Roberto tiene treinta años. Desde hace diez años ha estado en trabajos extraños,
incluyendo animador de centro vacacional, instructor de sky y de salto. Ha viajado mucho,
ha tenido muchos romances y ha buscado con pasión realizar uno de sus sueños de
juventud. Roberto quería ser piloto. Para conseguir este objetivo estudió mucho, adquirió
licencias de piloto, se fue a vivir a diferentes países, gastó mucho dinero. Sin embargo
hasta hoy día, a pesar de haber completado su entrenamiento, y a pesar de haber recibido
promesas y garantías de varias compañías, todavía no tiene un trabajo. Esto, en su
opinión, es lo que lo ha llevado a buscar ayuda. De hecho, siente que su vida no tiene
sentido, que no lo motiva nada y que es incapaz de tomar la iniciativa en lo que sea,
incluso en las cosas simples. Se queda encerrado todo el día en su casa.
Sara tiene veintitrés años y trabaja en un bar. Cuando Roberto la vio por primera vez
quedó pasmado con su belleza física: sus ojos verdes, su linda figura, su pelo rubio – un
conjunto de características que calzaban con su imaginación. Sólo la había visto un poco y
ya se había enamorado.
Desde esa noche sólo le preocupaba como volver a verla. Trató de conocer a gente que la
conociera a ella, se acercó a sus amigos, habló con el dueño de la discoteca para obtener
información de ella, regresó al lugar para verla – hasta que se las arregló para preparar
una cena a la que la invitó con amigos en común. Tal como la película que Roberto se
había construido en su imaginación, desde esa noche los encuentros se volvieron más
frecuentes e intensos. Sin embargo, algo pasa que desmorona las expectativas de
Roberto. Mientras los dos se iban involucrando más, Roberto empieza a experimentar un
creciente sentido de ansiedad y malestar; encuentra es que incapaz de hablarle de su vida,
y siente que ella no está cerca de él. Quizá es la diferencia de edad, a lo mejor es porque
están en periodos distintos de madurez, o probablemente es porque tienen diferente
sensibilidad. Esta distancia, que es un signo de que la intimidad entre los dos es imposible,
acaba con sus esperanzas. El cuerpo que lo atraía como un imán no posee las cualidades
que el desea en una mujer. A pesar de esto, la invita a que vivan juntos.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Después de todo, a pesar de la distancia entre ellas, ella es hermosa, atenta a sus
necesidades, rápida para leerle el pensamiento y anticiparse a sus deseos. Y lo que es más,
él que ya no tiene la fuerza para vivir solo, callado en su pieza, en una dolorosa condición
de total pérdida de significado, que es lo que experimenta a diario.
Desde que conoció a Sara, esos días destruidos por el vacío han desaparecido. Sara se las
arregló para mantenerlo lejos del precipicio de la soledad buscándolo constantemente
para salir. Este es el efecto más importante que la chica le ha provocado en su vida, y es la
razón por la que le ha pedido que vivan juntos.
Cuando Sara entró al mundo de Roberto, él ya había sido un “hombre a control remoto”
por años, un hombre que gastaba sus días haciendo zapping en la televisión, jugando
PlayStation o estando en el computador. Así, para Sara, irse a vivir con Roberto significaba
subirse a este balancín, moviéndose de una escena a otra, cambiando según sus
expectativas, pero al mismo tiempo camuflándose a sí misma en la vida diaria de Roberto.
El único intervalo entre el cambio de escenas era un rápido viaje a los centros comerciales
para perderse entre la multitud, para comprar algún objeto inservible… y así, día tras día.
Después de unos pocos meses ella dejó el trabajo en la discoteca. Cada segundo del día de
su vida era absorbido por Roberto y llegó a ser indistinguible respecto de él; mientras que
Roberto navegaba a través de sus espacios tecnológicos ella se concentraba en él,
eliminando cualquier posibilidad de vacío que pudiera ocurrir.
Gradualmente, incluso esos escapes al centro comercial se volvieron más raros, como la
relación sexual; ella se volvió ceniza, él la observó desvaneciéndose. Esto fue un año
después que la relación empezó.
De repente ella se volvió menos atenta, “menos devota”, en sus propias palabras. En otras
palabras, Sara comenzó a vivir sin estar exclusivamente sintonizada a la vida de Roberto.
Uno de sus antiguos amigos apareció, luego ella tímidamente salió por primera vez, casi
como sintiéndose culpable de cometer un crimen, saliendo a comer pizza, luego al cine, a
la discoteca… entonces sus ausencias se hicieron más frecuentes. Ella se vuelve menos
considerada y cuando sale, él la observa salir, preocupado, temeroso de perderla,
aterrorizado de que ella se vaya. El vacío reaparece en el horizonte.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Roberto cae en el abismo. “No quería existir más, no podía sentirme más”. Su sentido de
identidad se disolvía en el aire. Por primera vez en su vida, se da cuenta de lo importante
que era Sara en su vida: “Ella era mi espejo así que mientras ella estaba, yo también lo
estaba, entonces se fue y de repente yo no existía más”. Él desaparece, se vuelve nada.
¿Cuál es el origen de este displacer doloroso, de este desaparecer hasta la nada, de ser
absorbido por el vacío? ¿Qué estructuras subyacen a la ordinaria y extraordinaria
experiencia del Self? ¿Cuál es el origen del tan llamado sentido de Self?
La mayoría de la gente pudiera darnos probablemente una respuesta intuitiva para esta
pregunta. En el fondo, el sentido del Self corresponde a esa experiencia de propiedad e
impenetrabilidad de los propios pensamientos, de los propios diálogos internos, de los
propios estados afectivos, que muchos – pero no todos – de nosotros tenemos desde
niños. Esta “soledad mental” es mantenida por una base constitutiva de nuestro sentido
de unicidad personal, de identificación y de demarcación de los demás. Es tal vez esa
misma soledad que Descartes tuvo en mente cuando redefinió los conceptos de sujeto y
subjetividad.
Últimamente, ser uno mismo significa que la facultad de conocer yace dentro del sujeto,
en su cabeza, y el sujeto tiene tal estatus a fuerza de estar encerrado dentro de sí mismo,
separado y distinto del mundo y de los demás.
¿No nos dice el sentido común la misma cosa? ¿No es verdad cuando decimos “qué está
pasando en tu interior” para expresar sorpresa o desaprobación de una conducta
inesperada o bizarra? Y de nuevo, ¿no nos dice el sentido común que la conducta extraña
se señala haciendo un gesto con el dedo hacia la propia cabeza?
“Por qué la Mente está en la Cabeza” es el título de una de las lecturas enviadas al
Simposio de Hixon en 1951, un hito en la historia de la cibernética (McCulloch, 1965);
medio siglo después la neurociencia moderna sin duda no ha rechazado la idea de
localizar la mente en la cabeza (Amodio y Frith, 2006).
Pero el caso de Roberto nos presenta un extraño dilema. Roberto pierde su sentido de
Self, desaparece como persona, cuando Sara lo abandona. Él de esta manera posee un
sentido discontinuo de Self, el cual se vuelve existencia sólo a través de la presencia de
otro y que desaparece cuando ese otro desaparece. Estar solo “en la propia cabeza”,
dialogar con uno mismo sin otro, corresponden a la falta de significado, a la disolución del
sentido del Self. Naturalmente, cuando tratamos con experiencias de esta naturaleza, un
coro de voces se elevan desde aquellos que cuestionan la cierta existencia del Self
entendido como un self guardado en el individuo, lo que la modernidad ha reconocido
como un sujeto.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Una de las voces más autorizadas en este coro es la de Ken Gergen (1999), quien hace la
siguiente pregunta: “¿Podemos reinscribir de manera convincente lo que es una persona
de modo que nos movamos de una premisa individual hacia una relacional?” De esta
manera un nuevo tópico aparece en la psicología moderna: el Self como Relación. Una de
las piedras fundantes de la manera moderna de conceptualizar al Self, estando encerrado
dentro de los confines de la propia esfera mental, se destruye. De un solo golpe el golfo de
sentido entre el sujeto y la realidad es superado. El Self como un señor solitario y maestro
de las cogitationes (meditaciones) se vuelve público co-constructor de significado; su
dimensión constitutiva es social, como los discursos por medio de los cuales emerge: Self
distribuidos socialmente, animados por emociones construidas socialmente. Esta es la
postura de los constructivistas sociales.
La experiencia de Roberto, sin embargo, toca otro concepto central que ocupa a los
filósofos, neurocientíficos, sociólogos y literatos: el problema del sentido de unidad de la
experiencia humana. Esto es, la relación entre la multiplicidad de las acciones y pasiones
del individuo y la unidad del Self, o como James creía, la relación entre el Self como
conocido (Mi) y el Self que conoce (Yo).
Cuando Roberto pasa del chat al PlayStation, de las películas a los centros comerciales, de
la discoteca a la compra compulsiva; cuando, entre los intervalos de los diferentes
contextos, él se pierde en un vacío sin significado, cuando se percibe a sí mismo
solamente en sintonía con una fuente externa de referencia, el modo en que Roberto se
percibe a sí mismo no aparece como algo atribuible al sentido de unidad que se conoce a
sí mismo (que es consiente de sí mismo) como la base de sus propias acciones. Es difícil
entender una experiencia de Self de esta naturaleza a la luz del tipo de subjetividad que el
pensamiento moderno concibe como lo que queda idéntico a pesar de las amplias
variaciones de la conducta.
La incapacidad para tomar en cuenta el modo de experimentar la vida que tiene Roberto
está relacionada a las muchas características que definen al Self como ha sido concebido
por la modernidad: la privacidad del Self incluso para sí mismo, la unidad de la
multiplicidad de experiencias y la continuidad del sentido del Self.
Estos aspectos, que son constitutivos del Self moderno, también corresponden a lo que
dice el sentido común acerca de la experiencia en primera persona. Cuando uno piensa en
uno mismo, quién no diría que es correcto decir que sus pensamientos son privados
(privacidad), que se siente siempre él mismo en las diferentes situaciones con las que se
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
encuentra a diario (unidad) y que siente que sus experiencias están unidas por un sentido
ininterrumpido de ser él mismo (continuidad)?
Roberto, por el contrario, no experimenta su propio Self como algo estable en el tiempo.
Él podría decir que no tiene un sentido de unidad, una imagen estable de sí mismo, sino
que de hecho tiene muchas, todas diferentes. Él diría que no está seguro si está pensando
o actuando de un cierto modo para agradar a la otra persona o si realmente cree lo que
está diciendo o haciendo; estaría con la duda en ambas cosas, la autoridad de sus estados
y de la privacidad de éstos. Él admitiría que puede sentir y pensar las cosas que son todo
lo opuesto respecto de las situación actual, sin esas diferentes experiencias de Self
estando conectadas una de la otra de manera coherente.
Nuestras preguntas empiezan aquí, desde la práctica clínica con la gente. Aunque estas
preguntas obviamente se viertan en dominios científicos contiguos en la búsqueda de
comparaciones, contaminaciones, intercambios dialógicos, están sin embargo puestas
desde un punto de vista psiquiátrico y terapéutico: o sea, el punto de partida es la
investigación de las historia de la gente y el objetivo final es hacerles terapia.
El primer paso será analizar los orígenes de las tres características del Self moderno y
mostrar por qué estos orígenes continúan constituyendo la base del modo en que hoy
concebimos al Self. Para entregar un panorama general de este primer paso,
describiremos un breve episodio del concepto kantiano de Self, mostrando que su marco
conceptual está presente en la teoría de sistemas, las neurociencias, en la mayoría de las
ramas de la psicología contemporánea y de la psiquiatría. En particular, analizaré la
perspectiva tomada por los sistemas no lineales, la que el enfoque de Cloninger al estudio
de la personalidad, y luego pasaré a revisar los sistemas cerrados adoptados por los
constructivistas, concentrándome principalmente en la psicología del Self. El elemento
que estas diferentes perspectivas tienen en común, desde Kant hasta los sistemas no
lineales, pasando por los sistemas cerrados, es el mismo modo de conceptualizar al Self:
entendido como una cosa: en Kant como una sustancia – una vez más la res cogitans de
Descartes; en los cibernéticos como un objeto computacional.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Pero el Self no puede ser explicado como si fuera un objeto con propiedades, como por
ejemplo el peso de un bolso. Por el contrario, aparece a través de posibles modos de ser.
Uno se siente así o de otra manera en una situación u otra. Adoptar esta visión, que pone
la experiencia del ser mismo en el centro, con todo lo que implica, significa una nueva
pregunta: qué pasaría si consideramos al Self no como una cosa, sino como un “quien”.
La segunda parte del capítulo intenta responder esta pregunta. Una seria revisión de este
tema implica que el punto de partida es el darse cuenta que el único fenómeno real, de
carne y hueso al que tenemos acceso cuando estudiamos al Self es la experiencia que cada
uno tiene de estar viviendo en el presente. Los que distingue la propia experiencia de ser
uno mismo es cómo se siente uno ahora, en cada momento. Si este hecho, este
fenómeno, constituye nuestro punto de partida, ¿cómo podemos darle sentido a esos
rasgos fundamentales que caracterizan al Self moderno y al Self del sentido común:
continuidad, unidad y privacidad? El desarrollo de estos tópicos involucra un escrutinio a
la fenomenología de Heidegger, sobre toda la fenomenología de sus primeros años, desde
1919 a 1929. Nuestra meta es descubrir si la naturaleza de la ipseidad que podemos
derivar de la filosofía de Heidegger nos permitirá comprender el dilema que nos pone
Roberto.
Kant (1977, 1980) une estas dos polaridades creando una unidad. Concebía al primero, al
Self como un sujeto, como invariable y como el campo unificador de este último, el Self
como objeto, que era cambiante. La relación entre estas dos polaridades del Self puede
ser comparada, desde un punto de vista lógico-gramatical, a la relación entre el sujeto y el
predicado. El sujeto puede ser visto como la base que unifica todos sus predicados. Por
ejemplo, podríamos afirmar que Roberto es inteligente, deportivo y esforzado. Podríamos
decir, usando diferentes palabras, que el Self único e invariable consiste en la combinación
de las múltiples experiencias cambiantes a una unidad. Kant llamó a esta unidad el “Yo-
pienso”.
Lo que esto significa es que incluso durante la experiencia más simple posible, por
ejemplo mi percepción de la página que estoy escribiendo en la pantalla del computador,
no sólo comprendo el contenido de lo que estoy percibiendo mientras escribo (el Self
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
como objeto), sino que “pienso”, me aprehendo a mi mismo con lo que se percibe (el Self
como sujeto). La subjetividad, entendida como auto-conciencia, yace en esta propiedad: a
saber, en la combinación que unifica todas las experiencias por sí solas. Es decir, el sujeto
es consciente de su propia experiencia en las miles de acciones que realiza en el curso de
su existencia diaria. Este sujeto es así consciente de él mismo en la medida en que se
percibe como que constituye el fundamento, la base unificadora en la que sus múltiples
actos se combinan – siguiendo los determinantes de las categorías.
Con respecto a la relación entre el Yo de la conciencia (el Self como sujeto) y experimentar
el Yo (el Self como objeto), Kant dice lo siguiente:
Este ser un Yo, que es idéntico para cada sujeto vivo, es por lo tanto lo que queda cuando
el Yo (el Self como sujeto) es despojado de todos sus determinantes (el Self como objeto).
Si le sacamos a Roberto su inteligencia, su pasión por el deporte, lo que queda es Roberto
como una cosa pensante, una res cogitans. Esto quiere decir que cuando removemos
todos los predicados del sujeto, cuando purificamos la unidad de su multiplicidad, lo que
queda es el puro Yo. Pero mientras la multiplicidad de las propias experiencias puede
estar determinadas por el Yo pienso, este último no puede ser determinado de ninguna
manera: queda irreconocible. Una asimetría tal en el corazón de la identidad es la aporía
que esta mirada de el Self nos deja, una mirada que va desde la cibernética, incluso sin
constituir un tópico en ese dominio, hasta la psiquiatría, la psicología cognitiva y el
constructivismo.
Sistemas no lineales
Por lo tanto, partiendo (a) desde el estado de actividad o inactividad de cada neurona que
corresponde respectivamente a los valores lógicos de verdadero o falso (0 o 1), (b) de sus
conexiones – de modo que si dos neuronas tienden a estar activas juntas, conectarse es
facilitado, mientras que el estado opuesto inhibe cualquier conexión (la regla que gobierna
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
el cambio es una [Boolean] función de dos argumentos [tales como ‘y’ ‘o’] – Varela et al.,
1991), obtenemos (c) el cerebro es comparable a una máquina que opera por deducción.
La postura filosófica de McCulloch es audaz. Él ofrece una visión del cerebro como una
máquina lógico-matemática encarnada, suministrando así las bases neuroanatómicas y
neuropsicológicas de un juicio sintético a-priori (Dupuy, 1985), es decir, de un
conocimiento que, desde la mirada de Kant, poseemos a-priori y conforme a lo que cada
determinante, cada definición de la experiencia deba ser. Como es bien sabido, en
filosofía la tan llamada revolución Copernicana se funda en los juicios sintéticos a-priori.
Partiendo de la segunda mitad de los 70’s, a lo largo del camino inaugurado por McCulloch
se ha desarrollado una nueva perspectiva en relación al asunto de la cognición: el punto
de vista de los sistemas auto-organizados. Del comportamiento de una sola neurona, la
atención se movió al análisis de la coherencia de el sistema como un todo, es decir, a la
investigación de esas estructuras globales que emergen como resultado de la cooperación
que existe entre todas las unidades que consituyen el sistema. Es la conectividad del
sistema lo que importa. Esto explica el origen del nombre (neo)conexionismo que
caracterizó esta rama de investigación, especialmente en sus primeras etapas.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Esta nueva aproximación al estudio del sistema presenta una dimensión tanto sincrónica
como diacrónica. Si, desde la perspectiva del tiempo real, la conducta del sistema aparece
como resultado de las dinámicas globales del sistema al interior del contexto en el cual
actúa, desde el punto de vista de la duración, la emergencia de nuevas estructuras se
consolida por la tendencia de los componentes del sistema de activarse a sí mismos de
una manera coherente. La conectividad del sistema es así indivisible de la historia de sus
transformaciones. La posición que ocupaba el “Yo pienso” en Kant, entendida como el
enlace que unificaba la amplia variedad de conductas exhibidas por el sistema (de
acuerdo a las categorías), es tomada por el mecanismo de ordenación.
Cloninger y sus colegas creen que la personalidad es un complejo sistema que evoluciona
con el paso del tiempo y que es una combinación de dos elementos constitutivos:
temperamento y carácter. Estas dos dimensiones constitutivas dan origen a las respectivas
diferenciaciones de cuatro rasgos temperamentales y tres rasgos de carácter, los que
pueden ser especificados objetivamente y que pueden combinarse de manera dinámica.
Este enfoque entrega una “tabla de elementos” permitiendo la construcción de una
tipología de la personalidad y su psicopatología.
Los cuatro rasgos del temperamento (“evitación del daño”, “búsqueda de novedad”,
“dependiente de recompensa” y “Persistencia”), correlacionan con cuatro sistemas
neuronales que influyen patrones de estímulo-respuesta y que están asociados con cuatro
diferentes perfiles psicobiológicos. Cada rasgo está hecho de componentes específicos,
llamados “facetas”, los que refieren a una predisposición emocional del individuo, es
decir, a las diferencias heredadas que subyacen a las propias respuestas automáticas ante
el peligro, la novedad y los tipos de recompensa. Cada rasgo podría heredarse
independientemente de los otros rasgos, pero no de tal manera como para ser
mutualmente exclusivo. Por lo tanto, todas las combinaciones son posibles.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
¿Cómo funciona el sistema? El mecanismo está formado por dos clases, temperamento y
carácter, cuyas dimensiones – los rasgos – actúan en sinergia, estructurando y
fortaleciendo sus conexiones. Sin embargo, cuando operan de manera independiente,
reducen y debilitan las conexiones. Dadas estas premisas, el desarrollo de la personalidad
podría ser visto como un sistema dinámico que, partiendo desde la configuración inicial
del temperamento, procede a través de estados madurativos como una consecuencia de
una peculiar forma de cooperación entre los elementos que lo constituyen. El estado del
sistema podría ser visto momento a momento como una tendencia a gravitar alrededor
de las condiciones de la estabilidad dinámica – los atractores. Estos últimos corresponden
a estructuras particulares de las relaciones entre los rasgos de temperamento y los rasgos
del carácter en un contexto madurativo dado.
Lo que esto significa es que cada organismo “prefiere” un cierto mosaico de atractores,
una condición espacial coherente en torno al cual fluctúe y que lo caracterice. Esto se
aplica no solo a la normalidad, sino también a las condiciones patológicas. Por ejemplo, la
cronicidad y la dificultad para tratar el desorden de personalidad podría deberse al hecho
de que, una vez que la personalidad se ha estabilizado en una cierta configuración
dinámica, tiende a mantener esa estabilidad, incluso si no corresponde con la mejor
manera posible de adaptación para ese individuo.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
¿Cómo podemos entender la relación entre la unidad y la multiplicidad del Self que ve
Cloninger? Quizá la respuesta más clara yace en su definición de personalidad.
Cloninger y Svrakic (1999) emplean los términos de Gordon Allport (1937) para definir a la
personalidad como “la organización dinámica, dentro del individuo, de aquellos sistemas
psicofísicos que determinan su ajuste único al ambiente”. Y en el parágrafo que le sigue,
especifican que por organización dinámica ellos entienden “un sistema organizado (‘unitas
multiplex’) que continuamente está evolucionando y cambiando”, mientras que la
expresión que le pidieron prestada a Allport, “dentro del individuo”, significa que “le
personalidad es lo que yaca detrás de los actos específicos de un individuo”.
Esta definición se refleja en la aplicación que Marc D. Lewis hace de los principios de la
auto-organización en el desarrollo de sistemas dinámicos cognitivo-emocionales . Lewis
(Lewis, 2005) escribe: “los sistemas cognitivos analizados como sistemas dinámicos no
procesan información transducida desde el mundo exterior; ellos se reconfiguran para
responder a un flujo continuo de eventos sensoriales”.
Pero ¿por qué deberíamos sorprendernos que esos aspectos de la concepción kantiana de
la subjetividad constituyan la base para estas miradas? ¿Qué tuvo que ver Kant con los
sistemas dinámicos de auto-organización?
Heidegger una vez dijo que la cibernética es la metafísica de la era atómica. ¿Qué significa
esto? ¿Pueden las palabras de Heidegger indicar una dirección, o son simplemente
condenaciones al conocimiento técnico hechas por un filósofo cuya frontera fue
Freburgo?
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Quizá la pista más significativa para comprender a cabalidad lo que Dupuy llamó el
anatema Heideggeriano sea su notable estudio de la primera etapa de la cibernética que
le dio Lettvin, uno de los colaboradores de McCulloch. Hablando del desarrollo intelectual
de MacCulloch, él escribe: “Se propuso a sí mismo descubrir cómo funciona el cerebro de
la misma manera que un inventor conoce exactamente cada pieza de la máquina que ha
creado. La clave para tal conocimiento está, no en la observación, sino en la construcción
de modelos que sean comparados con los datos disponibles… Y McCulloch prefirió correr
el riesgo de fallar en sus intentos de crear un cerebro, más que tener éxito en elaborar
una descripción mejorada de los cerebros existentes” (Dupuy, 1985).
Los cibernéticos como el Demiurgo de Platón. Como el artesano que, dice el Timaeus,
impone una forma pre-existente a un material que aún no tiene forma.
Esta perspectiva también nos ofrece una mejor comprensión de la mirada kantiana de la
subjetividad. El único e invariable Self es ese que ha sido creado como cosa (como un
envase), un res cogitans para ser precisos, que está a la base, que conecta, que es el
sujeto de todas las determinaciones posibles. Con Kant, por primera vez la cosa pensante
se convierte en ese “Yo” que, estando en posesión de la multiplicidad de sus
determinaciones, es el conocimiento de su propia identidad. Pensando o percibiendo,
actuando o sufriendo, juzgando o amando – es decir, la multiplicidad de sus
determinaciones – la cosa pensante, el “Yo pienso”, se comprende a sí mismo; es
consciente de su propio Self, es auto-consciente, ya que se está ahí para sí mismo. Sin
embargo, en realidad, partir del tema de la subjetividad no constituye un paso adelante
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
fundamental ya que la diferencia ontológica entre el modo de ser del sujeto, que se
entiende a sí mismo a través del vivir, y el modo de presencia a la mano del objeto nunca
se aclaró (Heidegger, 1988).
Una segundo enfoque que puede ser identificado dentro del dominio del estudio de la
auto-organización constituye el origen del constructivismo radical. El postulado básico de
esta perspectiva es “El sistema nervioso está organizacionalmente cerrado” (Riegler,
2003).
La clausura operacional, por otra parte, refiere a ese mecanismo que, como resultado de
su funcionamiento, permite la generación de una variedad de transformaciones internas.
El sistema nervioso entonces aparece como una red cerrada de neuronas que interactúan
donde cualquier cambio en el estado de relativa actividad de un conjunto de neuronas
lleva al cambio en el estado de relativa actividad de otra, o del mismo, conjunto de
neuronas (Riegler, 2003).
Un sistema organizado así tiene su propia coherencia interna cuyas características son
distintas y relativamente independientes del ambiente. La coherencia interna del sistema
define un sistema autónomo en cuanto constituye un todo, mientras la complejidad del
sistema se manifiesta en la configuración del paisaje de sus posibles conductas.
Por esto Varela dice que “las transformaciones internas son el hilo principal que nos
permiten comprender la dinámica del sistema; el acoplamiento (de las dos series
independientes de eventos – aquellos que tienen lugar en el sistema y los que ocurren en
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Extender la interpretación biológica para incluir las relaciones con el ambiente trae a la
psicología al centro de la atención; y, de manera general, a la cognición. Un acto cognitivo
se define entonces como la acción actual cometida por un organismo vivo en su ambiente
y sólo puede ser explicada recurriendo a la organización dinámica del sistema. Ser un Self
implica la mantención de la organización del sistema a través de continuos cambios
estructurales acompañados de perturbaciones originadas en el ambiente en que se vive.
De esta manera, todo lo que ocurre es llevado adelante por los organismos vivos en su
praxis del vivir.
En realidad, este aporismo sólo puede ser entendido en su cabalidad si uno recuerda la
otra maniobra que acompaña el énfasis sobre la ontología biológica del observador, una
maniobra cuyo sabor y terminología son explícitamente fenomenológicos: poniendo la
objetividad entre paréntesis. Consiste en suspender todo postulado con respecto a la
experiencia de las cosas y del mundo (en cuanto refieran a la dinámica interna del
sistema), dejando la propia conciencia pura (la organización de operaciones), que es muy
similar a lo que queda cuando uno suspende la experiencia real. Esta, por así decirlo,
conciencia residual es por lo tanto el origen de toda propuesta de ser, de los objetos, de
los cisnes, las plantas o las personas. En esto, el mundo se define por medio de las
invariantes pertenecientes a las operaciones internas del organismo. Es el lugar de la
biología del conocimiento.
El aspecto más llamativo de este modo de concebir a los sistemas auto-organizados es sin
duda la clausura organizacional. Este mecanismo establece una distinción absoluta entre
la esfera de la experiencia vivida, de las dinámicas del cambio, lo que necesariamente está
acoplado a la conservación de la organización – lo que Guidano (1991) identifica con el
significado personal – y el mundo externo.
El dominio del significado personal es una unidad coherente cerrada para cualquier
información que pueda venir desde el mundo exterior. Entonces, la pregunta que
debemos hacer es: ¿Cómo está constituida la esfera de significado personal?
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Esta polaridad interdependiente es la columna vertebral del modelo de Self producido por
Guidano, quien ha sido uno de los más importantes representantes del constructivismo
(Guidano, 1987, 1991). En su trabajo, Guidano refiere que esta polaridad corresponde al
proceso circular de la mutua regulación entre la experiencia inmediata de uno mismo (el
Yo que actúa y experimenta) y el sentido más abstracto y explícito del Self que emerge
como resultado de la auto-referencia de la experiencia que se tiene (el Mi observador y
evaluador). Guidano combina así las perspectivas de Maturana y de James.
Al nivel del SNC, lo que observador puede ver son cambios en las relaciones de actividades
entre neuronas mientras interactúan, determinando cambios en las propiedades de los
componentes de la red neuronal, las que a su vez llevan a cabo los cambios en las
relaciones de actividades. Traduzcamos esto a un ejemplo: desde el punto de vista de la
actividad sensorio-motora, una perturbación ambiental X (por ejemplo, la mano que se
acerca a una fuente de calor) estimula cambios estructurales en la superficie sensorial. Ya
que estos sensores son parte de una red neuronal, los cambios estructurales en la
superficie sensorial gatillan cambios estructurales en los efectores, cambiando las
relaciones de actividades entre los componentes del sistema. (Para el observador, tales
cambios en la dinámica interna de la red parecen tener la forma de cambios de postura,
tales como sacar la mano) A su vez, los cambios en los efectores gatillan cambios en las
relaciones de actividades entre los elementos del sistema, determinando así cambios
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Cuando algo que está afuera del sistema entra en contacto con el sistema, la única
reacción que puede causar es la de perturbar la dinámica del sistema. Como
consecuencia, dentro de esta dimensión definida a través de la circularidad recursiva, un
objeto real sólo puede surgir como una perturbación de la dinámica del sistema. Como
tales, y a diferencia del input, una perturbación no puede especificar la manera en la que
una transformación dada del sistema mismo pueda llevarse a cabo – la transformación
sólo puede ser determinada por la organización global del sistema.
Este enfoque es especialmente evidente en una psicología del Self, como la que defendió
Guidano, que no ha pasado de moda en el dominio del constructivismo y la que le asigna a
estos conceptos el rol de los presupuestos fundantes para la práctica clínica. A la base de
estos conceptos Guidano ha identificado cuatro tipos invariantes de organización del Self
entendido como la coherencia interna del sistema. Llamó a estos tipos Organizaciones de
Significado Personal. También trazó sus orígenes en el desarrollo de un igual número de
formas de apego. Estas corresponden a cuatro configuraciones básicas de operaciones
que ordenan la experiencia, para cuatro categorías unitarias para la organización de los
actos y las reflexiones de esos actos, los que están estructurados, según Guidano, por
diferentes vías del desarrollo.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Él escribe (Guidano, 1991): “una organización de significado personal tiene que ser
interpretada como un proceso ordenador unitario en el cual la continuidad y la coherencia
interna son buscadas en lo específico de las propiedades formales y estructurales de su
procesamiento del conocimiento (flexibilidad, generatividad y nivel de abstracción)… Esto
lleva a la adopción de una metodología orientada a procesos de sistemas que puede
identificar las reglas sintácticas profundas (“Yo”) capaces de generar un rango coherente
de superficie, representaciones semánticas (“Mi”) según una interacción que siempre
cambiante con el mundo”.
El terapeuta emplea este modelo para buscar principios que los pacientes usen para
ordenar su experiencia. Tales principios – que quedan constantes a lo largo de la vida del
paciente – le permiten al paciente reconocer y apreciar de manera consistente su
experiencia como unitaria y continua en el tiempo. Este análisis, que está guiado por los
cuatro principios organizativos y por los modos en que se combinan, toma forma a través
del intento del terapeuta de “limpiar” las experiencias del paciente de todos esos
elementos que son extraños a las invariantes organizativas hipotetizadas por el terapeuta
como constitutivas de la estructura organizativa del paciente, con el fin de confirmar la
hipótesis del terapeuta.
Una de las técnicas que Guidano desarrolló, la tan llamada técnica de la “moviola”
consistía en interrumpir el flujo de conciencia, poniendo la experiencia en el foco,
amplificándola y repasándola otra vez con el fin de alcanzar el significado atribuido por el
paciente a lo que él había visto o hecho, y yendo despacio de atrás hacia adelante para
extrapolar los principios ordenadores de la experiencia.
El aspecto más interesante de este enfoque, y uno de los que llegó a ser incluso más
obvios en el curso de la práctica clínica, es que poniendo la experiencia entre paréntesis y
por lo tanto extendiéndose en la perspectiva de la dinámica interna del sistema y de la
coherencia del sistema, la experiencia real es tomada como correspondiendo a la
configuración de los procesos internos del organismo. Como en Kant, el único e invariable
Self consiste en la conexión de las múltiples experiencias cambiantes en una unidad.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
¿Qué significa que “la identidad le convierta en un retrato”? Vamos a revisar esta
pregunta, analizando la historia que estamos usando como prueba para nuestra
investigación del Self.
Como hemos recalcado antes, el modelo producido por Cloninger y sus colegas habría
identificado tal unidad y multiplicidad al relacionar la experiencia real de Roberto como la
combinación de sus características (temperamento y carácter) lo que habría definido, al
momento dado x, la dinámica del sistema en su paisaje de estados. Cuando Roberto pidió
nuestra ayuda, podríamos haberlo analizado tomando en cuenta una combinación de
características; podríamos haber evaluado las disposiciones altas o bajas de cada rasgo de
temperamento en combinación con los puntajes altos o bajos de sus dimensiones de
carácter en relación a su estilo de vida. En ese caso, habríamos examinado el mundo de
Roberto con una actitud neutral, tratando de identificar esas regularidades en el
fenómeno de las experiencias vitales de Roberto e la luz del modelo. Eso nos habría
permitido despejar las experiencias analizadas de las experiencias personales residuales,
esas foráneas a la organización estructural de la personalidad, y, por consiguiente,
formular un diagnóstico. Esta es la perspectiva sobre la que está fundada la ciencia
natural.
Las cosas son más complicadas desde el punto del vista de los sistemas cerrados. Desde
este perspectiva, la unidad aparece a través del fluir de la experiencia: la unidad misma es
la auto-organización de la multiplicidad de experiencias. La unidad es el proceso en sí
mismo. Esto corresponde al continuo cambio estructural que ocurre para mantener
estable la organización del organismo vivo. Combinando varios núcleos que son
constitutivos de sentido (patrones de apego, modos de organizar el dominio emocional, la
relación entre la experiencia inmediata y la imagen del Self, niveles de integración de las
diferentes formas de experiencia y así sucesivamente), es posible identificar diferentes
formas de organización del Self, el cual corresponde a las diferentes configuraciones
globales del fluir de la experiencia (cuatro formas de auto-organización y las
combinaciones que ocurren).
El terapeuta que adopta esta perspectiva para entender como Roberto organiza el
significado debe poner la actitud habitual de Roberto entre paréntesis y cambiar el foco
desde el qué de la experiencia al cómo de la experiencia. Este cambio de mirada, que
Guidano llama actitud internamente ligada, es el resultado de la reflexión sobre la
experiencia real del paciente y lleva a la identificación de los principios invariantes que
explican la experiencia que se analiza. El terapeuta y el paciente se ponen de acuerdo en
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
el marco de sentido (por así decir), el cual deriva del haber reflexionado analíticamente
sobre la experiencia concreta del paciente. Es decir, terapeuta y paciente identifican las
regularidades, partiendo del modo con que el paciente le atribuye significado a su
experiencia.
Pero ¿Ha sido este retrato la solución para el caso de Roberto, o simplemente ha
construido una cierta conexión entre los invariantes, una especie de ADN psíquico, sin
hacernos dar un solo paso hacia adelante en la búsqueda de una solución? Y si esto último
fuera el caso, ¿Qué dirección deberíamos tomar? ¿Podría la singularidad de la experiencia,
ese encuentro con la realidad externa, no constituir la clave del problema?
Antes de abordar estos temas de manera seria, primero debemos analizar brevemente un
problema que está muy relacionado con la multiplicidad y la unidad: la continuidad – el
hecho de que la multiplicidad de experiencias y la variedad de nuestras experiencias
tomen forma a lo largo del tiempo.
Desde este punto de vista, ser un Self parece implicar una continuidad de sentido, una
permanencia del Self que cruza la experiencia pasada, presente y futura. Los diseños de
los sistemas no lineales y de los sistemas cerrados ofrecen dos soluciones para el
problema. Ambas soluciones están basadas en el mismo principio explicativo: la auto-
organización.
En el casi de los sistemas no lineales, la conectividad está gobernada por ambas reglas,
locales y globales. Esto quiere decir, que es el modo en que la conectividad se construye a
lo largo del tiempo lo que constituye el invariante que subyace a los cambios en el
sistema.
En el caso de los sistemas cerrados, lo que queda invariante en relación con los actuales
cambios es la organización del sistema entendida como la configuración de las relaciones
estáticas o dinámicas entre las partes que la componen.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Pero reducir la experiencia al flujo ¿no nos lleva a la pérdida de las características de la
experiencia? ¿No significa que todavía estamos viendo a la conciencia como una cosa que
existe por sí misma, como un objeto auto suficiente, mientras a su vez consideramos el
mundo como algo separado de ella por una fractura?
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En un artículo de gran interés titulado “El Sí Mismo”, Galen Strawson (1999) aborda el
tema de la continuidad del Self a lo largo del tiempo en relación al carácter. Al hacerlo,
introduce una diferencia: “Algunas personas viven profundamente de un modo narrativo…
Algunos simplemente van de una cosa a otra. Viven la vida de un modo deshonesto o
siguiendo la moda” (Strawson, 1999). Dos maneras diferentes de vivir la vida, de
experienciar, de imaginar y de contarse a sí mismo. No obstante, si examinamos estos dos
modos a la luz de la continuidad, entonces la segunda manera es defectuosa.
Esto quiere decir que debemos ser cautos cuando buscamos la continuidad del Self de un
modo narrativo, o en un retrato impersonal, como si la narración de una historia o la
estabilidad de una imagen fueran garantía de la continuidad del Self. Como si otorgar
significado a través de una historia cualquiera fuera suficiente para crear estabilidad.
Otra razón por la cual se deben tomar resguardos es que la narración relativa a la
construcción de una identidad personal se basa en, y trae al lenguaje, la propia
experiencia de estar en el mundo. La manera como la gente se narra a sí misma difiere; no
todas las historia exhiben continuidad y avanzan a través de las etapas de inicio, desarrollo
y final. Algunas historia consisten en variaciones de un solo tema, otras consisten en una
variedad de temas, mientras que otras incluso sólo consisten en variaciones sin un tema
(Arciero, 2006). ¿Por qué?
Aunque muchos crean que es suficiente contar una historia, o contársela a uno mismo,
para otorgarle sentido al Self o a los otros, hay que insistir en la mirada expresada por
MacIntyre (1981) de que las historia son vividas antes de ser contadas. Hacer un recuento
de la propia vida debería sacar a la luz “los documentos y monumentos”, las acciones
llevadas a cabo y los sentimientos experimentados durante esa vida, de otra manera el
acto de rememorar sería pura ficción. Por lo tanto, el problema no puede resolverse
simplemente al nivel de la historia de Self. En su lugar, se trata, primero que todo, de ser
uno mismo.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Algunas consideraciones de esta naturaleza nos llevan a tomar en serio a Zahavi (2003)
cuando propone hacer una distinción de términos para evitar una confusión innecesaria:
“Cuando estamos tratando con el self experiencial, deberíamos apegarnos al término
“self”, ya que estamos tratando exactamente con una forma primitiva de donarse a sí
mismo. Sin embargo, cuando estamos tratando con el modelo narrativo, sería mejor no
hablar de self, sino de una persona como construcción narrativa”. Zahavi identifica dos
dominios del fenómeno que aún no hemos encontrado, de los cuales uno, el Self
experiencial, es más primitivo que el otro -- la persona como narrada.
Así , antes de que podamos empezar a buscar la cura para la discontinuidad de Roberto, el
problema que nos pone la historia de Roberto es hacer que la ipseidad se manifieste:
mostrar ese Self experiencial que cada uno es antes de cualquier narración. Hacer este
fenómeno evidente significa contabilizar para los diferentes modos de experimentar
continuidad-discontinuidad, no al nivel de la narración, sino ya a un nivel pre-reflexivo; es
en su actuar y sentir que este fenómeno debe ser develado.
En vez de eso, tomar la experiencia fáctica no como un objeto de reflexión, sino como un
modo de ser uno mismo – esto es, como una manera de sentir que yo existo – tiene dos
consecuencias obvias. La primera tiene que ver con el Self regresando al mundo y la
segunda la pregunta por el “quién”. Trataremos estos dos asuntos separadamente.
Regresar al mundo
De hecho, si consideramos la experiencia actual de vivir, tal como, por ejemplo, sentir el
calor de esta tarde de verano mientras me siento en esta mesa a escribir este libro, esta
experiencia es mía propia, pero no es resultado de un Yo que primero reflexiona sobre
esta experiencia y luego dice que tiene calor. Es decir, esta experiencia que tiene un
significado incluso antes de un Yo, el centro de todos los significados, dice “tengo calor”
por haber reflexionado sobre la experiencia inmediata. Esta experiencia no constituye, sin
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
embargo, una excepción. Si pensamos por un momento en los muchos eventos que han
ocurrido durante el día – despertarse, desayunar, prepararse para salir, la jornada en la
oficina y así sucesivamente – la mayoría de esas experiencias se dieron sin alguna
necesidad del propio aparato cognitivo para que se ejecutaran.
Más que volver a reflexionar sobre sus propios actos, la conciencia del Self emerge en su
relación con el mundo. Nos encontramos a nosotros mismos, el Self es presente pasa sí
mismo, no en el espacio cerrado de una pieza interior iluminada por la introspección, sino
que haciendo lo que hacemos, sintiéndonos felices con lo que nos hace felices, pensando
lo que pensamos, amando a quienes amamos, percibiendo lo que percibimos. La
conciencia parece haber rotado a la existencia, encarnada en mi cuerpo, en sintonía con
una cierta emoción.
Algunos estudios han demostrado que empezando justo desde la infancia temprana,
percibir movimientos u objetos corresponde a una adquisición no conceptual, información
pre-lingüística sobre uno mismo (Bermudez, 1998). Este tipo de conciencia es la base para
los procesos tempranos de imitación con los que los niños ya son capaces unas pocas
horas después de nacer (Meltzoff y Moore, 1977, 1984). Gallagher y Meltzoff (1996)
estarían así en lo correcto cuando dicen que el niño humano ya viene equipado con un
mínimo Self que está encarnado, enactivo y ecológicamente sintonizado.
Este punto de vista, según el cual el “sujeto” significa lo que queda idéntico en toda la
multiplicidad de conductas, o el Yo que irradia actos intencionales, interpreta al ser del
sujeto como un hecho, como evidencia, como un dato, tal como el teléfono que está al
lado de mi computador. Esto es, por medio de las mismas categorías que usamos para
identificar las cosas.
Tal perspectiva no tematiza las diferentes modos de ser del sujeto que, sin embargo,
constituye nuestra singularidad. Deja esos modos de ser indeterminados e
indiferenciados, ya que, reclamamos, esta perspectiva no necesita caracterizarlos desde
una perspectiva ontológica. En realidad, se entiende el Self como si fuera una cosa. Se
entiende a Robert – regresando a nuestro ejemplo – como si fuera un sistema en el cual
los rasgos del carácter se combinan con los rasgos del temperamento hasta un cierto
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Si, sin embargo, al ser del sujeto no se le atribuyen propiedades de la forma en que un
producto es, sino que se le asignan maneras de ser, según la cual en cada ocasión por
separado la persona que experimenta el mundo se percibe a sí mismo, ya sea en esta o
aquella otra forma, entonces hay una diferencia ontológica entre ser una estrella, ser una
rosa, ser un mono y ser un hombre. La existencia de un hombre está por lo tanto
caracterizada por posibles maneras de ser, por modos de sentirse a sí mismos vivos: la
experiencia es mía, es siempre mi ser que está en juego con mis posibilidades de ser, con
mis planes, mis expectativas, con mis encuentros, mis opciones.
Responder a esta pregunta, sin embargo, también significa extender la investigación hacia
un Self que ya no está dado sino que está en construcción. Ya no es más una pregunta
para captar el Self por medio de un acto reflexivo, sino de la comprensión de cómo el ser
uno mismo está ahí para sí mismo, cómo es conciencia de Self en sus actividades
rutinarias, en su experiencia factual.
La pregunta entonces viene a ser ¿de dónde emerge esta presencia de uno mismo?, ¿cuál
es el origen de esta conciencia de Self si la reflexión ha sido desterrada, y con ella la
interioridad de la conciencia? La respuesta está en la existencia en sí misma.
Yo estoy presente para mi mismo mientras, en mi pereza, me doy vueltas en la cama antes
de levantarme, mientras, aún medio dormido, me lavo los dientes y abrocho mis zapatos,
o mientras camino rápidamente hasta la oficina. Y si existir fuera estar en el mundo por el
bien de las propias posibilidades, un alojamiento con las cosas de nuestro diario vivir, y si
la conciencia no fuera otra cosa que la apertura del hombre hacia el mundo, entonces la
conciencia no está encerrada (dentro de la cabeza) sino en el mundo.
La conciencia del Self implica entonces una relación más profunda, una relación primaria y
más original que es constitutiva y que hace posible la conciencia del Self: la relación con el
mundo, la relación con el otro. Esto significa que existiendo ya se es siempre en apertura,
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
en relación con algo, siendo con. Pero tal existencia también es estar al mismo tiempo
abierto hacia uno mismo, de vez en vez en cada ocasión.
“Nosotros, cuando sentimos, nos evaporamos; Ay, respiramos fuera y lejos; de brasa en
brasa expresando una débil esencia”.
Si el ser uno mismo se constituye en los itinerarios que cada uno de nosotros sigue en el
mundo cada día, en las acciones y pasiones de los cuales están hechos, esto es porque la
presencia a uno mismo abre, se revela a sí mismo reflejándose en cada evento desde el
mundo y desde los otros.
¿Qué queremos decir cuando decimos que la ipseidad es reflejo de las cosas? ¿Qué
reflexión estamos haciendo aquí? Al referirnos a la reflexión, ¿no hemos vuelto a caer en
la trampa de la interioridad personal, de relacionar los sujetos a sus actos, lo cual era el
origen de la conciencia del Self posicionada por el pensamiento moderno?
En palabras de Heidegger, “El self está ahí para el Dasein mismo sin la reflexión y sin la
percepción interna, antes de toda reflexión. La reflexión, en el sentido de una vuelta atrás
(Ruckwendung) es solamente un modo de auto-aprehensión, pero no de una auto-
revelación primaria. La manera en la cual el self se revela a sí mismo en el Dasein factual
nunca puede ser llamada una reflexión, exceptuando que no debamos tomar esta
expresión en el sentido de lo que comúnmente entendemos por ella – el ego vuelto hacia
atrás y mirándose a sí mismo – sino una interconexión (Zusammenhang) tal como si se
manifestara a un significado óptico del término ‘reflexión’. Reflejar quiere decir, en el
contexto óptico, quebrarse por algo, ser irradiado, mostrarse a sí mismo por el reflejo de
algo” (Heidegger, 1988).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El modo en el cual uno mismo está ahí para sí mismo, el modo fundamental en el cual está
abierto, es a través de refracción, a través de reflejarse uno mismo desde las cosas, tal
como un rayo de luz se refracta en la superficie que alcanza. La ipseidad se refleja a sí
misma desde las cosas como si ellas fueran un espejo, y al hacerlo, cada vez regresa a sí
misma, propia. Por medio de lo que nos ocupa y también de lo que nos preocupa, por
medio de lo que hacemos y con quienes nos encontramos, en cada día de la vida, la
ipseidad se descubre y se comprende a sí misma. En este sentido, la conciencia del Self
está fundamentada en la existencia factual, en la vida concreta, en la medida en que está
emocionalmente situada por medio de la relación con el mundo y con los otros de vez en
vez.
Esto cuenta para la afirmación de Heidegger (2001) que dice: “un estado de ánimo nos
asalta. No llega ni de ‘afuera’ ni de ‘adentro’, sino que surge de Estar-en-el-Mundo, como
una manera de estar siendo”. Un estado emocional no está clausurado en una
interioridad; es, por el contario, el modo de ser junto, de ser en el mundo; al mismo
tiempo es el modo en la cual estar aquí, la existencia, es mía.
Estas diferentes maneras de ser hacia las cosas señalan un igual número de modalidades
de la presencia de uno mismo, de la comprensión del Self.
1.9 Reflexión
El problema de la reflexión nos lleva a otro asunto: ¿Cómo puede uno reflexionarse a sí
mismo desde algo si uno no está ya allí por sí mismo antes de ese acto de reflexión
(Raffoul, 2004)?
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
con miedo, deseando, preocupados por algo, relacionados con algo, habiendo algo antes
de uno mismo, con la finalidad de algo.
Se puede decir que el ser mismo se excede a sí mismo, es “súper abundante”; de una u
otra manera, siempre está por delante de sí mismo, “adelantado” de algo que tengamos
que hacer, porque ya existe en un mundo, “ya ha nacido”. En su semestre de lectura del
invierno de 1922, Heidegger (2001) dice: “Me encuentro a mi mismo en el mundo, en eso
en lo que vivo y en lo que me compromete, en mis éxitos y en mis fracasos, en mi
ambiente, mi mundo circundante, en mi mundo compartido. Me encuentro por mi propio
sí mismo, pero en donde el sí mismo‘no está’ ahí por su condición de Sí Mismo, y donde el
‘desde mi propio sí mismo’ no está ni dado reflexivamente ni explícitamente colocado
dentro de esta reflexión”. Como sucede a menudo con Heidegger, es evidente que los
modos con que él utiliza el lenguaje y la singularidad de la experiencia que esos modos
evocan no nos es fácil entenderlo.
¿Qué significan estas enigmáticas palabras del filósofo? Siempre nos encontramos a
nosotros mismo entre las cosas y los otros como si fuéramos absorbidos por el mundo.
En el mundo, la ipseidad siempre está relacionada con las cosas y con los otros, y estas
relaciones determinan el modo en que uno actúa o se comporta de ciertas manera, de
acuerdo a ciertas tonalidades emocionales. Es precisamente a través de los diferentes
modos en los cuales se encuentra el mundo y los otros que la ipseidad revela lo que es
significativo y a la vez descubre su propio modo de ser. En este sentido, el Self “no está
reflexivamente presente”, no está presente para sí mismo a través de una reflexión
generada por un espacio interior. La reflexión brota “fuera de sí”, desde las cosas mismas.
Y este ser “fuera de sí” inmerso en un contexto de hombres y cosas que la reflexión
presupone como condición de posibilidad de retorno al Self (pero no como un Yo, que ya
está dado y que sale del Sí mismo con el fin de encontrarse con el mundo y los otros para
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
luego volver al Self). Podría decirse que en tener que ver con uno mismo (Verhalthen) está
situado en el contexto que “ya está dado”, por lo tanto familiar para nosotros, por medio
del encuentro con las cosas con las que tratamos en nuestra vida diaria. Esto es, antes de
cuidarme o preocuparme por una cosa u otra, yo ya presupongo un mundo que yo
primero ya doy por sentado, que yo no tomo en consideración, porque es obvio. Como
señala Zaner (1971), “pertenecer-al-mundo es habitarlo como un ser que ya está
familiarizado con el, con su curso y estilo típico, porque está encarnado en un cuerpo que
está ‘en su casa’ misma.
