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EL TRABAJO INTELECTUAL EN LA UNIVERSIDAD

¿Qué podemos decir o anunciar de lo que se hace en la universidad?


En una descripción de las rutinas cotidianas del estudiante universitario, podemos
decir que su tarea consiste en asistir a clase, tomar apuntes, leer la bibliografía
indicada, hacer resúmenes y finalmente, rendir exámenes. No es que esta versión no
sea correcta pero sería lo mismo que describir la actividad de un artesano, de un
profesional, etc., deteniéndonos en las acciones parciales que realiza y no en el
movimiento que integra todas estas acciones en una cierta dirección.
Por eso, cuando hablamos del trabajo intelectual en la universidad no podemos
quedamos en la descripción de las rutinas que van 'componiendo' esta actividad sino
que necesitamos pensar el sentido que le da fuerza a su movimiento: el trabajo
intelectual es lo que permite a cada sujeto participar en el juego académico.
¿Qué es el conocimiento en el ámbito académico?
Quizás una primera respuesta es que es un desafío. Y esto significa que la tarea de la
educación superior no consiste esencialmente en recorrer una etapa más alta en el
aprendizaje profundizando una serie de saberes que constituyen los contenidos de las
disciplinas. El juego es otro. Se trata de entender qué es lo que se está conociendo /
interrogando / discutiendo en el campo de algunas ciencias, aprender sus claves
teóricas para armar con ellas una 'caja de herramientas' que permita tratar nuevas
problemáticas, discutir cuáles son las perspectivas más serias y valiosas para
pensar la realidad.
Las teorías científicas constituyen aquí recursos esenciales. El trabajo intelectual
orienta su mayor esfuerzo al tratamiento de estos saberes aplicando, ampliando o
cuestionando sus aportes. Es fundamental para ello comprender a las ciencias al
hilo de la historia de los problemas e intereses que las motivaron. De hecho, la
investigación científica siempre parte del reconocimiento de ciertas cuestiones
que, en una determinada época, se presentan como asuntos que interesa
estudiar, analizar, discutir. Se van armando así comunidades que comparten
trayectos de búsqueda, líneas y modalidades de investigación. Estas comunidades
a veces pertenecen a una institución, otras veces se establecen en el intercambio
y el trabajo cooperativo entre distintas instituciones. La idea es que hay una
preocupación, una búsqueda, una apuesta que se va compartiendo y sostiene así
el esfuerzo de conocimiento propio de la vida académica.
En los distintos ámbitos de la vida social y cultural -la organización institucional, la
economía, la salud, la educación, la tecnología- permanentemente surgen
problemáticas que requieren explicaciones o interpretaciones que permitan una
buena lectura de la situación y de sus posibilidades de cambio. El trabajo
intelectual es, justamente, el que puede responder a estas demandas y producir
avances señalando los límites en los modos actuales de tratamiento de estos
problemas, ajustando o ampliando informaciones, proponiendo nuevos enfoques.
Sin embargo, no siempre la tarea de pensar lo inquietante en una cultura, tiene
como punto de partida intereses prácticos que la sociedad puede reconocer como
urgencias o prioridades. Muchas veces es en el espacio mismo del pensamiento
donde se plantean cuestiones que más tarde pueden instalarse como temas de
actualidad. Y es que el trabajo intelectual tiene sus propios mecanismos de
crecimiento:
- la lectura
- la escritura,
- el diálogo,
- la disputa.
Estas prácticas son las que efectivamente caracterizan la vida académica.
El diálogo que la universidad tiene que mantener vivo no sólo concierne a quienes
asisten y se reúnen en sus aulas. Aquí nos referimos fundamentalmente a la
conversación con los textos, al trabajo de lectura e interpretación que vincula a cada
sujeto con la tradición de su disciplina. Estudiar es sin duda entrar en un compromiso
de diálogo. Y este diálogo es interminable.
La experiencia del trabajo intelectual es justamente la afirmación de esta posibilidad de
seguir aprendiendo. En este sentido hablamos de ‘formación universitaria’. El
movimiento de formación repudia todo estancamiento. Cada etapa culmina en ciertos
resultados que valen justamente en tanto refuerzan el deseo de nuevos movimientos.
Esta experiencia no sólo tiene significado a nivel de la vida de los individuos; también
en la historia de las ciencias se ha ido aprendiendo que el conocimiento es algo
provisorio, que continuamente se está recreando. Sin embargo, nos cuesta pensar que
esto que sabemos / creemos hoy puede perder vigencia. Existe una tensión muy fuerte
entre la voluntad de reconocer que el saber es provisorio (lo que quiere decir que
estamos dispuestos a someterlo a crítica y renovarlo) y el deseo de retener lo ya
conocido como saber apropiado, válido, que sin duda podrá mantenerse y dar cuenta
de los problemas que aparezcan como novedosos.
Valorar el trabajo de las ciencias implica al mismo tiempo entender de qué manera los
campos científicos se fueron organizando en torno a ciertos interrogantes y reconocer
las perspectivas que sostienen su elaboraciones teóricas. Y esta mirada resulta muy
productiva: el que puede entender con qué hipótesis se está encarando el tratamiento
de un problema entra en el movimiento que sostiene el trabajo iniciado por tal o cual
autor o corriente. A la vez, esta comprensión del 'juego' del otro lo sitúa en una
posición de mayor autonomía para pensar sus propias hipótesis de aproximación a la
problemática. Pero, lo que sin duda aprende en este esfuerzo es a estar atento para
no quedar fijado en los dogmatismos de algunos discursos – ajenos o propios- que no
permiten cuestionar lo que se sabe. El trabajo intelectual crece de la mano de una
ética que consiste básicamente en estar dispuesto una y otra vez a revisar lo que se
tiene por válido y escuchar otras voces para no perder nunca las fronteras de lo que
sabemos.
Muchas veces, las disciplinas científicas tradicionales no favorecen este movimiento
del trabajo intelectual y es preciso trabajar en sus bordes. La universidad cumple aquí
un papel fundamental cuando en su propio interior sustituye las prácticas totalitarias
por prácticas que dan lugar a la convivencia polémica de programas y equipos de
trabajo diversos.
El conocimiento, como ya dijimos, es un desafío. Y hoy este desafío tiene una
modalidad precisa: en un momento en que la valoración social del
conocimiento sólo atiende a la capacidad de captar y procesar infonnación es
necesario reponer el espacio para una tarea intelectual que abra miradas
nuevas, que imagine posibilidades inéditas.

BRITOS, M del P; UGALDE, M.; BAUDINO, S.; Trabajo Intelectual, UNER, C. del Uruguay, 1999.

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