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¡LA TRANSFORMACIÓN COMIENZA CON USTED!

 

¿Está cansado de vivir una vida ordinaria? ¡Usted fue creado para hacer grandes cosas! Pero, ¿dónde comenzar? Dios le ama y tiene un proyecto único para su vida -pero depende de usted encontrar ese propósito y vivirlo en plenitud. En una mezcla de

LanguageEspañol
Release dateMar 14, 2022
ISBN9781792369667
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    Transformación - Edgardo Silvoso

    CAPÍTULO 1

    Gente real, cambio real – En tiempo real

    Una pareja, casada por más de 20 años sale a pasear un domingo por la tarde en automóvil. De improviso, un convertible rojo, con la capota baja y música a todo volumen, los sobrepasa y se detiene delante de ellos en un semáforo. El asiento del conductor parece ocupado por un cuerpo de dos cabezas, una masculina y una femenina, que intercambian apasionadamente expresiones de amor entre sí. Vida exuberante, carcajadas y una dicha sin límites irrumpen ese cruce de calles en un instante.

    Dándose cuenta del espacio que los separa a la pareja observadora, ella en el asiento del acompañante y él al volante, melancólicamente la esposa pregunta: ¿Qué nos pasó? Míralos, tan cerca uno del otro, y fíjate el espacio que hay entre nosotros. El marido, con las manos sobre el volante, la mira y dice, yo jamás me moví.

    Algunas personas permitieron que se desarrolle una brecha similar entre ellos y sus sueños, pero sus sueños siguen allí. No se han movido. Mejor aún, Dios, el inspirador de esos sueños, tampoco se movió. De eso trata este libro: de renovar su corazón y su mente para que pueda recapturar sus sueños y cumplir con el propósito de Dios para su vida.

    Algo extraordinario está sucediendo alrededor del mundo. Gente común está haciendo cosas extraordinarias que están transformando radicalmente escuelas, empresas, cárceles, ciudades e incluso naciones. Hoy, millones de hombres y mujeres están cumpliendo con su llamado a tiempo completo al ministerio en el mercado. Esta gente trabaja como corredores de bolsa, abogados, empresarios, agricultores, periodistas, maestros, policías, plomeros, recepcionistas, cocineros y muchos otros oficios.

    Muchos ya saben que fueron llamados a desempeñar una parte vital en el establecimiento del reino de Dios en la tierra. Ellos saben que son ministros, e hicieron que sus trabajos sean la plataforma de sus ministerios.

    Un agricultor africano dedicado al cultivo de ananás elige comprar una parcela de tierra para sus trabajadores antes de comprarse una casa para sí mismo. De esta forma, les da a sus empleados no solamente libertad financiera sino también un modelo de liderazgo extremadamente sólido. Más adelante se volvió el mayor proveedor de ananás del país y hoy día subvenciona a través de sus empresas a 665 niños en varios orfanatos y educa en una escuela a 1.531 estudiantes azotados por el HIV/SIDA .

    Un abogado norteamericano, representando una aerolínea que declaró su quiebra, y otro abogado, que representaba a los acreedores, se ponen de acuerdo para orar juntos a fin de hallar la mejor solución a un problema que involucra millones de dólares por un lado y miles de puestos de trabajo por otro. Oran por una solución donde todos ganen, y de la nada (ya que NADA es imposible para Dios) encuentran la solución que permite a la aerolínea sacar su quiebra de tribunales en tiempo récord, con un excelente plan de trabajo para volver exitosamente al mercado. Este milagro es tan evidente que su resultado hace que otros abogados reconsideren el valor de la oración en su profesión.

    El presidente de una petrolera de Minnesota lidera una reunión donde su mesa directiva planifica cómo agregar 2.500 iglesias a las 500 iglesias que ya instalaron como parte de su plan de negocios. Bajo su dirección, el grupo asigna en forma regular y con alegría varios miles de dólares para ayudar a erradicar la pobreza sistémica, proveer entrenamiento a futuros emprendedores y lanzar empresas del Reino en las naciones asistidas por estas iglesias.