Por lo tanto, es precisamente porque uno mismo ya está siempre “afuera mismo”, abierto
al mundo y por ende, situado emocionalmente, que puede reflejarse a sí mismo desde las
cosas y desde allí regresar a sí mismo. Y es precisamente porque las cosas desde las cuales
uno se refleja a sí mismo refieren de vuelta al contexto, al mundo, que pueden reflejarlo a
uno mismo. En su último semestre en Marburgo, Heidegger regresó al sujeto, afirmando
que “El mundo es el libre anclaje por el bien del Dasein” (Heidegger, 2001). Cuando está
preocupado, apurado, en calma, por el bien de su propio ser, el mundo le provee o lo
proporciona un soporte para un posible juego de oportunidades.
1.10 Meaning
No una sola cosa por sí sola, sino que un entrelazado de cosas con cuales significados está
repleta la praxis de la vida que son complejos por una serie de referencias específicas. No
una significatividad conectada a datos en bruto, conectada a una identidad de objeto, sino
un objeto cuya luminosidad se adquiere a partir del contexto al que refiere; una visibilidad
que emana de la totalidad que la provee. Es esa contextura de referencias específicas que
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El objeto adquiere un significado porque está referido por el contexto, una esfera de
conexión más amplia: para sus usos posibles, lo que a su vez refiere de un contexto aún
más amplio, y así sucesivamente hasta toda la gama de referencias que se hallan ancladas
en la existencia del hombre. La gama completa de contextos interconectados – los cuales
emergen uno del otro, hasta el punto en que los contextos más amplios son visibles
incluso en los más limitados – existe inmediatamente antes de nosotros cada vez que
estemos cerca de usar la lámpara.
De acuerdo con Heidegger, es por medio de las cosas que nos volvemos a un conjunto de
acciones posibles, a un conjunto de referencias a partir de las cuales se recupera el
sentido y por medio de las cuales se ofrecen para la comprensión, y de las cuales el último
punto de referencia fundamental es el hombre. Es el conjunto de usos posibles de los que
puede estar hecho lo que le entrega el significado a la lámpara que tengo en mi escritorio.
Esos usos constituyen el último punto de anclaje para los modos de comprensión del
hombre, los cuales, como hemos visto, siempre se basan en seguir adelante, siempre… por
el bien del sí mismo.
“Por consecuente”, como dice Raffoul (2004), “cuando el Self se mueve, cambia de lugares
o se encomienda a ciertas relaciones, es de hecho su propia existencia la que le asigna la
tarea de develarse y comprenderse… La familiaridad con el mundo es la familiaridad
consigo mismo”.
Por ejemplo, cuando cae la noche, la posibilidad de que pueda seguir escribiendo “indica”
la necesidad de una luz que me permita ver. Por el bien de la exigencia de seguir
trabajando incluso de noche, busco el interruptor para prender la lámpara. Encuentro la
lámpara sin pensar en ella. En este encuentro, mi necesidad de luz está permitida, es
reflejada, en el uso de la lámpara como fuente de luz. Es precisamente la existencia de un
conjunto posible de referencias específicas, en donde una cosa toma significado,
permitiéndole a la ipseidad poder reflejarse como en un espejo. La reflexión puede tomar
forma ya que el descubrimiento de la funcionalidad específica de las cosas (significancia)
presupone un modo de ser de una preocupación discernida, una búsqueda después de la
viabilidad, un permitirle al mundo llegar a uno mismo por el bien de… La experiencia llega
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
a ser significativa por la misma razón que el objeto iluminado (por los posibles contextos
de referencia) se encuentra con la posición de la persona mirando, escuchando, tocando.
Esas son cosas que hablan de mí. En este sentido, la ipseidad, la cual se relaciona con las
cosas y la que se preocupa de las cosas, se refleja en el conjunto de referencias de las
entidades intramundanas.
Pero este reflejo es mudo si no está emocionalmente situado. Mis expectativas se podrían
encontrar con una decepción, o podría sorprenderme por los resultados de una tarea
urgente, ser motivado por algo, o ser barrido por las situaciones en las que me encuentro,
y las que me encuentran. “De hecho desde un punto de vista ontológico”, dice Heidegger,
“como principio general tenemos que dejarle el descubrimiento primero del mundo a un
estado de ánimo desnudo (Heidegger, 1988). En este sentido, la ipseidad está a la espera
de sus propias posibilidades, confiando en que “las cosas las cosas dan y también niegan”
(Heidegger, 1988), ya que la piseidad se comprende a sí misma por medio de esas
posibilidades que el mundo de la praxis y las cosas son capaces de reflejar. A través de esa
comprensión del mundo, a través de comprender al otro, el Self se comprende a sí mismo.
En este sentido, para una ipseidad que encuentra el mundo como un conjunto de
referencias específicas (significancia) a través del compromiso con el ambiente
circundante, el significado corresponde a lo que ha sido comprendido, alcanzado en un
simple acto.
De este modo tanto la alteridad del mundo de la del otro, ambas, individuación y
apertura, pueden pensarse juntas, contemporáneamente. El significado visto desde esta
perspectiva indica algo, o alguien, en cada ocasión y al mismo tiempo es él que se vuelve
experiencia. Así, la experiencia es mía. Que la experiencia siempre sea mía indica que la
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
1.11 Inclinación
En las lecturas del invierno de 1922, Heidegger habló de las inclinaciones para indicar una
cierta historicidad de este ser en relación:
Debemos ser cuidadosos de no interpretar este estar inclinado como un regreso a una
especie de esfera inmanente, a una permanencia sustancial que representó una de las
más significativas producciones de la subjetividad moderna. La inclinación tiene que ser
entendida por medio del ser en cada instante, por medio de la discontinuidad, por medio
del sentido del Self que se vuelve experiencia en cada momento. Indica más bien, que se
dirige hacia sí misma cada vez que la ipseidad se encuentra a sí misma para ser lo mismo,
en la medida en que se encuentra cada vez al lado de las mismas cosas con las mismas
tonalidades emocionales. En los capítulos sucesivos veremos la importancia que este
regreso al Self adquiere para el estudio del carácter y de la personalidad.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
estabilidad en nosotros cada vez que experienciemos algo, a ese sentimiento nunca se le
llama explícitamente en la vida cotidiana; siempre está sigilosamente presente. Como si
existiera una especie de solapamiento entre el sentido de continuidad del Self, lo que
queda mientras se devela, y la experiencia que yo estoy teniendo.. La dialéctica escondida
entre la mismidad y la ipseidad sólo se da a conocer a sí misma con la vibrante claridad de
la experiencia de la novedad. Lo tira a uno fuera de sí mismo; el encuentro con los eventos
inesperados produce que en el mundo ya no nos encontremos como siendo al lado de las
mismas cosas con las mismas tonalidades emocionales. Al experimentar la novedad, es
como si la ipseidad no tuviera ese soporte de la historia: una historia sedimentada con
acciones y emociones relativas a los otros en el mundo.
Vamos ahora a resumir nuestro argumento, con el objetivo de identificar qué problemas
quedan por resolver, y para definir la trayectoria del próximo capítulo. El caso de Roberto
ha puesto una serie de preguntas que nos han dirigido a re-examinar el concepto
moderno de Self, tanto en sus orígenes como en sus implicancias. Hemos entonces
trazado los orígenes de este concepto y delineado su desarrollo como parte de una
ontología que, desde Platón hasta Husserl, siempre ha considerado al Self como una cosa.
Este concepto, el cual ha sido adoptado en Psicología sin una mayor tematización, ha sido
visto para darle soporte a la teoría de los sistemas, las variadas clasificaciones de la
personalidad y las diferentes formas de enfoque terapéutico. Al desafiar estos orígenes,
hemos seguido a Heidegger en el intento de definir una ontología que conciba al Self
como un “quién”: no a través de categorías ontológicas aplicadas a las cosas producidas,
sino a través de modos de ser – un Self marcado por modos de “sentirse-en-el-mundo”.
Este ejercicio inevitablemente nos ha llevado a reconsiderar los tres elementos
distinguibles del pensamiento moderno que, al igual que el sentido común, han
considerado como cualidades esenciales de el Self: interioridad, unicidad y continuidad.
Una vez más, el caso de Roberto nos sirve como prueba.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
deficiente con respecto al normal funcionamiento del Self; incluso, su caso podría
examinarse desde la base de los diferentes modos de ser.
No obstante, no nos encontramos en una situación similar como la que Klaus Conrad
llamó la atención de Biswanger cuando puso la pregunta polémica: ¿No es la
consideración de los muchos proyectos de mundo únicos e irrepetibles que hay en los
pacientes esquizofrénicos lo que nos impide comprender lo que es específicamente es
esquizofrénico? Parafraseando a Conrad, podríamos preguntarnos: ¿Por qué debería sufrir
Roberto? Después de todo, su discontinuidad, multiplicidad y el estar sintonizado con los
demás en todo momento son todas características estructurales del Self. En alcanzar la
ipseidad, ¡hemos perdido a la psicopatología!
La pregunta por el “quién” todavía queda por contestar; sin embargo, sin duda ha traído
un tema previamente oculto al frente: el significado de la experiencia, lo que siempre se
debate entre lo que está ocurriendo y la historia sedimentada del sujeto. La sección acerca
de la Inclinación trae esta pregunta casi por sorpresa, apuntando a la necesidad de
comprender la ipseidad en el contexto de un cuasi-invisible dialéctica con la mismidad.
Un ser humano, a diferencia de un animal, sólo puede concebir el sentido del Self – la
ipseidad – en el contexto de la sedimentación de sus propias experiencias. Sin la mismidad
no podemos entender la distribución – por decirlo a sí – de la multiplicidad del Self en el
tiempo: el contexto de significado, esto es, en el cual toma forma la experiencia de
Roberto cada vez. Es por esta razón, a causa de la descontextualización de la experiencia,
que los arduos intentos de los neurocientíficos por localizar el Self en el cerebro humano
inevitablemente siempre están destinados a fallar. La red de relaciones entre la ipseidad,
la mismidad y la narrativa (o la falta de narrativa del Self) se convierte así es el objeto
temático de nuestra investigación. Siguiendo este camino, en el próximo capítulo
marcaremos estas etapas que dirigen el origen pre-reflexivo del significado a su
articulación con el lenguaje.
Este nos permitirá estudiar – siguiendo los pasos de Paul Ricoeur – la relación entre
sentimiento y acción, y la reconfiguración narrativa de los dos.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
¿Cómo leemos la mente de otra persona? La pregunta acerca de la comprensión del otro
fue hecha primero, el punto de vista del desarrollo, a finales de los 70’s en el dominio de
la primatología. Y ha sido en este dominio de las ciencias naturales que, desde entonces,
esta área de investigación ha ganado un interés aún más creciente, incluso en la variedad
de disciplinas que trascienden la primatología, como la psicología del desarrollo, las
neurociencias cognitivas, la filosofía de la mente y la psicopatología. La pregunta hecha
por Premack y Woodruff (1978) era, “¿Tienen los chimpancés una teoría de la mente?” y
el nuevo campo de estudio abierto por esta pregunta fue bautizado con el nombre de la
pregunta: “teoría de la mente”.
Por otra parte, la capacidad de atribuirle estados mentales a los demás implica que los
primates no humanos son capaces de concebirse a sí mismo como poseedores de estados
mentales y, de manera más general, son capaces de reconocerse a sí mismos como un
Self. Esta presunción implica lo que puede ser definido como el argumento por analogía:
partiendo de (a) como yo accedo a mi propia mente y (b) la relación entre mi mente y mi
cuerpo, puedo inferir que un cuerpo análogo al mío estará conectado a mi mente a través
de modalidades similares a la mía. Esta es la razón de por qué yo puedo partir de la
conducta de otro e inferir los estados mentales de ese otro relacionados a tal conducta, ya
sea sobre la base de mecanismo innatos – TOMM (mecanismos de la teoría de la mente) –
o sobre la bases de teorías – TT (teoría teoría). Los estudios que más tarde le dieron un
fuerte soporte a este argumento, y que hicieron posible el problema de si los primates
tenían una mente, tienen que ver con el auto-reconocimiento espejo. Fue con un famoso
artículo de Gordon Gallup publicado en 1970 sobre el reconocimiento del Self por los
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
chimpancés que una rica línea de investigación se abrió, la que 40 años después todavía
produce sólidas razones para la reflexión.
El aspecto más paradójico de esta perspectiva es que, a pesar del hecho que se desarrollo
en el campo de estudios evolutivos, en vez de derivar en los modos humanos de adquirir
conocimiento desde el mono, deriva el modo de comprensión del mono desde los del
hombre. El mono es entendido al desplegar esas mismas categorías de interioridad que el
pensamiento moderno ha adoptado para entender al hombre; se le atribuyen esos
estados internos que toman forma en el clausura del espacio interior.
Pero ¿qué pasa si tratamos de cambiar la pregunta y preguntarnos cómo nos encontramos
con los demás?
Ya hemos analizado cómo uno mismo siempre vive por delante de sí mismo, en una
absorción de interés en el mundo, en un rango de acciones que va desde los más simple a
los más elevados planes de la vida. El Self experiencial (uno mismo, es decir todos), se
encuentra con los demás por cómo se siente, en el contexto de lo que está haciendo, a la
base de lo que necesita, lo que desea, lo que espera o lo que no espera. Por otra parte,
nos encontramos con otro que está trabajando, que está triste, que anda apurado, que
está dando un paseo, que está sentado en silencio.
No nos encontramos con los otros como hombres confinados dentro de sus interioridades
recíprocas – hombres que emplean una teoría de la mente para atribuirle estados
mentales a otros hombres a través de una analogía de sus propios estados – sino en un
mundo en el que compartimos con otros seres humano, en el cual ya estamos abiertos,
acerca de lo que actuamos y acerca de lo que actúa sobre nosotros. Nos encontramos con
el otro primero y sobre todo en su corporeidad, en su estilo de conducta, en sus acciones
y pasiones, las que se hacen manifiestas en el ambiente de las situaciones diarias, en
aquellos contextos ordinarios, de la vida diaria, en las que las acciones, pasiones o señales
del otro son comprendidas inmediatamente sin requerir de ninguna operación mental.
A partir del descubrimiento de las neuronas espejo (Gallese et al., 1996; Rizzolatti et al.,
1996), muchos de esos trabajos sobre neurociencias declaman que este tipo de
comprensión del otro se funda en la activación automática de un mecanismo neuronal
compartido por la persona que realiza un cierto acto intencional y la persona que lo
observa haciéndolo. Es decir, el acto que es percibido elicita en el observador la activación
de los mismos códigos neuronales como si el acto estuviera siendo ejecutado, generando
entonces una resonancia no mediatizada (Gallese, 2001, 2003) entre el sistema motor de
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
la persona que está realizando la acción y el sistema motor del observador. Este
mecanismo, al que Gallese llama “estimulación encarnada”, está llamado a dirigir la
comprensión del significado de la acción y la atribución de intenciones.
¿Qué quiere decir todo esto en términos concretos? Vamos a regresar a la lámpara de mi
mesa. Se está poniendo oscuro, me está costando leer, y sin pensar en ello prendo la
lámpara. Mi cuerpo casi automáticamente realiza un movimiento cuyo objetivo es
encontrar el interruptor de luz para prenderlo. La acción que yo ejecuto está entonces
dirigida hacia el logro de un objetivo: tiene una intención.
Ahora vamos a suponer que mi esposa entra al estudio y en ese momento y observa mi
acción. ¿Cómo entiende mi esposa que yo estoy buscando el interruptor para prender la
luz? ¿Cómo ese movimiento se vuelve significativo para mi esposa? ¿Cómo consigue mi
esposa anticipar mis intenciones? Lo quiera o no, mi esposa entiende que voy a prender la
luz. ¿Por qué?
Con el fin de entregar una respuesta a esta pregunta, Iacoboni et al, (2005) diseñó un
experimento cuyo objetivo era evaluar la importancia del contexto en la comprensión de
la intención de un agente. Veintitrés sujetos observaron tres tipos de estímulos: (a) la
acción de sostener desprovista de contexto, (b) solo el contexto (es decir, sin que haya
laguna acción), (c) la acción localizada en dos contextos – una mesa preparada para el té,
sugiriendo la acción de tomar té, y una tabla después de haberse servido el té, sugiriendo
la intención de limpiar la mesa.
Los datos obtenidos por medio de las imágenes funcionales de resonancia magnética
(fMRI) indican que las neuronas espejo del área pre-motora parecen estar involucradas en
la atribución de intenciones, en el sentido de que automáticamente se anticipan al
objetivo de una cadena de acciones, la conexión entre esas acciones evidentemente
sugeridas por un contexto. En el caso de María tomando una taza de una mesa servida
para el té, por ejemplo, la secuencia que se anticipa está hecha de un conjunto de
acciones que llegan a la conclusión de María llevándose la taza a la boca. Esto es como si
lo típico del contexto fuera automáticamente interpretado por medio de la activación
inconsciente de una cadena de actos motores conectados a la descarga de neuronas que
estén “correlacionadas de manera lógica”. Las palabras de Merleau-Ponty (1962) se me
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
vienen a la mente: “Ya la motilidad, en su estado puro, está equipada con el poder de
atribuir significado”. Es decir, mi cuerpo genera en cada momento, y se mantiene, un
significado que parte de su uso en un espacio de acciones compartidas.
¿Sirve esta explicación, que sin dudas demuestra la anticipación de una meta en una
cadena de acciones en un contexto típico, para comprender la acción de María? Esto nos
pone un problema que no tiene que ver con la explicación de por qué Mary tomaba la taza
(Jacob y Jeannerod, 2005). María de hecho tomaba la taza en un caso para limpiar la mesa
y en otro caso para beberla. La pregunta en cuestión es, más bien, para entender por qué,
por un lado, la acción de María es comprensible de manera manifiesta, tanto que
inmediatamente entendemos su significado y anticipamos sus consecuencias, y por otra
parte, por qué lo que se nos escapa es el significado que María le asigna a su acción. Es
decir, que mientras el significado de las acciones sea obvio, especialmente cuando la
acción esté relacionada al contexto en el que se está realizando, lo que queda oculto es el
enlace co-original de la acción con la persona que realiza esa acción. Este es el aspecto de
María que yo no puedo desentrañar. Y quizá esto también corresponda a los límites para
comprender al otro, así como para la fuente de regeneración de significado.
Con el fin de hacer manifiestos esos límites, vamos a transferir la situación experimental a
la vida real. Vamos a imaginar que María ha invitado a una amiga, Linda, a quien conoció
hace poco, a su casa en el campo por el fin de semana.
Supongamos que Linda todavía está sentada a la mesa, porque se demoró en bajar a
desayunar, mientras que María empieza a limpiar. Mientras ella está conversando con
Linda sobre cualquier cosa, la cara de Mary está en calma, sin demostrar emoción alguna.
Tan pronto como María hace para limpiar la mesa Linda inmediatamente capta sus
intenciones. Esto significa que, desde el punto de vista sensorio-motor, el sistema espejo
de Linda (sus neuronas espejo generando activaciones compartidas) resuena con el de
Mary anticipando el objetivo de la cadena de acciones.
Pero esa cadena de acciones, la limpieza de la mesa, puede ser entendida por Linda como
un gesto de cortesía, o como un signo de impaciencia por llegar tarde a desayunar, o
pudiera atribuirlo a una rutina habitual de María, o incluso pudiera pasar desapercibido.
Por otra parte, María pudiera limpiar porque le gusta una cocina limpia, o porque no tiene
nada más que hacer, o quizá porque quiere llevar a Linda a pasear, o porque quiere que
Linda se sienta como en casa. Es decir que, esa acción, cuyo significado es compartido ya
que fue realizada por Mary y simulada por Linda, es al mismo tiempo personal para el
quien que realiza esa acción y para el que la simula. Y es precisamente este segundo
aspecto, la pertenencia de la acción en términos de significancia, lo que abre un hiato de
significado entre María y Linda, entre yo y otro – como resultado de lo cual el otro puede
sorprenderme, puede desorientarme, puede hacerme pensar. “Si el otro es realmente un
otro”, escribe Merleau-Ponty (1962), “entonces hasta cierto punto yo seré sorprendido,
desorientado, y nos encontraremos, ya no con lo que tenemos en común, sino con lo que
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
nos diferencia, y eso prsupone una transformación para mí y para el otro también:
nuestras diferencias tendrán que dejar de ser opacas, deberán convertirse en
significativas”.
Vittorio Gallese (2005) afirma que “un componente importante de esta similitud reside en
la experiencia común de la acción”; sin embargo, un componente más igualmente
importante reside en el modo diferente en que la experiencia compartida ha sido
percibida por cada individuo solo. Esto trae la interrogante de cómo y por qué uno mismo
acto puede dar lugar a una gama de significados que, por ejemplo, en el caso de Linda
podrían variar desde el placer hasta la indiferencia. Exploraremos este asunto con mayor
profundidad en el capítulo siguiente.
De hecho, los sistemas de resonancia son activados ambos por las propias acciones de uno
y por las observaciones de esas acciones ejecutadas por otros, constituyendo una especie
de código común neutral (o sea, ni en primera ni en tercera persona) para la percepción y
la acción. “Tan pronto como vemos a alguien realizando un acto o una cadena de
acciones”, escriben Rizzolatti y Sinigaglia (2006), “entonces ya sea que ese alguien lo
quiera o no, sus movimientos inmediatamente adquieren un significado para nosotros.
Obviamente, lo mismo se aplica para la situación opuesta: cada una de nuestras acciones
inmediatamente tienen un significado para aquellos que las están observando. La
posesión del MNS y la selectividad de sus respuestas determinan así un espacio de acción
compartida, dentro de cada acto, cada cadena de acciones, ya sean ejecutadas por
nosotros o por otros, inmediatamente parecen estar incritas y comprendidas sin
operaciones que requieran una operación cognitiva explícita y deliberada” (Gallese, 2005).
Dicho de otra manera, el Self experiencial que percibe una acción realizada por otro se
refleja activamente en la acción percibida, generando una acción similar (o “simulación”).
No obstante, cualquiera que simule una acción por medio de este proceso de reflejo en el
otro, al mismo tiempo experimenta su propio modo de comprender esa acción: esto
podría variar desde la indiferencia hasta la participación activa y meticulosa, para
completar la asimilación Esto quiere decir que mientras el sistema motor de Linda
comprende la acción de María, simulándola, la acción puede pasar desapercibida por
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Linda misma, o podría despertar su interés, o podría incluso volverse el único foco de su
atención. La pertenencia del acto corresponde a la esfera personal de la experiencia. No
necesita ser interna para ser privada.
Desde esta perspectiva, la activación del MNS ayuda a explicar cómo el Self le atribuye
significado a su encuentro con el otro, a pesar del hecho de que este encuentro no agota
la comprensión de la alteridad. Estos sistemas son probablemente parte del sustrato
neural de ese ser social que es constitutivo de ser uno mismo. “Constitutivo” no está
puesto aquí en un sentido indirecto, como en Heidegger, es decir que ya siempre
encontramos al otro por medio de las cosas, los artefactos, como si los objetos aludieran a
sus usuarios, a sus vendedores. Se entiende, por el contrario, como la sociabilidad
experimentada directamente, de frente, sin ser encandilada por la reflexión del horizonte,
sin apoyarse en el contexto como soporte, ya que es sólo a través de la puesta en común
de los actos significativos anclados en nuestros cuerpos vivos que el cómo me capto a mí
mismo a través de este intercambio, el cómo me reflejo a mi mismo en eso, emerge para
experimentarse al mismo tiempo que con la comprensión del otro. Tal compartir es
constitutivo de ser uno mismo; comprenderse a uno mismo es al mismo tiempo
comprender a los demás.
A diferencia del solipsismo, donde el otro corresponde a un dato elaborado por una
reflexión, en esta perspectiva nos encontramos con el otro partiendo de su estar con
nosotros en el mundo, como si el otro fuera, al mismo tiempo, texto y contexto, figura y
fondo. Esto es evidente justamente desde las primeras horas de vida de un bebé.
“Porque nos ha nacido un niño” (Isaías 9:6). Con estas simples pero poderosas palabras, la
Biblia anuncia la “buena nueva”.
Una nueva vida entra al mundo, una voz nunca antes escuchada irrumpe en el espacio
compartido, perturbándolo; la cara de otro, que nunca había aparecido antes, hace su
entrada al existir. Es la epifanía de la cara, una presencia que brilla con su propia luz, que
significa por sí misma, la exterioridad que no requiere un contexto, evidencia que se
expresa instantáneamente a sí misma. “La cara habla. La manifestación de la cara ya es
discurso” (Levinas, 1961).
Las fuertes palabras de Levinas corresponden a esta cara, casi como si el uso insistente de
la metáfora de la hipérbole no correspondiera más con la práctica sistemática del exceso –
que sin embargo es una característica importante del estilo de la argumentación filosófica
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El mandato de mi hijo, el cual se hace aun más “visible” por la irrupción que él hace en mi
existencia, corresponde a que él me afecte, y que yo me sienta afectado por él constituye
la manifestación de esa pasividad que es específica de la ipseidad.
“En realidad, a nivel fenomenológico”, dice Ricoeur (1995), “los muchos modos en los que
el otro afecta la comprensión del Self para sí indican, para ser precisos, la diferencia entre
el ego que se afirma a sí mismo y el Self que se reconoce a sí mismo sólo a través de los
modos en los cuales ha sido afectado”. Y en realidad, la ipseidad se caracteriza por la
apertura y por su función reveladora y es, por lo tanto, muy diferente de una en donde
uno cae en su propia interioridad y separada del mundo y de los demás. Es por virtud de
este rasgo constitutivo de apertura, que se estructura de acuerdo a las varias modalidades
en las que la ipseidad se encuentra a sí misma en el mundo y con los otros, que la
alteridad sea una parte integral de la ipseidad. En la estructura misma de la ipseidad, una
estructura que está continuamente descentrada y abierta para el otro, la acción y la
pasión se entrelazan, como sintiendo y siendo afectado, aceptando y siendo solicitado,
dando y recibiendo, escuchando y hablando o, como lo pone Ricoeur, atestiguando y
siendo injuriado. Así, la alteridad, que desde un punto de vista fenomenológico es
igualada por la experiencia de la pasividad de uno mismo afectada por el otro, es
constitutiva de la ipseidad: es parte de la ipseidad, como veremos, de diferentes maneras,
cada una de las cuales tiene diferentes orígenes y que se juega su parte en diferentes
grados. La pasividad y la agencia están entrelazadas inseparablemente en el corazón de la
intersubjetividad.
2.4 Cuerpo-a-cuerpo
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Las dialécticas de acción y de ser afectado que permea la interacción de los adultos con los
niños es presente y obvia desde el inicio, y ocurre de diferentes maneras sobre diferentes
niveles.
La constitución gradual de la propia mente, como la de las otras mentes, se vuelve posible
entonces sólo a través de la construcción conjunta de los eventos “sentidos”, por medio
del compartir los estados expresivos “regulados”, los que ocurren (afecciones) o que son
producidos (acciones) inicialmente por la interacción cuerpo-a-cuerpo con el cuidador. Es
inicialmente en este contexto que el niño externaliza los primeros elementos de sentido al
coordinar sus acciones y pasiones con los del cuidador.
La estructura de los procesos intersubjetivos así, va mucho más allá de los aspectos
conductuales y motivacionales para los cuales refieren los estudios clásicos sobre el
apego. La intersubjetividad entonces asume una importancia ontológica que difícilmente
puede ser reducida a conductas instintivas gatilladas por el cuidado parental. “Las
conductas expresivas en la conversación cariñosa y el juego”, escriben Trevarthen y Aitken
(2001), “no tienen un rol inmediato en la regulación del estado psicológico, del confort o
de la superviviencia del neonato. Son distintos de la lactancia materna, del acariciar,
cargarlo, mecerlo reconfortarlo vocal y similares”. Esto quiere decir que la comunicación
no puede ser explicada exclusivamente por el comportamiento instintivo o por las
necesidades biológicas. Más bien, toma forma por medio de la existencia del niño. El llegar
a este mundo corresponde, primero que todo, a la apertura del ser del otro… ser con otro.
Esta apertura está basada en el propio cuerpo del niño y se da gracias a la capacidad de
los dos cuerpos – uno adulto, el otro infante – de coordinar su comprensión recíproca. En
otras palabras, la expresión producida por un cuerpo debe contar como una señal para el
otro cuerpo, de modo que el que perciba pueda tener una referencia del otro, como
levantar la mano en una sala de clases le indica a los otros que el actor desea sumarse a la
discusión. Este proceso lleva a los interactuantes a volverse familiares como un “proto-
lenguaje” compartido, un proceso que a su vez corresponde a la sedimentación de un
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Por ejemplo, en un estudio de 48 infantes hombres, Matasaka (1993) demuestra que “el
niño en la ausencia de respuesta cambia de manera flexible los intervalos entre dos
vocalizaciones consecutivas a partir de su reciente experiencia de “turnos para hablar”
con el adulto”; es decir, en relación a un patrón que exhibe armonía comunicativa, el cual
se ha desarrollado en la relación con el cuidador. El ajuste recíproco, la peor parte que le
corresponde al cuidador, le permite al niño reflejarse el mismo por medio de una fuente
de referencia humana (que se refleja a sí mismo en el niño) y captarse a sí mismo a través
de un continuo fluir de la experiencia. Esta participación conjunta ya está presente
durante la gestación (Fernald, 2004; Fifer, Monk y Grose-Fifer, 2004).
Es más, también parece que el pasaje que ocurre alrededor del año tres meses, desde una
producción de “sonidos vocales” con mayor resonancia nasal a uno de “sonidos silábicos”
con mayor resonancia oral, es facilitado por la estimulación vocal del cuidador hacia la
producción vocal del niño. A esta edad, sin embargo, los sonidos del habla tienen que ser
muy familiares para el niño para que hagan más fácil la producción vocal (Bloom, 1988;
Masataka, 1993, 1995). En la raíz del rol especial que juega la contingencia en las primeras
etapas de la conducta vocal del niño podría bien existir un mecanismo sub-personal
(además de otros mecanismos), que le permita al niño – durante una interacción calmada
y placentera – traducir las expresiones emocionales vocales y faciales del cuidador hacia
los propios gestos corporales del niño.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Ambas imitaciones recíprocas, expresivas y vocales, parecen jugar un rol muy claro en el
uso que hacen los cuidadores de ese singular modo con el que un niño habla, a menudo
llamado “maternés” o hablar como bebé. Este habla niño-dirigida, que tiene
características sintácticas, semánticas y prosódicas que son más simples que el habla
dirigida a los adultos, parece estar específicamente diseñada para facilitar la imitación del
niño (Fergurson, 1964; Kuhl et al., 1997; Fernald, 1984): es decir, el “maternés” está
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El típico tono más alto, la mejor articulación y el tempo más lento del habla niño-dirigida,
acompañados por las expresiones faciales exageradas y movimientos corporales, hacen
que las unidades fonéticas de su lenguaje sean más fáciles de discriminar para el niño. Por
otra parte, la exposición a un lenguaje específico – sus lenguaje nativo – influye la
percepción fonética de los niños, por lo tanto su producción de sonido (Kuhl et al., 1992).
Estudios recientes de niños de tres meses de edad desplegados por el fMRI indican que la
exposición al propio lenguaje nativo respaldan la activación de las regiones del cerebro
ubicadas en el hemisferio izquierdo, en comparación con las de los adultos, incluyendo las
regiones superior temporal, giro angular e inferior frontal (área de Broca) (Dehaene-
Lambertz, Dehaene y Hertz-Pannier, 2002).
Ya hemos visto que uno de los aspectos más importantes de la comunicación es que las
expresiones son comprendidas a través de un sistema de resonancia (sistema de neuronas
espejo), lo que le permite al niño reflejarse a sí mismo en los actos del cuidador,
captándose a sí mismo. También hemos subrayado el hecho de que la imitación – que
implica la activación del MNS (Rizzolatti, 2005) – tiene que ser considerada en el amplio
contexto de la comunicación interpersonal, donde el papel principal lo tiene la
contingencia de la posición del cuidador y la del niño, puesto que la comunicación refiere
en cada momento a la situación conjunta de quien se está expresando a sí mismo y de
quien está interpretando esa expresión.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Por otra parte, el niño empieza a actuar con los objetos de una manera autónoma: su
coordinación mejora continuamente y aprende a reconocer el progreso realizado, y las
consecuencias de su curso de acción. Por otro lado, el cuidador se convierte en su primer
profesor y compañero de juegos, creando, participando o variando – en las fases más
avanzadas (de los siete a los ocho meses) – las consecuencias de los posibles resultados
derivados de las secuencias de acciones que el niño realiza durante el juego. Dicho de otra
manera, la dimensión de ganar autonomía, a través de la cual el niño extiende su propio
curso de acciones y, por consecuencia, la dimensión espacial de su mundo, está regulada
por la capacidad que tiene el cuidador de coordinar sus propias acciones y emociones de
un modo que sea contingente con las del niño.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Un niño de seis meses de edad puede compartir con sus cuidadores una concatenación de
acciones rutinarias, las cuales se entrelazan con emociones y con comunicaciones que
duran muchos segundos. Su creciente habilidad para secuencializar llega a ser incluso más
clara en su habilidad para entender el desarrollo temporal de las canciones de cuna, una
habilidad manifestada por niños de cinco a seis meses en diferentes culturas. La
estructura musical de las canciones de cuna puede llegar a compararse con una estructura
narrativa clásica, con un regular inicio rítmico, una cúspide que se enfatiza en un grado
mayor o menor, y una coda. Este ciclo se repite varias veces en el curso de la canción de
cuna, y el niño parece quedar fascinado por el “proceso de predicción y reconocimiento
que usualmente es descrito como cognitivo, pero que en este caso es ciertamente
acompañada por una evaluación emocional que, de forma paralela, varía en un modo
predecible” (Trevarthen, 1977).
La habilidad para ordenar los eventos se manera secuencial y de predecir la meta de una
concatenación de eventos conlleva un cambio importante en la comunicación. Desde
aproximadamente el año y nueve meses, el niños es capaz de combinar sus capacidades
sensoriomotoras y atencionales con las del cuidador, permitiéndole entrar en un nuevo
tipo de comunicación caracterizada por la atención-compartida –la que está situada
emocionalmente – sobre un evento o sobre un objeto. Comunicarse señalando (pero
también mostrando, ofreciendo, dando), lo que a menudo aparece a esta edad, y que está
restringido casi exclusivamente a la referencia en tercera persona, es una demostración
inequívoca de esto (Bates, Camaioni y Volterra, 1975). La atención conjunta de hecho
podría darse porque, en el transcurso del evento comunicativo, el niño puede anticipar la
posible intención del adulto con respecto a la acción que más tarde realizará con el objeto.
Por ejemplo, señalar hacia un juguete en particular (en un contexto emocional dado), el
niño predice la posibilidad de que el adulto se lo ofrezca, o que él empiece un juego que
involucre al juguete. Esto implica que el niño puede entender que un gesto comunicativo
que involucra a un objeto puede orientar el objetivo de la acción del cuidador, y vice-
versa.
Tal comprensión está facilitada por la reproducción, por parte del niño, de las nuevas
acciones intencionales del adulto sobre objetos externos – como podría inferirse de la
imitación de roles invertidos (Tomasello, 2003). Por ejemplo, en el contexto de un juego
cooperativo que involucre a un juguete, después de haber observado la concatenación de
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
acciones dirigidas a la meta ejecutadas por el adulto, combinado con las consecutivas
expresiones de alegría, la igualmente armónica imitación por parte del niño invierte la
relación del rol niño-cuidador (Trevarthen y Hubley, 1978).
Y de hecho, “muy pronto después de sus primeros cumpleaños, los niños no pueden evitar
percibir al papá como “tratando de limpiar la mesa” o “tratando de abrir el cajón” – no
simplemente como haciendo movimientos corporales específicos o produciendo cambios
de estado destacados en el ambiente – y estas acciones intencionales son lo que ellos
intentan reproducir” (Tomasello, 2003). Lo que es más, estas acciones intencionales
empiezan a tener un significado que el niño es capaz de entender porque él es capaz de
predecir los objetivos que vienen. Si, por ejemplo, un adulto entra a la habitación con un
coche, un marco de atención conjunta emerge, focalizado (compartido) en la anticipación
de salir a dar un paseo. Es decir, el niño comprende el objeto, sobre el cual la atención de
ambos interactuantes se ha puesto, a la luz de la predicción de una secuencia de acciones
y en la esfera del contexto emocional en el que el objeto – como ha sido entendido – está
inserto. La atención conjunta es posible porque entender las intenciones de los adultos
corresponde a la anticipación, emocionalmente situada, del niño ante las consecuencias
de las acciones. Contra este fondo común el coche adquiere un significado compartido.
De hecho, algunos de los primeros usos de las palabras de objeto refieren a toda la
secuencia organizada de acciones y emociones en los que el objeto está inserto. De esta
manera, cuando el niño expresa la sola palabra “coche” (acompañada de sonrisas y
movimientos del cuerpo) indica que está produciendo una expresión como “Bien, es hora
de pasear”.
Por eso, para que un objeto sea significativo, es necesario que el niño adquiera la
habilidad de comprender los objetos y situaciones partiendo de contextos posibles de
acciones y emociones. El significado está, por así decirlo, conectado a una serie de
referencias anafóricas (referencia a algo ya mencionado) recubiertas y sedimentadas a
través de la historia de interacciones del niño con sus cuidadores, lo cual constituye los
contextos por los que tales objetos, situaciones y personas se vuelven relevantes para el
niños. Este conjunto de referencias, que el niño no comprende explícita y expresivamente,
es la presunción que permite que las palabras estén relacionadas con los significados para
el niño. Como enfatizó Catherine Nelson (Nelson, 1996), “desde los 12 hasta los 36 meses
el sistema del lenguaje se está desarrollando al interior y al servicio de los contextos
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
comunicativos que ya establecidos como actividades sociales”. Es sólo por esta relación
que la palabra (que a los 12 meses tiene el mismo valor que indicar) puede ser entendida,
en la medida que indica algo – que todavía no ha aparecido en la palabra – de lo que el
hablante y el escucha pueden estar de acuerdo.
De ahí que la cercana conexión entre la atención conjunta y la adquisición del lenguaje del
niño no debería sorprender (Bruner, 1983; Scaife y Bruner, 1975); ni debería ser la
conexión entre la cantidad de tiempo que los niños pasan participando junto a sus
cuidadores y el tamaño de su vocabulario (Tomasello y Farrar, 1986; Smith, Adamson y
Bakeman, 1988), ni la relación entre los ritmos más rápidos de adquisición del lenguaje
por parte del niño y una crianza más cooperativa (Akhtar, Dunham y Dunham, 1991;
Baldwin, 1995).
La aparición de las “primeras palabras” del niño, que a esta edad se producen en
contextos altamente específicos o se relacionan a eventos (Barrett, 1986), se funda así en
la comprensión de la concatenación de acciones y emociones que ocurren en situaciones
compartidas de la vida diaria. Las secuencias recurrentes están hechas de patrones
organizados y sincrónicos que se entrelazan con las acciones y emociones de los niños y
sus cuidadores. Están acompañadas por señales que los adultos repiten una y otra vez,
marcando el inicio, el desarrollo y la conclusión del patrón específico. Por ejemplo,
cambiar el pañal, bañarse, prepararse para salir, mamá o papá volviendo a entrar a la
habitación, una visita de la abuela y así sucesivamente; e incluso juegos más complejos
con objetos que involucran secuencias, actividades cooperativas con instrucciones, o
declaraciones, o expresiones empáticas por parte de la madre, la imitación de roles
cambiados y así sucesivamente.
Cuando el niño entra a su segundo año de vida, el tipo de objeto con el que desea jugar
cambia gradualmente. La atención es puesta progresivamente en la manipulación de las
cosas que son parte de las acciones rutinarias de la vida diaria familiar (teléfonos, vasos,
cucharas y así). Es en el contexto de estas situaciones que pertenecen a la existencia diaria
que las primeras palabras adquieren un referente. Las palabras vienen a existir
comenzando con lo que el niño y el adulto pueden mutuamente estar de acuerdo. La
comprensión de las primeras palabras del niños, el desarrollo de los primeros significados
de las palabras, se basa en estas prácticas compartidas que proveen al niño con
información experiencial y también cultural a la que refieren las palabras.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
sí mismo o hacia el oyente (ya sea con su dedo índice o por medio de un pronombre
personal), pero sí a los eventos u objetos del mundo exterior. Él constituye el sujeto, no el
objeto, de su actividad referencial. Esta incapacidad de captarse a sí mismo
reflexivamente también manifiesta al nivel de la imitación.
Parece que antes que el desarrollo del lenguaje se haya completado, el niño es capaz de
imitar acciones sólo si él refiere la secuencia a repetir para él mismo, reproduciendo esa
secuencia, convirtiéndose en sujeto activo (por ejemplo, alimentándose a sí mismo,
peinándose a sí mismo). En otras palabras, él repite secuencias de eventos percibidos, y
hasta la edad de 18 meses el referente de esta imitación es él mismo (Trevarthen y
Logotheti, 1989), mientras que, por el contrario, no es capaz de comprenderse a sí mismo
como agente. Desde los 18 meses en adelante los niños empiezan a combinar palabras
dentro de oraciones que les permitan simbolizar escenas muy repetitivas en sus vidas. Los
contenidos más frecuentes de estas primeras declaraciones tienen que ver con posesión
(‘mi osito’), locación (‘el patio’), inexistencia (‘no más sopa’), recurrencias (‘apretar otra
vez’) y acciones (‘caer yo’, ‘auto andar’) (Camaioni, 2001).
Junto a esta aparición de las primeras palabras del niño y una mejora en su vocabulario,
en el periodo de 18-24 meses el niño empieza a reconocerse él mismo como la fuente de
sus propias (compartidas) acciones y emociones, como se demuestra en los clásicos
estudios de “Yo en el reconocimiento del espejo” (Berenthal y Fisher, 1978; Johnson,
1983; Lewis y Brooks-Gunn, 1979; Anderson, 1984; Damon y Hart, 1988; Butterworth,
1990). A nivel del lenguaje, esta habilidad se manifiesta en el comienzo del uso de un
referente de identificación, el que generalmente es el pronombre personal “Yo”, o el
propio nombre del niño, o la coexistencia del nombre y del “Yo” por un determinado
periodo.
Esta nueva etapa del desarrollo nos pone importantes preguntas. Primero, ¿existe una
relación entre la construcción de oraciones – lo que integra en una sola unidad el
referente de identificación (el sujeto) y la función predicativa (el predicado) – y la
habilidad que el niño recién ha desarrollado para reconocer el reflejo en el espejo de su
propia imagen? Segundo, ¿qué es lo que ha generado esta nueva habilidad de usar el
predicado (y por lo tanto el verbo) dentro de una oración, es decir, de captar el tiempo a
través del uso del lenguaje?
Después del segundo cumpleaños del niño, cuando el cuidador entra a su pieza y dice,
“OK, vamos al parque”, el niño entiende que esas palabras refieren a una concatenación
de acciones, para un evento que tendrá lugar un corto tiempo después. Ese evento,
matizado por emociones compartidas, está localizado en un marco construido en conjunto
y sedimentado en el tiempo. Pero mientras, a los 12-18 meses el niño usó sus primeras
palabras – lo que parecía ser un gesto vocal conectado más o menos a un evento dado –
para reconocerse él mismo en una secuencia de acciones, prediciendo la secuencia y al
mismo tiempo reconociendo su sentido, una vez que el niño ha entrado en el lenguaje, él
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La comunicación lingüística está así basada desde el exterior – donde sin duda tales raíces
son mucho más claras – en una dimensión antepredicativa que no entendemos
explícitamente, y que varía continuamente para cada uno de nosotros y en cada una de
las ocasiones, dependiendo de las circunstancias, la riqueza del contenido y su
transparencia. Este es el contexto en el cual nuestras acciones y pasiones toman forma.
Contra este contexto, a lo que el discurso se refiere, destaca de una manera clara y
manifiesta. La relevancia de tal o cual entidad, de tal o cual situación, de esta acción o de
esa emoción a la que la expresión lingüística se refiere, depende del contexto pre-
reflexivo que no aparece en el discurso. Es precisamente ese contexto el que provee la
oportunidad para hacer esa afirmación.
El otro aspecto peculiar consiste en el hecho de que la comprensión de una oración – cuyo
contenido tiene que ver con una situación existente en el mundo al cual se refiere el que
habla – se da por el oyente que le otorga un significado que es, por así decir, privado, en la
medida en que refiere a la propia experiencia de ser-en-el-mundo del oyente. Es decir,
mientras el que escucha entiende el significado de la oración, relata según su propia
perspectiva experiencia a la que el discurso está dirigido a su propia perspectiva. Al
hacerlo él se apropia a sí mismo, se incluye y se entiende a sí mismo de un modo u otro de
acuerdo a la dirección indicada por el discurso. El proceso que se ha iniciado en el oyente
es especular el que se ha iniciado en el hablante: al igual que lo que el significado de la
oración se refiere a lo que el sujeto individual, que produce la enunciación, hace y siente,
ese mismo significado pone en juego a la experiencia del oyente.
Desde esta perspectiva, resulta entonces obvio que el lenguaje sólo puede ser procesado
en el contexto del discurso. Siguiendo a Benveniste (1966, 1974), por discurso queremos
decir que cada pronunciación presupone un hablante y un oyente, y la intención en el
primero para influir en el segundo de algún modo. De hecho, la oración sólo adquiere
referencia como una función del contexto en un discurso dado – entonces como una
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
función de un acuerdo entre hablante y oyente en cuanto a lo que debe ser entendido. Tal
referencia le pertenece a la situación con la que el discurso realmente está teniendo que
ver. Es en este contexto de la actual situación discursiva que el hablante se refiere a tal o
cual entidad a través del uso del lenguaje. Este uso combina el sentido de la oración (lo
que la oración significa: referencia al mundo, predicado de algo) con la referencia al
hablante (lo que el hablante significa). De esta manera, predicado y sujeto lógico se
combinan en una sola oración.
Esto es lo que Benveniste quiere decir cuando sostiene que al identificarse uno mismo
como una persona única, el hablante que dice “Yo” toma sobre sí mismo todo el lenguaje.
“Cuando un individuo se apropia del lenguaje para sí mismo, el lenguaje se transforma en
situaciones discursivas, caracterizadas por un sistema de referencias internas donde la
clave es el “Yo”, y que define al individuo a través de construcciones lingüísticas especiales
de las que él se aprovecha cuando se enuncia a sí mismo como hablante” (Benveniste,
1966). En el uso del lenguaje, entonces, el “Yo” alude en cada momento a la persona cuya
experiencia está siendo referida por el sentido de una enunciación pronunciada.
La afirmación “Vamos al parque”, con la que el cuidador interpela al niño, creando, por
medio del lenguaje, una referencia la experiencia genérica de ese evento, podría
encontrarse con una respuesta por parte del niño, de desaprobación como un “Yo no
quiero ir al parque”. El Yo en “Yo no quiero…” indica una posición en relación a un tú que
está basada en la experiencia propia (de ser yo). Esto sucede porque la ipseidad se
experiencia a sí misma en cada ocasión en tanto fuente de rangos posibles de acciones y
emociones de ir al parque como modos posibles de conducta de un Self experiencial que
adquiere significado. El decir “Yo no quiero…” se funda en una dimensión práctica que
corresponde al modo en que la ipseidad se entiende a sí misma cuando es interpelada en
el transcurso del discurso respecto de una situación posible. Visto así, los significados son
posibles modos de ser.
Pero si decir “Yo” está estructurado en base a la experiencia personal de ser propio, y si
ese ser propio declina en cada uno de los eventos, con el fin de que sea posible decir “Yo”,
un sentido de permanencia de la presencia de un Self experiencial a lo largo del tiempo ya
debe estar organizado en la dimensión ante-predicativa. Obviamente, esta mismidad del
Self se realiza en cada evento. Esto significa que en la dimensión ante-predicativa, el que
se percibe a sí mismo y actúa en cada momento debe descubrirse a sí mismo en cada
instante teniendo un sentido de ser el mismo. Esta es la perspectiva que está implicada en
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
los estudios de la psicología del desarrollo que recalcan el hecho de que un sentido básico
de Self está establecido desde el nacimiento – mucho antes de la aparición del auto-
reconocimiento en el espejo – a través del sistema sensorio-motor, que le permite al niño
localizar su cuerpo con respecto al ambiente (Butterworth, 1990; Meltzoff, 1990).
El inicio de esta permanencia no-sustancial del Self, cuyo rasgo específico es la
discontinuidad, ocurre entre los 18 y 24 meses, tanto en el dominio de los sentidos y del
lenguaje. Cuando el niños se mira a sí mismo en el espejo, reconoce su reflejo en el espejo
como idéntico a sí mismo. En otras palabras, él puede entender que, en cada una de las
diferentes situaciones con las que se encuentra en la vida diaria, él es diferente e igual al
mismo tiempo.
Esta capacidad también se exhibe a nivel del lenguaje con igual fuerza. Es de lo que el uso
del lenguaje es testigo. Mi experiencia, que es contada en primera persona, tiene que ver
con percibirme a mi mismo en una u otra situación, y corresponde al mismo tiempo a
cómo la mismidad se manifiesta en cada ocasión. La ipseidad, quien experiencia tal o cual
estado de asuntos mientras su continuidad queda inalterada, es reflejada y reconfigurada
en el lenguaje a través del “Yo” que reconoce y habla sobre un episodio en particular,
sobre un evento dado. Por lo tanto, no se le puede atribuir a la casualidad que el auto-
reconocimiento en el espejo esté relacionado con la adquisición del uso del pronombre
personal y con el juego de simulación, de modo que, durante el segundo año, los niños
que demuestran auto-reconocimiento en el espejo usaran más pronombres personales y
demostraran juegos de simulación más avanzados que los niños que no demostraron
auto-reconocimiento (Lewis y Ramsay, 2004; Courage, Edison y Howe, 2004).
¿Por qué esta habilidad aparece sólo entre los 18 y 24 meses de edad? ¿Cuál es la relación
entre la capacidad de decir “Yo” y la habilidad de reconocerse en el reflejo del espejo
como la propia imagen de uno?
Hay una historia (Gallup, 1994; Povinelli, 2000), que se cuenta entre aquellos que trabajan
con las tres especies de monos antropoides – el gorila, el chimpancé y el orangután – y
que dice que puedes medir la inteligencia de esos primates dejando un destornillador en
la jaula de cada animal.
