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La Pelea del Siglo:


Alejandro Gaviria vs
William Ospina

Juan Mario GiraldoFollow


Dec 22, 2017

William Ospina (el hermano de las águilas)

Alejandro Gaviria (el paladín de Occidente)

Siempre que escucho la canción del cantautor antioqueño


Gustavo Quintero La Pelea del Siglo me acuerdo del debate
entre Alejandro Gaviria y William Ospina. Y siempre que leo el
debate entre William Ospina y Alejandro Gaviria, me acuerdo
de la canción La Pelea del Siglo de Gustavo Quintero. Esto me
pasa porque el intercambio que estos dos escritores
sostuvieron en el año 2002 en la revista El Malpensante es,
para mí, la mejor pelea de boxeo intelectual colombiano en lo
que llevamos de siglo XXI.

A diferencia de la canción, mi pelea del siglo no la vi en el


infierno. La leí en la Universidad de Los Andes, donde estudié
dos carreras: Ingeniería Química y Procrastinación
Avanzada. Procrastinando para distraerme de algunas clases -
que son más aburridas que un partido de fútbol amistoso en
diferido-, tuve la fortuna de encontrarme con esa trilogía
ensayística que cambiaría para siempre mis gustos lectores.
Una de las cosas que recuerdo de la primera vez que leí los
ensayos, fue esa inteligente agresividad con la que se burlaban
el uno del otro y la forma ingeniosa con la que se acorralaban
argumentativamente. La manera en que chocaron el pensador
científico y el literato, despertaron en mí nuevas rutas de
pensamiento.

Despertaron, entre otras cosas, el gusto por la filosofía. Por


encontrar nuevas formas de enmarcar la realidad y buscar
pensadores con quienes identificarme, empecé mis lecturas
sobre la obra de Voltaire, su vida y sus intercambios con Jean
Jacques Rousseau. Pude confirmar que efectivamente lo que
sucedía entre Gaviria y Ospina era una variación moderna de
un viejo debate de la ilustración. Solo que esta vez tomaba
lugar en nuestro tiempo, con ejemplos frescos y en nuestra
geografía. Comprendí –hay cosas que solo son obvias en
retrospectiva- que el debate había logrado captar mi atención
sobre todo porque sus protagonistas eran locales. Esta vez, los
personajes no me eran ajenos: el distante intercambio entre un
suizo y un francés había tomado forma de pelea entre un paisa
y un tolimense.

Contento con mis descubrimientos filosóficos, y aprovechando


que estudiaba en la misma universidad donde Alejandro
dictaba clases, a mediados del 2012 le escribí un correo.
Gaviria era en ese momento Decano de Economía y nunca
había sido mi profesor. En el correo le conté que gracias a él
me había interesado en la vida de Voltaire y le agradecí por
haber escrito los artículos sobre Ospina. Le conté también que
había logrado conseguir en Palinuro -la librería de Héctor
Abad en Medellín- una versión antigua de las confesiones de
Rousseau y que en ella se podía leer entre líneas cómo el
filósofo tomaba posiciones simplemente por llevar la contraria
y después pensaba cómo defender sus posturas. Este acto me
pareció poco deseable en un filósofo, una de las
manifestaciones de la deshonestidad intelectual. Seguí mi vida
de ingeniero, batallando con la termodinámica, hasta que un
día recibí la respuesta de Alejandro. Una respuesta corta, de
una línea:

Juan Mario, muy interesante. Si tiene tiempo pase por la


oficina y conversamos.

Ante tal respuesta decidí que la termodinámica podía esperar,


que había un importante evento de procrastinación que
atender y que bien valía la pena faltar a cualquier clase con tal
de conocer personalmente al ingeniero paisa que se atrevió a
enfrentar al poeta tolimense. Ya en persona le dije que los
datos que había utilizado eran contundentes, que la
investigación me parecía muy completa y que quería saber cuál
había sido su motivación para escribir ese ensayo tan
camorrero. ¿Por qué había embestido a William de esa manera
tan incisiva? Y Gaviria me contestó:
“Vea Juan Mario, la verdad es que yo estaba una vez en un
aeropuerto muy aburrido. Estaba leyendo el libro de
William Los Nuevos Centros de la Esfera y en un punto me
dije: esto no puede ser, alguien tiene que decir algo. Comencé
a tomar mis notas aquí en el borde del libro, -véalas aquí
todavía están- y cuando llegué a Bogotá ya tenía alguna idea
de cómo iba a ser el ensayo” .

