Está en la página 1de 3

Michelle Santos Uzcategui/ 24.181.

526
Periodismo IV. Sección “B”
02/07/2015
Las máscaras de Naiguata
Sesenta días más tarde del domingo de resurrección, el jueves de Corpus
Christi, es el día en el que se lucen ante todo el pueblo de Naiguata. Los
participantes de los Diablos Danzantes han invertido cierta cantidad de tiempo en
su elaboración, y ese día, por fin, son usadas. Los creyentes pasan de seis meses a
un año preparando la gran fiesta, y las máscaras son parte esencial de esa
costumbre.
Cuentan los más viejos, y entre ellos el señor Henry González que tiene 48
años bailando en la festividad religiosa, que cuando comenzó la tradición, varias
décadas atrás, apenas llegaban a ocho participantes. Para el momento, resultaba
una costumbre estricta: cada quien elaboraba la suya y durante las horas en las que
se dedicaban a bailar nadie se atrevía a quitársela. “No importaba el calor, la
asfixia ni el cansancio, la creencia de que algo malo iba a pasar si alguno tenía la
osadía de descubrir su rostro era más fuerte que los sufrimientos físicos”, expresa
González como uno de los practicantes más viejos.
Los habitantes de Naiguata que tienen más de 40 años asistiendo a la gran
fiesta de Corpus Christi, recuerdan con claridad que antes no se conocía a los
diablos, pues éstos jamás se quitaban sus máscaras. “No se sabía quiénes eran los
que bailaban”, “La tradición era bailar con la máscara hasta que les sangraran los
pies”, “Todos decían que si se quitaban las máscaras, el demonio aparecía”, esos
son algunos de los comentarios que aportan los naiguatenses. La danza, que se
hace principalmente para ahuyentar al “maligno” y agradecer al Santísimo
Sacramento, demandaba el compromiso sin peros del uso ininterrumpido de la
máscara.
Cuenta una leyenda, que un día, hace muchos años, cuando la cantidad de
Diablos había aumentado a 20 participantes, los mismos estaban reunidos en el
cerro, preparándose para el gran momento. Se dieron cuenta, entonces, que con las
máscaras se contaban 21 y sin las máscaras sólo eran 20. No se tiene que decir más
para saber la respuesta al enigma. La evocación de esta anécdota, contada por el
señor José Luis Atencio, fiel creyente y colaborador de la tradición, no deja de
generar escalofríos en todos los que la escuchan. Así no sea la primera vez.

De dónde salen y cómo se hacen


Ronny Velasquez, Jefe de promoción del Departamento de Cultura de la
Escuela de Artes, cuenta: “las máscatas, representan diseños antropomorfos,
zoomorfos, fitomormos, ictiomorfos, celópodos, entre ellos, moluscos, diversos
mariscos, animales normales como cochinos, perros, caballos, burros, elefantes,
jaguares, etc, pero sobreestimados, es decir, colocados en una dimensión
supraelevada y mítica”.
Dichos animales son los que caracterizan al pueblo de Naiguata. Esos que
son peculiares en sus playas y sus montañas. Especialmente los animales marinos,
ya que es un pueblo reconocido por estar ubicado en la costa del Litoral Central. A
diferencia de otros diablos danzantes, como por ejemplo los de Yare, las máscaras
de los naiguatenses no necesariamente tienen que llevar cachos, ni determinan
ningún tipo de jerarquía, ni su tamaño ni su forma indican nada. Cada danzante
elabora la suya de acuerdo a su creencia, creatividad y propósito.
Son hechas con cartón, arcilla, tela y hasta tierra entumecida con agua. Para
darle forma, la mayoría utiliza alambre o va amoldando los materiales utilizados
hasta darle el aspecto que desean. Deben contener dibujos amorfos muy, pero muy
coloridos. Solo de ésta forma aseguran “espantar” al demonio. Al principio, se
pintaban con marcadores, pero después, poco a poco los participantes fueron
migrando a la pintura. Finalmente, muchos tienden a sellarlas con pega blanca
para que queden brillantes.
A la parte de atrás se le agrega una especie de velo que tiene la función de
cubrir el rostro de cada participante. Algunos integrantes lo llaman “saco”. En
algunos casos, también se guindan de las máscaras una cantidad de cintas de
colores que son utilizadas tanto para el ritual del bautizo de los iniciados como para
bendecir a quienes estén presentes. Dichas tiras simbolizan o los rayos del sol o las
aguas bautismales.

Pérdida del respeto, pero no del significado


Hoy en día, en Naiguata, cada jueves de Corpus Christi, danzan una cantidad
innumerable de Diablos. Algunos dicen que son mil, otros que rondan los dos mil.
Lo cierto es que esto ha hecho que se desvirtúe la tradición. La masificación de la
fiesta ha conllevado al descontrol de los participantes.
Las máscaras, ya no son estrictamente de animales, ahora los creyentes
también se atreven a realizar monstruos y figuras amorfas que no guardan ninguna
referencia ni vínculo con el pueblo. Ya no es necesario que cada uno elabore la suya
propia, ahora hasta se dictan talleres para que todos puedan participar en su
elaboración. Los más viejos alegan que, al ser tantos, es imposible algún tipo de
dirección y los más jóvenes, carentes del valor de la tradición, exponen que la han
“modernizado”. No obstante, su significado principal se mantiene: se usan para
ahuyentar al maligno y alabar al Santísimo Sacramento. Todos los participantes
hacen especial énfasis en el primer aspecto.
Lo que más desconcierta a los veteranos es que no existe el miedo a que
“algo malo pase si nos las quitamos”, como repitió en varias oportunidades el señor
Henry González. Ahora, de un momento a otro se pueden observar los rostros de
los danzantes y hasta hablar con ellos a mitad de la celebración. No sólo se las
quitan, sino que también dejan de bailar y se detienen a conversar y, los
adolescentes hasta se atreven, máscara en mano, a coquetear con las muchachas
del pueblo.

También podría gustarte