Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Me hizo mucha gracia cuando en un suelto leí: «¿Quién es ese oscuro escritor, naci-
do en 1905 en Bulgaria, de padres judíos españoles, cuyo idioma es alemán, ese
hombre que ha vivido en Austria, Suiza, Francia y, finalmente, en Inglaterra?»
¿Quién es ese Elías Canetti, el escritor que en cierto modo no pertenece a ningún
país, siendo producto de todos, Premio Nobel 1981, y que murió en 1994? Aquí
haremos memoria de su vida interesante, de su obra artística y literaria comen-
zando por su ensayo El otro proceso de Kafka, y siguiendo, mayormente, los tres
volúmenes de su autobiografía –La lengua absuelta, La antorcha al oído y El juego
de ojos–, la novela Auto de Fe a la que dedicó unos veinticinco años (1938-1960),
la obra magistral Masa y Poder y los Apuntes fechados entre 1973 y 1984.
INTRODUCCIÓN
875
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE
pocos, los que sabían que Elías Canetti existiera en el centro de un mun-
do artístico que le ignoraba.
Sus libros no se encontrarían en las librerías mejores. Y es posible que,
si uno preguntara por Auto de fe, el librero no supiera de su autor.
Pero Elías Canetti tiene una vida muy interesante y una obra litera-
ria muy importante. Es un escritor europeo por excelencia, entroncado
con una tradición de creadores atormentados más que por un estilo pro-
pio, por un grupo extraño sobre el que es preciso dejar testimonio en
palabras.
En defensa del Premio Nobel 1981 hay que decir que poseía el Prix
International y el Buchner Prize. Y no deja de ser un honor y una glo-
ria no pequeña que este Nobel sea descendiente directo de judíos espa-
ñoles, residentes en Bulgaria, y que sus primeras palabras que aprendió
a pronunciar fueron las que hablaban nuestros antepasados. Nuestro
autor, lejos del desprecio, se muestra orgulloso de ser descendiente de
españoles.
Hay un libro fundamental, al que es preciso referirse para entender
a Canetti: Es un Ensayo sobre Franz Kafka, titulado El otro proceso de
Kafka.
En él analiza las cartas que Kafka dirigió a Felice Bauer, su novia. Es
un estudio tan minucioso, entrañable y tan profundo, que hay que sos-
pechar que el escritor que creó La metamorfosis ha sido, para el búlgaro
Canetti, un modelo obsesivo. Las conclusiones del ensayo son revela-
doras. Sostiene que Kafka sólo sería capaz de experimentar (y expresar)
su amor por Felice a través de la palabra. Sin las cartas –dicho de otro
modo– no hubiera existido ese amor. Al menos, así piensa y cree nues-
tro autor.
En cuanto al estilo de Elías Canetti, ni está de moda, ni ha dejado de
estarlo. Páginas y páginas de Auto de fe, por ejemplo, demuestran que
cada palabra ocupa su lugar preciso. Está allí dejada como sin verdade-
ro esfuerzo. Naturalmente. Sirve el propósito de comunicarnos un argu-
mento que, a su vez, devuelve al lector el encanto original del lenguaje
de su autor.
877
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE
2. LA LENGUA ABSUELTA
886
TEÓFILO APARICIO LÓPEZ, OSA
6 CANETTI, E., La lengua absuelta, Editores Muchvik, SA, Barcelona 1994, 4.ª
edición.
887
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE
Con quien mejor lo pasaba era –mientras vivió– con su padre, que
era un hombre inteligente y divertido, y siempre se inventaba nuevas
bromas. Dante y Guillermo Tell estaban muy presentes, sin que faltara
Robinson Crusoe, y el propio don Quijote de la Mancha. Recuerda que
el último libro que recibió de él, versaba sobre la vida de Napoleón.
A veces, los domingos le llevaba a él solo de paseo. No lejos de la casa,
corría el pequeño río Mersey. La orilla izquierda estaba bordeada por un
muro rojizo; por la derecha serpenteaba un camino en medio de un fron-
doso prado de flores y alta hierba. En una de las ocasiones, durante el
mismo paseo, le dijo a su pequeño: Serás lo que tú quieras, con una ter-
nura tan grande, que ambos se quedaron parados por un momento. No
tienes por qué ser comerciante, como el tío o como yo. Estudiarás y llegarás
a ser lo que más te apetezca.
