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EN VEINTE LECCIONES
Y
LA FORMACIÓN DEL ESTILO
POR LA ASIMILACIÓN DE LOS AUTORES
POR
ANTOINE ALBALAT
Digitalizado por Marcelo Choren
ÍNDICE
EL ARTE DE ESCRIBIR EN VEINTE LECCIONES
Prefacio
Lección I: CÓMO SE LLEGA A SER ESCRITOR
Lección II: LOS MANUALES DE LITERATURA
Lección III: DE LA ESCRITURA
Lección IV: DEL ESTILO
Lección V: LA ORIGINALIDAD DEL ESTILO
Lección VI: LA CONCISIÓN DEL ESTILO
Lección VII: LA ARMONÍA DE LAS FRASES
Lección VIII: LA ARMONÍA DE LAS FRASES
Lección IX: LA INVENCIÓN
Lección X: LA DISPOSICIÓN
Lección XI: LA ELOCUCIÓN
Lección XII: PROCEDIMIENTO DE LAS REFUNDICIONES
Lección XIII: DE LA NARRACIÓN
Lección XIV: DE LA DESCRIPCIÓN
Lección XV: LA OBSERVACIÓN DIRECTA
Lección XVI: LA OBSERVACIÓN INDIRECTA
Lección XVII: LAS IMÁGENES
Lección XVIII: LA CREACIÓN DE LAS IMÁGENES
Lección XIX: EL DIÁLOGO
Lección XX: DEL ESTILO EPISTOLAR
Prefacio
Capítulo I: DE LA LECTURA COMO PROCEDIMIENTO GENERAL DE ASIMILACIÓN
Capítulo II: ASIMILACIÓN POR IMITACIÓN
Capítulo III: EL “PASTICHE”
Capítulo IV: DE LA AMPLIFICACIÓN
Capítulo V: ASIMILACIÓN DEL ESTILO DESCRIPTIVO
Capítulo VI: LA IMITACIÓN DESCRIPTIVA A TRAVÉS DE LOS AUTORES
Capítulo VII: EL FALSO ESTILO DESCRIPTIVO
Capítulo VIII: LA DESCRIPCIÓN GENERAL
Capítulo IX: ENSAYOS DE DESCRIPCIÓN
Capítulo X: DESCRIPCIÓN ACUMULATIVA Y DESCRIPCIÓN POR AMPLIFICACIÓN
Capítulo XI: ASIMILACIÓN DEL ESTILO ABSTRACTO POR LA ANTÍTESIS
Capítulo XII: LA ANTÍTESIS, PROCEDIMIENTO GENERAL DE LOS GRANDES ESCRITORES
Capítulo XIII: DE ALGUNOS PROCEDIMIENTOS ASIMILABLES
Capítulo XIV: EL ESTILO SIN RETÓRICA
PREFACIO
DE LA LECTURA
De la lectura. — Consecuencias de la
lectura. — La asimilación por la lectura. —
La lectura es una creación. — ¿Hay que
leer muchos libros? — Los autores que
pueden asimilarse. — Estudios de los
procedimientos por la lectura. — Homero,
Montaigne, Balzac, Saint Evremond,
Bossuet, Rousseau. — ¿Cómo se debe leer?
— Las fichas. — ¿Cómo se toman notas? —
¿Qué debe escribirse en las fichas? — La
anatomía del estilo. — El falso análisis
literario. — El verdadero análisis literario.
— El estilo, el oficio, el talento. — Pastiches
y comparaciones técnica.
sus fábulas.
LECCIÓN CUARTA
DEL ESTILO
¿Qué es el estilo?
El estilo es la manera propia de cada uno de
expresar su pensamiento por la escritura o la palabra.
Por la escritura, el escritor.
Por la palabra, el orador.
El estilo es la marca personal del talento.
Cuanto más original es el estilo, más personal es el
talento. El estilo es la expresión, el arte de la
forma, que hace sensibles nuestras ideas y
nuestros sentimientos; es el medio de
comunicación entre los espíritus.
