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Sábado, 9 de agosto de 1969

Reinaba un silencio tal —diría más tarde uno de los asesinos— que podía oírse eltintineo del
hielo en los vasos de cóctel en los chalets situados en la parte baja delcañón.En realidad: en las
colinas y cañones que hay sobre la ciudad de Los Angeles, seproducen extraños fenómenos
sonoros. Un ruido que puede oírse a varios kilómetros,puede ser inaudible a pocos
metros.Hacía calor aquella noche. No tanto como la anterior, en la que la temperatura nobajó
en ningún momento de los 31 grados. La ola de calor, que había durado tres días,empezó a
amainar un par de horas antes, a las diez de la noche del viernes. Y esteligero descenso de la
temperatura era un alivio, no sólo físico, sino tambiénpsicológico, para los habitantes de Los
Angeles, que recordaban cómo, en una nochecomo aquélla, cuatro años antes, en la ciudad de
Watts habían estallado, con unaferoz violencia, una serie de enfrentamientos raciales.Aunque
la neblina, producida por el mar, se iba acercando desde el océanoPacífico, la ciudad de Los
Angeles se mantenía cálida y húmeda, ahogándose en supropio bochorno. Sin embargo, aquí,
en esta zona, la más elevada de Los Angeles, eincluso por encima de la niebla que
normalmente invade la ciudad, la temperaturaera, al menos, unos 3 o 4 grados más fresca.
Pero aun con esta pequeña diferencia eralo suficientemente cálida para que la mayor parte de
los habitantes de la zonadurmieran con las ventanas abiertas, en un intento de atraer un poco
de brisa.Considerando estas circunstancias, es sorprendente que casi nadie oyera ruidoalguno
aquella noche.Era ya una hora bastante avanzada, poco después de las doce, y la casa
número10.050 de Cielo Drive estaba en un lugar apartado y solitario.Y en un lugar solitario, la
casa estaba indefensa.Cielo Drive es una calle estrecha que arranca bruscamente de Benedict
CanyonRoad y sube hacia una colina. Es uno de esos cortos pasajes llamados

cul-de-sac

, queno tienen salida y que, circulando frente a ellos en automóvil, con frecuencia
pasaninadvertidos. Situado frente a Bella Drive, termina en la misma puerta de entrada
alnúmero 10.050. Desde la puerta no se divisa ni el edificio principal, ni siquiera elpabellón
para invitados que hay en la finca. Solamente se puede ver, al final delcamino asfaltado y de la
zona de aparcamiento, un ángulo del garaje y, un poco máslejos, una especie de valla, hecha de
tela metálica, que en aquellas fechas, y a pesarde ser el mes de agosto, estaba adornada con
una larga serie de lucecitas de colores,como las utilizadas en los árboles de Navidad.Estas
luces, que podían verse incluso desde parte de Sunset Strip, habían sidoinstaladas por la actriz
Candice Bergen cuando ocupaba la casa junto con su anteriorwww.lectulandia.com - Página 10

