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CONTENIDO

I. INTRODUCCIÓN 8
Metodología: el itinerario de investigación 9
La convivencia y el conflicto 11
El contexto: ciudades sede de violencia armada 11
II. LA RUTA HACIA LOS ACUERDOS DE CONVIVENCIA 16
El evento que marcó el cambio: el origen de las Comisiones de Convivencia 17
Los acuerdos de convivencia y el funcionamiento de las comisiones 21
III. CLAVES PARA INSPIRAR ACUERDOS DE CONVIVENCIA 24
¿Qué son las comisiones de convivencia? 24
¿En qué consiste un pacto de convivencia? 24
Las Comisiones como práctica y logro colectivo que fortalece la convivencia 25
Creatividad de urgencia y estrategias en acción. La experiencia de Catuche
para el sostenimiento de los acuerdos 26
Las estrategias entre mujeres en los encuentros cotidianos 27
Las estrategias de las mujeres frente a los varones: 33
Los recursos sociales, materiales y culturales 44
Las acciones entramadas en las redes de soporte y contención 55
Algunas reflexiones sobre Catuche y la experiencia de las Comisiones
Fernando Giulíani 58
IV. PISTAS PARA LA CONVIVENCIA COMUNITARIA 60
1. La necesidad de politizar la violencia: La violencia como asunto de
convivencia 60
2. La necesidad del mejoramiento urbano y una base social-material para el
encuentro 60
3. La importancia de un discurso transformador de diálogo y humanización
capaz de interrumpir el ciclo fatal de la violencia armada 60
4. El fortalecimiento de la comunidad 61
5. Un modelo de organización y control social informal emergente de las
comunidades 62
6. La importancia de los recursos materiales para sostener la organización
comunitaria 63
7. La importancia de un acompañamiento constante y confiable de figuras
clave para sostener el diálogo y la mediación 63
8. El papel fundamental del apoyo sostenido de las redes sociales internas y
externas para contener la violencia armada 63
9. La urgencia de reivindicar la centralidad del Estado para la garantía
de convivencia 64
Los desafíos y amenazas vislumbradas 66

I. INTRODUCCIÓN
Esta propuesta se origina a partir de una investigación etnográfica
que se centra en la inspiradora experiencia de coraje encarnada
por un grupo de mujeres de un barrio caraqueño que se organizaron
en Comisiones de Convivencia, para construir e implementar una
serie de acuerdos con los jóvenes armados, que favoreció la
instauración de una tregua y cese al fuego.
El propósito de este documento es difundir la experiencia de
este acuerdo de convivencia con la voluntad de evidenciar que las
salidas a la violencia pasan por constituirla en un asunto de la vida
pública: el modo como convivimos y las condiciones para tener
una vida en común; se empeña asimismo en remarcar que la
empatía, el diálogo, el reconocimiento y el conflicto alumbrador se
evidencian mucho más fructíferos que el repliegue, la represión
ilegítima, la venganza y el uso de armas.
Las Comisiones de Convivencia en Catuche, fundadas en el
2007 articularon estrategias que permitieron a dos sectores de la
comunidad (La Quinta y Portillo), enfrentados durante décadas
acumulando un saldo de más de cien jóvenes asesinados junto a
una vivencia crónica de zozobra, acordar una tregua que ha
mantenido a los dos sectores sin una sola muerte violenta entre
vecinos a lo largo de cinco años.
Estas páginas buscan asentar y dar cuenta de este proceso de
transformación. La emergencia y consolidación de las Comisiones
de Convivencia han implicado el paso del miedo del repliegue al
miedo que moviliza; la mutación de la indiferencia a la implicación
personal y colectiva; el giro de la resignación individual a la
resistencia colectiva frente a una zozobra que sometía la vida
cotidiana. Los acuerdos de convivencia y el cese del fuego han
implicado sobretodo el establecimiento de una cultura emergente
de convivencia pacífica. Esta cultura se expresa en unas prácticas
y vocabulario propio que se ha popularizado después de décadas
de enfrentamientos, no como expectativa, sino como logro
colectivo: “Estamos tranquilos”, “estamos en paz”, “vamos a
hablar”, “vamos a escuchar qué tiene que decir”.
Igualmente, estas páginas quieren constituirse en pistas para la
acción, claves que permitan vislumbrar maneras posibles de establecer
convivencia a partir del reconocimiento de aquello que nos hace
humanos: la capacidad de apalabrar para forjar acuerdos y conflictos
que funden modelos para el estar juntos, asumiendo nuestra interdependencia
por compartir este espacio y esta condición de ciudadanía
en la que nos reconocemos los venezolanos.

Creemos en la posibilidad de con-vivir. Creemos en la necesidad de que la


sociedad como un todo trascienda las soluciones individuales y se organice para
reclamar y luchar por la paz y la justicia. Creemos que esa posibilidad necesita
aterrizar de propuestas y deseos idealizados a las muy concretas situaciones que
atravesamos como país, y también creemos que la esperanza que transmite el
testimonio de la comunidad de Catuche es un ingrediente esencial. Por eso
nuestras más sentidas palabras de agradecimiento a Doris, Jaqueline, Joidy,
Margarita, Miriam, María Carolina, Alicia, Angelina, Nancy, Olga, Mercedes,
Jenny, Xiomara y Yanara quienes han sido una fuente incalculable de esperanza
en tiempos difíciles.
El documento se divide en cuatro partes. La primera parte introductoria
presenta la metodología que siguió la investigación, base de este texto e introduce
el contexto de violencia armada. La segunda parte, centrada en los antecedentes
y en la experiencia de los acuerdos de convivencia, narra la experiencia de las
mujeres y la conformación de las comisiones. La tercera parte analiza más a
profundidad la creatividad de urgencia expresada en las estrategias de soporte y
solidaridad entre mujeres y las estrategias de contención frente a los varones para
sostener los acuerdos de convivencia y de cese al fuego en el tiempo. Asimismo
se intentará comprender los recursos y las redes que han posibilitado este logro.
Aquí, en un texto, Fernando Giuliani, amplio conocedor y acompañante de procesos
comunitarios en Catuche, pone de relieve la experiencia de las comisiones en el
marco de la historia de agencia colectiva de la comunidad. Finalmente, la cuarta
parte sistematiza elementos puntuales que presentamos como pistas inspiradoras
para la acción y forjamiento de convivencia en comunidades.
METODOLOGÍA: EL ITINERARIO DE INVESTIGACIÓN
La investigación sobre la cual se basa este texto se inició en noviembre del
año 2009 y en julio del año de 2012 finalizó el proceso de validación con las
mujeres de las Comisiones, en ese momento revisamos por última vez nuestros
escritos y el modo como estamos forjando la representación de lo vivido por ellas.
Es decir, hemos vivido una larga ruta investigativa en compañía de las protagonistas.
En este lapso, realizamos 11 sesiones de discusión grupal: cinco sesiones en
un sector con las seis mujeres de la Comisión y seis sesiones con las siete mujeres
de la Comisión del otro sector y la coordinadora comunitaria de Fe y Alegría; 2
sesiones de este tipo con los jóvenes de un solo sector. Luego de esta primera
fase, una vez realizamos los análisis preliminares, nos dedicamos a realizar
entrevistas a profundidad con cada una de las 13 mujeres de las Comisiones.
También realizamos 9 entrevistas a profundidad con jóvenes de sólo un sector y 1
entrevista con un joven del otro sector. En ese tiempo tuvimos repetidas conversaciones
con Doris Barreto, la coordinadora comunitaria de Fe y Alegría, quien nos
acompañó en la reflexión y con quien fuimos forjando y validando las intuiciones
interpretativas que veníamos construyendo. Además, tuvimos distintas sesiones de “compartires” en los que
celebramos comidas juntos.
Realizamos asimismo, cuatro entrevistas con líderes y/o personas
claves en el proceso comunitario en Catuche: José Virtuoso, S.J.,
antiguo párroco de Catuche y actual rector de la Universidad
Católica Andrés Bello (UCAB); Pedro Serrano, activista histórico en
Catuche y Maribel Goncalves del Postgrado de Psicología Clínica
Comunitaria de la UCAB.
Con la voluntad de abrir espacios de reflexión, inspirados en la
metodología de la investigación acción participativa, y con el apoyo de
María Emilia López y Gabrielle Gueron, de la organización Fortalecer la
Paz se llevaron a cabo 8 sesiones mensuales sobre Resolución pacífica
de Conflictos. Finalmente, a medida que fuimos elaborando nuestras
interpretaciones fuimos convocando y realizando sesiones de
validación con las mujeres, en las cuales les presentábamos nuestras
reflexiones y leíamos juntos los escritos que íbamos produciendo. En
nueve oportunidades les presentamos nuestras reflexiones y textos,
incorporando en el texto final sus preocupaciones y sugerencias.
Creemos que el espacio de las entrevistas sirvió en ocasiones
de una escucha que validó los logros de estas mujeres, en otros de
contención emocional para ofrecer apoyo, así como de facilitación
de conversaciones reflexivas. En varias ocasiones más que entrevistas
guiadas por nosotros acompañamos a las mujeres en las discusiones
que hicieron sobre algún acontecimiento espontáneo que las había
conmocionado. Asimismo sintiendo necesario complementar estos
espacios conversacionales con otras estrategias de fortalecimiento
de las comisiones, promovimos las sesiones en resolución de
conflictos. También, servimos de enlace para extender los vínculos
con organismos gubernamentales que ellas utilizaron para solicitar
apoyo material a las iniciativas comunitarias y las invitamos a participar
en varias presentaciones en eventos donde las mujeres compartieron
la experiencia de las comisiones.
Todas estas vivencias, forjan una experiencia de construir
saber compartido que deseamos, en compañía de las mujeres seguir
compartiendo. Su testimonio es una muestra poderosa de la
capacidad que tienen las comunidades organizadas acompañadas
de aliados para resolver problemas tan complejos como la violencia
urbana. Sus acciones hablan de personas comunes en circunstancias
excepcionales dándole respuestas a preguntas difíciles. Su
generosidad recorre todas estas páginas pues gentilmente nos
recibieron una y otra vez. Su generosidad nos ha permitido
transmitir esta experiencia para que podamos aprender de ella.