No es solamente el don de expresar nuestros
sentimientos, es, también el arte de sacarlos de la
nada, de hacerlos nacer, el arte de fecundarlos y
de hacerlos salientes. El estilo comprende el fondo
y la forma.
Es necesario convencerse de que las cosas
que decimos no impresionan más que por el modo
de decirlas. En términos generales, todos pensamos
poco más o menos las mismas cosas. La diferencia
está en la expresión y el estilo. Eleva lo común;
halla nuevos aspectos en lo vulgar; engrandece lo
sencillo; fortifica lo débil.
Escribir bien, es, a la vez, pensar bien, sentir
bien y rendir bien.
“Lo que me distingue de Pradon, decía
Racine, es que yo sé escribir”.
“Homero, Platón, Virgilio y Horacio, no
sobresalen de los demás escritores, ha dicho La
Bruyére, más que por sus expresiones y por sus
imágenes”.
“Nada vive más que por el estilo”, dice
Chateaubriand. En vano se grita contra esta
verdad. La obra mejor entendida, y llena de las
más prudentes reflexiones, nace muerta, si le falta
el estilo.
El estilo es el arte de apreciar el valor de las
palabras y las relaciones de éstas entre sí.
Las ideas simples que representan las
palabras del diccionario no bastan para formar un
escritor. El que conozca todas esas palabras,
puede, sin embargo, ser incapaz de trazar una
frase, porque el talento no consiste en utilizar
secamente las palabras, sino en descubrir los
matices, las imágenes, las sensaciones que resultan
de sus combinaciones.
El estilo es, pues, una creación de forma por las
ideas y una creación de ideas por la forma. El
escritor crea hasta palabras para indicar una
relación nueva. El estilo es una creación perpetua:
creación de arreglos, de giros, de tono, de
expresiones, de palabras y de imágenes. Cuanto
más sensible es esa creación en la lectura, mejor es
el escritor.
Guy de Maupassant dice en alguna parte:
“Las palabras tienen alma. La mayoría de los
lectores y hasta de los escritores no les piden más
que sentido. Es necesario encontrar ese alma, que
aparece al contacto de otras palabras, que brilla y
alumbra ciertos libros con una luz desconocida,
muy difícil de hacer brotar. Hay en los
acercamientos y las combinaciones del lenguaje
escrito por ciertos hombres, toda la evocación de
un mundo poético que el pueblo de los mundanos
no sabe ver ni adivinar. Cuando se le habla de eso,
se resiente, razona, argumenta, niega, grita y
quiere que se le demuestre. Sería inútil intentarlo.
No sintiendo, no lo comprendería nunca.
Hombres instruidos, inteligentes, hasta escritores,
se sorprenden también cuando se les habla de ese
misterio que ignoran, y se sonríen encogiéndose
de hombros. ¡Qué importa! No lo saben. Es como
hablar de música a personas que no tienen oídos”.
“La gracia divina, ha dicho Bossuet, llueve
sobre el rico como sobre el pobre”.
He ahí una palabra tomada de una acepción
nueva y que forma una imagen soberbia.
Lo mismo este otro pensamiento: “Dormid
vuestro sueño, grandes de la tierra”; y este otro:
“Derramar lágrimas y plegarias sobre una
tumba”.
La palabra indeterminada, por ejemplo, es una
palabra cualquiera, geométricamente empleada,
sin elocuencia, sin brillo. Bajo la pluma de
Chateaubriand, va a alcanzar un prestigio que
pintará todo un paisaje lejano:
“La claridad de la luna, su claridad gris
perla, descendía sobre la cima indeterminada de las
selvas”.
La palabra reposaba es también una palabra
cualquiera. Refiriéndose a algo que no reposa, se
convierte en una palabra bellísima.
“La luna reposaba sobre las colinas lejanas”.
(Chateaubriand).
Hasta hay palabras de una vulgaridad
técnica, oficial, que producen grandes efectos
cuando un artista les encuentra una aplicación
imprevista. ¿Hay algo más incoloro que la palabra
anunciador? Veamos cómo la utiliza Pedro Loti:
“Los tristes chorlitos, anunciadores del
otoño, habían aparecido en una tormenta de
lluvia”.