    Luego de haber prestado juramento, la directora de Ingresos Fiscales de una nación del tercer mundo erige un altar a Dios en su oficina e invita a otros empleados temerosos de Dios a que se le unan en una guerra espiritual en contra de la corrupción. Esa corrupción evitaba cobrar los ingresos fiscales, haciendo de la evasión de impuestos un deporte nacional. Más adelante, al finalizar el primer año, la recaudación se incrementa a un nivel récord. De manera aún más increíble, reconocidos comerciantes empiezan a acercarse voluntariamente a la directora arrepintiéndose de haber evadido y accediendo a pagar sus impuestos atrasados.

    Un comerciante, en medio de la mayor crisis económica de su negocio, tiene una experiencia sobrenatural y, como resultado, dedica su empresa a Dios. En los siguientes ocho años, ve sus ingresos incrementarse más allá de lo imaginable, con un crecimiento del 65% durante el primer año y un 385% en los últimos dos años. Esto le permite a él y su esposa ayudar a alimentar al 5% de la población de su comunidad.

    Una ciudad en el Medio-oeste Norteamericano, alguna vez plagada con el mayor índice de suicidios adolescentes per cápita del país, con sus escuelas en ruinas, y un laboratorio clandestino de drogas sintéticas que inundaba la zona con metanfetaminas, se transforma en un lugar donde hoy se respira paz y prosperidad. ¿La razón? La alcaldesa, junto a líderes de púlpito y de mercado, invita a Dios a establecerse en el pueblo y cada martes ellos pasan medio día en el equivalente a una reunión de personal con el Señor, llevando ante Él las distintas necesidades para recibir guía y/o intervención. La atmósfera espiritual de la ciudad mejora tanto, que se ofrecen con regularidad oraciones por milagros en bancos, concesionarias de vehículos, consultorios médicos, restaurantes y oficinas de todo tipo.

    Un estudiante en su último año dentro de una escuela secundaria violenta y plagada de drogas tiene un encuentro con Dios. Esto inicia un movimiento que transforma radicalmente su institución y luego a otras 76 escuelas en el estado, reduciendo el crimen y los reportes disciplinarios, aumentando la asistencia a clases y los promedios de notas de los alumnos, y dotando a los estudiantes, maestros y administrativos de una renovada esperanza en el futuro.

    Transformación real

    Por todos los lugares que voy, de Argentina a Uganda, y de allí a los Estados Unidos, me reúno con gente común y escucho de estas extraordinarias historias de cambios conmovedores. Esto es una transformación real, sucediendo en tiempo real, como resultado de un descubrimiento singular: de que Dios cuida apasionadamente no sólo a las personas, sino también al mercado, a las ciudades y las naciones.

    Este movimiento transformador es diferente porque es espiritual sin ser religioso. Aunque su principio central es la fe en Dios, no posee tintes religiosos. De hecho, más que en lugares de oración, se lleva a cabo principalmente en el mercado. Es revolucionario sin ser rebelde. Es contagioso sin ser infeccioso. Otorga poder sin que éste se vuelva aplastante. Es personal mientras que al mismo tiempo alcanza a ciudades y naciones. Desafía a la muerte y nos lleva a la vida, porque nos lo acerca gente que se sobrepone al mal sistémico a través de la sangre derramada en la cruz por el Cordero de Dios, gente que intercambió su vida por Su vida (véase Ap. 12:11).

    Son esenciales a este movimiento los cinco paradigmas fundamentales para la transformación, llaves que constituyen la espina dorsal de este libro. Estos paradigmas, al ser adoptados, nos inspiran a abrir nuestros ojos a un mayor panorama espiritual, que nos revela una fuente de poder tan magnífica y vasta que seremos inmediatamente forzados a explotarlo para traer transformación a nuestras vidas, familias, trabajos, ciudades, países, y finalmente a todo nuestro planeta.

    Este libro trata exclusivamente sobre la transformación. Estos cinco paradigmas fundamentales, examinados en los capítulos que siguen, tienen el potencial de hacer que seas un transformador del mundo, tal como nuestros predecesores, acerca de los que se dijo hace unos 2.000 años, Estos que trastornan el mundo entero (Hch. 17:6b).