LA CONVIVENCIA Y EL CONFLICTO
Como punto de partida, advirtamos solamente que cuando decimos
convivir en este espacio, la convivencia no se entiende como
ausencia de conflicto. Se entiende como modo de reconocimiento
en el que se dirimen las tensiones propias de la vida en común,
eso sí, puestas en el juego de los diálogos e interpelaciones, no de
las armas y las aniquilaciones que impedirían el conflicto y la
relación, por la negación del otro.
Preocuparse sobre esta manera de convivir en el espacio
citadino, por parte de esta multiplicidad de nosotros y otros, nos
remite a la noción de ciudadanía. La definición que propone E.
Jelin (1996) nos parece sugerente para hilar este texto: “desde
una perspectiva analítica, el concepto de ciudadanía refiere a una
práctica conflictiva vinculada al poder, que refleja las luchas
acerca de quiénes podrán decir qué en el proceso de definir
cuáles son los problemas comunes y como serán abordados (…).
En suma, tanto la ciudadanía como los derechos están siempre en
proceso de construcción y cambio (Jelin, 1996: 104).
Así, el conflicto es intrínseco a la convivencia, entendiendo el
conflicto como relación donde algo está en juego entre actores que
en distintas posiciones y con diferentes recursos se reconocen y se
aprehenden como interdependientes por compartir un espacio y
una condición de ciudadanía.
EL CONTEXTO: CIUDADES SEDE DE VIOLENCIA ARMADA
La violencia que nos afecta a los venezolanos puede percibirse
en los datos asentados por las entidades oficiales. Se sabe que en
Venezuela la tasa de homicidios es de 50 por cien mil habitantes.
Esta magnitud nos ubica junto con El Salvador o Colombia, naciones
que han confrontado conflictos armados en el pasado reciente o
en la actualidad, entre los países con mayor violencia en el continente.
Adicionalmente, el conocimiento de que la gran mayoría de
estos asesinatos se cometen con armas de fuego1, revela que en
Venezuela vivimos una situación que se ha denominado en la
literatura como de violencia armada en contextos no bélicos
(Pinheiro, 2006). Es una violencia que puede caracterizarse
además como urbana y social, puesto que se conoce que la mayor
parte de los homicidios suceden en las urbes donde se concentran
mayor riqueza y movimiento económico y mayor desigualdad social (Zaluar, 1997), donde sectores de la
población, como los varones
jóvenes de sectores populares, experimentan una persistente
exclusión a pesar de esfuerzos de inclusión en programas sociales
(Zubillaga, 2010).
También se puede decir que es una violencia de carácter
difuso pues no se trata de un conflicto central sino que se
expresa en una conflictividad expandida en la que resalta por
un lado, una dimensión económica e instrumental expresada
en la orientación de actores hacia el control de los recursos o
actividades económicas clandestinas, como el tráfico de drogas,
de armas y el crimen organizado. Por otro lado, se destaca una
dimensión que podría denominarse infrapolítica, manifiesta en
el quiebre del vínculo social (Wieviorka, 2004), en el deterioro
de instancias fundamentales de la vida social como la policía y
el sistema de administración de justicia, en la incapacidad de
reconocer la humanidad del otro; en el exceso de la respuesta
frente a la inoperancia de las instituciones que se traduce en la
eliminación del otro y que por su letalidad en Venezuela ha
adquirido los saldos de un conflicto armado.
Podríamos decir muy rápidamente que una intrincación de
procesos se han entretejido en nuestra historia contemporánea
para configurar esta violencia, que no es menester abordar en
este sucinto texto. Quizás, sólo vale la pena mencionar que aún
cuándo se pueden rastrear los orígenes de esta violencia en la
urbanización acelerada y ciudadanías dilaceradas de la Venezuela
de la mitad de Siglo XX; en el deterioro sostenido de las condiciones
de vida y la ruptura de la esperanza de una mejor vida de los
años ochenta; en el debilitamiento del Estado y la extensión de
redes de tráficos ilegales a escala mundial en los años noventa;
con el inicio del nuevo siglo nuevas problemáticas se hicieron
evidentes en este país configurando esta inédita violencia. Aquí
sólo apuntemos: el auge de la tensión política que ha tenido
como hitos eventos de franca confrontación y que ha contribuido
todavía más al deterioro de la policía, del sistema de justicia y a
una marcada desinstitucionalización general; la conflictividad
expandida que ha coadyuvado a su vez a la multiplicación de
armas entre la población así como a la conformación de un
clima de intensa animosidad; la incapacidad del Estado para
controlar las armas; los excesos desde sus instancias policiales, la
persistente exclusión de los varones jóvenes de sectores populares
y por último, la conformación de un discurso que define como
la “solución” más expedita a la violencia, la “eliminación de los
Pistas para la Acción 15
delincuentes”, que no ha hecho sino expandir la incapacidad
de reconocernos como humanos y multiplicar las muertes.
Todos estos factores nos parece se vinculan de manera decisiva y
marcan la particular letalidad de la violencia actual en nuestro
país.
La vulnerabilidad frente a esta violencia no se distribuye al
azar; existe una distribución diferencial del riesgo de morir
violentamente: son los jóvenes varones de sectores populares
los que están muriendo de esta manera. De acuerdo a la
última Encuesta Nacional de Victimización (año 2009), el 81%
de las víctimas de homicidios son varones, y la gran mayoría
(83%) proviene de sectores en desventaja (INE, 2010). De
modo que en la Venezuela del Siglo XXI, ser hombre, joven,
habitante de sector popular, en una ciudad, implica la acumulación
de atributos que marca el vivir signado por una alta probabilidad
de morir violentamente.
Ahora bien, si los datos que hemos presentado nos ayudan
a caracterizar la violencia, nos dicen poco sobre las nuevas
prácticas de miedo extremo que se han instaurado en los
sectores populares. Igualmente, estos datos nos dicen poco
del dolor experimentado por las familias y los duelos que se
encadenan. Si jóvenes varones están muriendo de esta
manera, junto a ellos quedan las madres, abuelas, hermanas,
tías, tíos, hermanos, padres con el inefable dolor del duelo.
Los relatos que hemos recogido estos años refieren la
experiencia de vivir en contextos de conflictividad armada; el
vocabulario utilizado, es el de las víctimas de guerra: “los primeros
en caer”, nos dijo una mujer, quien al vivir en una de las casas
más externas, recibía cotidianamente disparos y en efecto,
niños de su familia fueron alcanzados:

Aquí hay personas que son inocentes que no tienen problemas


con esa gente. No vamos muy lejos, a mi sobrinita la matan y
era una niña. En mi casa nunca ha habido problema con esa
gente, y fíjate tú, los primeros en caer fue mi familia. A mi
hermana le dieron un tiro también estando ella adentro
¿entiendes? Pero era como nosotros estábamos aquí, la primera
casa que estaba adelante era la de nosotros, todos los tiros
venían para acá…”.
Una y otra vez los relatos que recogimos revelaban que
cada desplazamiento, cada mínima diligencia de la vida
cotidiana se ve tomada por el miedo a morir en medio de
enfrentamientos armados. Cada mínimo tránsito exige una
transacción informativa para poder saber si es posible desplazarse.
El andar de la vida cotidiana se ve truncado por los enfrentamientos,
hay que correr, refugiarse: “El que salía tenía que llamar, a ver
si se podía entrar, si se podía entrar rápido. Era una zozobra,
era un toque de queda para nosotras. Así fuese a cualquier
hora…”.
La vivencia en contextos de enfrentamientos armados
cotidianos y las muertes que se producen se padecen a través
de emociones sumamente destructivas y paralizantes como la
rabia y la resignación anestesiada. Una mujer expresó:
“Bueno, yo digo que uno de tanta cosa que uno ha visto,
de tantas muertes que han habido, ya uno dice: ¡bueno ya hay
que resignarse! por decir, cuando matan a alguien. Yo digo, de
recuerdo, uno los recuerda a ellos como ellos eran, no como
se murieron, sino como ellos eran en su vida, les gustaba
echar broma, siempre andaban contentos, una música , una
broma, así es como los recuerdo.”
La ausencia de justicia y los rencores históricos se entrelazan
con el dolor de los duelos. El dolor, al quedar sin reparación se
transforma en rencor y el rencor en búsqueda de venganza
(Caldeira, 2000). El dolor es tal que no se puede olvidar, y esa
muerte apela a otra muerte:
“Tan fuerte fue esto que yo me pongo a recordar a todos los
muchachos y a contarlos y son ¡ciento y pico! el primero fue el
hermano de ella y desde ahí pa´ tras mira…”
Esta presencia de los enfrentamientos armados en la vida
cotidiana que se expresa en las cadenas de muertes, nos
obliga a pensar en una inédita condición de duelo permanente.
Nos exige nombrar una nueva condición de anti-ciudadanía al
vivir en duelo constante por la serie de lutos que se encadenan, que no permiten la recuperación por la nueva
emergencia. Anti-ciudadanía
pues no hay instituciones a quién reclamar, no hay un Estado al cual acudir
para que instaure justicia, atienda o repare la pérdida y mucho menos
garantice la propia preservación.
Si Susana Rotker habló de ciudadanía del miedo para referir esta “nueva
condición ciudadana”, la de ser víctima-en-potencia, que ha ido desarrollando
una nueva forma de subjetividad. (…) caracterizada por “la sensación
generalizada de inseguridad que tiñe las capitales de América Latina” (…),
que alude al sentimiento urbano de indefensión generalizada y al riesgo de
parálisis (…) que abarca las “prácticas de inseguridad” que redefinen la
relación con el Poder, con los semejantes, con el espacio” (Rotker, 2000), la
condición del duelo incesante por las muertes cercanas padecidas en serie,
traspasa el umbral del miedo, de la incertidumbre y se asienta en el crujido
del dolor por la pérdida, en el luto que se entrelaza por las vidas cercanas
secuestradas; por la imposibilidad de contar con la garantía mínima para la
propia vida y la de aquellos cercanos por lo contundente de las pérdidas
sufridas.
La condición de duelo permanente emerge como definitiva anticiudadanía
pues, si entendemos con E. Jelin (1996) y S. Rotker (2000) quienes evocando a
H. Arendt nos invitan a pensar la ciudadanía en términos del derecho a tener
derechos; de la pertenencia a una comunidad de derechos y responsabilidades; y
nos explican que la ética del ciudadano descansa en la premisa de la no-violencia:
que nadie sufra o sea lastimado”, la serie de muertes se vive entonces como
el desamparo extremo: de protección; de posibilidad de establecer justicia,
es decir, la orfandad de ciudadanía, y más allá, su negación.
Pero no queremos detenernos más en esto, queremos más bien relatar
posibilidades de vida y de interrupción de duelos. En Caracas, específicamente
en Catuche, en medio de la experiencia de este duelo permanente, luego de
la muerte de un joven, el dolor y el miedo, en lugar de paralizar, provocó la
movilización, originó la constitución de grupos de mujeres que se resisten a
vivir en luto por sus hijos. Esta es la historia que queremos contar para
aprender de ella, para que inspire otras más.

II. LA RUTA HACIA LOS ACUERDOS DE CONVIVENCIA


En Caracas existe una experiencia, a todas luces inspiradora, de
prácticas y acciones entramadas que apuestan por la convivencia
pacífica y desde allí sofocan la violencia: es el caso de las Comisiones
de Convivencia y las redes de aliados en el barrio Catuche.
En Catuche, los vecinos, y especialmente las mujeres, han dado
muestras de una creatividad de urgencia que, frente al desamparo, se
ha traducido en la coordinación de esfuerzos de acercamiento, diálogo
para el forjamiento de acuerdos de convivencia y de alto al fuego con
los propios jóvenes involucrados en estilos de vida violenta. Este
esfuerzo ha permitido el cese de muertes de jóvenes del sector, la
recuperación del espacio para el libre desplazamiento, y también el
encuentro.
Sin duda, Catuche es una comunidad muy particular. Para finales
de los ochenta, primero con el auspicio de los padres Capuchinos y
luego con la llegada de los Jesuitas, se desarrolló un espacio, inicialmente
de naturaleza religiosa denominado: “Comunidades Cristianas”. Las
mismas estaban formadas por pequeños grupos de vecinos quienes
acompañados por los religiosos, propiciaban un proceso de reflexión
donde se fue cimentando la idea de transformar la comunidad.
Allí nacieron muchas de las iniciativas que posteriormente se
concretaron en Catuche. Un ejemplo conocido y recordado es el
denominado “Proyecto de Diseño y Construcción Simultánea”
desarrollado durante la década de los noventa y el primer quinquenio
del siglo actual, que planteaba la urbanización integral de la comunidad,
proceso que sería gerenciado por los vecinos y una serie de aliados.
Desde entonces se empezó a imaginar una comunidad diferente,
integrada a la ciudad, con acceso pleno a los servicios, con vías de
transito, espacios recreativos y viviendas dignas para sus familias.
Al repensar el lugar de vida inevitablemente también se tuvo que
encarar el problema de la violencia.
Fue cuando, desde las “Comunidades Cristianas” se planteó la
idea de hacer “una marcha por la paz”. La misma se realizó en
1989. Habían familias y personas que no podían trasladarse por
los diferentes sectores debido al temor de ser atacados o heridos,
a causa de las rencillas y venganzas juradas (“culebras”) que se
habían acumulado durante años. La marcha, de marcado carácter
religioso, pero de indudable intención social recorrió todo Catuche;
le gente, las familias progresivamente se iban incorporando para
finalmente reunirse todos en la iglesia de La Pastora y celebrar con
una gran misa la osadía de pensar la convivencia y retar las lógicas
fragmentadoras de la violencia armada.

Desde ese entonces, Catuche tuvo la particularidad de articular


alianzas con diferentes organizaciones, abriendo la posibilidad a que la
comunidad en general tuviera acceso a formación y apoyo institucional
en diversos ámbitos como la planificación urbana, la salud física y
mental, la familia, la educación, el liderazgo y otros a través de
instancias enraizadas en la comunidad como Fe y Alegría, la
Asociación Civil Catuche (ASOCICA) o el Centro Gumilla. Vale la pena
recordar que algunas de las personas e instituciones que han formado
parte de esta red son: el arquitecto Cesar Martín y su hija Yuraima
Martín, la Fundación para el Desarrollo de la Economía Popular
(FUDEP), la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de
Venezuela, Asociación Venezolana de Servicios de Salud de
Orientación Cristiana (AVESSOC), la Especialidad de Psicología
Clínica-Comunitaria de la Universidad Católica Andrés Bello y la
Unidad de Psicología Padre Luis Azagra, S.J. entre muchos más.
Luego de “la marcha por la paz” empezaron a realizarse acercamientos
con los jóvenes involucrados en las situaciones de violencia, y
estos encuentros tomaron la forma de mesas de diálogo, donde los
sectores enfrentados lograban acordar algunas normas de
convivencia, que desafortunadamente se mantenían por breve
tiempo. Se tenía la idea de que era necesario un proceso interno,
donde la comunidad estuviera comprometida en favor de un
acuerdo que incluyera la palabra y las propuestas de los jóvenes.
Para lograr el éxito de los acuerdos, además de los jóvenes,
faltaba involucrar a sus madres, y a figuras que hicieran de enlace
y que otorgaran confianza a los sectores históricamente enemistados
de que las pautas acordadas serían cumplidas. Entre los intentos
fallidos de pactos, surgió la propuesta de uno de los muchachos
de los sectores, según la cual el diálogo convendría realizarlo a
través de las madres de los jóvenes y las mujeres de la comunidad.
Esta propuesta llegaría a concretarse luego de la muerte de un joven,
trágico evento fundacional que movilizó y marcó el principio de la
conformación de las Comisiones de Convivencia.
EL EVENTO QUE MARCÓ EL CAMBIO: EL ORIGEN DE LAS
COMISIONES DE CONVIVENCIA
En agosto del año 2007 se produjo una de las confrontaciones
armadas más fuertes que se recuerde en Catuche. Una noche de
agosto, en el marco de esta historia de enfrentamientos, muertes,
rencores, duelos y venganzas, un grupo de jóvenes armados de un
sector ingresó a los edificios residenciales del otro, abriendo fuego
y tomando por sorpresa a todos sus habitantes.

