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Creo que estamos en una coyuntura especialmente extraña para definir qué hacer.

No
porque resulte difícil definir qué deberían hacer todos los sectores que se oponen al
macrismo y a sus políticas.En realidad, qué hacer me parece muy claro en un plano teórico,
de definiciones, y al mismo tiempo me parece impracticable. ¿Por qué? Porque qué hacer,
en una dimensión, lo han respondido las calles en el ciclo de movilización y protesta que se
abrió a principio de 2016.

La sociedad argentina ha estado intensamente movilizada. Centenares de miles participaron


en movilizaciones muy distintas. Las movilizaciones de la CGT y de las CTA. Las
movilizaciones de las organizaciones sociales. Las movilizaciones vinculadas a derechos
humanos, incluyendo los 24, contra el 2×1, los reclamos por Santiago Maldonado. Las
movilizaciones de NiUnaMenos y el paro de Mujeres. La Marcha Federal, la movilización
universitaria, de científicos o de secundarios. Las protestas contra los tarifazos, los frutazos
y la creciente movilización de los pueblos originarios.

Quien haya ido a una sola de esas protestas sabe de su composición políticamente
heterogénea. Había kirchneristas y antikirchneristas, estaba la izquierda partidaria, había
peronistas de diferentes vertientes y una multiplicidad de organizaciones. Entonces, la calle
tiene dos rasgos: heterogeneidad de demandas (salarios, política social, derechos humanos,
derechos de las mujeres, contra el ajuste, etc.) y heterogeneidad política de cada una de las
demandas.

En todas las movilizaciones más multitudinarias convergen sectores sociales que hace dos
años tenían posiciones políticas opuestas y que actúan de modo unitario ante el avance
neoliberal. Esto significa que la movilización popular contra las políticas gubernamentales
implica una confluencia de diferentes vertientes sociales y políticas en defensa en derechos
y por nuevos derechos.

Todos los sectores partidarios que participan de estas movilizaciones aspiran a representar
en el plano político estas demandas y esta movilización. Unos se ilusionan con que el pueblo
compare la actualidad con la situación anterior y quiera ‘volver’. Otros con ser los
‘luchadores más consecuentes’. Y así sucesivamente. Pero ninguno consigue representar en
el plano político ese diverso rechazo social.
Ningún sector tiene la capacidad de llenar por sí mismo ese vacío de representación. Y por
ahora todos los sectores continúan actuando como tales, es decir, como una parte. Con
bastante rapidez articularon partes diversas para salir a las calles. Pero existe una dificultad
intensa para traducir esa articulación en un frente político en el cual nadie tendría
asegurado de antemano el protagonismo.

En ese sentido, el problema es que deberíamos apuntar a una confluencia por los derechos,
para postular una representación política contra el neoliberalismo, pero los principales
actores apuestan a una política de identidad. A construir, en lugar de una confluencia, una
fuerte frontera con los otros sectores que participan de las protestas. Y una frontera de
identidades es exactamente lo contrario a una confluencia por derechos.

Parece que no toman nota de que vivimos una etapa defensiva. Y que se apresuran a ser los
protagonistas de una nueva ofensiva. Pero justamente ese error puede tornar más larga y
dramática la situación actual. Porque existe el riesgo cierto de que la actual derrota política
devenga una derrota histórica. Y hay políticas sectarias y de autoproclamación que pueden,
sin quererlo, contribuir con ese objetivo del macrismo.

Logros y límites

La heterogénea y fragmentada oposición al macrismo incluye al kirchnerismo, a la izquierda


partidaria, a múltiples organizaciones sociales y políticas, y a un peronismo de gestión.

El kirchnerismo, más allá del balance que se haga de los 12 años, es la corriente política
más numerosa en la oposición a las políticas neoliberales. En la coyuntura actual no hay
chances de derrotar al macrismo sin la participación del kirchnerismo. Sin embargo,
tampoco hay posibilidad alguna de hacerlo en función de la propuesta kirchnerista de
construir el frente más amplio posible donde sus líderes se reservan la conducción del
mismo. Porque el resultado es que los actores con fuerte peso propio no están dispuestos a
ir detrás. Más bien esa posición ha contribuido a acentuar la fragmentación.

Por eso, uno de los laberintos se sintetiza en el problema de que sin Cristina es imposible
derrotar al macrismo y con Cristina también es imposible. No reconocer el peso político y
electoral que tiene Cristina es temerario. Al mismo tiempo, plantear la unidad en torno a su
figura es una quimera. Esta paradoja define la situación actual.