inquilino Terry Melcher, productor de discos y televisión. Cuando Melcher —hijo dela famosa
actriz Doris Day— se trasladó a la casa de su madre en la playa de Malibu,los nuevos
arrendatarios de la finca no se preocuparon de aquellas luces, y allíquedaron. Aquella noche,
como todas las noches, las luces estaban encendidas ydaban un toque multicolor y festivo
al Benedict Canyon.Desde la entrada a la propiedad hasta la puerta principal de la casa había
unadistancia de unos treinta metros. Desde la misma entrada hasta la casa del vecino
máscercano, el del número 10.070 de Cielo Drive, la distancia era de unos cien metros.En esta
última casa, la 10.070, el señor Seymour Kott y su esposa estaban a puntode retirarse a su
habitación. Habían tenido invitados a cenar y éstos, poco antes,alrededor de las doce, se
habían marchado. La señora Kott creyó oír tres explosiones,en rápida secuencia, que parecían
producidas por un arma de fuego. El ruido parecíaproceder del lado donde se hallaba la casa
número 10.050, pero al no escuchardespués ningún otro ruido, no le dio mayor importancia y
se acostó. No prestóatención a la hora exacta en que se produjeron los estampidos, pero más
tardeopinaría que debieron producirse entre las 12.30 y la 1 de la madrugada.A una distancia
de algo más de un kilómetro del número 10.050 de Cielo Drive,directamente bajo la colina en
dirección sur, Tim Ireland se hallaba despierto ydesvelado. Era uno de los cinco monitores que
supervisaban un campamento deverano para treinta y cinco niños, instalado en la escuela
femenina de Westlake. Losdemás monitores dormían, pero Ireland se había ofrecido para velar
toda la noche.Aproximadamente a las 0.40 de la madrugada escuchó lo que creyó ser una voz
dehombre que gritaba. Parecía provenir del norte, o del nordeste, y venir de muy lejos.Gritaba
algo así como: «¡Dios mío! ¡Por favor, no lo haga! ¡Dios! ¡No lo haga…! ¡Nolo haga…!».Los gritos
duraron unos diez o quince segundos, y a los mismos, que cesaronbruscamente, siguió un
silencio tan sobrecogedor como lo habían sido los mismosgritos. Ireland recorrió rápidamente
todo el campamento, comprobando que todoestaba en orden y que los niños dormían
apaciblemente. Despertó a su supervisor,Rich Sparks, que descansaba en una habitación, en el
edificio de la escuela y, despuésde explicarle lo que había oído, le pidió permiso para salir a
recorrer la zona ycomprobar si alguien necesitaba ayuda.Ireland hizo un largo recorrido en su
coche: partió de North Faring Road, dondeestaba la escuela, hacia el sur, por Benedict Canyon
Road, hasta Sunset Boulevard ypor el oeste hasta Beverly Glen. Después volvió por el norte a la
escuela. No observónada extraño, aunque oyó los ladridos de algunos perros.Otras personas
también oyeron ruidos en las horas que precedieron al amanecerde aquel sábado.Emmett
Steele, que habitaba en el 9.951 de Beverly Grove Drive, despertóalarmado por los ladridos de
sus dos perros de caza. Estos normalmente permanecíanindiferentes ante todo tipo de ruidos,
pero se excitaban mucho al escuchar el estallidowww.lectulandia.com - Página 11

de armas de fuego. Steele salió de la casa y dio un vistazo por los alrededores, pero,al no
encontrar nada anormal, volvió a su dormitorio. Más tarde calcularía que eranentre las 2 y las 3
de la madrugada.Robert Bullington era empleado de la Bel Air Patrol, una empresa
privadadedicada a proteger los bienes de empresas y ciudadanos, con un equipo de
hombresadiestrados. Sus servicios eran utilizados por muchos propietarios de chalets
enaquella zona. Esa noche se encontraba en su automóvil, aparcado frente al número2.175 de
Summit Ridge Drive, con la ventanilla abierta, cuando escuchó lo queparecían ser tres disparos,
con muy pocos segundos de intervalo. Llamó por elradioteléfono del coche a su oficina central,
donde se encontraba Eric Karlson, y éste,a su vez, anotó la llamada a las 4.11 de la madrugada
y llamó seguidamente a laDivisión Oeste de la Policía de Los Angeles, a la que informó
detalladamente de loque Bullington había oído. El agente de guardia que recibió el mensaje
comentó:«Espero que no se trate de un asesinato; acaba de llegarnos, de esa misma zona,
unallamada diciendo que una mujer gritaba».Steve Shannon, repartidor del periódico

Los Angeles Times

, no oyó ningún ruidoextraño cuando, pedaleando en su bicicleta, subía por Cielo Drive entre
las 4.30 y las4.45 de la madrugada. Pero cuando estaba metiendo el periódico en el buzón
delnúmero 10.050, vio lo que le pareció un cable de teléfono que colgaba sobre la
verja.También vio, allá lejos, a través de la puerta, que la luz amarilla en la esquina delgaraje
permanecía encendida.Seymour Kott también vio la luz encendida y el cable colgando, cuando
salió arecoger el periódico alrededor de las 7.30 de la mañana.Eran aproximadamente las 8 de
la mañana cuando Winifred Chapman se apeó enel cruce de Santa Monica y Canyon Drive. La
señora Chapman, una mujer de color,de unos cincuenta y cinco años, era la encargada de la
limpieza y mantenimiento dela casa 10.050 de Cielo Drive y aquel día estaba de mal humor
porque, debido aldeficiente servicio de autobuses de Los Angeles, iba a llegar tarde al trabajo.
Susuerte pareció cambiar, ya que, cuando buscaba un taxi, pasó frente a ella un
antiguocompañero de trabajo que se ofreció a llevarla en su automóvil hasta la casa.Winifred
vio inmediatamente el cable cortado y esto la preocupó.Junto a la puerta de entrada, a su
izquierda, se alzaba un poste metálico en cuyaparte superior estaba el pulsador que accionaba
la apertura de la puerta. Su situaciónno era muy visible para quien no la conociera, pero
tampoco estaba escondido. Lapuerta se abría al apretar el botón.Dentro, al otro lado de la
valla, había un mecanismo semejante y ambos estaban auna altura que permitiera al
conductor de un automóvil apretarlos con comodidad sintener que apearse.Al ver el cable
cortado, la señora Chapman pensó que quizá la electricidad habíawww.lectulandia.com -
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sido desconectada, pero cuando apretó el botón, la puerta se abrió.Cogiendo el