Otro habría podido decir: “Los chorlitos,
esos tristes pájaros que anuncian el otoño, habían
aparecido en una tormenta de lluvia”.
Ese sería un estilo de menos valor que el
primero.
El estilo es, pues, la manera que cada uno
tiene de crear expresiones para manifestar su
pensamiento. Puede ser largo, corto, coloreado,
seco, abundante, vivo, periódico, según los
temperamentos.
Es difuso, pálido, incoloro, cobarde, en los
malos escritores; conciso, nervioso, con relieve, en
los buenos.
Es tan completa la unión entre el carácter y el
estilo de una persona, que por eso ha podido
decirse con razón esta verdad: el estilo es el
hombre.
La vivacidad de palabras, la energía de las
concepciones, los mismos giros de la conversación
hablada, la originalidad de la imaginación, todo
eso se pinta exactamente en el estilo del hombre.
El estilo es el reflejo del corazón, del cerebro y del
carácter.
Eso no es solamente verdad en los
individuos, sino también en los pueblos.
“Los pueblos de Oriente, dice Blair, han
recargado su estilo en todos los tiempos con
figuras fuertes e hiperbólicas. Los atenienses,
pueblo sutil y culto, se formaron un estilo claro,
puro y correcto. Los asiáticos, amigos del fausto y
de la nobleza, tenían un estilo pomposo y difuso.
Las mismas diferencias pueden notarse hoy día
entre el estilo de los franceses, los españoles, los
alemanes y los ingleses”.
Saber muchas cosas no enseña a ser buen
escritor; el estilo es independiente de la erudición.
Por eso, al decir que es necesario leer mucho para
ser capaz de escribir, se supone, bien entendido,
que se tienen aptitudes para el estilo, por lo menos
una mediana vocación y un gusto determinado.
Sin eso, ni la erudición más inmensa, hará
encontrar un giro de frase. Hay hombres muy
sabios que nunca serán escritores, y hay escritores
brillantes que no saben gran cosa. El saber y el arte
de escribir, son cosas distintas, que no van
siempre juntas.
El Discurso sobre el estilo de Buffon contiene
las mejores páginas que conocemos sobre este
asunto. Nadie ha explicado mejor los
procedimientos de un arte que puede considerarse
como una ciencia, ni ha expuesto mejor las
diversas operaciones del espíritu por las que se llega
a hacer buenas frases.
Hay, sin embargo, en ese Discurso de Buffon
una tendencia visible a aconsejar el empleo de los
términos generales y a dar al estilo una especie de
giro sintético y rígido, que constituye ciertas
hermosas partes del estilo, pero que no es todo el
estilo. Villemain ha tenido razón al señalar el
carácter demasiado personal de ese Discurso.
¡Pero qué profundo sentido de la belleza
escrita y cuántos consejos prácticos! “Las obras
bien escritas, dice Buffon, serán las únicas que
pasarán a la posteridad”. Y agrega: “Todas las
bellezas que se encuentran, todos los giros de que
está compuesto el estilo, son otras tantas verdades
tan útiles y tal vez más preciosas para el espíritu
humano, que las que pueden formar el fondo del
asunto”.
“Es estilo, dice Buffon, es el orden y el
movimiento que se pone en los pensamientos”. El
orden, es decir, la lógica de las ideas, su
encadenamiento, su fondo: el movimiento, es decir,
la vida, la forma; el orden, que es la concentración,
el giro, el conjunto; el movimiento, que es la
imaginación, el atractivo, el relieve.
Aquí interviene la famosa distinción del
fondo y la forma.
Los unos los separan y los diferencian; el
fondo son los materiales, los pensamientos, la
sustancia, el asunto; la forma es la expresión, el
revestimiento, el traje. Son dos cosas aparte.
Los otros dicen: El fondo y la forma todo es
uno; no se les puede separar, como no puede
separarse el músculo de la carne. Es imposible
expresar una idea que no tenga su forma, como no
se puede concebir una criatura humana que no
tenga alma y cuerpo. Cuando se cambia la forma,
se cambia la idea, y del mismo modo, la
modificación de la idea arrastra a la de la forma.