De este ataque armado resultó la muerte de un joven de 18 años recién


cumplidos. Fue el segundo hijo que su madre perdió por la violencia armada.
Luego de su muerte, la madre decidió convocar a los vecinos para actuar
frente a las muertes sistemáticas de sus hijos varones y buscar el diálogo con
las madres de los jóvenes del sector con el cual se mantenía la confrontación.
La iniciativa de esta madre fue un hito definitivo que marcó el inicio de las
Comisiones, y la propia protagonista lo narra con mucha emoción:
“Fue horrible la muerte de mi hijo. Porque él murió y en ese momento yo
veía a los muchachos como lloraban, gritaban y cuando lo sacamos al hospital
los muchachos daban golpes en la pared. Yo me quedé así como viendo todo
eso, claro el dolor de mi hijo, y viéndolos ahí como lloraban, como gritaban, y
me fui. Y entonces en la funeraria llorando, yo dije: ‘¡No, esto no puede
seguir!, ¡Nosotras tenemos que luchar nosotras! ¡Yo lo voy a hacer! ¡Nosotras
no podemos dejar que haya otro muerto más!’ Y a él lo enterraron, no tenía ni
un mes de muerto, cuando yo vine para acá, y le dije a mi hermana, la mayor:
‘¡Nosotras no podemos seguir así, nosotras tenemos que luchar! ¡Vamos a
hablar con Doris, vamos a hablar en Fe y Alegría a ver qué nos dicen!’ Y fue
como un apoyo, porque cuando yo tuve la primera reunión, que yo subí me
decían: ‘¡Tú estás loca! ¿Cómo tú te vas a meter pa’ allá arriba, estás buscando
que te maten ahí? Yo voy a subir, porque no va a ser así.’ Yo estaba con Dios
pues. Y cuando me reuní con ellas que estaban toditas así, como con pena,
cuando les dijeron ésta es la mamá de Andrés, ellas dijeron: ‘¡Nosotras
también queremos luchar, porque nosotras también estamos cansadas!’ Y yo
dije: ¡Gracias Dios! Porque ellas también dijeron: ‘¡Queremos luchar! ¡Estamos
cansadas de esto!’ Y yo digo que fue un apoyo, ¡Sí vamos a luchar!”
Así, la convocatoria se hizo con la ayuda y orientación de trabajadoras
comunitarias de Fe y Alegría (Doris y Yaneth), quienes desde entonces y hasta
ahora ejercen una importante función de enlace entre los grupos de mujeres
de ambos sectores. El objetivo estaba claro: que cesaran las muertes violentas
de jóvenes de la comunidad; detener las cadenas de venganzas y establecer
acuerdos. La propuesta también incluía hablar con las mujeres del sector
vecino con el cual se sostenía una confrontación histórica.
Las vecinas de la madre en duelo comenzaron a reunirse. En su gran
mayoría eran mujeres, todas eran madres, y muchas eran familiares de los
jóvenes involucrados en las cadenas de venganzas. Las coordinadoras comunitarias
llevaron la propuesta de diálogo y recibieron la impresión de que ese encuentro
era posible, que había interés por alcanzar una tregua. Se acordó entonces
sostener una reunión conjunta, teniendo como mediadora las coordinadoras,
así como el apoyo de algunos representantes de organizaciones religiosas y
comunitarias que hacían vida en el sector.
Las mujeres se reunieron para planificar la sesión: quiénes hablarían —hablarían
dos mujeres, una de cada sector, serían aquellas que no les daba miedo hablar; que hablaban
calmadamente— y cómo lo dirían.
Tenían la conciencia de que la preparación era fundamental
para lograr buenos resultados en esa primera reunión, aunque
no existiese garantía de ello y era grandísimo el riesgo. Cada
sector, elaboró una propuesta de acuerdos para evitar nuevos
enfrentamientos entre ambos, la idea era llevarlos a esa primera
reunión.
Este primer encuentro en La Quinta estuvo lleno de tensión
por la amplia historia de enfrentamientos y pérdidas sufridas en
las familias de ambos sectores. El dolor, la rabia y las ganas de
que cesaran las muertes y tiroteos eran sentimientos encontrados.
Doris y Yaneth de Fe y Alegría, en el rol de mediadoras comunitarias
temían que la reunión se escapara de control e intentaron anticipar
posibles escenarios y maneras de garantizar el diálogo: “Estábamos
muy asustados, era una responsabilidad demasiado grande”
cuenta Doris rememorando ese momento.
“Aquel día Yaneth hizo la introducción, seguidamente se dio
un momento de unión, quienes asistieron se agarraron de las
manos y le dieron gracias a Dios por permitir ese encuentro.
Luego hablaron las mujeres designadas. Comenzaron a darse
cuenta de que, en el fondo ellas tenían las mismas necesidades,
cargaban iguales duelos y sostenían miedos similares por las
vidas de sus hijos y sobrinos:
Entonces empezó por Portillo Jenifer a hablar: ‘Nosotros no
queremos en Portillo que vuelva a pasar’. Seguidamente, empezó
Ana, diciendo que ella tenía otro hijo varón y no quería volver a
pasar por lo mismo. Tampoco quería que otra madre pasara por
lo que ella estaba pasando. Se decían acá, se decían allá, pero
lo mismo que decía la gente de Portillo lo decía la gente de acá
¡Las mismas necesidades: ‘¡Estamos cansados de montarnos los
colchones sobre la cabeza! ¡Estamos cansados de salir
corriendo! ¡Estamos cansados de no poder estar afuera! ¡Estamos
cansados de tener que llamar, cuando queremos llegar a
nuestras casas! ¡Ya basta, no queremos más violencia!’ Al final
lloraron, se abrazaron, conversaron, o sea fue una noche como
para ver, tranquilamente se hubiese podido amanecer con esta
gente conversando”.
Esa reunión constituye el evento fundacional fundamental de
las Comisiones. Representa un momento como pocos, donde la
rabia generada en la prolongada experiencia de muertes y
venganzas, heridas y pérdidas es dejada de lado, emergiendo un
lugar común configurado por el dolor del duelo y la posibilidad de hacer algo para cambiar esta historia. Es un
momento en el cual además de
lograr esa identificación, se suspendieron los presupuestos de que el otro es el
enemigo. Bárbara, una de las mujeres lo recordó de esta manera:
“Nosotros pensábamos que aquellas iban a venir a guerrear para acá. Eso
lo pensaron ellas y nosotras también. Pensábamos que si vienen a pegar
cuatro gritos nosotras no nos vamos a dejar, pero primero vamos a escucharlas.
Y en verdad fue una reunión que al final salimos abrazadas, llorando todas,
porque todas teníamos el mismo problema. El mismo problema que estábamos
viviendo nosotras aquí, lo estaban viviendo ellas allá, que si dormir con el
colchón encima, encerrado, que le daba miedo ir a la calle a comprar. Todo,
todo, lo mismo, la misma broma y entonces bueno esa reunión fue bonita a
pesar de todo.”
En esa reunión, la convocatoria de la Madre desgarrada por la muerte de
su hijo apenas sucedida, planteó a las mujeres un desafío existencial: si esta
mujer, devastada por la muerte de su hijo las convoca para establecer un
pacto, ¿Cómo no iban ellas a movilizarse? María lo explicó de manera muy
clara:
“Yo dije que si una de las mamás, de uno de los muchachos que mataron
allá abajo, a su hijo se lo mataron, y ella tuvo la fuerza y la fortaleza, de subir y
proponernos a nosotras que ella ya no quería más tiros, que ella no quería
más muerte, que hubiesen más inocentes. Y la fortaleza que tuvo esa señora,
¿no la vamos a tener nosotras? ¿Por qué nosotras no apoyarlas? Yo digo que
esa señora es un ejemplo a seguir, porque tú sabes lo que es un hijo tuyo
muerto, y tú subir a la parte donde vive la persona que te mató a tu hijo, o no
donde vive la persona que te mató a tu hijo, sino, de donde viene el problema
donde murió tu hijo, ¡es admirable, esa señora es admirable!”
Luego de las primeras reuniones entre el grupo de mujeres de ambos
sectores, cada uno de esos grupos, por separado, convocó a los jóvenes de su
sector a una asamblea. En la asamblea participaron todas las mujeres de la
Comisión y una vez reunidas con los jóvenes armados, se les informó sobre las
reuniones sostenidas con las mujeres del otro sector, se expusieron los problemas
asociados a la violencia y se propusieron soluciones entre todos.
En el sector La Quinta el procedimiento de diálogo con los jóvenes fue un
poco diferente, porque se hizo una reunión informal con ellos antes de realizar
la asamblea donde estarían todas las mujeres de la Comisión. Se hizo así por
recomendación de Doris, quien ya venía realizando un trabajo de acercamiento,
diálogo y orientación con los jóvenes como parte sus actividades comunitarias.
Doris sabía que los jóvenes de ese sector –según ella misma narra- eran “más
difíciles de tratar”, además de ser frecuentemente “los acusados” y de ser
señalados por los miembros del otro sector de ir a “echar tiros” allá.

