vivienda principal, dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los
franceses del mundo. Pero, impulsados por muy largas apetencias, los mas se arrojaron al
s6tano en busca de licor. A golpes de pico se destriparon los barriles de escabeche.
Abiertos de duelas, los toneles largaran el morapio a borbotones, enrojeciendo las faldas
de las mujeres. Arrebatadas entre gritos y empellones, las damajuanas de aguardiente, las
bombonas de ron, se estrellaban
cn las paredes. Riendo y peleando, los negros resbalaban sobre un jaboncillo de orégano,
tomates adobados, aleaparras y huevas de arenque, que clareaba, sobre el suelo de ladrillo,
el chorrear de un odrecillo de aceite rancio. Un negro desnudo se habia metido, por
broma, dentro de un tinajén Ileno de manteca de cerdo, Dos viejas peleaban, en congo,
por una olla de barro. Del techo se desprendian jamones y colas de abadejo. Sin meterse
en la turbamulta, Ti Noel pegé la boca, largamente, con muchas bajadas de la nuez, a la
canilla de un barril de vino espaol. Lucgo, subié al primer piso de la vivienda, seguido
de sus hijos mayores, pues hacia mucho tiempo ya que softaba con violar a Mademoiselle
Floridor, quien, en sus noches de tragedia, lucia atin, bajo la tiinica ornada de meandros,
‘unos senos nada daiiados por el irreparable ultraje de los afios.
Iv
DOGON DENTRO DEL ARCA
Al cabo de dos dias de espera en el fondo de un pozo seco, que no por su escasa
hondura cra menos lébrego, Monsicur Lenormand de Mezy, palido de hambre y de miedo,
sacé la cara, lentamente, sobre el canto del brocal. Todo estaba en silencio. La horda
habia partido hacia el Cabo, dejando incendios que tenian un nombre cuando se buscaba
con la mirada la base de columnas de humo que se abovedaban en el cielo. Un pequeiio
polvorin acababa de volar hacia la Enerucijada de los Padres. El amo se acereé a la casa,
pasando junto al cadiver hinchado del contador. Una horrible pestilencia venia de las
perreras quemadas: ahi 1os negros habian saldado una vieja cuenta pendiente, untando las,
puertas de brea para que no quedara animal vivo. Monsieur Lenormand de Mezy entré en
su habitacién. Mademoiselle Floridor yacia, despatarrada, sobre la alfombra, con una hoz
‘cnvajada en el viente. Su mano muerta agarraba todavia una pata de ka cama con gesto
cruelmente evocador del que hacia la damisela dormida de un grabado licencioso que,
con el titulo de E/ Swefio, adomaba la alcoba. Monsieur Lenormand de Mezy, quebrado_
en
sollozos, se desplomé a su lado. Luego agarré un rosario y rez6 todas las oraciones que
sabia, sin olvidar la que le habfan ensefiado, de niffo, para la cura de los sabafiones. Y asi
paso varios dias, aterrorizado, sin atreverse a salir de la casa entregada, abierta de puertas
a su propia ruina, hasta que un correo a caballo frené su montura en el traspatio con tal
brusquedad que la bestia se fue de ollares contra una ventana, resbalando sobre chispas.
Las noticias, dadas a gritos, sacaron a Monsieur Lenormand de Mezy de su estupor. La
horda estaba vencida. La cabeza del jamaiquino Bouckman se engusanaba ya, verdosa y
boquiabierta, en el preciso lugar en que se habia hecho ceniza hedionda la carne de!
manco Mackandal. Se estaba organizando el exterminio total de negros, pero todavia
qucdaban partidas armadas que saqucaban las viviendas solitarias. Sin poder demorarse
cen dar sepultura al cadaver de su esposa, Monsieur Lenormand de Mezy se monté en la
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