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‘grupa del caballo del mensajero, que salié gualtrapeando por el Tejos soné una descarga de fusileria. El correo apreté los tacones. El amo llegé a tiempo para impedir que Ti Noel y doce esclavos mas, marcados por su hierro, fuesen amacheteados en el patio del cuartel, donde los negros, atados de dos en dos, lomo a lomo, esperaban la muerte por armas de filo, porque era mas prudente economizar la pélvora, Eran los tinicos esclavos que le quedaban y, entre todos, valian por lo menos seis mil quinientos pesos espafioles en el mercado de La Habana. Monsieur Lenotmand de Mezy clamé por los més tremendos castigos corporales, pero pidié que se aplazara la ejecucién en tanto no hubiera hablado con el gobernador. Temblando de nerviosidad, de insomnio, de excesos de café, Monsieur Blanchelande andaba de un ‘extremo al otro de su despacho adomado por un retrato de Luis XVI y de Maria Antonieta con el Delfin. Dificil era sacar una orientacién precisa de su desordenado monélogo, cn que los vituperios a los filésofos altcrnaban con citas de agorcros fragmentos de cartas suas, enviadas a Paris, y que no habian sido contestadas siquiera. La anarquia se entronizaba en el mundo, La colonia iba a la ruina, Los negros habian violado a casi todas las seftoritas distinguidas de la Llanura. Después de haber destrozado tantos encajes, de haberse refocilado entre tantas sébanas de hilo, de haber degollado a tantos mayorales, ya no habria modo de contenerlos. Monsieur Blanchelande estaba por el exterminio total y absoluto de los esclavos, asi como de los negros y mulatos libres. Todo el que tuviera sangre africana en las venas, asi fuese cuarterdn, tercerén, mameluco, gtifo o marabi, debia ser pasado por las armas. Y es que no habia que dejarse engaiiar por los gritos de admiracién lanzados por los esclavos, cuando se encendian, en Pascuas, Jas luminarias de Nacimientos. Bien lo habia dicho el padre Labat, luego de su primer viaje a estas islas: los negros se comportaban como los filisteos, adorando a Dogon dentro del Arca. El gobernador pronuncié entonces una palabra a la que Mon: Lenormand de Mezy no habia prestado, hasta entonees, la ‘menor atencidn: el Vaudoux. Ahora recordaba que, afios atras, aque! rubicundo y ‘voluptuoso abogado del Cabo que era Moreau de Saint Mery habia recogido algunos datos sobre las practicas salvajes de los hechiceros de las montafias, apuntando que algunos negros eran ofididlatras, Este hecho, al volver a su memoria, lo llené de zozobra haci¢ndole comprender que un tunbor podia siynificar, en cierlus casus, algo unis que una piel de chivo tensa sobre un tronco ahuecado. Los esclavos tenian pues, una religion secreta que los alentaba y solidarizaba en sus rebeldias. A lo mejor durante afios y afios habian observado las practicas de esa religién en sus mismas narices, habkindose con los tambores de calendas, sin que él lo sospechara. {Pero acaso una persona culta podia haberse preocupado por las salvajes creencias de gentes que adoraban una serpiente? . Hondamente deprimido por el pesimismo del gobernador, Monsieur Lenormand de Mezy anduvo sin rumbo, hasta el anochecer en las calles de la ciudad. Contemplé Jlargamente la cabeza de Bouckman, escupiéndola de insultos hasta aburrise de repetir las mismas groserfas. Estuvo un rato en la casa de la gruesa Louison, cuyas muchachas, cefiidas de muselina blanca, se abanicaban los senos desnudos en un patio Ileno de ‘malangas puestas en tiestos. Pero reinaba en todas partes Una mala atmésfera. Por ello, se dirigid a la calle de los Espafioles, con el énimo de beber en la hosteria de La Corona Al ver la casa cerrada, recordé que cl cocincro Henri Christophe habia dejado el negocio, poco tiempo antes, para vestir el uniforme de artillero colonial. Desde que se habia evado la corona de latén dorado que por tanto tiempo fuera la ensefia del figén, no http//:amauta.lahaine.org 2

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