Trabajar la forma es trabajar la idea. La forma se
pega a la idea.
Esta teoría es la verdadera y hay que
atenerse a ella.
En ciertos casos muy raros, el cambio de la
forma no altera la idea. Así ocurrirá si yo digo:
“Llueve” por: “cae agua”; llorar, por verter lágrimas;
arrodillarse, por ponerse de rodillas; sonó un ruido,
por se oyó un ruido, habré empleado una forma
mejor que no habrá cambiado la idea; pero eso es
más bien una sinonimia que una modificación de
forma.
Fuera de esta clase de correcciones
puramente gramaticales, la idea sufre siempre los
cambios de la forma. Yo escribo esta frase:
“Nuestros corazones embriagados del amor
mundano...” La modifico y pongo: “Nuestros
corazones encantados del amor del mundo...”
(Bossuet). La idea se ha modificado según los
matices de una forma nueva. Encantamiento dice
otra cosa que embriaguez, y amar al mundo no es lo
mismo que sentir amor mundano.
Escribo esto: “Después de la muerte veremos
a Dios tal como es, alumbrando a todos los
hombres con su presencia”. Trabajo esa forma, la
modifico y encuentro esta: “Después de la muerte
veremos a Dios al descubierto, iluminando todos
los espíritus con los rayos de su faz”. (Bossuet). Se
me dirá, tal vez, que solamente ha cambiado la
forma y que la idea sigue siendo la misma; no, la
idea también se ha modificado; tiene otro aspecto,
otro sentido, otros matices, un encanto nuevo, una
significación distinta.
En vez de hacer esta demostración sobre
algunas líneas solamente, puede hacerse sobre una
página entera, sobre dos, tres, etc.
He aquí una frase con una hermosa imagen,
sobre la noche en las soledades de América:
“El genio de los aires sacudía en la noche su
cabellera”.
Esa frase no me satisface; cae demasiado
bruscamente; quisiera encontrar una palabra, un
epíteto que la redondeara y la clausurara...
Busco... Pienso en el cielo azul, y encuentro:
“El genio de los aires sacudía en la noche su
cabellera azul...” (Chateaubriand).
El esfuerzo, la preocupación de la forma me
ha hecho descubrir una imagen que, por sí sola, da
una magia imprevista a la idea primitiva.
He aquí otro pensamiento. Se trata de decir
que las mujeres romanas son tan bellas como las
estatuas de sus templos.
“Se las tomaría por las estatuas de sus
templos, descendidas de su pedestal...”
Hermosa imagen, pero que no me basta;
quiero realzarla, embellecerla. Todo lo que
agregue será un trabajo de forma sobre la idea.
Obtengo esto:
“Se las tomaría por las estatuas de sus
templos, descendidas de su pedestal, y que se
pasearan a su alrededor”. (Chateaubriand).
Y es precisamente, este último período, lo
que da a la imagen todo su prestigio, todo su
efecto. ¿Se dirá que la ida no ha cambiado? Sí ha
cambiado, sí. La primera frase era conocida; la
habíamos leído en alguna otra parte; pero la
segunda, que constituye el cuadro y la vida, esa es
nueva, es creada.
Luego, pues, la forma y el fondo todo es uno. No
es posible, en general y de una manera definitiva,
tocar la una sin alterar la otra. Cuando se dice de
un fragmento: “El fondo es bueno, pero la forma
es mala”, eso no significa nada, porque es el valor
de la forma lo que hace bueno al fondo. Habría
que decir: “El fondo podría ser excelente si la
forma fuera buena”, porque es la forma la que le
da valor al fondo.
Si yo grito: “¡Oh, Jesús, Dios crucificado!”,
empleo un estilo correcto, pero en esa forma se
dice con mucha frecuencia. Quiero pensar una
forma mejor. Busco y encuentro: “¡Oh, Jesús, Dios
anonadado!” (Bossuet). La expresión es magnífica;
pero, de pronto, la idea ha cambiado, ha brillado,
es otra.