    Pero antes que discutamos sobre estos paradigmas, es necesario que responda a sí mismo cuatro preguntas que definirán su función.

    CAPÍTULO 2

    Las cuatro preguntas que le darán forma a su función

    El 23 de septiembre de 1779, durante la Guerra de la Revolución Norteamericana, una de las más encarnizadas batallas navales de la historia tuvo lugar cerca de las costas de Escocia. El capitán John Paul Jones, un escocés de 32 años al mando del buque insignia Bonhomme Richard, luchaba contra la fragata de la Real Marina Británica Serapis, de 44 cañones. Luego del incesante martilleo de las poderosas armas enemigas, el barco de Jones ardía y apenas se mantenía a flote, con muchos de sus hombres muertos o seriamente heridos sobre las sangrientas cubiertas, y unos pocos a su lado totalmente agotados. El capitán Pearson del Serapis saludó cortésmente e inquirió, Señor, ¿está usted listo para arriar su bandera y rendirse? A lo que Jones contestó, ¿Rendirnos, Señor? ¡Todavía no hemos empezado a combatir! Y procedió a liderar a sus diezmadas fuerzas en un furioso contraataque. El enemigo fue dominado, el Serapis se rindió, y Jones tomó el comando de la poderosa fragata británica.

    La elección que el Capitán Jones tomó en una fracción de segundo vino de algo incrustado en la fibra más íntima de su alma. Si lo tomó por sorpresa, ciertamente que tomó aún más de sorpresa a su adversario, que estaba con la guardia baja; y el resultado fue una decisiva victoria en el sendero del nacimiento de una nueva nación con un destino glorioso.

    Vivir versus existir

    Este libro es acerca de la transformación y de los paradigmas y principios que la apoyan. La transformación no sucede en el vacío. Llega a través de personas que han tocado sus reservas más profundas de resolución, con un sentido de propósito profundo y poderoso suficiente como para vencer los siniestros y amenazantes desafíos que se apostaron a sus puertas como guardianes intimidantes. Este libro cuenta historias reales de cómo y por qué esta gente está cambiando el curso de la historia en vecindarios, mercados y naciones alrededor del mundo.

    Cuando el peso del destino pende de un hilo, como le sucediera al capitán John Paul Jones, cuatro preguntas básicas nos llevan a la fuente de esa resolución y propósito –preguntas con las que todo ser humano batalla en algún momento de sus vidas. Cómo las respondamos dará forma a nuestras decisiones y determinará nuestro estilo de vida. Ellas marcan la diferencia entre meramente existir y realmente vivir; entre anquilosarse como una ciénaga o fluir como un majestuoso río de montaña con impetuosa fuerza durante el deshielo primaveral; entre ser cambiado por el mundo o ser alguien que cambia al mundo. Le dan la forma de nuestro futuro, e incluso al futuro de aquellos a nuestro alrededor.

    Examinemos pues estas cuatro preguntas cruciales.

    Pregunta Nº 1: ¿Hay un Dios?

    La primera pregunta establece los fundamentos para todas las demás: ¿Hay un Dios?

    ¿Recuerda la primera vez que dicha pregunta apareció en su mente? Yo la recuerdo vívidamente. Yo tendría unos cuatro años, al crecer en Argentina, donde cada noche veía a mi madre, una devota católica, arrodillarse al lado de la cama para tener un monólogo con alguien que yo sabía que no estaba en la habitación. Desconcertado, le pregunté,

    —Mamá, ¿con quién estás hablando?

    —Estoy hablando con Dios —me dijo con gran seriedad.

    —¿Quién es Dios? —seguí inquiriendo.

    —Dios es aquel que hizo al mundo —me respondió.

    La religión no era un tema muy frecuente en la mesa de casa ya que mi padre era ateo, y su exclusión era una especie de tregua entre su descreimiento y la fe de mi madre.

