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P. Stuart C. Bate, OMI, Johannesburgo, Sudáfrica, 14-02 2002, publicado en: clerus.org
Introducción
Tanto Rahner como Schillebeeckx han tenido un papel importante en el desarrollo del
discurso teológico sobre dicho aspecto del sacramento. Rahner recurre a las perpectivas
neotomistas y a Heidegger en su concepto del Sacramento como autocomunicación de
Dios. Tal comunicación de sí mismo a otro es siempre simbólica, porque "el símbolo (...)
es la autorealización de un ser en el otro, que es constitutivo de su esencia" (Rahner 1966:
234). La esencia del sacramento es la autocomunicación de Dios a los hombres, es decir,
una relación. "La realidad de la autocomunicación divina crea por sí misma su carácter
inmediato al constituirse a sí misma como presente en el símbolo" (pg. 252). La
preocupación de Rahner se relaciona con la autorevelación de Dios en el encuentro entre
lo divino y lo humano. Para Schillebeeckx (1963), en cambio, es la relación misma la
cuestión central. Por ese motivo, su preocupación consisten en "corregir" la teología
sacramental "de los manuales (en los que se presenta la) tendencia hacia una perspectiva
impersonal, casi mecánica (...), en especial, recurriendo a categorías físicas" (pg. 1). Para
Schillebeeckx es esencial el hecho de que "los sacramentos son la manera propiamente
humana de encontrarse con Dios" (pg. 4).
Semejante relación exige que respondamos con una acción de fe plena. Duffy (1982)
supone que "esta dimensión subjetiva de la fe/sacramento no ha sido nunca desarrollada
de manera adecuada por la historia de la teología..." (pg. xii). La presencia de Dios en el
sacramento nos llama a estar presentes ante Dios. Se trata de una presencia que "es
autodonación y amor que nos capacita" (pg. 3), y que se expresa en el compromiso. El
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sacramento encierra el signo del compromiso por una praxis cristiana. "Los símbolos
religiosos son la manera concreta en que Dios nos invita a examinar la situación actual de
nuestras vidas y los nuevos compromisos que puedan requerirse" (pg. 3).
La dimensión relacional de la salvación es uno de los temas preferidos por Juan Pablo II.
La experiencia humana de Dios radica en el hecho de que Cristo "se ha unido a sí mismo
con cada hombre" (GS 22 en RH 13, cursiva en el original). Por ello, la "Iglesia desea
servir a este único fin: que cada persona pueda estar en condiciones de encontrar a Cristo,
para que Cristo pueda caminar con cada persona en el camino de la vida" (RH 13). La
dimensión eclesiológica (véase RH 18) y la sacramental (véase RH 20) quedan detalladas
en el capítulo 4 de la encíclica.
3. El ministerio de colaboración
Antes del Vaticano II, el ministerio sacramental era una unción que competía casi
exclusivamente a los ministros ordenados de la Iglesia. Después del Concilio, ha
proliferado la implicación del laicado en los ritos de la Iglesia. A pesar de que algunas
funciones permanezcan reservadas a los ministros ordenados, han sido recobradas
muchas tradiciones más antiguas, que confiaban papeles y reponsabilidades a otros roles.
"La inculturación sostiene que la fe puede hallar en las culturas africanas un hogar y que
esa nueva morada pueda proyectarse aun hacia nuevos desafíos" (Tlhagale 1995b: 170).
Estudios recientes relacionados con la teología sacramental en Sudáfrica comprenden a
los antepasados (Tlhagale 1995a), el matrimonio (Hlatshwayo 1996) y las nociones
africanas y cristianas de sacrificio y la Eucaristía (Sipuka 2001). Es esencial que la
reflexión teológica posea la información necesaria para evitar prácticas formuladas
apresuradamente que pueden dar lugar a exageraciones o a excesos. De tal manera, la
Iglesia local se convierte en un verdadero sacramento de Cristo para su pueblo.
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El hecho de que muchas cuestiones nuevas hayan surgido en un lapso bastante breve
indica que hay una Iglesia y una sociedad que se encuentran en una situación fluida. "En
los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, hemos visto algunas formas
muy virulentas de "nuevas religiones"" (Cunningham 1985: 200). En tales circunstancias,
el peligro es que lo contingente y las preocupaciones del momento puedan ser
amplificados de manera tal que la comunidad local pierda la percepción del conjunto.
Muchas de las divisiones pasadas han surgido de situaciones semejantes. Ha brotado una
tendencia en respuesta a ese peligro, que consiste en la recuperación creciente del valor
del catolicismo como un signo importante de los tiempos. Cunningham confía en que la
"tradición católica" sea "lo bastante amplia como para absorber estos entusiasmos y
distinguir lo que tiene valor a largo plazo" (pg. 200). Pero, en ese sentido, el catolicismo
debe ser entendido como insistencia en la importancia de la tradición teológica y
magisterial junto, con el reconocimiento de la importancia de la unidad eclesial en un
mundo de diversidades. O'Malley (1983: 406) advierte que, en un tiempo de renovación
radical, es importante que la Iglesia no pierda de vista su continuidad con el pasado. Un
"impulso persistente de reconciliar "la naturaleza y la gracia", si es colocado en el nivel
de las instituciones sociales, representa un impulso que la Iglesia se reconcilie con la
cultura humana en todas sus dimensiones positivas (...). La Iglesia queda plenamente
incorporada en la historia humana y los cambios que allí tienen lugar la afectan
profundamente". Tales cambios son esenciales si la Iglesia ha de permanecer fiel a su
misión de ser un signo eficaz de salvación.
Por esta razón, el Magisterio debe ejercer el papel de preservar la centralidad en una época
de pluralismo teológico y práctico. Dicho papel se ha vuelto cada vez más evidente en el
último cuarto del siglo XX, durante el cual se han ido publicando numerosas enseñanzas
e instrucciones, en la que se ofrecen las líneas maestras dogmáticas y se ordena y aclara
la praxis sacramental en la Iglesia. De esta manera, el magisterio cumple con su papel de
mantener la integridad de la Iglesia como sacramento de unidad (LG 1) e instrumento
vivo de la salvación (LG 8). Esas instrucciones se han propuesto afirmar muchas de las
iniciativas surgidas de las tendencias que hemos delineado. Pero, al mismo tiempo,
intentan evitar los excesos que, al introducir nuevas praxis, confunden la eficacia del
signo y se oponen a la tradición.
Conclusión
(pg. 16). La aparición de nuevas tendencias no debe desalentarnos, sino más bien
desafiarnos a que realicemos una reflexión teológica mayor para unir lo que tiene valor
en un conjunto católico más grande.
Referencias
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Rahner, K. (1966), Theological investigations. Vol. IV, London: Darton, Longman &
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Tlhgale, B. (1995a), Ancestors and the Paschal mystery, en Makobane et al. (eds.), The
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Tlhgale, B. (1995b), Bringing the African culture into the church, en Makobane et al.
(eds.), The Church and African Culture, Germiston: Lumko, 169-185.