3. LA ANTORCHA AL OÍDO
quier nuevo lugar, por extraño que pudiera parecerme al principio, aca-
baba conquistándome gracias a la peculiar impronta que en mí dejaba
y a sus incalculables ramificaciones» 12.
Sólo uno de aquellos pasos me llenó de amargura: jamás pude con-
solarme de abandonar Zurich. Tenía dieciséis años y me sentía tan inten-
samente unido a ciertas personas y lugares, al colegio, país, literatura e
incluso al idioma, que no deseaba dejar todo aquello nunca más.
La ruptura fue violenta, y todas las razones que aduje para quedarme
–como era mi deseo– fueron objeto de escarnio.
Los parientes insisten en que debe estudiar medicina, cual fue el deseo
de su difunto padre.
Por este tiempo, conoció a Frau Olga Ring; una mujer muy hermo-
sa, de perfil romano, arrogante, fogosa y amiga de darse pisto. Su mari-
do había muerto hacía tiempo y, aunque se amaron de verdad, ella aho-
ra no se sentía en deuda con él.
905
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE
Una cosa era la moral, y otra muy distinta la causa, para Canetti no
contaba más que la moral... Por eso se permitió el lujo de criticar la pro-
paganda que proliferaba en Berlín como la peste.
Otro de los famosos era Grosz, al que presentó su amigo Wieland.
Grosz tenía un gran interés por conocer a nuestro protagonista, pues
esperaba mucho de él. Por de pronto, le llevó la carpeta del Ecce homo,
que se interpuso entre Berlín y Canetti. La carpeta había sido prohibi-
da por obscena. Y, a partir de entonces, fue teniendo muchas cosas, pero
sobre todo lo que veía de noche. De no ser por la carpeta, tal vez aque-
llo hubiera penetrado en nuestro autor mucho más tarde. «Mi interés
por las cosas relacionadas con la libertad sexual no era muy grande que
digamos. Y de pronto, esas imágenes terriblemente crudas y despiada-
das me enfrentaron de lleno a ellas y yo las tomé por verdaderas: no se
me hubiera ocurrido ponerlas en duda, y así como ya sólo vemos algu-
nos paisajes con los ojos de ciertos pintores, yo veía Berlín con los ojos
de George Grosz.
Quedé tan fascinado y asustado al mismo tiempo por aquella primera
impresión que no quería separarme de los dibujos. En ese momento lle-
gó Ibby y vio sobre la mesa las acuarelas que yo había encontrado en la
carpeta en forma de hojas sueltas. Nunca me había visto con nada pare-
cido, y lo encontró divertido.
–Ya estás hecho todo un berlinés –me dijo–; en Viena te volviste loco
con las mascarillas funerarias, y ahora..., y extendió un brazo por enci-
ma de las hojas, como si ya las hubiera reunido previsora e intenciona-
damente sobre la mesa.
–A Grosz le encantan estas cosas, ¿sabes? Cuando está borracho se
pone a hablar de jamones, aludiendo a las mujeres.»
4. EL JUEGO DE OJOS
Se trata del tercer libro de la trilogía de Elías Canetti 22, pero es muy
distinto de los dos anteriores. Es un libro en sí mismo.
Por lo que Pedro Antonio Urbina 23 pudo escribir en su día, ya un
poco lejano, que nuestro autor ha hecho una obra literaria con su vida
o con el recuerdo o las impresiones permanentes de ella.
«No da por supuesto que los acontecimientos y gentes conocidos, no
menos relevantes que él, y su juicio u opinión tengan interés por sí mis-
mos: elabora, hace de nuevo lo vivido para convertirlo en literatura, en
arte. Esta es la radical diferencia de esas otras autobiografías de estadis-
tas, políticos, famosos en general, y hasta de muchos escritores.»
(noviembre-diciembre 1985) 9.
908
TEÓFILO APARICIO LÓPEZ, OSA
go, cuya relación con la masa había descubierto aquel 15 de julio, y los libros,
con los que trataba a diario.
