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No
porque resulte difícil definir qué deberían hacer todos los sectores que se oponen al
macrismo y a sus políticas.En realidad, qué hacer me parece muy claro en un plano teórico,
de definiciones, y al mismo tiempo me parece impracticable. ¿Por qué? Porque qué hacer,
en una dimensión, lo han respondido las calles en el ciclo de movilización y protesta que se
abrió a principio de 2016.
Quien haya ido a una sola de esas protestas sabe de su composición políticamente
heterogénea. Había kirchneristas y antikirchneristas, estaba la izquierda partidaria, había
peronistas de diferentes vertientes y una multiplicidad de organizaciones. Entonces, la calle
tiene dos rasgos: heterogeneidad de demandas (salarios, política social, derechos humanos,
derechos de las mujeres, contra el ajuste, etc.) y heterogeneidad política de cada una de las
demandas.
En todas las movilizaciones más multitudinarias convergen sectores sociales que hace dos
años tenían posiciones políticas opuestas y que actúan de modo unitario ante el avance
neoliberal. Esto significa que la movilización popular contra las políticas gubernamentales
implica una confluencia de diferentes vertientes sociales y políticas en defensa en derechos
y por nuevos derechos.
Todos los sectores partidarios que participan de estas movilizaciones aspiran a representar
en el plano político estas demandas y esta movilización. Unos se ilusionan con que el pueblo
compare la actualidad con la situación anterior y quiera ‘volver’. Otros con ser los
‘luchadores más consecuentes’. Y así sucesivamente. Pero ninguno consigue representar en
el plano político ese diverso rechazo social.
Ningún sector tiene la capacidad de llenar por sí mismo ese vacío de representación. Y por
ahora todos los sectores continúan actuando como tales, es decir, como una parte. Con
bastante rapidez articularon partes diversas para salir a las calles. Pero existe una dificultad
intensa para traducir esa articulación en un frente político en el cual nadie tendría
asegurado de antemano el protagonismo.
En ese sentido, el problema es que deberíamos apuntar a una confluencia por los derechos,
para postular una representación política contra el neoliberalismo, pero los principales
actores apuestan a una política de identidad. A construir, en lugar de una confluencia, una
fuerte frontera con los otros sectores que participan de las protestas. Y una frontera de
identidades es exactamente lo contrario a una confluencia por derechos.
Parece que no toman nota de que vivimos una etapa defensiva. Y que se apresuran a ser los
protagonistas de una nueva ofensiva. Pero justamente ese error puede tornar más larga y
dramática la situación actual. Porque existe el riesgo cierto de que la actual derrota política
devenga una derrota histórica. Y hay políticas sectarias y de autoproclamación que pueden,
sin quererlo, contribuir con ese objetivo del macrismo.
Logros y límites
El kirchnerismo, más allá del balance que se haga de los 12 años, es la corriente política
más numerosa en la oposición a las políticas neoliberales. En la coyuntura actual no hay
chances de derrotar al macrismo sin la participación del kirchnerismo. Sin embargo,
tampoco hay posibilidad alguna de hacerlo en función de la propuesta kirchnerista de
construir el frente más amplio posible donde sus líderes se reservan la conducción del
mismo. Porque el resultado es que los actores con fuerte peso propio no están dispuestos a
ir detrás. Más bien esa posición ha contribuido a acentuar la fragmentación.
Por eso, uno de los laberintos se sintetiza en el problema de que sin Cristina es imposible
derrotar al macrismo y con Cristina también es imposible. No reconocer el peso político y
electoral que tiene Cristina es temerario. Al mismo tiempo, plantear la unidad en torno a su
figura es una quimera. Esta paradoja define la situación actual.
¿Cuál es el papel de la izquierda tradicional? Sin dudas, el FIT ha sido uno de los fenómenos
más dinámicos, con un crecimiento en militancia y en su desempeño electoral. Además, ha
logrado figuras con cierto carisma, que cruzan sus fronteras políticas. Y ha revisado algunas
cuestiones tradicionales, generando innovaciones como LaIzquierdaDiario. Sin embargo,
hay problemas muy serios en sus concepciones políticas que tornan inviable por ahora
cualquier unidad. El trotskismo argentino tiene una muy extensa tradición. Y sin embargo
nunca ha analizado si sus propias políticas han incidido en su incapacidad para dejar de ser
una minoría en bastante más de medio siglo. Básicamente, la apuesta es a que un día los
trabajadores argentinos escojan una dirección política trotskysta. Entonces, se trata de
mantener su absoluta independencia política, lo cual supone colocar su anticapitalismo
como antídoto de cualquier unidad con sectores no clasistas. Salvo que haya una fuerte
presión social por la que puedan perder todo lo que han avanzado, es improbable que se
asuma el desafío de la hora, en el sentido de ir a una confluencia diversa. En la disyuntiva,
preferirán preservar su identidad pura y no ‘arriesgarse’ a la ‘contaminación’. Aunque el
que no arriesga no gana.