El gorila lo mira, lo huele y luego lo ignora. El chimpancé salta sobre el, lo pone en su boca
y juega con el. El orangután lo mira, finge que no hay nada, lo toma, lo esconde y esa
misma noche escapa de la jaula.
¿Qué nos dice esta anécdota? Obviamente, las tres especies tienen diferentes modos de
usar las herramientas. También sabemos que mientras el chimpancé y el orangután
exhiben una habilidad clara de auto-reconocimiento en el espejo, el gorila es incapaz de
tal acción. ¿Cuál es la relación entre el auto-reconocimiento y la habilidad para usar
herramientas?
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Povinelli (2000; Povinelli y Cant, 1995; Povinelli y Prince, 1998; ver también Bart, Povinelli
y Cant, 2004) explica esta diferencia desde el punto de vista de la vida real de estos
primates y desde la perspectiva filogenética. Mientras el orangután, que probablemente
es el más cercano de nuestros ancestros, tiene un estilo de vida que es totalmente
arbóreo, el chimpancé vive tanto en el suelo como en los árboles, y el gorila tiene un estilo
de vida terrestre. A diferencia de otros primates, que tienen movimientos estereotipados,
el orangután y el chimpancé manifiestan un amplio rango de movimientos en los árboles.
En particular, dada la relación entre peso corporal (40-80 kg) y la fragilidad de las ramas
por donde se mueven, el orangután emplea un tipo de movimiento llamado de
“trepación”, el que combina la posición vertical del tronco con el uso de varios soportes
de los que puede agarrarse, dependiendo del tipo de movimiento que quiera ejecutar. Ya
que el orangután vive algunos metros sobre el nivel del suelo, no puede permitirse caer. Al
mismo tiempo, este tipo característico de movimiento lo obliga a estar constantemente
preocupado de sus acciones y posturas. En la mirada de Povinelli y Prince (1998), esta
capacidad fue desarrollada en el curso de la era del Miocenio por un ancestro común para
los humanos y los primates elevados, con el objeto de mantener la adaptación para un
estilo de vida arbóreo en relación a un significativo incremento en el peso corporal. El
sentido en-línea de la posición y del movimiento del propio cuerpo sirve para explicar por
qué el auto-reconocimiento en el espejo está limitado para los orangutanes y los
chimpancés, ya que estas especies aún llevan una vida que requiere de una “conciencia
kinestésica”. Así, mientras estos primates se ven a sí mismos en el espejo, establecen una
relación de equivalencia entre las conductas que ellos observan de sí mismos en el espejo
y la experiencia en-línea que tienen de sus propias experiencias diarias.
La pérdida o la falla en adquirir esa capacidad en los gorilas, debido a una diferencia en su
historia evolutiva basada en la locomoción terrestres, viene a explicar, de manera similar,
por qué estas especies no se pueden reconocer a sí mismas en el espejo. De acuerdo a
esta interpretación, debería quedar claro por qué las especies más “arbóreas” exhiben
una mayor habilidad para manipular herramientas. Este tipo de existencia viene a
favorecer el desarrollo de un control más preciso sobre la conducta, por lo tanto de un
esquema corporal más sofisticado.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Además de estar en el centro del mundo de las emociones humanas, también es, por así
decirlo, el sitio del lenguaje. Como ha sido sugerido en muchos estudios sobre la relación
entre la percepción del lenguaje audiovisual y la activación motora de áreas involucradas
en la planeación y ejecución de la producción del habla, las dinámicas del movimiento
facial y la percepción-producción del habla están claramente integradas (Skipper,
Nusbaum y Small, 2005; Hall, Fussell y Summerfield, 2005; Pulvermüller et al., 2006).
Si en los humanos la cara juega el papel más importante en el reconocimiento del Self,
esta diferencia con los simios antropoides nos llevaría a inferir, desde un punto de vista
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Obviamente, el hecho de que el niño comience a desplegar el lenguaje a través del uso de
frases durante más o menos el mismo periodo en el cual adquiere la capacidad de
reconocerse a sí mismo en el espejo (por medio del reconocimiento de las propias
expresiones faciales) no es accidental. Hasta este punto, sólo podía reflejarse a sí mismo
en la conducta de los demás, a pesar del hecho de haber desarrollado un sentido de
permanencia de Self. Dicho de otra manera, a pesar del hecho de que fuera capaz de
percibir sin interrupciones el sentido de pertenencia de la experiencia, reconocía su
significado sólo a través del reflejo de conductas compartidas.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Antes de que podamos seguir con nuestra discusión en la dirección indicada por la
pregunta del “¿Quién?”, debemos primero hacer un pequeño desvío para tratar con un
tópico que la psicología ha relacionado muy de cerca con el sujeto del reconocimiento del
Self en los últimos años, en otras palabras, las emociones auto-consientes. Aparecen una
serie de observaciones que sugieren que esas emociones ya emergen antes del desarrollo
de la conciencia reflexiva.
2.9 Contactos afectivos
Existe mucha literatura, sobre todo de la naturaleza representacional (Lewis, 1987, 1992,
1993, 1995), que subraya el punto de que durante el segundo año de vida del niño, ahí
emergen nuevas emociones – las emociones de auto-consciencia – cuya génesis se
adscribe a un cambio en el nivel de conciencia del Self y de los demás. La hipótesis de la
naturaleza de tales emociones es que se desarrollan en el contexto de nuevos estados
relacionales: en los que el niño es auto-consciente. Estas emociones (orgullo, vergüenza,
culpa, envidia) parece que toman forma a través de la evaluación consciente que el niño
hace de su comportamiento en relación con parámetros de referencia.
Otros estudios que no concuerdan con esta aproximación, enfatizan el hecho de que las
emociones interpersonales (orgullo, vergüenza, culpa, envidia, timidez, sentido del humor,
burla, empatía, entre otras) ya estarían presentes en los primeros meses de vida. Como
Vasudevi Reddy (2003) sostiene con firmeza, si el niño es el foco de la atención del
cuidador entonces la relación entre el padre que observa y el niño observado puede ser
experimentado directamente por el niño; no necesita ser inferida, como argumenta la
hipótesis representacional. La conciencia de la atención de los demás sobre uno mismo
corresponde a un modo de auto-percepción, una conciencia afectiva del Self. La conexión
entre cómo es percibida la atención del cuidador y cómo es experimentada la propia
ipseidad – que es diferente y específica en cada una de las diferentes emociones auto-
conscientes – es sentida directamente desde los primeros meses de vida del niño. El como
perciba el niño la mirada del otro no depende de “creencias acerca de las evaluaciones de
los otros”, sino que sobre cómo se siente él en ese momento.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La vergüenza del niño refleja la incompatibilidad entre las expectativas del adulto, que el
niño ha anticipado, y la situación real que está sucediendo. Es esta incongruencia (que
corresponde a ser descubierto) la que crea una mayor foco sobre uno mismo,
precisamente porque la conducta del niño llega a ser el foco de atención de ambos
interactuantes – cuidador y niño. Ya que la vergüenza conlleva desconcierto con respecto
a la situación actual, se abre la posibilidad de reparar (Semin y Manstead, 1982). Este tipo
de desconcierto es cercano a la vergüenza.
En cualquier caso, incluso cuando el desconcierto es visto como una forma de vergüenza,
no como el resultado de haber cometido un paso en falso, como por ejemplo cuando al
niño se le pide que actúe, el foco sobre uno mismo es conservado por la conciencia de
estar en el centro de la atención indeseada de los demás.
Es obvio, desde esta perspectiva, que más allá de estar en la raíz de las emociones auto-
conscientes, como reclama la perspectiva representacional, la conciencia reflexiva, o más
precisamente, el modo en que la conciencia reflexiva toma forma, está influenciada
fuertemente por cómo el espacio afectivo interpersonal ha sido constituido en los meses
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
precedentes. El hecho de que el niño sea el centro de la atención de los demás, y que esta
convergencia de la atención social crea en él emociones sociales que lo posicionen en el
espacio interpersonal, podría ser hipotetizado como la constitución de una condición
necesaria para el desarrollo de capacidades reflexivas, más que ser el resultado de tales
capacidades. Como afirmaba Heidegger (1988) (en respuesta a Nartop, quien enfatizaba la
naturaleza distorsionada de la conciencia reflexiva), reflexionar es sólo un modo de
entenderse a sí mismo, un modo que le permite a la comprensión intensificar, más que
constituir la base fundacional de la auto-comprensión.
Mientras que la comprensión mutua fuera alcanzada, en las etapas previas a través de la
acción (emocionalmente situada), ahora empieza a ser mediatizada por el lenguaje. Como
lo demuestran los monólogos de Emilia estudiados por Nelson (1996), los contenidos de
estas primeras y rudimentarias aproximaciones a los contadores de historias son
experiencias de la vida real, acciones y pasiones que dan cuenta de la existencia diaria. El
sentido (compartido) de acciones y pasiones está re-inscrito en la oración (Engel, 1986;
Dunn, 1988). La estructura de la acción y la estructura del lenguaje vienen a sobreponerse
gradualmente el uno con el otro, en la medida en que ambos están caracterizados por un
sentido compartido y al mismo tiempo por la referencia a uno mismo.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Rizzolatti and Craighero, 2004; Nishitani et al. , 2005; Gallese, 2005). Varios trabajos de
Gentilucci y sus colegas (Gentilucci, 2003; Gentilucci et al. , 2001, 2004a, 2004b, 2006;
Bernardis and Gentilucci, 2006) han encontrado una relación cercana entre la producción
de lenguaje y la observación/ejecución de gestos con los brazos y manos, corroborando
entonces la relación entre los gestos manuales y orales relacionados al lenguaje.
Así, por un lado, el significado de un gesto es fijado en estructuras de sentido que están
sedimentadas: el contenido intencional – es el sentido común que produce acciones
familiares y acciones compartidas, como las rutinas y los juegos. Por otra parte, el
significado se refiere a la experiencia real de un “quien” en un momento dado y en una
situación específica – este es el significado que la acción tiene para la persona que realiza
esa acción.
Del mismo modo, el significado de la oración (es decir, su contenido proposicional), por un
lado, se mantiene constante por lo que la oración se refiere, y por otra parte, el significado
trae al lenguaje la experiencia del que habla. Es precisamente porque hablante y oyente
pueden compartir un contenido de sentido que uno puede comunicarle la propia
experiencia al otro. Es el contenido de sentido que, realizado en cada ocasión por cada
hablante individual a través de la referencia concreta a su propio dominio experiencial,
nos permite incluir y comprender la experiencia comunicada. “La comunicación puede ser
exitosa”, escriben Liberman y Whalen (2000), “sólo si dos partes tienen una comprensión
común acerca de lo que cuenta – lo que cuenta para el hablante debe contar para el
oyente”.
Por otra parte, este sistema puede mediatizar la imitación de los sonidos verbales, como
en el caso del niño repitiendo palabras que no refieren a ninguna de sus experiencias y
que no tienen sentido. Por ejemplo, Levy y Nelson (1994) investigaron la adquisición de
palabras causales y temporales en los niños (“porque”, “ayer”, “pronto”, entre otras) y
encontraron que la producción de los niños para esos ítems lingüísticos estaba ligada a
contextos discursivos específicos y que realizaban exactamente las mismas funciones
discursivas que sus padres usaban, sin tener una comprensión como la de los adultos y
flexibilidad de uso. (Cualquier adulto que aprenda un segundo idioma se encontrará en
una situación similar, es decir, aprendiendo una serie de palabras sin comprender qué
significan).
Por otra parte, este sistema eco-neuronal también podría desempeñar una función
semántica en la medida en que le permita al oyente referir las palabras empleadas por el
hablante para su propio dominio experiencial.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Para los significados que terminan en palabras, la articulación de sonidos debe estar ligada
con el sentido de una acción. En otras palabras, debe existir un mecanismo neuronal
compartido capaz de enlazar la observación de la acción y la comprensión para la
producción-percepción del lenguaje, entonces, un sustrato neuronal que sea capaz de
relacionar la percepción acústica con la producción lingüística y con un sentido
compartido de acción. Un número de recientes estudios indican que el MNS juega un
papel clave en la articulación de la compleja relación entre acción, lenguaje y
comunicación.
En el curso del desarrollo – desde las primeras palabras del niño, pero aún con mayor
claridad al comienzo del lenguaje – el niño aprende gradualmente que durante la
comunicación, los sonidos y las palabras que acompañan la experiencia se refieren a esa
misma experiencia específica y actual, hasta el punto que el niño también aprende a
predecir lo que pasará después. Esta transformación gradual en el modo con que el niño
se comunica es fomentada por los cuidadores, quienes generalmente comprenden,
subrayan y repiten esas palabras más importantes para cada contexto individual de
comunicación. Esto le permite al niño integrar las palabras que son usadas y repetidas
durante la ejecución de actividades compartidas en su comprensión pre-reflexiva de la
experiencia. “El temprano establecimiento de los significados compartidos”, escribe
Nelson (1993), “involucra así una interacción de la interpretación pre-verbal del niño de
eventos y objetos, y el uso del adulto de esas palabras, y la aceptación de los usos del niño
al interior de esas actividades construidas en forma conjunta y entendidas mutuamente”.
Estas observaciones sugieren que la percepción del habla probablemente comparte un
sustrato neuronal común no solamente con las regiones asignadas a (a) la producción del
habla – debido a la paridad entre transmisor y receptor del mensaje invocado por
Liberman – sino también con las áreas encargadas de (b) la percepción – la ejecución de la
acción.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El segundo punto, que tiene que ver con la relación entre la acción y el lenguaje, ha sido
desarrollado en una serie de estudios sobre la comprensión de oraciones relativas a la
acción dirigidas a descubrir, sobre todo, la relación entre oraciones relativas a la acción y
la activación de áreas motoras relativas a las acciones que uno puede realizar por sí mismo
(y para las que se refieren los sentidos de esas oraciones) (Buccino et al. , 2001, 2005;
Hauk, Johnsrude and Pulverm¸ller, 2004; Tettamanti et al. , 2005; Gazzola, Aziz-Zadeh and
Keysers, 2006). El estudio más reciente en este campo, que fue realizado por Aziz-Zadeh
et al. (2006) y el cual se replica y se expande en algunos de los estudios previos,
demuestra que al leer frases que describan acciones realizadas con diferentes efectores
(mano, boca, pierna) conducen a la activación de áreas motoras y premotoras específicas
que se activan cuando un individuo observa las mismas acciones presentadas visualmente.
Como hemos visto, la alteridad se entrelaza con la ipseidad una primera vez al nivel pre-
reflexivo; llega a ser parte del dominio del significado de la subjetividad una segunda vez
simplemente por medio del uso del lenguaje. Es en la recepción de un discurso que ya está
en marcha, un lenguaje que ya ha sido instituido, y en haber sido iniciado en un mundo
histórico y cultural que ya está ahí, suministrado por estructuras de sentido compartido,
permitiéndole a uno entender y reconocer la propia experiencia.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
más tratada como si el agente fuera reabsorbido por el objetivo de la acción, como si
fuera una función de esa acción en particular. En vez de eso, a pesar del hecho de que la
acción individual tiene un significado de sentido común para cualquiera, tal acción, que es
reconfigurada por el lenguaje, adquiere un significado que es personal debido al hecho de
que se encuentra dentro de un marco de configuración, la narración de uno mismo. La
acción individual está ubicada dentro del contexto referencial por la historia que le ayuda
a articular y desarrollar, tanto en el caso donde el evento cae dentro del rango de las
expectativas que derivan “naturalmente” desde una narrativa, como en el caso donde
toman “por sorpresa” las predicciones hechas en relación al desarrollo de la historia, lo
que genera nuevas expectativas. Desde este punto de vista, asimilar la experiencia, o sea
hacerla histórica, no significa instituir un orden cronológico, simplemente poner los
eventos en una secuencia. Lo que debe considerarse es la importancia de una experiencia
dada en relación con la economía de la narrativa, lo que confiere a la experiencia un valor
que cambia con el cambio de la historia misma. Es decir, el significado de la actuar y de
sentir va más allá de su dimensión empírica.
Cada ser humano integra los eventos que experimenta para combinar el presente con la
experiencia sedimentada, y con los horizontes de sus expectativas, todo al mismo tiempo.
La relación especial entre estos diferentes componentes se realiza en la continua
remodelación de la narrativa de uno mismo (en sus variadas formas, incluyendo aquellas
de la historia fragmentada). La recomposición narrativa de la experiencia de vivir
reconfigura la variedad de la propia experiencia personal en una totalidad significativa,
mientras al mismo tiempo delinea a la persona cuyas acciones y emociones refieren.
Después de Ricoeur, nos volvemos a la identidad narrativa para indicar esta modalidad
dinámica de componer la identidad personal.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Soy diferente de todas mis sensaciones, no pudo entender cómo. Ni siquiera puedo
entender quién las siente. Además, ¿Quién es este “yo” al comienzo de estas tres
proposiciones?
A este punto, tenemos que examinar otro aspecto de la experiencia que no ha recibido
mucha atención hasta ahora: su naturaleza temporal. El tiempo de hacer, o no hacer;
tiempo común tejido en interacciones, en rutinas, en prácticas, en experiencias
compartidas y al mismo tiempo en el paso de los días… día y noche, ayer, hoy y mañana: el
modo en que el pasado, presente y futuro se construyen y se interrelacionan en nuestro
diario vivir. Es el tiempo de la experiencia, el tiempo de lo que hacemos, de lo que
sentimos de una manera u otra, que hace posible darle una nueva forma a los eventos a
través de la narración. El significado de las palabras de Ricoeur (Ricoeur, 1980) emerge
fuertemente aquí: “Tomo la temporalidad como la estructura de la existencia que alcanza
el lenguaje en la narratividad y la narratividad como la estructura del lenguaje que tiene la
temporalidad como referente último”.
La recomposición narrativa presupone, por un lado, una prefiguración del sentido que
parece estar inscrito en el actuar, en el sentir y en la secuencia temporal de la experiencia.
En esta etapa de pre-comprensión, además del diario “juego familiar”, el niño encuentra
las tonalidades emocionales que acompañan los tiempos de la vida. Por otra parte,
transforma la prefiguración del sentido a través de la recomposición narrativa. Este
proceso de recomposición – cuya estructura inicial es provista y garantizada casi
completamente por los padres, el rol del niño simplemente es repetir o conformarse a los
eventos narrados (Bruner, 1983; Nelson, 1985; Hudson, 1990) – provee a la experiencia las
herramientas de síntesis, redacción y estructura. En otras palabras, los cuidadores se
ocupan de estructurar el sentido de acciones y pasiones con el objeto de permitirle al niño
reconocer y dominar su propia experiencia.
De ello se deduce que es el orden conjunto (es decir, junto con sus padres) de los eventos
de su propia vida en secuencias narrativas por las cuales el niño comienza a construir y
articular su propia singularidad como persona, para darle forma a su propio quien. De este
modo, mientras él diferencia la experiencia narrada del fondo ante-predicativo en el cual
su historia estaba implicada de algún modo, se apropia de esa experiencia, la reconoce
como propia. Se reconoce y se identifica a sí mismo en esa historia al mismo tiempo. Para
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Gradualmente, en el curso de los años pre-escolares, los modelos de andamiaje por medio
de los cuales los padres inicialmente transmiten esas formas de narrar con las que se
familiarizan, y que son culturalmente apropiadas, llegan a ser un lugar de cooperación y
negociación. Es decir, que el niño contribuye de manera creciente a la construcción activa
de la historia a través de la conversación sobre eventos pasados. El proceso está
caracterizado por una etapa intermedia, donde el niño comienza a reportar recuentos de
experiencia que él no había compartido con sus padres, los que luego son estructurados
en una narrativa en colaboración con el cuidador, por medio de la re-edición de los
episodios. Pero es sólo entre la edad de los 4 y 5 años que el niño finalmente domina la
estructura narrativa, al punto que, por ejemplo, puede inventar un personaje,
demostrando que puede entender la estructura psicológica del personaje y que puede
estructurar sus acciones en una historia.
Este proceso, que como hemos dicho, ocurre en los años pre-escolares, está caracterizado
por el divorcio gradual entre la narración y el contexto de la situación, del contexto desde
el cual el evento hablado tuvo lugar. Si, a la edad de 2 años, decir “coche” ayuda a indicar
el hecho de que el niño quiere ir, o va a ir al parque con su padre, a la edad de 4 o 5 años,
la misma palabra está libre, por así decirlo, del contexto de la pronunciación, de la
situación inmediata de referencia. En otras palabras, el niño parece adquirir la capacidad
de recomponer eventos en una secuencia diacrónica, en vez de simplemente referir lo que
está pasando en el aquí y ahora del contexto de la pronunciación, la capacidad de usar las
palabras para construir un todo significativo fuera de eventos dispersos.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La nueva habilidad del niño para re-ensamblar los eventos sueltos en una estructura
narrativa, y así la habilidad para distanciarse él mismo de los eventos, van de la mano con
un cambio en el uso del lenguaje. En los años pre-escolares, está el uso pragmático del
lenguaje que les asegura que se establezca un enlace mimético primario entre el lenguaje
por un lado y la acción y el sentimiento por otro. Como hemos dicho repetidamente, hasta
esa edad la conversación se refiere esencialmente a lo actual, a situaciones
interpersonales, a experiencias que están sucediendo, a actividades compartidas, como si
de alguna manera el sentido de las palabras fuera actualizado a través de la referencia en-
línea para aquellos contextos que están siendo compartidos en la práctica actual.
El involucramiento de los actores en juegos es una parte esencial del sentido, y por lo
tanto de la decodificación de la acción. Después de todo, la trama simbólica conectada
subyacente a las acciones puede ser entendida porque los actores participan en el juego.
Es por eso que incluso niños de 2 años pueden cambiar el modo en que formulan sus
pronunciaciones cuando son interrogados por su madres o por un familiar adulto
(Tomasello y Todd, 1983). De hecho, Tomasello y sus asociados descubrieron que, para un
adulto familiar, los niños reformularon su pronunciación con mayor frecuencia que con
sus madres; con sus madres ellos tendieron a repetir la pronunciación.
Así, mientras el niño de dos años se comunica, por así decirlo, dentro de las actividades de
las que es parte usando el lenguaje desde el interior de los eventos socialmente
compartidos (Nelson, 1996), niños mayores pueden comunicar eventos desde una
perspectiva externa, como si participar en un evento ya no fuera necesario para ser capaz
de hablar acerca de él.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Una serie de estudios sobre conversaciones padre-hijo acerca del pasado demuestran que
la interacción social es crítica para la organización de narrativas estructuradas acerca de
memorias autobiográficas, y por consiguiente para la construcción de un sentido duradero
de sí mismo (Fivush, 1991p; Hudson, 1990; Nelson, 1993; Nelson y Fivush, 2004; Reese,
2002). Además, varios descubrimientos indican que las madres con un estilo de
remembranza altamente elaborativo facilitan el desarrollo de habilidades narrativas
autobiográficas en los niños (Fivush y Nelson, 2006). No debería sorprender entonces que
las madres de este estilo se enfoquen más en los aspectos emocionales y evaluativos de
los eventos pasados, esto es, sobre aspectos experienciales, por lo tanto sobre aquellos
aspectos que son significativos en los eventos (Fivush y Hade, 2005; Fivush, 2007).
Desde el punto de vista contrario, fallar en alcanzar el dominio total sobre las
herramientas narrativas podría explicar las diferencias para comprender el Sí mismo
temporalmente extendido en niños de 2, 3 y 4 años de edad, identificado a través de un
paradigma de auto-reconocimiento tardío.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Aunque muchos estudios han señalado que durante los años pre-escolares los eventos
tanto pasados como futuros se ordenan narrativamente a través de las conversaciones
con los cuidadores, las variables conectadas con el estilo maternal afectando la
remembranza conjunta, difieren de las que caracterizan las charlas padre-hijo acerca de
los eventos futuros (Hudson, Shapiro y Sosa, 1995; Hudson, 2002, 2006).
Es esta verdadera falta de contenido “tangible” lo que hace que las conversaciones padre-
hijo sobre el futuro sean más complicadas. En contraste con la interpretación compartida
del pasado, en la que las palabras usadas están basadas en la experiencia vivida, una
conversación que anticipe eventos futuros sólo puede contar con la experiencia de una
manera indirecta. Lo que se espera del futuro es lo que ya ha sucedido en el pasado. Este
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
es el resultado obtenido de los estudios sobre los efectos de las rutinas familiares en el
desarrollo de la comprensión temporal (Friedman, 1977, 1990; Friedman y Brudos, 1988).
De hecho, el niño ya puede configurar lo que sucede en situaciones típicas (como ir a un
McDonald’s) como una secuencia (Hudson, Shapiro y Sosa, 1995). Otros estudios recientes
demuestran que el mismo sustrato neuronal que se activa al imaginarnos el futuro es
necesario para recordar el pasado, nos conducen a la misma conclusión (Schacter, Addis y
Buckner, 2007).
Sin embargo, no todos los eventos futuros pueden ser predichos desde un conocimiento
de los eventos pasados. Muchas cosas que ocurren pueden ser eventos inesperados,
nuevos, desconocidos, que difieren de nuestras expectativas.
Estas dos maneras de tratar con el futuro se reflejan en las conversaciones padre-hijo.
Cuando las madres hablan con los niños acerca del futuro, ellas usan un tipo de lenguaje
que toma en cuenta este hecho: “ellas comprometen a sus hijos a pensar sobre el futuro
de diferentes maneras dependiendo si el evento en discusión era familiar o desconocido
para el niño. Cuando discuten eventos rutinarios, los niños fueron alentados a entregar
información acerca de lo que ellos esperaban que pasara, mientras que cuando se
discuten eventos nuevos, las madres comprometen a sus niños en conversaciones más
hipotéticas” (Hudson, 2002:65).
Con el objeto de que un niño sea capaz de situar un evento en el tiempo, debe ser capaz
de entender más o menos el futuro esperado junto con el pasado desde el cual ese evento
futuro difiere (o no difiere) y con el presente en el cual estas dos experiencias del tiempo
se entrelazan de manera asimétrica. A través del uso del lenguaje, el niño aprende a
moverse entre la memoria y el plan, aprende a navegar a través del tiempo.
Esto implica que la alquimia entre lo que Koselleck (2004) llama el espacio de experiencia
y el horizonte de expectativas está continuamente recomponiéndose en la experiencia
temporal actual, un proceso que es particularmente intenso en los niños. Como lo sugiere
el título de su reporte investigativo, “Los deseos actuales de los pre-escolares afectan sus
opciones para el futuro” (Atance y Meltzoff, 2006). Por otra parte, muchos estudios sobre
habilidades de planificación en niños pequeños demuestran que la capacidad de
planeamiento se incrementa considerablemente entre los 3 y los 5 años (Carlson, Moses y
Claxton, 2004: Hudson, Shapiro y Sosa, 1995).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Cuando, comenzando la edad de los 5 años, el niño adquiere las herramientas que le
permiten componer las variadas dimensiones temporales en una unidad narrativa, lo que
emerge desde un punto de vista experiencial es precisamente un nuevo sentido de la
permanencia del Sí mismo en el tiempo. Esto significa no sólo que el niño reconfigura
acciones y sentimientos a través del entramado narrativo, sino que es capaz de definir un
horizonte dentro del cual fijar su propia estabilidad en el tiempo. Esta habilidad constituye
el fundamento del sentido de responsabilidad que caracteriza al niño entrando en la
“edad de la razón” (White, 1996).
En occidente, esta transición está señalizada sobre todo por los fenómenos que
acompañan la escolaridad. La entrada al sistema escolar le entrega al niño su primer
impacto con un orden amplio (Hayek, 1978), en el cual su propia identidad se negocia en
términos de competitividad individual, más que ser regulada por un sistema ético
distribuido socialmente, como ocurre en pequeñas comunidades que comparten hábitos,
creencias y conocimiento. Las actividades compartidas y las prácticas escolares
estructuran nuevos campos de interacción – con grupos de niños de diferentes edades y
otros adultos significativos – en los que el niño participa con una autonomía creciente
respecto de sus figuras parentales. Esto conduce al desarrollo de un sentido de
responsabilidad independiente, que emerge en un contexto intersubjetivo fuera de la
familia.
Parece que entre los 5 y los 7 años de edad, los padres le asignan (y los niños lo asumen) la
responsabilidad para el cuidado de los niños más pequeños, para tener animales, para
realizar las tareas de la casa y para recolectar materiales necesarios para la familia. Los
niños también se vuelven responsables para su propia conducta social y el método de
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
castigo para las transgresiones cambia. Junto con la responsabilidad, está la expectativa
de que los niños de 5 a 7 años empiecen a ser adiestrables. Los adultos entregan un
entrenamiento práctico, esperando que los niños sean capaces de imitar su ejemplo; a los
niños se les enseñan maneras sociales y se les inculcan tradiciones culturales. Subyaciendo
a estos cambios de enseñanza está el hecho de que, a los 5-7 años, los niños son
considerados como poseedores de racionalidad o sentido común. A esta edad también se
considera que el carácter del niño puede ajustarse y él comienza a asumir nuevos roles
sociales y sexuales. Comienza a unirse a grupos de pares y participar en juegos normados.
Los grupos de niños a esta edad se separan por sexo (Rogoff et al., 1996).
La emergencia de un sentido de responsabilidad deriva así de una nueva relación entre las
propias acciones, emociones del niño y el sentido de Sí mismo, que el orden narrativo
hace posible en la medida que combina las variadas dimensiones temporales en un todo
unitario. En otras palabras, ser asignado con responsabilidades en los dominios de la
escuela y de la casa induce al niño a desarrollar las capacidades para tomar
responsabilidades de modo estable, y realizar las tareas demandadas por esas
responsabilidades. Esto sólo es posible porque la reconfiguración narrativa de la
experiencia le permite navegar a través del tiempo, manteniendo su sentido de identidad.
Mientras la recomposición narrativa de los eventos (por medio de la cual una serie de
elementos heterogéneos – acciones, emociones, motivaciones, episodios, agentes,
medios, fines, causas – se recombinan en una configuración unitaria) mantiene unidos los
variados sucesos que forman parte de esa historia, al mismo tiempo se constituye en la
identidad de la persona a quien esas experiencias refieren. Para ser más precisos, la
capacidad de organizar y expresar la propia experiencia a lo largo del tiempo de un modo
significativo, revela lo que permanece en el tiempo mismo: la correlación de la identidad y
las propias experiencias vividas, con la persistencia del Sí mismo en los diferentes
episodios constituyentes de la propia vida.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Podemos definir el conjunto de peculiaridades por las cuales una persona tiende a ser la
misma a lo largo del tiempo como su carácter. De hecho, es la perseverancia de esos
rasgos estables lo que expone a la mismidad a una doble mirada; una le permite a la
persona entenderse a sí misma desde el punto de vista de la primera persona, la otra
desde el punto de vista de la objetividad. Por un lado, es mi carácter el que me hace único.
Mi fisonomía, mi voz, mi rostro – son las huellas digitales de mi ser. Es ese carácter,
entendido como una unidad de perspectiva, lo que me sitúa mientras me dirige en mi
encuentro con el mundo y con los demás. Por otro lado, sin embargo, son esos mismos
rasgos los que le permiten al carácter ser observado objetivamente: como un
portarretrato, decíamos anteriormente, como patrones abstractos que ya no le
pertenecen a nadie.
Finalmente, hemos llegado al problema de la permanencia del sí mismo por tercera vez.
Cuando un niño que entra en la edad de la razón asume responsabilidades (por ejemplo
salir a buscar cosas para mantener a la familia o hacer las tareas para el día siguiente) – lo
mismo podría decirse, no obstante, de un adulto hombre o mujer que, por ejemplo, está
luchando por conseguir los objetivos de su vida – la constancia requerida para lograr la
tarea involucra un tipo de permanencia que es distinta de la que resulta cuando la
mismidad y la ipseidad coinciden. A esta edad en la vida del niño emerge un modo de
estabilidad en el tiempo, una modalidad de mantención de uno mismo en relación con la
variabilidad de los eventos que no puede ser adscrita a la perseverancia del carácter. Aquí,
la ipseidad queda liberada de la mismidad. Esta forma de mantención de la estabilidad del
sí mismo en el tiempo corresponde a la experiencia común de confiar, más o menos, en la
persona que ha asumido la responsabilidad, en quien ha hecho la promesa.
Mientras que la mismidad y la ipseidad marcan los límites dentro de los cuales se
compone la identidad de una persona en el tiempo, la relación dialéctica interminable se
construye a través de la construcción de una trama narrativa, creando entonces una
Identidad Narrativa. Después de Ricoeur, se ha vuelto común hablar de Identidad
Narrativa para referirse a la mediación operada por la historia permitiendo la composición
y recomposición de las dialécticas entre los dos modos de permanencia en el tiempo. Es
este tipo de mediación que permite a la persona transformar una mera sucesión temporal
de eventos en un todo cohesionado que constituye su historia de vida. De este modo, la
identidad de la persona, entendida como el personaje de la historia, es moldeada al
mismo tiempo con la trama. Y de hecho, por una parte, la unidad temporal de la historia
corresponde a la singularidad de la persona o, podría decir, al “carácter” de la narrativa,
mientras que por otra parte, la unidad temporal está siendo constantemente desafiada
por eventos imprevistos, por situaciones del momento. Como apuntaba Ricoeur (1995),
“Yo sostengo que la real naturaleza de la identidad narrativa se revela sólo en la relación
dialéctica entre la ipseidad y la mismidad”.
En este proceso, lejos de la manifestación del carácter mismo como una estructura
inmutable determinada por los cromosomas, o por los planetas y las estrellas, éste se
encuentra constantemente cuestionado en el evento de ser. La historia que está
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Así, si la experiencia de ser tiende más hacia la mismidad, la relación entre la unidad y la
discontinuidad en la construcción de la narrativa tendrá que ser emparejada por la
dialéctica entre la recurrencia de rasgos estables – que proveen al protagonista de un
sentido de permanencia en el tiempo – y la variedad de situaciones significativas – lo que
perturba a ese sentido de continuidad personal. Esta es la dialéctica interna del
protagonista de la historia cuya identidad está focalizada sobre un carácter que admite
sólo mínimas transformaciones. Pensemos en el héroe romántico quien doblega todo a su
fiera pasión. “Cómo he devorado todo…” exclama el joven Werther un segundo antes de
suicidarse.
Raskolnikov le dice al hombre que lo interroga: “Yo simplemente sugiero que el hombre
‘extraordinario’ tiene el derecho… No me refiero a un derecho formal, oficial, sino que él
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En contraste con la permanencia del sí mismo centrada en esos aspectos del personaje
que son casi sustanciales, la constancia del sí mismo polarizada en la ipseidad abre
posibilidades inesperadas de variabilidad. Construir la propia identidad entonces se
convierte en una función tanto del modo en que uno se estabiliza a sí mismo (fijo versus
cambiante) como del tipo de anclaje con el que uno se comprende (personas, contextos,
pensamientos, imágenes, etc.). Esto varía el modo en que está compuesta la historia y el o
los personajes.
Pero si nos movemos hacia la discontinuidad del anclaje, como lo hace Virginia Woolf en
su corta historia “La Marca en la Pared”, el personaje se convierte en un agregado
transitorio. Es como si una multitud de experiencias de sí mismo estuvieran listas para
componerse a entre sí de manera discontinua, de diferentes formas alrededor de nuevos
objetos, juntándose por un rato, haciendo entonces que un personaje nuevo y diferente
emerja cada vez, sólo para volver a salir antes de producir otro nuevo conjunto. Es
interesante notar que, en la mitad de esta migración perenne, Virginia Woolf escribe, casi
como si estuviera atrapada en una especie de relación entre este modo de ser y la
velocidad:
Por qué, si uno desea comparar su vida con algo, uno debe compararla siendo arrastrada a
través de un túnel por un tren subterráneo a cinco millas por hora, arribando al otro final
sin un solo pinche en su pelo. Disparada a los pies de Dios completamente desnuda.
Cayendo de cabeza sobre los pastos como papel lanzado en la oficina de correos. Con el
pelo volando como los caballos de carrera. Sí, eso parece expresar la rapidez de la vida, el
perpetuo gasto y reparo; todo tan casual, todo tan al azar (Woolf, 2000).
No tengo sentido de mi vida como una narrativa con forma, o en realidad como una
narrativa sin una forma, tengo poco interés en mi propio pasado y poca preocupación por
el futuro. Mi pobre memoria personal invade largamente mi conciencia presente. Incluso
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
cuando me intereso de mi pasado, no estoy interesado en ella como si fuera mía… para mi
como yo soy ahora, el interés (por lo demás emocional) de mis memorias personales yace
en su contenido experiencial, independiente del hecho de que lo que sea recordado me
ocurrió a mi – por ejemplo, el mi que ahora está recordando.
El continuo cambio del punto de anclaje es el tema de Rameau’s Nephew. El tema central
de este gran trabajo de Diderot es el protagonista multifacético, cuya identidad es
rediseñada cada vez, ya sea adoptando el pensamiento o la voz de otro, o alineándose a
las circunstancias o exigencias dictadas por la situación. “Nada es más diferente de él que
él mismo”, escribe Diderot (1762). “Hoy, con la ropa sucia y los pantalones rasgados,
vestido con harapos, casi descalzo, se escabulle con su cabeza gacha… Mañana, se marcha
con su cabeza en alto, empolvado, con su pelo ondulado, bien vestido, con zapatos finos…
Vive de un día para otro, triste o feliz, según las circunstancias”. Y un paso adelante,
cuando todo punto de anclaje ha sido perdido, cuando uno ya no posee, ni puede poseer,
una identidad porque no hay nada o nadie de donde sostenerse, sólo entonces
alcanzamos ese “no soy nada” que caracteriza a Musil de The Man without Qualities. Sólo
entonces se puede comprender ese “no soy nada” que Ricoeur reconoce como la
atestación del eclipse de identidad (y que nosotros exploramos al comienzo de este libro
cuando examinamos los aspectos problemáticos de la vida de Robert), entenderlo como la
experiencia de una persona que ya no puede arreglárselas para descentrarse a sí mismo
de un modo estable, que ya no puede reconocerse y retener la permanencia en el tiempo:
es una sensación de vacío, una sensación de nada, el sentimiento de que uno es nada. Las
palabras de Musil tienen un eco en la expresión con la que Roberto captura el final de su
relación con Sara: “ella era mi espejo, así que mientras ella estaba conmigo, yo también
estaba ahí; entonces ella se marchó y de pronto yo ya no existía más”.
3.5 inclinaciones
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Por lo tanto, las dos inclinaciones, que se reflejan en las diferentes direcciones en las
cuales la identidad narrativa puede reconfigurar la experiencia, nos conducen de vuelta a
las dos polaridades de la constitución de nuestras emociones – las que de hecho definen
un continuo – y que son al mismo tiempo, las dos maneras con que se construye la
relación con los otros significativos. Este es el fundamento ontológico que nos permite
trazar las directrices de una psicología de las emociones.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
“interna”, es decir, sobre los estados corporales que se han elevado a estados
emocionales.
Las cosas parecen moverse en una dirección diferente si los estímulos recurrentes a los
que es expuesto el niño en sus interacciones con los adultos significativos no elicitan
respuestas específicas. En este caso, es como si la evolución no hubiera “preparado” al
organismo para producir un appraisal (o estimación) de estímulos que son relevantes para
mantener la adaptación. Este tipo de reciprocidad – que se desarrolla y se basa
gradualmente, a través de las relaciones del niño con los cuidadores significativos, sobre
un compromiso afectivo “mediatizado”, en cuya esfera las emociones no-básicas son
hipercognitivas – da origen a una predictibilidad que debe ser anclada forzosamente a una
fuente externa de estimulación. Este modo de emocionarse puede ser descrito usando las
palabras empleadas por Draghi-Lorenz, Reddy y Costall (2001) para describir las
emociones no-básicas: “Ellas parecen deber su condición específica al ser de facto siempre
y necesariamente emociones con ‘conciencia’ social”. Mientras esto produce un
reconocimiento de las propias experiencias emocionales derivadas de una focalización
inicial sobre el otro, dificulta poner la atención sobre los propios estados internos. Shotter
(1998) es muy claro al definir este modo como un “saberse”.
Visto desde esta perspectiva, las emociones toman forma desde el propio compromiso
con el otro en las situaciones que suceden: sin la necesidad de construir una
representación, el otro es percibido como una parte de la propia experiencia emocional
en el contexto de relaciones transitorias. En este caso, el niño es inducido a construir
rasgos y luego configuraciones de carácter que involucran, de maneras distintas, una
preocupación constante del Self y del otro. Estos rasgos inclinarán la cualidad de una
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
A diferencia de las emociones básicas, aquellas emociones que emergen a través del
compromiso afectivo mediatizado, debido a su “visceralidad limitada”, pueden cambiar
más rápido y más fácil, ya que tasan menos los recursos del sistema visceral. Como
veremos en el próximo capitulo, tal mutabilidad favorece el desarrollo de una mayor
flexibilidad respecto del flujo de los eventos que suceden. Además, mientras el elemento
de conciencia, que es considerado como parte integral de esta forma de experiencia
emocional, “desacelera” la velocidad de reacción de la persona a los eventos y “enfría” sus
pasiones, al mismo tiempo permite que las respuestas emocionales de la persona sean
más individualizadas. No debería sorprendernos entonces que este tipo de experiencia
emocional pueda dar origen a patrones específicos de arousal (excitación).
Una mirada superficial parecería indicar que la diferencia entre los dos modos de
permanencia en el tiempo consiste en una relación privilegiada entre la mismidad y el
cuerpo. En esta mirada, es como si gradualmente nos moviéramos desde un polo en
donde la ipseidad coincide con la mismidad hasta el polo en donde las dos modalidades
son completamente independientes y al mismo tiempo la ipseidad se disocia
gradualmente del cuerpo de manera paralela.
Examinando el rango de variación entre las dos polaridades desde este punto de vista
significa, sin embargo, ignorar un aspecto fundamental que nos ha mantenido ocupados
en este libro. Si el lenguaje reconfigura la experiencia de vivir, y si el sentirme yo mismo de
una u otra manera (ipseidad) siempre está mediatizado por mi existencia encarnada,
entonces todo el espectro de variaciones reconstituido en la narrativa corresponde a
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En este sentido, mi cuerpo aparece cada vez como el rango de posibilidades sensorio-
motoras emocionalmente situadas, generadas en respuesta a quién o qué captura mi
atención, me interesa, me dirige, me invita, me desafía. Desde este punto de vista, la
corporeidad es un fenómeno: se presenta como la capacidad de percibir algo significativo
que viene hacia nosotros, interpelándonos. Es el “puissance d’un certain monde”.
Es a través de la continua ocurrencia de este encuentro, de un modo u otro, que yo llego a
una percepción de mi mismo en cada momento, de lo que de otra manera nunca habría
tenido acceso. En este sentido, mi carne, que tiene la experiencia, actúa y está sujeta al
mundo y a los demás, es el centro de la mediación concreta de mi apertura al mundo,
pero también es el “texto” que guarda un registro de esta apertura.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
la tensión esencial entre el propio aferrarse al mundo y a los otros y los afectos que ellos
le procuran a uno.
Gracias a esta tensión que emana del cuerpo, el sentido del estar situado, y en
consecuencia la noción de perspectiva, se vuelven concretas. Es mi actuar y sentir lo que
se apoya hacia ciertas inclinaciones como resultado de lo que algunos aspectos del mundo
adquieren cierta importancia para mi, una significancia que orienta mis posibilidades de
existencia. “El propio cuerpo se ‘conoce’ y se ‘comprende’” (Merleau-Ponty, 1945).
Con el objeto de demostrar que esas dos polaridades – las inclinaciones Inward y Outward
– del dominio afectivo, y del orden y la coherencia semántica de una narrativa personal,
corresponde a diferentes modos de percibir el estímulo análogo, hemos diseñado un
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Existen dos grandes trabajos sobre la empatía del dolor: uno de Singer et al. (2004), el otro
de Avenati et al. (2005). Ambos estudios logran la misma conclusión: al empatizar con el
dolor de otros se activan una serie de circuitos cerebrales que también son elicitados
cuando nosotros experimentamos dolor.
En una serie de experimentos en los que los sujetos observaron varios tipos de estímulos
dolorosos – por ejemplo, una aguja en la mano de alguien, una aguja siendo clavada en un
tomate – producidos por medio de una estimulación magnética transcraneal (TMS), los
investigadores registraron cambios en la excitabilidad motora de los músculos de la mano
de los sujetos como resultado de la observación de los mismos músculos que fueron
estimulados en otros. No hubo cambios cuando los participantes observaron una aguja
penetrando un tomate.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Este fuerte contraste entre los descubrimientos obtenidos en estos dos estudios se debe a
las instrucciones diferentes dadas a los participantes, según Singer y Frith (2005). En el
estudio de Singer et al., la atención de los sujetos estaba puesta en la anticipación del
displacer de los estímulos dolorosos. Por el contrario, en el experimento de Avenati, a los
participantes se les pidió que atendieran a la parte del cuerpo que estaba cerca de ser
pinchada y medir la intensidad del dolor que el individuo estimulado podría haber sentido.
Muy correctamente, Singer y Frith concluyen su artículo con una advertencia de que
cuando se estudie la empatía para el dolor, lo que ellos llaman “las actitudes mentales” de
los participantes, deben ser considerados.
Cuatro estudios han tomado esta advertencia seriamente. (1) Singer et al. (2006), un
estudio fMRI en el cual las respuestas empáticas de dolor en otros (puesto en un juego
económico) referidas preferentemente a la evaluación de parte de los participantes de
sobre la injusticia o injusticia de su conducta durante el juego. Se encontró que el juicio
moral regulaba la respuesta neuronal. (2) Un estudio de Danziger, Prachin y Willer (2006)
investigó la posible influencia de la sensibilidad al dolor del observador sobre su
percepción del dolor de otros. Los 12 sujetos estudiados fueron pacientes con
insensibilidad congénita al dolor, quienes no obstante eran capaces de sentir empatía por
el dolor de otros sobre la base de evidencia dolorosa facial o acústica. Encontraron difícil
evaluar el dolor experimentado por los otros sin ver sus caras o escucharlos llorar. En este
caso fue demostrada que la percepción de dolor experimentado por otros está
involucrada con la integridad del sistema nocioceptivo del espectador. (3) Un estudio de
fMRI realizado por Cheng et al. (2007), que demostró que, mientras los participantes
estaban observando agujas que se insertaban en diferentes partes del cuerpo, la
activación de la matriz de dolor variaba significativamente entre los sujetos que habían
sido anteriormente divididos en dos grupos para el experimento, sobre la base de su
grado de experticia en acupuntura. El primer grupo, que consistía en fisiatras practicando
acupuntura, y que no exhibió señales de cambio en la ínsula y en el ACC, fue comparado
con un segundo grupo compuesto de personas comunes, quienes activaron esas áreas a
un grado significativo. En este estudio, fue un experto el que moduló la activación
neuronal. (4) Un estudio de fMRI realizado por Gu y Han (2007) relevó el hecho de que las
actividades neuronales relacionadas con la medición del dolor eran eliminadas cuando los
sujetos contaban el número de manos afectadas por el estímulo doloroso en lugar de
evaluar la intensidad de dolor experimentada por el modelo. En esta investigación, la
respuesta neuronal fue modulada por diferentes demandas atencionales.
Debemos hacer una mención especial en esta revisión sobre un importante estudio
realizado por Jackson et al. (2006), como parte de una línea de investigación que ha
estudiado las similitudes y diferencias de la activación cerebral en acciones (Ruby y
Decety, 2001), creencias (Ruby y Decety, 2003) y sentimientos (Ruby y Decety, 2004)
imaginadas por sujetos en la perspectiva de primera persona (Self) o de tercera persona
(otro) (Jackson et al., 2006). El estudio muestra cómo al imaginarse los sentimientos de
otros, o imaginarse uno mismo en una situación dolorosa, se modula la actividad neuronal
que subyace al énfasis en la evaluación del espectador, que a su vez regula el proceso de
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
activación relacionado con el dolor. En este caso, las diferencias en la imaginación regulan
la activación.
En contraste con los estudios que recién hemos examinado, nuestro experimento en fMRI
considera el cómo los participantes organizan la experiencia emocional, por ende cómo se
sienten inclinados cuando se sitúan corporalmente. Esta aproximación nos lleva a
distinguir entre dos categorías de espectadores – observadores Inward y Outward –
correspondientes entonces a las dos polaridades del continuo. La hipótesis es que la
observación de dolor en la expresión facial del compañero elicita diferentes áreas
cerebrales, en relación al hecho de que la percepción de la estabilidad personal se basa en
un marco de referencia que predominantemente emplea un sistema de coordinación
centrado en el cuerpo, como en esos sujetos que hacen una hipercognición de sus
emociones básicas (inclinación Inward), o un sistema de coordinación de anclaje externo,
como en esos sujetos que captan su propia experiencia emocional involucrándose con los
otros (inclinación Outward).
Comparamos los dos grupos, cada uno de 15 personas, mientras eran expuestos a una
estimulación visual altamente self-related: imágenes de las caras de sus parejas, en
situaciones dolorosas y neutras, y caras de desconocidos, en situaciones dolorosas y
neutras. Las expresiones faciales de dolor de las parejas fueron grabadas durante un
examen nocioceptivo. Dos investigadores revisaron las filmaciones y seleccionaron por
consenso las fotos que transmitían evidencia de una experiencia de dolor intenso, basados
en el Facial Action Coding System de Ekman y Friesen. Se les pidió durante el fMRI que
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Consistente con nuestra hipótesis, los resultados parecen indicar que distintas
activaciones están involucradas en cada grupo. Para explicar estos descubrimientos con
mayor claridad, es notable que las regiones activadas en el grupo Inward parecen
traslaparse con el sistema neuronal de la conciencia interoceptiva, tal como la ínsula
posterior y la corteza somática sensorial secundaria (SII), al mapear el camino
homeostático aferente (Craig, 2002). Por el contrario, el grupo Outward activó regiones
involucradas funcionalmente en el procesamiento auto-referencial como la corteza pre-
fronatal medial (Gusnard et al., 2001), así como el precuneus y el PPC (Gusnard y Raichle,
2001). Podríamos también decir sobre este punto lo siguiente: mientras que las
activaciones en el grupo Inward casi se sobrepusieron con el sistema neuronal de
conciencia interoceptiva, el grupo Outward mostró activación en aquellas regiones
parietales fronto-posteriores que están comprometidas en la reunir continuamente
información sobre el Self y el mundo exterior (Cavanna y Trimble, 2006).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Parecería entonces evidente que los diferentes modos en los cuales los espectadores
estructuras sus sentimientos de estabilidad personal se reflejan en las diferencias de al
restablecer los circuitos cerebrales elicitados cuando empatizan con el dolor sentido por
sus parejas.