«El desierto que había creado para mí mismo –escribe textual–
comenzó a recubrirlo todo. Nunca sentí tan intensamente como en aquel
momento, tras la catástrofe de Kien, los peligros que amenazan al mun-
do en que nos encontramos...
Una escena seguía a la otra, fueron muchas, las escribía como de corri-
do, con una prisa obsesiva; cada una de ellas llevaba a la catástrofe, e
inmediatamente después, la otra escena nueva, que ocurría entre otros
hombres y que no tenía nada en común con la anterior más que la mere-
cida catástrofe en que desembocaba» 24.
En esta época tampoco encontraba ayuda en la lectura. Hasta Stend-
hal, con quien durante un año comenzaba su tarea, se le caía de las
manos.
Sin duda de que Broch era consciente de cual era la desesperación que
a Canetti le había producido la obra teatral La boda. La casa escenario se
había derrumbado y todos los que en ella estaban habían perecido.
El amigo le propone que lea alguna obra suya en la Universidad Popu-
lar de Leopoldstadt, pues ya conocía Kant se incendia y le parecía muy
buena. Nuestro autor tiene miedo al fracaso. «Todo lo que se halla a
nuestro alrededor –dijo entonces– nos aterroriza...» En la era de Freud
y de Joyce no todo puede continuar igual que siempre.
Imposible en un ensayo de esta clase citar todos los nombres que des-
filan por las páginas de este libro. Canetti no se olvida de ninguno, ten-
ga mayor o menor relación amistosa con él. Todos son hombres ilustres.
Merkel es uno que destaca, porque es uno de los más vigilados por
nuestro escritor. Pero lo que le había cautivado del citado Sonne, «has-
ta el punto de hacerme querer verlo a diario, de desear su compañía a
diario, de convertirlo para mí en la acción más intensa que hombre espi-
ritual alguno haya representado nunca para mí ¿qué era?»
En primer término, la ausencia de todo elemento personal. De sí mis-
mo no hablaba jamás. Nunca decía nada en primera persona. Desde lue-
go, al hablar, se dirigía a uno, pero tampoco lo hacía directamente casi nun-
ca. Todo era dicho en tercera persona y, con ello, quedaba distanciado.
Para Canetti aquella época era soportable tan sólo cuando veía al Dr.
Sonne. «Él era una instancia a la que yo tenía acceso diario. Mientras
estaba con él, salían a relucir innumerables cosas que ocurrían en todas
partes y, más afán, aquellas que amenazaban con ocurrir.»
La virtud suprema de lo que el Dr. Sonne decía era siempre la preci-
sión; pero él jamás era sucinto. Decía lo que había que decir, con clari-
dad, con palabras muy ajustadas, pero sin saltarse nada. No omitía nada,
era detallado; si lo que decía no hubiera sido tan fascinante, se habría
podido afirmar que el Dr. Sonne emitía dictamen sobre todo 29.
Lo que él tenía que decir sobre un asunto era sin duda detallado y
exhaustivo, pero uno sabía también que aquello no lo había dicho nun-
ca antes.
En aquellos años Canetti leía a Musil y jamás podía saciarse de El
hombre sin atributos 30, obra de la que entonces estaban publicados los
29 Ibíd., p. 345.
30 Rober von Musil, escritor austríaco, nacido en 1880 en Klagenfurt, y muer-
to en Ginebra, en 1942. Pertenecía a una familia de la alta burguesía austríaca y
fue destinado por su padre a la carrera militar. Participó en la primera guerra mun-
dial y posteriormente fue redactor de la Neue Runddschau. Es autor de muchas
novelas, una de las más famosas es la titulada Tres mujeres. En 1933, a la subida
al poder de Hitler, fue expulsado de Alemania.
918
TEÓFILO APARICIO LÓPEZ, OSA
to, precisa y claramente, para que cada uno lo pudiera comprender, cuá-
les eran sus sentimientos hacia ellos. En el caso del Dr. Sonne era dis-
tinto. Entre ellos no se habían cruzado una sola palabra que rozase la
esfera privada... Canetti nunca hubiera osado decir, por ello, cuánto lo
veneraba.