¿Cuál es el papel de la izquierda tradicional? Sin dudas, el FIT ha sido uno de los fenómenos
más dinámicos, con un crecimiento en militancia y en su desempeño electoral. Además, ha
logrado figuras con cierto carisma, que cruzan sus fronteras políticas. Y ha revisado algunas
cuestiones tradicionales, generando innovaciones como LaIzquierdaDiario. Sin embargo,
hay problemas muy serios en sus concepciones políticas que tornan inviable por ahora
cualquier unidad. El trotskismo argentino tiene una muy extensa tradición. Y sin embargo
nunca ha analizado si sus propias políticas han incidido en su incapacidad para dejar de ser
una minoría en bastante más de medio siglo. Básicamente, la apuesta es a que un día los
trabajadores argentinos escojan una dirección política trotskysta. Entonces, se trata de
mantener su absoluta independencia política, lo cual supone colocar su anticapitalismo
como antídoto de cualquier unidad con sectores no clasistas. Salvo que haya una fuerte
presión social por la que puedan perder todo lo que han avanzado, es improbable que se
asuma el desafío de la hora, en el sentido de ir a una confluencia diversa. En la disyuntiva,
preferirán preservar su identidad pura y no ‘arriesgarse’ a la ‘contaminación’. Aunque el
que no arriesga no gana.

Si consideramos otras fuerzas y otros referentes, sean de izquierda o del progresismo


devenido antikirchnerista, veremos que se repite el modelo de vocación de protagonismo
(que no se concreta) en contra de la vocación de mayorías (que es imposible con tanta
disputa por el protagonismo). Ese problema constituye una fuerza decisiva en la
fragmentación de la oposición y su carácter minoritario.

La única unidad posible es en torno a las demandas populares que ya mencionamos y a su


derivación en un programa claro y breve. ¿Es completamente imposible? Allí están los casos
del movimiento sindical santafesino, donde todas las corrientes quedaron adentro, o el
reciente encuentro de Luján que derivó en la movilización contra la reforma laboral y
previsional del 29 de noviembre. Todo lo dicho anteriormente se aplica para estos casos.
Están las diversas corrientes políticas, pero no hay representación política de esas
demandas.

Las organizaciones sociales de más diverso tipo han sido las que más han contribuido a la
unidad de acción, en el sentido de haber colocado sus demandas por encima de las
divisiones identitarias. Sin embargo, hasta ahora no han podido, no han sabido o no han
querido proyectar esa confluencia en la acción hacia el plano de la representación política.
O bien por sus fidelidades previas, o bien porque suponen que ese problema se resolverá de
otra manera.

Sin embargo, parece imposible imaginar el surgimiento de un fenómeno político con


capacidad de enfrentar al macrismo que no incorpore en lugares protagónicos a nuevos y
antiguos referentes sociales de las diversas demandas de estos años. Lo que sucede es que
hasta ahora no ha madurado un lenguaje nuevo para enunciar una alternativa.

Aún estamos en una etapa marcada por la noción de oposición, donde el debate es cómo
oponerse y quién es la oposición más potente o consecuente. Pero hay todo un sector de la
sociedad que no podrá ser interpelada desde ese lugar, sino a partir de la construcción de
una alternativa política popular, con un programa de gobierno que sea percibido como
preferible y como factible.

Mientras eso no suceda, crece un problema y un riesgo. La fragmentación de la oposición es


una fuente de la potencia política del gobierno, que avanza con leyes que incrementan la
exclusión, la desigualdad y con políticas represivas. Cuanto peor, peor. El gobierno sabe que
para poder avanzar con la totalidad de su plan necesita imprimir no sólo una derrota
electoral, sino una derrota social. Derrotas de la movilización social, comparables a las de
ferroviarios y telefónicos de inicios delos noventa. Derrotas que serían fuentes de
‘estabilización’ del modelo neoliberal.

¿Puede Cristina ser protagonista de construir una unidad de la cual no sea la protagonista?
¿Puede el FIT modificar sus apuestas políticas? ¿Pueden los sectores antikirchneristas y
antimacristas asumir que hay un cambio cualitativo en contra de los derechos desde la
asunción de Macri? ¿Pueden los referentes sociales apostar a traducir a la representación
política sus avances frentistas en la lucha social?