El aspecto más interesante que parece emerger de este estudio es que los seres humanos
experimentan la empatía al dolor sobre la base de distintos compromisos afectivos con el
mundo, sugiriendo entonces que un estilo emocional encarnado (fenotipo emocional)
influye profundamente en la manera en que percibimos y procesamos la información de la
vida diaria. Sumándole a los numerosos puntos de vista sobre el asunto de la encarnación,
como la cognición encarnada (Niedenthal, Barsalou y Winkielman, 2005; Niedenthal,
2007), la experiencia fenomenológica encarnada (Gallagher, 2007), la corporización radical
(Thompson y Varela, 2001) y la estimulación encarnada (Gallese, 2007), nuestros
resultados sugieren que este tema puede ser investigado a través de una nueva
perspectiva que ubique las diferentes modalidades de estar emocionalmente situado en el
corazón del problema.
En conclusión, más allá de sugerir que los humanos responden sobre la base de
mecanismos de respuestas automáticas ante el dolor compartido, los presentes
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Como veremos el la Parte Dos, esta perspectiva nos proveerá de nuevos caminos para
comprender las perturbaciones psicológicas.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
PARTE 4 : E-MOCIONARSE
No aprendemos cómo enojarnos en primer lugar siguiendo reglas culturales, aún si esas
reglas son aplicadas a nuestra rabia después del hecho.
Si estar situado está mediado por nuestro propio cuerpo, y si el modo en que cada uno de
nosotros se siente a sí mismo en varias situaciones está establecido por diferentes
tonalidades emocionales, parecería que: (1) existe una correlación entre los estados
corporales y los estados emocionales; (2) experimentar una emoción corresponde a
percibir un cambio en el propio estado corporal. Una de las más famosas observaciones de
James suma estos dos puntos con una gran simplicidad: “Qué clase de emoción de miedo
quedaría si no estuvieran presentes ni la sensación de que el corazón se dispara ni la poca
respiración, ni el temblar de los labios ni la debilidad de las piernas, ni la carne de gallina
ni la agitación de las vísceras, es realmente imposible de pensar” (James, 1884). Pero
¿Realmente da cuenta toda esta perspectiva acerca de lo que de veras ocurre en la vida
real?
María ha despertado más tarde de lo habitual a pesar de que tiene una importante cita en
la oficina, siendo que ahora corre el riesgo de llegar tarde. Se levanta rápidamente, se
pone bajo la ducha media dormida, se viste y se prepara un rápido desayuno. Mientras se
está bebiendo el café se dispone a pedir un taxi. Con el oído pegado en el teléfono, María
gasta unos pocos minutos esperando por la voz que le diga el número de taxi que la viene
a recoger, volviéndose más y más impaciente mientras escucha el tono sonando de fondo.
Finalmente, aparece la voz de la operadora… pero sólo para decirle que no hay taxis
disponibles. María siente una tensión repentina que le aprieta el pecho, una especia de
peso oprimiéndola del pecho hasta los brazos, siente que su respiración se acorta y que su
corazón late más fuerte – así es como María percibe la ansiedad.
Sale de prisa a la calle, corre hacia una esquina concurrida para aumentar las opciones de
encontrar un taxi. Espera cinco minutos – en vano – y el peso que siente se vuelve más
pesado. Pero ahora ve un taxi libre. Se mete en el y viaja rápidamente hacia su oficina sin
que la tensión en su pecho descienda. El taxi llega a la oficina, María mira su reloj, todavía
tiene unos pocos minutos antes de su cita. El peso que la estaba oprimiendo desaparece
mágicamente. María se recupera y ordena sus ideas para comenzar la entrevista mientras
camina hacia la sala de reuniones muy segura de sí misma.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La objeción que podría hacérsele a este método para analizar el episodio es que, en
realidad, María ya ha reaccionado con ansiedad – sin ser consciente de ello – al despertar,
cuando se dio cuenta de que estaba atrasada. En otras palabras, María ya podría estado
en un estado afectivo inconsciente antes de hacer la llamada por teléfono – un estado que
ella falla en percibir, pues su atención estaba focalizada en apurarse en salir a toda
velocidad.
La solución “Neo-James” ofrecida para estas objeciones de Prinz (2003, 2004) extiende la
idea de los cambios corporales al sustrato neuronal, mientras James limitó tales cambios a
lo puramente psicológico. En consecuencia, una emoción inconsciente, o incluso una
emoción “sutil”, no podría ser percibida en términos de variaciones en los estados
psicológicos, pero no obstante ser apuntalada por una modificación de las dinámicas
neuronales. En conclusión, cada emoción debe ser encarnada.
De acuerdo con Prinz, cuya explicación sigue las conjeturas de Damasio (1999), existen dos
niveles de representaciones corporales asociadas con diferentes regiones cerebrales:
representaciones corporales de primer orden, que corresponden a los actuales cambios
corporales (por ejemplo, órganos viscerales, músculo esquelético, cambios hormonales), y
representaciones corporales de segundo orden – que Damasio etiqueta como “como si
loop” – lo que re-representa el primer orden sin estar acompañado de cualquier cambio
corporal actual. Una emoción podría, entonces, corresponder a un cambio corporal real y
además a la representación de un cambio corporal (el “como si loop”). “Si una emoción es
una representación de un cambio corporal”, escribe Prinz 82004), “entonces el mismo
estado cerebral que subyace a esa percepción debe ser capaz de surgir en la ausencia de
un cambio corporal, actuando como su el cuerpo hubiera cambiado”.
Aunque un estado afectivo podría ser activado en uno de estos dos niveles identificados
por los Neo-James, para que tal estado sea percibido debe convertirse en el foco de
atención de la persona. En este sentido, “los estados afectivos son como estados visuales:
si la atención es puesta en cualquier parte, no son experimentados conscientemente”
(Prinz, 2004). Esto podría dar cuenta de la existencia de emociones inconscientes. Es decir,
si un estado afectivo está o no conectado a un cambio en el estado corporal actual, sería
activado fuera del foco de atención consciente del sujeto.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Podríamos objetar en este caso también, que María reaccionó con ansiedad, sin ser
consciente de hacerlo, el segundo en que ella se dio cuenta, al despertarse, de que estaba
atrasada. Si las emociones pueden ser inconscientes mientras los juicios parecen implicar
el uso de habilidades cognitivas elevadas ¿cómo puede esta perspectiva dar cuenta de la
producción de juicios inconscientes?
La solución propuesta por Solomon es volver a incluir sensaciones que han sido dejadas
“fuera” de la explicación cognitiva en una nueva versión en donde cognición y juicio son
“construidos apropiadamente”. Esta interpretación renovada de la cognición, que
Solomon define como juicios del cuerpo (Solomon, 2003), comprende una mezcla de
fenómenos que van desde las manifestaciones autonómicas de la disposición a la acción
hasta las tendencias comportamentales y las sensaciones kinestésicas. La reintegración
del cuerpo en la esfera cognitiva le permite a Solomon afirmar que “un juicio no es acto
intelectual independiente, sino un modo de agarrarse cognitivamente del mundo”
(Solomon, 2004). En el caso de María, es la ansiedad entendida como un juicio corporal –
por lo tanto inconsciente – donde la hipótesis es que tiene un determinado conjunto de
comportamientos destinados a disminuir la cantidad de tiempo por el que ella llegaría
tarde al trabajo desde el mismo momento en que se despertó. Después de todo, Solomon
(2003) afirma, sin intentar alguna ironía, que “los animales hacen todo tipo de juicios (por
ejemplo, si algo merece ser comido, o cazado)” sin que se activen procesos de
pensamiento conscientes.
Nuestra insatisfacción con estas dos perspectivas es atribuible a una causa más
fundamental, cuestionarnos las mismas presunciones sobre la que se basa el estudio de
los afectos.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
4.2 E-moción
Una serie de estudios inaugurados por Fridlund (1994, 1997) se mueven en esta dirección.
Opuesto a la teoría de programación afectiva de Ekman, Fridlund desplaza el foco de
atención al estar situado socialmente en las emociones.
Como es sabido, en la mirada básica de Ekman (2003) las emociones constituyen el modo
con que los seres humanos están biológicamente preparados para responder a estímulos
específicos (“gatillantes universales”) que son fundamentales para seguir vivos. Son por lo
tanto elicitados, como una especie de reflejo, cuando el organismo se encuentra con el
estímulo ambiental que involucra esos temas universales a los que siempre ha sido
sensible. Para que eso pase, el organismo está equipado con mecanismos que Ekman ha
llamado “mecanismos de apraisal automático” y que permiten que respuesta emocional
se active independiente de cualquier evaluación cognitiva.
Por otra parte, de acuerdo con Fridlund y otros (Parkinson, 1995; Parkinson, Fischer y
Manstead, 2005; Russell y Fernández-Dols, 1997; Russell et al., 2003), más allá de ser
modificaciones tipo reflejo producidas por el organismo, que pudieran estar más o menos
enmascaradas en la interacción diaria, las emociones se producen y se expresan como
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
señales de negociación entre los organismos en una transacción social actual. Esto quiere
decir que, el organismo genera comportamientos emocionales expresivos como una
manera de influir la conducta de otros organismos en la medida que – argumenta Fridlund
(1997) – la vigilancia y la comprensión de las señales evolucionaron de manera concertada
con las señales mismas. Este énfasis diferente aparece a la fuerza en dos estudios de
Fernández-Dols y Ruiz-Belda (1995, 1997) sobre un medallista de oro de los juegos
olímpicos de Barcelona 1992 y sobre fanáticos de fútbol que ven los goles anotados por su
equipo. Ambos estudios mostraron que en vez de ser parte de expresiones automáticas de
felicidad, como argumentaba Ekman (1972), las sonrisas genuinas – la sonrisa Duchenne –
ocurrían casi exclusivamente cuando el medallista o los fanáticos interactuaban con otros
(es decir, sonreían a la audiencia o a otro fanático). En contraste con los programas
afectivos de Ekman, “la felicidad per se no era causa suficiente para sonreir” (Fernández-
Dols y Ruiz-Belda, 1997). Los autores sugirieron que mientras el experimentar felicidad
facilita el sonreír, la interacción social es el factor precipitante.
Un estudio similar frecuentemente citado (Kraut y Johnston, 1979, replicado por Ruiz-
Belda et al., 2003) sobre el comportamiento de los jugadores de bolos conduce a las
mismas conclusiones: en el transcurso del juego, las sonrisas de los jugadores eran
afectadas – después de echar a rodar la bola – al ver las caras de sus compañeros, más
que por la llegada de la bola.
Estos estudios indican que las sonrisas y otras expresiones emocionales no sólo
corresponden a experiencias emocionales, sino que también a un gesto comunicativo del
que se emociona, producido como un movimiento en el contexto en curso de ocurrencia.
Fridlund interpreta estos movimientos como estratégicos, es decir, como emitidos para
influir al interactuante y así “atender los propios motivos sociales en ese contexto”
(Fridlund, 1997). El otro lado de la moneda es que los interactuantes a su vez influencian
la manifestación de las expresiones del emisor – el efecto de la audiencia de Fridlund –
como si en el transcurso de una interacción en curso el que se emociona tuviera en mente
una serie de potencialidades ambientales, que permitieran o prohibieran ciertos
movimientos en el contexto de un cierto tipo de interacción social. Así, las variadas
emociones toman forma de un modo contingente por la interacción misma.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Claramente, esta dimensión “estratégica” de los afectos no puede ser tomada en cuenta
ni por la aproximación de los Neo-James ni por la postura cognitivista, ya que ambas se
enfocan en una especie de solipsismo emocional. El cambio de foco desde procesos
internos a procesos interpersonales trae a primer plano dos aspectos de gran importancia,
que se entrelazan y que debemos examinar:
Ahora analizaremos el episodio de María una vez más, pero esta vez a la luz de esta nueva
mirada.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Vamos a imaginarnos una discusión entre Joe y Ana que empieza por una tontera – Joe ha
olvidado comprar la leche. Ana de manera brusca señala que ella es la única perjudicada
porque es la primera persona que sale de casa en la mañana. Joe responde de una manera
irritada que está enfermo y cansado de ser continuamente reprochado. Ana se pone más
dura y, elevando la voz, señala que además de salir a trabajar, también tiene que
preocuparse de las tareas de la casa y que no puede continuar así. Golpeando su puño
contra la mesa, Joe grita que es tiempo de separarse. Ahora vamos a imaginarnos dos
finales para esta escena.
Escenario 1. Ana queda dolida y en silencio sigue cocinando con el ceño fruncido en su
rostro. Luego de unos minutos, Joe se acerca para arreglar las cosas con un gesto
afectuoso, pero Ana lo rechaza abruptamente. En la mesa ella no dice una palabra. Joe
trata de suplicar su perdón. Ana acepta sus disculpas sin poner mayor resistencia, pero
repite que deben convenir nuevas reglas para vivir juntos porque la situación actual la ha
sacado de sus casillas. Aún sigue con el ceño fruncido en el rostro. Joe admite que ella
tiene razón y en su defensa dice que su desinterés en los últimos meses no se debe a un
cambio en sus sentimientos hacia ella, sino que a la tensión en el trabajo por una situación
que determinará su carrera futura, y como consecuencia, el futuro económico. El ceño
fruncido de Ana lentamente desaparece, su mirada se vuelva más tierna y su tono
amistoso.
Escenario 2. Ana comienza a llorar y, con lágrimas en los ojos, grita que no puede seguir
así más, así que mejor le ponen fin a esto. Joe empieza a insultarla y, con llanto de rabia,
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
le dice que ya no la ama más. Como si hubiera sido golpeada por un toro, incrédula,
herida, enojada, y con una expresión sombría en su rostro, Ana sale en silencio de la
habitación. Una hora más tarde está empacando sus cosas para irse. Cuando Joe se da
cuenta de esto, primero trata de disuadirla sin éxito. Entonces él comienza a culparse y
finalmente le ruega que no lo deje. Ana, totalmente resuelta, con el ceño aún fruncido y
sin decir ni una palabra, abre la puerta y sale de casa.
Si revisamos la secuencia desde el principio, mirándola desde el punto de vista de Ana,
veremos que la significatividad del episodio depende del desajuste entre sus expectativas
y la falta de consideración de Joe. El significado que Ana le atribuye a esta situación
corresponde a una alteración a su modo de sentir – experimentado como rabia – y al
mismo tiempo como la emergencia de un rango de posibles acciones destinadas a
modificar la conducta de Joe. El desarrollo, junto con la manifestación de las variadas
tendencias a la acción que permite esa emoción de rabia, depende de la respuesta del
interactuante, que a su vez está conectado con las señales emotivas como comprendidas
por el que se emociona.
Si analizamos la primera parte del episodio, las recriminaciones de Ana están seguidas de
una serie de intercambios que se vuelven mucho más agresivos. Entonces la situación
evoluciona de modos diferentes, dependiendo de si la discusión sigue como en el primer
escenario o el segundo. Parece obvio que los diferentes modos en que se desarrollan las
dos escenas emergen en el transcurso de la interacción misma, a través de un reajuste
continuo y recíproco de las posibilidades de significado en relación a las señales emotivas
recibidas por el otro. Visto así, la conducta emocional recíproca aparece como una
indicación que todos usan cada vez que renegocian su relación con el otro, para situarse
ellos mismo en relación al otro. El aspecto “estratégico” de la expresión de una emoción,
un punto en que los transaccionalistas insisten, viene entonces a estar muy conectada con
la negociación – en tiempo real – del propio rol en la relación.
En el primer escenario, como dice Griffiths (2004), “enojarse puede ser visto como una
estrategia para buscar un mejor trato global en esa relación particular”. En el segundo
escenario, por el contrario, enojarse podría ser visto como un modo de conducta que
ayuda a llevar la relación a un fin. En ambos casos, la emoción podría servir para empezar
de la intención del que se emociona, lo que es, por supuesto, influir la conducta de otros
organismos, en un esfuerzo por promover los intereses de quien se emociona en el curso
de las transacciones sociales (Parkinson, Fischer y Manstead, 2005).
Pero este nuevo énfasis de la interacción en tiempo real, que permite a los
transaccionalistas capturar el fenómeno que las otras teorías fueron incapaces de detectar
– despliegue temporal, la relevancia del contexto social, la infuencia recíproca en la
producción y expresión de las emociones, la apertura a las nuevas posibilidades de
acciones y relaciones – ¿no evita el aspecto experiencial de emocionarse? Dicho de otro
modo, ¿esta aproximación no excluye el mismo hecho de que la emoción siempre le
pertenece a alguien? Que la experiencia emocional sea mía, lo que indudablemente no
puede corresponder a la “economía psicológica interna del organismo”, no puede ser
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El episodio de Joe y Ana ayuda a clarificar este punto. Las diferentes maneras como se
desarrollan las historias – reconciliación o separación – no se pueden atribuir simplemente
a la dinámica de una negociación orientada al logro. La dimensión de la experiencia
persona agrega nuevos factores a este tipo de explicación. Estos factores derivan de la
integración de la experiencia personal en un conjunto de acciones y pasiones que se
reconfigura en una totalidad más o menos cohesionada: la narrativa del Self. Es la
conexión entre el episodio emocional en curso al interior de la historia de cada uno de los
dos compañeros lo que provee el contexto que le da un sentido a los dos desarrollos
distintos y sus respectivos resultados. El hecho de que el episodio sea parte de la historia
de una persona pone a la persona en una trama, desde la cual el episodio recibe nuevas
determinaciones de significado que hacen que la experiencia sea única.
Así, con el fin de comprender por qué una situación debería virar en una dirección más
que en otra, entender la dinámica emocional de la situación, partiendo de los objetivos de
los interactuantes, el logro de lo que determina la posición recíproca que los compañeros
toman en el curso de la negociación, no es suficiente. También es necesario identificar el
contexto personal de significado en el que un episodio se monta, ya que esto provee las
determinaciones de cada actor, que hace al evento inteligible. En el caso que estamos
examinando, por ejemplo, esto consiste en el estado y la historia de la relación como si
hubiese sido experimentado por cada uno de los compañeros, su nivel de involucramiento
personal, lo que para ellos es la forma aceptable de la reciprocidad emocional, individual y
planeada en conjunto, y así sucesivamente. Es sólo si poseemos este conocimiento de
fondo que podemos entender por qué el mismo episodio emocional puede desarrollarse
de modos diferentes, por qué la misma manifestación de una emoción generada por
eventos similares puede llevarnos a diferentes resultados. Entonces, además del tema de
la encarnación de una emoción en cada momento de su vida, una persona también es la
cohesión de una historia de emociones que se reactualiza a sí misma cada vez y en cada
momento de la condición emocional en curso.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
posibilidades de acción que sintonizan mejor con los contextos emergentes. Visto así, ya a
un nivel pre-reflexivo, e-mocionarse es el significado encarnado de la situación en curso,
percibida como un modo global de sentirse y a la vez como un dominio relacional.
En el otro caso, la activación más importante de las emociones no básicas nos llevará a el
espacio gravitante alrededor de un marco referencial que utiliza un sistema de
coordenadas anclado a la alteridad, originando así un sentido de permanencia orientado
principalmente a referentes “Outwards”. Lo que es más evidente desde esta otra
perspectiva es que la alteridad – entendida como un tipo de anclaje usado para mantener
la propia estabilidad en el tiempo (personas, contextos, imágenes, pensamientos, reglas,
etc.) – llega a ser la fuente de información para reconocer la propia experiencia
emocional, volviéndose entonces parte de esa experiencia.
Como hemos enfatizado varias veces, uno percibe la alteridad y simultáneamente se co-
percibe a uno mismo. Esto podría explicar por qué los tan llamados auto-constructos
interdependientes no sólo tienden a asimilar a los otros al Self de manera cognitiva,
emocional y perceptual (Markus y Kitayama, 1991; Stapel y Koomen, 2001), sino también
por qué tienden más a imitar inconscientemente los movimientos habituales de los otros
que hacer auto-constructos independientes (Van Baaren et al., 2003; Ashton-James et al.,
2007). Pero también podría servir para las diferencias entre los grupos en la empatía
emocional. De hecho, en un estudio de Sonnby-Borgstöm (2002), encontraron que los
sujetos con alta empatía exhibían un mayor grado de comportamiento imitado que los
sujetos con baja empatía cuando eran expuestos a imágenes de rostros enojados y felices.
Con respecto a la dimensión Outward, por lo tanto, la experiencia emocional parece estar
más cerca de las descripciones provistas por los cognitivistas y por los socio-
construccionistas. Para los cognitivistas, el sistema de anclaje podría estar constituido por
el marco evaluativo, por ejemplo, mientras que para los socio-construccionistas podría ser
el sistema sociocultural.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En línea con la hipótesis de Bertolina et al., los sujetos que manifestaron una personalidad
de estilo Inward con tendencia a desórdenes fóbicos exhibieron una mayor activación de
la amígdala, del hipocampo y de la corteza prefrontal medial. Por otro lado, los sujetos de
estilo Outward con tendencia a los desórdenes alimenticios exhibieron una activación más
intensa del giro fusiforme, de la corteza asociativa occipital y de la corteza prefrontal
dorsolateral.
Estas polarizaciones emocionales distintas – que demarcan un continuo a lo largo del cual
las tendencias Inward y Outward se combinan en diferentes grados y de diferentes modos
en cada individuo, y que cambian en el transcurso de la propia vida --- les permiten a uno
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En la Parte Dos de este libro, veremos que, partiendo de estas diferentes inclinaciones
emocionales, es posible desarrollar una teoría de la personalidad y de la psicopatología.
Las diferentes polarizaciones también ayudan a explicar el especial énfasis ubicado sobre
los aspectos corpóreos que caracteriza a los Neo-James y a las aproximaciones de la teoría
de la programación de los afectos, aunque en diferentes grados; para la focalización sobre
los aspectos cognitivos, para lo que Solomon ha puesto gran atención en su trabajo; y,
finalmente, para la importancia vital de los aspectos socioculturales, los que han sido
investigados en profundidad por los socio-construccionistas. La experiencia emocional,
cuyos componentes básicos son viscerales o cognitivos o que está conectados con la
conciencia social, corresponde a modalidades privilegiadas de compromiso, con diferentes
modos de percibir el propio centro de gravedad referencial. En este sentido, las diferentes
formas de experiencia emocional pueden ser entendidas dentro del continuo creado por
las dos polaridades, Inward y Outward, que refieren a las coordenadas referenciales que le
permiten a uno sentirse situado.
En la mirada constructivista, la emoción corresponde a una posición dada del Self definida
por roles, normas, contextos y prácticas discursivas que una sociedad dada genera, lo que
es funcional para su mantención y/o para la estabilidad del individuo que interpreta esa
posición particular siendo la única que él ocupa. Las emoción aparece como un intento
deliberado de ajustarse a un modelo social dado, que en algunos casos es percibido como
inevitable y más allá del control del individuo. Para el sujeto que vive fuera de ese modelo,
así como para la sociedad, tal comportamiento es absolutamente involuntario, mientras
que para un observador parece reflejar reglas dadas por la sociedad en la que la persona
vive.
Si tomamos por ejemplo a los Gururumba, una gente de Nueva Guinea, sentirse de un
humor o estado particular llamado “ser un cerdo salvaje” se experimenta como producir
acciones para las cuales el individuo no puede tener responsabilidad. En este sentido, la
emoción es vista como socialmente construida o, como dice Averill (1985), como un rol
social transitorio. Esta “enfermedad”, que afecta a los jóvenes adultos entre los 25 y los 35
años, se cree que es causada por la mordedura de un fantasma de un miembro de la tribu
que ha muerto recientemente. Aquellos que son afectados por ella corren enloquecidos
atacando todo lo que esté cerca y lanzando objetos. No sólo la tribu tolera esta conducta
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
antisocial de la persona enferma, sino que el individuo afectado tiene una consideración
especial. La explicación entregada por los antropólogos, como observadores externos, es
que el “rol de cerdo salvaje” parece emerger cuando un hombre joven recién se ha casado
y está sujeto a presiones económicas que no puede enfrentar. Al interpretar el “rol de
cerdo salvaje”, él tiene la consideración de los miembros de su tribu, quienes reconocen
que se encuentra en una condición especial, no obstante sin negarle la legitimidad de las
obligaciones que el joven hombre debe hasta cierto punto cumplir. La sociedad y el
hombre enfermo viven el “rol del cerdo salvaje” como involuntario.
Hacking (1995) cree que una condición similar en Occidente es representada por el
síndrome de personalidad múltiple. La epidemia de casos de este tipo, que ha inundado a
Occidente en los años recientes, tiene como hipótesis una construcción social, tol como el
mal del “cerdo salvaje” es un fenómeno construido. De acuerdo con hacking (1995), los
individuos que sufren de un sentido de identidad fragmentada son gradualmente
entrenados por sus terapeutas para canalizar esa enfermedad en formas que sean
consistentes con su teoría. Es decir, se les instruye en cómo ser con personalidades
múltiples y los diagnósticos de los terapeutas facilitan que se sientan aceptados
socialmente con la enfermedad. Esto ha producido un fenómeno de proporciones
gigantes, con el nacimiento de grupos de apoyo, asociaciones, programas de televisiones
que han amplificado la producción de la sintomatología. Incluso en el caso del síndrome
de personalidad múltiple – como con el “rol de cerdo salvaje” – la sociedad y el individuo
“cooperan” para definir la conducta que es clasificada “enferma” como una acción en la
que el agente no tiene responsabilidad en la medida que es la consecuencia de
circunstancias que están más allá de su control (Hacking, 1995; Griffiths, 1997).
Esta nueva función de las emociones, casi la vigilante de los valores de una cierta
sociedad, quizás se vuelve aún más evidente en la sociedad contemporánea de Occidente
en lo que podríamos definir como los comportamientos de una “conciencia feliz”
(Marcuse, 1964). Estos comportamientos corresponden a un conjunto de posibles
imágenes pre-envasadas del Self, que una sociedad dada reconoce como adecuadas y que
provee los modelos a los que uno puede anclarse con el objeto de darle forma a la propia
identidad. “Ser agradable” es un ejemplo elocuente de esos “modos de conformidad”.
“Ser agradable”, escribe Mestrovic (1997), “es una intrincada acción que involucra la
manipulación de uno y de los otros de modos altamente predecibles y deliberados,
incluyendo la propia apariencia física, el lenguaje, el tono de voz, contacto visual, elección
de la ropa, la sonrisa, la elección y duración de la conversación, entre un montón de otros
factores. El niño promedio de clase media hoy conoce la fórmula social para ser
‘agradable’ inconscientemente… y todos conocemos en la actualidad la importancia de
‘ser agradables con todo el mundo’ en cada profesión”.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
multitud de ejemplos para ilustrar este punto. Uno de los más famosos, que tiene que ver
con el término sentimental fago, fue descrito por Catherine Lutz (1988) en un famoso
estudio que fue titulado “Emociones No Naturales”. Este sentimiento, que es
característicos de una población que vive en un atolón de Ifaluk en el sudoeste del
Pácifico, corresponde, desde el punto de vista de Occidente, a una especie de mezcla
contradictoria de amor, compasión y tristeza.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La más clara evidencia para atestiguar estos temas es la constitución de las comunidades
virtuales, una realidad que es posible gracias a las relaciones que se forman a través de la
coordinación de configuraciones discursivas (salas de chat, por ejemplo) que transmiten
estados emocionales. La participación diaria en situaciones de puras interrelaciones, sin
que los individuos estén presentes en carne y hueso, crea un espacio virtual en el que una
persona puede generar varios niveles de afectividad al mismo tiempo, sin que tengan
nada que ver con su existencia de “sí mismos reales” en el más tradicional sentido del
concepto. El reflejo de este modo de ser puede ser capturado en la composición de
nuevos diarios que son presentados ante los ojos del mundo en la “blogosfera”, y que se
encuentran en la web. En estos diarios, la intimidad diaria con el Self se exhibe a los
demás sin mostrarse uno mismo; la identidad se manifiesta sin un rostro ante una enorme
multitud sin ojos.
Es ese “espacio en blanco” que Proust 81927) reconoció como “la cosa más bella” en La
Educación Sentimental. Es ese espacio en blanco que se impone en todo su potencial
ambiguo en una parte crucial del texto, cuando Frederic es testigo del asesinato de
Dussardier, perpetrado por su viejo amigo Senecal:
Un llanto de terror vino desde el público; con una mirada el policía hizo que el público le
abriera camino; y Frederic, su boca completamente abierta, reconoció a Senecal.
Él viajó. Llegó a estar al tanto de la melancolía de los botes, fríos despertares bajo las
carpas, el asombro de paisajes y ruinas, la amargura de los gustos interrumpidos
(Flaubert, 2002).
Un brillante análisis de Carlo Ginzburg (2000) nos conduce por las huellas del espacio en
blanco. Exhibiendo toda la maestría de un gran historiador, Ginzburg demuestra que ese
estilo roto que descompuso la realidad en una secuencia de discretas escenas “trajeron a
la luz las implicancias de las nuevas tecnologías con respecto a la percepción de la
realidad”: del diorama, del tren, de la fotografía.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Flaubert es el primero en darse cuenta de lo que está sucediendo en una escala más
amplia unas pocas décadas después, cuando, con la tecnología penetrando el mundo de la
transmisión de información (telégrafo y teléfono, y más tarde la radio) y de la
reproducción de la experiencia (el cine), la velocidad silenciosamente se insinúa en la vida
diaria, creando tensiones que antes eran desconocidas y elicitando nuevos tipos de
emociones.
Por ejemplo, el uso del teléfono obliga al usuario a desarrollar una nueva capacidad de
focalizar la atención que sin dudas era desconocida para aquellos que estaban
acostumbrados a comunicarse vía cartas. Un historiador de la época notaba que “el uso
del teléfono ha dado origen a un nuevo hábito mental. Nuestra floja actitud previa ha
sufrido un cambio… la vida se ha vuelto más intensa, vigilante y vivaz. El cerebro ha sido
relevado de su ansiedad de esperar una respuesta… recibe esa respuesta
instantáneamente, y así está libre para considerar otros asuntos” (Kern, 1983).
Además, las consecuencias del cine que lo fuerzan a sí mismo a una conciencia colectiva,
se pueden inferir de las reacciones de los primeros inexpertos espectadores. Kern reporta
que al ver un tren entrando a la estación en la pantalla, algunos en la audiencia querían
hundirse bajo sus asientos para evitar ser atropellados por la locomotora. Otros se
quejaron de que crear la continuidad de la historia montando sucesivas escenas hacían la
historia incomprensible. En otras palabras , esas personas eran incapaces de integrar las
secuencias en una narrativa unificada. Mientras el cine reprodujo una realidad dada de
acuerdo a cierto criterio de relevancia, impuso un nuevo modo de experiencia.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Tratar de estar en la misma longitud de onda como fuente externa, como un medio por el
cual crear y mantener la propia identidad, constituye el rasgo distintivo del nuevo “modo
de conformidad”. La sensibilidad requerida para capturar la señales que vienen de los
otros se vuelve entonces el rasgo fundamental que caracteriza la experiencia compartida
de los individuos que pertenecen a ciertas clases sociales (principalmente la clase media
alta). David Reisman (1961), quien analizó esta nueva forma de “carácter social” a
comienzos de 1950, etiqueta como “otro-dirigido” a los individuos que viven en esa
sociedad y como “hétero-dirigida” a la sociedad en la que viven.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
emocionales), por medio del mecanismo que Reisman llama el “giroscopio psicológico”.
“Una vez que los padres y otras autoridades la han puesto en movimiento, esta
herramienta mantiene a la persona interno-dirigida ‘en curso’, aún cuando la tradición ya
no regule más sus movimientos” (Reisman, 1961).
Esta excepcional “inclinación hacia las personas” se convierte en el recurso primario del
individuo, y en muchos casos es el recurso fundamental, por medio del cual construye su
identidad personal. Así, en las sociedades otro-dirigidas, la construcción y mantención de
la identidad, que ya no puede contar con lugares de pertenencia y con las relaciones
construidas históricamente en esos lugares, pone un nuevo problema: ¿cuánto puede un
individuo mantener un sentido de estabilidad personal cuando la sensibilidad hacia los
otros y la necesidad de definición y confirmación de la propia identidad requiere, por el
contrario, una extraordinaria capacidad para el cambio y la variabilidad?
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Un efecto de gran interés creado por la “mediación” del sentimiento es la división entre la
esfera de la emoción y la de la acción. En la primera etapa del pensamiento moderno, esto
es lo que decía Descartes (1650): “Para ello debe observarse que el efecto principal de
todas las pasiones en los hombres es que ellas incitan y disponen sus almas a la voluntad
de las cosas para las cuales ellos preparan sus cuerpos de modo que el resentimiento del
miedo lo incita a estar dispuesto a volar; el de la audacia, dispuesto a luchar, y así para el
resto”.
Las notas que siguen, tomadas del diario de nuestro cliente, resumen claramente algunos
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Tengo la impresión de nunca haber vivido la vida plenamente, o de nunca haber realmente
disfrutado yo mismo, o de nunca haber sufrido al punto de ser incapaz de soportar más, al
menos comparado con los modelos que me provee el mundo exterior.
Es interesante notar que con la finalidad de transformar esa modalidad “no permanente”
de sentir en una experiencia estable, nuestro cliente encuentra que es necesario buscar
una imagen en la cual enmarcarse y fijarse. Es el modelo de perfección (mediado
culturalmente) que, mientras asegura la permanencia del Self, también permite que las
relaciones interpersonales sean manipuladas “estratégicamente”. Dicho de otra manera,
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
el sujeto evalúa la situación a la luz de cierta imagen (de perfección) – que podría ser
considerada una especie de “modelo inevitable” – la cual determina tanto la experiencia
emocional personan como la habilidad para gestionar la interacción social.
… Todos esto ejerce una pesada influencia sobre la formación del sentido que tengo de mi
mismo y que es particularmente evidente – ya que tengo una pronunciada tendencia al
perfeccionismo – en aquellos contextos donde una imagen consolidada de mi mismo que
yo he juzgado positivamente se pierde.
En realidad, en estos casos, por una parte, la comparación entre esas expectativas
caracterizadas por el perfeccionismo y la realidad que se vive cada vez puede producir
fácilmente una condición emocional cuyos mayores componentes son un sentido de
inadecuación y la incapacidad personal, y hacer que la experiencia que uno acaba de tener
parezca decepcionante mientras que, por otra parte, la tendencia a subestimar el valor de
las experiencias sufridas en el curso de la propia vida hace muy difícil mediar
correctamente entre la importancia de la última experiencia emocional relevante que uno
ha tenido, y el significado de los eventos anteriores que actúan como un marco
interpretativo y referencial.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La misma tensión que resaltan los personajes de Flaubert puede encontrarse, tiempo
después, en la literatura del norte de Europa. Todos los portagonistas – Nora en A Doll’s
House de Ibsen (Ibsen, 1919), Niels Lyhne en la novela del mismo nombre de Jacobsen
(2008), Julia y Laptev en Three Years de Chekhov (2004), Mr. M en A Character de Rilke
(2003) – dan señales de un malestar por la laceración de su propia identidad. Si todas la
experiencias toman forma a través de la alteridad, y si el otro es la fuente (de su modo de
ser) a través de la cual se alcanza uno mismo, el dilema de fondo es si uno se siente autor
de su propia historia y/o de los episodios de su vida, o si, por contraste, se percibe a sí
mismo con el actor en una obra que otros han escrito. Rilke, con toda la ironía de un poeta
que cuenta una historia, toca este dilema en una corta novela escrita en los años 1895-
1896, A Character. La novela de Rilke empieza con el funeral de su protagonista en un día
lluvioso. Dos hombres en la procesión fúnebre repasan silenciosamente la vida del muerto
y remarcan que él era “un hombre de carácter”. Este momento en la narrativa le da el
título a toda la novela: el libro de Rilke bosqueja la vida de M., un hombre de carácter.
M nació en una familia de bien, hijo de un vendedor y de una virtuosa mujer. Una vez
pasada la niñez, tan pronto como “sus manos habían dejado de arrastrarse en el
pavimento, prefiriendo habitar en la boca y en la nariz”, M creció rodeado de árboles de
navidad y encuentros públicos. Un par de veces a la semana se sumaría a las veladas de
sus padres, donde sus amigos lo admirarían, lo acariciarían y lo halagarían; muchos en
ocasiones pronunciarían una solemne profecía: que M pronto sería un brillante pupilo en
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
la escuela. De hecho ese fue el caso: M que a menudo había escuchado palabras
clarividentes sobre eso, siempre se reunió con gente que tenía expectativas de él como
estudiante, desde la primaria hasta la universidad. Cuando M se sumó más tarde a la
compañía de su padre, los rumores sobre que él se haría cargo de todo el negocio se
habían esparcido, mientras su padre envejeciera. No mucho después, cuando su padre
murió, eso fue justamente lo que ocurrió.
Pronto, los dichos llegaron a los oídos del M – gracias a sus amigos – de que la nueva
cabeza de la compañía tenía grandes planes en mente. Sorprendido por las habilidades
que la gente pensaba que él tenía, M comenzó a implementar los proyectos que él creía
tenía en mente, cosechando alguna ganancia sustancial. Los años pasaron y entonces M
descubrió que, de acuerdo a un nuevo rumor, él estaba comprometido con una joven. Casi
involuntariamente, M puso su atención sobre ella, casándose con ella a las pocas
semanas.
Cuando los adinerados ciudadanos del pueblo de M estaban buscando fondos para
construir un teatro, la palabra pronto se esparció – como una tormenta en primavera,
escribe Rilke – acerca de que M había decidido ayudar. Un emisario enviado por el alcalde
vino a ver a M para agradecerle por su generosidad. Desconcertado, M adivinó la razón de
la visita, y por un momento consideró no pagar la alta suma que se requería para construir
el teatro. Sin embargo, pronto cambió de idea, dándose cuenta de que tal rechazo iría en
detraimiento de su reputación y de su negocio.
La ciudad, mientras tanto, esperaba con ansias noticias de un evento de felicidad. Miradas
furtivas fueron puestas de manera inquisidora sobre la joven esposa de M por si había
algún signo de embarazo. M hizo lo mejor para cumplir las expectativas de la gente. Esta
vez, sin embargo, la fortuna lo traicionó: no venía un niño en camino. La gente hizo
sugerencias de que necesitaba una cura termal. M siguió a la opinión pública, nos cuenta
Rilke, y regresó del lugar con una esposa embarazada.
El invierno siguiente, mientras estaba en viaje de negocios, M cogió un resfriado que más
tarde empeoró y que se convirtió en una infección al pulmón. La salud de M empeoraba
día a día. Una mañana, mientras estaba postrado en su cama por la enfermedad, una
conversación lo despertó. Confundido, le preguntó a su antiguo empleado y a la hermana
de caridad, que hacía de enfermera, qué estaba pasando. El empleado le informó que la
gente andaba diciendo que ya se había muerto.
M miró fijamente al hombre viejo desconcertado, concluye un lacónico Rilke. Desde sus
primeros pasos hasta su muerte, el protagonista de la novela de Rilke, M, construye su
propia experiencia e identidad a través de las expectativas de los demás. El tema crucial
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
aquí es que el siendo uno mismo (ipseidad) se caracteriza por una especie de auto-
percepción que sólo puede ser generada a través del enfoque simultáneo centrado en la
alteridad. Este enfoque toma varias formas: la alteridad puede ser percibida como una
fuente de expectativas que uno necesita cumplir, pero también como un polo de
oposición o a una fuente de emulación. También puede representar una forma mezclada.
En todos los casos, la alteridad sigue siendo el principal sistema de coordenadas
permitiéndole a la persona sentirse situada: aquí radica el problema de la autoridad de la
experiencia, porque el sentido del Self se con-funde con el de los otros.
El hecho de que el sentido del Self sea aquí percibido focalizándose en la alteridad implica
que el otro representa un punto de referencia central, desde la cual una persona debe
diferenciarse a sí misma y al mismo tiempo emplearla con el fin de concebir su experiencia
emocional. Aunque esta con-fusión también se manifiesta en formas de comportamiento
oposicionistas, emerge con más evidencia en el fenómeno de la imitación: en estos casos,
la conformidad hacia la alteridad llega a ser indistinguible del modo en el cual uno se
percibe a uno mismo. Así que mientras la conformidad hacia el otro es un modo de co-
percibirse a uno mismo, el otro también representa eso de lo cual una persona debes
distinguirse. La propia relación con el otro se vuelve entonces crucial para el
establecimiento de la dialéctica entre auto-determinación y la simultánea demarcación
del otro que hace uno mismo, la modulación de la cual se renegocia en cada circunstancia
significativa: en cada momento, lo que altera la balanza entre la autoridad de la propia
experiencia y su determinación en las manos de los demás. Este proceso es
particularmente evidente en el caso de Nora, la protagonista femenina de A Doll’s House
de Ibsen (Ibsen, 1919).
Desde que se casó con Torval, Nora ha estado viviendo como una esposa-muñeca,
buscando cumplir las expectativas de su marido. No obstante, Nora tiene un secreto que
le ha estado escondiendo por mucho a Torvald: con el fin de pagar la estadía en Italia que
él necesitó para recuperarse de una enfermedad casi fatal, Nora se endeudó. Por ocho
años Nora ha estado ahorrando en silencio en cada uno de sus gastos personales y ha
estado trabajando ocasionalmente para pagar la deuda. Al mismo tiempo, sin develar
nunca nada, actúa como una niña mimada con Torvald.
Cuando el marido de Nora recibe una promoción y su situación financiera parece mejorar,
tanto así que ella puede finalmente terminar con la deuda, Krogstard entra en escena.
Este es el hombre que le prestó el dinero a Nora; ahora amenaza con contarle a Torvald
no sólo de la deuda, sino también de una ilegalidad que Nora cometió para obtener el
dinero. Krogstad, quien ha sido amigo de Torvald en su juventud pero que ahora no le
tiene mucha estima, le dice a Nora que se quedará callado si ella convence a su marido de
mantenerlo como uno de sus trabajadores en vez de despedirlo cuando la promoción
entre en vigor. Nora se siente perdida. Ideas de muerte cruzan su cabeza, pero también
intenta seducir a su esposo para convencerlo de ayudar a Krogstad. Torvald no obstante le
escribe una carta de despido. Esto pavimenta el camino para el gran final, que involucra
dos cartas. En la primera, lo que señala un giro dramático en la historia, Krogstad
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En este punto, una criada trae la segunda carta. Torvald la lee con una sensación de
terror; pero luego de un momento de incredulidad, se pone a llorar de alegría: Krogstad,
arrepintiéndose de sus actos, devuelve el recibo que había usado para chantajearlo.
Torvald quema la evidencia de la ilegalidad de su esposa, y se vuelve a Nora con palabras
de perdón y comprensión.
No obstante, algo ha cambiado. La persona que en las páginas finales de la obra le dice a
Torvald que el incidente ha traído un final para su amor no es la misma Nora de antes. Ella
ya no es más el animado y bullicioso pájaro que en los primeros dos actos se veía
revolotear alrededor de su esposo como un caprichoso animal de casa: Nora ahora es
descrita como una mujer resoluta que está lista para dejar a su familia y expresar todo el
horror que siente por haber gastado ocho años de su vida en compañía de un extraño que
le dio sus tres hijos:
Mientras estaba en la casa con papá, él solía contarme todas sus opiniones, y yo me
quedaba con las mismas opiniones. Si tenía otras no las decía, porque él no lo habría
querido así… Pasé de las manos de mi padre hacia las tuyas. Tú organizaste todo de
acuerdo a tus gustos; y yo tuve tus mismos gustos; o pretendí quizás las dos – no lo sé – tal
vez; a veces una, a veces la otra. Cuando vuelvo a pensar en esto, parezco haber estado
viviendo aquí como una mendigo, de la mano a la boca. Viví haciendo trucos para ti,
Torvald. Pero tú querías que fuera así. Tú y papá me hicieron un gran mal. Es tu culpa que
mi vida haya llegado a nada (Ibsen, 1919).
Es este modo de vida que Nora ya no puede aceptar más: ya no puede seguir siendo la
mujer-muñeca de Torvald, así como había sido la hija-muñeca de su padre. Nora desea
estar sola.
El punto de quiebre crucial que lleva a tal repentino y radical cambio al final de la obra es
el hecho de que Nora se da cuenta de que Torvald percibe el descubrimiento del peligro
amenazándola, no como un momento difícil en la vida de ella, sino como un peligro para
él mismo. Nora, en otras palabras, se da cuenta que el valor es asignado al significado que
ella le atribuye a su propia experiencia sólo cuando está en conformidad a la voluntad,
deseos y expectativas de su esposo. Si falla en corresponder a las determinaciones
establecidas por su marido, ya no le es asignada una identidad. Es esta conciencia que
dirige a Nora a adoptar una vida diferente y la que le permite percibir a Torvald como un
extraño. Nora le dice a su marido, quien le está rogando que se quede: “Debo estar
completamente sola si voy a conocerme a mí misma y mis alrededores… Debo pensar las
cosas por mi misma, y tratar de aclararlas” (Ibsen, 1919).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El otro queda presente dentro del horizonte experiencia de un modo negativo, como la
falta de validación de la propia experiencia; entonces, no permite la completa propiedad
(Eigenschaft) de la experiencia. Es como si la experiencia persona, desprovista de la
simultánea referencia hacia el otro, fuera deficiente en valor y calidad. Esto engendra un
sentido de Self que es más cambiante y vago, y que va acompañado por un mayor miedo
de auto-afirmación. Un ejemplo bastante común de esto en la práctica psicoterapéutica es
el sentido de inseguridad que sienten los jóvenes adolescentes, particularmente en la
ausencia de importantes figuras que ellos necesitan, pero que encuentran difícil o
imposible contactarse con ellas.
Uno de los modos en los que este sentimiento de deficiencia personal puede ser
contenido es a través del cuerpo, el que se transforma en el miedo para definir el propio
encuentro con el otro. El cuerpo es aquí empleado como una imagen sintonizada con otro,
imágenes de moda. Un ejemplo de esto es la adolescente hiper-seductora que usa su
cuerpo como una herramienta en su búsqueda de independencia y de formas de
aprobación alternativas a las de su familia.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Entretejida con la historia de Roberto está la de Sara. Sara tomó posesión de la vida de
Roberto ocultándose dentro de ella; impulsada por el aburrimiento, o tal vez después de
haber sido completamente aceptada, ella sintió la necesidad de ajustarse a nuevas
fuentes de significado. Con Sara buscando finalizar su coexistencia con Roberto, somos
testigos de la superposición entre el final de una relación y el comienzo de una nueva.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
experiencia también asegura un grado de diferencia entre los dos, fomentando así
competitividad tanto al interior de uno mismo y con los demás. Este constante
sentimiento de estar preparado para cumplir un desafío y ponerse uno mismo a prueba,
este constante deseo por comprometerse, le da significado a uno como auto-centrado,
mientras que también hace la definición contemporánea de la experiencia posible a la
mano a través de una comparación con el modelo. Esta es una tensión para aquellos que
son los mejores de su clase.
Es interesante notar aquí que en un estudio de las diferencias entre la gente con alta y
baja empatía emocional, los sujetos con alta empatía demostraron tener un mayor grado
de comportamiento de imitación que los sujetos con baja empatía (Sonnby-Borgström,
2002). Similares conclusiones se pueden encontrar en el estudio de Van Baaren et al.
(2003), el que demuestra cómo la auto-percepción con grados más altos de
interdependencia está asociada con la imitación que una auto-percepción independiente.
Con frecuencia, la percepción de uno mismo como el actor, antes que el autor, del
significado, está acompañado de un sentimiento de invasividad del otro y de una
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
anulación más o menos temporal del Self – dependiendo de las circunstancias personales
– lo que corresponde a la disolución contemporánea de la propia demarcación del otro. El
mismo sentido de aniquilación puede ser causado por un juicio negativo de parte de otro
altamente significativo.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Tal vez la emoción más reveladora de todas sea la ambivalencia. Esta efectivamente reúne
la necesidad de aprobación y la de independencia, involucramiento y distancia,
responsabilidad y evitación. Al hacer posible la retirada bajo toda circunstancia, la
ambivalencia le permite a uno borrar la distinción entre realidad y ficción, y así casual y
flexiblemente redefinir vínculos y salidas. Una obligación entonces sólo será aceptada si va
de acuerdo con la transitoriedad o la deserción (si es real o imaginaria). En tales casos, el
compromiso directo sólo será aceptado si no es resolutivo. Aquí también yacen las raíces
del “amor convergente” discutido por Baumann (2003): el tipo de amor que une a dos
personas sólo por el tiempo que ambos estimen conveniente; una vez que el interés se ha
acabado, el vínculo se rompe.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Otra cosa observada por Witkin en relación a las interacciones sociales es el hecho de que
los sujetos campo-dependientes o bien dirigen su mirada o evitan el rostro de la persona
con quien están interactuando, dependiendo de la tarea que están realizando. “Estos
comportamientos oposicionistas entre las personas campo-dependientes – evitando las
caras de los demás cuando participaron en el procesamiento interno de material cognitivo
difícil y mirando sus caras cuando parecían beneficiarse de la información que podían
obtener ahí – ambas reflejan el especial tirón de las caras a su atención” (Witkin y
Goodenough, 1977). De acuerdo con Witkin, la mayor atención a las claves sociales de
estos individuos es debido a su “conducta de observación”. Como hemos visto, este rasgo
es particularmente evidente en las situaciones más oscuras que pueden ser clarificadas
sobre la base de las claves sociales encontradas en el rostro del otro.
5.2 Desórdenes
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El estilo de personalidad con tendencia a los desórdenes Alimenticios (EDP) muestra una
cierta inclinación hacia el desarrollo de desórdenes Alimenticios (o su persistencia
después de una mejoría inicial). Esta definición, no obstante, es apenas rigurosa, porque
los desórdenes alimentario sólo representan una parte del espectro sintomático que es
probable asociar con la personalidad en cuestión. El amplio rango de esta personalidad se
refleja en la variedad de desórdenes que afectan mayormente al cuerpo en sus
dimensiones sociales y privadas. La noción de los desórdenes Alimenticios en este
contexto es más generalmente usada para referirse a una aflicción que afecta al propio
cuerpo en su relación con el otro. La relación de una persona con su cuerpo representa
aquí el medio para regular la dialéctica entre auto-demarcación y la definición
contemporánea del Self por medio del otro. La dialéctica detrás de la construcción de
identidad así también encarna el núcleo distintivo de la psicopatología compartido por
una variedad de desórdenes, que van desde la anorexia nerviosa hasta las conductas
adictivas.
Anorexia nerviosa
Desde la última parte del siglo XIX, cuando se identificó primero a la anorexia como un
problema médico, esta enfermedad fue relacionada a la excesiva preocupación del
paciente por el peso y, por añadidura, a la comida y – sólo más tarde – a la imagen de sí
mismo. Es a mediados de 1920 que se le dio una primera importancia a la relación entre el
propio cuerpo y la imagen que se encuentra en la moda, al promover el modelo de una
mujer que es esbelta, ágil y extraordinariamente atenta hacia su aspecto (Vadereycken y
van Deth, 1990). Este es el tipo de mujer moderna que Coco Chanel tenía en mente.