    Mi mente infantil de cuatro años pero con su creciente lógica consideró el comentario de mi madre llegando a una irrefutable conclusión: Alguien tenía que haber hecho los juguetes con los que me divertía, no se habían hecho a sí mismos. Por ello, alguien debería haber hecho el mundo, y este tenía que ser Dios.

    Quizás usted llegó a creer que había un Dios de una manera similar a la que me sucedió a mí, o tal vez de una manera totalmente diferente; pero la vasta mayoría de las personas responde a esta pregunta de manera afirmativa ya que lleva mucha más fe rechazar toda noción de un poder mayor, que adoptarla. Por ejemplo, imagine que se tira en paracaídas en las junglas Amazónicas en Sudamérica donde, luego de aterrizar, encuentra una mesa bien preparada en el medio de la selva con comida exquisita y humeante, música de fondo muy agradable, y con una nota elegante que dice, Bienvenido, ¡Disfrútelo! Luego del shock inicial, estoy seguro que la primera pregunta en su cabeza será, ¿quién puso esto aquí?

    Las probabilidades de que alguien tire las partes de un reloj pulsera al aire y que caigan en su muñeca, armado, ajustado correctamente y en hora, son mayores que las posibilidades de que los vastos universos que estamos descubriendo hoy día se hayan formado en alguna explosión descontrolada. Desde que, cuando niño, yo sabía que alguien había hecho mis juguetes, era absolutamente lógico para mí concluir que Alguien mayor a mí hizo el mundo.

    Pregunta Nº 2: ¿A Dios le interesa?

    Determinar que en realidad hay un Dios lleva a la segunda pregunta: ¿Le importa a Él? Existen cientos de dioses adorados en el mundo hoy día, muchos de ellos pasivamente consagrados en fríos templos, con sus presencias confinadas al material con que fueron hechos. Por dentro y por fuera, estos dioses son solamente objetos inanimados, totalmente ajenos a las preocupaciones humanas. Por lo tanto, ¿le importa realmente a Dios?

    Cuando examinamos el universo y vemos su diseño maravilloso y con cuanta precisión opera; cuando observamos cómo una estación sigue a la otra en perfecta armonía, única y al mismo tiempo complementaria con las otras; cuando vemos cómo la tierra compensa el daño que los humanos incesantemente le infligen, y como curas milagrosas se hallan para las condiciones letales que emergen de conductas irresponsables (particularmente cuando, en sintonía con su tremendo potencial para la maldad, observamos cuánto más maléficos podrían haber sido los sucesos de cualquier día, y que no acontecieron), todo esto nos lleva a la conclusión de que Dios realmente se interesa por el mundo que Él creó.

    Ciertamente, las tragedias ocurren. El río de la historia fluye sangriento y contaminado con escombros letales como resultado de la capacidad del hombre para la maldad. Pero en el medio de todo este sufrimiento humano, el Dios que nos cuida está allí. Es la influencia de Su poder y constante presencia la que, a pesar de las tragedias, hacen al mundo un mejor lugar hoy de lo que fuera hace cien años. Esto apunta a la presencia de un poder mayor que activamente restringe el poder de actos terroristas catastróficos, plagas mundiales, desastres políticos monumentales, y una creciente estupidez con consecuencias letales a nivel global. De otro modo, el fin hubiera llegado hace mucho tiempo. Tiene que haber un Dios velando por la tierra.

    Pregunta Nº 3: ¿Se interesa Dios por mí?

    Esta conclusión lleva a la tercera pregunta: Si hay un Dios que se interesa por el mundo, ¿se interesa también por mí? Esta es una pregunta muy importante porque no existe ningún beneficio personal en creer que hay un Dios que se interesa a menos que nos demos cuenta que se interesa por nosotros personalmente.

    El día que le propuse matrimonio a Ruth, mi esposa, habíamos salido a dar un paseo por las hermosas sierras de Córdoba, Argentina. Tomados de la mano caminamos por la orilla de un hermoso arroyo, disfrutando de la idílica vista y escuchando el murmullo del agua que corría entre las rocas, mientras las mariposas revoloteaban de flor en flor en un juego multicolor por la exuberante vegetación a ambos lados del sendero. Una curva del arroyo nos proveyó de un poco de privacidad, así que pisando de puntillas las rocas que apenas sobresalían del agua llegamos a un promontorio en medio del arroyo, donde Ruth se sentó en una piedra de gran tamaño y yo lo hice a sus pies en una más pequeña.