De ahí que en la dedicatoria solamente escribió: «Al Dr. Sonne, que
para mí significa todavía más.»
La última parte del libro –la cuarta– nos sitúa con Grinzing, y, bus-
cando lo que no se puede comprar, dio con Fraülein Delug, que sería
durante tres años su patrona. Se mudaron a aquella vivienda –«la más
bella que he tenido en mi vida», declara Canetti–, y contaba además con
la inconmobible probidad de su dueña.
Para aquel entonces llevaban año y medio casados, ocultando la boda
a su madre que vivía en París. A su manera imperiosa, le dio luego el
consentimiento.
En cuanto al libro recién publicado, decía que era tal como ella lo
hubiera escrito. Era como un libro suyo. Una larga conversación hace
las paces entre madre e hijo, aunque mutuamente se ocultaron sus cosas
y las del padre muerto.
La confesión final de la madre llenó de amargura a su hijo, pues en el
fondo le adoraba. Se dio cuenta de que le había estaba engañando. Lo
peor vino después: lo que el joven escritor no había previsto: «Aquel mis-
mo año volvió a enemistarse conmigo –declara– y sin rebajar ni culpar a
Veza, como en el pasado, declaró que nunca más quería volverme a ver.»
Lo vio por última vez pocas semanas antes de que falleciera.
A Alban Berg no le faltaba consciencia de su categoría. Sabía muy
bien quién era. Pero había una persona viva, Schönberg, a la que con
toda firmeza colocaba por encima de sí. Canetti lo amaba por esa vene-
ración que era capaz de sentir. Pero tenía motivo de amarlo por muchas
cosas.
Nuestro autor no sabía por entonces que Alban Berg venía pade-
ciendo desde hacía meses una furunculosis ni que le quedaban pocas
922
TEÓFILO APARICIO LÓPEZ, OSA
32 Ibíd., p. 345.
925
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE
5. AUTO DE FE
33 Ibíd., p. 350.
34 Ibíd., p. 355.
926
TEÓFILO APARICIO LÓPEZ, OSA
Por eso podía decir de Kafka que «se vuelve uno bueno al leerlo, pero
sin enorgullecerse de ello». Detrás está la sombra amenazante del Poder
y también la muerte.
Es el tema que le preocupa desde los años de la adolescencia cuando
la relación con la madre es mayor. «He investigado –escribirá años des-
pués– y analizado el poder tan despiadadamente, como mi madre los
procesos en los que se metía la familia. Existen pocas cosas negativas que
yo no haya dicho del hombre y de la humanidad. Y, a pesar de todo, me
siento tan orgulloso de ambos que sólo odio realmente una cosa: la
muerte.»
La vida no tiene sentido sin la muerte, sin el acabose. Elías Canetti
se debate furiosamente ante esto que para él es una sinrazón y Fausto
asoma, con la sombra de Goethe, en la grandeza de su obra.
Auto de fe es la novela más impresionante, titulada en alemán Die
biendung, conocida como La ceguera, y también como La desilusión.
El tema de esta gran novela es, si se quiere, simbólico. Peter Kien, dis-
tinguido profesor de estudios orientales, descubre el extraño poder visio-
nario de la ceguera.
No es que Peter Kien esté ciego. Juega a estarlo. Su mujer coloca unos
muebles al excéntrico en la habitación de trabajo. Así que Peter simula
estar ciego. Se levanta a tientas, va a la estantería y caza el libro, como
puede, sin mirar. Comete errores. Pero advierte que los errores que come-
te tienen un cierto encanto. Son errores útiles. Descubren algo que des-
conocía. Y así sigue por esa pendiente hasta elevar a categoría de prin-
cipio filosófico lo que sólo fue pasatiempo (cosa muy frecuente en la
vida); proclama, por fin, que el caos es sólo algo aparente, que, en arte
como en lo demás, hay que dar valor a lo contingente. El azar es tan res-
petable o más que la necesidad.
«Auto de fe –escribe Florencio Martínez Ruiz– arranca de una espe-
cie de Comedia humana de la locura que Canetti redujo, en última ins-
tancia, a un solo personaje, fractando los de otros ocho esbozos –el faná-
tico religioso, el soñador técnico, el despilfarrador, el coleccionista, el
929
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE
6. APUNTES
931
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE
Mark Twaain, por su final miserable. Al poeta Francis Bacon llegó a sen-
tir odio contra sus versos.»
