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¡Empujarle a Rúe!
Por aquel entonces ya conocía de la existencia de la EPO y sus efectos; y su
uso por parte de los ciclistas profesionales. Pero no contaba con presenciar el
episodio de ver al mismísimo Eusebio Unzue con la cabeza fuera de la
ventanilla del coche, con el puño cerrado apuntando con su dedo gordo hacia
la atrás y gritando desesperado al público: -¡Empujarle a Rúe! ¡Empujarle a
Rúe! (sic)-. Se trataba del francés Gérard Rué, gregario de lujo de Induráin
para las etapas de montaña, que viajaba bastante retrasado respecto a su líder.
Líder que subía con muy mal semblante y solo contaba con la ayuda de Julián
Gorospe para tratar de frenar la ofensiva de Tony Rominger y Zenon Jaskula,
cuando aún faltaban más de 100 kilómetros y el largo Aubisque hasta la meta
de Pau. El mismo Induráin en persona logró reconducir la situación con
solvencia; con un descenso que debió ser alucinante porque recortó en pocos
kilómetros los 50 segundos de ventaja que Rominger le llevaba en la cima.
Pero necesitaba de gregarios para poder llevar controlada la etapa. Y uno de
ellos era Rué, que gracias a los numerosos empujones que recibió por parte de
los aficionados españoles debió realizar la subida más rápida del último
kilómetro del Tourmalet y logró llegar hasta el grupo de Induráin antes de que al
navarro se le volviera a “alborotar el gallinero”. Unzue suplicó al público que
realizaran una acción prohibida por el reglamento, estos accedieron a realizar
la trampa, los directores del Banesto lograron su propósito y pudieron respirar
más tranquilos el resto de la etapa.
“Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”
Es tal el cachondeo que se traen los organizadores de carreras con sus propias
normativas de los cierres de control que no hacen sino recordarnos la célebre
cita de Groucho Marx. En el Tour 2011 el británico Mark Cavendish llegó, junto
a otros muchos ciclistas, dos días seguidos fuera de control en sendas etapas
alpinas. Y en las dos ocasiones fue readmitido por los organizadores,
proclamándose injustamente ganador del maillot verde en París. Injustamente
decimos, porque otros rivales suyos en esa clasificación de los puntos sí se
esforzaron en esas etapas de montaña para llegar a meta antes del tiempo de
cierre del control.
Greg Lemond ganó el Tour 1989 por utilizar en las cronos un manillar que
estaba prohibido por el reglamento de la UCI (aún no se podía utilizar un apoyo
distinto a las manos sobre los manubrios), que le fue permitido por los
comisarios de la carrera y que le supuso una ventaja aerodinámica decisiva
para vencer a un confiado Laurent Fignon. Según parece, ya por aquel
entonces el irascible parisino de gafitas y coleta no era del agrado de los
organizadores del Tour.
Un claro ejemplo de la connivencia entre organizadores y jueces a la hora
saltarse el reglamento pudimos verlo con claridad en la París-Roubaix 2015,
cuando la mitad del lote se saltó un paso a nivel pocos segundos antes del
paso del TVG. Con el reglamento en mano todos esos ciclistas debieron ser
descalificados y expulsados de inmediato de carrera. Pero como al
organizador, el todopoderoso ASO, no le convenía dejar fuera a prácticamente
todos los favoritos cuando aún faltaban tantos kilómetros hasta la meta, los
jueces “decidieron” neutralizar la carrera hasta que llegaran los corredores que
sí hicieron caso del reglamento. Y todo siguió como si nada hubiera ocurrido;
cuando en la Roubaix 2006 los ciclistas Peter van Petegem, Leif Hoste y
Vladimir Gusev fueron descalificados por realizar exactamente la misma falta
de saltarse un paso a nivel cerrado cuando perseguían encarnizadamente a la
cabeza de carrera, el suizo Fabian Cancellara.
Los peligrosos tras-coches
Muchas de estas reglamentaciones y prohibiciones, como las de saltarse las
barreras de los pasos a nivel, son para salvaguardar la integridad física de los
corredores. Es práctica habitual que tras sufrir pinchazos o averías mecánicas
o recoger bidones los ciclistas se coloquen tras los coches de los distintos
equipos y se aprovechen del rebufo de estos para realizar un esfuerzo
muchísimo menor para remontar posiciones y alcanzar al lote. Estos tras-
coches están en teoría prohibidos por el reglamento, por su peligrosidad. Pero
son “permitidos” por los comisarios; por lo menos hasta que algún ciclista de
renombre se parta la jeta por culpa de algún frenazo o cambio inesperado de
trayectoria y lo tengan que trasladar a urgencias. La verdad es que los ciclistas
profesionales son muy hábiles en el manejo de las bicis. Pero cuando alguno
se mate en estas prácticas ya será tarde.
Remolcamientos al coger las caramañolas
Otra práctica que se ha convertido en habitual y que causa vergüenza ajena es
la de observar demasiadas veces como los jueces permiten a los ciclistas
escapados recibir cualquier cantidad de caramañolas en cortos intervalos de
tiempo; con el consiguiente acelerón de varios segundos de los coches de los
directores a la hora de sujetarlas con las manos. Caramañolas que son
evidentemente una excusa para tomar un respiro. Porque realmente no las
necesitan, pues las botan de inmediato a la cuneta, nada más hacer el
teatrillo de beber un sorbo de líquido.
La esencia de este deporte es, o debería ser, la del ciclista haciendo avanzar
su bicicleta solo con su propio esfuerzo, sin más ayudas externas. Si como
dicen estos remolcamientos y acelerones al momento de tomar las
caramañolas apenas ayudan, entonces la pregunta pertinente es: ¿Porque se
hacen? ¿No será que realmente sí ayudan? Por supuesto. Sino no se
realizarían. Pero nada que hacer. Todos los corredores y directores de equipo
están de acuerdo en beneficiarse de estas pequeñas trampas en las carreras.