    No hay ningún beneficio personal en creer que existe un Dios que se interesa a menos que nos demos cuenta que se interesa por nosotros personalmente.

    Luego de perderme nuevamente en sus hermosos ojos verdes, le pregunté, Ruth, ¿me amas? con la ardiente esperanza de una respuesta afirmativa mientras luchaba por mantener mis dudas bajo control.

    Ella podría haberme respondido, Yo amo las flores y las sierras o Yo amo mi tía Marjorie y mi primo Willy, o de manera más inclusiva todavía, Amo al mundo entero. Sin embargo, ninguna de esas respuestas hubieran significado mucho para mí en ese momento porque mi pregunta era muy personal: ¿Tú me amas? Sólo cuando respondió , todo lo demás se volvió relevante.

    Esto también es verdad cuando se trata de la pregunta, ¿El Dios que se interesa por el mundo se interesa por mí personalmente? Es aquí que el Dios de la Biblia tiene una innegable ventaja competitiva. ¡Sí!, Dios se interesa en nosotros. Desde el principio mismo Él creó lo mejor de lo mejor, incluyendo a la humanidad. Cuando el hombre cayó en pecado, fue Él que vino al rescate para hacer posible la restauración, al punto de enviar lo mejor de sí mismo, Jesús, quien a pesar de no haber hecho nada más que el bien, fue crucificado como un criminal por la misma gente que vino a salvar. En medio de esa muerte tan cruel, nos perdonó y descendió a lo profundo del Hades para destronar a los poderes de la oscuridad que nos mantenían cautivos; retornando luego victoriosamente a la tierra, lleno del poder divino y en espléndida majestad para decirnos, te amo y no hay nada que puedas hacer al respecto.

    El mensaje es convincente fuera de toda medida: Su amor es ilimitado e incondicional. De hecho, nos aseguró que cuando creemos en Él como nuestro Señor y Salvador, tendrá nuestros nombres inscripto por los ángeles en el libro de la vida y nadie será capaz de separarnos de Él. La razón por la que Dios nos permitió infringirle el castigo más inmerecido fue para darnos prueba incontrovertible de que Su amor es absolutamente incondicional y en consecuencia puede y va a conquistar lo que sea.

    Entonces, sabemos que hay un Dios que se interesa y que se interesa en nosotros personalmente.

    Pregunta Nº 4: ¿Se interesa Dios en lo que hacemos?

    Para alcanzar no sólo el éxito sino también el sentido de la vida, se debe contestar una cuarta pregunta: Si hay un Dios que se interesa por mí, ¿Se interesa Él en lo que hago? ¿Se preocupa por mi trabajo, por mi carrera, con la misma intensidad por la que se interesa en mí? ¿Está interesado Dios en ejercer su poder para ayudarme a resolver los problemas que enfrento en mi trabajo tanto como se interesa en mi santidad espiritual?

    Desafortunadamente no siempre respondemos de manera afirmativa a esta pregunta. O, si lo hacemos, de algún modo, muy dentro de nosotros albergamos un dejo de incredulidad de que incluso aunque Dios pueda cuidarnos en nuestro lugar de trabajo, su corazón no está del todo allí, porque su interés está en el bienestar de nuestra alma y en que pasemos la eternidad con Él.

    Esta percepción defectuosa del alcance de la intención divina es muy desafortunada, porque a menos que entendamos que Dios se interesa en lo que hacemos tanto como se interesa en nuestra alma inmortal, nuestra vida en la tierra, y en particular nuestro rol en el lugar de trabajo, entonces nunca pasaremos de ser meros sobrevivientes en un campo de prisioneros de guerra espiritual. Con esta perspectiva, no llegaremos al cielo sin pasar por algún tipo de infierno en la tierra. Este puede ser un monumental error, porque su propósito es sacarnos del campo de prisioneros y llevarnos a un campo de entrenamiento desde donde podremos orquestar la liberación de otros campos de prisioneros hasta que toda la tierra quede bajo Su reinado.