Times

del buzón, corrió hacia la casa. En el camino vio un coche, quele pareció desconocido, un
«Rambler» blanco aparcado en la calzada, en formaextraña. Pero pasó junto a él y también
junto a otros automóviles aparcados cerca delgaraje, sin darles mucha importancia. No
era extraño que algunos amigos se quedarana pasar la noche en la casa. Alguien se había
dejado encendida la luz exterior toda lanoche y Winifred fue hasta el extremo del garaje y la
apagó.Al término de la zona asfaltada que se usaba para aparcar los vehículos, había uncamino,
hecho con grandes piedras a través del césped, que formaba un semicírculofrente a la entrada
principal. La mujer torció hacia la derecha para dirigirse a laentrada de servicio situada en la
parte posterior de la casa.Normalmente escondían la llave en un reborde del dintel, sobre la
puerta.Cogiéndola, abrió la puerta y se dirigió directamente hacia la cocina. Allí tomó
elteléfono supletorio e intentó llamar. No hubo señal. El teléfono estaba
desconectado.Pensando que debería comunicar a alguien esta avería, atravesó el comedor
yentró en la sala de estar. Allí se detuvo bruscamente, no sólo porque dos grandesbaúles de
color azul impedían su paso, sino también por el impacto de lo que estabaviendo.Parecía haber
manchas de sangre en los baúles, en el suelo y en dos toallas quehabía junto a la entrada. No
podía ver toda la sala, ya que un gran sofá, situado frentea la chimenea, se lo impedía, pero
dondequiera que dirigía la vista veía innumerablesmanchas rojas. La entrada principal estaba
abierta y, mirando a través de ella, seveían varios charcos de sangre en las piedras del porche. Y
más lejos, tendido en lahierba, vio un cuerpo humano.Gritando histéricamente, Winifred
Chapman anduvo en dirección contraria elmismo camino que había hecho antes, y corrió
desesperadamente hacia la salida de lacasa. Solamente cambió de dirección para llegar hasta el
pulsador que abría la verja.Al hacerlo, tuvo que pasar por el otro lado del «Rambler» que antes
había vistoaparcado. Y esta vez vio que en su interior había un cuerpo yacente.Una vez en la
calle, bajó corriendo la colina hasta la primera casa que encontró, la10.070 de Cielo Drive,
donde pulsó repetidas veces el timbre y golpeó con las manosla puerta. Como el matrimonio
Kott tardaba en abrir, corrió desesperadamente haciala siguiente casa, la 10.090, golpeando
también la puerta mientras gritaba:«¡Asesinados! ¡Muertos! ¡Hay cuerpos! ¡Sangre!».Jim Asin,
de quince años de edad, estaba en el jardín de la casa poniendo enmarcha el automóvil de la
familia. Era sábado y Jim, miembro del Grupo 800 paraApoyo a la Ley, de los

boy scouts

de América, esperaba la salida de su padre, RayAsin, para que le acompañara hasta la División
Oeste de la Policía de Los Angeles,donde Jim trabajaría de forma desinteresada, en la oficina,
aprovechando su día libre.Cuando llegó a la entrada, sus padres ya habían abierto la puerta.
Mientras éstostrataban de calmar a la señora Chapman en pleno ataque histérico, Jim marcó
en elwww.lectulandia.com - Página 13

teléfono el número de emergencia de la policía. Como había sido instruido por los

boy scouts

a hacer las cosas concienzudamente, anotó en un papel la hora que era.Las 8.33.Mientras
esperaban la llegada de la policía, padre e hijo caminaron hacia la casanúmero 10.050. No
llegaron a entrar en la propiedad, pero pudieron ver el «Rambler»blanco aparcado, aunque no
su interior, y comprobar que eran varios, no uno sólo, loscables que colgaban junto a la puerta.
Parecían cortados deliberadamente.Al regresar a casa, Jim llamó por segunda vez a la policía y,
poco después, unatercera vez.Existe una cierta confusión acerca de lo que ocurrió exactamente
con las llamadastelefónicas. El informe escrito de la policía solamente menciona: «Llamadas a
las9.14. Los coches patrulla de Los Angeles-Oeste números 8L5 y 8L62 recibieron unaorden por
radio: Código 2. Posible homicidio. 10.050 Cielo Drive».La dotación de esas unidades estaba
reducida a un solo hombre. El agente JerryJoe DeRosa iba en el 8L5 y llegó el primero,
haciendo sonar su sirena y con la luz dela policía, sobre el coche, lanzando destellos