Las organizaciones sociales de más diverso tipo han sido las que más han contribuido a la
unidad de acción, en el sentido de haber colocado sus demandas por encima de las
divisiones identitarias. Sin embargo, hasta ahora no han podido, no han sabido o no han
querido proyectar esa confluencia en la acción hacia el plano de la representación política.
O bien por sus fidelidades previas, o bien porque suponen que ese problema se resolverá de
otra manera.
Aún estamos en una etapa marcada por la noción de oposición, donde el debate es cómo
oponerse y quién es la oposición más potente o consecuente. Pero hay todo un sector de la
sociedad que no podrá ser interpelada desde ese lugar, sino a partir de la construcción de
una alternativa política popular, con un programa de gobierno que sea percibido como
preferible y como factible.
¿Puede Cristina ser protagonista de construir una unidad de la cual no sea la protagonista?
¿Puede el FIT modificar sus apuestas políticas? ¿Pueden los sectores antikirchneristas y
antimacristas asumir que hay un cambio cualitativo en contra de los derechos desde la
asunción de Macri? ¿Pueden los referentes sociales apostar a traducir a la representación
política sus avances frentistas en la lucha social?
Por eso, impulsar, organizar e institucionalizar la unidad por abajo, es el paso necesario
para posteriormente coordinar entre diferentes ámbitos. Así, se logrará que la unidad
heterogénea vaya ascendiendo a marcos más amplios, generando nuevos referentes
políticos y ejerciendo una presión creciente sobre los referentes ya existentes.
Lo más probable es que por todo lo que hemos dicho, lleve varios años construir una
articulación realmente alternativa con capacidad transformadora. No sólo va a depender de
los éxitos políticos, o no, que tenga el gobierno. También va a depender de la capacidad de
articulación de una alternativa. Como nada dura para siempre, si no surge una política
kirchnerista y/o de la izquierda con vocación de mayoría, el proceso histórico decantará en
una nueva amalgama con retazos grandes o pequeños de kirchnerismos, izquierdas,
peronismos y organizaciones sociales. Con partes de la historia y parte de los nuevos
fenómenos que han surgido y de otros que aún no conocemos, el ciclo macrista deberá
enfrentarse en algún momento a una alternativa política popular.
No podemos darnos el lujo de hacer los esfuerzos unitarios y de construcción sin tomarnos
el tiempo para poder comprender algunas de las razones más profundas que llevaron a las
derrotas recientes con proyectos neoliberales. Estamos atravesando una etapa de indigencia
teórica y política de las fuerzas populares y transformadoras. La necesidad de múltiples
aportes que contribuyan a conceptualizar mejor el momento histórico y las estrategias
políticas no puede ser, como tantas veces, postergada.
Debemos asumir que hace varias décadas las fuerzas populares y transformadoras sufren
una gran debilidad teórica y política. Cuando asumieron los gobiernos del llamado “giro a la
izquierda” no había modelos a seguir, ni teorías económicas o políticas sólidas, ni siquiera
utopías claras. La frase de Jamenson acerca de que es más fácil imaginar el fin del mundo
que el fin del capitalismo debe tomarse muy en serio. Ante las crisis del capitalismo
financiero hay procesos de giro a la derecha y de polarización en varios países, pero son
excepcionales las construcciones de alternativas políticas con capacidad de construir
hegemónica y vocación de mayoría.
Un breve repaso por las experiencias sudamericanas permite al menos señalar un listado de
debates necesarios para la construcción política futura:
Atreverse a hacerse estas y otras preguntas, a asumir estos y otros debates, a adoptar
nuevos símbolos y lenguajes que acompañen nuestras diversas tradiciones, implica una
cierta revolución de algunas formas de pensar y actuar muy arraigadas en las fuerzas
políticas. Cuidado, no sea que nuestra propia cultura se erija como un obstáculo eficaz entre
nuestros sueños y los de las grandes mayorías. La política transformadora siempre depende
de factores objetivos, de la situación económica, de las fuerzas hegemónicas. Pero también
depende en parte de la propia subjetividad, de las propias concepciones, de los propios
hábitos. Ni lo objetivo ni lo subjetivo son sencillos de modificar. Pero en alguna parte
comienza nuestro quehacer.