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11/10/2018 A un nariz [comentario del texto] / por Ignacio Arellano Ayuso | Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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A un nariz [comentario del texto] 1

(01770bac-82b2-11df-acc7-
002185ce6064_1.html#N_1_)
Ignacio Arellano Ayuso

Érase un hombre a una nariz pegado,


érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;

era un reloj de sol mal encarado,


5
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

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Érase un espolón de una galera,


érase una pirámide de Egito,
10
las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,


muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.

Comentario de texto «A un nariz»

Localización, tema y estructura

Éste es, quizá, el soneto burlesco más famoso de Quevedo.

Utilizo la versión publicada en el Parnaso español, la principal colección de poesía


de Quevedo, debida a su amigo José González de Salas, aparecida póstumamente en
1647. Se conocen variantes conservadas en diversos manuscritos, de las que analizaré
después algunos detalles que interesan a efectos del comentario.

Los títulos de los poemas del Parnaso parecen en su mayor parte debidos a
González de Salas, el editor, de manera que no vamos a tomarlos muy en cuenta, aunque
a veces son bastante significativos. Este mismo epígrafe que reza «A un nariz» (otros
testimonios leen «A un hombre de gran nariz», «A un narigón», etc. (etcétera)) nos pone
en la pista del tema, esto es, un figura narigudo.

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El tema resulta fácilmente identificable, y debemos situarlo en el terreno de las


llamadas figuras, un concepto satírico que el propio Quevedo cultiva abundantemente y
que incluso llega a teorizar en opúsculos tempranos como el de Vida de corte, donde
establece un catálogo de figuras naturales y artificiales. Un personaje figura es todo
aquel caracterizado por una extravagancia o exageración ridícula, de cualquier tipo que
sea (física, moral...). Figuras naturales llama Quevedo a aquellos que lo son de su
naturaleza, y menciona como ejemplos a los calvos, contrahechos, etc. (etcétera); los
artificiales son los que se construyen a sí mismos como figuras: lindos, valientes de
mentira, aduladores...

Un hombre de gran nariz es, pues, un ejemplo de figura natural, objeto de


comentario burlesco, como cualquier otra deformidad o exageración tenida por ridícula.

El tema pertenece, por otro lado, a una larga tradición de burlas a deformidades
corporales o rasgos caricaturescos, en especial a las relativas a grandes narices, como
recuerda en una nota González de Salas: «Los epigrammatarios griegos tropezaron
mucho en las narices grandes; y ansí fatigaron, con no poca agudeza a los narigudos
muchas veces. En el libro II de la Antología, cap. (capítulo) 13, se hallarán buen número
de epigrammas que prestaron el argumento a este, y conceptos también».

Es poema, por tanto, que incluye elementos de inspiración clásica. A pesar de las
fuentes clásicas Quevedo actualiza el tema integrándolo en el conjunto de motivos
característicos del XVII: por ejemplo, insertando los chistes sobre la calidad judía de
estas narices (otro tópico), según un mecanismo de adaptación que se da también en
otras composiciones quevedianas, y con otros temas. Otro tipo de adaptación del tema,
que deriva hacia la burla de tópicos líricos es el romance núm. (número) 684 «Celebra la
nariz de una dama», donde se pueden encontrar otra serie de metáforas con estructuras
análogas a la de este soneto:

promontorio de la cara,
pirámide del ingenio,
pabellón de las palabras,
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zaquizamí del aliento [...]

«Érase un hombre a una nariz pegado» es soneto muy comentado por los estudiosos
de Quevedo, sin duda por su valor paradigmático: el arte del concepto como relación
alcanza aquí su máximo exponente (Lázaro Carreter).

Sin embargo no siempre ha sido bien entendido este valor paradigmático -que
efectivamente lo tiene.

Sin entrar ahora en una impertinente discusión crítica pondré solamente un ejemplo
de comentario desviado por el olvido de los códigos que he señalado anteriormente.
Maurice Molho, en un artículo dedicado a este soneto lo lee como una cosmogonía
antisemita. Para ello ha de interpretar el poema en sentidos ideológicos y simbólicos
(apelando al psicoanálisis cuando hace falta) sustentados en una estructura epigramática
que se organiza férreamente sobre chistes agresivos de un antisemitismo obseso. Molho
habla en su trabajo de estructura simbólica, sutil articulación, etc. (etcétera),
considerando un tipo de estructura agrupada en series simbólicas que componen al final
una especie de cosmogonía cuyo centro asediado, atacado y denunciado es el judío.

