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Las Máscaras de Los Diablos de Naiguata Periodismo IV Semblanza
Las Máscaras de Los Diablos de Naiguata Periodismo IV Semblanza
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Periodismo IV. Sección “B”
02/07/2015
Las máscaras de Naiguata
Sesenta días más tarde del domingo de resurrección, el jueves de Corpus
Christi, es el día en el que se lucen ante todo el pueblo de Naiguata. Los
participantes de los Diablos Danzantes han invertido cierta cantidad de tiempo en
su elaboración, y ese día, por fin, son usadas. Los creyentes pasan de seis meses a
un año preparando la gran fiesta, y las máscaras son parte esencial de esa
costumbre.
Cuentan los más viejos, y entre ellos el señor Henry González que tiene 48
años bailando en la festividad religiosa, que cuando comenzó la tradición, varias
décadas atrás, apenas llegaban a ocho participantes. Para el momento, resultaba
una costumbre estricta: cada quien elaboraba la suya y durante las horas en las que
se dedicaban a bailar nadie se atrevía a quitársela. “No importaba el calor, la
asfixia ni el cansancio, la creencia de que algo malo iba a pasar si alguno tenía la
osadía de descubrir su rostro era más fuerte que los sufrimientos físicos”, expresa
González como uno de los practicantes más viejos.
Los habitantes de Naiguata que tienen más de 40 años asistiendo a la gran
fiesta de Corpus Christi, recuerdan con claridad que antes no se conocía a los
diablos, pues éstos jamás se quitaban sus máscaras. “No se sabía quiénes eran los
que bailaban”, “La tradición era bailar con la máscara hasta que les sangraran los
pies”, “Todos decían que si se quitaban las máscaras, el demonio aparecía”, esos
son algunos de los comentarios que aportan los naiguatenses. La danza, que se
hace principalmente para ahuyentar al “maligno” y agradecer al Santísimo
Sacramento, demandaba el compromiso sin peros del uso ininterrumpido de la
máscara.
Cuenta una leyenda, que un día, hace muchos años, cuando la cantidad de
Diablos había aumentado a 20 participantes, los mismos estaban reunidos en el
cerro, preparándose para el gran momento. Se dieron cuenta, entonces, que con las
máscaras se contaban 21 y sin las máscaras sólo eran 20. No se tiene que decir más
para saber la respuesta al enigma. La evocación de esta anécdota, contada por el
señor José Luis Atencio, fiel creyente y colaborador de la tradición, no deja de
generar escalofríos en todos los que la escuchan. Así no sea la primera vez.