Todos hemos podido comprobar que,
trabajando, rehaciendo las frases, creemos no
cambiar nada, no mejorar más que la forma, y he
aquí que todo se amasa, las ideas se multiplican;
se presentan incidentes, las proporciones crecen,
los párrafos aumentan; percibimos imágenes
inesperadas, giros nuevos, tanta verdad es que no
puede tocarse la forma sin trastornar la idea.
La forma es tan inseparable de la idea, que la
última encarnación de la forma llega a no ser más
que la expresión de la idea pura.
Entre otros consejos notables, y que es
necesario retener para formarse idea del estilo,
recomienda Buffon “que se agregue el colorido a la
energía del dibujo”. Quiere “que se dé a cada
objeto una luz fuerte”; expresa el deseo de que
cada pensamiento sea una imagen. Este último
consejo es el que ha prevalecido cuando vinieron
Bernardino de Saint Pierre, Chateaubriand, Teófilo
Gauthier, y cuando la literatura francesa se cansó
de la belleza sin colorido.
Resumiendo: El estilo es el esfuerzo por el
cual la inteligencia y la imaginación encuentran
matices, giros, expresiones e imágenes, en las
ideas y en las palabras o en la relación que tienen
entre ellas.
Hay en este trabajo del estilo (y es un trabajo
considerable) una parte que es el orden, el arreglo,
la corrección, la ordenación, las proporciones, el
equilibrio, la preparación de todas las piezas de
ese tablero de ajedrez que se llama una frase, una
página, un capítulo.
Hay también otra parte que es el movimiento,
la creación de palabras, de imágenes, su
combinación, lo que produce la intensidad, el
efecto, la energía, el golpe de luz, el relieve.
Hasta en la parte arreglo, el arte de colocar las
palabras y de combinar las frases, es también una
creación.
El sabor de esta creación múltiple se evapora
con frecuencia en la traducción, precisamente
porque constituye la esencia del estilo. Esto es lo
que hizo decir a Lamotte: “Un gran número de
bellezas de los autores antiguos están adheridas a
expresiones particulares de su lengua, o a
relaciones que, no siéndonos tan familiares como a
ellos, no nos causan el mismo placer”.
El cuidado de la forma es lo primero que
debe preocupar a los que tienen gusto en escribir,
pues ella comprende también el fondo, y es la que
da valor a una obra. Emilio Zola, que no tuvo más
que un don muy brutal de escribir, y que nunca se
dignó perfeccionar su forma, se alzó contra esta
teoría. “No es verdad, dijo, pese a Buffon, Boileau,
Chateaubriand y Flaubert, que han repetido
obstinadamente lo contrario, no es verdad que
baste tener un estilo muy cuidado para señalar
para siempre nuestro paso en la literatura. La
forma es lo que cambia y pasa más pronto. Es
preciso, ante todo, que una obra sea viva, y sólo
puede ser viva con la condición de ser verdadera.
Se gana la inmortalidad poniendo de pie a las
criaturas vivas”. Nada más falso que eso. La
creación de esos seres vivos no irá a la posteridad
como no esté servida por una forma irreprochable.
Zola replica: “¿Podemos juzgar nosotros la
perfección del estilo de Homero y de Virgilio?”
Que Zola no pudiera juzgarla es muy posible;
pero hay personas que pueden hacerlo, y no es
preciso haber hecho grandes estudios para leer a
Virgilio en su texto. En todo caso, una tradición
ininterrumpida de historiadores y autores
antiguos nos dice que su estilo causaba
admiración en su tiempo, y es, precisamente, esa
superioridad de forma lo que los ha
inmortalizado. Si sus versos hubieran sido malos,
sus contemporáneos no los hubieran aprendido, y
si su estilo hubiera sido mediocre, su obra no
habría llegado hasta nosotros. No existe obra
maestra sin forma cuidada, y una obra mal escrita
no puede vivir, por la razón de que no hay una
mala que haya alcanzado hasta estos tiempos. El
fondo y la forma se corresponden. Don Quijote,
que es un modelo de obra viva, es, también, un
modelo de estilo, un modelo de perfección escrita,
único en su género en España.