    Este tipo de pensamiento limitado e incompleto puede ser como la historia que escuché acerca de un británico que gastó todos sus ahorros para comprar un boleto en un crucero transatlántico de lujo y se salteó todas las comidas, racionando cuidadosamente los paquetes de galletitas que había llevado a bordo para comer porque ¡no se había dado cuenta de que todas las comidas estaban incluidas en el precio del pasaje!

    Lo que asumimos respecto al alcance del cuidado de Dios sobre nosotros no sólo afecta nuestras vidas durante las 167 horas de la semana que no estamos en un servicio religioso, sino que también afecta al mundo a nuestro alrededor. Dios no está con nosotros solamente cuando nos sentamos en la banca de una iglesia. ¿Dónde está Él los lunes? ¿O, si vamos al caso, del martes al sábado? ¿Dónde está cuando los desafíos de la vida nos acorralan en un medio ambiente que a veces se vuelve abiertamente hostil? Pasamos gran parte de nuestras horas en algún lugar del mercado. Es en ese lugar que día tras día enfrentamos las circunstancias que continuamente prueban, y a veces destruyen, nuestra autoestima y sentido de valor personal, ambos vitales para tener éxito en la vida. ¿Cuál es el sentido de creer en Dios si Él no puede estar con nosotros y para nosotros en un lugar tan importante como nuestra carrera o entorno de trabajo? La respuesta es simple: ¡Dios es omnipresente –Él está en todo lugar, y tal como intento mostrar en este libro, se interesa por lo que hagamos en el mercado tanto como se interesa por usted!

    Un modelo a seguir, pero divino

    Nosotros derivamos, al menos en un nivel embriónico, nuestra noción de Dios como padre por la influencia, o la falta de ella, de nuestros padres naturales. Cuando niño tuve una experiencia que ilustra cuán importante es que quien encarna el modelo a seguir más fuerte en nuestra vida también demuestre que se interesa por aquello que hacemos (o, en mi caso, lo que se suponía que hiciera pero que no pude realizar).

    Cuando crecía, había una tarea que los niños realizaban por turno. Dos veces al día teníamos que ir al cobertizo que se encontraba detrás de la casa y traer las bebidas que acompañarían nuestras comidas. Estas bebidas se mantenían en un refrigerador en este cobertizo ubicado al final de un largo pasillo flanqueado por altos y gruesos árboles.

    Yo siempre trataba de tomar el turno del almuerzo para este trabajo porque tenía miedo de hacerlo a la noche, pero no siempre tenía éxito. Una espantosa noche, me quedé congelado de miedo en la cabecera del pasillo que llevaba al cobertizo, mientras que en el comedor la familia me estaba esperando para que trajera las bebidas. Allí afuera, en la amenazante oscuridad, el sonido del viento que movía las hojas de los árboles y hacía crujir sus ramas alimentaba en mi imaginación monstruos acechando detrás de cada árbol.

    Mi padre, dándose cuenta de que me estaba llevando mucho tiempo para una relativamente simple tarea, salió a ver qué sucedía. Viéndome inmóvil en ese lugar, rápidamente cayó en cuenta de lo que estaba sucediendo. Mirándome a los ojos, con voz calmada me preguntó, Hijo, ¿tienes miedo, no?

    , respondí tímidamente.

    ¿Te asusta la oscuridad?, siguió preguntando.

    Nuevamente asentí.

    ¿Da la impresión de que las ramas intentaran atraparte, no?

    Una vez más respondí afirmativamente con vergüenza. Sentía que había fallado en mi tarea –no por no haberlo intentado, sino por sentirme abrumado por lo que percibía como un ambiente hostil. Me sentía indefenso y especialmente humillado por ser visto en ese estado por mi padre.