Como se puede ver, en este sentido la delimitación del tema se conecta


irremediablemente con la misma estructura del poema. Determinado tipo de estructura
podría apuntar a interpretaciones como las defendidas por Molho, si fueran aceptables.

Ahora bien ¿existe en este soneto semejante estructura compleja significativamente


satírica y antisemita?

¿Cuál es la estructura del soneto, y a qué principio responde?

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Si volvemos a los códigos de producción del texto conceptista y recordamos las


palabras de Gracián sobre el tipo de agudeza suelta, y las series de apodos conglobados,
la estructura de este soneto se nos revela de modo clarísimo como un ejemplo notable de
tales estructuras sueltas, definición de un sujeto mediante la acumulación de apodos o
metáforas individuales cuyo tenor o referente es el mismo.

Que tal estructura parezca a ciertos críticos muy simple, y se esfuercen en buscar
algo más es un problema de percepción anacrónica. La verdadera deficiencia está en
ignorar este modelo. El soneto está construido, pues, sobre un modelo vigente, conocido
y eficazmente operativo en el momento de su escritura. Esto no significa que no haya en
él motivos antisemitas, etc. (etcétera) Significa solamente que la estructura debe
estudiarse, lo mismo que los demás componentes, dentro del marco de referencias
adecuado.

La macroestructura consiste en una serie de metáforas, que tienden a ocupar cada


una un verso (esticomitia que resalta la composición suelta y acumulativa en unidades
sucesivas identificables).

De los catorce versos los doce primeros, con leves variaciones, pueden considerarse
doce proposiciones esticomíticas referidas todas al objeto de la burla (el hombre
narigudo o la misma nariz, identificados a efectos de la caricaturización). La anáfora con
érase, era, reiterada en once casos (excepto el verso 11) subraya este paralelismo
constructivo (la mayor parte de los versos se construyen efectivamente en paralelismo,
del que la anáfora es solo un componente llamativo) y la asimilación de todos los
miembros de la enumeración.

La unidad viene del referente común de las nueve metáforas que pueden distinguirse
(y alguna otra hipérbole no estrictamente metafórica): el narigudo/la nariz. En unos
casos (versos 1, 4, 5, 6, 7, 8, 12, 13) el referente sobre el que opera el predicado
metafórico es el narigudo; en otros (vv. (versos) 2, 3, 9, 10, 11) la misma nariz, con
alternancia poseedor/atributo.

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El último terceto introduce pequeñas variantes en la ordenación señalada: el verso 13


no consta de una sola proposición, sino de dos (muchísimo nariz/ nariz tan fiera)
construidos en forma de quiasmo, mientras que el verso 14 se rompe la anáfora para
terminar con una conclusión que cierra sintáctica y semánticamente el poema. Se trata
de una especie de recapitulación y cierre, en un tipo de estructura de soneto
característico también del barroco.

La función de este cambio en el terceto final es precisamente la de marca de cierre:


en una estructura suelta como es la que organiza este soneto, la acumulación de
metáforas podría continuarse indefinidamente (es precisamente lo que sucede de alguna
manera en romances con igual esquema), pero el soneto exige terminar en el verso
decimocuarto. Es necesaria una marca de final para señalar al receptor que el poema se
acaba.

A diferencia de la tendencia renacentista en que el soneto se inclina a una estructura


bipartita con los cuartetos para la exposición y los tercetos para la conclusión, este
soneto quevediano ofrece una continuidad estructural, con esquema enumerativo, y
reiteración de la fórmula hasta el último momento.

El resto de nuestro comentario consistirá en declarar verso por verso los conceptos
que construyen esta caricatura famosa del figura protagonista, conceptos que sin duda
apuntan a una variedad de motivos (los antisemitas de manera muy relevante) que
producen en conclusión un efecto de mezcolanza que la crítica ha subrayado como
integrante esencial del arte grotesco.

Los recursos del ingenio

El elemento común de todas las imágenes del soneto es su calidad hiperbólica.


Agudeza de exageración, diría Gracián, estribada en una serie de agudezas por
semejanzas que encarecen la grandeza del objeto.
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El verso primero es uno de los que tienen fuente clásica. La inversión de


proporciones se inspira en modelos antiguos, entre los que destaca un chiste de Cicerón
que se pregunta a dónde va su yerno (de pequeña estatura) amarrado a su espada.