Luego de hablar dos o tres cosas, recuerdo que comentamos la


reciente muerte de uno de los profesores de matemáticas más
famosos de la universidad, -le decían la Rata Ramírez porque
había hecho perder cálculo a su propio hijo-, Alejandro se
despidió entregándome un libro de Matt Ridleytitulado Los
Orígenes de la Virtud y me dijo:

Juan Mario, tome este libro. Se lo presto. De aquí saqué una


parte de los argumentos para escribir los ensayos sobre
William. A usted se le nota el gusto por la biología y este libro
le va a gustar.

Me llevé el libro convencido de que lo iba a devolver. Pero los


libros tienen su orgullo y a Gaviria le ofrecieron a finales de
agosto del 2012 la cartera de salud y decidió aceptarla. Le
escribí rápidamente: oiga Alejandro: muy bueno eso del
ministerio pero ¿y el libro? ¿Cómo hago para devolvérselo?
Nuevamente me contestó con una sola linea, pero esta vez más
corto todavía:

-Tómelo como un regalo involuntario, digamos.

Ya con un libro más y un profesor menos me olvidé por un


tiempo de la pelea del siglo. Mis días entrevistando héroes de
la retórica habían terminado pero la inercia con la que había
construido el vicio de leer filosofía me evitaba dedicarme por
completo a temas de la universidad. Me dediqué entonces a
enfrentamientos en otras latitudes: Sam Harris vs Noam
Chomsky y a las chiripiorcas de Nassim Taleb contra Neil
Degrasse Tyson. Como buen procrastinador, patrocinado por
el miquito de la gratifiación instantánea, siempre lograba
encontrar un nuevo debate para entretenerme.

Pasaron cuatro años y a comienzos de este año 2016, en


Medellín y a la salida de la entrega del premio de Biblioteca
Narrativa Colombiana ocurrió algo poco probable: luego de la
entrega del premio me encontré en el coctel a William Ospina
afuera del auditorio. Estaba conversando con otros escritores y
algunos lectores. Supe desde que lo vi que no iba a poder
aguantarme las ganas de preguntarle por el debate con Gaviria.
Era la oportunidad de hacerle una corta entrevista
al “Hermano de las Águilas.”

Luego de saludarnos brevemente le pregunté: William, ¿cómo


ha sido su relación con Alejandro Gaviria luego de ese fuerte
intercambio ensayístico que tuvieron en el Malpensante en
2002? Con tono pausado y cara seria se limitó a decirme:

Yo no tengo ninguna relación con Alejandro Gaviria. Conozco


a su familia, a su papá, a su hermano pero con él me he
limitado solo a esos intercambios por escrito.

Ospina no parecía tener muchas ganas de hablar. Se veía


tranquilo y serio. Me dijo que consideraba que en Colombia
hacen falta más debates de ese tipo. No puedo estar más de
acuerdo con él, es gratificante ver que existen en Colombia
debates con altura, llenos de humor y aprendizaje en donde
chocan las ideas sin chocar las personas. Debates donde lo más
importante no es tanto cambiar la forma como piensa el
adversario, sino más bien formar criterio en quienes leen.
Sería muy interesante ver un cuarto “round” entre estos dos
escritores aunque creo que la probabilidad es remota,
inexistente. No sé si Ospina a estas alturas tenga ganas de más
garrotazos, y por su parte, Alejandro ya es un serio Ministro
alejado de la camorra, que de vez en cuando se dedica a
competirle a Paulo Coelho en la industria de la auto ayuda.

Nota: espero que esta pequeña crónica personal sirva para


que nuevos lectores se animen a leer los ensayos.
Personalmente los considero imperdibles. A continuación los
enlaces en el orden cronológico en que sucedieron:

1. El Hermano de las Águilas (Alejandro Gaviria)


2. Un Paladín de Occidente (William Ospina)
3. Entre el Dentista y el Chamán (Alejandro Gaviria)

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