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Iberoamérica
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VI
LA RELIGIÓN
147
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148 EL HOMBRE DE LAS INDIAS OCCIDENTALES
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LA RELIGIÓN 149
EL CLERO
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150 EL HOMBRE DE LAS INDIAS OCCIDENTALES
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LA RELIGIÓN 151
cilios provinciales a los que convocaban los obispos con el fin de unifi-
car el culto y los métodos de cristianización. Las catedrales y las parro-
quias se interesaron igualmente por la conversión de los indios, si bien
debieron asegurar la administración espiritual de españoles, negros y
sangres mezcladas.
De manera paralela a las catedrales, las grandes ciudades en las
Indias vieron aparecer, aproximadamente desde la segunda mitad del
siglo XVI, conventos de diversas órdenes y congregaciones reservados
a la vida religiosa consagrada de las mujeres bajo la tutela de los obispos.
Por lo que hace a los jesuitas, conviene saber que son religiosos, aunque
no frailes mendicantes. Se benefician de la libertad del clero diocesano,
es decir de los clérigos, no viven en conventos aunque se hallan some-
tidos a una regla de vida comunitaria con un estricto sentido de la auto-
ridad y de la obediencia. También, aunque precedidos por el Brasil
(1549), aparecieron en los dos virreinatos españoles a principios de la
década de 1570 tanto la Compañía de jesús como los tribunales de la
Inquisición. Los jesuitas participaron en la cristianización sobre todo
mediante la educación de las élites españolas e indias --en el Brasil
contaron hasta con una veintena de colegios- y la implantación de
una importante red de misiones entre las poblaciones autóctonas más
remotas (cf. Las misiones; La enseñanza, cap. X). El Tribunal del Santo
Oficio no tuvo jurisdicción alguna sobre los indios. Su papel consistió
en garantizar la ortodoxia de las numerosas expresiones religiosas de la
sociedad multirracial de lberoamérica.
EL CRISTIANISMO
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152 EL HOMBRE DE !AS INDIAS OCCIDENTALES
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lA RELIGIÓN 153
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154 EL HOMBRE DE lAS INDIAS OCCIDENTALES
DIFERENCIAS DE CRISTIANIZACIÓN
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U. REL!Gl ÓN 155
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156 EL HOMBRE DE !AS INDIAS OCCIDENTALES
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LA RELIGIÓN 157
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158 EL HOMBRE DE LAS INDIAS OCCIDENTALES
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LA RELIGIÓN 159
PROCESIONES Y FIESTAS
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160 EL HOMBRE DE lAS INDIAS OCCIDENTALES
diana podía ser caótica y hasta laxa, en cambio las procesiones fue-
ron muy estructuradas. La importancia otorgada a la precedencia fue
un fenómeno bastante común. La organización de las ceremonias, de
las funciones religiosas y de las fiestas se halló codificada y sus códi-
gos fueron inmediatamente comprensibles para los contemporáneos.
Un diferendo protocolar tuvo lugar entre los miembros de la Audien-
cia y el obispo de Santiago de Chile con relación a los sitiales o asien-
tos atribuidos a cada uno durante la representación de una comedia
en ocasión de las fiestas de la natividad de la Virgen. El prelado se ne-
gó a renunciar a su sitial de honor no sin poner en evidencia, delan-
te de todos los asistentes, que era ése el lugar que por derecho le co-
rrespondía.
Las fiestas y las procesiones fueron, pues, la ocasión para exhibir la
organización ideal de la sociedad. Sin embargo, no se trató exclusiva-
mente de "modelos de referencia". La representación de los misterios y
de las escenas de la vida y pasión de Cristo daban en cada procesión
una lección visual auténtica de todo aquello que las palabras de los
sermones ofrecían a la imaginación.
Con creciente frecuencia, las funciones u oficios religiosos se
hallaron acompañados de expresiones populares y profanas. Por
ejemplo, la fiesta de Corpus Christi culminaba con representaciones
teatrales y con un desfile de carros triunfales. Las fiestas brindaron
igualmente a la gente la oportunidad de beber y bailar. La de San Hi-
pólito, el 13 de agosto, conmemoraba la toma de México-Tenochtitlan
por Cortés. Era celebrada con mayor reserva por parte de los virreyes
y del conjunto de dignatarios. Ciertas ceremonias, como la toma de
posesión del virrey, la entrada de un obispo, el nacimiento de un prín-
cipe, una canonización o las bodas del soberano fueron la ocasión pa-
ra largas fiestas, juegos públicos, mascaradas y corridas de toros en
que los ayuntamientos y los nobles acaudalados gastaban con dispen-
dio, sin miramientos (cf. Las distracciones, cap. IX). Ostentaban de esa
manera su lealtad a la Corona o sus devociones. Por su parte, los cen-
sores de la moral pública denunciaron en persona, o mediante sus es-
critos, los excesos que presenciaban, principalmente en los barrios de
negros o de indios. Este espíritu festivo se explica también como huí-
da de una cotidianidad que pudo ser harto penosa. No bastó la deter-
minación de los virreyes sucesivos de Lima, a finales del siglo xvn, de
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LA RELIGIÓN 161
LAS MISIONES
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162 EL HOMBRE DE LAS INDIAS OCCIDENTALES
nias hasta el Río de la Plata reinó un mismo estilo de vida en las reduc-
ciones. Fue a partir de los años de 1750 que la empresa de los jesuitas
se hizo cada vez más frágil, víctima como fue de la envidia que suscitó
entre los traficantes de esclavos indios y los propietarios de ganado . Tras
la expulsión de los jesuitas en 1767 no quedaron más que 42 000 indios
en las ex reducciones del Paraguay; los de las aldeias regresaron a la
cuenca del Amazonas y los del norte de la Nueva España resistieron aún
durante más de un siglo. Sólo las misiones de la Alta California persis-
tieron bajo la égida de los franciscanos, quienes remplazaron a los je-
suitas o fundaron nuevos establecimientos.
La voluntad de abrir nuevos frentes pioneros y de contrarrestar los
avances de las potencias coloniales enemigas nutrieron un nuevo empu-
je del celo evangelizador. En California, y aun más al norte a lo largo de
la costa del Pacífico , en el actual Estados Unidos, se fundó a partir de
1770 todo un conjunto de presidios. La obra misionera de franciscanos
como fray junípero Serra, combinada con el urbanismo y otros conoci-
mientos, dieron lugar a una veintena de misiones de las cuales la última
se fundó en 1823 (cf. Referencias biográficas).
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LA RELIGIÓN 163
LA INQUISICIÓN
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164 EL HOMBRE DE LAS INDIAS OCCIDENTALES
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