Con todo, estas, que podemos llamar extravagancias, contrastan salu-
dablemente con una preocupación incesante por el mundo, por la natu-
raleza, por el futuro del ser humano, donde se manifiesta su enorme
humanidad. «Que no se arroja a la nada a nadie que estuviera allí a gus-
to. Que únicamente visitamos la nada para hallar el camino que con-
duce fuera de ella y mostrar el camino a cada cual. Que perseveramos
en el dolor y en la desesperación para aprender cómo sacar a otros de
ellos, pero no por desprecio de la felicidad que corresponde a las cria-
turas, a pesar de que se desfiguran y despedazan mutuamente.» Escribe
Canetti.
Mario Muchnik, a quien se debe el meritorio y sostenido esfuerzo de
dar a conocer las obras del premio Nobel de 1981, nos ofreció en 1997
la última entrega, póstuma, de sus notas, de los aufzeichnungen de Canet-
ti. Sus notas o apuntes de trabajo correspondientes a los dos años inme-
diatamente anteriores a su fallecimiento 38.
Son unos interesantísimos documentos, imprescindibles para cono-
cer en detalle la trayectoria creativa e intelectual de este fascinante autor
como complemento de sus obras mayores.
Contábamos ya en español con sendas recopilaciones de estos inte-
resantísimos documentos. La provincia del hombre es el título bajo el que
se reunieron los apuntes correspondientes al período 1942-1972, mien-
tras que los de los años siguientes, hasta 1985, se presentaron como El
corazón secreto del reloj. Faltan, pues, las posibles anotaciones redactadas
entre 1985 y 1992 para completar la colección.
Jojanna Canetti explicaba en una nota epilogal la procedencia de estos
textos, donde se asegura la rigurosidad de la selección editorial, basada
tanto en los manuscritos como en las versiones mecanografiadas que el
propio Canetti validó, y, al parecer, han sido supervisadas por los pro-
fesores Peter von Matt y Johann Steurer.
No obstante, existen algunos motivos de incertidumbre a este res-
pecto, sobre todo a causa de las notas más breves, en realidad telegráfi-
cas, que en algún caso se vuelven auténticamente críticas.
«En su conjunto –escribe Darío Villanueva– los escritos de Elías
Canetti configuran un excelente testimonio de la vocación europea de
un judío español, peregrino forzoso por Centroeuropa como los aske-
nazis, siempre marcado por la experiencia de la extraterritoriedad de la
que nos ha hablado George Steiner.»
Desde semejantes condicionamientos, expuestos ya en páginas inol-
vidables del primero de sus libros autobiográficos, La lengua absuelta,
Canetti centra el objeto de su atención intelectual en el asunto del len-
guaje y en una filosofía de la cultura en la que los papeles del individuo
y de la masa son determinantes.
De todo ello, pese a su fragmentarismo y su brevedad, estos Apun-
tes 1992-1993 nos dan bastantes atisbos a la altura del fin de siglo y
milenio que el longevo Canetti llegó a alcanzar, participando, como
hombre de su tiempo, en preocupaciones características como la eco-
logía o la modificación de nuestros hábitos intelectivos por mor de la
informática.
Canetti abraza en estas últimas notas una especie de mística de la
ancianidad casi centenaria: «Uno cumple cien años y se pasa a la reli-
gión de la muerte –escribirá–; mística que, transformada en discursos,
mantienen a uno en vida».
No llegó a cumplirlos, y poco le faltó, incluso, para llegar a los noven-
ta, pero el arco temporal cubierto por Canetti es más que suficiente para
dar cuerpo en él a la evidencia del eterno retorno, fundamentalmente
trágico, de Vico y de Nietzsche, filósofo de quien el escritor se despide
con palabras poco gratas.
Sobre todo las notas de 1933 están marcadas por una manifestación
singular del pesimismo y el desconsuelo característicos de Canetti: la
935
ELIAS CANETTI, UN NOBEL SEFARDITA ERRANTE