LOS ACUERDOS DE CONVIVENCIA Y EL FUNCIONAMIENTO DE LAS


COMISIONES
Las mujeres definieron entonces un acuerdo de convivencia que fue
aprobado en asambleas por los dos sectores. Los jóvenes se comprometieron y su
apoyo fue decisivo, por ejemplo, a no provocar con señas a sus rivales. Tampoco
podían hacerlo a través de yesqueros, linternas o luces láser, pues por lo común
esto acababa en tiroteos. Los vecinos recuperarían la libre circulación por los
sectores, y los jóvenes debían evitar las provocaciones mutuas no traspasando las
fronteras a partir de la noche.
Acordaron las mujeres y los varones que las molestias debían canalizarse a
través de las comisiones, que servirían como una instancia de contención.
Explicitaron además que nadie debía mostrar y amenazar de nuevo con un arma
y quien incumpliera lo establecido en el pacto, sería llamado y confrontado en la
comisión, y en último término podría ser denunciado en bloque por ambas
comisiones.
Conjuntamente, las mujeres y las coordinadoras de Fe y Alegría diseñaron un
modo de funcionar: convinieron que las Comisiones se reunirían cada 8 días,
cada quien en su sector por separado, y luego las dos comisiones se reunirían
una vez al mes. Si había una emergencia, se reunirían inmediatamente. Por casi
cinco años, la mayor parte de ese tiempo la comisión de Portillo ha estado
conformada por siete mujeres y en La Quinta por seis.
María: “Las primeras reuniones eran una aquí y una allá, para que los
muchachos vieran que estábamos juntas, que nos estábamos uniendo, que
queríamos luchar por la paz, y vieran que no les teníamos miedo, que ellos hacían lo que nosotras decíamos
o se atenían a las consecuencias.
Teníamos que reunirnos cada ocho días, y de reunión en reunión
fueron saliendo otras cosas, y así sucesivamente se fueron
haciendo las cosas.”
En el funcionamiento de las comisiones, las mujeres
contemplaron la realización de reuniones extraordinarias en
cada sector cuando alguno de los miembros de la Comisión o
alguno de los jóvenes lo solicitara. Concibieron además reuniones
conjuntas extraordinarias de las dos Comisiones cuando la Comisión
de uno de los sectores lo considerase necesario. Las reuniones
extraordinarias se convocarían en razón de algún conflicto,
amenaza o riesgo de ruptura del pacto y que por su gravedad,
debían ser tratados con inmediatez. También puede suceder
que se traten en las reuniones asuntos relacionados con alguna
celebración comunitaria.
De acuerdo a los relatos de las mujeres, las reuniones se
desenvuelven a través de un ritual: En las reuniones ordinarias,
alguna de las presentes abre la reunión (generalmente quien
asume el papel de la coordinadora de la reunión), ella misma o
alguna otra mujer toma la palabra y expone el asunto o los asuntos
a discutir. Si se trata de alguna situación producida dentro del
sector con alguno de los jóvenes que hacen vida allí, se expone el
asunto, las mujeres dan su punto de vista y se plantean estrategias
a seguir para abordar el problema.
Los asuntos tratados en la Comisión por lo general son aquellos
que se consideren problemáticos y en los cuales estén involucrados
jóvenes de algunos de los sectores. Ahora bien, si el joven involucrado
en situaciones conflictivas no es ni de Portillo ni de La Quinta, pero
causó o podría causar problemas y es amigo de alguno de los
jóvenes del sector, se llama al joven del sector para que se haga
responsable de su amigo/visitante.
Los problemas tratados por las comisiones pueden ir desde el
desplazamiento por un sector de un joven que ha tenido y mantiene
problemas con personas de ese sector, alumbrar con yesqueros o
luces (lo cual es considerado una provocación por el otro sector y en
épocas pasadas ha dado lugar a enfrentamientos), hasta el disparar al
aire, portar un arma de manera notoria, o también, consumir droga en
lugares de socialización donde hay adultos y niños(as).
En las reuniones semanales, cada comisión lleva un cuaderno
donde se anotan los puntos tratados y los acuerdos alcanzados,
dándole un velo de formalidad al procedimiento y permitiendo
hacer seguimiento. Al final de cada reunión, se leen en voz alta las anotaciones y de ser el caso, se estampan
las firmas de los jóvenes
con quienes se han realizado los acuerdos. Los cuadernos de notas
sobre las reuniones y las actas donde se firman los acuerdos son
celosamente resguardados por la responsable de llevarlas.
Los acuerdos se logran a través de la negociación directa
entre las mujeres y los jóvenes o a través de la mediación, donde
la coordinadora de Fe y Alegría funge como facilitadora en la reunión.
La instalación y funcionamiento de las Comisiones ha implicado
pues un proceso de transformación. Este proceso, en términos
personales, se ha experimentado como un aprendizaje; como un
sustantivo proceso de modificación de la visión de la capacidad de
acción de sí y del nosotros conformado por las mujeres, en relación
a los otros, encarnado en los jóvenes. Una de las mujeres apuntó:
“En principio sí me costó bastante, porque era como
muy… cómo decirte, no tenía la experiencia. Eso fue algo así
que nosotros de repente… y nos juntamos las dos Comisiones,
y bueno vamos a hacer esto, pero nosotros lo hacíamos con
temor, porque no vamos a decir que nosotras ¡Ah! ¡Somos las
mejores! Nosotros fuimos con temor. Gracias a Dios, ellos nos
dieron su apoyo, su aporte. Porque yo digo que ellos tuvieron
mucho que ver en esto, porque si ellos no hubieran colaborado
con nosotros, nosotros no estuviéramos ahorita, como estamos.”
Así, la emergencia y consolidación de las Comisiones ha
implicado un proceso de transformación y establecimiento
de nuevas estrategias colectivas para el sostenimiento del
pacto de cese al fuego que discutiremos más adelante.

III. CLAVES PARA INSPIRAR ACUERDOS DE CONVIVENCIA


Las Comisiones de Convivencia formadas por las mujeres y por vecinos
de Catuche pueden entenderse como instancias preventivas y reguladoras
del conflicto entre los dos sectores. Funcionan como redes de
solidaridad entre mujeres y redes de contención frente a varones armados
que, activando todos los recursos disponibles —
sociales, simbólicos, culturales—y en función de un pacto de convivencia
establecido, movilizan estrategias de control individual y colectivo —frente
a los intentos de resquebrajar el acuerdo por parte de los varones—.
Su misión es resguardar la convivencia pacífica en la comunidad,
de modo de preservar la vida, la integridad física de sus hijos y
familiares, y garantizar la potestad de circular por el vecindario.
Las Comisiones fungen de canal de comunicación y encuentro
entre las partes involucradas en el pacto, de manera que ante
algún intento de ruptura de los acuerdos, se busca una solución a
través del diálogo, la deliberación y la adquisición de compromisos.
Las comisiones de convivencia actúan como redes de contención
frente a las amenazas de ruptura de los acuerdos de convivencia
comunitaria alcanzados con los jóvenes. Esta contención efectiva
exige el sostenimiento de una potente red formada por miembros
de la comunidad, donde la comunicación y la rápida respuesta
buscan interpelar de modo permanente a los jóvenes.
El pacto de cese al fuego constituye la serie de acuerdos comunitarios
que garantizan el compromiso de todas las partes con la convivencia.
Se trata de un acuerdo explícito, con detalles, delimitaciones de
fronteras y acciones; consiste en comprometer a los muchachos a
no desafiarse; a cesar el juego de provocaciones que disparan los
enfrentamientos para así poder establecer el cese al fuego.
Lo discutido y los acuerdos a los cuales se llega en las comisiones
deben ser asentados en un acta de la Asamblea o reunión comunitaria
convocada, donde las partes involucradas – jóvenes varones –
deben firmar su compromiso de adherirse a los acuerdos.
Las comisiones de convivencia implican la unión de acciones
coordinadas de los vecinos; comprende la acción en redes que les
permite actuar conjuntamente y presentarse en “bloque” frente a
los varones o involucrados. Se trata de ejercer el poder de la acción
conjunta para defender un pacto explícitamente definido, por
común acuerdo y estampado con firmas. A partir de esta claridad
normativa se forjan las estrategias que harán posible el sostenimiento
de las comisiones y el cese al fuego en la comunidad.

LAS COMISIONES COMO PRÁCTICA Y LOGRO COLECTIVO


QUE FORTALECE LA CONVIVENCIA
Las comisiones de convivencia pueden estar integradas por
vecinos de la comunidad que compartan la voluntad de formar
alianzas para instaurar una tregua; que consideren que la violencia
no puede combatirse con más violencia; que creen en la palabra y
el diálogo como herramientas fundamentales para convivir y que
estén dispuestos a comprometerse en pasar a la acción, esto es,
es reunirse, confrontar, pero también, escuchar, apoyarse.
Es relevante destacar a las Comisiones como expresión de las
prácticas y la agencia colectiva, al verse implicados grupos de vecinas
que se entrelazan en prácticas organizadas alrededor de apuestas
comunes y entendimientos compartidos (Schatzki, 2001).
Esta mirada, subraya entonces la agencia colectiva de las
comunidades, que en alianza con redes de aliados más amplias,
se despliega en la capacidad reflexiva y creativa que posibilita el
diseño de un modo de funcionamiento autóctono. Esta agencia
colectiva expresa también la posibilidad de cuestionar la violencia
como opción inevitable y la posibilidad de crear relaciones entre
mujeres de sectores históricamente enemigos junto a los jóvenes.
El pacto logrado como evidente expresión de práctica colectiva,
reclama no verle simplemente como una suma de prácticas individuales,
sino como un logro colectivo. Se trata pues de seres humanos orientados
unos a otros; interdependientes y vinculados por una profunda
susceptibilidad mutua, capaces de modificar sus respuestas individuales
habituales en la medida que interactúan con otros para sostener
prácticas compartidas y fines comunes (Barnes, 2001).
Esta voluntad colectiva que representa a las Comisiones de
Convivencia conforman un modelo de organización social entramado
en redes de soporte y contención que facilita la coordinación y
cooperación para el beneficio mutuo expresándose esta eficacia
colectiva en el cese de muertes y la recuperación de la potestad
de circular en el vecindario (Sampson et al, 1997).
Ahora bien, no debe olvidarse la urgencia marcada por la
situación de desamparo y de profusión de muertes frente a la cual
reaccionaron estas mujeres. De allí que la noción de estrategias
debe precisarse como estrategia de sobrevivencia2, entendidas
como cursos de acción colectivos y coordinados, desplegados en el tiempo, en respuesta a condiciones muy
adversas que atentan
contra la vida misma. Al mismo tiempo, si bien las Comisiones se
fundaron como respuesta creativa de urgencia, el modelo de
organización instalado constituye un modelo de organización
comunitaria propia que contando con los recursos y capacidades
de la comunidad permite la prevención social.
En este sentido, es un modelo de organización que posibilita la
solidaridad entre vecinos, el acompañamiento en la crianza de los
hijos, el diálogo como herramienta para instaurar convivencia y la
contención frente a los intentos de ruptura de pacto de los varones.
Es un modelo que permite fortalecer las relaciones de confianza;
las relaciones entre vecinos adultos y jóvenes y en general la eficacia
colectiva comunitaria en oposición a modelos que privilegian la
delación que incrementa la sospecha y la desconfianza o la
delegación a vecinos de labores policiales (Avila, 2009) 3
CREATIVIDAD DE URGENCIA Y ESTRATEGIAS EN ACCIÓN.
LA EXPERIENCIA DE CATUCHE PARA EL SOSTENIMIENTO
DE LOS ACUERDOS
Las mujeres a través de las Comisiones establecieron una serie
de estrategias colectivas, que no son más que las capacidades
puestas en acción para movilizarse en virtud del sostenimiento del
pacto y el alcance de un objetivo: garantizar la convivencia pacífica.
El cumplimiento de las estrategias planteadas, en la que la
negociación y el diálogo están presentes, hasta los momentos ha
permitido que las comisiones cumplan su objetivo. Cuando se
presenta un problema entre comunidades, la comisión como actor
intermediario tiende puentes de comunicación; proceden a reunirse
para presentar el caso y una vez teniendo claro el problema, ambas
comisiones pasan a citar al involucrado, le explican el proceso y las
medidas tomadas, y de no cumplir lo establecido, como bien se
acordó en la firma del documento del pacto, éste recibiría sanciones,
que en el peor de los casos, es la denuncia. Las mismas mujeres
explican que cada conflicto tiene su propia forma de ser abordado,
trabajado y resuelto.
Las estrategias puestas en acción por estas mujeres se despliegan
en el fragor de los acontecimientos, es decir en un contexto permanentemente
cambiante. Se trata de estrategias que se redefinen y reevalúan
sin cesar frente a los múltiples y emergentes desafíos, de cara a las
siempre distintas situaciones concretas que se plantean.