    En ese momento él tomó mi mano y me dijo con voz firme, Vamos, hijo. Lo haremos juntos. El instante en que su mano envolvió la mía, todo miedo se evaporó, y en ese momento yo supe que iba a tener éxito, aunque nada había cambiado a mi alrededor. La oscuridad seguía allí. Los amenazantes árboles no se habían ido. El viento seguía meciendo las hojas y ramas. La distancia al cobertizo del hielo no había disminuido. Pero yo ya no tenía más miedo. Al contrario, me sentía poderoso, y era capaz de traer las bebidas a la mesa bajo la mirada tranquilizadora de mi padre, quién se había convertido en mi compañero.

    Yo siempre supe que mi padre se interesaba por mí, pero esa noche sentí que también se interesaba sobre todo aquello que se suponía que hiciera –mi trabajo– y de que él estaba deseoso y (para mi sorpresa) con muchas ganas de estar a mi lado para asegurarse de que tendría éxito. Tanta gente va por la vida sintiéndose sola y desamparada, cuando desde el principio Dios estuvo junto a ellos, listo para tomarles la mano en la suya porque ¡se interesa en aquello que hacen!

    Jesús, que vino a revelar la naturaleza amorosa y el carácter compasivo de Dios, ejemplificaba esto a través de sus milagros. En Juan 2, Jesús era un invitado en una boda y fue advertido de que el maestresala se había quedado sin vino. Él inmediatamente solucionó el problema al convertir el agua en un vino de tan alta calidad que el maestresala, que momentos antes hubiera enfrentado el desdén del público, fue entusiastamente felicitado.

    Pedro y Juan, junto con sus hermanos, poseían barcas pesqueras que en un día en particular, como dice en Juan 21, estaban volviendo al puerto vacías. A pesar de haber estado fuera toda la noche, no habían atrapado nada. Para pescadores profesionales, esto era un verdadero problema. Era el equivalente de un broker que pierde su cuenta más importante, o la caída de una venta importante de bienes raíces donde la comisión del agente hubiera cubierto su propia cuota de la hipoteca. Sin pescados no habría ventas. Sin ventas no habría ingreso, lo que a su vez significaba nada de comida sobre la mesa.

    ¿Qué hizo Jesús? ¿Les dijo que oraran con más fervor? ¿Les cuestionó su espiritualidad? Al contrario, les dijo exactamente dónde arrojar su red para obtener la más asombrosa pesca de sus vidas. Este tipo de milagro de mercado era algo común con Jesús.

    Mateo 17 cuenta acerca de cómo Pedro vino a Jesús en evidente aflicción porque sus impuestos se habían vencido. Esta situación es una en la que mucha gente se siente identificada hoy día. El simple hecho de que Pedro sacara el tema ante Jesús muestra que Él era considerado como alguien accesible para tratar dichos temas. ¿Cómo respondió Jesús? El no espiritualizó el problema. Sabiendo que Pedro era un pescador profesional, le dijo que fuera a pescar, y que una moneda estaría en la boca del primer pez que atrapara. Siendo un hombre práctico, Jesús le dijo a Pedro que cuando lo hiciera, ¡utilizara el vuelto para pagar también sus impuestos!

    Dios está en nuestro trabajo

    Dios se interesa en nuestro trabajo por la relación de causa y efecto que existe entre nuestra identidad y nuestro trabajo. Lo que hacemos en la vida es una expresión externa de quiénes somos en nuestro fuero íntimo. Debido a esta conexión, no se deben dicotomizar estas dos dimensiones. A menudo se dice, No permitas que lo que haces determine quién eres. Aunque hay un trasfondo de verdad en esta afirmación, se debe tomar en cuenta un aspecto más profundo: Quienes somos determina lo que hacemos. Doctores, abogados, políticos, educadores, gente que trabaja en la industria del servicio, han elegido esa ocupación específica porque refleja mejor aquello que son. Esto es porque Dios ha sembrado las semillas en el interior de nuestras almas al momento de concebirnos para que, cuando maduremos, a la larga surja una profesión, una vocación o un oficio. Como Dios plantó las semillas, se requiere la participación divina para que las mismas se desarrollen correctamente. Es por esto que es una monumental tragedia no entender que Dios se interesa por lo que hacemos tanto como se interesa en quiénes somos.