No lo sabemos. Mientras tanto, hay varias tareas políticas urgentes. La primera es


multiplicar en cada territorio y espacio de trabajo, en cada universidad y en cada lucha, no
sólo la unidad de acción, sino mesas de trabajo más institucionalizadas donde se pueda
apostar discutir y acordar una unidad táctica, estratégica y programática. Eso parte de una
cuestión básica: los modelos económicos no se ‘caen solos’. Incluso si las políticas
económicas actuales terminaran exclusivamente por factores económicos llevando a una
crisis (por ejemplo, por el endeudamiento), nadie podría asegurar cómo terminaría esa
crisis, ya que su resolución siempre va a depender de relaciones de fuerzas sociales y
políticas. Descartada cualquier hipótesis economicista, el desafío es dejar de debatir por
pequeñas palabras, dejar de hacer política de ‘diferenciación’ o de ‘imposición’, política de
codazos de quién lleva el cartel más grande, y asumir que el gran desafío es construir una
alternativa política al macrismo.

Por eso, impulsar, organizar e institucionalizar la unidad por abajo, es el paso necesario
para posteriormente coordinar entre diferentes ámbitos. Así, se logrará que la unidad
heterogénea vaya ascendiendo a marcos más amplios, generando nuevos referentes
políticos y ejerciendo una presión creciente sobre los referentes ya existentes.

Lo más probable es que por todo lo que hemos dicho, lleve varios años construir una
articulación realmente alternativa con capacidad transformadora. No sólo va a depender de
los éxitos políticos, o no, que tenga el gobierno. También va a depender de la capacidad de
articulación de una alternativa. Como nada dura para siempre, si no surge una política
kirchnerista y/o de la izquierda con vocación de mayoría, el proceso histórico decantará en
una nueva amalgama con retazos grandes o pequeños de kirchnerismos, izquierdas,
peronismos y organizaciones sociales. Con partes de la historia y parte de los nuevos
fenómenos que han surgido y de otros que aún no conocemos, el ciclo macrista deberá
enfrentarse en algún momento a una alternativa política popular.

No podemos darnos el lujo de hacer los esfuerzos unitarios y de construcción sin tomarnos
el tiempo para poder comprender algunas de las razones más profundas que llevaron a las
derrotas recientes con proyectos neoliberales. Estamos atravesando una etapa de indigencia
teórica y política de las fuerzas populares y transformadoras. La necesidad de múltiples
aportes que contribuyan a conceptualizar mejor el momento histórico y las estrategias
políticas no puede ser, como tantas veces, postergada.

Algunos puntos para el debate conceptual

Debemos asumir que hace varias décadas las fuerzas populares y transformadoras sufren
una gran debilidad teórica y política. Cuando asumieron los gobiernos del llamado “giro a la
izquierda” no había modelos a seguir, ni teorías económicas o políticas sólidas, ni siquiera
utopías claras. La frase de Jamenson acerca de que es más fácil imaginar el fin del mundo
que el fin del capitalismo debe tomarse muy en serio. Ante las crisis del capitalismo
financiero hay procesos de giro a la derecha y de polarización en varios países, pero son
excepcionales las construcciones de alternativas políticas con capacidad de construir
hegemónica y vocación de mayoría.

Un breve repaso por las experiencias sudamericanas permite al menos señalar un listado de
debates necesarios para la construcción política futura:

Es tan necesario construir y reconstruir utopías emancipatorias como generar políticas


