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Hábitos básicos de autonomía

Llamamos hábitos básicos de autonomía a aquellos comportamientos principalmente


domésticos, cuya adquisición resulta indispensable para que el niño realice un desarrollo

social normal. Dichos hábitos le permitirán enfrentarse paulatinamente a las exigencias de su

entorno, no tener que recurrir a la ayuda de los adultos, tomar sus propias decisiones y asumir

responsabilidades.

La adquisición de dichos hábitos es un proceso que se inicia en los primeros días de vida. El hecho de
que los padres se convenzan de que constituye algo indispensable para el niño, favorecedor de su

desarrollo, ayudará a que trabajen adecuadamente en la enseñanza de estas habilidades. Es frecuente

que, debido a la creencia de que es mejor proteger al niño, los padres no lleven a cabo la tarea

encomendada.

La adquisición de los hábitos de autonomía implica varias cosas:

Un conjunto de habilidades senso-motoras. Movimientos como abrocharse, atar los zapatos, cerrar y

abrir una cremallera... suponen una serie de actividades motrices

que son previas a otras más complejas y que serán necesarias en


otras áreas del aprendizaje del niño como la escolar. Dichas

habilidades sólo se adquieren y generalizan a otros campos

practicándolas y al niño hay que darle oportunidad para ello.

Una estrecha integración con la madre o persona que cuide

de él.

La adquisición de una auto-imagen positiva. A medida que

progresa el niño en su autonomía, va forjándose una imagen

positiva de si mismo. Cuando el niño cumple o incumple unas

determinadas normas recibe unos juicios verbales por parte de

quienes le rodean. Según sean tales juicios, así será su auto

imagen.

Principales hábitos de autonomía:

Comportamiento en la mesa ( utilización de cubiertos, repertorio alimenticio).

Vestirse, desnudarse.

Horario y situación de sueño.

Aseo y limpieza.

Orden.

Realización de desplazamientos, compras o encargos, etc. ...

¿Cómo lograremos que un niño aprenda paulatina y correctamente estos comportamientos?


Se trata de un proceso normal que en la mayoría de los casos se realiza de forma “natural” sin excesivos

problemas.Cuando queremos que un niño aprenda un comportamiento debemos formular un objetivo muy

concreto . Por ejemplo: “Quiero que Juan aprenda a comer sólo, usando la cuchara, tenedor y cuchillo, sin

tirar comida al suelo e ingiriendo todo tipo de alimentos”. Esto es mucho mejor que decir: “Quiero que

Juan coma de forma correcta y civilizada”.

Nunca debemos poner un objetivo por encima de las posibilidades del niño. Hay que evitar los errores
tanto por exceso como por defecto. Algunas madres en un afán de que su hijo sea “el más educado”, le

obligan a adquirir muy pronto hábitos de limpieza excesivos. Otras veces, algunos padres no ven nunca el

momento para empezar a exigir a su hijo algunas cosas y esperan de él mucho menos de lo que es

capaz.

Hay que dar al niño la oportunidad de practicar lo que deseamos que haga, aún cuando inicialmente

suponga mayor esfuerzo y más tiempo y paciencia que si la tarea fuera resuelta por el adulto. Por las

prisas muchos padres privan a sus hijos de la oportunidad de aprender. El niño puede solicitar sostener la

cuchara él sólo, pero ante el peligro de que vierta la comida y se ensucie, su madre prefiere darle la

papilla. Para la instauración de un hábito es sumamente útil aprovechar el deseo espontáneo del niño,

ayudándole a realizar la acción para que la lleve a cabo lo mejor posible y felicitándole luego por el éxito

obtenido. A medida que sus movimientos sean más precisos, se podrá retirar la ayuda y al cabo de un

tiempo, manejará hábilmente la cuchara y se sentirá orgulloso de ello.

En otras ocasiones el niño inicia los primeros gestos para vestirse solo, pero “es tarde, el autocar espera,

los desayunos...” los padres ignoran la acción del niño y le visten rápidamente. Después de varios

intentos, es posible que no vuelva a solicitar vestirse solo.

Si el niño nunca manifiesta un comportamiento inicial que implique colaboración, iniciaremos nosotros la

enseñanza del hábito mostrándole qué es lo que esperamos que haga, mediante un modelo a imitar.

Ejemplo: “ Coge la cuchara así, pon los dedos aquí, ahora llévala a la boca así. ¡Muy bien! “ o “ coge los

juguetes de uno en uno, ponlos en este cajón, deja los libros en la estantería ¡lo haces muy bien! “.