Una relación se vino a establecer así entre los modelos de los medios de comunicación y la
imagen del propio cuerpo (ver Groesz, Levine y Murnen, 2002). Se puso un nuevo énfasis
en los aspectos perceptivos de la experiencia personal sobre el propio cuerpo: sobre el
cuerpo como imagen. La exposición a los ideales de belleza “irreales” retratados por los
medios es considerado actualmente como uno de los factores más importantes detrás de
los altos niveles de insatisfacción corporal y perturbaciones alimenticias en la sociedad
occidental. Este problema particularmente afecta a las mujeres.
Pero ¿por qué es la mujer la que, justo desde el comienzo, ha sufrido más por el impacto
de los modelos de los medios? ¿Por qué es que, ya en los primeros años del siglo XX, la
imagen promovida por los medios de comunicación se había convertido en el modelo a
partir del cual las mujeres construyeron su propia auto-imagen? Una respuesta indirecta a
estas preguntas se encuentra en un estudio de correlatos sociales de la forma femenina
del síndrome del camaleón (Rosen y Aneshensel, 1976). De acuerdo con este estudio, el
síndrome camaleón, como producto de una socialización de género de mucho tiempo,
apunta a preparar a las mujeres para el matrimonio. Uno de los elementos del
“camaleonismo” es la orientación hacia la apariencia. Esto es quizá donde los modelos de
los medios entran en juego.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Las imágenes promovidas en los medios de comunicación vinieron a ser percibidas por las
mujeres como modelos a adoptar hacia la definición de su propio atractivo físico; este
elemento, en conjunto con otros, fue visto como potencial para incrementar sus opciones
de atraer el interés de los hombres, incluyendo las opciones de encontrar un esposo. La
conducta alimentaria de las mujeres se ve afectada por la percepción de estándares
sociales y culturales y por las expectativas interpersonales, además de los estándares
personales de apariencia (Mori, Chaiken y Pliner, 1987).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Hacer que el propio cuerpo sienta hambre es un modo de percibir al cuerpo como distinto
de uno mismo. Lo que es más significativo aquí es la habilidad descubierta para mantener
un sentido de radical autonomía sin hundirse en el vacío, sino más bien por una alerta y
lucha constante en contra de un cuerpo – el propio – que está gritando con hambre y/o
cansancio. Liberarse uno mismo de la determinación a manos de los otros ya no es
percibida en forma de vacío, para un cuerpo hambriento le provee un permanente centro
de gravedad. Así el cuerpo, simultáneamente percibido como propio y como otro,
hambriento, cansado por el excesivo ejercicio físico y exhausto de purgar, se convierte en
el interlocutor privilegiado para la regulación del propio sentido del Self – un interlocutor
que guía la propia imaginación, pensamientos y acciones. Selvini Palazzoli (1963),
describiendo esta condición, habló de “alteración de desilusión” (aunque uno centrado en
la imagen del cuerpo).
Al concebir su propio cuerpo como un nuevo interior que puede tanto diferenciarse-de
cómo coincidir-con, una persona es liberada de la necesidad de confiar en los demás para
lograr la auto-definición. Como el peso progresivamente se pierde, el propio interés por
los otros declina, hasta el punto de alcanzar el aislamiento social completo. Aquí yacen los
orígenes de la anorexia, lo que representa un intento de escapar de la excesiva
determinación a manos de los otros, estableciendo una relación con el cuerpo como algo
con que sintonizarse.
Es claro desde esta perspectiva que el peso, la forma, e incluso un simple comentario
aludiendo a un incremento del peso, afectará la autoestima del sujeto. La lucha constante
en contra del cuerpo sirve para medir la propia habilidad, fortaleza y, por ende, el valor. La
balanza viene a proveer una confirmación objetiva de esos valores.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Para los sujetos con desórdenes Alimenticios, quienes estructuran su propia identidad
luchando con sus hambrientos cuerpos, delgados – incluso una delgadez tipo esqueleto –
sólo puede ser visto como algo positivo y una confirmación, incluso si están conscientes
de su falta de atractivo.
Un estudio de Jansen et al. (2006) ha investigado el origen de los sentimientos de ser poco
atractivo entre sujetos con síntomas de problemas Alimenticios, comparando su imagen
corporal y modelos de control para las evaluaciones intersubjetivas de esos cuerpos que
daban dos grupos juzgando las mismas diapositivas. De modo interesante, los controles
normales se calificaron a sí mismos como mucho más atractivos que las demás personas
que los evaluaron, mientras que hubo una validación consensual de la imagen corporal
negativa de los sujetos con desórdenes Alimenticios. A lo largo de muchas de las líneas, un
estudio de 100 pacientes femeninas que sufrían de anorexia nerviosa, realizado por Probst
et al. (1998), reveló que cerca de la mitas de las sujetos fueron precisas en la estimación
de las dimensiones de su propio cuerpo y sólo un 20% demostró una clara
sobreestimación.
Bulimia nerviosa
La ipseidad aquí se caracteriza por una ansiedad constante en relación a los juicios de los
demás, lo que sin embargo es amortiguado con la focalización del propio atractivo y la
figura del cuerpo. Esto da origina una fenomenología única, marcada por un extraño y
complejo entrelazamiento entre la exposición y la imagen corporal. Si por un lado, la
aceptación de los demás es manipulada por una manera de presentarse que enfatiza la
apariencia física, por ende incrementando la atención focalizada en el cuerpo, por otra
parte , cualquier falta de validación está destinada a ser referida al propio cuerpo,
incrementando así el foco aversivo sobre el cuerpo. La relación crucial entre el propio
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Una idea de cuán extremadamente sensitivas son los bulímicos respecto de la falta de
validación nos la da una de nuestras pacientes. La joven, refiriéndose a una fiesta en la
que había estado unos pocos días antes, explicaba que, porque no había sido seducida por
el joven más distinguido de la fiesta, había llegado a la conclusión de que ella era
físicamente poco atractiva. Durante la tarde, se quedó pensando que ningún hombre
interesante se fijaría en ella, y que estaba destinada a llevar una existencia sola y
miserable. Sintiéndose desesperada, al volver a casa experimentó tres atracones
consecutivos de comida, seguidos de vómitos.
Antes de sugerir cualquier respuesta, vamos a resumir los varios pasos que nos han
llevado a este tema. Primero, el automatismo que remarca la bulimia se ha visto que
deriva de una falta de validación que causa un estado de intensa activación emocional.
Este profundo malestar es referido a la figura del propio cuerpo. Una activación emocional
de grado similar de intensidad también puede derivar de la soledad o de circunstancias
imaginarias. Este estado emocional extremadamente negativo actúa entonces como un
123
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
gatillante para el consumo sin restricciones de comida (y más o menos inmediato), el que
puede ser seguido de vómitos, dietas, ejercicio o una combinación de cualquiera de estas
prácticas.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Tan pronto como la compulsión llega a su fin, el focalizarse en una imagen cualquiera que
sirva como punto de referencia, o a la que se le considere como el peso ideal para el
propio atractivo físico, conduce a varias prácticas compensatorias como el vómito auto-
inducido, el mal uso de laxantes, dietas o ejercicio excesivo. Como observa René Girard
(2006), “nuestra bulímica moderna está comiendo para sí misma, pero está vomitando
para los demás” – y para todos aquellos cuyas opiniones importen, agregaríamos
nosotros. Esto parece ser el factor clave, en el cual cumple un papel clave el tema del
cuerpo como una imagen y un medio para regular el encuentro de uno con el otro
reduciendo el posible riesgo de rechazo al mínimo. A la luz de esto, la promiscuidad sexual
que es común entre las bulímicas, también puede verse como una manera de manipular la
aceptación de los demás.
Las características epidemiológicas del BED difieren de las de la bulimia – BED afecta a
individuos de 40 años, frecuentemente ocurre en hombres y está fuertemente asociado
con la obesidad (Walsh y Devlin, 1998; Fairburn y Harrison, 2003; Pope et al., 2006) –
como es su comienzo. Como sugieren Dingemans, Bruna y van Furth (2002) en su revisión
del BED: “en el caso de la bulimia nerviosa, la mayoría de los individuos empiezan con una
dieta antes del inicio del comer compulsivo. Sin embargo, un subgrupo bastante grande de
los individuos con BED comienzan con el comer compulsivo antes del inicio de una dieta
(35-54%)”.
A menudo, los bulímicos alcanzan la fase de comer compulsivo a través de la dieta; por
contraste, aquellos que sufren de BED empiezan a comer compulsivamente como primer
síntoma . Una diferencia mayor entre los dos desórdenes se haya en el hecho de que, en
el caso de los pacientes BED, el comer compulsivo no es seguido de una purga o de
prácticas compensatorias, aunque estas distinciones no siempre hace un corte claro.
Devlin, Goldfein y Dobrow (2003), por ejemplo, se preguntan si no podría haber un
continuo entre los individuos que comen compulsivamente y luego inmediatamente
ayunan o se ejercitan para compensar – y quienes entonces caerían en el grupo de la
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
bulimia nerviosa sin purgar – y los individuos que reportan largos periodos de comer
compulsivo, alternando con días o semanas de dietas ocasionalmente extremas – siendo
estos probables candidatos para un diagnóstico de BED. El tema de la continuidad entre el
BED y la bulimia nerviosa es un asunto de debate (Fairburn,Welch and Hay, 1993;
Fairburn et al. , 1998, 1999; Fichter et al. , 1993; Fitzgibbon, Sanchez-Johnsen and
Martinovich, 2003; Spitzer et al. , 1993).
¿Qué tienen estos dos desórdenes en común? Primero que todo, en ambos casos, las
situaciones que gatillan episodios de comer compulsivo son a menudo precipitadas por
estrés y afectos negativos (Arnow,Kenardy and Agras, 1995; Engelberg et al. , 2007;
Deaver et al. , 2003; Whiteside et al. , 2007; Stein et al. , 2007). Parecería entonces que la
rápida ingestión de cantidades considerables de comida, un proceso que permite que
emerjan estados viscerales, a los que una persona puede entones poner atención para
escapar de su sentido negativo del Self, es una característica compartida por ambos
síndromes. La mayor diferencia entre el BED y la bulimia aparece una vez que la
compulsión se termina: mientras los bulímicos son entonces llevados a focalizarse una vez
más sobre un punto de referencia que guíe sus prácticas purgatorias, los sujetos que
sufren de BED no muestran signos de conducta compensatoria. Esta diferencia tiene dos
consecuencias notables.
La primera consecuencia tiene que ver con la experiencia que tiene el sujeto de su cuerpo.
En el caso del BED, el proceso de llenarse mucho el estómago de manera rápida y sin
control no es seguido, como en el caso de la bulimia, por un más o menos repentino
(vómito) o extremo (dieta) cambio de la condición visceral inducida por el comer
compulsivo. Más bien, la percepción que tiene el sujeto del cuerpo está conectada con el
proceso digestivo provocado por la ingesta de esa gran cantidad de comida. El esfuerzo de
la digestión captura de manera pasiva la atención del sujeto, dando origen a una
fenomenología corporal única. El cuerpo, en otras palabras, manifiesta su carácter visceral
en lo que podemos considerar como una manera opuesta a la del hambre anoréxico: para
ello se centra predominantemente en una sensación de saciedad, y es así similar a la que
encontramos en las personas obesas. Tal es el caso que en el BED encontramos un 15-50%
de individuos obesos buscando tratamiento (Latner y Clyne, 2008). Para tener una idea del
lado físico de esta experiencia, uno puede referirse a los sentimientos que vienen después
del consumo abundante de comida: en los peores casos de BED, se reproducen las mismas
sensaciones viscerales incluso varias veces en un día. Es sorprendente cómo se le ha
dedicado tan poca atención en la literatura a la relación entre la digestión de grandes
cantidades de comida y la percepción del propio cuerpo.
Lo que está bien documentado, por otro lado, son las similitudes entre las preocupaciones
por la forma física y el peso en los BED no obsesos y la bulimia (los pacientes BED obesos
reportaron un significativamente menor dirección hacia la delgadez) (Crow et al., 2002;
Vervaet, van Heeringen y Audenaert, 2004; Santonastaso, Ferrara y Favaro, 1999). Este
compartida preocupación por la apariencia física claramente esconde una forma de
ansiedad para la relación de uno con los demás. Lo que es particularmente interesante es
126
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
el hecho de que los sujetos BED, mientras también presentan un alto grado de
insatisfacción con sus cuerpos, no buscan modificar su forma y peso de la misma manera
que los bulímicos: es como si soportaran pasivamente lo que ellos perciben como una
apariencia intolerable.
Para decirlo de otra manera, mientras más individuos con BED se satisfagan comiendo
compulsivamente, mayores serán los sentimientos negativos que los harán ser propensos
a comer compulsivamente en primer lugar. Entonces, la frecuencia de su práctica es de
crucial importancia, como un indicador de mayores condiciones críticas que la gatillen
(afectos negativos y vacío) y porque – a través del establecimiento de un circuito cerrado
– promueve y refuerza un rango de sentimientos negativos dirigidos a uno mismo
(disgusto, culpa, desesperanza, rabia, tristeza, arrepentimiento y auto-aversión).
Estos dos aspectos emergen muy claramente en las historia de los individuos que sufren
BED. Por una parte, la frecuencia del comer compulsivo parece estar directamente
relacionado con momentos significativos en la historia de la persona, lo que exacerba su
sentido de negatividad personal. Es como si para afrontar la percepción de sí mismos, los
sujetos BED fueran obligados a cambiar la frecuencia de su comer compulsivo, afectando
así el curso de su enfermedad. Por otra parte, el empeoramiento de los sentimientos de
inutilidad de la persona, causado por repetidos episodios de comer compulsivo que a
menudo llevan a un incremento visible en el peso, contribuye a su vez al empeoramiento
de su desorden. Como era el caso con la anorexia y la bulimia nerviosas, el núcleo
distintivo del BED es la relación del sujeto con su cuerpo, el cual – a través de la comida –
se vuelve el centro al cual sintonizarse (negativamente) para regular la dialéctica entre la
auto-demarcación y la determinación contemporánea del Self a través del otro.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
mayores que los de anorexia. Por contraste, como hemos visto, el desorden de comer
compulsivo es más común entre los hombres, pero no hay una diferencia marcada en la
distribución entre pacientes hombres y mujeres (Carlat y Camargo, 1991; Carlat, Camargo
y Herzog, 1997; Spitzer et al., 1992; Szmukler et al., 1986). Entonces, ¿cómo podemos
explicar la congruencia de esta distribución, en el 10% de casos reportados entre
hombres, con los casos reportados en mujeres? ¿Y qué hacemos con las significativas
diferencias en la distribución por género de los desórdenes alimenticios?
Se ha sugerido que una alta proporción de hombres con desórdenes alimenticios son
homosexuales, bisexuales o asexuados. La congruencia de género podría así tomarse en
cuenta para las inclinaciones sexuales de hombres que desarrollan la enfermedad (Carlat,
Camargo and Herzog, 1997; Herzog et al. , 1984; Schneider and Agras, 1987; Fichter and
Daser, 1987). Tal conclusión parecería estar respaldada por el hecho de que los sujetos
varones heterosexuales que sufren de estos desórdenes no difieren, en términos clínicos,
de las mujeres con trastornos alimenticios (Woodside et al., 2001).
A diferencia de las mujeres, los hombres no sólo parecen más interesados en la forma que
en el peso, sino que su insatisfacción de la imagen corporal opera en la dirección de ganar
peso (Anderson y Di Domenico, 1992). De acuerdo a la perspectiva adoptada en varios
estudios sobre el tema, la insatisfacción con la imagen corporal, y entonces el deseo de
volverse más muscular y desarrollar una figura en V, justifica el riguroso ejercicio o el
entrenamiento de peso (Furnham, Badmin y Sneade, 2002). Olivardia et al. (2004), por
ejemplo, investigaron los indicios de la imagen corporal y asociaron rasgos psicológicos
entre 154 varones estudiantes universitarios. Cuando les pidieron escoger el cuerpo que
ellos idealmente querían tener, los hombres eligieron uno con una media de
aproximadamente 25 libras más de músculo que su nivel original de musculatura y cerca
de 8 libras menos de grasa corporal que el nivel que ya tenían. Esta preferencia por un
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
cuerpo delgado y musculoso se origina primero en algún lugar entre los seis y siete años,
se incrementa con la edad, y alcanza un máximo entre la primera adolescencia y la
entrada a la adultez (Ricciardelli y McCabe, 2004; Spitzer, Henderson y Zivian, 1999). Este
ideal está íntimamente ligado a las visiones culturales de la masculinidad.
Pope et al. (1999) ha estudiado los cambios en la imagen ideal del cuerpo masculino
midiendo la circunferencia de cintura, pecho y de bíceps de los juguetes masculinos de
acción -- GI Joe, Luke Skywalker y Han Solo – a lo largo de 30 años. Descubrieron que las
figuras de acción con el tiempo se han vuelto más musculosas y han desarrollado una
definición de musculoso que excede por lejos a la forma que alcanzan los fisicoculturistas
humanos. En otro estudio liderado por el mismo equipo (Leit, Pope y Gray, 2001), una
revisión de 115 modelos masculinos que aparecieron en la revista Playgirl entre 1973 y
1997 ha mostrado que los modelos han crecido considerablemente en “densidad” y más
musculatura con el paso de los años.
Así que, tal como en el caso de las mujeres, se ha sugerido que la exposición a los ideales
de belleza “irreales” de los medios de comunicación podrían haber contribuido a la alta
prevalencia de desórdenes alimenticios. Los ideales culturales de la musculatura entre los
hombres podrían estar contribuyendo a los altos niveles de insatisfacción corporal,
fisicoculturismo extremo y abuso de esteroides anabólicos. De acuerdo con estas
sugerencias, se pueden definir dos desórdenes: el primero, la dismorfia muscular, podría
considerarse al equivalente masculino de la anorexia; el segundo, el uso de esteroides
anabólico-andrógenos, el que presenta algunas similitudes con la bulimia.
La dismorfia muscular, que ha sido descrita como “una anorexia nerviosa invertida” (Pope,
Katz y Hudson, 1993; Pope y Katz, 1994), es un desorden caracterizado por: (1) una
preocupación persistente por el tamaño de la propia musculatura, aún cuando esté bien
desarrollada, hasta el punto de evitar actividades y lugares donde el propio cuerpo
pudiera ser visto (playas, camarines) como motivo de vergüenza por los defectos
percibidos; (2) pensamientos recurrentes sobre la propia inadecuación muscular; (3)
angustia o discapacidad significativa en áreas sociales u ocupacionales; (4) falta de control
sobre la compulsividad de dietas y de las pesas (Pope, Phillips y Olivardia, 2000; Olivardia,
Pope y Hudson, 2000). Como sugieren Olivardia, Pope y Hudson (2000) en las conclusiones
de su primer estudio controlado de la dismorfia muscular, “la búsqueda de la ‘grandeza’
muestra paralelismos notables con la búsqueda de la delgadez”.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Como en el caso de los bulímicos, el uso de esteroides entre los adolescentes y los
hombres jóvenes parecería estar relacionado con la manipulación del atractivo físico
como medio para disminuir la ansiedad asociada a la confrontación con los demás y sus
juicios. Mejorar la apariencia física de acuerdo a estándares culturales de masculinidad
daría lugar entonces a una mayor aceptación por parte de los pares y la popularidad entre
los pares masculinos y los miembros del sexo opuesto (Eppright et al., 1997; Holland y
Andre, 1994). Aquí también, como en el caso de los bulímicos, el problema gira en torno a
los propios miedos de validación/falta de validación por parte de los otros, algo que es
tapado por la manipulación de la forma del propio cuerpo. Por otra parte, esta cura para
el atractivo físico está conectada a una sintonización con el cuerpo por medio del ejercicio
muscular.
La analogía que se puede esbozar entre el uso de esteroides y la bulimia está limitada a los
aspectos que recién acabamos de describir. El uso de esteroide carece de cualquier
equivalente para algunos de los rasgos cruciales de la bulimia, tales como la relación entre
emociones negativas y el comer compulsivo o la adopción de prácticas correctoras. Sin
embargo, como la literatura actual carece de estudios de primera mano sobre las
experiencias de sujetos que sufren de esta patología, es tal vez muy pronto para intentar
esbozar alguna perfil comprensible de la relación entre el uso de esteroides, el ejercicio y
el control emocional.
Las analogías con alguno de los rasgos más relevantes de la bulimia nerviosa – como el
comer compulsivo y su relación con emociones negativas, o la emergencia, después del
comer compulsivo, de emociones auto-evaluativas como la culpa y la vergüenza – se
vuelven más evidentes cuando consideramos desórdenes que están conectados con las
conductas adictivas.
Antes de describir qué elementos nos permiten reconocer en estas patologías el mismo
proceso psicopatológico que marca a los desórdenes alimenticios, es necesario destacar
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
que las conductas adictivas también pueden emerger en otros estilos de personalidad.
Esto implica que los diferentes modos que uno tiene de percibirse emocionalmente
pueden gatillar los mismos comportamientos impulsivos.
Por ejemplo, mientras que comprar (o robar) objetos en desuso pudiera ser provocado
por un sentimiento de vacío (como en el caso de Roberto que discutíamos al comienzo del
libro), también podría ser causado por la idea de que resistirse a esa compra sería
perderse una ganga.
Igualmente, el juego patológico pudiera ser provocado por el peso insoportable del
aburrimiento – que en caso de algunos individuos EDP corresponde a una falta de
estímulos con los cuales definirse. Este impulso a jugar, no obstante, será muy diferente
del que experimentó el personaje principal de la novela The Gambler de Dostoevsky
(Dostoevsky, 2006), quien en el extraordinario epílogo de la novela, después de aceptar
unas pocas monedas que le lanzara un amigo casi con desprecio, siente que al resistirse a
apostar está perdiendo la oportunidad de su vida. “Todo lo que tomaría sería la astucia y
la paciencia, ¡por una vez! Todo lo que tomaría sería demostrar el propio carácter por una
vez, ¡y en una hora podría cambiar toda mi suerte!”
Los antecedentes emocionales que gatillan el desorden están por lo tanto conectados a la
historia del paciente, cuya experiencia de primera fuente se necesita para interpretar
correctamente la dinámica sintomática. La interacción entre las perspectivas en primera y
tercera persona parecerían ser un pre-requisito epistemológico esencial para la
psicopatología.
En el marco del estilo de personalidad con tendencia a los desórdenes alimenticios, lo que
distingue a las conductas adictivas de los desórdenes alimenticios y de los desórdenes
conectados con la forma del cuerpo masculino es el hecho de que la percepción que tiene
la persona de su cuerpo está centrada, no sobre un aspecto visceral (hambre, saciedad,
cansancio, musculatura), sino, más bien sobre una condición de arousal (excitación)
profunda, que los mismos pacientes describen como una sensación de euforia, una
sensación máxima, repentina o incluso sexual (como por ejemplo ocurre a menudo con la
compra compulsiva).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La secuencia en que estas conductas ocurren, por otra parte, es la misma para todos los
desórdenes y parece similar a la del comer compulsivo. Impulsada por una situación de
displacer, la persona desarrolla una urgencia de actuar, la que puede ser satisfecha
dependiendo de las circunstancias. Si las circunstancias a la mano no le permiten actuar al
sujeto, entonces él centrará su atención en la anticipación de una serie de acciones
preparándose para cuando ocurran. El espacio cronológico entre preparar una acción
cualquiera e implementarla está caracterizado por un arousal (excitación) aumentado que
absorbe la atención del sujeto en la planificación de la secuencia, reduciendo así
progresivamente su rango de auto-conciencia.
Uno de nuestros pacientes, por ejemplo, quien ya había sido reportado a la policía varias
veces por exponerse indecentemente, me explicaba que él podía empezar a planear el
exponer su cuerpo desnudo cuando percibía que había sido juzgado negativamente por su
jefe en la oficina, y a veces incluso cuando se encontraba solo en la oficina.
Una secuencia similar también ha sido descrita por Black (2007) en relación a la compra
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
compulsiva. Black identifica cuatro fases distintas: (1) anticipación, (2) preparación, (3)
compra y (4) gasto.
La creación de estados viscerales parecería entonces ser un tema común que conecta a los
variados desórdenes gatillados por este estilo de personalidad. Desde el hambre a la
saciedad, del vómito a la diarrea, del cansancio hasta el esfuerzo físico, de la excitación al
arousal sexual causado por la urgencia de comprar – focalizarse en la propia experiencia
corporal sirve como una forma de reajustar el sentido del Self que ha perdido su anclaje
en el otro. Como hemos repetido varias veces en este capítulo, la relación de una persona
con su cuerpo se vuelve el medio por el cual regular la dialéctica con el otro desde el cual
se confirma y también se distingue. Con mucho el aspecto más sorprendente de este
problema, y uno que ofrece nuevos campos de investigación, es el hecho de que el estilo
de personalidad en cuestión, uno que encuentra su estabilidad al focalizarse en puntos de
referencia externos (a través de la co-percepción de los otros), para enfrentarse con las
situaciones relacionales dificultosas, puede crear estados viscerales con los cuales
coordinarse. Es como si la creación de estos estados fuera la única manera con que la
persona pudiera liberarse a sí misma de los demás.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
de estos individuos, su modo de generar significado y de ser con los otros, hasta el punto
de que a menudo es difícil trazar una línea clara entre la razón y la pérdida de esta.
Es precisamente esta delgada línea generada por el desarrollo de una adhesión total e
inflexible a un sistema de co-determinación del Self, lo que exploraremos a través del
escrito de Kleist.
El punto central de esta extraordinaria novela ya está en su primera página: tan claro
como un teorema que sólo espera ser explicado. Justo desde el inicio, Kleist entrega el
nombre del protagonista y describe su casa, su trabajo y su padre; en la misma frase –
como si esto fuera parte de la identidad inmutable del personaje – también agrega que él
era “uno de los seres humanos más honesto y más terrible de su tiempo” (Kleist, 1997).
Como vendedor de caballos, Michael Kohlhaas conduce una manada de caballos jóvenes a
través de la frontera hacia Saxony, para ser vendidos en algunas ferias. Tan pronto como
ha cruzado el río Elba por el castillo del feudatorio Junker Wenzel von Tronka, Kohlhaas se
encuentra con un obstáculo: se le acusa de transitar sin papeles y se le ordena no sólo que
pague un tributo, sino que deje una prenda que será recuperada después cuando
presente los papeles requeridos. Kohlhaas deja dos caballos negros y un sirviente para que
los cuide y continúa su viaje a Leipzig. Una vez en Dresden, visita la Cancillería Secreta,
donde confirma su sospecha: que los papeles para cruzar eran una mentira. Kohlhaas
recibe un documento que certifica sus derechos de tránsito y regresa a casa “con nada
más que amargura” (Kleist, 1997).
Cuando llega al castillo, Kohlhaas muestra el documento y pregunta por sus dos caballos.
Desafortunadamente, no sólo descubre que su sirviente ha sido despedido por conducta
indecorosa, sino que en lugar de sus caballos saludables y bien alimentados, Kohlhaas
encuentra dos flacos y larguiruchos: en todo el tiempo que estuvo lejos sus caballos
fueron usados para trabajar en los campos de Junker. Kohlhaas protesta con vehemencia
en contra de este abuso, atrayendo la atención del mayordomo; pero sus quejas sólo
elicitan amenazas de parte del hombre. A pesar de la fuerte urgencia de cubrir al
mayordomo en estiércol, “su sentido de justicia, delicado, flaqueba” (Kleist, 1997). Como
las circunstancias en que su sirviente había sido despedido no son claras, en vez de
descargar su rabia contra el mayordomo, en voz baja Kohlhaas le pide que le explique qué
error había cometido el sirviente. Después de recibir una respuesta esquiva, deja sus dos
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
caballos en el castillo y se prepara para volver a casa, deseando en secreto saber de parte
del sirviente si la pérdida de los caballos realmente fue debido a un error de su parte.
Impulsado por este sentido de justicia (richtiges Gefühl), llegando a casa Kohlhaas
interroga a su sirviente con la meticulosidad de un juicio. El hombre le cuenta que fue
injustamente acusado, golpeado y expulsado del castillo. Habiendo conocido la verdad,
Kohlhaas, con la ayuda de un jurista que conocía, demanda a Junker, pidiéndole la
rehabilitación y restitución de sus caballos, y compensación por el daño casado a él y a su
sirviente.
Casi un año más tarde, Kohlhaas es informado por su abogado que la demanda no ha
funcionado debido a la influencia política de los parientes de Junker; el abogado le
aconseja que renuncie a cualquier intento mayor de resolver el asunto. Kohlhaas no se
rinde y, por medio de un conocido, envía una petición al Elector de Saxony pidiéndole a la
corte de Dresden que reabra el caso. Pronto, sin embargo, sabe por un magistrado
visitante que su caso ha sido ignorado. La tristeza que siente es aplastante. Cuando recibe
la resolución de la Cancillería, aconsejándole que recupere sus caballos y deje el asunto,
Kohlhaas está enfurecido.
Es hasta este punto de quiebre en la narrativa que ocurre la primera transformación del
protagonista: “en medio del dolor que le dio al ver el mundo en tal desorden monstruoso
sintió un repentino acceso de satisfacción interior que al menos su propio corazón ahora
estaba en orden” (Kleist, 1997). Como la unidad entre sus propias acciones y sentimientos
y el orden del mundo (la justicia) se quiebra, Kohlhaas se vuelve el mismo la fuente de ese
orden al cual el desorden del mundo debe corresponder. Con una ráfaga de resoluciones
que alteran su vida y la de su familia, Kohlhaas decide vender su casa y sus posesiones y
enviar a su esposa e hijos lejos. Su desesperada esposa le pide “jugar una carta final”: por
medio de un conocido ella podría presentar una petición al Príncipe de Saxony. Kohlhaas,
conmovido y orgulloso de su esposa, le permite que ir en compañía de un sirviente. Esto
confirmará el paso más desafortunado de todos: cuando intentaba dejar la petición, la
mujer es golpeada por un guardia. Unos pocos días más tarde, habiendo vuelto a casa con
el sirviente, ella muere en los brazos de su marido. Después de darle un funeral a su
esposa digno de una princesa, Kohlhaas promete vengarse.
Es en estas circunstancias que Martin Lutero se dirige a Michael Kohlhaas con un aviso
público puesto en todas las ciudades y pueblos del principado. El mensaje acusa a
Kohlhaas de injusticia y está firmado por el mismo Lutero, “el nombre de todos los
nombres que él sabía tenía que ser reverenciado” (Kleist, 1997). Kohlhaas deja así a sus
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
hombres y huye a Wittenberg, vestido como campesino, para encontrarse con Martín
Lutero y pedirle que cambie su opinión.
El encuentro entre los dos hombres constituye un segundo punto de quiebre en la historia
y en la vida del protagonista. El tema nuevamente es el de la justicia. El paso que toma
Lutero es mostrarle a Kohlhaas que no había necesidad de perturbar la unidad entre él
mismo y el estado – someter sus acciones y sentimientos a la justicia de los hombres –
porque nadie le había negado la protección de la ley. El soberano, que no había sido
informado de la disputa, no podía ser responsable de las fallas de algunos oficiales.
Demostrando la falta de fundamento del deseo de Kohlhaas de buscar justicia por sus
propias manos, Lutero lo convence de someterse una vez más a la ley. Kohlhaas entonces
sale con un salvo conducto, disuelve a sus hombres, y trata una vez más de que su caso
sea atendido por la ley de la corte que antes lo había rechazado. Lutero, a su vez, promete
pedirle al príncipe que le otorgue a Kohlhaas una amnistía.
Aquí comienza una nueva sección de la novela, la que se despliega a través de incontables
intrigas de la corte de Saxony (el Junker todavía estará bajo protección de su influyente
familia), intrigas que terminan con la violación de la amnistía y el arresto de Kohlhaas. Esta
vez el soberano (el Elector de Saxony) ya no puede desconocer los hechos.
En este punto, parecería que el mismo tema alrededor del cual se ha desarrollado la
novela ha sido abandonado. Bajo vigilancia armada, Kohlhaas es llevado a Berlin para
enfrentar lo que la familia real espera sea un juicio justo. Él pierde su batalla.
En el transcurso de su viaje, camino a Berlin, Kohlhaas recibe una visita, cuando una noche
sus guardias se detienen a descansar. Sólo una corta distancia separa el aposento del
prisionero de una alegre banda de gentiles y damas, quienes andan cazando ciervos en
compañía del Elector de Saxony y de su esposa. Como todo el grupo, bajo la influencia del
vino, está ocupado buscando una manada de ciervos, la esposa del príncipe, llevada por
una curiosidad, invita a su esposo a visitar al famoso prisionero. Descubren a Kohlhaas
cuidando a uno de sus hijos, así que para empezar una conversación, le hacen una serie de
preguntas que él responde sin pausa. El príncipe, sin saber que decir, se percata de una
caja atada a un hilo de seda que cuelga del cuello de Kohlhaas, y le pregunta al prisionero
por su contenido.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Kohlhaas había terminado de contar la historia cuando el Elector se desmayó. Fue llevado
al castillo, donde se desmayaría dos veces más. En los días venideros, continuó
sintiéndose enfermo. Cuando fue interrogado por el tesorero, el príncipe revela que la
causa de su enfermedad es la desmerecida nota que posee Kohlhaas, la que él desea tener
en sus manos con fervor. Así es que envía a un joven noble a decirle a Kohlhaas que, como
intercambio por la nota, se le perdonará la vida y se le liberará. El vendedor de caballos
Michael Kohlhaas le entrega la siguiente respuesta:
Lo que hace de esto un poderoso regreso es el tema en el cual consistió toda la novela
inicialmente: el ataque de un enemigo, aún ante el costo de la propia vida, debiéndose al
propio sentido de justicia.
En el cadalso, sus ojos se fijaron sobre el Príncipe de Saxony, Kohlhaas sacó la nota, la
leyó, la puso en su boca y se la tragó. Cuando el príncipe se desmayó de nuevo, su cuerpo
se movió por las compulsiones, la cabeza de Kohlhaas rodó bajo el hacha del verdugo.
6.2 Mr Prokharchin
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
de la coincidencia que tanto ha temido, hasta el punto de que su vida pierde todo
significado. Es este cambio lo que Dostoevsky explora en su novela.
La gente en la casa encontró que la actitud de Prokharchin no sólo era bizarra, sino que
también divertida, hasta el punto que decidieron atacarlo en grupo. Como últimamente
Prokharchin había empezado a formar parte de las conversaciones de los inquilinos
durante el té, cada vez que él llegaba, los más jóvenes, intercambiando miradas,
empezarían a contar un cuento nuevo y totalmente fabricado con el mismo tema en
mente: la austeridad de Prokharchin. Contarían historias de oficina acerca de cómo los
oficinistas casados eran más adecuados para la carrera que los solteros, de cómo se les iba
a enseñar buenos modales a aquellos que no los tenían ajustándoles sus salarios, o acerca
de cómo a unos pocos empleados, particularmente los más viejos, se les iba a pedir
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
algunos exámenes – la implicación aquí era que esas personas tendrían que gastar algo de
dinero con el fin de entrenarse adecuadamente.
Prokharchin, que odiaba lo novedoso, de repente y sin ninguna razón aparente, empezó a
cambiar su carácter. Se volvió inquieto, suspicaz, alarmado, y particularmente preocupado
por la veracidad de las noticias que le llegaban. Este cambio se volvió tan grave que la
conducta de Prokharchin, absorbida mientras estuviera en sus propias fantasías, se hizo
impactante. Finalmente, un día, se marchó de la casa y de la oficina.
La desaparición de Prokharchin trajo confusión a la casa. Tres días más tarde, Ustin’ja
Fedorovna, que siempre había considerado a Prokharchin como su inquilino favorito,
envió a resto de los inquilinos a buscarlo. Dos de ellos regresaron, reportando que lo
habían visto en compañía de una persona de mala reputación que, unas semanas antes, le
había pedido a Ustin’ja Fedorovna ser aceptado como inquilino pero que había sido
rechazado. Tranquilizados al haber encontrado a Prokharchin, los inquilinos le jugaron
otra broma. Con una vieja manta y la gorra del propietario construyeron un maniquí; lo
pusieron en la cama de Prokharchin con la intención de decirle, a su regreso, que su
hermanastra se había trasladado de la provincia a su cuarto. Los inquilinos esperaron gran
parte de la noche a Prokharchin, pero él nunca llegó. A las cuatro de la mañana, todos se
despertaron por un fuerte golpe en la puerta: un cochero arrastraba a un empapado
Prokharchin, quien se había desmayado y que se sacudía por las convulsiones. Los
inquilinos lo miraron y se dieron cuenta de que no estaba borracho. Lo acostaron en su
cama, donde pasó varios días, quejándose a veces de su pobreza.
Prokharchin estaba destinado a nunca recuperarse. Alentado por los otros inquilinos, en
medio de ataques de delirios y desmayos, Prokharchin entregó una explicación clara de su
condición: “… como yo soy pobre, iban ellos a tomar mi trabajo… iban ellos a tomarlo tal
cual… porque, hermano, ahora hay un trabajo para mí, pero no siempre podría estar ahí…
me entiendes?” Un momento antes de morir, sollozando, Prokharchin repitió una vez más
que él era pobre, que le dieran algo de comer y beber, y que lo cuidaran.
La pequeña cesta de Prokharchin fue abierta y se descubrió que contenía harapos y varias
chucherías. Su almohada fue inspeccionado y también su colchón. Cuán sorprendidos
estaban los diez inquilinos cuando un montón de monedas cayeron desde un hoyo en su
colchón. Cuando abrieron todo el colchón, una pequeña fortuna salió a la luz. Semen
Ivanovic Prokharchin yacía en medio de un colchón de plumas “al estilo de un duro
capitalista de larga experiencia, quien incluso en su ataúd no soñaría en gastar ni un solo
momento de inactividad, él parecía estar completamente inmerso en una especie de
cálculos especulativos” (Dostoevsky, 1998).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En el segundo caso, un miedo de que el orden presente de las cosas podría cambiar
induce a Prokharchin a perder toda fuente de significado. A través de una serie de bromas
– las que él no percibe como tales – Prokharchin es llevado a creer que perderá su trabajo.
El pobre hombre empieza a percibir que la correspondencia entre sus posible acciones en
el mundo y los principios que regulan sus propios sentimientos y actos – una conexión
basada en la austeridad – se ve amenazada y podría llegar a su fin. La austeridad es el
sistema de significado que le permite a Prokharchin sentirse situado y uno con su
experiencia del mundo; sin embargo, al mismo tiempo, la austeridad sólo representa una
fuente de significado (y que sitúa entonces a Prokharchin en el mundo) que le proveía un
trabajo garantizado en la oficina. Si perdiera ese trabajo, su vida colapsaría, porque todo
el sistema de coordenadas que la austeridad le aportó a su experiencia diaria también
perdería todo significado. Significativamente, las últimas sensibles palabras que
Prokharchin pronunció antes de abandonarse a sí mismo lamentándose de su pobreza y,
finalmente, muriendo, tienen que ver con la posible pérdida de su trabajo.
La diferencia crucial entre los dos modos de ser de estos personajes yace precisamente en
el modo con que ellos perciben la relación entre el conjunto de reglas que gobiernan el
mundo y sus propias experiencias. El asunto en juego en el caso de Kohlhaas es la sobre-
determinación de su propia experiencia personal: sobre la base de esto, el personaje
proclama la falla de la justicia, entendida aquí como el orden del mundo, y la necesidad de
restablecerla. Con el objeto de entender qué es lo que pasa por la mente de Kohlhaas, es
útil referirse a las palabras antes citadas por Raskolnikov en Crimen y Castigo: “Yo
simplemente sugiero que el hombre ‘extraordinario’ tiene el derecho… No me refiero a un
derecho formal, oficial, sino que él tiene el derecho en sí mismo, para permitir que su
conciencia traspase… ciertos obstáculos, pero sólo en la eventualidad que sus ideas (lo
que a veces podría ser saludable para toda la humanidad) lo requieran para su
cumplimiento” (Dostoevsky, 1953).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Entre estos dos polos, marcada por percepciones opuestas del Self, están una serie de
estados intermedios, que se caracterizan por una adherencia incompleta al sistema
objetivo de co-determinación de significado. Si en cada caso la ipseidad adquiere
significado a través de su correspondencia a un conjunto impersonal de referencias, que al
mismo tiempo media el encuentro del sujeto con el mundo, entonces cualquier
disminución de la coincidencia del sujeto con ese orden implicará un grado de distancia
entre la experiencia y el sentido. Por ejemplo: si las acciones y emociones de un sujeto se
vuelven relevantes en relación a la rectitud de su conducta como padre, el hecho de que
el pueda haber tenido un ataque de ira en contra de su hijo, sólo porque lo molestaron
cuando estaba leyendo el diario, no puede ser reconciliado con su sentido de ser un padre
recto. La experiencia de rabia de la persona, no se ajusta con el sistema de co-
determinaciones de significado que guían su conducta. Esto origina una inconsistencia
entre la experiencia y el sentido.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Self – o la culpa – que está conectada al juicio de una acción cualquiera o a la vergüenza
derivada del compartir la propia conducta – son un rasgo importante de este estilo de
personalidad. Igual de importante son las emociones que se focalizan en los demás, como
la rabia, el disgusto y el desprecio relacionado a la violación de las coordenadas de sentido
por la cuales el sujeto regula su experiencia y ordena el mundo. De particular interés, en
este contexto, son el disgusto y su relación con las actitudes inter-grupo. Un estudio
realizado con un grupo de canadienses ingleses reveló que el disgusto interpersonal se
relaciona de manera indirecta con las actitudes hacia los inmigrantes, las que se canalizan
a través de diferencias individuales de orientación ideológica (por ejemplo, el
autoritarismo de derecha), y a través de percepciones deshumanizadoras del exo-grupo
(Hodson y Costello, 2007).
La relación del sujeto con su mundo emocional a menudo ha sido considerada como el
problema crucial detrás de este estilo de personalidad. Es como si una dimensión
emocional fuera incompatible con este modo de ser, marcado por un sobre-desarrollo
hipertrófico de los aspectos cognitivos.
Por otra parte, incluso el sistema valórico sobre el cual una persona basa su estabilidad
puede ser desafiada por eventos que desaprueben sus verdades, hasta el punto de quedar
completamente confundido – como en el caso de ciertas formas de conversión.
Un análisis de los fundamentos del estilo de personalidad OCP que no tome en cuenta una
de sus formas limitantes con el estilo EDP sería incompleta. Como la línea entre los dos
estilos de personalidad ha sido materia de largo debate cuando llega a la anorexia y la
bulimia nerviosa, sería bueno destacar las características de esta forma única en una
sección dedicada a los desórdenes estructurales.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
6.3 Desórdenes
Al examinar este sentir al final de su primer volumen – así como en tantas otras secciones
de su importante estudio sobre las obsesiones y la psicastenia, Janet pregunta: “Ne se
pourrait-il pas qu’il (le malade c.m.) ait g_en_eralis_e _a tort et _a travers, qu’il ait
appliqu_e _a un acte insignifiant un sentiment d_etermine’ par une imperfection
psychologique r_eelle?. . .c’est vers cette opinion que je tendrais et pour moi le probl_eme
des scrupuleux consiste a trouver quelle est cette imperfection psychologique…” (Janet,
1904).
Ahora podemos intentar responder esa pregunta: el sentirse incompleto del que habla
Janet corresponde a una alteración del sentirse situado que se origina de la distancia entre
la experiencia vivida del sujeto y su sistema impersonal de sentido. Esta es la
“imperfección psicológica” que “como una espina en su costado, preocupa
constantemente a los sujetos y engendra los rasgos característicos de una personalidad
obsesiva.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
entre las vías excitatoria e inhibitatoria dentro de los circuitos fronto-estriatales (Saxena
et al., 1998; Saxena, Bota y Brody, 2001). Aunque una serie de estudios proporcionan
evidencia para el planteamiento de una red neuronal distinta para cada síntoma (Phillips
et al., 2000; Saxena et al., 2004; Mataix-Cols et al., 2004), lo que queda por definir son los
correlatos comunes detrás de estos muchos y heterogéneos desórdenes. Sólo a la luz de
una característica compartida que sustente el sentido de inseguridad de los sujetos se
puede explicar la variedad sintomática de un modo coherente (Mataix-Cols, do Rosario-
Campos y Leckman, 2005).
Que el Self se sienta incompleto centra la atención del sujeto en el presente a tal punto
que limita su sentido de iniciativa. Esto parece particularmente evidente en lo que varios
autores han descrito como dos rasgos distintivos de la personalidad obsesiva: el
perfeccionismo y la indecisión.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
A la base de esta distinción es posible trazar una mayor: entre el perfeccionismo que
afecta a la personalidad en cuestión como un todo, y el que está conectado con el
desorden obsesivo – aunque la línea entre los dos no siempre es un corte claro. El
perfeccionismo de esta personalidad es uno estructural, en el sentido de que está
implícito en la necesidad de adherir a un sistema de significado para co-percibirse. La
indecisión claramente exacerba esta tendencia generando sus variantes patológicas; sin
embargo, precisamente porque el perfeccionismo es un elemento constitutivo de la
personalidad, sería erróneo decir que surge como una consecuencia de la indecisión
(como lo mantenía Guidano y Liotti, 1983). Por el contrario, es posible decir que el
perfeccionismo sintomático es instrumental, ya que sirve para reducir la ansiedad, como
es claro en el caso de las compulsiones.
Además del perfeccionismo, el otro rasgo esencial que debemos tomar en cuenta cuando
analizamos a la personalidad obsesiva es la indecisión: la locura de la duda, como lo
denominó Ribot (1904), enfatizando la indecisión y la impotencia de la voluntad que
caracteriza al desorden.
La indecisión y la duda tienen que ver con el presente, ya que previenen la ejecución de
acciones y decisiones; sin embargo, también están conectadas con la previsión de posibles
consecuencias de un acto más o menos voluntarios, predichos sobre la base de la
condición presente de indecisión – de una condición que se caracteriza por una
incapacidad para distinguir lo que es relevante de lo que no. El sentimiento de indecisión
del sujeto no sólo afecta su percepción de la experiencia vivida, sino que también está
reflejada en la anticipación de las consecuencias de una acción.
La persona que debe actuar o escoger se encuentra a sí misma entonces en una condición
de analizar las posibles consecuencias y contraindicaciones de una acción o elección
determinada, sin tener algún punto de referencia o sistema en el cual confiar con la
finalidad de tomar una decisión correcta. Lo que podría ser adoptado como criterio en un
contexto, entonces, es el daño que una opción dada pudiera causar. La meticulosidad y
lentitud de un proceso de toma de decisión basado sobre una valoración de los resultados
más catastróficos que pudieran suceder, constituye un intento de limitar el riesgo de
consecuencias inesperadas, teniendo el efecto paradójico de que aumenta la indecisión
del sujeto. Ya que una predicción exagerada de las consecuencias negativas hace que el
resultado anticipado de una elección determinada, o de su opuesto, tan incierta como
para afectar el presente bloqueando cualquier iniciativa de parte del sujeto y sofocando
su voluntad.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Escrupulosidad
Para entender mejor las dinámicas de fondo en la escrupulosidad, hay que considerar los
orígenes del desorden. Imaginemos un sujeto que experimenta la emergencia de un
estado de activación sexual que no se ajusta al conjunto de principios sobre los cuales él
mide la rectitud de su propio comportamiento: por ejemplo, una fantasía sexual que
involucre al amigo de su esposa. El sujeto en este caso percibiría la condición de
excitación, aunque no reconociéndolo como propio; sino que lo consideraría como algo
ajeno, dependiendo de la magnitud con la que falle en conformarse con el sistema de
referencia que está a la base de cómo el sujeto co-determina su experiencia. Esta
inconsistencia engendrará una condición por la cual el sujeto percibe una experiencia
emocional como algo ajeno de sí mismo. Aquí yace el origen de la incompletud
(incertidumbre).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Como consecuencia de esta condición, los sujetos son llevados a examinar su conducta
presente, pasado y futura incluso con mayor meticulosidad, debido a la preocupación por
la propia percepción de inmoralidad. Esto conduce a una vigilancia aumentada respecto
de sus pensamientos, palabras, sentimientos y actos en el intento de detectar cualquier
violación moral o un acto pecaminoso incluso en las circunstancias más cotidianas,
amplificando así su significado con el objeto de controlarlos. La necesidad de salvaguardar
la distancia entre su experiencia y las reglas refuerza la necesidad de ajustarse a las reglas
mismas (incrementando así la perfección). Esto a la vez los lleva a situaciones aún más
críticas, lo que genera un círculo vicioso.
Este proceso, que a menudo implica sentimientos de culpa y/o vergüenza, también da pie
a dudas y actos mentales repetitivos; fomenta una fijación de la atención y de la
meticulosidad de análisis que cambia el horizonte diario del sujeto, empeorando su
sentido de incertidumbre. Los pacientes pueden gastar noches enteras tratando de
reconstruir un episodio cualquiera, en el intento por comprender todas sus consecuencias
a través de un análisis detallado de los detalles irrelevantes (baja-inclusividad), para medir
la naturaleza y grado de sus propios pecados, y de los posibles castigos.
148
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
entre estas dos partes del Self del sujeto pueden durar semanas, sólo para ser
reemplazados por otros diálogos igual de inconclusos. Condiciones similares pueden
además engendrar varios tipos de compulsión destinada a aliviar el profundo sentimiento
de ansiedad que afecta al sujeto.
Acaparación
Esta es la forma del perfeccionismo estructural que se parece a la anterior, pero que
afecta particularmente a la relación que tiene el sujeto con el mundo. Frost y Hartl (1996)
han sugerido que la acaparación compulsiva clínica consiste en tres elementos principales:
“1. La adquisición, y el no poder desechar, un gran número de posesiones que parecen ser
inútiles o de un valor limitado, 2. Espacios de vida desordenados que no permiten realizar
actividades para los que esos espacios fueron diseñados, 3. Malestar significativo o
discapacidad de funciones causados por la acaparación (excesiva ansiedad cuando los
demás tocan o mueven las cosas, conflicto con el propia cónyuge por el desorden,
enfermedad de un miembro familiar relacionado con el desorden como las alergias,
incapacidad para completar actividades necesarias debido al desorden, como cocinar,
pagar cuentas, etc., aislarse de las relaciones sociales debido al desorden)”.
¿En qué sentido esta forma de perfeccionismo afecta particularmente a la relación que
tiene el sujeto con el mundo? Mientras que en el caso de la escrupulosidad la reflexión del
individuo está basada en la relación entre sus propias experiencias y un sistema de reglas,
lo que le permite reconocer las experiencias en cuestión como significativas (para que esta
correspondencia genere certeza de significado), en el caso de la acaparación, la alteridad a
través de la cual la persona evalúa su propia conducta se basa en un sistema de
coordenadas que guía su conexión con los objetos inanimados que le pertenecen y que
acumula.