económicas viables y sostenibles en el tiempo que modifiquen en el mediano plazo las
estructuras productivas, la distribución del ingreso y la riqueza, la relación con los
recursos naturales, la jerarquización de los bienes públicos por sobre el impulso al
consumo. Según nuestra lectura, no está planteado en la coyuntura la posibilidad de
terminar con el capitalismo, pero sí debe asumirse la posibilidad real de construir
modelos económicos que avancen en fuertes reformas sociales apuntando a una
creciente igualdad en cada sociedad y entre las sociedades.
No existe un sujeto social del cambio que deba tener una expresión política. No hay un
‘proletariado’ objetivo a la espera de la conciencia de clase, no hay un pueblo uniforme.
Al comprender las heterogeneidades de los trabajadores y de los sectores populares, se
podrá entender que una fuerza política transformadora deberá respetar esas
diversidades y articularlas.
A esto se agrega la complejidad de que en Argentina y en otros países, la mayoría de la
población se considera a sí misma como parte de la clase media o clase media baja. Esto
implica que las fuerzas transformadoras sólo tienen vocación de mayoría si pretenden
representar a los sectores excluidos, a los trabajadores y a las clases medias. Una parte
significativa de los trabajadores argentinos se considera hoy de clase media, con un
significado muy distinto al de las teorías marxistas o sociológicas clásicas. En su lenguaje
‘clase media’ se asemeja más a ‘no ser el último orejón del tarro’, a no estar excluido, y a
su vocación de estar integrados socialmente.
Una política transformadora y popular no se hace desde el dogmatismo, sino en el
diálogo entre las utopías emancipatorias y los deseos concretos de la mayoría de la
sociedad. No se trata de adaptarse en cada momento a los ‘humores’ de la sociedad.
Pero no es posible construir hegemonía sin dialogar con esas sensaciones, creencias,
deseos y lenguajes.
Toda política tiene una dimensión simbólica y relacional constitutiva. Los actores
sociales y políticos, sus demandas y discursos adquieren significados complejos y
disputados para la población. Si el kirchnerismo buscó reducir esa complejidad a partir
de la dicotomía con el 2001, el neoliberalismo, la sociedad rural y la dictadura, el
macrismo busca reducirla en su dicotomía con el kirchnerismo. El proceso de
estigmatización actual es muy simple: todo opositor es considerado kirchnerista y todo
kirchnerista es considerado corrupto. Por razones éticas y políticas, ambas operaciones
deben ser deconstruidas.
Una mirada reflexiva acerca de cómo el gobierno actual propone la dicotomía implica
reponer aquello que el gobierno busca anular: la gran heterogeneidad política y social de
la oposición. Eso no puede implicar no reivindicar los logros de derechos de aquellos 12
años, como tampoco de épocas anteriores. Tampoco se puede aceptar que reivindicar los
logros reales implique mecánicamente suscribir una identidad política. El primer cambio
positivo que habrá en el escenario político será cuando se encuentre un nuevo lenguaje
que incorpore toda la heterogeneidad para expresar la polarización.
Hay un problema de los liderazgos y de la construcción de la fuerza política. Hay una
tensión entre las necesidades propias de las formas políticas en las cuales es necesario
contar con líderes muy específicos que permitan articular los procesos políticos y el
hecho de que son necesarias fuerzas políticas más colectivas y más democráticas para
generar sostenibilidad en el tiempo.
Otro problema es cómo se ha concebido la ‘batalla cultural’, que se instrumentalizó como
lucha entre identidades políticas, cuando en realidad se refiere a luchas por el sentido
común. La lucha por valores e instituciones más igualitarias y democráticas es
incompatible con la defensa de un ‘nosotros’ donde todos y cada uno y cada acción debe
ser defendida, incluso si resulta obvio que se lleva de bruces con valores que se
pretenden instituir. En esos casos, siempre se opta y la batalla cultural a veces es
incompatible con la batalla identitaria.
La política es dinámica por definición. Si las acciones de gobierno generan empleo y
reducen el desempleo, o todas las acciones análogas que se quieran mencionar, no hay
que esperar un agradecimiento eterno de las grandes mayorías, sino el desplazamiento
de las demandas sociales hacia nuevos temas y agendas. Por ejemplo, pueden crecer
demandas sobre transporte público, seguridad y contra la corrupción. Cuando se cambie
una realidad, también es necesario cambiar la forma y la estrategia política, al menos si
se pretende que haya una sintonía política en el tiempo con las grandes mayorías.
Las concepciones de la política deben escoger entre dejar testimonio histórico a partir de
las derrotas o a partir de construir cambios sociales reales. Para el primer caso, el
debate conceptual es bastante irrelevante, porque las certezas ideológicas vienen desde
el fondo de la historia y se trata de sostener en alto las banderas en todas las
situaciones. En el segundo caso, se acepta que las sociedades son cambiantes, que las
grandes mayorías necesitan y quieren vivir mejor, pero justamente por eso no quieren
vivir todo el tiempo en confrontaciones políticas, y mucho menos si estas no resultan
eficaces. No se trata de combatir al mundo, sino de transformarlo.

Atreverse a hacerse estas y otras preguntas, a asumir estos y otros debates, a adoptar
nuevos símbolos y lenguajes que acompañen nuestras diversas tradiciones, implica una
cierta revolución de algunas formas de pensar y actuar muy arraigadas en las fuerzas
políticas. Cuidado, no sea que nuestra propia cultura se erija como un obstáculo eficaz entre
nuestros sueños y los de las grandes mayorías. La política transformadora siempre depende
de factores objetivos, de la situación económica, de las fuerzas hegemónicas. Pero también
depende en parte de la propia subjetividad, de las propias concepciones, de los propios
hábitos. Ni lo objetivo ni lo subjetivo son sencillos de modificar. Pero en alguna parte
comienza nuestro quehacer.

Alejandro Grimson es antropólogo, reside en Buenos Aires.

Doctor en Antropología, Investigador principal del CONICET, Profesor Titular de la UNSAM,


autor de Los límites de la cultura y Mitomanías argentinas.

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