Aparece la forma Érase, que se repetirá anafóricamente a lo largo del soneto. Es la


forma ritual (como recuerda Molho) de comenzar los relatos populares: se trata de una
parodia que abre el soneto sobre la perspectiva de un cuento cuyo desarrollo narrativo,
efectivamente no existe, pues cada metáfora vuelve sobre el mismo referente, sin que
haya ningún avance en esa historia inexistente (una especie de cuento de nunca acabar,
como el que también Cervantes usa en boca de Sancho para el cuento de las cabras)
cuya fórmula introductoria ha sido adaptada por el poeta burlón.

El verso segundo apoya la hiperbolización en un adjetivo de sentido y uso


específicamente gramatical: superlativa. Aparentemente es una expresión menos
ingeniosa que las otras, pero no hay que olvidar que se carga de connotaciones en dos
sentidos: primeramente resulta cómico por la disparidad de los planos que pone en
relación (la nariz / la gramática); y por otra parte adelanta los superlativos de los versos
12 y 13 sobre los que volveré luego. Literalmente esta nariz es «naricísimo», esto es,
nariz superlativa y de un tipo de superlativo (en -ísimo) ya adaptado a la lengua pero
todavía con valores algo extravagantes en la época, lo cual carga de nuevas
connotaciones la mirada sobre el referente (ver infra).

El tercer verso introduce el primer motivo de alusiones judaicas. Sintácticamente


yuxtapone al sustantivo nariz otros dos sustantivos, en el mismo esquema del «clérigo
cerbatana» con que describe a Cabra en el Buscón.

Los dos sustantivos sufren una recategorización (nótese lo que esto supone de
experimentación y juego lingüístico) y funcionan como adjetivos con valor metafórico,
al identificar la nariz (a través de otros fenómenos de metonimia) con un sayón
(«verdugo de Cristo») y con un escriba («doctor de la ley judía»). La base de la alusión

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es el tópico de la nariz larga de los judíos, muy conocido en la época. En el Buscón, por
ejemplo, se designa perifrásticamente a los judíos como gente «que tiene sobradas
narices».

Lázaro Carreter ve otros sentidos acumulados interpretando dilógicamente sayón


como «saya grande» que recordaría visualmente a una gran nariz tendida hacia abajo, lo
mismo que en escriba ve dos notas alusivas, a la actitud inclinada de quien escribe
(reitera el carácter descendente) y al judaísmo.

Desde otro punto de vista (aquí acierta Molho) comienza la caricatura grotesca al
iniciar la serie de equiparaciones de la nariz con seres y cosas heteróclitos: sayón, peje
espada, reloj de sol, alquitara, etc. (etcétera), en una acumulación no exactamente
caótica (hay un centro unificador, que es el referente, el objeto sobre el que gravitan
todas las comparaciones), sino grotesca.

El v. (verso) 4 continúa con una imagen gráfica, de fundamento visual, típica de los
géneros caricaturescos: el narigudo se identifica metafóricamente con un peje espada
muy barbado. La asimilación implica animalización del personaje, y añade nuevos
juegos dilógicos con barbas «apéndices pilosos» y «los cartílagos del pez». En otras
redacciones del poema se lee este verso «mal barbado»; quizá haya otro doble sentido en
peje «pez» y «hombre astuto»; quizá haya alusiones a la espada que puede llevar al
cinto, pero lo principal es la dilogía de barbado, «el que tiene barbas en el rostro» y
«pez dotado de aletas o cartílagos llamados barbas» que evoca por otra parte el largo
apéndice como la espada de un pez espada.

Varios sentidos explota igualmente la siguiente metáfora: «reloj de sol mal


encarado»: parece un reloj de sol cuya aguja sigue una dirección anómala; es además, de
mala cara, por causa de semejante nariz. Lázaro apunta que la mención del reloj de sol
evoca un largo gnomon (la nariz hiperbólica); y mal encarado: a) «mal orientado, con el
gnomon desviado»; b) «no enfrentado al sol, en sombra, sombrío»; c) «de mala cara»:
aquel individuo parecía un reloj de sol cuya aguja seguía una dirección anómala y era a
la vez sombrío y de mala cara (Lázaro Carreter). Molho deriva a una interpretación

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simbólico-teológico-antisemita recordando que el sol puede simbolizar a Dios, del que


se aparta el judío aludido en estos motivos, pero no parece que haya justificación en el
texto para ir más allá de la nueva imagen visual analizada.