Estas estrategias no pueden entenderse como cursos de


acción predefinidos, sino más bien como cursos de acción
emergentes, fraguados en el ardor de las emociones, en la intensa
comunicación y siempre abiertos a la indeterminación. Ahora bien,
de las narrativas de las mujeres pueden distinguirse cursos de
acción, si se quiere, típicos, frente a las más recurrentes tentativas
de ruptura de pacto. Son éstas las que exponemos aquí, no
perdiendo de vista su entrelazamiento en el dinamismo de las
situaciones que se presentan, dicho de otra manera, su contingencia
frente a los siempre cambiantes eventos del contexto y de la vida
comunitaria.
• Darse apoyo para continuar
• Exigencia recíproca
• Apoyarse en el establecimiento de límites frente a los hijos
• La vigilancia permanente, la intensa comunicación y la
movilización veloz
• Acción personalizada: El vínculo afectivo con los jóvenes en
la vida cotidiana
• Las normas claras
• El uso de la palabra: la negociación y los acuerdos construidos
• La intolerancia y la respuesta rápida frente a las amenazas
de enfrentamientos armados
• Actuar en bloque: a todas no nos van a apachurrar
• Una manera de hablar: decir las cosas claras
• Las amenazas de denuncia
Entre las estrategias que narraron las mujeres para poder
sostener el pacto destacan por un lado, las que apuntan a darse
apoyo para poder mantener el proceso de pacificación en el
tiempo, y por otro, las que permiten en situación movilizarse.
El mantenimiento del pacto y la energía necesaria para mostrarse movilizadas
y en acción permanente frente a los varones se acumula a la serie de esfuerzos
necesarios para mantener a sus familias. En este sentido, el activismo de estas
mujeres para garantizar la convivencia comunitaria constituye una carga más en
la ya extenuante cotidianidad, algunas de ellas jefas de hogar. El tipo de compromiso
implicado en las comisiones es sumamente demandante, se trata de intervenir en
amenazas de enfrentamientos armados. Frente a estos desafíos, una de las estrategias
que les permite continuar es , las mujeres se acompañan y se
ofrecen soporte afectivo en momentos de dificultad o desánimo.
Este apoyo se activa sobre todo internamente entre las mujeres de las comisiones
de cada sector. La mayoría de ellas guarda vínculos familiares consanguíneos,
adquiridos o de compadrazgo o han crecido juntas y comparten recuerdos de
infancia y de juventud. Pero también, las mujeres han narrado esta tarea del
darse ánimo a las mujeres contrapartes del vecino sector. Como lo narra una
de ellas:
… “una vez duró mucho tiempo la comisión de Portillo sin reunirse, Virginia fue
la que planteó: ‘¡Mira qué está pasando con la comisión de Portillo!’ Vino la otra,
‘¡Es verdad! Nosotras no nos habíamos dado cuenta, no se están reuniendo’. Las
mujeres de aquí, bueno vamos a hacer una cosa, vamos a darle ánimos a las
mujeres de Portillo, hicimos una reunión, y fuimos para allá: ‘¿Qué está pasando,
nos vamos a reunir o no? Nosotras fuimos las que les dimos ánimo a ellas, ellas
nos pasaron una carta a nosotras pero nosotras fuimos hasta allá y les dimos
ánimo, vamos a seguir o no vamos a seguir…”

El ser un grupo de mujeres, permite alternarse en la faena del


darse ánimo. El poder del “darse ánimo”, funciona, en efecto
como un recurso movilizador que actúa a partir de la acumulación
de energías y voluntades para arrastrar a las otras temporalmente
“desanimadas”:
Paula: “decía Virginia, yo voy a seguir porque yo no quiero que
aquí haya más problemas. Llegaba la otra, yo voy a seguir porque
esto no se puede acabar. Pero otro día Virginia no se sentía
motivada y venía Nancy y le decía ¡yo sí quiero seguir! Ella a lo
mejor calladita ahí y se ponía a pensar. Yo creo que esos espacios
hay que respetarlos, de repente yo hoy no me siento motivada, de
repente yo no me siento con ánimo, pero vamos a buscar entre las
demás que están con ánimos, María, Nancy, Laura, nos unimos
las tres ¡Oye vamos a darle ánimos!”.
El apoyo se ofrece además cuando alguno de los varones
familiares es aquel que está implicado en los “problemas”; las
mujeres constituyen un tejido de solidaridad que les permite
enfrentar a sus varones, como lo narra una de las mujeres, tía de
varios varones armados:
“Pero de verdad yo me siento muy contenta con el grupo, con
el que estoy, he sentido que me han apoyado cuando he necesitado
ese apoyo, ellas han esto ahí. A veces yo les digo: bueno chama,
vamos a denunciarlo, a veces me preguntan: ¿tú estás segura de
que tú puedas hacer eso? Y yo bueno: son 5 contra una, y ellas:
no, no es cuestión de que te sientas allá, somos las seis, y somos
las seis las que tomamos la decisión, y nosotras… y yo: bueno
qué me proponen ustedes, y siempre me han propuesto eso
¡Vamos a darle otra oportunidad, vamos a llamarlos! Siempre ha sido
hasta tres, tres veces, y gracias a Dios han llegado…”
Este apoyo contempla además la flexibilidad y la apertura para
comprender que en ocasiones, las mujeres necesitan un tiempo para
ellas y necesitan retirarse.
Al mismo tiempo que estas mujeres narran el apoyo que se
otorgan, relatan la para precisar a sus varones
en el cumplimiento del pacto:
María: “Y siempre son ellas las que me dicen: Mira María pasó
esto y esto con fulanito de tal, cómo vamos a hacer, aquí hay reglas,
y aquí no es porque sea mi sobrino, o sea mi hijo nos vamos a
salir de las reglas, no. Si hay que actuar, hay que actuar”. Bueno
qué me proponen ustedes, bueno vamos a hacer una reunión, y vamos a llamarlos, y vamos a darle otra
oportunidad, vamos a
hacer una reunión, y a recordarle los pactos que hay, y la firma
que él puso, porque él firmó, y fue uno de los que nos apoyó, y
nos dio hasta ideas”.
Las relaciones pueden pasar por momentos de franca tensión.
Sobre todo cuando uno de los varones cercanos a alguna de ellas
es el implicado en las provocaciones. La denuncia, aunque es una
posibilidad distante, constituye siempre una opción que genera
miedo. Sin embargo, plantear el escenario de miedo y violencia
(re) activado por el eventual cese de las comisiones funciona como
reclamo eficaz en los momentos de desánimo y les exhorta a
continuar en la tarea:
“…incluso a las mujeres de abajo (dice con respecto a las
mujeres de la comisión del otro sector) les he dicho, no podemos
dejar que esto caiga porque si no imagínense ¡el tiro pa’ allá, que
si se metieron aquellos! No podemos dejar eso, y ellas me han
dicho ¡No es verdad Virginia, yo no me voy a salir!”.
Las comisiones constituyen efectivamente una instancia
preventiva al constituir un espacio donde mujeres-madres, la mayoría
sin pareja, pueden apoyarse
adolescentes.
Frente a las dificultades de ejercer la autoridad como madres
solas, en la Comisión, en compañía de sus pares, las mujeres
madres ejercen una autoridad colectiva, apoyada y sustentada,
tanto en esta identidad colectiva, la Comisión, como en la
capacidad de denunciar.
Virginia: “Tú sabes qué es lo que pasa allá abajo, que por lo
menos yo soy la mamá de Ramón verdad, y Bárbara la tía,
nosotras decidimos unirnos para que él vea también de que la
cosa es en serio, pero allá abajo...”.
En este sentido, presentarse como “miembro de la Comisión”,
frente a sus hijos o sobrinos varones permite interpelarles,
aludiendo que se trata de los compromisos comunitarios que todos
están obligados a cumplir.
Esta estrategia, permite, si se quiere “despersonalizar” el
conflicto, posibilitando la participación de otras mujeres en la
confrontación, adquiriendo mayor peso la presión de la madre en
este juego de equilibrio de fuerzas que constituye el establecimiento
de límites a la acción de los varones jóvenes en el barrio.
Si estas estrategias permiten la sostenibilidad de la acción de las comisiones en el tiempo, otras, en el fragor
de las relaciones
comunitarias y las provocaciones de los varones se despliegan en
el día a día, en la inmediatez.
Estas estrategias de acción rápida se despliegan en las reuniones
extraordinarias, en el caso de los intentos de ruptura de pacto
por parte de los varones.
El compromiso de las mujeres con el sostenimiento de la convivencia
comunitaria se traduce en la disposición permanente de observar, y
comunicarse entre ellas para activarse. Así que, en situación, se despliegan
una serie de estrategias encadenadas:
La acción en red se traduce en esta intensa comunicación primero,
las mujeres de cada comisión, y luego con las mujeres de la
comisión contraparte. La cercanía física en el vecindario posibilita
esta vigilancia eficaz. Las mujeres se van pasando los mensajes o
corren las voces necesarias para reunirse.
“Entonces cualquiera dice: ‘¡Mira está pasando cualquier
cosa!’ Ella se lo comunica a uno, y uno se lo comunica a todas, o
a cada una: ‘¡Mira si las ves dile que hoy hay una reunión de
emergencia!’ Entonces así nos reunimos, o sea yo veo a Celia y le
digo: ‘¡Mira Celia hay reunión hoy a las 7!’ Si, si, si Viviana la ve y
ya le había dicho a Celia, yo se lo vuelvo a decir. O sea le decimos
es para el viernes, nos vemos el lunes y el viernes es la reunión.
Bárbara: “No, si nosotras vivimos aquí cerca”.
Altagracia: “Yo por lo menos tengo mi puesto ahí, entonces
agarro y ¡mira voy!”
La reunión de emergencia producto de las voces que se corren
en la inmediatez de los eventos y en consecuencia de la movilización
veloz, constituye la estrategia más clara de interpelación y
control frente a los jóvenes implicados en las provocaciones. Como
se verá, esta estrategia, que comprende la acción femenina en
bloque frente a los jóvenes, constituye una de las herramientas supremas
en el arduo juego dado en las relaciones de poder cotidianas
en este barrio.
De acuerdo a los relatos de las mujeres, es necesario distinguir las
estrategias como articuladas en dos planos: el individual y el colectivo.