Otra condición muy importante es enseñar al niño a distinguir en que momentos, lugares y ocasiones

debe realizar una conducta: hora de asearse, momento de ir al W.C., de lavarse las manos, lugar donde

se guarda la ropa, los juguetes, etc.

Es necesario que desde muy pequeños tengan un horario y un orden de actividades. Además de que les

ayuda a situarse en el espacio y el tiempo, adquiriendo nociones tales como, antes, después, la hora

de..., es un requisito para la adquisición de los hábitos mencionados. Si la vida del niño está organizada,

se elabora un sistema de costumbres que influirá en varios procesos, como la educación de la atención o

de la voluntad.

Una vez hemos formulado nuestros objetivos, trazado los pasos adecuados para conseguirlos, y
determinado las ocasiones en que deben ser realizados, debemos recordar que si queremos que las

habilidades adquiridas se mantengan, aumenten o perfeccionen, debemos gratificarlas adecuadamente.

Si nuestro hijo ha colaborado en el vestirse y le mostramos nuestra alegría de forma sistemática, es muy
posible que aumente su conducta de colaboración. Si al llegar de la escuela, Alberto cuelga su abrigo en

el lugar indicado, pero nadie le hace comentario alguno, es casi seguro que Alberto dejará pronto de

colgar su abrigo. Si María se acuesta a la hora señalada, pero sus padres ignoran este comportamiento y

no muestran su agrado, yendo a besarla en la cama o diciéndole “¡Que mayor eres! ¡Qué contento

estoy!”..., es previsible que intente obtener atención por otros medios, merodeando a la hora de

acostarse, pidiendo compañía o ver TV.

Algunas personas objetan que los niños deben aprender determinados hábitos o conductas sólo porque

es su obligación y sin que por ello deban recibir recompensa alguna, porque a su parecer ello resulta poco

educativo. Todos necesitamos recompensas.

Lentamente podremos prescindir del reforzador material, pero nunca debemos prescindir totalmente de la

alabanza o el elogio.

Dosificar las recompensas es un buen motivo para afianzar un aprendizaje y una forma de que el niño

sienta ilusión por lo que puede conseguir con su esfuerzo y valorar las cosas debidamente. Si además la
relación familiar es estable y afectuosa, es muy probable que se sienta feliz por el mero hecho de que sus

padres elogien sus acciones.

Hay familias permisivas a las que no les gusta marcar pautas educativas. No hay horarios ni normas, y si

las hay y el niño las rechaza los padres ceden. A medida que el niño crece, se sorprenden si no ha

adquirido un cierto grado de responsabilidad. Los efectos suelen ser los contrarios de lo que se esperaba:

apatía, descontento, anarquía, poca capacidad para aceptar la frustración, rechazo de tareas

mínimamente difíciles, etc.

Otras familias son autoritarias. Todo está señalado y decidido por los mayores y la infracción acarrea

serias consecuencias. Es muy probable que se generen grandes dosis de angustia y rebeldía. Angustia,

porque están siempre temiendo el juicio de sus padres y rebeldía ante la impotencia frente al poder

paterno excesivo. Si los padres no aminoran sus exigencias, pueden crearse situaciones de

enfrentamiento. Los niños así educados tienen una gran dosis de inseguridad acerca de sus

posibilidades.

Otro tipo de postura errónea sería la de las familias sobreprotectoras, perpetuamente atemorizadas de lo
que pueda ocurrir al niño. Los hijos no son nunca lo bastante mayores para hacer nada, ¿Hacer solos un

encargo? “Con los peligros que hay por todas partes”. ¿Vestirse solos?. “Si solamente tiene 8 años, ¿para

que estoy yo?” “Como vamos a hacer que se corte la carne solo, podría lastimarse” “¿Una excursión con

el Colegio? No hay necesidad. Está muy bien en casa y se divierte mucho con nosotros”.

Así se limita y empequeñece al niño. La desconfianza en sus posibilidades es total. A la larga, dicha

desconfianza se trasmitirá al niño, quien no se siente seguro más que en el seno de su familia,

experimentado graves dificultades para relacionarse con los demás.

Un niño no puede tener todo resuelto, porque más tarde la vida le planteará diversas situaciones que
resultarán para él insolubles.
COLEGIO JESUS MARIA. DEPARTAMENTO DE ORIENTACIÓN EDUCACIÓN INFANTIL Y PRIMARIA.

"Hábitosdeautonomía"

Alicante, España, 2006

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