Algo semejante habría que decir respecto de la metáfora siguiente que identifica al
sujeto satirizado con una alquitara pensativa. Molho advierte un valor alusivo a la
alquimia, lo que le conduce a una extensa divagación sobre otros simbolismos
herméticos y múltiples, dejándose, a mi juicio de subrayar lo principal: esto es, el valor
cómico de una nariz larga como el tubo de un alambique, retorcida y grotesca y además
goteante. Por el extremo del tubo de la alquitara sale el líquido destilado; por la nariz
gotea la mucosidad. Este elemento repulsivo, de la secreción corporal, pertenece al
territorio de la burla y la degradación caricaturesca, y tiene que ver con modelos
carnavalescos. No menos grotesca es la cosificación implicada en la imagen, que
complementa la animalización de la anterior: dos vías degradatorias bien conocidas en la
burla.

No es la única vez que utiliza el poeta estos motivos: escribe en el núm. (número)
728, vv. (versos) 19-20: «El narigudo oledor / que fue alquitara con ojos»; en el núm.
(número) 748, vv. (versos) 53-56: «nariz a cuyas ventanas / está siempre el romadizo /
muy juguetón de moquita/ columpiándose en el pico»; núm. (número) 803, vv. (versos)
53-56, etc. (etcétera)

Gracián en el Criticón señala que el nasudo es sagaz: la nota de pensativa, aludiría a


la nariz como signo de ingenio (ver núm. (número) 684, v. (verso) 30 donde se llama a
la nariz pirámide del ingenio), y ambos rasgos, nariz larga e ingenio, se consideraban
característicamente judíos.

En el verso 7 vuelve a otra animalización, grotesca de nuevo por la exageración del


tamaño y por el desorden de la posición. Es la imagen de algo disforme como un
elefante patas arriba, con la trompa que se parece a la nariz del narigudo: semejanza de
base visual en principio, a la que se acumulan connotaciones diversas. Lázaro ve una
doble alusión: imagen de algo disforme como un elefante patas arriba y también el
sentido de «arriba, por encima de la boca»: la nariz era tan monstruosa como un elefante
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patas arriba y aquel individuo por encima de la boca era un elefante porque su nariz era
tan grande como una trompa. A mi juicio la imagen del elefante patas arriba hay que
referirla al hombre completo no sólo a la nariz, cuyo correlato es la trompa.

Un juego onomástico (frecuente también en la obra burlesca quevediana) propicia el


chiste siguiente, sin duda de ámbito culto o estudiantil, usado también por Góngora en la
Fábula de Píramo y Tisbe y Salas Barbadillo, entre otros. El nombre del poeta latino
Ovidio Nasón se actualiza en su sentido de «narigudo», añadiéndole nueva dimensión
por medio del neologismo: es un Nasón «mal narizado».

Dos metáforas visuales continúan en los versos 9-10: espolón de galera y pirámide
de Egipto. Poco misterio tienen las dos, de carácter eminentemente gráfico,
acumulándose a otros términos de comparación de los diversos reinos de la naturaleza y
actividades humanas, en la vía de lo grotesco.

Ya tenemos pez espada, reloj de sol, alquitara, elefante, Ovidio Nasón, espolón,
pirámide... animales, cosas, seres de diversos campos que implican una visión desde
diversos puntos de vista, con asociaciones múltiples, una serie de líneas divergentes que
curiosamente vienen a coincidir en su referente: muestra de ingenio concentrar tantas
cosas disímiles en un centro al que todas expresan, por otra parte, con justeza, gracias a
la coherencia individual de cada uno de los conceptos que componen la definición
global.

De Egipto retorna a Judea y los motivos semitas: nueva insistencia sobre la nariz
judía al establecer en nueva hipérbole (verso 11): todas las narices de todos los
miembros de las doce tribus de Israel están concentradas en esta nariz o narigudo. La
misma expresión aparece en el núm. (número) 687, vv. (versos) 38-40: «con una nariz
de anchos / que a todos los doce tribus / los dejó romos y bracos».

El último terceto representa la conclusión, sintetizando el sentido de todo el poema,


y organizando la estructura sintáctica con diversas señales de cierre, como ya se ha visto.

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Conviene echar ahora una mirada a otras redacciones del poema, que algunos
estudiosos consideran más felices, sobre todo una de las versiones manuscritas que es la
elegida por Blecua en sus ediciones.

El Parnaso (la versión que yo he elegido) lee:

érase un naricísimo infinito,


muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.

La versión manuscrita a que hago referencia (manuscrito 3795 de la Biblioteca


Nacional de Madrid) lee:

Érase un naricísimo infinito,


frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.