La acción personalizada: El vínculo afectivo con los jóvenes en la vida cotidiana


Esta estrategia comprende la relación personal que sostienen algunas de las
mujeres con los jóvenes. Se trata de las madres y tías, quienes además de estar
vinculadas familiarmente, mantienen cercanía afectiva y sostienen relaciones de
confianza con los varones. Los jóvenes son sensibles a sus comentarios y estas
mujeres a su vez se responsabilizan individualmente de sus varones parientes.
Aquí se trata de un control social por cercanía afectiva, por compromiso recíproco
de mujeres y varones vinculados familiarmente.
Las mujeres integrantes de la comisión, aquellas con vínculos familiares
confrontan entonces a sus varones cercanos:
“…uno tiene que darle la vuelta al muchacho y metérsele poco a poco. A
veces me ha tocado olvidarme de que son mis sobrinos y duele enfrentarlos, y
decirles: ‘¡Bueno si tú no te pones, como decir, en el carril, a tí se te va… hasta
yo voy a firmar! ¿Me entiendes? Que por tí, yo voy a perder a 4 o 5 más, entonces
no se puede. Porque tú no vas a venir, porque tú estás… me disculpas la palabra…
que tú estés jodiendo por allá, y estén los muchachos tranquilos aquí, entonces vengan a buscarte a ti y jodan
a más de uno’.Y hay que
ponérsele, un poco dura a veces”.
Las mujeres que despliegan esta estrategia lo hacen desde la
ascendencia; estas mujeres destacan la confianza de la que son
acreedoras frente a los varones y el reconocimiento mutuo
expresado en el respeto.
Estas mujeres cumplen un rol fundamental en la Comisión
pues constituyen el enlace con los varones, legitimado por la
confianza y los vínculos familiares así como la vivencia de largos
años de cercanía.
En efecto, cuando conversamos con los varones, este enlace
particular es subrayado. Especialmente remarcaron la relevancia
de la confianza y la particularidad de las estrategias femeninas
puestas en acción: las mujeres-madres aconsejan, no atacan.
Oscar comentó:
Oscar: “Viviana, ¡excelente! Me apoya a mil por ciento en todo, en
todo, todo, para todo lo bueno. Mi tía nunca me ha criticado nada, mi
tía siempre aconsejando a uno, nunca ha atacado a uno ¡mira que tú,
que consumías, que tu que esto que! No nada, siempre bien”.
Son estas mismas mujeres las que son confrontadas particularmente
por sus compañeras de Comisión, como exploramos anteriormente. Se
trata de ejercer presión sobre estas mujeres constriñéndolas a
responsabilizarse para así, a su vez ellas, desde la posición de
ascendencia, ejercer presión sobre los varones para el respeto del
pacto. De nuevo, esta situación genera tensiones y malestares
entre las mujeres.
Estas estrategias aluden a la acción en redes de las mujeres
que les permite actuar coordinada y conjuntamente para presentarse
en “bloque” frente a los varones. Se trata de ostentar el poder
femenino de la acción conjunta y de allí la importancia del componente
dramático en situación. Se desenvuelve a través de un rito o
“juego de equilibrio de fuerzas”: las mujeres mayores en bloque
frente a los varones más jóvenes y armados. Se trata de “defender”
un pacto explícitamente definido, por común acuerdo y estampado
con las firmas. A partir de esta claridad normativa se forjan, en el
fragor de la cotidianidad, las estrategias de acción
colectivas.
La eficacia del pacto, a pesar de todas las dificultades y fragilidades se vincula con , con el compromiso
y determinación de las mujeres en no “querer más tiros“,
en “no querer más muertes”. En esa convicción, en ese apego a la
vida, y en la tranquilidad alcanzada con tanto esfuerzo, se arraiga
la firmeza del pacto y el contundente rechazo a los enfrentamientos
armados.
El mensaje de las mujeres es claro hacia los varones: “Porque
la gente de abajo, en la primera reunión que estuvimos, y lloramos
todas aquí, dijeron: “ustedes echan plomo y los denunciamos, y
nosotros también decíamos: ustedes echan plomo y los denunciamos.
Por eso fue que se calmó…”.
A lo largo de las conversaciones que tuvimos con las mujeres,
así como en sus relatos sobre los sucesos y encuentros con los
varones, aparece insistentemente la explicitación de esta voluntad,
teñida de reivindicación alcanzada fruto de una lucha por la mejoría
de las condiciones de vida. Adviértase en el relato de María, una
de las tías de los jóvenes:
“Él me escuchó: ‘¡O te montas por el carril o firmas! O vamos a
firmar o vamos a denunciarte porque no es posible que tanto
esfuerzo que hemos hecho nosotras, para que tú vengas con una
lucecita o porque tú te metas para allá, y estés rompiendo las
reglas con las cuales tú estuviste de acuerdo y que nosotros
propusimos. Es tanto así, que algunas se nos escaparon, y ustedes
nos propusieron alguna de esas. Ustedes lo leyeron y ustedes lo
firmaron, entonces tienes que tener responsabilidad’. Entonces él
por respeto, no me contestaba ni nada, pero ellos veían la presión.”
Una de las estrategias simbólicas fundamentales ha sido poner
por escrito los acuerdos, agregar los números de cédula de los
implicados y firmar. Se trata pues del sello de la palabra escrita, la
explicitación del consenso y compromiso con el pacto. Se trata de
darle “peso” a los acuerdos, el peso de las leyes. Javier, uno de los
varones hablaba de las leyes instauradas por las mujeres para
solucionar los problemas:
Javier: “Empezaron las reuniones estas aquí. Las madres
empezaron, con la ayuda de Doris y broma ¿no? Pa’ planear esto y
fueron sacando cosas así como... como te digo... como las leyes
para parar... para que no siguieran los líos pues…”
Asimismo, los acuerdos escritos y el registro del número de
identificación de los varones también sustenta la eficacia potencial de
una denuncia: es de conocimiento común que en una denuncia formal
se provee el número de la cédula del implicado a las autoridades, y se
sabe que esta denuncia se almacena en la base de datos de los “solicitados” siempre disponible. Así, de ser
detenidos y evidenciarse que están
“solicitados” se los pueden llevar y efectivamente ser encarcelados.
Uno de los aspectos más originales de esta experiencia es precisamente
como medio para
establecer la convivencia y cese al fuego —lo que no le exime de tensiones,
conflictos y en general, toda la complejidad de la convivencia, más aún en
contextos de desamparo y profusión de armas—. Esta experiencia revela que el
reconocimiento, la empatía y la férrea voluntad de convivir sin violencia se muestran
mucho más fructíferos que la venganza y la violencia.
En efecto, son las mujeres las que han asumido la responsabilidad de la
convivencia comunitaria, apalabrando entre ellas y con los varones; las que
constriñen a los jóvenes a adherirse a la palabra dada por ellos. Así, la importancia
de las normas claras viene acentuada además por el valor que otorgan los propios
jóvenes a “su palabra”, como narraron las mujeres. Se trata de comprometer al
joven a anclarse en lo más humano, el peso de la palabra y el compromiso
apalabrado de limitar la violencia: “Independientemente yo digo, bueno yo digo no, así fue allá
abajo, eso fue como una fuerza para ellos, me entiendes, de que
ellos sí tenían… y la palabra de ellos era para ellos muy importante.
Que digan una palabra eso es muy importante para ellos, que de
repente ellos digan: ¡Nosotros no vamos a alumbrar! y para ellos
va a ser muy fuerte que ellos no alumbren y nosotros los señalemos,
porque ellos están dando su palabra, y en su mundo la palabra de
ellos es muy importante…”.
Así, uno de los aspectos fundamentales que hace original a
esta experiencia, es el reconocimiento de los jóvenes como interlocutores,
y de allí la voluntad de alcanzar acuerdos negociados. Las
narraciones sustentan con profusión la participación de los varones
en la definición de los acuerdos y de allí la importancia simbólica
