Ti Noel recibié un garrotazo en el erineo. Sin objetar mis, emprendié la
ascensién de la empinada montafta, metiéndose en una larga fila de niilos, de muchachas
embarazadas, de mujeres y de ancianos, que también llevaban un ladrillo en la mano. El
viejo volvié la cabeza hacia Millot. En el atardecer, el palacio pareeia mas rosado que
antes. Junto a un busto de Paulina Bonaparte, que habia adornado antafio su casa del
Cabo, las princesitas Atenais y Amatista, vestidas de raso alamarado, jugaban al volante.
Un poco mas lejos, el capellin de la reina —tinico semblante claro en el euadro— lefa
las Vidas Paralelas de Plutarco al principe heredero, bajo la mirada complacida de Henri
Christophe, que paseaba, seguido de sus ministros, por los jardines de la reina, De paso,
Su Majestad agarraba distraidamente una rosa blanca, recién abierta sobre los bojes que
perfilaban una corona y un ave fénix al pie de las alegorias de marmol.
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EL SACRIFICIO DE LOS TOROS
En la cima del Gorro de! Obispo, hincada de andamios, se alzaba aquella segunda
‘montaiia —montafla sobre montaia— que era la Ciudadela La Ferriére. Una prodigiosa
generacién de hongos encarnados, con lisura y cerrazén de brocado, trepaba ya a los
flancos de la torre mayor —después de haber vestido los espolones y estribos—,
ensanchando perfiles de pélipos sobre las murallas de color de almagre. En aquella mole
de ladrillos tostados, levantada més arriba de las nubes con tales proporciones que las
perspectivas desafiaban los habitos de la mirada, se ahondaban tiincles, corredores,
caminos secretos y chimeneas, en sombras espesas. Una luz de acuario, glauca, verdosa,
teflida por los helechos que se unian ya en el vacio, descendia sobre un vaho de
humedad de lo alto de las troneras y respiraderos. Las escaleras del infierno
comunicaban tres baterias principales con la santabirbara, la capilla de los artilleros, las
cocinas, los aljibes, las fraguas, la fundicién, las mazmorras. En medio del patio de
armas, varios toros eran degollados, cada dia, para amasar con su sangre una mezcla que
harfa la fortaleza invulnerable. Hacia el mar, dominando el vertiginoso panorama de la
Llanura, los obreros enyesaban ya las estancias de la Casa Real, los departamentos de
mujeres, lus comedores, los billares. Subre ejes de carretas empotradys en las murals
se afianzaban los puentes volantes por los cuales el ladrillo y la piedra eran llevados a
las terrazas cimeras, tendidas entre abismos de dentro y de fuera que ponian el vértigo
en el vientre de los edificadores. A menudo un negro desaparecia en el vacio, levandose
una batea de argamasa. Al punto Ilegaba otro, sin que nadie pensara mas en el caido.
Centenares de hombres trabajaban en las entrafias de aquella inmensa construccién,
siempre espiados por el latigo y el fusil, rematando obras que sélo habian sido vistas,
hasta entonces, en las arquitecturas imagina
las escarpas de la montafia llegaban los primeros caflones, que se montaban en curei
de cedro a lo largo de salas abovedadas, eternamente en penumbras, cuyas troneras
dominaban todos los pasos y desfiladeros del pais. Ahi estaban el Escipién, el Anibal, el
Amilcar, bien lisos, de un bronce casi dorado, junto a los que habian nacido después del
89, con la divisa aun insegura de Libertad, [gualdad. Habia un caitén espaftol, en cuyo
lomo se ostentaba la melancélica inscripeién de Fiel pero desdichado, y varios de boca
mas ancha, de lomo mas adornado, mareados por el troquel del Rey Sol, que
pregonaban insolentemente su Ultima Ratio Regum
is del Piranese. Izados por cuerdas sobre
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