Un estudio crucial realizado por Furby (1978) sobre la naturaleza de la conducta posesiva
de los seres humanos, que inspiró la igualmente importante investigación de Frost et al.
(1995; Frost y Gross, 1993; Frost y Hartl, 1996; Frost, Steketee y Williams, 2000; Frost y
Tolin, 2008), ha provisto una exploración trans-cultural de las motivaciones que hay detrás
de la posesión y sus variados significados a través de los años. El descubrimiento más
significativo de este estudio fue que, en todas las edades, la posesión tiene una función
instrumental, ya que hace posibles ciertas actividades y placeres. O sea, la posesión de
objetos le permite a los individuos hacer uso de cosas para lograr resultados deseados en
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
sus ambientes. La fuerza motivacional detrás de la posesión está muy relacionada con el
control del propio ambiente y por ende del propio sentido de seguridad. Curiosamente, el
mismo estudio reportó que la seguridad era uno de los factores que se evocaba con mayor
frecuencia en los sujetos adultos.
La otra causa principal de la posesión que emerge del estudio de Furby es lo que él llama
“afecto por el objeto”. Furby escribe (1978), “esta dimensión claramente es de una
naturaleza diferente respecto de la dimensión de control instrumental – está focalizada
sobre una emoción o sentimientos que el dueño experimenta respecto del objeto”. Es
decir que el objeto material adquiere un significado especial para el sujeto como si este
fuera parte de una experiencia significativa para él. La persona desarrolla así un apego por
las posesiones materiales.
Al adoptar esta perspectiva sobre la naturaleza de la posesión, ha sido posible analizar la
acaparación compulsiva relacionando el desorden con la alteración del sentido del sujeto
sobre la posesión. En línea con el estudio de Furby, ha sido posible distinguir entre una
población de acaparadores caracterizados por un guardar instrumental de una que por el
contrario se caracteriza por un guardar sentimental.
El primer grupo se trata de individuos que acumulan posesiones inútiles para lo que ellos
atribuyen las mejores chances de ser usadas. Lo que quiere decir “las mejores chances” es
una anticipación de los escenarios más improbables en los que un objeto cualquiera – de
los que han sido acumulados – pudiera probar ser de mucha utilidad. Al mismo tiempo,
estos sujetos escogen no deshacerse de nada porque “nunca sabes” lo que podría
suceder. De acuerdo a este principio, los acaparadores cargan más “objetos por si acaso”
con ellos (Frost y Gross, 1993). La posesión guardada adquiere entonces un significado en
relación con el potencial uso asignado por la imaginación del acaparador. La persona aquí
se siente responsable de preservar un objeto para estar preparado ante cualquier
circunstancia excepcional donde le vaya a ser útil (Frost et al., 1995). Cada objeto
acumulado representa la solución de una posible necesidad, lo que le permite al
acaparador controlar su futuro.
La pregunta que debemos contestar aquí es: si los acaparadores – como han argumentado
Frost y Gross (1993) de acuerdo con Furby (1978) – coleccionan el desorden como una
forma de seguridad, ¿por qué ellos ven confort donde otros sólo ven basura?
El segundo grupo de acaparadores comprende a esos sujetos que acumulan basura por
razones sentimentales. Los apegos a las posesiones marcan momentos significativos en
cada una de las vidas de los individuos, aunque sólo sean huellas del paso del tiempo:
huellas de un tiempo que ya pasó (Kleine y Baker, 2004). Cada individuo posee ciertos
objetos a los que les tiene cariño: objetos que son parte de su historia personal y que
posee más que por un valor instrumental. Al entrelazarlo con las experiencias personales
de un individuo, un objeto se contamina, por así decirlo (Belk, 1988; Watson, 1992): se
vuelve único e irremplazable como las experiencias a las que está conectado. El reloj que
una persona usa cada día, por ejemplo, puede recordarle a un amigo cercano y las
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
circunstancias particulares en los que lo recibió. Igual que como este objeto trae un cierto
evento a la mente de la persona, así también “las posesiones son frecuentemente
adquiridas y retenidas para recordar momentos placenteros del propio pasado” (Belk,
1990).
El caso de los acaparadores sentimentales pone entonces una pregunta diferente: ¿Por
qué es que estos sujetos tratan los diarios viejos o las bolsas de supermercado como
posesiones especiales, igual como yo trato a mi reloj?
El primer aspecto que las dos formas de acaparamiento tienen en común es la relación
entre objetos y experiencias. Ambos, en el caso de la anticipación de una necesidad futura
y en la necesidad por evidencia de un evento pasado, la experiencia de la persona de su
relación con el mundo encuentra cierta confirmación en la posesión de un objeto. La
relación entre la experiencia personal y el orden de las cosas aquí está asegurada, y
reducida a la relación del sujeto con un objeto que posee. Así, por ejemplo, si un individuo
cree que necesitará defensas para su auto en el futuro, y que el modelo que él usa un día
podría un día dejar de fabricarse y entonces no estará más disponible en el mercado, al
comprar defensas y guardarlas, él se asegurará de que estos objetos estén disponibles, si
alguna vez los necesitara.
Esta especie de reducción implica que todas las relaciones posibles al orden del mundo se
encuentran en los objetos conectados a esas relaciones. Por ejemplo, todos los diarios que
una persona ha guardado por cinco años le asegurarán el hecho de que él posee
información importante respecto de cada día en el transcurso de esos cinco años. Es decir
que la posesión de cada papel es un indicador y garantía de una única relación con el
mundo. Lo que también implica esto es que las muchas relaciones que la persona tiene
con el mundo se reducen a su conexión posesiva con los objetos relacionados a esas
experiencias. Es esta conexión lo que asegura la oportunidad de obtener resultados
deseados en su ambiente. Lo que esto sugiere de manera indirecta es que la fuente de
inseguridad para el sujeto, y por lo tanto para el origen del desorden, yace en la alteración
de la relación entre las anticipaciones y las memorias por un lado, y los posibles cambios
en las circunstancias del mundo por otra.
151
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La segunda característica que los dos tipos de acaparadores tienen en común es el hecho
de que su incertidumbre tiene que ver tanto con sus experiencias pasadas como con las
que podrían ocurrir. En ambos casos, la posesión de un objeto es parte de una relación
con el pasado y con el futuro, lo que ancla la memoria o anticipación del sujeto con un
conjunto de elementos concretos, estables y controlables. Es como si cada objeto
acumulado, como un archivo de eventos personales sin un índice, actuara como referencia
para una situación dada, manteniendo la seguridad de una persona acerca de su vivir y
proporcionándole un significado estable de su experiencia, tanto pasada como futura.
Respecto de esto, el desorden acumulado y quien acapara busca maneras de enfrentar la
incertidumbre de la memoria y la inseguridad de la expectativa. A través del
acaparamiento, el carácter esquivo del tiempo se cristaliza, se concreta y se hace visible
de un vistazo.
Dado que los objetos acumulados le permiten a los acaparadores sentirse situados, es fácil
entender por qué a estos sujetos les cuesta abandonar sus posesiones, por qué reaccionan
de manera muy negativa cuando alguien no autorizado toca o mueve su basura, y por qué
consideran como una fuente de seguridad y como una posesión especial lo que otras
personas podrían considerar como basura. Estas dinámicas también cuentan para los
datos de fMRI que demuestran una actividad aumentada en la corteza anterior cingulada
(un área del cerebro asociada con el control automático) cuando los sujetos se enfrentan a
la posibilidad de desechar sus objetos.
La misma necesidad puede también servir para explicar los déficits para tomar decisiones,
lo que más que una causa del desorden parecería ser una consecuencia del penetrante
sentido de inseguridad que obliga a los acaparadores a cristalizar el tiempo a través de las
cosas. Lo que también puede tener sentido dentro de este marco es la falta de confianza
de los sujetos sobre su propia memoria y la sobreestimación del registro de información
(Frost y Hartl, 1996).
Complacencia lógica
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Hasta ahora, hemos subrayado el carácter impersonal del sistema de coordenadas que le
permite al individuo OCP a co-percibirse a sí mismo; diferente es en el caso del estilo de
personalidad EDP, donde hemos enfatizado cómo el polo a través del cual el sujeto
simultáneamente se define y se demarca a sí mismo es la co-percepción de la reciprocidad
del otro con su propio modo de ser. Estos dos modos se fusionan en una forma híbrida
que podría tener varias inflexiones o énfasis: una especie de complacencia lógica o moral.
El otro en este caso, aunque visto como un centro desde el cual demarcarse a uno mismo
y con quien corresponder, también es percibido como algo que encarna el sistema
valórico con el cual uno debe ajustarse. Este significado del otro deriva así del hecho de
que representa una encarnación estable del sistema de valores por el cual el sujeto se co-
define a sí mismo.
Esta mezcla única de elementos levanta la pregunta de cómo el sujeto puede distinguirse
a sí mismo de su fuente de sentido. Las características de tal problema difiere
significativamente de aquellos problemas similares que tiene la personalidad EDP: el
significado de la significancia del otro para los sujetos OCP es radicalmente diferente. Si la
auto-demarcación respecto de lo invasivo que puede ser el otro se basa en la oposición,
crea un sentido de culpa o vergüenza (relativo a la auto-evaluación moral), como el otro
también representa el sistema de significado con el cual el sujeto debe ajustarse. El sujeto
entonces evalúa su oposición a través del sistema de significado asegurado por el mismo
otro a quien se opone. La vergüenza o la culpa surge desde la evaluación negativa de él
mismo, o de la acción realizada a la luz de los estándares de referencia provistos por su
sistema de sentido. Un individuo, por ejemplo, que se siente irritado al haber fallado en
cumplir una demanda parental, podría percibir su sentimiento como un signo de su propia
desvalorización e ingratitud. Del mismo modo, en el contexto de la patología, el comer
compulsivo y las prácticas a través de las cuales la persona bulímica intenta enfrentar las
emociones negativas podría ser percibido por los sujetos como un signo de su propia
monstruosidad y vileza.
Un sentido de culpa, vergüenza e incertidumbre podría así llega a ser un rasgo fijo de un
modo de ser que – como lo demostró Kafka – es incapaz de liberarse a sí mismo de los
demás. “Es como si la persona fuera prisionera y no quisiera sólo escapar – lo que podría
ser posible – sino que también transformar su prisión en un magnífico castillo. Si se
escapa, no lo puede construir; si lo construye, no puede escapar. Si me quiero liberar de la
miserable relación que me une a ti, debo hacer algo que no se conecte contigo de ninguna
manera. El matrimonio aseguraría la más grande y honorable forma de independencia,
pero está muy conectado a ti” (Kafka, 1966).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Uno de los temas más debatidos en la actualidad, también relacionado con la redacción
del DSM-V, es la relación entre los desórdenes obsesivo-compulsivos y los desórdenes
alimentarios, particularmente la anorexia nerviosa. Janet (1904) analizó la anorexia en
términos de obsesión. Al discutir “obsesions de la honte du corps”, él menciona el caso de
Nadia, una paciente anoréxica de 27 años con síntomas obsesivos. La misma perspectiva
es seguida actualmente por autores que desean incluir los desórdenes alimentarios en el
espectro de los desórdenes obsesivo-compulsivos (McCabe y Boivin, 2008).
Sin embargo, los desórdenes alimentarios que afectan las personalidades obsesivas
pueden ser entendidos a la luz de la conformidad del sujeto a un sistema de significado a
través del cual él se define a sí mismo, más que como un simple medio por el cual él
regula su relación con los demás, como en el caso de las personalidades EDP que sufren
este desorden. El sujeto podría dejar de comer por miedo a contaminarse, evitar el placer
de comer debido a la escrupulosidad (Sharma, Kumar y Sharma, 2006) o porque no le
guste la comida – como en el caso de “Un Artista en Ayuno” de Kafka (1995). Todo esto
difiere del uso de la comida como un modo de percibir el propio cuerpo y así regular la
dialéctica entre la auto-demarcación y la simultánea determinación del Self a través de los
demás. Los variados desórdenes alimentarios pueden ser vistos como maneras de adquirir
significados en relación a un sistema de evaluación que se percibe como impersonal.
Desórdenes obsesivo-compulsivos
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En los desórdenes perfilados que afectan la personalidad OCP, se han discutido tres
síndromes. Estos no son exhaustivos de los temas alrededor de los cuales se estructura
esta forma psicopatológica; más bien, son indicativos de las tres dimensiones en que el
sentimiento de incertidumbre de un sujeto se puede relacionar con los temas que
persisten en el tiempo. Para el sujeto escrupuloso, la experiencia personal adquiere
significado a la luz de una serie de leyes impersonales; los acaparadores encuentran la
estabilidad al relacionarse con objetos inanimados, los sujetos lógico o moralmente
complacientes evalúan su propia conducta ajustándose a un sistema valórico encarnado
en los demás. Uno podría reemplazar la religión o la moral de los sujetos escrupulosos con
la lógica, las matemáticas o la música; de manera similar, podemos reemplazar a los
sujetos acaparadores por sujetos avaros, y sus objetos por el dinero; en el caso de los
sujetos complacientes, el sistema moral encarnado en los demás podría ser reemplazado
por una serie de principios formales o estéticos, o con convenciones sociales compartidas
por los demás. El reemplazo de temas no alteraría la configuración estructural de este
desorden, lo que dispone el sentimiento de incertidumbre de la persona de acuerdo a sus
tres componentes fundamentales: la relación consigo mismo, con el mundo y con los
demás. Es precisamente sobre la base de este sentimiento de incertidumbre que, junto a
los desordenes estructurales, se pueden definir los muchos síntomas que caracterizan a
los desordenes obsesivo-compulsivos (OCD).
Las obsesiones, como las explica Janet (1904), son un fenómeno intelectual que tiene que
ver con ideas, pensamientos e imágenes que causan mucha disconformidad (ansiedad,
angustia, miedo, vergüenza, tristeza), debido a su contenido y al hecho de que emergen
de un modo continuo y doloroso aún en contra de la voluntad del sujeto. Por eso,
mientras el individuo perciba sus obsesiones como suyas, no las reconocerá como propias.
Este simultáneo sentido de pertenencia y ajenidad nos pone la interrogante respecto del
origen de las obsesiones.
Las compulsiones, que por el contrario se caracterizan por una necesidad de realizar
acciones conductuales o mentales de un modo repetitivo de acuerdo con reglas pre-
establecidas, aparecen ya sea de manera espontánea o como consecuencia de las
obsesiones. En la experiencia subjetiva, la realización de rituales mentales o conductuales
reduce la disconformidad emocional obsesiva. La pregunta aquí tiene que ver con la
génesis de este modo de controlar la activación emocional.
La interpretación que le hemos dado a los OCD (en sus variadas formas) nos permite
responder la pregunta respecto del origen de los dos componentes distintivos de este
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
desorden. De acuerdo a la perspectiva adoptada hasta ahora, las obsesiones aparecen por
la falta de correspondencia entre la experiencia vivida y el sistema de referencia a través
del cual se le asigna un significado a la experiencia misma. Esta falta de concordancia
engendra el peculiar sentimiento de pertenencia y alienación de la experiencia que yace
en la raíz del malestar emocional del sujeto. Los contenidos de las obsesiones que
entonces aparecen reflejarán – por así decirlo – los orígenes de la incertidumbre del
sujeto, en el sentido de que sus temas girarán en torno a la relación consigo mismo (por
ejemplo, temas religiosos, obsesiones morales y sexuales, obsesiones sobre crimen y
remordimiento, amor, la propia locura, el tiempo y la propia muerte, o las obsesiones de
incertidumbre hipocondriaca), con el mundo (contaminación, daño, acumulación,
obsesión con la precisión y simetría) y con los otros (dismorfia, tricotilomanía, obsesiones
hipocondriacas, obsesiones con la envidia y el mal olor corporal). Estas variadas formas de
obsesión pueden mezclarse o cambiar con el tiempo.
En el caso de las compulsiones también es posible trazar una distinción con respecto a los
temas obsesivos con los que están conectados: para esto se debe modular el malestar que
surge de las obsesiones y de sus contenidos. Por lo tanto, la relación entre las obsesiones
y las compulsiones se extiende a la fuente misma de la incertidumbre, permitiéndonos
distinguir entre las compulsiones centradas en la relación con uno mismo, con el mundo y
con los otros. Con respecto a la relación con uno mismo, por ejemplo, es posible vincular
las obsesiones religiosas, morales o sexuales con las compulsiones de purificación
(oraciones, rituales, lavados) y las obsesiones sobre crimen o remordimiento con las
compulsiones de control. Con respecto a la propia relación con el mundo, la
contaminación podría ser seguida del lavado; dañarse con rituales mágicos; obsesiones de
precisión, ordenando, verificando y la búsqueda de simetrías y opuestos o simetrías
contrarias. Mientras que para la propia relación con los demás, la fealdad imaginada, por
ejemplo, podría ser seguida de una compulsión de mirarse en el espejo o de usar
maquillaje; un sentimiento de vacío o de indecisión podría conducir a una búsqueda del
peinado perfecto para hacerse; el malestar emocional engendrado por la relación de una
persona con su pareja pude ser seguido de compulsión hipocondriaca, obsesiones de rabia
o envidia a través del cuidado compulsivo por los demás.
Para ilustrar con mayor precisión las tres dimensiones en las que se puede desarrollar el
OCD, consideraremos tres viñetas clínicas que muestran cómo el inicio de la
sintomatología obsesivo-compulsiva está relacionada con la emergencia de una condición
de incertidumbre. Como veremos, le sentiment d’incompletude es gatillado por aquellos
elementos que no pueden ser entendidos a la luz del sistema de referencias a través de las
cuales un sujeto le da significado a su experiencia.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
6.4 Viñetas
La primera vez que Tomás se sintió preso de estos pensamientos fue hace 10 años atrás.
Cuando miraba una película en la televisión, empezó a preguntarse si él mismo estaba
viviendo una película: si su vida era real después de todo. Unos pocos meses después,
estos síntomas desaparecieron, sólo para reaparecer, como de la nada, dos años más
tarde, cuando se manifestó de una manera aún más marcada. Mientras bebía unas
cervezas con unos amigos, Tomás de pronto empezó a dudar de la realidad de lo que
estaba experimentando. Otra vez, los síntomas desaparecieron dentro de un par de
meses.
La misma obsesión, con las mismas características, regresó cinco años después del
segundo episodio; aquí también el tema no duró más de tres meses. Actualmente, han
pasado siete meses desde que Tomás empezó a tener dudas de nuevo sobre si él era real
o no. Esta duda lo obligó a evitar todo viaje por un par de meses; y mientras que ahora ya
ha regresado al trabajo, todavía lo atormentan pensamientos sobre la posibilidad de que
pudiera volverse loco.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
terminaron de repente como habían comenzado y sin razón aparente, pueden realmente
ser vistos ahora como el mismo patrón recurrente a lo largo de una década. Tal como los
episodios fueran inicialmente gatillados por un estado emocional que no podía ser
entendido a la luz de los parámetros referenciales del sujeto, su remisión ocurrió a través
de la reordenación de su experiencia de acuerdo a un sistema de coordenadas a los cuales
ajustarse.
En el segundo episodio, la obsesión de Tomás puede ser vista como una concomitante de
las emociones suscitadas por las novedades del embarazo de su mujer; el episodio
terminó cuando, unos meses después, Tomás fue premiado con una promoción en el
trabajo que le trajo buenos dividendos económicos. El tercer episodio fue gatillado por
una serie de disputas y conflictos (acompañados de intensa rabia) entre Tomás y su padre
acerca de compartir los derechos, deberes y ganancias dentro de la compañía entre
Tomás y sus hermanos. La obsesión se desvaneció cuando Tomás compró un nuevo
camión y empezó su propio negocio. El episodio más reciente, que aún continúa, fue
gatillado por las emociones que suscitó la separación de su esposa.
El punto crucial respecto de este desorden es el hecho de que la obsesión del sujeto
acerca de la realidad de su propia experiencia puede verse originada de la incertidumbre
que rodea sus propias condiciones internas. Cuando el significado de esas condiciones es
reordenado con el sistema referencial del sujeto, tanto su incertidumbre como su duda
obsesiva desaparecen.
Lucy es una mujer de 24 años, una estudiante universitaria y la mayor de dos hermanas.
Lucy actualmente está soltera y trabaja tres noches a la semana en la barra de un bar.
Desde hace cinco meses, ha estado obsesionada con la idea de causar accidentes
automovilísticos fatales al equivocarse en las medidas de los tragos. Para evitar este
peligro, Lucy realiza una serie de rituales que consisten en la repetición de formulas
mágicas.
Como Tomás, Lucy describe el inicio de los síntomas como algo repentino. Aunque
durante su adolescencia había experimentado algunos pensamientos recurrentes sobre la
posibilidad de dañar a otros como resultado de sus acciones, sólo hace dos meses antes
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
estos pensamientos se han vuelto obsesivos, lo que le causa ansiedad y miedo que busca
aliviar temporalmente a través de compulsiones de contenido mágico. Una mirada más de
cerca de los dos eventos que cambiaron la vida de Lucy en los meses recientes revela dos
elementos que, combinados, actuaron como gatillantes para su obsesión.
Lo que Lucy percibió como aún más ajeno fue el rango de emociones asociadas con la
ruptura de su novio. Lucy había empezado esa relación después de mucha duda, mientras
que el joven recién había terminado una larga relación sentimental de la cual aún no se
distanciaba. Cediendo al insistente cortejo, Lucy empezó a superar sus dudas iniciales.
Empezó entonces un romance, que terminaría sólo unos pocos meses después, cuando el
joven regresó con su novia anterior.
En concomitancia con este evento, Lucy se volvió obsesiva con las consecuencias
peligrosas de sus acciones. Después del trabajo, intentó recordar con meticulosidad todos
los tragos que había servido esa noche, para juzgar con cuanta precisión los había
preparado, si a lo mejor contenían mucho alcohol, y por lo tanto si podían causar algún
daño. Una vez que localizaba los tragos peligrosos, lo que seguía era una compulsión para
neutralizar sus efectos.
Mientras que en el caso de Tomás el problema subyace a la relación entre las condiciones
del sujeto y el sistema referencial sobre el cual le asigna significado a esas condiciones, la
incertidumbre de Lucy parecería deberse a la discrepancia entre los principios que guían
su acción y su experiencia de los resultados.
Tanto para ayudar a su hermana como para ceder al cortejo, Lucy anticipó una serie de
consecuencias que mantenían los principios que habían guiado sus decisiones: alegría y
satisfacción por la ayuda suministrada a su hermana cuando lo necesitaba, paz y bienestar
por una relación que la hacía sentir amada y deseada. La experiencia (y la discordancia a
los ojos de Lucy) que seguía a esas opciones era por el contrario de rabia y de
resentimiento hacia su hermana, y de deseo hacia el joven que la sedujo y que luego la
abandonó. Entonces la experiencia de Lucy de los resultados probó ser completamente
inconsistente con los principios que habían informado sus opciones. La incertidumbre que
surge en este caso puede ser vista como teniendo que ver con el sentirse capaz de
producir los resultados deseados en el propio ambiente, por ende las posibles
consecuencias de una acción cualquiera. Es desde esta inseguridad que la obsesión se
origina; a su vez, la obsesión contribuye a exacerbar la incertidumbre que está a la base de
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
ella.
Marta tiene 18 años; está en el último año de la secundaria y es hija única. Su padre
trabaja como profesor de matemáticas, su madre como empleada de registro. Desde hace
dos años, Marta ha estado sufriendo de una forma de tricotilomanía que le ha causado
mucha pérdida de cabello, hasta el punto de exponer su cuero cabelludo. La joven dice
que la conducta de sacarse el pelo ocurre cuando la acción que está realizando no sale de
la mejor manera, ya que esto no le permite ser como debería ser en una situación. Por
ejemplo, si Marta está traduciendo un pasaje del Latín y falla en hacerlo de manera
simple, su falta de correspondencia con la expectativa que tenía de traducir el texto
fácilmente actúa como gatillante de la conducta de sacarse el pelo. Claramente, esta
forma de tricotilomanía es diferente de la que emerge en periodos de relajo – llamadas
automáticas o sin foco – la que se caracteriza por una leve conciencia de la propia
conducta (Christenson y Mansueto, 1999; du Toit et al., 2001). Marta, por el contrario,
escoge cuidadosamente qué cabello sacarse basada en un preciso criterio que distingue
ese cabello de los demás: sólo si el cabello que ha elegido cumple esas normas se lo saca.
El despliegue de esta secuencia le entrega un sentido de alivio; por lo tanto, Marta ahora
repite la secuencia a lo largo del día. “Me alejo de la realidad focalizándome en una serie
de acciones que no tienen nada que ver con la realidad. Mientras más exitosa sea su
concatenación, más debo poner mi atención ahí”. Cada cabello que Marta se saca implica
una percepción de dolor.
Cuando Marta pasó del décimo al undécimo grado, el grupo al que pertenecía de pronto
se disolvió: su antiguo curso se convirtió en uno nuevo, y sólo ocho de sus compañeros se
mantuvieron. En el transcurso de los tres primeros meses de su nuevo curso, Marta se dio
cuenta que personalmente ya no se correspondía con los principios de excelencia que en
los años anteriores le habían proporcionado su sentido de estar situada: por primera vez
había algunos estudiantes mejores que ella. Sin embargo, Marta no percibía esto como un
tema de comparación o competición; sino que más bien, ella lo consideraba como un
signo de su propia ineficacia e imprecisión. Marta reaccionó a esta situación, no sólo
incrementando sus horas de estudio, sino que controlando el modo en cómo estudiaba.
Se volvió tan obsesiva con la revisión perfecta de lo que había estudiado que, incluso
después de muchas revisiones de la misma asignatura, ya no estaba segura si estaba bien
preparada. Su perfeccionismo respecto de la preparación la llevaba a disminuir su estudio
sustancialmente, hasta el punto de sentirse atrás en todas las asignaturas. “No era mi
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
voluntad revisar tanto, pero igual lo hacía, con mucho dolor, como si me lo mandara otra
persona – un juez que no podía ignorar”. En este punto, la velocidad escogida para la
tarea que debía ser realizada (por ejemplo, traducir el Latín) se convertía en el principio a
la base del significado que le asignaba Marta a su experiencia. Si en este proceso algo
impide esa velocidad y no permite que Marta cumpla sus expectativas, ella se ve superada
por un sentido paralizante de confusión, incertidumbre y vacío. Era esta condición
emocional que en esos primeros meses gatillaba que Marta buscara el pelo perfecto para
sacarse. Para enfrentar ese marco de malestar, Marta reenfocaba su experiencia vivida
sobre la exactitud de la secuencia y de su repetición, lo que le permitía “olvidarse” del
problema. “Ser consciente del hecho de sacarme un pelo, lejos de ayudarme a resolver el
problema, los complica mucho más: después de todo no me ayuda a evitar el problema”.
El desorden puede ser visto como brotando de la falta de sentido del sujeto de su propio
sentirse situado; se convierte para el sujeto una manera de enfrentar la pérdida de su
sentido del Self (resultante de su falta de adherencia al conjunto de principios encarnados
por los demás), en un proceso que causa una sensación de dolor recurrente. La
tricotilomanía comparte este rasgo con otros desórdenes obsesivo-compulsivos
caracterizados por la necesidad de encontrar una manera de percibir el propio cuerpo.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
histeria, dos condiciones que se focalizan en las polaridades Inward y Outward de modos
diferentes.
Un rasgo recurrente compartido por todos los desórdenes conectados a este estilo de
personalidad y que representa un factor experiencial común a todos ellos, es el modo con
que el sujeto percibe la dimensión visceral, somática y musculo-esquelética de su
emotividad. Particularmente cuando la intensidad emocional se incrementa, pero incluso
en formas crónicas del trastorno, la dimensión corporal de la activación emocional es
percibida como una aflicción que absorbe la propia atención de una manera distintiva. Por
ejemplo, en el caso de las dos formas patológicas que pueden ser vistas en los extremos
opuestos del espectro (y para definir sus límites) – hipocondría e histeria – los sujetos
perciben su propia experiencia corporal emotiva como algo central, mientras que al
mismo tiempo la perciben como desde afuera. En el caso de ambas condiciones, no sólo
es esta experiencia penetrante, sino que también es percibida como algo externo, como si
sólo tuviera que ver con el cuerpo. ¿Qué forma toma la dialéctica entre la ipseidad y la
alteridad en el caso de estos dos trastornos, y qué rol juega el cuerpo?
De acuerdo con lo que ha sido argumentado hasta ahora, es interesante notar que este
sentido compartido de externalidad de la experiencia emocional es percibida de maneras
diametralmente opuestas en la hipocondría y en la histeria. En el caso de la hipocondría,
donde la combinación de las dos polaridades se inclina hacia el lado Inward, el sujeto
puede verse como cayendo de nuevo en su experiencia corporal, como si esto fuera algo
más que una experiencia emocional. La persona aquí ve su activación emocional visceral,
somática y/o músculo-esquelética, no como el significado encargado de una situación
cualquiera, sino como un signo de la enfermedad de este cuerpo o de uno de sus órganos;
por eso, la activación emocional será aquí percibida como una amenaza “a las mismas
bases de la propia existencia” (Ladee, 1966), tanto presente como futura. Lo que cuenta
para el carácter dramático de la hipocondría es el hecho de que en la experiencia subjetiva
esta condición corresponde a la alteración actual de la propia percepción de estabilidad
personal. Como aquí el sentido de permanencia del Self está centrado principalmente en
un marco referencial que emplea un sistema de coordenadas centrado en el cuerpo,
cualquier cambio perturbador (inexplicable) que afecte al cuerpo amenaza con socavar la
percepción que tiene el sujeto de su propia estabilidad. El egocentrismo distintivo de los
hipocondriacos debiera ser visto en relación a esta intensa participación visceral, lo que
“obliga” al sujeto a adoptar un modo de polarización “interna” y de monitorear cada
cambio de intensidad, aquí percibida como una amenaza de la integridad personal. Estas
alteraciones de la estabilidad personal son reguladas a través de la búsqueda de una cura
o, más bien, de alguien que pueda proveer una cura: un internista, especialista, psicólogo,
psiquiatra o incluso exorcista, a quien se le pide que explique el significado de la queja.
Mientras más intensa sea la percepción de esa condición emocional como una
enfermedad, la búsqueda será mas acuciosa.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
primaria: los síntomas somáticos que no pueden ser explicados en función de las
condiciones médicas generales representan entre un cuarto y la mitad de las consultas de
la atención primaria y secundaria (Mayou et al., 2005).
La hipocondría y la histeria por lo tanto revelan cómo centrarse en cada una de las dos
polaridades emocionales corresponde a diferentes formas de percibir la dimensión
física de la propia emotividad. En ambos casos, la emotividad se percibe como una
aflicción. Consideraremos la génesis de esta experiencia común cuando discutamos los
desórdenes.
Con el fin de definir las formas de ipseidad que se originan al interior de este estilo de
personalidad, es importante entender cómo la experiencia emocional percibida de
manera visceral se combina con una sintonía hacia las fuentes externas de referencia.
Para ilustrar cómo se manifiesta la integración de estas dimensiones en el transcurso de la
vida de acuerdo a las inclinaciones preferidas, volveremos una vez más a la literatura.
7.1 El Perdedor
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
novela continúa con los destinos entrelazados de estos personajes como si fuera la sonata
de un trío, donde la figura de Glenn Gould es el acompañamiento que modula la variación
de los ritmos de vida de sus dos amigos. Después de conocer a un hombre de tanto
talento, uno de los dos virtuosos aspirantes se vuelve un perdedor, el otro una persona
ineficaz. Es precisamente este desarrollo diferente de las variaciones vitales de estos dos
personajes lo que revela dos formas de ipseidad inclinadas de distinta manera dentro del
mismo estilo de personalidad.
La historia parte del epígrafe que introduce el tema del libro: el suicidio de Wertheimer,
algo “calculado con suficiente antelación… no un acto de espontánea desesperación”
(Bernhard, 1992). Lo que sigue es una divagación en la cual el narrador construye y
reconstruye una serie de eventos, buscando el significado del suicidio.
Unas pocas páginas después, el narrador, en una de sus divagaciones, se vuelve hacia sus
razones originales para llegar a ser pianista. Él se había dedicado por entero a la música
por su familia, la que odiaba todo arte y todo talento artístico. Su opción entonces había
sido una manera de luchar contra su familia, de castigarla y oponerse a ella. Los mismo fue
también para Wertheimer y Gould: también ellos se habían dedicado al arte para
oponerse a sus padres, a quienes buscaban persuadir de su propia genialidad artística. Sin
embargo, Gould había tenido éxito en esta tarea solo. El narrador había fallado al igual
que Wertheimer; no obstante, a diferencia de Wertheimer, él no se había perturbado
tanto por eso, ya que nunca había creído seriamente que pudiera ser un virtuoso del
piano. Por lo tanto, él no había sido aniquilado completamente por la grandeza de Gould.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
pasaba por ahí, Wertheimer fue llevado de vuelta a casa en vez de ser llevado a un
psiquiátrico. Después de un tiempo, dejó Viena y se retiró a Traich, donde se alojó en una
cabaña que le pertenecía a su padre.
Wertheimer, quien estaba encantado con su propia desgracia y sus fallos, a menudo
hablaba de la conducta de su hermana con un aire de auto-compasión.
De pronto, el narrador en primera persona interviene de nuevo para preguntarse por qué
se encuentra en esta taberna en vez de estar en su casa de Desselbrunn, que sólo está a
diez kilómetros. Esto le ofrece la oportunidad de contar sobre la salida de ese lugar
después de que el encuentro con Gould hubiera acabado sus estudios como pianista. Una
visita a Viena es seguida por una en Sintra (Portugal), donde después de nueve meses de
inactividad al narrador se le ocurre que pudiera escribir algo sobre Glenn. Se pasa
semanas intentando escribir borradores insatisfactorios, y sólo en Madrid finaliza el
manuscrito, en el octavo intento. El narrador, sin embargo, ahora ha empezado a tener
nuevas dudas acerca del valor de su proyecto, y piensa que podría querer destruir el
manuscrito hasta su retorno. “Cuán bueno es que ninguno de estos trabajos imperfectos e
incompletos han aparecido alguna vez, pensé, los hubiera publicado, lo que no habría sido
difícil, hoy yo sería la persona más infeliz imaginable, confrontado diariamente con obras
desastrosas clamando con errores , imprecisión, falta de cuidado, amateurismo”
(Bernhard, 1992). De su fragmento sobre Glenn, el narrador pasa a considerar la influencia
central que tenía este hombre sobre su vida y sobre la de Wertheimer: el destructivo
poder que Glenn Gould había ejercido sobre sus existencias y la terrible dirección que le
había impartido a sus historias desde los días en que compartían una casa en Salzburgo.
“Ya que no hay nada más terrible que ver a una persona tan magnífica que su
magnificencia destruyéndonos” (Bernhard, 1992).
Este es un momento clave en la narración, ya que los varios hilos que conectan los
destinos de los tres hombres finalmente se unen. Las transformaciones en las vidas de los
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Mientras que la música de Gould había matado a Wertheimer, no lo había hecho con el
narrador. El narrador explica que mientras Wertheimer se había sentido atrapado cuando
escucho a Gould tocar, a través de las notas de Gould él mismo había descubierto que no
podría ser el mejor: por lo tanto, que sería mejor para él ser nadie. Wertheimer siempre
había sido un emulador y siempre había deseado ser alguien – un nuevo Gould, Mahler o
Mozart; como no había sido posible para él sobresalir, había sido obligado a terminar con
su propia vida. El narrador, por el contrario, siempre había evitado toda confrontación,
abandonando el juego por pereza, aburrimiento, indolencia y arrogancia. “Él había
tomado su propia vida, mientras que yo no” (Bernhard, 1992).
Después de hablar con la esposa del dueño de la taberna, quien le da información acerca
de los últimos días de Wertheimer, el narrador finalmente emprende el camino hacia la
cabaña de Traich. Es camino a Traich que hace una variación final al tema de la muerte de
Wertheimer, la que ahora está vinculada a Gould: que Wertheimer no había sido capaz de
soportar la muerte de Gould. Como había dejado el piano después de escuchar a este
último tocar las Variaciones de Goldberg y El Clave Bien Temperado, como había
alimentado su propia desgracia y llegado a un acuerdo con su propio fallo comparándose
con Gould, Wertheimer había sentido que no podría sobrevivir a la muerte del hombre.
Esta es la tesis final del narrador.
Después de llegar a Traich, el narrador sigue las últimas semanas de la vida de su amigo
gracias a Franz, el fiel sirviente de Wertheimer. En sus dos últimas semanas, Wertheimer,
quien siempre había sido un hombre tímido, inexplicablemente había invitado a un alegre
grupo de conocidos a su cabaña. Estas personas habían pasado todo el tiempo alegres. Lo
extraño, sin embargo, era el hecho de que Wertheimer había recibido un piano
completamente desafinado desde Salzburgo el día anterior al arribo de sus conocidos, con
el cual había tocado a Bach y a Handel por dos semanas. Franz todavía recordaba cómo,
cuando llamando para ordenar el piano, su maestro había insistido repetidamente que él
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
quería “un gran piano horriblemente desafinado y sin valor” (Bernhard, 1992).
Wertheimer había usado este instrumento para tocar a Bach y a Handel sin interrupción.
Había entonces mandado a todo el mundo lejos, y se había pasado dos días en cama.
Le pedí a Franz que me dejara solo en la habitación de Wertheimer un rato y puse las
Variaciones de Goldberg de Gould, que había visto puesto en el grabador de Wertheimer,
que aún estaba abierto (Bernhard, 1992).
Aquí termina El Perdedor: una novela monolítica que describe a dos personajes que toman
a Glenn Gould, el hombre excepcional, como un punto de referencia para darle un último
significado a sus propias vidas – uno estabilizando su vida al focalizarse en su desgracia, el
otro focalizándose en su propia incapacidad de atreverse.
Las dos tendencias de estos personajes se polarizan por medio de un encuentro con un
genio. Así Wertheimer cambia cada evento en una excusa de desaliento, aprovechando
“el mecanismo del hombre perdido” al máximo. La auto-compasión, la queja y la desgracia
que espera en cada esquina se combinan con una necesidad de otro para emular o
aplastar, temer u oprimir. El segundo personaje, por el contrario, que es el narrador en
primera persona, siempre toma parte en los eventos de manera retrospectiva, como si
nunca estuviera completamente involucrado en ellos, sino sólo pretendiendo – como si
cada circunstancia entregara una nueva excusa para seguir escondiéndose. La suya es una
extraña mixtura de apatía y soberbia, miedo y complacencia, egocentrismo y respeto por
los demás.
Para ambos personajes, Glenn Gould sirve como un punto de comparación: él es la fuente
de su auto-definición, y por ende el origen de sus fallas. Wertheimer, sin embargo, hace
de Gould la misma cruz de su propia desgracia e incluso muerte. El narrador, por el
contrario, ve a Gould como un mero pretexto para abandonar un juego en el cual nunca
había apostado sus fichas; una vez que su carrera como pianista se termina, se vuelve un
improbable escritor-ensayista que trabaja una y otra vez por Glenn, posponiendo siempre
la publicación del libro. Lo que hace la diferencia es precisamente los diferentes énfasis
que los dos personajes ponen en la alteridad por la que se definen a sí mismos, y por ende
el único peso de ese énfasis en el significado de sus experiencias individuales.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Las diferentes inclinaciones que moldean los destinos de estos dos sujetos entregan un
interesante ejemplo del modo en que este estilo de personalidad puede inclinarse hacia
uno polo u otro. El sentido que Wertheimer tiene de su propia experiencia depende de la
medida que deriva de una comparación con otro; por el contrario, el narrador – quien
estructura la estabilidad de su propia experiencia de acuerdo a un desapego preciso e
intencional de las cosas y de las personas – ve al otro sólo como un punto de referencia
indirecto.
7.2 Desórdenes
Es posible, por ejemplo, cruzar una sintomatología que se caracterice por ataques de
pánico gatillados por una comparación particular devastadora; por otra parte, la misma
condición podría gatillar una forma de anorexia marcada por una actitud controladora y
manipuladora. Aunque la sintomatología objetiva es indistinguible de la de los ataques de
pánico en el primer caso, y de la anorexia nerviosa en el segundo, una inspección más
cercana – una que tome en cuenta la experiencia subjetiva – sugiere que el cuadro
sintomático aquí es completamente diferente. La sintomatología de los dos casos en
cuestión reflejará la estructura emocional sobre la cual esté incrustada: en el caso del
pánico, también será asociada con una atención hacia los demás; en el caso de la
anorexia, a una actitud manipuladora que no se encuentra en la anorexia nerviosa – que,
como enfatizamos antes, está más bien marcada por una tendencia hacia la radicalización
de la propia independencia personal. Si el primer caso pudiera ser considerado como un
ataque de pánico conectado a una situación social (fobia social) (Stein, Shea y Uhde,
1989), en el segundo caso podría valer la pena hablar de una anorexia secundaria que
difiere de la anorexia nerviosa. La sintomatología de la anorexia aquí parecería estar
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
integrada con actitudes hipocondriacas o con una actitud segura de uno mismo,
controladora o teatral. Esto nos trae a la mente la distinción hecha por Sollier (1891) entre
“anorexia primitiva”, que gira en torno a una idea fija, y una “anorexia secundaria”, un
trastorno a menudo temporal que ocurre en relación a la histeria. Otra forma bien común
de este desorden encontrado en la práctica clínica es la anorexia secundaria marcada por
una dificultad para tragar (globus faringis).
Otro aspecto interesante de este estilo es el modo en que su polarización puede variar a
través de los diferentes periodos de la vida de los sujetos, hasta el punto de provocar
desórdenes con aparentes características irreconciliables. El mismo sujeto, por ejemplo,
podría mostrar una sintomatología anoréxica a los 20 años y una hipocondriaca asociada
con ataques de pánico a los 30. Es decir, dependiendo de la forma que en que el sujeto se
sitúe en diferentes momentos de su vida, podrían surgir una serie de trastornos que se
incrustan en su trasfondo emocional, fijando así sus características. Este punto será
ilustrado en el análisis de caso que sigue.
Claudia es una secretaria de 42 años; está divorciada y tiene una hija de 16 años. Desde
hace 3 años viene sufriendo de una forma muy peculiar de ansiedad que surge de una
“idea fija” (para citar a Janet, 1898). Por esta razón, su caso ha sido diagnosticado – de
manera equivocada, según nosotros – como un trastorno obsesivo-compulsivo. Claudia
pasa la mayor parte del día imaginando que su pareja actual – a quien realmente ella
considera alguien temporal, y por el que no siente una gran atracción – está viendo a otra
mujer en secreto. Así que no sólo los días de Claudia están marcados por una serie de
eventos que ella evoca en su imaginación, sino que a través de esos episodios Claudia
organiza su tiempo: actúa como un detective, saliendo en mitad de la noche para
comprobar si el auto de su pareja está estacionado al lado de la casa, revisando el
teléfono, cambiando sus horarios de trabajo para juntarse con su pareja cuando él menos
lo espera. Toda la vida de Claudia, en otras palabras, se organiza de acuerdo a la trama de
una película de detectives que ella construye todos los días. Vale la pena examinar la
historia de su trastorno, que aparece primero hace 13 años en forma de una hipocondría
seria. Después de dos años de feliz matrimonio, Claudia tuvo una hija, a quien cuidó
tiempo completo hasta que la niña empezó a ir a la sala cuna. Este cambio despojó de
significado a la vida de Claudia, para el tiempo en que ella no tenía trabajo. Los días de
Claudia se volvieron entonces largos y aburridos, convirtiéndose en una pesada carga.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Claudia sentía que su marido no estaba presente lo suficiente: la complicidad que marcó
su relación antes del nacimiento de su hija parecía haberse perdido irremediablemente.
Claudia entonces empezó a rumiar sobre una aventura extramarital; no obstante, al
mismo tiempo, se preocupaba acerca de la posibilidad de contraer una enfermedad de
transmisión sexual (SIDA, hepatitis C, etc.). Como Claudia centraba su atención en los
cambios de su cuerpo – cambios imaginarios que surgían de su miedo a estas
enfermedades – el pavor de tener cáncer gradualmente se apoderó de ella. Por dos años
ella organizó su vida basada en nuevos síntomas, resultados médicos, exámenes de
especialistas clínicos y estadías en el hospital. Luego Claudia empezó a trabajar. De
pronto, sus días nuevamente se ocuparon, y su cuadro clínico cambió: los síntomas
hipocondriacos disminuyeron, pero Claudia empezó a tener un miedo recurrente de que
su esposo la estuviera engañando. La situación marital de Claudia empeoró
progresivamente, y unos pocos años después decidió dejar a su esposo. Lo interesante de
esto es el hecho de que, incluso tres años después de la separación, cuando ella ya se
había embarcado en la relación con su actual pareja, Claudia continuaba preocupándose
de que su marido pudiera estar teniendo aventuras que ella desconocía. Sólo
recientemente Claudia ha empezado de a poco a mirar a su nuevo compañero con la
misma preocupación.
Entre el vasto rango de trastornos conectados con este estilo de personalidad, dos en
particular pueden verse estando en los extremos opuestos de este espectro: la histeria y
la hipocondría. Ambos trastornos se caracterizan por la experiencia penetrante de la
externalidad del cuerpo, percibida – de maneras distintas – como una entidad autónoma y
poco confiable más allá de su control.
Histeria
Desde los días de Charcot, el problema que encierra este trastorno ha sido el de explicar
los síntomas y déficits que reflejan una sintomatología neurológica conectada
principalmente a funciones motoras voluntarias o sensitivas: desde parálisis hasta afonía,
trastornos de deglución y micción, a través de anestesia táctil o de dolor, diplopía, ceguera
y sordera, hasta crisis epiléptica provocada. Esta formulación del problema, que ha
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Esta pregunta no puede ignorarse si, junto con los cambios en las dinámicas naturales a
las que las neurociencias le han dibujado una nueva luz, también deseamos entender las
alteraciones de la experiencia personal que caracterizan al trastorno histérico. Como lo
hemos hecho consistentemente a lo largo de esta segunda parte del libro, tomaremos la
experiencia del paciente como un punto de partida para examinar el origen del trastorno y
su relación con la activación de aquellas estructuras cerebrales que constituyen su
sustrato neuronal. En las secciones siguientes, consideraremos el caso de una epilepsia
psicógena provocada y luego una parálisis bilateral de mano.
Caso clínico
Dora es una dueña de casa de 33 años, casada con un trabajador de 37 años, y la madre
de una niña de 5 años de edad. Dora visita nuestro estudio debido a síntomas que
prevalecen y que consisten en dolores de cabeza, dolores migrantes y desmayos
repentinos. Dora también se queja de pensamientos recurrentes sobre la muerte de su
esposo y de su madre.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Sobre la única base del reporte de Dora, no sólo es difícil entender el sentido de sus
síntomas, sino que es imposible explicar su sintomatología histérica. La manera más
simple de dar cuenta del cuadro clínico de Dora sería entonces buscar un mecanismo
capaz de originarlo.
Sin embargo, un método clínico que también tome en cuenta la historia del paciente,
buscará develar la coherencia de los eventos descritos – y esto asociándolo con los
mecanismos subyacentes. De tal manera, todos los síntomas serán concebidos dentro del
contexto de la unidad de configuración representada por la construcción que hace el
paciente de su propia historia, adquiriendo así nuevas determinaciones. Con el fin de
entender los síntomas de Dora, estos deben ser insertos en una red de circunstancias que
preceden su emergencia (Arciero, 2006). Porque si examinamos el contexto del
nacimiento del bebé (que dora reconoce como la raíz de sus problemas),
inesperadamente descubrimos que cuando Dora estaba embarazada la fábrica donde
había estado trabajando cerró. Este evento provocó una reacción no inmediata de parte
de Dora porque ella percibió su embarazo casi como vacaciones. Cuando el bebé nació, sin
embargo, Dora de pronto se encontró a sí misma en una condición donde no sólo se le
había investido con nuevas responsabilidades, sino donde cuidar de su hija la hizo sentir
sola y asustada. Fue en esos primeros meses que Dora se dio cuenta de que nunca más
tendría un trabajo y que la maternidad era un callejón sin salida. La visceralidad de Dora
percibió miedo y tristeza – como se hará evidente en la sección sobre hipocondría – dando
cuenta de la exacerbación de su dolor abdominal, que la obligó a operarse. Aún
removiendo los cálculos biliares no se alteró el cuadro hipocondriaco: privada ahora de
cualquier anclaje orgánico, que en realidad se volvió más diverso, cuando Dora vino a
percibir todo cambio corporal a la luz de la enfermedad. En cualquier momento que Dora
se sienta sola, el miedo que acompaña su auto-percepción inmediatamente se amplifica
anticipando incluso las más severas condiciones de soledad que le provocarían la muerte
de su esposo y de su madre. Otras veces, Dora sentiría rabia por su hija, a quien culparía
de su propio malestar.
La situación, que se había vuelto mucho peor cuando la niña ya estaba en la edad pre-
escolar, de pronto empeoró un día cuando llegó a casa del jardín infantil. La hija de Dora
decidió que quería ir a jugar con su amigo, quien vivía en la casa de atrás. Dora no la dejó.
La niña empezó a discutir con su madre y luego a gritarle. Dora no sólo sintió que estaba a
la voluntad de su hija, también temió que los gritos de la niña alertaran a los vecinos y que
pensaran que no estaba cumpliendo su papel de madre. Esta anticipación causó en Dora
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El tema central del trastorno de Dora, que le hace perder la conciencia, parecería estar
conectado con una amplificación del miedo por medio de un mecanismo similar al del
pánico, siendo la principal diferencia que la fuente inmediata de peligro para Dora es el
cuerpo en su función motora y/o sensitiva. El miedo originado por una situación
interviniente, percibida somáticamente, conduce a una anticipación de la incapacidad del
cuerpo para funcionar: un proceso no diferente a la reacción de inmovilidad gatillada por
una amenaza. Esta condición, a su vez, lleva a un incremento del miedo y – en un círculo
vicioso – a una modificación de la percepción del sujeto de su cuerpo, que puede incluso
conducir a varias formas de epilepsia provocada. El mismo proceso, como veremos, puede
estar a la base de la parálisis histérica, y emerge con particular evidencia en el caso de
trastornos menores como la dificultad para tragar (globus faringis). Desde esta
perspectiva, la transición abrupta y discontinua enfatizada por aquellos que siguen la
teoría de disociación parecería ser el resultado de un proceso de auto-amplificación (que
podría volverse automático con el paso del tiempo), un proceso primero provocado por
una situación emocional significativa. La información reunida en algunos recientes
estudios pioneros sobre neuroimagen funcional parecerían apoyar esta perspectiva,
aunque la particularmente gran variabilidad de la sintomatología histérica (Janet, 1907;
Ron, 1996) sugiere que cualquier resultado debe ser evaluado con extrema precaución.
