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EL CASO DEL VIOLIN

DESTROZADO
José se pasaba día y noche ensayando arpegios en su violín. La
repetición sostenida- mi, sol, fa, mi, sol, fa-mareaba hasta a los
pájaros que revoloteaban frente a la ventana abierta de la
terraza. Los vecinos del pequeño edificio de seis
departamentos en que vivía el músico estaban al borde de la
histeria. Innumerables veces se habían quejado al conserje y
otras tantas habían acudido al mismo José para pedirle que
acolchara un cuarto o se limitara a practicar por las mañanas,
peticiones sin destino para un joven de pocos recursos
económicos y vida bohemia. José, de apariencia frágil y cara de
querubín, pedía mil perdones y prometía acallar su violín.

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