[*]

.DeRosa empezó a interrogar a la señora Chapman, pero resultaba imposible sacarde ella nada
en claro. No solamente estaba histérica, sino que se expresaba con granvaguedad sobre lo que
había visto —«Sangre, cuerpos por todas partes»—. Con grandificultad consiguió entender los
nombres de posibles personas relacionadas con elhecho. Polanski, Altobelli, Frykowski.Ray
Asin, que conocía a los moradores de la casa número 10.050, aclaró un pocola información. La
casa era propiedad de Rudi Altobelli, quien se hallaba en Europa,pero había contratado para
cuidar y alquilar la propiedad, a un joven llamado WilliamGarretson. Garretson vivía en el
pabellón para invitados situado en un extremo de lafinca. Altobelli había alquilado la casa al
director cinematográfico Roman Polanski ya su esposa. Los Polanski habían estado en Europa y
durante su ausencia, en marzo,habían ocupado su casa unos amigos, Abigail Folger y Voytek
Frykowski. La señoraPolanski había regresado hacía poco más de un mes y Abigail Folger y
VoytekFrykowski se habían quedado con ella hasta que volviera su marido. La señoraPolanski
era la actriz de cine Sharon Tate.Interrogada por DeRosa, la señora Chapman fue totalmente
incapaz de decir sialguno de los dos cuerpos que había visto correspondía a alguna de las
personasmencionadas. Añadió a la lista otro nombre, el de Jay Sebring, famoso peluquero
decaballeros y amigo de los Polanski. Mencionaba su nombre porque recordaba habervisto
aparcado, junto al garaje, su «Porsche» negro.DeRosa tomó un rifle del coche patrulla y pidió a
la señora Chapman que lemostrara el modo de abrir la puerta de entrada.
Subió cautelosamente la calzada hastael «Rambler». Mirando por la ventanilla comprobó que
efectivamente había unwww.lectulandia.com - Página 14