La perspectiva neurocientífica
Tiihonen et al. (1995) usó la estimulación eléctrica del nervio mediano izquierdo en un
estudio SPECT de caso único durante un episodio agudo de parálisis psicógena lateral
izquierda y una parestesia, y después de la recuperación del paciente. Antes de la
recuperación, había un incremento de la perfusión del lóbulo frontal derecho (+7,2%
comparado con el lado izquierdo) y una hipoperfusión en la región parietal derecha (-7.5%
comparada con el lado izquierdo). Después de la recuperación, el cambio en la profusión
del lóbulo parietal derecho fue mayor en el lado izquierdo, como se esperaba, durante la
estimulación del nervio mediano izquierdo. La interpretación de los resultados sugirió que
la parestesia estaba asociada con la inhibición de la corteza somatosensorial en las áreas
frontales. Estas conclusiones sugerirían que las condiciones psicológicas específicas
pueden provocar cambios en la fisiología del cerebro, hasta el punto de originar síntomas
específicos.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Vuilleumier et al. (2002) realizó un estudio fMRI de siete pacientes con pérdida unilateral
psicógena de la función motora, con o sin perturbaciones sensoriales concomitantes en la
misma extremidad, empleando estimulación controlada que involucraba la vibración
lateral de ambas extremidades afectadas y no afectadas. Más tarde compararon la
activación cerebral durante la etapa aguda de la enfermedad y otra vez dos a cuatro
meses después. Las regiones en los sistemas motor y sensitivo que mostraron hipo-
activación en respuesta a la estimulación vibratoria (asociada con los síntomas histéricos y
regresión con recuperación) fueron el tálamo centro-lateral y los circuitos de los ganglios
basales. Estas áreas son parte de los circuitos fronto-corticales que favorecen las
funciones motoras y cognitivas. El tálamo, en particular, es una parada principal de los
aferentes que van a la corteza y pueden controlar áreas corticales que involucran
funciones motoras, sensoriales y cognitivas. La estimulación del núcleo central de el
tálamo puede provocar movimientos que son realizados de manera intencional, o inhibir
acciones voluntarias. Vulleumier et al. señala además que el daño de esos núcleos (por
ejemplo a través de derrames) puede causar olvido motor “intencional” a pesar del
normal funcionamiento motor y sensorial – una condición clínica similar a la parálisis
histérica.
Los ganglios basales, por otro lado, son estructuras neuronales al interior de los circuitos
motores y cognitivos (Grabyel et al., 1994). El globus pallidus – pero también el tálamo –
recibe señales desde la amígdala y de la corteza órbito-frontal. Estos circuitos entregan
potenciales caminos a través de los cuales las señales límbicas pueden afectar el
procesamiento sensorial, o derivar en una inhibición selectiva de la acción. Por lo tanto,
una activación emocional intensa y sostenida puede dañar la disponibilidad motora y la
iniciación a través de la modulación de sistemas específicos de los ganglios basales y del
tálamo-cortical.
Caso clínico
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
de sus síntomas como si estos no tuvieran ninguna relación con el contexto cotidiano en
los que se manifiestan. Según Carla, su trastorno primero comenzó abruptamente,
alrededor de dos meses después del nacimiento de su segundo hijo. Una tarde, después
de dormitar más de lo pensado, de repente Carla se despertó y de dio cuenta que no
podía mover sus manos. En estado de pánico, les pidió a su hijo mayor que pidiera ayuda.
El niño llamó a su abuela paterna, quien vive en el departamento de abajo, y Carla fue
llevada al hospital, donde se le administró diazepam intravenoso, después que los
síntomas disminuyeran. La misma condición de parálisis bilateral había aparecido
inesperadamente varias veces en el transcurso de los seis meses anteriores, sin aparente
conexión con algunas circunstancias. Como en el caso de Dora, si aceptamos la historia de
Carla sólo podemos explicar su trastorno en términos de un mecanismo inconsciente.
Este tipo de explicación se vuelve aún más atractivo si examinamos el contexto donde se
manifestó el primer episodio. Sólo una semana había pasado desde que Carla había
empezado a trabajar otra vez: el trastorno apareció en su primer día libre. Esa mañana la
suegra de Carla – con quien tenía una relación conflictiva – le había pedido una hora para
peinarse. Carla sintió que no podría cumplir esa demanda. La sintomatología que se
manifestó ese día podría entonces ser fácilmente interpretada como una “ganancia
secundaria”. La parálisis de Carla podría entonces explicarse como un medio de salvar la
apariencia cuando una expresión de malestar habría sido contraproducente, mientras que
una negación explícita habría empeorado más el conflicto entre las dos mujeres.
Sin embargo, bajo una inspección más cercana – una que busque entender la experiencia
desde el punto de vista del sujeto que la experimenta (y así evitar aplicar cualquier noción
preconcebida a la historia de la vida de un individuo) – puede surgir una perspectiva
diferente sobre este primer episodio.
Carla ya había empezado a sentir que no podría soportarlos más una semana antes,
cuando había sido obligada a regresar a trabajar para evitar perder más clientes.
Repentinamente, después de un largo descanso, que había durando un par de meses, se
había encontrado teniendo tres trabajos al mismo tiempo: como madre de un bebé recién
nacido que necesitaba ser amamantado cada tres o cuatro horas; como madre de un hijo
mayor que necesitaba ayuda con sus tareas; como peluquera que tenía que cumplir con
las necesidades de sus clientes durante el poco tiempo que le quedaba. Carla recibía una
ayuda de su suegra, quien cuidaría del bebé cuando ella trabajara, y de su marido, quien
cuidaría del mayor después del trabajo.
El lunes que sucedió el primer episodio, Carla se había quedado dormida por cerca de
media hora después de haber alimentado al bebé. Al despertar, había anticipado toda la
tarde en un momento: tenía que arreglarle el cabello a su suegra, limpiar la casa, recoger
a su hijo del colegio – todo esto sin la ayuda de su esposo, quien había empezado un
nuevo trabajo ese mismo día y no llegaría a casa hasta muy tarde. El sentimiento de
constricción que había acompañado los días de Carla desde que había empezado a
trabajar de nuevo de pronto se volvió tan penetrante que se sintió completamente
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
atrapada: Carla se congeló. Luego puso su atención en sus manos, y empezó a sentir un
hormigueo en sus dedos, lo que aumentó hasta que no pudo moverlos más… Carla ya no
pudo abrir sus manos.
En los meses siguientes a este episodio, cada vez que la presión emocional aumentaba,
Carla anticiparía esta secuencia, que siempre la llevaría al mismo resultado: la parálisis de
sus manos. El mismo efecto, sin embargo, podría también ocurrir “sin razón”: bastaba que
Carla mentalmente anticipara su incapacidad de mover las manos para provocar el
proceso que la lleva a su parálisis actual.
El sustrato neuronal
Una serie de estudios de imágenes cerebrales pueden apoyar esta hipótesis. Marshall et
al., (1997) condujo el primer estudio PET registrando la actividad cerebral de una paciente
con parálisis del lado izquierdo de 2.5 años de duración cuando ella se preparaba para
mover e intentaba mover su pierna (izquierda) paralizada; compararon esto con un
registro de cuando ella se preparaba para mover y movía su pierna buena (la derecha).
Como esperaban, descubrieron que el movimiento voluntario de la pierna derecha no
afectada activaba la corteza promotora y sonsoriomotora primaria contralateral y,
bilateralmente, la corteza prefrontal dorsolateral (DLPFC), las áreas sensoriomotoras
secundarias (corteza pariental inferior) y los hemisferios cereberales. También como
habían predicho, la preparación del movimiento de la pierna derecha no afectada activó la
misma red pero no la corteza sensoriomotrora primaria izquierda. Por el contrario, la
disponibilidad para mover e intentar mover la pierna afectada falló en activar la corteza
premotra y la sensoriomotora primaria contralateral. Además, cuando la paciente intentó
mover la pierna afectada, las cortezas cingular anterior contralateral y la orbitofrontal se
activaron significativamente. Los autores interpretaron esta activación como una
inhibición del movimiento de la pierna afectada por medio de la desconexión de las áreas
corticales (DLPFC) favoreciendo la planificación motora. En otras palabras, fue la intención
de mover lo que provocó la incapacidad para mover por medio de la activación de las
cortezas cingular anterior y orbitofrontal.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
al. (2000). Este estudio muestra cómo la parálisis inducida hipnóticamente en un hombre
saludable de 25 años activa la corteza cingular anterior y la orbitofrontal contralateral en
el movimiento intentado de su pierna paralizada sin actividad similar en la corteza motora.
La activación de estas áreas, que – de acuerdo con el estudio previo – puede verse se
superpone con las regiones reclutadas en el curso de la parálisis histérica, llevó a los
autores a interpretar la parálisis hipnótica como un modelo para las parálisis histéricas.
Los dos estudios además sugieren que la inhibición de las regiones sensorio-motoras
puede ser producido no sólo por las regiones límbicas, sino también por la mantención de
un cierto nivel de atención: a través del involucramiento de las regiones prefrontales. La
sintomatología fue así vista como disminuyendo la distracción o sedación del sujeto.
Spence (1999) apunta que: “El problema en los trastornos histéricos motores no está en el
sistema motor voluntario per se; está en el modo en que el sistema motor es utilizado en
la realización (o no realización) de ciertas acciones elegidas, voluntarias”. Según esta
perspectiva, el hecho de que los pacientes histéricos están impávidos por su disfunción no
significa que no estén preocupados acerca de su parálisis; más bien, se sugiere lo
contrario. La belle indifference es una manera de pretender que nada está pasando:
representa un modo de mostrar la propia parálisis a los demás manipulando sus juicios a
través de una actitud de indiferencia.
Esta sintonía de uno mismo con los demás revela una característica fundamental del
trastorno, una que tiende más al lado Outward del espectro: la necesidad de validarse
ante los demás. Este aspecto del trastorno está conectado a una serie de rasgos que han
llevado a la gente a hablar de personalidad histérica en el pasado y de trastorno de
personalidad histriónica hoy: una necesidad de atención, provocación sexual, seducción,
discontinuidad emocional, inestabilidad, un énfasis exagerado de los propios estados
afectivos, así como el tipo de sugestionabilidad que Janet (1907) listó famosamente entre
los más importantes estigmas asociados con la histeria. Aunque este aspecto también
caracteriza a las personalidades EDP (como hemos visto en el cápitulo 5), la manifestación
de los rasgos típicos de la tendencia Outward está más marcada, más amplificada y
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Hipocondría
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
una forma de variabilidad dependiente del contexto y así asociado con un ánimo
cambiante, como en el caso de la histeria.
Es evidente, en el caso de los trastornos que caen dentro del espectro hipocondriaco, que
los sujetos perciben cambios significativos de circunstancias basados en un sistema de
coordinadas que tienen al cuerpo (enfermo) como su punto de referencia fijo. Este cuerpo
enfermo aquí es la condición a través de la cual los sujetos se sienten emocionalmente
situados. A partir de esto es que las variaciones significativas del situarse pueden ser
percibidas como síntomas: como los signos de un cuerpo que, de acuerdo a su
enfermedad, es gobernado por un peligroso grado de autonomía, y es así percibido como
algo externo a uno mismo – como un cuerpo enfermo. En el caso de la misma hipocondría,
las experiencia displacentera del sujeto de un determinado síntoma se asocia con su
certeza de estar sufriendo de alguna enfermedad física, y con “rumiación” acerca de esa
enfermedad.
Mientras la atención puesta en el cuerpo enfermizo cuenta para una variedad de síntomas
– que van desde palpitaciones hasta pérdida del aliento, desde el dolor de cabeza hasta el
zumbido, diarrea, constricción torácica, dolores musculares y abdominales – también
surge una pregunta clave: ¿Cómo es que aparecen estos síntomas? Uno de los conceptos
más erróneos que han sido invocados para contestar esta pregunta ha sido el de la
somatización, que todavía se usa en el DSM-IV y que continua siendo fuente de
controversia (Fava y Wise, 2007; Kroenke, Sharpe y Syes, 2007; Mayou et al., 2005; Sharpe
y Mayou, 2004; Wise y Birket-Smith, 2002). El término “somatización” fue primero
introducido como un neologismo que rindiera cuenta de la palabra Organsprache
(“discurso del órgano”), originalmente usado por Stekel y Adler para describir “la
susceptibilidad hereditaria que tiene un órgano de enfermarse” (Marin y Carron, 2002).
Con la introducción del neologismo “somatización”, el concepto de Organsprache fue
traducido y reinterpretado en el lenguaje freudiano para describir la conversión de
condiciones emocionales en síntomas físicos. Rastros de este significado todavía se
encuentran en el uso del término del DSM-IV.
Según nuestra propia perspectiva, es claro que el tema de cómo los síntomas surgen no
puede resolverse concibiéndolos como un traslado de la esfera emocional al nivel físico,
ya que aquellos sujetos que experimentan y expresan su malestar emocional en forma de
síntomas físicos (Lipowski, 1988) generalmente perciben la emotividad como un
fenómeno centrado en el cuerpo. Aquellos que construyen su propia estabilidad en el
tiempo, principalmente a través de emociones básicas, claramente muestran una hiper-
cognición de las manifestaciones viscero-motoras y músculo-esqueléticas usualmente
asociadas con cada una de esas emociones (Rainville et al., 2006). Un ejemplo evidente de
esto es el miedo y la ansiedad, que están asociadas con un incremento del latido del
corazón, la hiperventilación y tensión muscular, también en muchos casos mareo
temporal o confusión, náuseas, aumento del sudor y sequedad de boca. La dimensión
emocional de estos sujetos, más que convertirse en síntomas físicos, se conecta
prevalentemente con la percepción de las señales corporales; como hemos visto, la
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La pregunta que necesita ser contestada, por lo tanto, es cómo los sujetos hipocondriacos
se las arreglan para transformar su percepción de las señales corporales en una de señales
de un cuerpo enfermo. La respuesta más simpe sería que la interpretación errónea de los
sujetos se debe a las creencias irracionales sobre hábitos de cuidado, o sobre debilidad y
vulnerabilidad personal percibida, o un estrecho concepto de buena salud (Abramowitz,
Whiteside y Schwartz, 2002). Una perspectiva similar (acríticamente) asume que el
significado la experiencia del sujeto surge de una reflexión, desde “el ego doblándose
hacia atrás y mirándose a sí mismo” (Heidegger, 1988) para entenderse a sí mismo (ver el
capítulo 1). Debería notarse que, mientras las explicaciones cognitivas de hecho ilustran la
interpretación equivocada de alguien en riesgo de desarrollar hipocondriasis, no resuelven
el problema principal que pone este trastorno, ya que fallan en explicar el origen de la
experiencia a la base de esas creencias irracionales. Si el sujeto hipocondriaco no se siente
preso de su cuerpo, se sentiría preso de su enfermedad. Es interesante notar, en relación
a esto, que a menudo los individuos hipocondriacos que sufren de una enfermedad física
real no están preocupados de ella, eligiendo más bien poner su atención – y por ende
organizar su existencia alrededor – sobre los síntomas de una enfermedad no existente.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Esta percepción de una alteridad soberana – que es el propio cuerpo – atrae la atención
del sujeto, determina sus prioridades y, lo más importante, dicta su sentido. La
“intimidación” que el cuerpo da de manera inexplicable e impredecible es percibida como
un peligro que siempre es inminente, que se puede manifestar con diferentes grados de
intensidad, hasta el punto de causar terror. Esta intimidación del cuerpo es de una
naturaleza emocional y habla el lenguaje de los órganos: die Organsprache. Andrea, por
ejemplo, el día antes de la noche memorable que hace 12 años atrás lo volvió un hombre
anciano, había sido dejado inesperadamente por la única mujer a la que había amado. Es
en esa misma noche que Andrea estaba aterrorizado por la taquicardia: ¡toda la noche fue
rehén de su corazón!
Andrea no podía ver que su angustia era causada por el hecho de que se encontraba solo
después de una relación que había durado cinco años: la intensidad de la angustia era tal
que toda su atención era rehén de la percepción de la incontrolable autonomía de su
propio cuerpo. La taquicardia entonces dejó de ser un signo de angustia para Andrea
volviéndose un síntoma que podía ser provocado por las circunstancias más disparatadas:
un signo de la peligrosa autonomía de su sistema cardiovascular.
Es posible sugerir, además, que en los caso de hipocondría marcados por síntomas
somáticos, la sobre-polarización de la atención sobre los estados “internos” remueve el
sentir del sujeto de su referencia con el mundo, transformándolo así en un signo corporal
preocupante que se percibe como algo casi externo y gobernado por una lógica propia:
que es la de la enfermedad. La amplificación del síntoma entonces se debe a la
focalización de la atención del sujeto sobre el mismo corazón de la experiencia: es la
intensidad de la experiencia – y por ende su cuasi-extrañeza – la que dirige la atención
aumentada hacia el cuerpo del sujeto, afectando así su sensibilidad.
Los mecanismos fisiológicos a la base de este fenómeno están lejos de ser claros. Una de
las hipótesis más interesantes, que podría explicar los procesos subyacentes a la
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
hipersensibilidad visceral, pero también para la tensión muscular, toma en cuenta el papel
jugado por las neuronas aferentes (sensibilidad periférica), las neuronas del asta dorsal de
la médula espinal (sensibilidad central) y la estimulación descendida o influencias
inhibitorias sobre las neuronas nocioceptivas de la médula espinal (Anand et al., 2007;
Hobson y Aziz, 2003).
Tal fenómeno, conocido como sensibilidad central (Woolf, 1983, 1991, 1995; Woolf y
Slater, 2000), lleva a un incremento de la sensibilidad al dolor en el órgano en cuestión
que pude persistir en el tiempo (sin ninguna evidencia de inflamación), causando
perturbaciones sensoriomotoras duraderas que pueden empeorar en relación a
condiciones de provocación. Varios estudios parecerían sugerir que la sensibilidad central
juega un papel clave en una serie de trastornos y enfermedades funcionales, como el
síndrome de colon irritable, dispepsia funcional, dolor de pecho no cardiaco, hiperalgesia
cutánea y fibromalgia (Dickhaus et al., 2003; Schaibe, Ebersberger y Von Banchet, 2002;
Staud et al., 2003; Treede et al., 1992; Sharker et al., 2000; Vab Oudenhove et al., 2004,
2005). Parecería entonces que este mecanismo esta a la base de la transformación de las
señales corporales a síntomas. El sentido de extrañeza de los propios sentimientos
respecto de la percepción de un determinado síntoma – y, más generalmente, de una
determinada emoción de particular intensidad – lleva a un estado de hipervigilancia.
Aunque la hipervigilancia es una condición anormal del sistema nervioso en respuesta a
amenazas percibidas, los hipocondriacos – con o sin síntomas somáticos – desarrollan una
condición crónica de hipervigilancia respecto de los estímulos viscerales y/o somáticos
que variarán de acuerdo a la significatividad percibida de determinados eventos. Debido a
esta condición, ciertos sujetos hipocondriacos tienen más probabilidades de sufrir de
ataques de pánico causados por un círculo vicioso de síntomas somáticos y pensamientos
catastróficos anticipatorios seguidos de un aumento de la intensidad de los síntomas, lo
que a su vez provoca más miedo (Fava et al., 1990).
Según nuestra perspectiva, el elemento esencial que explica los varios trastornos dentro
del espectro hipocondriaco es el mecanismo “auto-reflexivo” que afecta al cuerpo. Este
mecanismo, que se origina dentro de ciertos pacientes en respuesta a eventos
estabilizantes-amenazantes agudos y sostenidos, provoca una cierta sensibilidad y
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Barsky (1992; Barsky et al., 1988) define muy bien la amplificación somato-sensorial como
un rasgo que puede aprenderse durante la propia educación y como un estado pasajero
que puede emerger como respuesta a varias sensaciones a lo largo de diferentes periodos
de la propia vida (Barsky et al., 1993). La mera presencia de este rasgo, sin embargo, no
implica ninguna enfermedad médica o psicopatología simultánea (Barsky y Klerman,
1983).
La mayor sensibilidad hacia las sensaciones corporales que ciertos individuos parecen
desarrollar en el curso de sus vidas, y que en momentos particulares se amplifica hasta el
punto de causar una serie de efectos secundarios (preocuparse de y temer a una
enfermedad, la búsqueda de consejo médico, etc.), debería no ser confundido con el
trastorno obsesivo-compulsivo (OCD). Aunque buscar noticias tranquilizadoras de parte de
los médicos y adoptar conductas que reduzcan la ansiedad, tales como palpar los propios
nodos linfáticos para chequear su tamaño, son prácticas orientadas a reducir la ansiedad
derivada de la propia preocupación por la enfermedad (y que podrían leerse como señales
de OCD), su significado es marcadamente diferente de los síntomas OCD. Como vimos en
el capítulo anterior, la obsesión emerge de la falta de correspondencia entre la
experiencia vivida y el sistema de referencia que le da significado a esa experiencia; este
estado también es verdadero en el caso de la obsesión hipocondriaca. La falta de deseo de
una persona hacia su esposa, por ejemplo, podría llevarlo a creer que está sufriendo de
una enfermedad a la próstata, una creencia que a la vez lo llevará a la búsqueda frenética
de un diagnóstico certero y a un rango de comportamientos dirigidos a verificarlo. El
trastorno se origina desde un sentido de inseguridad y está basado sobre una idea
obsesiva acerca de la enfermedad, lo que origina formas de conducta dirigidas a adquirir
nuevas certezas (visitas a doctores, pruebas diagnósticas, la prueba de la propia potencia
sexual), que a su vez amplifican la idea obsesiva, contribuyendo así a la ansiedad y el
malestar del sujeto.
Las cosas son muy diferentes cuando se llega a la hipocondría, con o sin síntomas
somáticos. Aunque los pacientes con mayor convencimiento de que tienen una
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
enfermedad tienden a tener síntomas somáticos muy severos, mientras que los pacientes
con altos niveles de miedo a la enfermedad tienden a ser más ansiosos o fóbicos (Kellner
et al., 1985), en ambos casos es crucial la percepción perturbadora y nociva del propio
cuerpo o de los órganos. Es precisamente la percepción centrada en el cuerpo de uno
mismo lo que origina y fomenta las propias conductas, fantasías y pensamientos sobre la
enfermedad. Por el contrario, la atención de los pacientes OCD sólo es dirigida hacia el
cuerpo enfermo a causa de un “fenómeno intelectual”: la obsesión (Greeven et al., 2006).
Caso clínico
Pedro es un ingeniero informático de 30 años, hijo único que todavía vive con sus padres.
Desde los 19 años, cuando empezó la universidad, Pedro ha estado sufriendo de dolor
muscular, dificultad para concentrarse, dolores de cabeza, fatiga, náusea e hinchazón
intestinal. Estos síntomas, que eran una característica constante en la vida de Pedro como
estudiante, empeorando en periodos de exámenes, se convirtieron en una completa
enfermedad incapacitante el 2004. Cuando Pedro volvió de sus vacaciones de verano ese
año, encontraba que el dolor era demasiado para seguir estudiando. El dolor punzante en
su espalda y articulaciones no le permitían dormir, mientras que una molestosa
irritabilidad intestinal lo obligó a seguir una dieta estricta. La condición de Pedro empeoró
con el paso de los meses: el dolor se hizo más intenso y Pedro ya no se pudo concentrar,
hasta el punto de pensar en dejar sus estudios. Con todo esto, se sintió más abatido y su
salud empeoró más. En marzo del 2005 Pedro decidió pedir ser admitido en un hospital
para que lo revisaran.
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cabeza, irritación, dolor muscular, dispepsia y cólico abdominal, y llegó a nosotros por
ayuda.
Una de las preguntas más interesantes que surgen del caso de Pedro, y una que se puede
extender hacia el trastorno somatoforme y hacia los trastornos funcionales más
generalmente, tiene que ver con la relación entre un cierto modo de percibirse a uno
mismo y el inicio de las enfermedades orgánicas (Geeraerts et al., 2005; Kubzansky et al.,
1997). El tema del grado con que estos trastornos pueden predisponer a los sujetos a
ciertas enfermedades sugiere que el dialogo y la investigación conjunta con el estudio de
la patología clínica debiera renovarse. Las neurociencias podrían así proveer de una nuevo
modo de vincular a la psicología con la medicina.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Esta forma de inclinación de la estabilidad personal emerge aún con mayor claridad en la
dialéctica única entre la ipseidad y la alteridad que caracteriza este estilo de personalidad.
El rasgo distintivo de esta dialéctica está representado por el hecho de que la alteridad
está reducida a la ipseidad, por así decirlo, o más bien a la “economía psicológica interna
del organismo”: a las variaciones emocionales y al modo en que estas son percibidas por
el sujeto. Esta dialéctica se describe mejor en las palabras de William james: “Mi tesis es
que los cambios corporales siguen directamente la PERCEPCIÓN del hecho emocionante, y
que nuestro sentimiento de los mismos cambios como ocurren ES la emoción. El sentido
común dice que perdemos nuestra suerte, nos lamentamos y lloramos; nos encontramos
con un oso, nos aterramos y corremos, nos insulta un rival, nos enojamos y atacamos. La
hipótesis que aquí se defiende dice que ese orden secuencial es incorrecto, que el solo
estado mental no se induce inmediatamente por el otro, que las manifestaciones
corporales primero deben interponerse, y que la declaración más racional es que nos
lamentamos porque lloramos, nos enojamos porque atacamos, tememos porque
temblamos, y que no lloramos, atacamos o temblamos porque estemos tristes, enojados o
miedosos, según sea el caso” (James, 1884).
James argumenta que la percepción de una cosa determinada podría provocar un cambio
corporal, y que es precisamente el sentir de ese cambio lo que nos hace experimentar una
emoción. La señal corporal representa la información que el cuerpo genera para enfrentar
las perturbaciones ambientales, mientras que la conciencia de esa señal es la emoción.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La detección del latido del corazón es la metodología elegida para medir la habilidad
interoceptiva de las personas. En un estudio (Wiens, Mezzacappa y Katkin, 2000), donde a
los sujetos se les presentaron dos clips de película que mostraban distintas emociones
(alegría, rabia y miedo), los buenos detectores de los latidos reportaron experimentar más
emociones intensas que los pobre detectores – y esto sin que los dos grupos exhibieran
diferencias sustanciales en términos de tamaño del corazón y de actividad electrodérmica.
En otro estudio, las personas que fueron más sensibles a sus latidos mostraron más
focalización en su excitación (Barrett et al., 2004); datos adicionales también sugieren que
los diferentes tipos de emoción se asocian con diferentes tipos de actividad visceral
(Rainville et al., 2006; Critchley et añ., 2005). Varios estudios parecen así sugerir no sólo
que existe una correlación entre la sensibilidad de las personas a las señales viscerales y la
intensidad de su experiencia emocional, sino que también esta correlación explica el
modo diferente en que los estados emocionales son percibidos por ciertos sujetos.
La interpretación de arriba parece confirmarse por una serie de estudios que reportan que
la sensibilidad interoceptiva es sutil entre los sujetos con altos niveles basales de ansiedad
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
(Elhers y Breuer, 1996; Zoellner y Craske, 1999; Stewart, Buffett-Jerrott y Kokaram, 2001)
o que sufren de trastornos de ansiedad (Mumford et al., 1991; Van Der Does et al., 1997,
2000; Eley et al., 2004). Esto parecería indicar que los individuos que son más propensos a
sentir emociones como el miedo y la ansiedad, que se relacionan con la activación viscero-
motora, también desarrollarán una mayor sensibilidad hacia las señales interoceptivas.
Mayor confirmación llega de un estudio muy significativo que demuestra como las
personas que tienen una mayor conciencia interoceptiva pueden usar señales viscerales
(instintivas) para predecir las consecuencias de estímulos subliminales (Katkin, Wiens y
Öhman, 2001). El significado particular de este estudio deriva en que ilustra cómo ciertos
sujetos (que son más capaces que otros para detectar sus propios latidos cardiacos) son
capaces de anticipar estímulos negativos a través de su percepción de las señales
interoceptivas.
El estudio encontró que cuando los sujetos se focalizaban en sus latidos (en vez de fijarse
en el tono de sus notas), activaban la ínsula anterior bilateral y la corteza cingulada
anterior. La exactitud de los sujetos para detectar los latidos, además, correlacionó con la
actividad en la ínsula anterior derecha y con las medidas de auto-reporte de las
experiencias emocionales negativas. Esto sugiere que la interocepción juega un papel
importante en la experiencia emocional y que la ínsula anterior representa el sustrato
común de la sensibilidad interoceptiva y de las emociones. Este elemento compartido
podría explicar por qué, en el caso de muchos sujetos con tendencia a la fobia, la
activación emocional coincide con una percepción más fina de las condiciones fisiológicas
del cuerpo. Como veremos, la perfecta equivalencia de emoción e interocepción – como si
la situación que provoca una emoción estuviera separada de la emoción misma – es
probablemente uno de los rasgos más significativos en el comienzo del trastorno de
pánico.
Otro rasgo igualmente significativo de este estilo de personalidad – que tiene a preservar
el sentido de permanencia del Self a través de la estabilidad de la activación interoceptiva
– es la necesidad sentida para enfrentar y anticipar las condiciones que podrían alterar la
estabilidad generando campos de acción para amortiguar los estímulos ambientales. Así la
189
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La perspectiva anterior entrega una mejor comprensión para aquellos estudios que
muestran una correlación entre estrategias de afrontamiento orientadas a la evitación y
los niveles aumentados de respuesta ansiosa para las sensaciones del cuerpo, y al hecho
de que las personas que experimentan ataques de pánico tienen una mayor tendencia a
usar estrategias de evitación que aquellas que no tienen un historial de pánico (Feldner,
Zvolensky y Leen-Feldner Ellen, 2004). A la luz de esto, también se vuelve más claro por
qué, en condiciones estructuradas de agorafobia o claustrofobia los sujetos sienten como
si la fuente de su sentido de peligro fuera la situación misma.
Una historia de Pirandello (1994), “El Pájaro Embalsamado”, puede ser usado para borrar
las líneas entre la agorafobia desprovista de los ataques de pánico y la hipocondría. En
unas pocas páginas, Pirandello describe – hasta el final – la vida de un hombre que vive
con un constante miedo al peligro – de la enfermedad – al relacionarse con el mundo.
La historia abre con el cuadro de una difunta familia, donde la mayoría de sus miembros –
la madre, hermanos, hermanas, tío y tías – habían muerto de tisis, excepto el padre, quien
había muero de neumonía. Este comienzo establece el contexto en el cual la vida de los
hermanos que quedan, Marco y Aníbal Picotti, se desarrolla. Como sobrevivientes, los dos
hermanos han estructurado sus vidas como vencedores de la enfermedad, y viven con un
miedo constante de su propia seguridad. Ambos hombres son particularmente cautos
cuando llega la hora de comer, de sus ritmos diarios, el clima y las estaciones: fuera del
miedo a enfermarse, evitan cualquier exceso. Sin embargo, ocurre un primer cambio,
cuando Aníbal, el hermano más joven de los dos, pero el más robusto, habiendo pasado la
edad que tenían los miembros de su difunta familia, empieza a perder el control, como si
ya hubiera sobrepasado los límites que la naturaleza quería imponerle. Cuando Aníbal
cede en unas pocas transgresiones y excesos, Marco reacciona, urgiendo a su hermano
menor a que se restablezca. Sin embargo, al mismo tiempo, Marco en su corazón siente
curiosidad hacia lo que vislumbra más allá de los límites de su conducta estricta. Un día,
Aníbal repentinamente anuncia que se va a casar. Marco se pone furioso, pues ya puede
prever la muerte de su hermano y la del futuro hijo de éste. Marco insulta a Aníbal y a su
esposa, pero sin efecto: Aníbal de hecho le cuenta que preferiría morir que seguir viviendo
así. Marco, preocupado de haberse puesto tan nervioso, le dice a su hermano que no
desea ser molestado, y que si Aníbal ha decidido casarse, eso no le incumbe: Aníbal es
libre para abandonar la casa.
190
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Marco entonces le hace una visita de cinco minutos a su futura cuñada, pero ni siquiera le
hablará; no asiste a la boda de su hermano, y continúa viviendo como siempre lo hizo: en
una habitación que huele a medicinas, donde se pasa el tiempo preocupándose sobre
corrientes de aire y desgracias venideras.
Unos pocos meses más tarde, en Navidad, Aníbal y su esposa irrumpen en la casa de
Marco: felices y llenos de alegría. Los dos parecen emborrachar a Marco, quien
difícilmente puede irse a dormir esa noche: es como si fuera aturdido por la felicidad y
libertad de su hermano. De pronto, Marco es abrumado por un deseo de dar vuelta la
página y dejar de vivir como un animal embalsamado. Unos días después, visita a Aníbal y
se queda en su casa para cenar, intoxicado por un vórtice de emociones. Marco luego
regresa a su casa y cae enfermo por varios días. En vano, Aníbal intenta persuadirlo de que
su enfermedad sólo se debe a sus miedos excesivos. Sin embargo, Marco se asusta más
cuando en la cara de su hermano él lee esos signos de la muerte inminente que tanto
conoce. Un tiempo después, Aníbal muere.
Marco no asiste al funeral de su hermano y evita todo contacto con la gente porque
quiere evitar cualquier exceso de emoción. Ahora se cuida mucho, buscando desvanecer
todo pensamiento respecto a su hermano. Un día, la viuda de Aníbal, con sus ojos llenos
de lágrimas, visita a Marco. Él ve la visita como un escándalo y echa a la mujer. Esa noche
estalla en llanto, pero despierta al día siguiente como si nada hubiera pasado. Mientras
pasa la temporada, Marco continúa comportándose tan cauto como siempre.
191
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
peligro del mundo y la necesidad de protegerse uno mismo de ese peligro alejándose de
las emociones intensas a través de la construcción estable de una vida centrada en evitar
las situaciones. Lo único de esta corta historia yace en el hecho de que la conducta
evitativa alrededor de la cual se estructura la existencia del protagonista tiene que ver
simultáneamente con el peligro del mundo y las condiciones emociones más intensas.
Involucrarse sentimentalmente es el campo en el que todas las situaciones se perciben
como potenciales peligros, precisamente debido a las intensas emociones que pueden
provocar. Como es la esfera del amor lo que aquí representa una fuente de peligro, la
estabilidad emocional se deriva del previo involucrarse sentimentalmente. Es sobre esto
que Pirandello comienza su historia, que es una reminiscencia de Maupassant tanto en
estilo como en estructura.
Perazzetti, el protagonista de la historia, se casó con una mujer “a fin de evitar el peligro
de conseguir una esposa de verdad” (Pirandello, 1994). Al mismo tiempo, “se había
dedicado por mucho tiempo – yo no sé por qué razón – al estudio de la filosofía”
(Pirandello, 1994).
MR ZUCCARELLO
Distinguido Compositor
Conducido por un deseo de hablar con Zuccarello, Perazzetti entró al café. Varios clientes
estaban sentados en la barra. Perazzetti le dio al mesero su ticket para obtener un puesto;
con un sentimiento de sorpresa e indignación, encontró que el salón estaba a medio
llenar. Molesto, Perazzetti se volvió al mesero, reprochándole por haber dicho que la
exhibición de Zuccarello no atrajera clientes. Luego pidió hablar con el propietario, a quien
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Sin duda, esta mujer era su esposa. “Estaba seguro de que él aún seguía con ella, no tanto
porque pudiera servirle, como esclava, sino que a través de ella él pudiera medir el
progreso que había tenido. Así mismo, yo también estaba seguro de que sin una queja ella
estaba haciendo todo lo que podía para mantenerlo como un caballero” (Pirandello,
1994).
Las relaciones afectivas juegan un papel muy significativo en el estilo de personalidad con
tendencia a la fobia, lo que favorece la estabilidad de la activación interoceptiva como una
manera de preservar el sentido de Self. Los sentimientos de amor representan una esfera
altamente variable, y por ende una posible causa de alteración del campo interoceptivo
corporal. Después de todo, tanto Zuccarello como Perazzetti, quienes “se casaron (con
una mujer) para evitar el peligro de tener una esposa real” (Pirandello, 1994), se
embarcan en una relación afectiva para evitar el riesgo de llegar a comprometerse en una
verdadera historia de amor. Los dos hombres pueden entonces entenderse como
regulando su propia estabilidad emocional escogiendo una condición de predictibilidad y
193
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Aunque estos modos de manejar la propia intimidad representan casos extremos, sin
embargo revelan un rasgo general que los sujetos con tendencia a la fobia despliegan en
su actitud sentimental: la necesidad de predictibilidad de sus parejas, junto con la
necesidad de preservar su propia libertad de acción. El establecimiento de relaciones
significativas se caracteriza en estos casos por la obtención de un balance dinámico entre
la percepción que tiene el individuo de la confiabilidad de su pareja (una característica
asociada a la estabilidad del propio espacio personal interoceptivo) y el sentirse capaz de
enfrentar las perturbaciones ambientales sin restringirse o depender de esta confiabilidad
(algo asociado con el propio control de las situaciones que se viven).
Este estilo sentimental se puede entender con mayor claridad por el hecho de que, por
una parte, el sentido de permanencia del Self que tiene el sujeto corresponde a su
estabilidad emocional interoceptiva, y, por otra, que esta estabilidad siempre coincida con
la apertura de nuevas posibilidades dirigidas a su preservación (a través de la anticipación
y la evitación de situaciones críticas). Mientras el individuo perciba cualquier signo de
desconfianza de parte de su pareja como un peligro, llevándolo a una inestabilidad
emocional interoceptiva, él percibirá cualquier deber derivado de su relación de la misma
manera, mientras este limite el control que él ejerce sobre su propia estabilidad. Cualquier
vínculo puede ser así percibido por el sujeto como una amenaza genuina a su propia
integridad personal.
Para ilustrar el significado que uno de estos momentos críticos pudiera tener para los
individuos con tendencia a la fobia, describiremos la historia de una de nuestras
pacientes, quien buscó ayuda cuando, por cuarta vez en quince años, estaba próxima a
dejar a su pareja a meses de su boda.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
A los 30 años, Giovanna finalmente como una mujer libre, experimentó el mejor periodos
de su juventud. “Perdí una porción de mi vida, y finalmente la traje de vuelta”. Con estas
palabras Giovanna justifica su primera huida.
A los 32 años, Giovanna se embarcó en la más apasionada de todas sus historias de amor:
una que terminó dos años después, un mes antes de la boda. Giovanna describe esta
segunda huida suya como si hubiera estado causada por el desacuerdo religioso entre ella
y su pareja anterior, quien era judío (aunque realmente no practicara esa religión).
Inspeccionando más de cerca este periodo de la vida de Giovanna, no obstante se revelan
una serie de circunstancias considerablemente similares a las que se encuentran en las
situaciones previas. Seguido a la promesa de matrimonio, Giovanna había empezado a
experimentar la misma sensación de sofoco, la misma ansiedad y el furioso deseo de
liberarse de eso que había llevado su anterior relación al fracaso. El episodio final, en el
transcurso del cual los dos compañeros habían estado discutiendo acaloradamente sus
diferencias religiosas, le sirvió de pretexto a Giovanna, quien reclamaba que un
matrimonio entre ellos nunca funcionaría. La verdad del asunto es que este era sólo el
último de una serie de enfrentamientos que habían comenzado con la decisión de la
pareja de casarse.
Después del final de esta segunda relación, Giovanna se dedicó a su carrera profesional.
Sólo después de cinco años empezó una nueva relación, una que se parecía mucho a las
195
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
dos anteriores, con la única diferencia de que a Giovanna le tomó menos tiempo para
huir: ella dejó a su pareja sólo una semana después de la propuesta de matrimonio. Por
primera vez, sin embargo, Giovanna tomó conciencia del curso que estaba teniendo su
relación, y empezó a preguntarse por qué la historia de amor más importante de su vida
siempre terminaba de la misma manera.
En el caso del estilo de personalidad con tendencia a la fobia, las modalidades de auto-
regulación dirigidas a asegurar el sentido de estabilidad personal no están limitadas a la
conducta de evitación, a la anticipación de situaciones de peligro o al control directo sobre
las condiciones emocionales. Un modo bastante singular de auto-regulación es el
establecimiento de las situaciones críticas en las que la propia estabilidad se expone a
riesgo constante de ser interrumpida por condiciones emocionales extremas. La necesidad
de mantener un nivel manejable de activación podría llevar a una conducción activa hacia
la experiencia de novedades, el afrontamiento de peligros, la superación de limitantes y el
desafío de vínculos naturales, originando un sentimiento de maestría sobre las situaciones
que se viven y las variaciones emocionales interoceptivas con las que están conectadas a
través de la acción. Este modo de auto-regulación a menudo caracteriza a las que
pudiéramos describir como “profesiones riesgosas” (por ejemplo, pilotos, exploradores,
bomberos, paramédicos, navegantes solitarios, policías), así como también a quienes les
gustan los deportes extremos. Aquí la persona constantemente está renovando su
sentimiento de invencibilidad confrontando las más peligrosas situaciones, incluso hasta el
punto de enfrentar la muerte. Una evidencia muy relevante, que amplifica las
características distintivas de este modo de ser, hasta el punto de presentarlas como
evidentes, es la conversación autobiográfica entre Reinhold Messner – a menudo citado
como el mejor escalador de todos los tiempos – y Thomas Hüetlin, un periodista del Der
Spiegel.
El tema central de esta entrevista ya está descrito en el primer capítulo del libro de
Messner, que lleva como titulo Niñez y Rocas: por un lado está el mundo, que para un
Messner niño no llegaba más allá del valle; por el otro, la curiosidad que sentía acerca de
lo que había más allá de ese límite. “¿Qué hay más allá? Esta siempre ha sido la pregunta
a la base en mi vida” (Messner, 2006). Cuando Messner empezó su extraordinaria carrera,
196
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
esta curiosidad se volvió un deseo incesante de cruzar el límite, y de superar el miedo que
conlleva. “Lo que yo soñaba que iba a éxito en subir una quebrada el verano siguiente,
para hacer mi camino hasta una pared dada o llegar al nivel del que el año anterior nos
había dado mucho miedo cruzar” (Messner, 2006). El miedo aquí se ve como condición a
ser desafiada; y el miedo de Messner no es cualquiera, sino el mismo miedo a morir. “Esta
es la clave del montañismo. Esta es la contradicción que nadie entenderá acerca de mi
modo de enfrentar las montañas. Nadie que practique montañismo le gustaría
encontrarse en una situación parecida (por ejemplo, la pérdida de un escalador amigo),
donde deba sobrevivir. Por mi parte, me debatía entre el deseo de evitar pasar por esa
experiencia una vez más y el deseo de sentir nuevas emociones fuertes. Como hombres,
sólo tenemos que conocer nuestra humanidad cuando enfrentamos la muerte” (Messner,
2006). Lo que está en juego, además, es la misma sobrevivencia: uno debe escapar del
peligro y superar el miedo, para que “resistir los desafíos de la muerte” (Messner, 2006)
sea empujar ese límite un poco más allá Aquí yace la fuente de esa fortaleza y sentimiento
de seguridad del cual Messner ha derivado su conciencia de pertenecer a una elite desde
que era un adolescente. “Donde se haga difícil ir más allá en esta tierra, seremos los
únicos en tener éxito: para los demás que nunca han aprendido a sobrevivir en un mundo
lleno de obstáculos” (Messner, 2006).
Cuando Messner se volvió un hombre joven, extendió su desafío a las montañas más altas
del mundo. La primera persona en haber ascendido todos los picos de 8000 metros del
mundo, perdió a su hermano Günther en una trágica expedición al Nanga Parbat. Sin
embargo, este terrible evento, que estuvo en la memoria de Messner por años, no puso
fin a sus aventuras en el Himalaya. Más bien, su solitaria lucha contra el temor hacia la
muerte se volvió más extrema. “Espero nunca vivir una experiencia como esa que viví en
el Nanga Parbat, espero nunca experimentar algo así. Sin embargo, no puedo vivir sin esas
experiencias extremas. Si tuviera que definir mi enfermedad, la describiría como el deseo
constante de vivir poniendo en juego la propia vida” (Messner, 2006).
8.5 Trastornos
197
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
frecuencia cardiaca asociada con una alegría profunda, un sentimiento de gran cansancio
y la embriaguez inducida por un excesivo consumo de alcohol pudieran todos ser
percibidos como condiciones de alarma instantáneas, mientras sobrepasen la línea de
base interoceptiva-emocional.
Por otra parte, la persona que se siente en este estado de fragilidad distancia
progresivamente su experiencia de su objeto intencional: esto, como hemos visto, para
mantener la estabilidad, el sujeto cambia su foco de atención desde las situaciones que
ocurren a sus sensaciones corporales. Por ejemplo, el aumento de la frecuencia cardiaca
que ocurre cuando el sujeto sube unos pocos escalones de la escalera ya no se percibirá
más como algo relacionado con el ejercicio físico; sino más bien, será visto como un
evento somático exclusivo, uno que será amplificado a través del foco atencional y que
será removido de la condición que lo provocó. Mediante esta operación (que separa al
198
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
propio cuerpo del mundo), un caso ordinario de taquicardia provocado por un ejercicio
llega a ser percibido como una taquicardia que amenaza a todo el organismo,
incrementando así el sentido de fragilidad de la persona. No obstante, el corazón con
taquicardia que aquí causa alarma, no es realmente el corazón “casi infartado” que se
percibe durante los ataques de pánico.
El miedo al miedo
199
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Del mismo modo, el miedo al miedo no puede ser visto como derivado de una
malinterpretación catastrófica de las sensaciones corporales, como lo sugieren las teorías
cognitivas (Clark, 1986), aunque los procesos cognitivos ciertamente pueden jugar un
papel significativo en la génesis de los ataques de pánico. Desde el punto de vista
cognitivo, este tipo de miedo emergería como consecuencia de creencias amenazantes
inapropiadas (pensamientos catastróficos) sobre las perturbaciones corporales internas.
“Una vez que se percibe, la sensación corporal se interpreta de un modo catastrófico y
luego resulta el ataque de pánico” (Clark, 1986). La pregunta que este enfoque deja sin
contestar, sin embargo, es por qué, una vez percibida, la sensación corporal debería luego
interpretarse en un modo catastrófico. En otras palabras: ¿por qué una persona que tiene
pánico y que siente su corazón golpetear debería creer que está a punto de morirse?
¿Cuál es el origen de este pensamiento catastrófico?
El constructo que expresa con mayor claridad el fenómeno peculiar que representa el
miedo a los propios estados de ansiedad es conocido como sensibilidad ansiosa (SA) (Reiss
y McNally, 1985). Esto se refiere al miedo a las sensaciones relativas a la ansiedad. En un
artículo muy conocido que se publicó originalmente en 1991, Reiss sostiene que la
sensibilidad ansiosa es una disposición individual variable, que se diferencia tanto del
rasgo ansioso como de la ansiedad anticipatoria (Reiss, 1991; McNally, 2002). Reiss
además hace una distinción básica entre el miedo fundamental y el miedo corriente,
señalando que:
“Considere la relación racional entre tres diferentes miedos: (a) el miedo a las serpientes;
(b) el miedo a las alturas; y (c) el miedo a la ansiedad. Los miedos a las serpientes y a las
alturas no se relacionan de manera racional el uno al otro, en el sentido de que tener uno
de esos miedos no es una razón para tener el otro miedo. No tiene sentido para una
persona decir, ‘Me dan miedo las alturas porque le temo a las serpientes’. Por otra parte,
el miedo a la ansiedad se relaciona de manera racional con el miedo a las serpientes y a
las alturas. Una persona racional podría decir, ‘Le temo a las serpientes y a las alturas
porque me dan miedo que pudiera tener un ataque de pánico si me encuentro con esos
estímulos” (Reiss, 1991).
Según Reiss, el miedo a los síntomas ansiosos (sensibilidad ansiosa) es de esta manera el
miedo más fundamental, ya que entrega razones para evitar todas las situaciones que
pudieran provocar el estímulo al cual le teme la persona. Lamentablemente, Reiss no
sigue con sus argumentos hacia su conclusión inevitable, que es la aparición de una
pregunta aún más crucial: ¿por qué hay tantas personas que le temen a las alturas y a las
serpientes pero no a las perturbaciones ansiosas? ¿Por qué sólo los sujetos con una alta
SA perciben tales sensaciones como una amenaza? Para expresar el tema de manera aún
más sucinta, ¿cómo es que se origina el miedo a las sensaciones relacionadas con la
ansiedad?
200
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La pregunta anterior parece muy legítima dado que el nivel de SA no sólo varía entre
individuos diferentes, sino que pudiera también cambiar en el mismo individuo, por
ejemplo, en relación con estresores ansiosos relevantes (Schmidt, Lerew y Joiner, 2000) y
eventos o circunstancias específicos, previos al origen de los ataques de pánico (Donnell y
McNally, 1990) y en particulares momentos de la vida (Faravelli y Pallanti, 1989; Pollard,
Pollard y Corn, 1989; Roy-Byrne, Geraci y Uhde, 1986).
Mientras que el miedo al miedo, por lo tanto, es producido por la creencia de que ciertas
sensaciones tienen consecuencias dañinas, podemos ver que los individuos no solamente
varían de uno a otro según mantienen o no esta creencia, sino que el hecho de que el
nivel de SA de un individuo pueda cambiar en el transcurso de su vida sugiere que hay
circunstancias o condiciones específicas que contribuyen a modificar esta creencia en
cuestión. Esto quiere decir que, en términos concretos, en diferentes momentos de su
vida un individuo puede percibir la misma sensación de modos completamente distintos.
Unos pocos meses antes de su boda, por ejemplo, una persona pudiera tener
palpitaciones como signo de una seria condición que amenace su vida, como un ataque
cardiaco, mientras pudiera estimar palpitaciones similares como simplemente una
sensación molestosa después de un año de casado.
No está claro cómo un matrimonio inminente o, de manera más general, un evento vital
pudieran cambiar las creencias que una persona tiene sobre las perturbaciones
corporales. Pudiera ser, sin embargo, que lo que los teóricos de la SA llaman “creencia”,
más que representar la cruz de una interpretación de sensaciones relativas a la ansiedad,
pudiera de hecho ser una consecuencia del estado ansioso del sujeto. Esta mirada
alternativa implica un cambio de perspectiva radical, uno que afecta al mismo
fundamento del cognitivismo: que la creencia tendría que ser considerada sólo como un
modo de comprender la propia experiencia – lo que ya pone el significado de modo pre-
reflexivo – en vez de ser el método principal para generar significado. Sólo entonces la
auto-conciencia pudiera ser entendida como derivada de la relación de uno con el mundo,
en vez de venir de cualquier reflexión sobre las propias acciones. Esto de hecho es uno de
los temas subyacentes de este libro.