de estampar su firma.
El acuerdo de los varones, es un componente que le otorga
legitimidad al pacto y es destacado por las mujeres en sus discusiones
con los varones como estrategia fundamental para exigir el respeto
al pacto.
Si el uso de la palabra y el diálogo son estrategias fundamentales,
otras que generan tensión, incomodidad, y en situación intensas
emociones como la rabia, la interpelación enérgica, las amenazas,
serán desplegadas por estas mujeres en el arduo esfuerzo de
sostener la convivencia.
Una de las estrategias desplegadas por las mujeres para sostener
el pacto entre ellas constituye la vigilancia permanente, la intensa
comunicación y la movilización veloz, frente a los varones, ésta se
traduce en
“Y siempre hay alguien aquí, por decirte está Virginia, está
Bárbara, que ven las cuestiones. Ven y dicen: ‘¡Mira hiciste esto y
esto!’ Entonces si de repente ellos le salen con aquella grosería, ya
ellos están abusando, se están saliendo del carril. Se hace una
reunión, se cita a esa persona: ‘¿Por qué tú hiciste eso? Si no
quieres que te reclamen, no lo hagas porque tú sabes que aquí no
está permitido’…”
Así, las mujeres que viven en el barrio, en espacios privilegiados
para observar, narran que se la pasan pendientes y nos relataron
múltiples eventos en los cuales ellas mismas increpan a los jóvenes.
Este estar pendientes, así como la cercanía y la densidad de las relaciones en el barrio, es lo que, como
apuntamos con anterioridad, permite
jugar con la reputación del joven y posibilita la movilización en bloque para las
reuniones de interpelación.
es una estrategia expresiva fundamental en el pacto y
constituye, en efecto, la dramatización en las demostraciones de poder. El estar
juntas, unidas, abre, en situación la posibilidad de enfrentar la asimetría frente a
varones armados. Este poder acrecentado y dado por la acción conjunta es
subrayado de manera importante por las mujeres y es evidente en sus relatos la
conciencia del “juego de fuerza” con los varones.
Bárbara: “si estamos unidas tenemos que salir todas, porque claro a una sola
persona la van a apachurrar, pero a todas no nos van a apachurrar, yo siempre lo
he dicho”.
I: “Apachurrar es que los chamos digan que esta puso una denuncia y…”
Bárbara: “sí claro a una sola persona lo puede hacer, pero todas ¡uf! …”
La vigilancia permanente, la intensa comunicación y la movilización veloz de
las doce mujeres, desencadenan en esta poderosa “presión” que ejercen sobre
los varones, como destacaron con mucho énfasis en sus relatos. Y este poder
adquirido por las mujeres en conjunto es reconocido por los varones, como
expresó Alberto, uno de los varones que entrevistamos: “No, entonces… la mente de nosotros no es de
buscar
problemas, ni de robar, ni de estar matando a nadie, porque…
bueno ¡yo no crecí con esa mente! Aquí sí estaban los malandros
de antes y bueno, ellos hacían lo que ellos hacían, y uno ni
pendiente, me entiendes, ¡pero nosotros tampoco nos podíamos
dejar joder por ellos pues! Entonces ya nosotros estábamos
armados, ya la mente de nosotros nos estaba cambiando que era
¡bueno somos nosotros o son ellos! Y llegó un momento que…
llegó así, que llegó de la noche a la mañana, así como que…
salieron unas mujeres aquí, se reunieron con la gente de aquí,
con Doris, empezaron a hacer reuniones para calmar los
problemas, ¿me entiendes? Llegaron a un acuerdo, que el que se
metiera pa’l barrio, a echar plomo y broma, lo iban a denunciar y
veían que iban a hacer con él, ¿me entiendes?….”.
En este rito de demostración de fuerzas, resulta fundamental el
componente dramático, teatral de “ostentar” “mostrarse unidas” y
las mujeres narran con vehemencia la importancia del ser vistas
en acción juntas, en reunión por parte de los varones:
Laura: “Eso era, las primeras reuniones eran una aquí y una
allá, para que los muchachos vieran que estábamos juntas, que
nos estábamos uniendo, y vieran que no le teníamos miedo, que
ellos hacían lo que nosotras decíamos… o se atenían a las
consecuencias porque ya…”.
Las reuniones constituyen así la escena fundamental de
interpelación. Y, como narran las mujeres, será necesario, en
situación hacer un despliegue de un arsenal dramático (la manera
de hablar; las amenazas) que revela la contundencia de sus
intenciones frente a los intentos de infringir el pacto. Y tenemos
que subrayar que esta puesta en escena de una furia que se vislumbra
devastadora por parte de mujeres orquestando su acción
en bloque, se refleja en la intensidad de las emociones experimentadas
en situación. El miedo siempre está presente: “el susto”, “los
nervios” como refieren ellas, se repiten profusamente y constituyen
el vocabulario de emociones que colman las narraciones de los
encuentros con los jóvenes.
Una de las estrategias dramáticas fundamentales constituye
y las mujeres subrayaron repetidamente la
importancia de esta herramienta; se trata de dejar en evidencia la
contundencia de sus intenciones.
La relevancia de la manera de hablar, para las mujeres se les hace evidente cuando constatan que, en efecto,
tiene los resultados esperados.
Se trata de experimentar los efectos del ejercicio del poder en caliente, en el sitio,
a través del constreñimiento de los jóvenes a plegarse a sus exigencias: los
jóvenes “se cohíben de volverlo a hacer“.
Celia: “No, ellos no nos faltan el respeto así, escúchame, pero a veces hay
que decirles las cosas claras, no es que ‘¡Ay mira papito, mi amor!’ No las cosas
claras para que ellos entiendan. Si no van a decir ‘¡Con ellas se puede jugar la
pelota, con ellas se puede jugar la pelota porque mira como nos dicen las cosas!’
A veces uno tiene que poner carácter.”
Jenifer: “Entonces si uno les habla, como dice Celia, directo, ellos van a
decir: ‘Esto no es un juego, esto es una alerta que nos están diciendo que no hay
que volverlo a hacer’, entonces se cohíben de volverlo a hacer.”
Esta estrategia, al estar preñada por el esfuerzo dramático aleccionador,
constituye una de las más visibles, y así lo destacan los varones. Carlos, uno de
los jóvenes de Portillo señaló:
“Ellas lo que hacían era que cada vez que se armaba un lío le hablaban claro
en su cara… al loco le decían que si seguía prendiendo el lío, bueno triste por él,
que ellas no se la iban a seguir calando pues… que no se podía bajar ni siquiera
pasar, e igual nosotros…”.
La manera de hablar “directo” “fuerte”, permite a las mujeres mostrarse en
bloque, con intenciones irrebatibles.
La en el marco de las reuniones comunitarias constituye
una estrategia extrema utilizada por las mujeres cuando los varones han infringido
sistemáticamente los acuerdos comunitarios.
Este asunto de la denuncia es uno de los que genera las mayores inquietudes
para varias de las mujeres al ser ellas las madres o tías de los varones implicados.
Constituye además una fuente de tensión entre ellas: las mujeres se debaten
entre la denuncia como estrategia de control efectiva o fuente de ruptura en la
relación con sus varones.
Ellas dicen: “¡Bueno! ¡Denuncia, denuncia!”
I: “¿Una denuncia formal?”
Jenifer: “No hemos tenido, no con los de aquí, pero sí hemos tenido con los
de allá arriba, e incluso los muchachos han ido. Por ejemplo, Luis Manuel y se le
dijo: ‘¡Mira ya van dos veces, ya no van a haber más oportunidades, la vuelves a
hacer y ya sabes que tanto nosotras de la Comisión, como las de allá, te vamos a
denunciar!’ Ellos quedan como que ‘¡Oye estas no están jugando!’ O sea el
semblante que ellos hacen es como asustados y que cónchale ahora sí…”
Y si pareciera que la amenaza de denuncia constituye uno de los recursos
más poderosos para inhibir a los jóvenes de infringir los acuerdos, ésta les
produce confusión y se revela la imposibilidad de denunciar.

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