantas y todo, así
como he conocido algunos que no pasan una semana sin cazar a alguien. También he visto
caminantes que no hacen nada, como el tipo del pan, otros que sólo buscan resguardar a sus
familias y unos que se mandan un killing spree contra todo lo que se mueva a lo película de
Romero. Si podemos entender el por qué lo hacen, entonces vamos a poder hacer mucho más que
echarnos a un par de bichos o morir en el intento.

-Supongo que eso fue lo que desencadenó la ruptura con Gabriela. ¿O me equivoco?

-Si, fue eso.

-¿Y le dijiste todo eso que me dijiste a mi?

-No, no alcance. Quede inconsciente antes.- Milo esbozo una sonrisa y Sandoval se largó a reir.

-Bueno, creo que lo primero es reconciliarte con tu amiga. Necesitas compañía y un gato no te va a
servir. A ti no.-Sandoval miró de reojo al birmano que se estaba acicalando.- Intenta comunicarte
con ella y dile todo esto sin que te pegue, quizás logren llegar a un acuerdo. Algo intermedio.

-¿Consejo del doctor?

-Si, consejo del doctor. Creo que no necesitas ningún medicamento, quizás algo suave para dormir,
pero nada más. Quiero que vuelvas en quince días y me cuentes como te fue con eso. ¿Ok?

-Ok…Oye Sandoval.

-Dime.

-Anda mucho compadre piteado dando vueltas. Supongo que vas a cumplir tu parte del trato.

-Si, lo haré.

-Ok.- Milo le tendió un sobre.- Ahí está todo. Fotos, negativos y copias electrónicas. Llegando a la
casa borraré lo demás.

-Gracias.

-Y correré el rumor, por si alguien necesita ayuda.

-Si, no hay problema.

Ambos se pusieron de pie. Ya era bastante tarde. Sandoval guió a Milo a la puerta.

-¿No quieres que te llame un taxi?

-No, no voy a exponer tu casa. Ya me las arreglaré, además, ando con mi cámara.- Milo sonrió.- Te
llamo en 15 días.

-Buenas noches. Milo.

-Buenas noches, Sandoval.


Milo ya iba a mitad del pasillo cuando escuchó la puerta abrirse, volteó pensando que quizás había
dejado algo olvidado. Sandoval asomó la cabeza.

-Oye, nunca me dijiste cual fue el mensaje.

-¿Cuál?

-El de los diarios.

-Ah, eso.- Milo comenzó a caminar hacia el ascensor. –El mundo necesita saber.

También podría gustarte