201
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Es sobre la base de esta lectura que consideramos el cambio de creencias asociados con
ciertos acontecimientos de la vida como debido a una ansiedad provocada por una
alteración de la estabilidad interoceptiva-emocional del sujeto, en concomitancia con los
eventos mismos. El significado de esta forma de ansiedad –que pudiera o no ser
explícitamente comprendida y fijada como una creencia – es la de sentir que uno está en
peligro; y aquí el peligro es provocado por una situación que produce un intenso
sentimiento de inestabilidad respecto al propio organismo, y que coincide con un estado
de ansiedad.
La intensidad del sentimiento relacionado con la ansiedad que puede gatillar un ataque de
pánico depende del nivel interoceptivo-emocional que regula el sentido de estabilidad
personal del sujeto. De manera particular, momentos desafiantes en la vida emocional de
una persona corresponderán a un foco aumentado, y por lo tanto a una intensa
amplificación de sus sensaciones corporales, así como a una mayor capacidad de
respuesta de la amígdala, probablemente a través de una ruta directa espino-tálamo-
amigdalar: ya que el modo en que los individuos regulan su propio estar situado está
202
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Interesante evidencia respecto de este tema aparece en un estudio sobre las bases
neurológicas de la estrecha asociación entre los trastornos de equilibrio y la ansiedad.
Datos anatómicos y fisiológicos pudieran entregar luces acerca de la génesis de un
síntoma en particular, el mareo psicogénico, que tiene altos índices entre los pacientes
que sufren de ataques de pánico y de evitación agorofóbica. Como estos sujetos son
particularmente dependientes de claves de equilibrio propioceptivo para mantener el
propio equilibrio, mientras le presten un peso insuficiente a la información vestibular y al
balance visual (Jacob et al., 1997, 2001; Staab, 2006; Staab y Ruckenstein, 2007), pudieran
experimentar una estabilidad inadecuada en situaciones donde se altera el sentido de la
condición fisiológica del cuerpo completo (como en el caso del estado de miedo). Un rol
clave aquí lo jugaría el núcleo parabraquial, que representa un área de convergencia para
las señales vestibulares y al procesamiento de información sensorial somática y visceral en
vías que parecen estar involucradas en evitación condicionada, ansiedad y miedo
condicionado (Balaban y Thayer, 2001; Balaban, 2002, 2004).
Por otra parte, el miedo a las sensaciones relacionadas con la ansiedad pudieran
desarrollarse como forma crónica o subaguda de hipocondría, acompañada de agorafobia
o ataques de pánico.
Aunque, tanto los hipocondriacos como aquellos que sufren de ataques de pánico pueden
compartir la tendencia general de volverse temerosos ante las perturbaciones corporales,
algunos estudios sugieren un rol de la amígdala en el rápido, automático y primer
procesamiento de los estímulos de temor, y también sugiere que su activación no es
constante (LeDoux, 1998; Öhman y Mineka, 2001; Larson et al., 2006). Otra evidencia
revela que, en algunos casos, los individuos ansiosos mantienen la atención a estímulos
relacionados con la amenaza por más tiempo que las demás personas (Fox, Russo y
Dutton, 2002). Varios estudios, además, han reportado una ausencia de la activación de la
amígdala durante periodos sostenidos de provocación de síntoma, lo que sugiere que el
procesamiento sostenido de estímulos fobogénicos y las reacciones afectivas
correspondientes pudieran estar basadas en la activación de regiones diferentes a la
amígdala (Mountz et al., 1989; Fredrikson et al., 1993; Rauch et al., 1995; Reiman, 1997;
Paquette et al., 2003; Straube et al., 2006; Straube, Mentzel y Miltner, 2007) Por lo tanto,
hay buenas razones para pensar que no solamente la amígdala (a través de varios modos
de activación), sino que también el reclutamiento de otras áreas del cerebro, juega un rol
clave en la sintomatología que caracteriza a la hipocondría y el trastorno de pánico.
203
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Con el objetivo de evitar, o limitar esas situaciones que pudieran alterar su sentido de
permanencia, el sujeto puede adoptar una cantidad de comportamientos evitativos que,
mientras reduzcan temporalmente el rango de sensaciones negativas, a la larga
aumentarán su precariedad fisiólogica/emocional, llevándolo a un condición estable de
agorafobia.
Lo que hace que algunas personas más propensas a percibir sensaciones corporales como
peligrosas es la manera en que ellos construyen y mantienen su propio sentido de
estabilidad personal. Son estos individuos quienes poseen lo que hemos llamado un estilo
de personalidad con tendencia a la fobia (Arciero, 2002, 2006; Arciero et al., 2004;
Bertolino et al., 2006). Como quienes juegan un rol relevante en el procesamiento de los
estímulos de temor son las diferencias individuales en la respuesta de la amígdala
modulada por el polimorfismo del transportador de serotonina (5-HTT) (Hariri et al.,
2002), la variación alélica entre los individuos pudiera contribuir a la diferente reactividad
de la amígdala entre quienes poseen este estilo de personalidad (Bishop, Duncan y
Lawrence, 2004; Mathews, Yiend y Lawrence, 2004; Cools et al., 2005). Las diferencias
individuales en la actividad de la amígdala – expresadas como una mayor sensibilidad a los
estímulos de miedo – pudieran convertirse en una propiedad emergente de la asociación
entre factores genéticos y psicológicos. En otras palabras, el alelo 5-HTTT predispone a un
sistema de excitación más reactivo que, a través de la experiencia así como otros
moderadores genéticos y ambientales, pudieran manifestarse entre ciertos sujetos en la
forma de propensión fóbica (Bertolino et al., 2006).
204
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Slade, 2002) y que las diversas fuentes del trastorno hacen que sus manifestaciones y
posibles complicaciones sean más variadas.
Agorafobia
205
“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
agorafobia, sino que la agorafobia a su vez parece ser un factor de riesgo para el trastorno
de pánico.
Además, a la luz de la perspectiva anterior, varias fobias que han sido caracterizadas como
específicas necesitan ser reconsideradas. La sensibilidad a estímulos específicos
relacionados con amenaza, incluso cuando los sujetos están distraídos o sin conciencia de
estos (Straube et al., 2006; Straube, Mentzel y Miltner, 2007; Carlson, Moses y Claxton,
2004), debería ser a menudo visto en el marco de una percepción agorafóbica del mundo.
La condición temida, ya sea animal, evento natural, situación o la sangre, representa
puntos de referencia que deben ser evitados a toda costa, y sobre la base de que un
transcurso viable pudiera estar delimitado en lo que se percibe como territorio peligroso.
Esto, por supuesto, no descarta la posibilidad de que el trastorno en cuestión pudiera
haber surgido por condicionamiento clásico (como el caso cuando una persona llega a
temerle a los perros después de haber sido atacado por uno de ellos), o de hecho por
medio de vías indirectas (como en el caso de el miedo a los perros que se traspasa de
manera vicaria a los hijos cuando uno de los padres fue atacado por un perro); la visión
anterior tampoco implica que el trastorno en cuestión deba ocurrir necesariamente como
parte de un cuadro clínico. Aunque las fobias específicas forman una clase heterogénea de
trastornos, caracterizado por variadas etiologías y diferentes grados de intensidad (para
una revisión ver Merckelbach et al., 1996), la mayoría de estas fobias son solamente los
síntomas más evidentes de una condición agorafóbica subyacente. Como veremos en el
caso clínico que viene, a menudo lo que parece ser una fobia específica de tipo ambiental
natural en realidad es uno de los síntomas de una “fobia social”. Con el objetivo de
completar nuestra discusión acerca de estos trastornos, continuaremos este primer caso
clínico examinando el caso de Judith, que emerge como un “pánico espontáneo” que
luego empeoró con una agorafobia.
¿Fobia específica?
La primera vez que Víctor sintió este miedo fue a los 10 años, cuando el día del
cumpleaños de su abuela materna, mientras él y su familia estaban a punto de llegar a un
restaurante; lo dejaron en el auto con una prima unos pocos años más grande que él,
esperando el fin de una violenta tormenta. La prima le contó una serie de historia sobre
tragedias causadas por las tormentas, historia que le produjeron un gran efecto. Aunque
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Víctor piensa que este episodio es el origen de su trastorno, fue sólo después de haber
entrado a la secundaria que el miedo a las tormentas se volvió más serio en su vida. Para
cuando Víctor estaba terminando la escuela, tanto su rutina diaria como su ánimo
variaban según las nubes.
Una vez más, como en todos los casos clínicos previos que hemos considerado, la
sintomatología del sujeto puede recibir aquí nuevas determinaciones de significado,
determinaciones que no pueden ser comprendidas por medio del solo análisis empírico,
una vez que las hemos examinado en el marco de su vida.
Cuando Víctor tenía 10 años fue golpeado por otro evento aún más significativo,
concomitante con la aparición de este miedo a las tormentas. Mientras estaba en el
colegio Víctor había demostrado ser un niño estudioso y responsable, pero también uno
tímido y torpe, por eso su profesora decidió que necesitaba “ayudarlo” a superar su
timidez. De esta manera ella obligó a Víctor a leer sus ensayos en frente de diferentes
cursos, logrando por un lado que Víctor empezara a sufrir de tartamudeo, y por otro, que
aumentara su miedo al juicio y la auto exposición. El tartamudeo era el problema más
serio de Víctor antes de entrar a la secundaria, aunque las cosas mejoraron cuando sus
compañeros lo empezaron a aceptar más. Para cuando Víctor ya estaba en la secundaria,
su tartamudeo casi había desaparecido; no obstante, su miedo a las tormentas había
comenzado a empeorar.
El control sobre el clima se volvió el modo principal de Víctor para regular su relación con
los demás. Incluso su debut sentimental se pospuso por culpa del clima: “No podía invitar
a una niña a salir, mientras no tuviera nada planeado: el clima pudiera haber cambiado y
me habría dado vergüenza”. La fobia es entonces lo que le permite a Víctor encontrar una
solución entre varias situaciones monitoreando un peligro – a las tormentas – lo que llega
a ser el modo de definir su propia posición en lo que él percibe es un ambiente hostil. “Es
como si este miedo fuera crucial para mi supervivencia. Es como si me dirigiera hacia un
peligro desconocido, como si tuviera que cambiar por completo”.
¿Pánico espontáneo?
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Judith identifica su primer episodio de pánico cuando, un año atrás, mientras estaba
trabajando en la sala de operaciones, una enfermera le pidió canular la vena de un
paciente. Para ejecutar esta operación, que era más difícil dadas las condiciones del
paciente, Judith tuvo que arrodillarse y permanecer en esa posición por un rato. Cuando
se movió para pararse, sintió un apretón en el estómago, acompañado de taquicardia,
náusea, las piernas débiles, sudor y la sensación de que podía desmayarse. Judith
inmediatamente pidió un electrocardiograma, y se le calculó su frecuencia cardiaca, que
ella pensaba podía estar en las 120 pulsaciones por minuto, pero que estaba por debajo
de las 100.
Como el temor de poder sufrir una patología cardiaca se desvaneció, Judith recobró su
auto control e interpretó el evento que recién le había ocurrido como algo que sin duda
había sido causado por una reacción del nervio vago. Todo volvió a la normalidad; sin
embargo, una semana más tarde, cuando Judith ya casi se había olvidado del evento, una
situación similar le provocó síntomas idénticos a los primeros. Judith entonces comenzó a
preocuparse en serio sobre la posibilidad de estar sufriendo una enfermedad orgánica.
Visitó una serie de especialistas, pero sus exámenes médicos no mostraron resultados; su
miedo, por otro lado, aumentó, como la frecuencia de los ataques. Judith empezó a creer
que la misma situación podría sorprenderla cuando menos lo esperara, y ya no sintió más
segura saliendo de su casa. “Siento que he perdido los cabales”. En ese momento, Judith
dio el paso que siempre quiso evitar: “Creí que podía hacerlo sola, pero tuve que visitar a
un psiquiatra”. Con un sentimiento de vergüenza y profundo pesar fue que Judith buscó
nuestra ayuda.
Aunque Judith era dueña de una casa con su esposo, incluso después de su boda ella
siguió viviendo en otro lugar del pueblo, en un departamento adyacente al de sus padres,
obligando a su marido y luego a su hijo a conformarse con la estructura y las rutinas de su
familia de origen. La piedra angular de la familia era la relación única que Judith tenía con
su padre: “Siempre que necesitaba tomar una decisión, iba donde mi padre. Yo sabía que
podía confiar en él”. La muerte del padre de Judith alteró así el equilibrio existencial que
también había sostenido la relación de Judith con su esposo. No mucho después de que
Judith perdiera a su padre, ella y su esposo se mudaron a la casa que les pertenecía. Judith
de pronto se encontró cara a cara con un hombre que era su marido, pero el cual nunca
había llegado a conocer: un extraño con hábitos, conductas y modos de ser de los que ella
era testigo por primera vez, y que no eran de su agrado. Sorprendida, pero también triste
y decepcionada, Judith fue golpeada por su propia ceguera: “Por qué es justo ahora,
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
después de todos estos años, que me doy cuenta de con quién me casé”. Judith empezó a
distanciarse más de su marido. Después de abandonar el hospital, empezó a trabajar en
una clínica privada, pasando más tiempo fuera de casa. De a poco, la relación de Judith
con su marido se redujo al mínimo: los dos se veían en las noches, pero apenas hablaban.
“Si hablo, tengo la impresión de que no me está escuchando: siempre parece estar en otra
parte. Es indiferente”. Judith se sentía muy sola y se dio cuenta de que tenía que tomar
una decisión. Unos pocos días antes del primer episodio, confrontó a su esposo,
compartiendo su preocupación y descontento con él; el hombre reaccionó “como si no le
hubiera importado nada”. Judith inmediatamente se dio cuenta de que su marido podía
estar viendo a otra mujer. Dos días después ella tuvo su primer ataque de pánico.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El argumento de Maj comienza con una premisa: según el DSM-IV, la tristeza intensa que
viene después de un evento vital desagradable cualifica para el diagnóstico de una
depresión mayor si se cumplen la severidad, duración y el criterio de discapacidad. La
decisión diagnóstica entonces se basa en un criterio exclusivamente clínico y no toma en
cuenta ningún elemento contextual. La única excepción a esta regla es el duelo: mientras
que la tristeza intensa que viene luego de la muerte de un ser querido posee ciertas
características clínicas que la harían cualificar para un diagnóstico de depresión mayor, no
es considerado como un trastorno mental. La asimetría entre el criterio adoptado es muy
clara. Por eso la principal interrogante que pone Maj (también basado en datos empíricos)
es si el duelo-provocado y otras formas de pérdida-provocada de tristeza intensa sin
complicaciones deberían ser excluidas del diagnóstico DSM-IV de depresión mayor. Lo
interesante aquí es de hecho la introducción de un criterio para categorizar el elemento
contextual. La pregunta anterior inmediatamente nos conduce a dos salvedades: (1) si en
la experiencia personal de uno un evento vital determinado que no sea duelo se percibe
como una forma de tristeza intensa por una pérdida, esto podría deberse a la pre-
existencia de un estado depresivo o al empeoramiento de un ánimo ya depresivo (como
por ejemplo en el caso de un trastorno de personalidad depresiva); (2) es difícil trazar
cualquier distinción clara entre lo que es contextual y lo que es constitutivo del sujeto.
Junto con este problema explícito, la editorial de Maj también pone un tema más
profundo, que tiene que ver con la misma historia de la conceptualización del trastorno.
Lo interesante en la pregunta que pone Maj es la integración entre la perspectiva de la
psiquiatría alemana y la del psicoanálisis, que al introducir la relación entre duelo y
melancolía después del año 2000 hicieron una contribución momentánea a la
comprensión del trastorno. A la luz de este requerimiento para integrar mutuamente
ambas perspectivas, necesitamos redefinir una serie de elementos que entran en juego a
la hora de debatir este tema.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La noción anterior sobre los humores entrega el punto de partida para el tratado de
Aristóteles; de inmediato se tematiza cuando aparece una pregunta respecto de las
múltiples manifestaciones del temperamento melancólico. En un extremo está Herácles,
con sus ataques de rabia, seguido por Ajax y Belerofonte – el primero, un hombre que
“perdió la cabeza por completo”, el segundo, uno que “vagaba por la llanura de Elea,
rechazando todo rastro humano” (Barnes, 1984) – y luego Empedocles, Platón, Sócrates,
poetas y otros hombres reconocidos. Algunos de estos hombres, agrega Aristóteles,
también sufren de enfermedades físicas debido a su temperamento. ¿Cómo explicar esta
variación entre las constituciones melancólicas? Aristóteles traza una analogía con el vino,
que bebido en grandes cantidades puede poner a la gente parecido a los melancólicos: el
vino, como el humor melancólico, afecta al espíritu; dependiendo de cuanto haya sido
consumido, cambia el carácter de quien lo bebe. Una persona tranquila podría volverse
conversadora; bebiendo un poco más, podría volverse imprudente; y si bebe aún más,
podría volverse insolente y colérico, o aburrido y triste.
El vino, sin embargo, vuelve anormal al hombre sólo de manera temporal, mientras que la
naturaleza – que moldea el carácter de un hombre – como el vino, lo marca
permanentemente. Un humor melancólico podría así producirse por naturaleza, aunque
en el caso de la mayoría de las personas la bilis negra no tiene una influencia significativa
sobre el carácter.
Aristóteles entonces, traza una primera distinción entre las personas que poseen
temporalmente un humor melancólico y el tener un carácter naturalmente inclinado hacia
la melancolía.
Una vez aclarado que el exceso de bilis negra puede afectar al espíritu, Aristóteles regresa
a su argumento inicial: la variedad de modos con la que este carácter se puede
manifestar. Para explicar este fenómeno, Aristóteles invoca la noción de que el calor y el
frío están mezcladas en varias proporciones en la bilis: cuando la bilis negra está fría, las
personas son “flojos y aburridos”, cuando está caliente, las personas son “propensas a la
ira y el deseo”, hasta el punto de sufrir de “ataques de fervor o de sobre excitación”.
Cuando se alcanza un nivel medio entre el calor y el frío, las personas son “melancólicas,
incluso más razonables y menos excéntricas, y de muchas maneras más aptos en los
ámbitos de la cultura, las artes y la dirección del Estado” (Barnes, 1984). Es el equilibrio
entonces, entre calor y frío lo que determina la alternancia, en la vida diaria, del mal
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
humor (emeran athymias) y la felicidad. Hay algo de melancólico en todos nosotros, “pero
las personas en las cuales este elemento está profundamente activo, ciertamente poseen
un carácter peculiar” (Barnes, 1984). Estas personas difieren de las demás porque son
propensas a sufrir enfermedades “conectadas con la bilis negra” (Barnes, 1984); algunos
individuos melancólicos son de pronto inundados de tristeza si razón aparente, mientras
que otros siempre están tristes; incluso otros se suicidan. Según Aristóteles, es la
alteración del humor melancólico lo que explica la patología que afecta a los caracteres
melancólicos.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
locura, mientras vista como una señal de quiebre en la vida de estos individuos, no
podría ser considerada una amenaza para su salvación: ya que si una persona había
sido piadoso antes de enfermarse, “no podía perder su mérito”; si había sido un
pecador, “no podía aumentar su culpa” (citado en Klibansky, Panofsky y Saxl, 1964). A
través de los lentes de la psicología moral, la depresión estuvo destinada a ser
considerada como algo muy distinto del carácter melancólico.
Este planteamiento del problema, que pudiera ser definido como el greco-cristiano,
presagia la perspectiva clásica sostenida por Kraepelin (1921) y luego por Kretschmer
(1936), los cuales – aunque con énfasis distintos – pusieron al “temperamento
depresivo” como la base de la enfermedad maniaco-depresiva. Las personas con este
temperamento fueron caracterizadas como gente muy pesimista, triste, abatida,
desanimada, tímida, inadecuada, tranquila, concienzuda, seria, fatigada, falta de
iniciativa y vitalidad, y así sucesivamente. Sin embargo, Kretscmer, cuyas revisiones
estaban más cercanas a las de Aristóteles, mantuvo que las “posturas fundamentales”
de Kraepelin no eran suficientes para que una personalidad se inclinara hacia la
melancolía: mientras que podían predisponer al individuo hacia la enfermedad, lo que
prueba que la experiencia real co-determina. Además, la descripción de Kretschmer
para las personas con constitución depresiva es más indicativa de una perspectiva que
viene a anticipar los modelos dimensionales actuales para la personalidad y los afectos
(Ryder, Bagby y Schuller, 2002). Kretschmer escribe: “Si le preguntamos directamente
sobre su temperamento (por ejemplo, un sujeto con una fuerte tendencia a la
depresión periódica), entonces obtendremos algo como esto: ‘En tiempos normales él
es amistoso; le agrada a la gente; nunca se queja; tiene sentido del humor; es risueño,
y a veces se ríe de sí mismo. Sólo lágrimas saldrían de sus ojos, ni siquiera puede
superar las cosas simples, se aflige mucho y más hondo que otras personas durante
situaciones tristes.’ Esto quiere decir que: en el caso de esos individuos, no es que el
temperamento mismo sea triste, sino que sólo es animado por una condición triste”
(Kretschmer, 1936). Regresaremos a menudo a esta fuerte intuición de Kretschmer
durante este capítulo.
El concepto de personalidad depresiva que sugirió primero Kraepelin y que más tarde
fuera revisado por Schneider (1959) fue incorporado en la clasificación de los
trastornos depresivos con el DSM-III (Akiskal, 2001). Particularmente a raíz de los
influyentes estudios dirigidos por Akiskal (1983); Akiskal et al., 1978, 1980; Yerevanian
y Akiskal, 1979), a comienzos de los años 80 se introdujo la categoría de distimia para
describir cualquier forma de depresión crónica basada afectivamente. La “distimia
sub-afectiva” (Akiskal, 1983) fue distinguida de otras depresiones basadas en el
carácter (que no respondían a la medicación antidepresiva) principalmente en base a
su respuesta a los tratamientos. Como ha enfatizado Huprich (1998), como la distimia
respondía a los antidepresivos “ellos calcularon que sería apropiado pensar que todas
las depresiones tenían una base biológica, lo que inherentemente refleja la idea de
que la depresión es un estado patológico de enfermedad” (Huprich, 1998). Así, a
través de Kreaepelin, Schneider y Akiskal, la mirada escolástica de William de
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Lo que es esencial, dada la definición anterior del problema, es entender: (1) cómo
una particular manera de sentirse en el tiempo pudiera llegar a sedimentarse como
una tendencia a reaccionar emocionalmente correspondiente a la constitución de
temperamento melancólico (el estilo de personalidad con tendencia a la depresión);
(2) qué relación existe entre este estilo de personalidad y el temperamento
melancólico (Trastorno de Personalidad Depresivo). Sólo una vez que hemos
clarificado qué continuidad existe entre la normalidad y la psicopatología del carácter
depresivo será posible hacer una pregunta igualmente relevante: la de la relación
entre personalidad y depresión.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
En una réplica del estudio dirigido por Harris, Brown y Bifulco (1986), examinando la
historia de pacientes femeninas en observación, Bifulco, Brown y Harris (1987)
notaron que, entre las características significativas relacionadas a la falta de cuidado y
a la depresión subsecuente, un embarazo no deseado entró en la lista, lo que estaba
asociado a relaciones emocionales desprovistas de intimidad y con parejas no
confiables. En las historias analizadas, se vio que la falta de un adecuado cuidado
parental incrementó el riesgo de que mujeres jóvenes se embarcaran en matrimonios
prematuros desprovistos de mutuo apoyo. Uno de los factores más comunes que
llevaron al matrimonio fue el embarazo no deseado, una causa frecuente de
problemas en las relaciones examinadas: aventuras extramaritales, problemas
económicos y la estructuración de un contexto caracterizado por la falta de cuidado.
Es evidente que condiciones similares de cuidado parental, fuertemente marcados por
la ausencia de cualquier forma de apoyo, favorecían una tendencia en los hijos de
repetir el ciclo. La disposición individual a la depresión pasaba así de una generación a
otra a través de la herencia (reproducción) de condiciones específicas necesarias para
el desarrollo de la tendencia.
La nueva contribución hecha por el psicoanálisis y las teorías del apego al problema de
la génesis del estilo de personalidad con tendencia a la depresión se encuentra en el
estudio de aquellas condiciones (pérdida, separación, rechazo, etc.) que en el
transcurso del propio desarrollo originan recurrentes maneras de sentir. Estas
experiencias, que llegan a sedimentarse en el tiempo, inclinan el sentido de estabilidad
personal del sujeto hacia un contexto de referencia que se focaliza principalmente en
los estados de tristeza, rabia y ansiedad. Por lo tanto, el sentido individual de
permanencia del Self se centra principalmente en la hiper-cognición de estas
emociones básicas, que estructuran su estar situado según la variabilidad de
circunstancias y de su relación con los demás. La duración de esta tendencia se refleja
más en los modos con que las personas le dan forma a su identidad personal.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Por otra parte, las diferencias entre el estilo de personalidad con tendencia a la
depresión, el trastorno de personalidad depresivo y la depresión afectiva crónica
parecerían depender del grado con el cual este modo de mantención de la propia
estabilidad personal es absoluto y rígido, y por ende del grado de intensidad y
movilidad de los estados emocionales que lo caracterizan. El análisis de estas
emociones – y de la tristeza particularmente – representa así la hebra que debe
seguirse para reconstruir la continuidad entre la normalidad y la psicopatología. ¿Por
qué la gente se pone triste?
La tristeza podría ser provocada por una serie de fenómenos, que van desde la
decepción al rechazo, de la separación (incluso temporal) a la pérdida de un ser
querido, o incluso – para citar a Bowlby (1980) –“cualquier problema o desgracia”. La
tristeza podría así ser considerada como una manera normal y saludable que surge
como respuesta a un evento adverso e inalterable. Estas dos características del evento
corresponden a dos elementos distintivos en la experiencia de la tristeza: por un lado,
el bloqueo o pérdida de una meta, que se pudiera manifestar según varios grados de
inactividad; por otro lado, lo desagradable, que en los casos de intensa tristeza podría
incluso tomar la forma de un dolor físico. ¿Cuál es la relación entre estos dos aspectos
de la tristeza?
Sin duda, para una persona es una cosa sentirse triste debido a que ha sido obligado a
dejar a su familia a causa de su trabajo, por ejemplo; es una muy distinta para él
empaparse de tristeza tras la muerte de un amigo querido o debido al fin de una
relación importante, y aún más distinta sentirse triste todos los días porque no les
interesa a sus padres y no lo cuidan. Sin embargo, estas tres experiencias diferentes
tienen algo en común. Lo que las hace similares es la imposibilidad de cambiar el
estado actual del asunto; sólo en el primer caso, sin embargo, la tristeza es una
ocurrencia transitorio, como el evento que la provocó también lo es: aquí la tristeza
indica una imposibilidad pasajera. Para los otros dos casos la tristeza perdura, y su
permanencia está conectada a la inmutabilidad de los eventos que la provocaron.
Estas últimas conclusiones parecerían ir en contra de la mirada que hasta ahora hemos
promovido sobre la afectividad. Si e-mocionarse corresponde al proceso de moverse
en un determinado contexto generando un renovado rango de actividades
competentes posibles, entonces la tristeza parecería probar que esta manera de
entender las emociones está mal. Este problema ha sido mencionado por varios
autores, quienes adoptando otros enfoques han llegado a considerar las “tendencias
para la acción” como características definitorias de la emoción. Lazarus, por ejemplo,
en su gran estudio de las emociones, escribe que “Si tratamos la tristeza como un
estado ánimo, entonces nos evitamos tener que resolver ciertos temas difíciles como
especificar una tendencia a la acción”; y concluye que, “En la tristeza parece no haber
una tendencia a la acción clara – excepto la inacción, o el retraerse a uno mismo – que
parece consistente con el concepto de estado de ánimo…” Lazarus así sostiene que
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
estados sostenidos de tristeza son estados de ánimo, y que “podría ser inapropiado
atribuirle una tendencia a la acción a un estado de ánimo” (Lazarus, 1991).
Criticando el enfoque de Lazarus, que podríamos definir como de exterminio (ya que
no considera a la tristeza sostenida como una emoción), Power y Dalgleish asimilaron
la “tendencia a la acción” a los aspectos relacionales de la tristeza: “La tristeza
estimula al individuo a pedir la ayuda de los miembros de la red social especialmente
en las culturas que la búsqueda de ayuda es una norma cultural” (Power y Dalgleish,
2007). Sin embargo, incluso este enfoque, al tomar la emoción como un gesto
comunicativo producido como un signo de negociación de parte del que se emociona,
falla en captar el aspecto esencial relacionado con la emoción: la inacción.
La rabia que a menudo acompaña a la tristeza – hasta el grado de que las dos puedan
incluso surgir juntas, como en caso del duelo – representa un intento de generar un
campo de acción – y por lo tanto abrir nuevas posibilidades de significado – dirigido a
la modificación de las restricciones que posee la situación inmutable. El nexo tristeza-
rabia es así una de las formas más comunes de interacción entre las emociones de la
experiencia humana (Izard, 1991). Aunque cada una de estas emociones está
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Desde esta perspectiva, es posible entender los sentimientos de rabia hacia la persona
fallecida que pudieran aparecer en las primeras fases del duelo, así como la rabia
dirigida hacia otras personas, quienes en esas circunstancias, pudieran ser
consideradas responsables de la pérdida. Incluso la separación no deseada con
frecuencia se caracteriza por persistentes estallidos de rabia. Durante una separación,
una causa común de rabia es el hecho de que ser engañado, traicionado o
decepcionado por la pareja es algo que interrumpe los deseos, proyectos o metas
personales (Izard, 1991). Estas condiciones podrías llegar a estabilizarse hasta el punto
de favorecer sentimientos de hostilidad, incluso llevando a la persona a buscar
venganza. El rechazo a menudo gatilla rabia y varias formas de conducta agresiva. No
es coincidencia que el inicio precoz de la depresión esté asociado en la adultez con
elevados índices de comportamientos suicidas, ofensas criminales y disfunción social
significativa (Fombone et al., 2001; Knapp et al., 2002; Weismann et al., 1999).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
No solamente los diferentes lenguajes emplean las mismas expresiones usadas para el
dolor físico (dañado, lesionado, estropeado, huesos rotos, etc.) para describir las
experiencias dolorosas como el rechazo o la pérdida de un ser amado (dolor social),
sino que los pacientes depresivos a menudo presentan dolor físico sin explicar (Simon
et al., 1999; Bair et al., 2003; Trivedi, 2004; Tylee et al., 2005). La hipótesis de que las
áreas cerebrales reclutadas para el dolor física pudieran ser las mismas que se reclutan
para el dolor social fue examinada en un estudio fMRI que investigaba el sustrato
neuronal de la exclusión social (Eisenberg, Lieberman y Williams, 2003). Los sujetos
escaneados en una situación en la que otros jugadores les mpedían de participar en un
juego mostraron una actividad elevada del dACC (áreas 24 y 32). El grado de activación
de la dACC correlacionó fuertemente con los auto-reportes de angustia social sentida
durante el episodio de exclusión. Este estudio entregó evidencia de que las
experiencias de dolor social y física comparten un sustrato neuronal común: el dACC.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Desde una perspectiva evolutiva, el dACC, que hizo su primera aparición filogenética
con los mamíferos, habría provisto el sustrato neuronal para los sentimientos doloroso
gatillados por las amenazas de exclusión del propio grupo o por la pérdida. La función
del dolor social parecería ser entonces similar al del dolor físico. En particular, tal
como las sensaciones del dolor físico focalizan la atención del sujeto al daño físico,
motivándolo a realizar una serie de acciones dirigidas a mitigar su dolor, los
sentimientos de desagrado directa o indirectamente asociados con el colapso de las
relaciones sociales (exclusión, duelo, separación no deseada, rechazo, pérdida
inesperada del trabajo o del estatus social, fracasar en el logro de objetivos, falta de
un proyecto de vida viable, etc.) atraen la atención de los demás y dirigen al individuo
hacia dentro, lejos de la situación actual inalterable.
La inacción y el foco atencional interno, entonces, son dos aspectos que están
mutuamente integrados en la experiencia de la tristeza, particularmente en el caso de
condiciones como el duelo o el rechazo crónico, los que se caracterizan por una
tristeza sostenida. En estos casos es aún más evidente que la imposibilidad del sujeto
para cambiar la situación dolorosa en la que se encuentra – generando acciones – (y
que es de gran importancia para su estar situado) lo obliga a separarse de la situación
produciendo un cambio de foco experiencial: casi una necesidad de preocuparse de sí
mismo y de su propio dolor. Esta podría ser una extrema necesidad, como en el caso
del duelo o de la separación no deseada (cuando se extiende en el tiempo de muchas
maneras), o una necesidad relacionada a condiciones estructurales como la falta de un
adecuado cuidado parental. En ambos casos – aunque de modos diferentes – el estar
situado se percibe focalizándose en estados internos conectados con las situaciones
inalterables, que son así reducidas al efecto que producen: una perceptiva que da
cuenta de la analogía entre el duelo y el carácter melancólico que primero intuyó
Freud. Sólo en el caso del rechazo sostenido, sin embargo, el modo de sentir de la
persona inclina su sentido de estabilidad personal en el tiempo hacia un contexto
referencial focalizado en estados internos, orientando su estar situado en esta
dirección: como lo han demostrado los estudios dirigidos por Harris, Brown y Bifulco
(1986), una pérdida temprana no es suficiente para predisponer a los individuos hacia
la melancolía.
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los aspectos más evasivos y deficientes de la condición humana – focaliza los recursos
cognitivos del sujeto a la búsqueda de realidades internas sólidas y consistentes: para
características permanentes que le permitieran enfrentar la evanescencia y fatuidad
percibidas, o lo absurdo y sin sentido de la existencia. El trabajo de Rilke puede servir
para ilustrar esta búsqueda.
En un breve texto titulado “En Tránsito”, Freud (1915) describe un paseo de verano
que realizó en los Dolomitas con un joven poeta ya reconocido – que algunos han
identificado como Rilke – y un amigo de este. A pesar de la belleza del entorno y el
encanto del paisaje, el poeta lejos de alegrarse, más bien sintió la transitoriedad de
todas las cosas. Usando varios argumentos, Freud hizo lo mejor para mostrarle al
“poeta pesimista” que el valor de esa belleza no se reducía a su limitante temporal,
pero fracasó en su tarea. Más tarde, cuando Freud se detuvo a reflejar sobre esto, se
dio cuenta que un fuerte elemento afectivo estaba dificultando las visiones de este
poeta: “La idea de que toda esta belleza que era transitoria le estaba dando a estas
dos sensibles mentes un anticipo del duelo de su muerte…” Freud, quien rápidamente
asoció esa forma de sensibilidad con el duelo, no pudo captar que eso que el poeta
estaba percibiendo era la última vacuidad de las cosas – siendo esto un elemento que
lleva a desarrollos creativos y a nuevos itinerarios de significado de un modo que es
diferente al del duelo. Otro pasaje de Cuadernos de Cioran arroja una luz de
significado a esta búsqueda: “Percibir el elemento de la irrealidad de las cosas, un
signo irrefutable de que uno progresa hacia la verdad…” (Cioran, 1997). De hecho, la
debilidad de la vida humana representa el tema subyacente en el viaje que trajo a
Rilke de su Elegías del Duino a sus Sonetos para Orfeo: un camino que conduce a la
canción como un lugar estable de existencia en el cual la fragilidad se vuelve huella y
testimonio.
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Pessoa conduce este viaje de agitada soledad a su extrema consecuencia, tanto que en
el tercer acto de su Fausto habla de “aborrecimiento metafísico por los demás”: otro
que siempre queda más allá de su alcance (Pessoa, 1989):
… y Yo
permanezco dentro de lo que digo, oculto
como el esqueleto debajo de esta carne,
un soporte invisible para lo que es visible,
diferente y esencial…
Estos grandes temas, que representan creativas fuentes de significado para el estilo de
personalidad con tendencia a la depresión, adquieren un significado muy diferente
cuando se trata del trastorno de personalidad depresivo. Aquí, la misma tristeza que
representa una fuente de poesía en el primer caso se percibe por medio de otro como
consecuencia de la propia no aceptación personal: algo debido a la propia naturaleza
intrínsecamente negativa. El sujeto atribuye cualquier rechazo u hostilidad de parte de
los demás, la que percibe a través de sentimientos negativos, a la deficiencia de su
propio ser. Es esta “no aceptación ontológica” la que justifica las actitudes percibidas
en los demás de rechazo o indiferencia hacia uno mismo, y que provee de fundamento
del propio sentimiento de desamparo – un sentimiento que varios estudios han
señalado. No obstante, para algunas personas, la “no aceptación ontológica” es
también un castigo por el cual luchar. La esperanza y la desesperación dependen del
resultado de esta lucha: porque la intensidad de la desesperanza variará en el tiempo
(Young et al., 1996; Hankin y Abramson, 2001), mientras los diferentes eventos de la
propia vida pueden tener un profundo impacto en el resultado de la lucha. De hecho,
la observación más apta hecha por Aaron Beck (Beck, Kovacs y Weissman, 1975; Beck
et al., 1985,1990, 1993) con respecto al trastorno depresivo tiene que ver con la
especial importancia clínica de la desesperanza como factor clave en la ideación
suicida, los intentos suicidas serios y el suicidio.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
El señor James Duffy, el protagonista de la historia, vivía solo en una oscura casa lejos
del ruido de Dublin. La historia comienza con una descripción de la habitación del
señor Duffy: su cama, lavabo, escritorio, materiales de escribir y libros, ordenados en
repisas de madera blanca.
En unas pocas oraciones, Joyce describe el rostro del señor Duffy junto con su
carácter: su cabeza era larga, su cara de desagrado y sus pómulos duros, aunque sus
ojos eran benevolentes y casi ingenuos.
El señor Duffy trabajaba como cajero en un banco, al que iba todas las mañanas.
Desayunaba cerca y en la noche cenaba en un discreto restaurante donde se sentía
protegido de la multitud. No tenía compañía ni amigos, y sólo visitaba a su familia para
Navidad o para cuando alguien moría. La única distracción del señor Duffy era una
ópera o concierto ocasionales. Fue en un evento como ese que se le ocurrió sentarse
al lado de dos señoritas. Una de ellas, una mujer cercana a su edad, le hizo un ademán
que él tomó como una invitación a conversar. Los dos entonces se presentaron y el
señor Duffy supo que la mujer más joven era la hija de esta otra mujer. Los dos se
encontraron otra vez: el señor Duffy buscaba más intimidad con la mujer, quien muy
tranquila le informó que estaba casada con el capitán de un barco mercante que a
menudo estaba en el mar. Sólo tenía una hija. Después de un tiempo, el señor Duffy y
la señora se vieron de nuevo, y empezaron a verse de manera regular: el señor Duffy
conoció al esposo de la mujer y comenzó a visitar su casa.
Una relación íntima, pero no física se estableció entre ambos: intercambiaban sus
pensamientos e ideas, y más tarde unos pocos secretos también. El señor Duffy
visitaría con frecuencia a la mujer y pasaría tardes enteras conversando con ella.
Atrapado en esta dulce cordialidad, el señor Duffy a veces se encontraba a sí mismo
escuchando a “la extraña voz impersonal que reconocía como propia, insistiéndole
sobre la incurable soledad del alma. No nos podemos entregar a nosotros mismos,
decía: estamos solos” (Joyce, 1993).
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Una tarde como las demás, mientras estaban metidos en una profunda conversación,
la señora Sinico, como se llamaba la mujer, tomó la mano del señor Duffy y la apretó
junto a su mejilla. El señor Duffy quedó perplejo y evitó a la mujer por una semana.
Luego escogió encontrarse con ella en una pequeña pastelería. Los dos se fueron a
caminar por tres horas a un parque cercano, donde acordaron terminar su relación:
“cada lazo, dijo él, es un lazo de tristeza” (Joyce, 1993).
Cuatro años pasaron. El padre del señor Duffy murió y un compañero del banco donde
trabajaba se retiró, sin embargo el señor Duffy continuó con su vida de siempre. Sólo
dejó de ir a algunos conciertos, también para evitar encontrarse con la señora Sinico.
Una noche, mientras el señor Duffy cenaba en su restaurant de siempre, sus ojos se
detuvieron en un titular del diario. Lo leyó varias veces y dejó de comer. Tomó el
diario, pagó la cuenta y se fue a su casa. Entró en su habitación y, murmurando, leyó
otra vez el titular. El titular decía: “Muerte de una mujer en Sydney Parade”. El corto
artículo trataba de la muerte de la señora Sinico, quien había sido atropellada por un
tren mientras cruzaba la vía. Según la investigación parecía que la señora Sinico
últimamente tenía problemas con el alcohol. Había tomado el hábito de salir de su
casa por la noche para comprar licor.
El señor Duffy estaba consternado con esta muerte: nauseabundo por la mujer a la
que le había abierto su alma, y la que se había entregado al vicio más bajo de beber,
sólo para terminar con su vida de una manera tonta. La odiaba.
9.4 Trastornos
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
Aunque los trastornos depresivos pueden ser vistos variar a lo largo de un “continuo
temperamental”, no todas las depresiones pueden remontarse a un pobre
funcionamiento de la personalidad depresiva. Como ya fue enfatizado por Akiskal
(Yerevanian y Akiskal, 1979; Akiskal et al., 1980; Akiskal, 1983), las “depresiones
caracterológicas” podrían ser divididas en una forma con predominancia sub-afectiva ,
que es característica del temperamento depresivo, y en una forma con predominancia
caracterológica, que surge en temperamentos que no son el melancólico. Antes de
terminar este capítulo, consideraremos la más reciente forma de depresión y su
desarrollo examinando el caso de Clara, lo que nos permitirá entender la transición
desde el trastorno de personalidad depresivo al episodio depresivo mayor.
Clara es una abogada de 42 años. Es soltera. Visita nuestro centro, referida por su
médico porque hace tres meses se ha sentido deprimida, apática y asténica; su interés
en todas las actividades ha disminuido mucho, así como su poder de concentración.
Clara pasa su tiempo libre en cama. Sus síntomas primero aparecieron unos días antes
de la Navidad, sin causa aparente. Clara, quien vive sola, pasó sus vacaciones en cama
sin ver a nadie. Cada vez que buscamos situaciones que probablemente gatillaron la
depresión actual de Clara fallamos en encontrar cualquier evento significativo. El
episodio depresivo de Clara parecería habar salido de la nada.
Como siempre es el caso, para entender la aparición de los síntomas, nuestro análisis
debe dirigirse a un compromiso más detallado con el contexto vital que precede al
inicio de la enfermedad. Desde hace aproximadamente 10 años Clara tuvo su última
relación sentimental. Esta salida del banquete de la vida – como lo habría puesto Joyce
– ocurrió después de terminar repentinamente una relación de 5 años de convivencia-
A Clara le impactó este evento. Pensamientos suicidas cruzaron su cabeza por un par
de años: pensamientos que no despertaron tanto por la desesperación de la no
deseada separación, sino por la rabia hacia su propia incapacidad e inadecuación en la
vida. Clara se vio a si misma como una idiota que había sido una vez más engañada por
su confianza en otro ser humano.
“Una vez más”: porque Clara ya había sido engañada y abandonada dos veces en la
vida. Ocasionalmente interrumpida por el llanto, Clara empezó a contar la historia de
cómo había sido engañada, como evidencia de su incapacidad de ser parte de la
sociedad humana.
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“Selfhood, Identity and Personality Styles” (Giampiero Arciero, 2009)
La primera persona que traicionó a Clara fue su padre, a los seis años, cuando estaba
jugando a la familia feliz con su hermana. En un lado estaba mamá Oso, en otro los
cachorros, y en otros papá Oso. La hermana de Clara, que era un año mayor, iba a
tomar a papá Oso cuando Clara le arrebató el juguete y se lo tiró a su hermana,
diciéndole que su propio padre les había prometido que regresaría, pero que nunca lo
hizo. La mamá de las niñas escuchó esta conversación y empezó a hablarles sin parar:
“Papá está muerto”. El papá de Clara había muerto de cáncer en el hospital tres años
antes.
Clara más adelante fue engañada por su madre. Cuando Clara tenía 18 años, su madre
descubrió que tenía cáncer, pero sólo le contó a sus hijas que se iba a operar: fue a la
clínica sin que pudieran visitarla o preguntar por su estado de salud. Clara sólo
descubrió que su madre tenía cáncer unos pocos meses después que había ella había
regresado a casa de la clínica. Como su salud empeoraba, la mamá de Clara visitó un
médico, quien le informó que tenía una metástasis. Una mañana, cuando Clara estaba
en el colegio, su madre se colgó en el garaje.
Clara finalmente se embarcó en una historia de amor, con la esperanza de tener hijos
y empezar una familia, pero nuevamente se encontró con el engaño, las infidelidades,
las mentiras y el abandono. Dos años terribles vinieron. Gradualmente, un sentimiento
de no estar hecha para vivir entre los hombres se volvió una manera de estructurar su
vida. La incapacidad se volvió resignación. Ese día de Navidad, el pensamiento de que
estaba destinada a nunca tener hijos o familia, que se iba a quedar sola para siempre,
repentinamente pasó por la mente de Clara. La renuncia se volvió imposibilidad a
causa de su deficiencia intrínseca.
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Otro elemento muy interesante que los estudios de Mayberg et al. han señalado es el
rol clave que juega la corteza cingulada anterior subgenual (sACC) (BA 25) dentro del
sistema cerebral límbico-cortical en la modulación de los ánimos negativos. Una
disminución de la actividad sACC ha sido reportada para responder a diferentes
exitosos tratamientos contra la depresión, incluyendo el tratamiento farmacológico
(Mayberg et al., 2000; Drevets, Bogers y Raichle, 2002), la terapia elctroconvulsiva
(Nobler et al., 2001) y la simulación magnética transcraneal repetitiva (Mottaghy et al.,
2002). La sACC está conectada anatómicamente a las regiones corticales del cerebro, a
las regiones límbicas – incluido el hipotálamo (Barbas et al., 2003) y a la amígdala
(Johansen-Berg et al., 2008) – el estriado ventral (Haber et al., 1995, 2006) y a los
centros autonómicos del tronco encefálico, incluido el periacuadectal gris (Freedman,
Insel y Smith, 2000).
Según nuestra perspectiva, el rol principal que juega la corteza cingulada anterior en la
modulación de los síntomas depresivos y su involucramiento en la tristeza intensa
probablemente están relacionados a la importancia del cingulado subgenual en el
control del dolor endógeno (Ploghaus et al., 1999; Bantick et al., 2002; Petrovic et al.,
2002; Porro et al., 2003). Un estudio (Bingel et al., 2007), por ejemplo, que investigaba
la habituación a estímulos dolorosos, descubrió que la reacción a los estímulos
nocioceptivos disminuía después de repetida exposición en las áreas clásicas del dolor,
mientras que su activación aumentaba con el tiempo en el sACC. Estos datos sugieren
que la habituación a una condición, donde la continua estimulación nocioceptiva no
puede ser evitada, está asociada con un aumento de la actividad antinocioceptiva –
que tiene que ver con el sistema opioide endógeno – mediado por el cingulado
subgenual. La misma área, además, también está involucrada en la analgesia placebo
(Bingel et al., 2006). Es posible sugerir entonces, que el aumento en la actividad de
estas regiones durante los episodios depresivos corresponde a un intento por afrontar
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el inevitable “dolor psíquico” reclutando áreas cerebrales similares a las que se activan
cuando hay un dolor físico.
Respecto a esto, cada uno de los estilos de personalidad que hemos descrito en los
capítulos anteriores pudieran conducir a un estado de depresión en conjunto con las
circunstancias vitales capaces de iniciar un espiral descendente: un círculo vicioso de
cognición y tristeza. Para cada estilo de personalidad, existe un rango de condiciones
que son esenciales para el estar situado del individuo (y que puede cambiar en el curso
de la propia vida); es la pérdida de estas condiciones lo que gatillará una reacción
depresiva.
En el caso del estilo de personalidad con tendencia a los trastornos alimentarios, por
ejemplo, el trastorno pudiera aparecer cuando el sujeto se encuentra a sí mismo en
una situación de confrontación – como una promoción de trabajo –de la que es
incapaz de enfrentar, o después de una falta de validación de parte de alguien que se
percibe como particularmente significativo. El sentimiento de no ser capaz de asumir
las responsabilidades que una nueva posición trae consigo en el primer caso, y la
propia impotencia para recobrar la aceptación positiva de parte del otro significativo
en la segunda, pudieran gatillar una reacción positiva caracterizada por la tristeza, así
como también sentimientos de ansiedad y vacío.
Si la incertidumbre tiene que ver con los propios estados internos, la búsqueda de la
estabilidad personal estará basada en un intento de realinear la experiencia personal
en un sistema de significado propio. Fallar en esta búsqueda será atribuido a aspectos
intrínsecos de la propia personalidad. Este proceso es una reminiscencia de muchos de
los casos descritos por Tellenbach (1974).
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Al inicio de nuestro viaje conocimos a Roberto, cuyo modo de existencia nos ofreció la
posibilidad de examinar los tres supuestos que han comunicado la perspectiva sobre el
Self desarrollada en la época moderna, suposiciones que se han vuelto parte del sentido
común de Occidente: la interioridad de la experiencia, la singularidad del significado, la
continuidad del Self en circunstancias heterogéneas. Hemos visto como este modo de
concebir el problema se basaba en una ontología que consideraba al Self como una cosa,
aplicándole las mismas categorías que son usadas en el estudio de los objetos. Un intento
de redefinir este problema nos llevó a abrazar una perspectiva ontológica que por el
contrario, hacía hincapié en la experiencia de ser uno mismo: la ipseidad.
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el supuesto ontológico que siempre nos ha guiado, y según la cual la experiencia humana
corresponde a la manera en que la vida se desenvuelve, siendo imposible reducir su
totalidad en una sola disciplina. El salvaguardo de esta ontología, que toma la experiencia
humana en su conjunto como su último punto de referencia, necesita ser la estrella polar
que guie el dialogo libre entre las disciplinas, y que informe los nuevos equilibrios y
fronteras entre la psicología, la psicopatología, la fenomenología y las neurociencias. La
deslumbrante afirmación de las neurociencias no puede llevarnos a repetir el error del
positivismo lógico, que en nombre de la física matemática intentó federar todas las
ciencias bajo el liderazgo de una epistemología. Este éxito debe más bien inducir a la
psicología, la psicopatología y la fenomenología a reconsiderar sus propios fundamentos y
a cambiar de tal modo que lleguen a ser capaces de entrar en el debate de nuevos temas
que las neurociencias han puesto en el corazón de la investigación.
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