Respecto a la primera, interpreto naricísimo en el v. (verso) 12 referido más que al


poseedor («hombre de gran nariz, narizadísimo») a la misma nariz: el apéndice nasal del
personaje deja de ser nariz y es un «naricísimo». El superlativo en -ísimo adoptado del
italiano desde hacía tiempo, conserva todavía un matiz extravagante y connotaciones
burlescas. Quevedo habla en los Sueños, de unos habladorísimos; y en otros lugares
(Poesía original, núm. (número) 756, v. (verso) 26) de los maridísimos, etc. (etcétera) El
texto de Hora, XXXVII apoyaría más bien la interpretación «hombre de gran nariz»:

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«fuera más justo que lo fueran [esclavos] en todos partes los naricísimos, que traen las
caras con proas y se suenan un pece espada». En cualquier caso retengamos el valor
burlesco de la propia forma lingüística.

El v. (verso) 14 propone algunos problemas; ya Valbuena Prat veía en este verso una
concesión poco feliz al lector semiculto: Quevedo sabe que Anás nada tiene que ver con
el latín, pero ejerce una disociación caprichosa: a- nás «sin nariz», chiste «soso y frío».
También cree posible una mera alusión al Anás de la Pasión, de poco ingenio, a menos
que apunte a algún político, quizá a Olivares. Blecua cree poco original el chiste de
Anás, pero no explicita cuál sea ese chiste. Lázaro recoge la interpretación de Valbuena
y explica la hipérbole del verso: «tan descomunal era el apéndice que hubiera resultado
excesivo, delictivo, hasta en el rostro de un riguroso chato». Otros intérpretes lo
explican recurriendo al acusativo latino: a-nás derivaría de ad nasum «nariz sobre
nariz»; o advierten posibles juegos con el vocablo ana, medida de longitud y cifra que
los médicos ponían en sus recetas; o identificación Anás-Satanás por evocación
paronomástica... o alusión, en fin, a Olivares, que tenía poderosa nariz.

La mayoría de estas sugerencias son bastante gratuitas. Lo único que parece


autorizar el texto es el chiste sobre el motivo de la nariz de los judíos: es una nariz tan
enorme que hasta en la cara de Anás, judío arquetípico, personaje conocido por la
Pasión de Cristo, hasta en esa cara que tendría derecho a una gran nariz (como judío)
sería un exceso tan grande que constituiría delito.

La versión aceptada por Blecua introduce:

-un vocablo característico del idiolecto quevediano, «frisón» (raza de caballos de


Frisia, Holanda, de gran alzada), que siempre tiene el sentido «enorme».

-una formación neológica igualmente favorita de Quevedo, con archi- (archipobre y


protomiseria es Cabra en el Buscón)-

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-otro neologismo por derivación, caratulera, adjetivo «propia de una careta o


carátula» (como las de carnaval), motivo muy adecuado a la caricatura que desarrolla.

-y una metáfora muy propia también del idiolecto quevediano: garrafal, que se
aplica a las guindas de mayor tamaño (y a otras cosas caracterizadas por su gran
tamaño).

Las dos versiones responden, en diferentes vías, a tendencias expresivas de


Quevedo, pero la segunda elimina la mención de Anás (connotadora de «judío», con
todo el potencial insultante que encierra además el personaje concreto, que establece
correspondencia con el sayón del v. (verso) 3). Anás, sea chiste soso o gracioso, se
integra en la serie de menciones antisemitas del resto del soneto; su eliminación no hace
sino debilitar esta recurrencia.

El cambio de muchísimo nariz por frisón archinariz, respondería según Blecua al


intento estilístico de suprimir dos ísimos cercanos. Pero si bien es cierto que la
sustitución responde perfectamente a tendencias léxicas de Quevedo, es más dudoso que
la acumulación de superlativos se entendiera como defecto estilístico en la poesía
burlesca, que hace de la cacofonía uno de sus recursos.

Tales acumulaciones potencian el efecto cómico, que es el objetivo del poeta


burlesco: baste recordar el episodio de la dueña Dolorida del Quijote, II, 38 donde se
explota de modo insuperable esta acumulación superlativa:

Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos


circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima en vuestros valerosísimos pechos
acogimiento [...] quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y
compañía, el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima y su
escuderísimo Panza. -El Panza -antes que otro respondiese, dijo Sancho- aquí está, y
el don Quijotísimo asimismo; y así podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que
quisieridísimis; que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros
servidorísimos
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Los dos textos, en suma, tienen distinto potencial satírico y burlesco, y me inclino a
ver en ellos dos redacciones equipolentes.

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