    Si todo lo que le interesara a Dios fuera nuestra alma, ¡entonces los ministros deberían mantenernos debajo de las aguas un poco más de tres minutos para facilitar una rápida transición a la eternidad! Afortunadamente, este no es el modo en que se hace. De hecho, cuando las personas emergen de las aguas, se les dice que caminen por la vida como nuevas personas que son. En términos del mercado esto es lo mismo que decir, desarróllate en la sociedad con Dios en el trabajo, porque al hacerlo le daremos forma a nuestra alma en Su imagen a medida que aprendemos de Él cómo resolver los desafíos diarios mientras nos tomamos de su mano, recibiendo su poder, beneficiándonos de su guía para experimentar nuevas y mejores maneras de hacer las cosas. El alcance de ser nuevas personas, algo que tanto escuchamos en la iglesia, va más allá del perímetro externo de nuestra alma. Basados en nuestra alma como plataforma, llevaremos el renovador poder de Dios a los confines externos de nuestra esfera de influencia hasta que sea transformada.

    Dios se interesa tanto en lo que hacemos como en lo que somos.

    Dios y una compañía del Fortune 500

    Esto no es una fantasía; es algo que sucede cada vez más y más. Por ejemplo, conozco una profesional llamada Marisa (no es su nombre real), que tiene un alto cargo en una compañía del Fortune 500, que llegó a darse cuenta que, además de interesarse en su trabajo, Dios también tiene designios y un propósito para la compañía en la que trabaja. Esta convicción la llevó a declarar, No soy sólo una ejecutiva sino también la pastora de esta corporación. Y comenzó a ver su trabajo como un ejercicio espiritual. Como resultado, cada mañana dedicaba un tiempo de oración para rezar por la compañía, por su jefe, por sus empleados y sus colegas, por los negocios y las transacciones que eran parte de su trabajo diario.

    Un día mientras estaba orando, el Espíritu Santo la alertó sobre el hecho de que una adquisición corporativa reciente era defectuosa. De hecho, le proveyó de información específica de cómo el CEO de la recientemente adquirida compañía había engañado a los auditores durante la fase del informe preliminar, que verifica la conveniencia o no del negocio. Unas horas después, como parte de su interacción regular con el gerente financiero, le reveló a éste la relevante información. El gerente financiero quedó sorprendido al principio, pero como ella le estaba dando detalles específicos, le preguntó cuán confiable era su fuente.

    Absolutamente confiable, le respondió. ¿Qué más podría decirle, si Dios era su informante? Pero el gerente financiero exigió saber quién era su fuente. Cuando ella objetó, la presionó e hizo valer su rango sobre ella. A regañadientes, le soltó, Dios me lo dijo.

    En ese momento, su superior saltó de sorprendido a shockeado. ¿Dios? preguntó. ¿Y qué tiene que ver Dios con nuestra compañía?

    A modo de explicación, ella le dio una versión de tres minutos de mi libro Ungido para los negocios, poniendo en palabras sencillas que Dios se interesa en lo que las personas hacen en sus lugares de trabajo y cuán importantes las corporaciones son para Él –incluida la de ellos.

    Su jefe dijo, no sé nada acerca de esto, pero no me deja opción más que investigar esto a fondo. Procedió a despachar un grupo de auditores para revisar los registros, esta vez con el esquema de cómo el presunto fraude se había perpetrado.

    Unos pocos días más tarde el gerente financiero anunció que todo lo que había denunciado resultó correcto, y que los detalles específicos que había provisto fueron clave para el éxito del grupo de auditoría. Luego de una breve pausa, siguió con una pregunta, aunque con un dejo de inquietud, ¿Qué más te dijo Dios? ¿Dijo algo sobre mí?

    Tu turno

    Por extraña que suene la historia de Marisa, ésta tiene un precedente bíblico. José y Daniel vivieron en contextos seculares que se beneficiaron inmensamente por las revelaciones divinas confiadas a ellos –revelaciones que resultaron en gran prosperidad a aquellos para

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