Otra objeción: “Cuando leemos a Homero,
no es su forma lo que leemos, es una traducción.
No tenemos más que su fondo. La forma pues, no
se identifica con el fondo”. Al contrario, puesto
que es precisamente la forma la que ha
salvaguardado al fondo, y nosotros no tendríamos
probablemente el fondo si la forma no hubiera
sido perfecta. Aquí es necesario, si se quiere,
separarlos, puesto que se trata de una traducción.
Queda lo que puede conservarse. Las buenas
traducciones son las que conservan más. Por otra
parte, cuando se trata de obras maestras, la forma
está tan mezclada con el fondo, tan pegada a la
idea, que la idea misma queda patente después
que ha desaparecido el encanto del texto. Por eso,
en una buena traducción, las descripciones de
Homero son tan vivas como cualquier página de
nuestros mejores autores contemporáneos.
Fuera de estos principios, que hay que mirar
como verdades absolutas, no se puede dar más
que una apreciación vaga del estilo. Es preciso,
como dice Pascal, haber arreglado el reloj, y
burlarse de aquellos cuya hora varía. “Hay un
buen y un mal gusto, ha dicho La Bruyére, y sobre
eso se puede disputar”. Nada más común que los
juicios hechos. Se cree acertar cuando se dice al
azar: “Esto está bien escrito; esto está mal escrito;
Fénelon escribe bien; Diderot escribe mal;
Merimée es un gran escritor”, etc.
LECCIÓN QUINTA
La ironía amarga.
Expediente favorable.
Horror indecible.
Una mirada fría y severa.
Un sordo rumor.
Un dulce éxtasis.
Una repulsión instintiva. (Siempre es
instintiva).
Un enemigo implacable, encarnizado.
Una emoción contenida.
Una tristeza grave.
Impaciencia febril.
Boca bien arqueada.
Dulzura singular. (¿En qué?).
Encanto penetrante.
Cólera implacable
Dulzura afectuosa. Bondad verdadera (1).
Orgullo legítimo.
Excesiva reserva.
Contraste odioso.
Alegría inesperada.
Torpeza penetrante.
Cabellera abundante.
Exigencias imperiosas.
Perversidad precoz.
Rabia feroz.
Recuerdo odioso.
Desesperación suprema.
Mezcla singular.
Delicadeza nativa.
Etc., etc.
Duremente cahoté
Sur les noble coussine d’un char numeroté.
(5).
LA INVENCIÓN
LA INVENCIÓN
LA DISPOSICIÓN
LA ELOCUCIÓN
DE LA NARRACIÓN
DE LA DESCRIPCIÓN
LA OBSERVACIÓN DIRECTA
LA OBSERVACIÓN DIRECTA
LA OBSERVACIÓN INDIRECTA
I. DESCRIPCIÓN IMAGINADA
LAS IMÁGENES
Ardiendo en cólera.
Volar al combate.
Abordar fríamente.
Hablar con sequedad.
Plantar una bandera.
La penetración del espíritu.
La rapidez del pensamiento.
La dureza del alma.
La ceguera del corazón.
El torrente de las pasiones.
El fuego de la juventud.
La primavera de la vida.
La flor de la edad.
El invierno de la vida.
El peso de los años.
Embriagado de gloria.
Helado de espanto, etc.
La tea de la discordia.
La antorcha de la sedición.
El torrente de la democracia.
Las tinieblas de la ignorancia.
La espada de la ley.
La balanza de la justicia.
La pérfida Albión.
La moderna Babilonia.
La tiranía (o la esclavitud) de las pasiones.
La venganza divina, etc.
EL DIÁLOGO
FIN
LA FORMACIÓN DEL ESTILO
POR LA
A. A.
CAPÍTULO I
DEL “PASTICHE”
DE LA AMPLIFICACIÓN
LA DESCRIPCIÓN GENERAL
ENSAYOS DE DESCRIPCIÓN
Descripción acumulativa. — La
amplificación descriptiva. —
Procedimientos artificiales.
FIN