cuerpo dentro. Estaba en el asiento del conductor, pero totalmente caído hacia el
delacompañante. Era un hombre de raza blanca, cabello rojizo, que vestía una camisa acuadros
y unos pantalones de algodón, azules. Ambas prendas estaban manchadas desangre. Parecía
muy joven, entre quince y diecinueve años.En este momento, el coche 8L62 conducido por el
agente William T. Whisenhuntllegó ante la verja. DeRosa regresó e informó a su compañero
que se trataba de unposible homicidio. Le enseñó asimismo cómo abrir la puerta y ambos
caminaroncalzada arriba hacia la casa. DeRosa llevaba aún en sus manos el rifle.
Whisenhuntempuñaba un revólver.Al pasar junto al «Rambler», Whisenhunt lo examinó y
observó que el cristal dela ventanilla del conductor había sido bajado totalmente y que tanto
las luces como lapuesta en marcha, habían sido desconectadas. Al llegar a la zona de
aparcamiento,examinaron los coches que allí había y, al encontrarlos vacíos, registraron el
garaje yel cuarto superior del mismo. Tampoco había nadie.Un tercer agente, Robert
Burbridge, se unió a los dos anteriores y, cuando los tresalcanzaron la parte final del
aparcamiento, vieron, no uno, como esperaban, sino doscuerpos inertes sobre el césped.
Desde aquella distancia parecían muñecos quehubieran sido sumergidos en pintura roja y
después tirados, de cualquier manera,sobre la hierba.Ofrecían un espectáculo grotesco y fuera
de lugar, en aquel césped tan cuidado,en aquellos jardines tan agradablemente diseñados,
junto a aquellos árboles yaquellas flores.A la derecha, podía verse la casa. Una casa grande, de
aspecto más confortableque ostentoso, con su farol, aún encendido, junto a la puerta. Más allá,
en direcciónsur, los policías podían ver una parte de la piscina, que formaba una brillante
manchaverdiazul, al reflejar la luz de la mañana. A un lado, un letrero en madera rústica dabala
bienvenida a los que llegaban a la casa. A la izquierda, podían ver la cercametálica, en la que
aún estaban encendidas las navideñas luces de colores. Y porencima de la verja la vista era
maravillosa: se abarcaba un inmenso panorama, quedescendía hacia la ciudad de Los Angeles
y, por ella, hacia la playa y el mar. Allálejos, todo estaba lleno de vida. Aquí dentro, la vida
se había detenido.El primer cuerpo estaba a unos cinco o seis metros más allá de la puerta
principal.Cuanto más se acercaba uno, peor era el aspecto que presentaban. Era un hombre
deraza blanca, de unos treinta años y de una estatura aproximada de un metro y setentay siete
centímetros, y llevaba botas cortas, pantalones multicolores y camisa púrpura.Yacía de costado,
con la cabeza sobre el brazo derecho y la mano izquierda contraídacomo queriendo agarrarse a
la hierba. La cabeza y el rostro habían sido horriblementegolpeados; el torso y los brazos
mostraban señales de docenas de heridas producidaspor arma blanca. Parecía inconcebible
que hubiera podido cometerse una salvajadasemejante en un ser humano.El segundo cuerpo,
se hallaba a unos ocho metros del primero. Era una mujerwww.lectulandia.com - Página 15
también blanca, con largo y oscuro cabello y una edad que debía acercarse a latreintena.
Estaba tendida boca arriba, con los brazos abiertos. Sus pies aparecíandescalzos y vestía un
largo camisón que, probablemente antes de las múltiplescuchilladas recibidas, debía haber
sido blanco.En este instante, el silencio reinante impresionó a los agentes. Todo
estabademasiado quieto. Esta misma calma se convertía en un amenazante presagio.
Todasaquellas ventanas en la fachada… Detrás de cualquiera de ellas podía hallarse unasesino
mirándoles, vigilándoles.Dejando a DeRosa en el jardín, Whisenhunt y Burbridge retrocedieron
hacia elextremo norte de la casa, en busca de alguna otra entrada. Pensaban que si se
dirigíanhacia la puerta principal ofrecerían un blanco demasiado visible.Pudieron comprobar
que la celosía de una de las ventanas de la fachada habíasido separada de ésta y estaba
apoyada en la pared. Whisenhunt observó, también,una rotura horizontal a lo largo de la parte
baja de la persiana. Sospechando que porallí habrían podido penetrar los asesinos, los dos
agentes prefirieron buscar otraentrada. A uno de los lados de la casa hallaron una ventana
abierta y, mirando a travésde ella, vieron lo que parecía ser una habitación recién pintada,
desprovista demuebles. Saltaron por esa ventana y entraron.DeRosa esperó hasta que les vio
dentro y entonces se acercó a la puerta principal.Había un charco de sangre junto a ella, entre
los dos setos. Varios charcos más en laesquina derecha del porche y manchas junto a la puerta
y en una de las jambas. Novio —o al menos no recordaba después haber visto— huellas de
zapatos en aquellaparte, aunque las había en gran cantidad.Abierta la puerta, hacia dentro,
DeRosa atravesó el porche, antes de darse cuentade que había una inscripción en la parte baja
de la misma. Escritas con lo que parecíaser sangre, aparecían las letras «

PIG

» («cerdo»).Whisenhunt y Burbridge habían registrado ya la cocina y el comedor,


cuandoDeRosa entraba en el vestíbulo. Al dirigirse hacia la izquierda, ya en la sala de
estar,encontró interrumpido su camino por los dos baúles de color azul. Parecía que
amboshabían sido dejados allí, en posición vertical, y después alguien lo hubiera
empujado,pues uno se apoyaba en el otro. DeRosa encontró en el suelo, junto a los baúles,
unpar de gafas con montura de concha. Burbridge, que iba detrás de él, halló algo más.Sobre la
alfombra, a la izquierda de la entrada, había dos pequeños trozos de maderaque parecían ser
restos de la empuñadura rota de un revólver.Los policías, que habían llegado al 10.050 de Cielo
Drive esperando encontrardos cadáveres, habían descubierto tres. No esperaban hallar más
muertos, sino quebuscaban la solución de aquel caso: un sospechoso, unas pistas.La habitación
era clara y aireada. Una mesa escritorio, sillas, un piano. Y, derepente, algo extraño: en el
centro de la sala de estar, frente a la chimenea, había ungran sofá y, extendida sobre su
respaldo, una enorme bandera americana.Tuvieron que llegar hasta el sofá para ver lo que
había al otro lado

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